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Un olor a sal y a vinagre llenó mi nariz, con una contundencia tan fuerte como un puñetazo en la cara de pronto volví a la consciencia. Abrí los ojos, encontrándome únicamente con la penumbra de la bodega de un barco mal iluminada. Estaba rodeado de cajas de madera, barriles y bultos colgados del techo que, por el olor, me esperaba que fuera carne en conserva. Sin duda me había despertado en una despensa, sobre una pila de, lo que supuse, se trataba de un montón de cecina, envuelto por un saco que estaba casi cerrado hasta mi cabeza.
Poco a poco mi cabeza se fue despejando mientras me incorporaba, tratando de reorganizar mis recuerdos desde que salí en barco de Dark Dome hasta este momento. Recordaba haber salido del puerto, con la receta del ramen y la carta de recomendación del cocinero para encontrar al herrero de la isla. Según me dijo estaba especializado en cuchillos de cocina, pero no era raro que recibiera encargos para armas, así que su sabiduría en los metales me sería de utilidad. Durante los primeros días habíamos viajado sin contratiempos hasta que una tormenta inesperada nos sorprendió por el camino. En medio del caos y el fuerte oleaje recordé que el barco había chocado con algo y el golpe me hizo perder el equilibrio, cayéndome por la borda. Tras eso el desagradable recuerdo de estar ahogándome hasta que perdí la consciencia.
Esta no era la despensa del barco en el que salí, así que asumí que me encontraba en otro barco diferente. No se notaba nada de oleaje, y se escuchaba cierto barullo en el exterior, la actividad más propia de un puerto o un embarcadero. Estaba solo, bueno, tenía la sensación de que me encontraba solo, no podía confirmarlo, pero me apostaría por alguna razón a que no había nadie más en las inmediaciones. Me llevé la mano a la espalda, mi arma no estaba, tampoco mi cartera, ni ninguno de mis enseres ¿Se habían caído al mar... o me los habían quitado? Era el momento de hacerme con algunas respuestas.
Me incorporé y me acerqué al centro de la despensa, la luz del atardecer se colaba por los huecos del enrejado metálico que tenía sobre mi cabeza. No se escuchaban pasos en la cubierta, más bien fuera de esta. Seguí caminando hasta llegar a la puerta que daba a las escaleras, la abrí y dejé que la luz de una lámpara que las iluminaba accediese a la estancia. En ese momento me fijé en algo que había a un lado de la puerta, un brazo tendido en el suelo, sin el resto del cuerpo. Horrorizado agarré la lámpara de aceite, llevando la luz al resto de la estancia. Tuve que contener una arcada al ver lo que había en aquella bodega. Varios cuerpos humanos, muchos de ellos hechos pedazos, tratados como si fueran carne de ganado, conservados en sal o puestos a curar entre sal y especias. Las arcadas poco a poco fueron dando lugar a un dolor producto de los dientes apretados para contener un grito de rabia, hasta el punto que casi notaba cómo se agrietaban. Fuera quien fuera el que estuviera tras esto esperaba que estuviera preparado, me habían dejado con vida por cortesía, error u otro plan más retorcido, yo tendría la misma cortesía, pero me aseguraría de que no lo considerase piedad. Tenía todavía muchas preguntas en mi cabeza, pero era la hora de conseguir respuestas, con una nueva determinación caminé de nuevo a la salida, recitando en mi cabeza una silenciosa oración por todas las pobres almas que este barco transportaba.
Poco a poco mi cabeza se fue despejando mientras me incorporaba, tratando de reorganizar mis recuerdos desde que salí en barco de Dark Dome hasta este momento. Recordaba haber salido del puerto, con la receta del ramen y la carta de recomendación del cocinero para encontrar al herrero de la isla. Según me dijo estaba especializado en cuchillos de cocina, pero no era raro que recibiera encargos para armas, así que su sabiduría en los metales me sería de utilidad. Durante los primeros días habíamos viajado sin contratiempos hasta que una tormenta inesperada nos sorprendió por el camino. En medio del caos y el fuerte oleaje recordé que el barco había chocado con algo y el golpe me hizo perder el equilibrio, cayéndome por la borda. Tras eso el desagradable recuerdo de estar ahogándome hasta que perdí la consciencia.
Esta no era la despensa del barco en el que salí, así que asumí que me encontraba en otro barco diferente. No se notaba nada de oleaje, y se escuchaba cierto barullo en el exterior, la actividad más propia de un puerto o un embarcadero. Estaba solo, bueno, tenía la sensación de que me encontraba solo, no podía confirmarlo, pero me apostaría por alguna razón a que no había nadie más en las inmediaciones. Me llevé la mano a la espalda, mi arma no estaba, tampoco mi cartera, ni ninguno de mis enseres ¿Se habían caído al mar... o me los habían quitado? Era el momento de hacerme con algunas respuestas.
Me incorporé y me acerqué al centro de la despensa, la luz del atardecer se colaba por los huecos del enrejado metálico que tenía sobre mi cabeza. No se escuchaban pasos en la cubierta, más bien fuera de esta. Seguí caminando hasta llegar a la puerta que daba a las escaleras, la abrí y dejé que la luz de una lámpara que las iluminaba accediese a la estancia. En ese momento me fijé en algo que había a un lado de la puerta, un brazo tendido en el suelo, sin el resto del cuerpo. Horrorizado agarré la lámpara de aceite, llevando la luz al resto de la estancia. Tuve que contener una arcada al ver lo que había en aquella bodega. Varios cuerpos humanos, muchos de ellos hechos pedazos, tratados como si fueran carne de ganado, conservados en sal o puestos a curar entre sal y especias. Las arcadas poco a poco fueron dando lugar a un dolor producto de los dientes apretados para contener un grito de rabia, hasta el punto que casi notaba cómo se agrietaban. Fuera quien fuera el que estuviera tras esto esperaba que estuviera preparado, me habían dejado con vida por cortesía, error u otro plan más retorcido, yo tendría la misma cortesía, pero me aseguraría de que no lo considerase piedad. Tenía todavía muchas preguntas en mi cabeza, pero era la hora de conseguir respuestas, con una nueva determinación caminé de nuevo a la salida, recitando en mi cabeza una silenciosa oración por todas las pobres almas que este barco transportaba.
Okada Rokuro
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Al igual que la noche precede al día, una ciudad tan brillante y esplendorosa como era Pucci poseía un lado realmente oscuro. Rokuro no era del todo consciente de aquella situación pero, por la misión que le habían encomendado, comenzaba a hacerse una pequeña idea.
Después de su estancia en Dark Dome, donde se infiltró en una convención furry en vano, el Gobierno Mundial le envió otra misión. Desde que había entregado en la Grand Line no había parado de trabajar, de isla en isla, recorriendo una de las rutas del Paraíso casi sin darse en cuenta. Parecía como si todas las islas se hubieran puesto de acuerdo para atraer a grandes cantidades de personas a la vez. Incluso en alta mar se había visto obligado a trabajar, deteniendo un belicoso grupo revolucionario sobre una extraña base militar excavada en un iceberg. La imaginación de la gente no tenía límites, dedujo el peliblanco un tanto extrañado.
Sin embargo, el peliblanco sabía que aquella misión era distinta. Al contrario de las últimas que había cumplido, en esta no parecía involucrado ningún revolucionario. No sólo eso, sino que se la habían ordenado de forma repentina cuando estaba a punto de disfrutar de la feria gastronómica de Pucci. No le hubiera importado volver a probar algo de la comida de su tierra natal, pero aquello tendría que esperar. Según el informe de la misión, los últimos meses se habían informado sobre secuestros en la isla. En circunstancias normales sería la Marina quién se encargase del asunto; el Gobierno Mundial no tenía ningún poder en la isla gastronómica. Sin embargo, todo cambio cuando se perdió la comunicación con un barco legionario que navegaba cerca de la costa de Pucci en dirección a San Faldo. Ahora el asunto le afectaba al Gobierno Mundial, y estos no iban a dejarlo pasar.
Rokuro suspiró y emprendió la marcha desde el muelle. Se había ataviado con ropa informal: unos cómodos y elegantes pantalones grises entubados con calzado deportivo y una sudadera azul celeste sobre una camiseta blanca que ponía en letras azules «MARINE». Un disfraz algo arriesgado, pero nunca se sabía. Sobre su hombro derecho estaba posado Takarashi, el águila, con un antifaz del mismo tono azul que el uniforme de los marines. ¿Cuál era su objetivo? Necesitaba información sobre los secuestros, y el mejor y único sitio que reunía toda la información necesaria era el cuartel marine de la isla.
Después de su estancia en Dark Dome, donde se infiltró en una convención furry en vano, el Gobierno Mundial le envió otra misión. Desde que había entregado en la Grand Line no había parado de trabajar, de isla en isla, recorriendo una de las rutas del Paraíso casi sin darse en cuenta. Parecía como si todas las islas se hubieran puesto de acuerdo para atraer a grandes cantidades de personas a la vez. Incluso en alta mar se había visto obligado a trabajar, deteniendo un belicoso grupo revolucionario sobre una extraña base militar excavada en un iceberg. La imaginación de la gente no tenía límites, dedujo el peliblanco un tanto extrañado.
Sin embargo, el peliblanco sabía que aquella misión era distinta. Al contrario de las últimas que había cumplido, en esta no parecía involucrado ningún revolucionario. No sólo eso, sino que se la habían ordenado de forma repentina cuando estaba a punto de disfrutar de la feria gastronómica de Pucci. No le hubiera importado volver a probar algo de la comida de su tierra natal, pero aquello tendría que esperar. Según el informe de la misión, los últimos meses se habían informado sobre secuestros en la isla. En circunstancias normales sería la Marina quién se encargase del asunto; el Gobierno Mundial no tenía ningún poder en la isla gastronómica. Sin embargo, todo cambio cuando se perdió la comunicación con un barco legionario que navegaba cerca de la costa de Pucci en dirección a San Faldo. Ahora el asunto le afectaba al Gobierno Mundial, y estos no iban a dejarlo pasar.
Rokuro suspiró y emprendió la marcha desde el muelle. Se había ataviado con ropa informal: unos cómodos y elegantes pantalones grises entubados con calzado deportivo y una sudadera azul celeste sobre una camiseta blanca que ponía en letras azules «MARINE». Un disfraz algo arriesgado, pero nunca se sabía. Sobre su hombro derecho estaba posado Takarashi, el águila, con un antifaz del mismo tono azul que el uniforme de los marines. ¿Cuál era su objetivo? Necesitaba información sobre los secuestros, y el mejor y único sitio que reunía toda la información necesaria era el cuartel marine de la isla.
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Abrí la puerta lentamente, asomando con cuidado de que no me viera nadie. Ante mí estaba la cubierta de lo que parecía un gran navío mercante, se podían ver algunas armas de tamaño medio montadas en las barandas, así como lo que parecían modificaciones para aumentar el espacio de carga. Había un par de personas hablando subiendo unas escaleras en una cubierta superior a unos cincuenta metros de mí, no escuchaba lo que decían pero parecía una simple cháchara entre compañeros. Fuera del barco se podía ver cómo unas cuantas personas movían una serie de cajas, barriles y sacos que habían descargado a un almacén cercano al lado del embarcadero donde se encontraba atracado el barco. A lo lejos, una cuesta subía por una colina, serpenteando entre la ladera ajardinada. En lo alto una gran villa coronaba la colina rodeada de un perímetro de setos cuidadosamente recortados. Parecía que había dado a parar en la propiedad de alguien con bastante dinero, seguramente la persona que estaba detrás de aquella barbaridad.
Tenía mucho por delante, y seguramente gente que intentaría impedírmelo y más de uno armado y competente. Pero me lo había propuesto, una persona responsable de lo que tenía guardado en ese barco debía rendir cuentas ante la justicia. Decidí empezar con los dos que estaban en cubierta hablando, puede que no fueran peligrosos, pero una siesta de unas horas no les vendría mal.
El sigilo no era lo mío, sinceramente tarde o temprano se darían cuenta de que algo no cuadraba, así que ¿Por qué no ir directos al grano? Como quien camina por casa subí por las escaleras en dirección a esos dos hombres, casi con una naturalidad que hizo que no se percatasen de que era un extraño hasta que estaba a su lado. El primero en verme estuvo a punto de decir algo, pero le corté poniendo mi mano en su cara y empujándolo contra el otro con toda mi fuerza. Ambos se estamparon con un ruidoso golpe contra la barandilla, cayendo a la cubierta de abajo y quedando inconscientes del golpe. El ruido no pasó desapercibido, escuché como este había despertada cierta conmoción en el embarcadero, con varias personas acercándose para ver si venían lo que pasaba, llamando a los dos hombres sin que estos pudieran responder. Tras unos segundos de silencio
cuatro de ellos se miraron y decidieron sacar sus armas y subir a bordo por la pasarela, mientras un quinto marchaba a avisar a alguien.
Parecía que tendría compañía dentro de poco, atraerlos al barco e irlos dejando secos en grupos pequeños parecía una buena idea, pero no creía que me funcionase muchas veces, tenía que pensar en algo rápido antes de que llegasen más. Pero mientras tanto me movería a otra parte del barco y me prepararía para recibir a los otros cuatro. A Sasaki se le daban mejor estas cosas, seguro que ya había pensado en un par de trampas que tenderles, lástima que yo fuera algo más directo.
Tenía mucho por delante, y seguramente gente que intentaría impedírmelo y más de uno armado y competente. Pero me lo había propuesto, una persona responsable de lo que tenía guardado en ese barco debía rendir cuentas ante la justicia. Decidí empezar con los dos que estaban en cubierta hablando, puede que no fueran peligrosos, pero una siesta de unas horas no les vendría mal.
El sigilo no era lo mío, sinceramente tarde o temprano se darían cuenta de que algo no cuadraba, así que ¿Por qué no ir directos al grano? Como quien camina por casa subí por las escaleras en dirección a esos dos hombres, casi con una naturalidad que hizo que no se percatasen de que era un extraño hasta que estaba a su lado. El primero en verme estuvo a punto de decir algo, pero le corté poniendo mi mano en su cara y empujándolo contra el otro con toda mi fuerza. Ambos se estamparon con un ruidoso golpe contra la barandilla, cayendo a la cubierta de abajo y quedando inconscientes del golpe. El ruido no pasó desapercibido, escuché como este había despertada cierta conmoción en el embarcadero, con varias personas acercándose para ver si venían lo que pasaba, llamando a los dos hombres sin que estos pudieran responder. Tras unos segundos de silencio
cuatro de ellos se miraron y decidieron sacar sus armas y subir a bordo por la pasarela, mientras un quinto marchaba a avisar a alguien.
Parecía que tendría compañía dentro de poco, atraerlos al barco e irlos dejando secos en grupos pequeños parecía una buena idea, pero no creía que me funcionase muchas veces, tenía que pensar en algo rápido antes de que llegasen más. Pero mientras tanto me movería a otra parte del barco y me prepararía para recibir a los otros cuatro. A Sasaki se le daban mejor estas cosas, seguro que ya había pensado en un par de trampas que tenderles, lástima que yo fuera algo más directo.
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Finalmente alcanzó su objetivo. El cuartel marine se alzaba ante él, grande y robusto, aunque pequeño en comparación con lugares como Ennies Lobby o el G-2, aunque Rokuro sabía que poco tenía ya que ver la marina con el Gobierno Mundial. Hacía ya mucho tiempo que se habían separado, y la marina, que ahora respondía ante la Liga de los Mares, quiso demostrarlo reformando aquel cuartel. Sus muros no tendrían más de cinco años, y el sitio parecía moderno y rebosante de vida humana. Soldados de bajo rango entraban y salían sin parar, mientras algunos civiles entraban para denunciar robos o quejarse de la música del vecino.
Rokuro comprendió al instante que necesitaría una distracción para entrar. Rebuscó bajo su ropa y rápidamente sacó un pergamino. Lo abrió ligeramente para confirmar su contenido, asintió con la cabeza al confirmarlo, y continuó andando, pasando de largo el cuartel. En cuanto pudo, dobló una esquina y se quedó oculto en un angosto callejón en el cuál la gente no parecía reparar. Takarashi saltó sobre su hombro y agitó las alas para comenzar a volar. A los pocos segundos apenas se le distinguía en el cielo, y fue aquel momento el que eligió Rokuro para desenrollar por completo el pergamino. Una vez desplegado sobre el suelo, Rokuro sacó un extraño papel de uno de sus bolsillos secretos y lo pegó en una de las paredes del callejón. A los pocos segundos el papel estalló, provocando el sonido de un petardazo y levantando una pequeña cortina de humo, tras la cual los transeúntes de la calle pudieron ver aparecer a dos furiosos rinocerontes que corrían sin rumbo y embestían contra todo aquello que veían.
—No ataqueis a la gente —les había ordenado segundos antes.
Los rinocerontes atacaban cualquier puesto de comida ambulante, destrozaban muros de piedra y entraban en las casas creando grandes boquetes, pero no causaron ninguna víctima humana. Mientras tanto, Rokuro terminó de andar por el callejón y dio la vuelta a un edificio para volver a la calle del cuartel marine. Multitud de hombres, armados con rifles y espadas, se movían con rapidez hacia el escándalo producido por los rinocerontes, dispuestos a detenerlos. Rokuro sabía que no tenía mucho tiempo, y decidió darse prisa.
Cruzó las puertas del cuartel, y se dirigió al mostrador más cercano.
—¡Me han robado! —exclamó con un tono exigente—. ¡Me han robado!
—Cálmese, señor —le dijo la mujer tras el mostrador al ver sus aspavientos—. ¿Podría contarme con tranquilidad qué ha ocurrido?
—Pues verá, estaba yo por la calle viendo un espectáculo callejero cuando... —giró la cabeza a un lado y, fingiendo sorpresa, pegó un chillido—. ¿Pero qué es eso? ¡Ahh! ¡Sácalos de aquí!
Una multitud de cuervos habían aparecido dentro del cuartel, volando por todas partes y armando un revuelo. La mujer tras el mostrador, impactada, cogió un palo e intentó golpearlos; el resto de ocupantes de la sala intentaban hacer lo mismo o salían corriendo. Rokuro, sin embargo, aprovechó aquella segunda distracción para usar el Soru y moverse con rapidez hacia el interior del edificio. Había sido él quién había hecho aparecer los cuervos, y sonrió levemente cuando se dio cuenta de que había conseguido entrar.
«Infiltración exitosa —pensó, orgulloso. No había ido tan mal para ser un plan improvisado instantes atrás—. Lo más difícil ya está hecho».
Rokuro comprendió al instante que necesitaría una distracción para entrar. Rebuscó bajo su ropa y rápidamente sacó un pergamino. Lo abrió ligeramente para confirmar su contenido, asintió con la cabeza al confirmarlo, y continuó andando, pasando de largo el cuartel. En cuanto pudo, dobló una esquina y se quedó oculto en un angosto callejón en el cuál la gente no parecía reparar. Takarashi saltó sobre su hombro y agitó las alas para comenzar a volar. A los pocos segundos apenas se le distinguía en el cielo, y fue aquel momento el que eligió Rokuro para desenrollar por completo el pergamino. Una vez desplegado sobre el suelo, Rokuro sacó un extraño papel de uno de sus bolsillos secretos y lo pegó en una de las paredes del callejón. A los pocos segundos el papel estalló, provocando el sonido de un petardazo y levantando una pequeña cortina de humo, tras la cual los transeúntes de la calle pudieron ver aparecer a dos furiosos rinocerontes que corrían sin rumbo y embestían contra todo aquello que veían.
—No ataqueis a la gente —les había ordenado segundos antes.
Los rinocerontes atacaban cualquier puesto de comida ambulante, destrozaban muros de piedra y entraban en las casas creando grandes boquetes, pero no causaron ninguna víctima humana. Mientras tanto, Rokuro terminó de andar por el callejón y dio la vuelta a un edificio para volver a la calle del cuartel marine. Multitud de hombres, armados con rifles y espadas, se movían con rapidez hacia el escándalo producido por los rinocerontes, dispuestos a detenerlos. Rokuro sabía que no tenía mucho tiempo, y decidió darse prisa.
Cruzó las puertas del cuartel, y se dirigió al mostrador más cercano.
—¡Me han robado! —exclamó con un tono exigente—. ¡Me han robado!
—Cálmese, señor —le dijo la mujer tras el mostrador al ver sus aspavientos—. ¿Podría contarme con tranquilidad qué ha ocurrido?
—Pues verá, estaba yo por la calle viendo un espectáculo callejero cuando... —giró la cabeza a un lado y, fingiendo sorpresa, pegó un chillido—. ¿Pero qué es eso? ¡Ahh! ¡Sácalos de aquí!
Una multitud de cuervos habían aparecido dentro del cuartel, volando por todas partes y armando un revuelo. La mujer tras el mostrador, impactada, cogió un palo e intentó golpearlos; el resto de ocupantes de la sala intentaban hacer lo mismo o salían corriendo. Rokuro, sin embargo, aprovechó aquella segunda distracción para usar el Soru y moverse con rapidez hacia el interior del edificio. Había sido él quién había hecho aparecer los cuervos, y sonrió levemente cuando se dio cuenta de que había conseguido entrar.
«Infiltración exitosa —pensó, orgulloso. No había ido tan mal para ser un plan improvisado instantes atrás—. Lo más difícil ya está hecho».
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Un plan de infiltración perfecto y sin fisuras. Bueno, puede que tuviese algunas fisuras, del tamaño de una fosa marina para ser precisos, pero era un plan y eso era más de lo que se podía pedir de mí. Seguro que Sasaki no cometía este error de cálculos. En efecto, la estrategia de esconderme y atraerlos al barco para irlos dejando secos uno por uno estaba surtiendo efecto, más o menos hasta la segunda persona, momento en el que quedó claro que se habían organizado para montarme una emboscara. Un segundo grupo había subido por el otro lado desde uno de los botes sin que me diera cuenta. Puede que fuera por la gracia de los kami o simplemente por mis buenos reflejos, pero logré zafarme de ellos con a penas unos rasguños. Lo malo era que ahora estaba corriendo camino al almacén por el embarcadero, con una docena de personas armadas pisándome los talones.
Suerte que tenía las piernas fuertes, sino me hubieran rodeado nada más bajar. Pero no podía permitir que la situación siguiera escalando, si salían del embarcadero y llegaban refuerzos era cuestión de tiempo que me rodeasen. Fue entonces cuando la segunda idea brillante llegó a mi cabeza. Si salían del embarcadero. Alcé la mano, llamando a mi arma. una pequeña llamarada se formó en mi palma, materializando mi arma tras esta. Agarré su mango con ambas manos y concentré mi respiración, llenando mis pulmones de aire y lanzando un poderoso grito al tiempo que descargaba mi arma contra la base del embarcadero. La madera salió volando en mil astillas cargándose un par de metros del embarcadero, desestabilizando el resto, haciendo que diez metros de este se acabasen precipitando al mar, junto con todos los que me perseguían. Me hubiera gustado luchar contra ellos, pero no tenía tiempo para eso, podían venir más y no podía quedarme quieto, era alguien pendenciero, y algo tonto, pero no llegaba a descerebrado.
- Bien, es la hora de descubrir quién está detrás de todo esto. - Dije para mí mismo mientras enfundaba mi arma a mi espalda y me apartaba del camino para ponerme a subir la colina aprovechando la maleza como cobertura.
A mis espaldas se escuchaban los gritos alterados de los que me perseguían, así como su chapoteo intentando salir del agua. No había playa, sino más bien una costa rocosa, por lo que les costaría más. Al echar un vistazo pude ver a uno de ellos con un den den mushi, llamando mientras miraba en la dirección en la que me había ido, había provocado al avispero, y estaba seguro de que al llegar todo el mundo estaría preparado para recibirme, lo que no sabían era que era alguien más listo que el oso medio.
Suerte que tenía las piernas fuertes, sino me hubieran rodeado nada más bajar. Pero no podía permitir que la situación siguiera escalando, si salían del embarcadero y llegaban refuerzos era cuestión de tiempo que me rodeasen. Fue entonces cuando la segunda idea brillante llegó a mi cabeza. Si salían del embarcadero. Alcé la mano, llamando a mi arma. una pequeña llamarada se formó en mi palma, materializando mi arma tras esta. Agarré su mango con ambas manos y concentré mi respiración, llenando mis pulmones de aire y lanzando un poderoso grito al tiempo que descargaba mi arma contra la base del embarcadero. La madera salió volando en mil astillas cargándose un par de metros del embarcadero, desestabilizando el resto, haciendo que diez metros de este se acabasen precipitando al mar, junto con todos los que me perseguían. Me hubiera gustado luchar contra ellos, pero no tenía tiempo para eso, podían venir más y no podía quedarme quieto, era alguien pendenciero, y algo tonto, pero no llegaba a descerebrado.
- Bien, es la hora de descubrir quién está detrás de todo esto. - Dije para mí mismo mientras enfundaba mi arma a mi espalda y me apartaba del camino para ponerme a subir la colina aprovechando la maleza como cobertura.
A mis espaldas se escuchaban los gritos alterados de los que me perseguían, así como su chapoteo intentando salir del agua. No había playa, sino más bien una costa rocosa, por lo que les costaría más. Al echar un vistazo pude ver a uno de ellos con un den den mushi, llamando mientras miraba en la dirección en la que me había ido, había provocado al avispero, y estaba seguro de que al llegar todo el mundo estaría preparado para recibirme, lo que no sabían era que era alguien más listo que el oso medio.
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Lo cierto es que, una vez dentro, no tuvo demasiadas complicaciones. Claro está, tuvo el oído siempre alerta para ocultarse ante cualquier persona con la que se pudiera cruzar entre los pasillos del cuartel, e hizo el menor ruido posible.
«De tratarse de una misión de asesinato resultaría más difícil» razonó mientras trataba de orientarse dentro del edificio. Sus habilidades eran lo suficientemente buenas para buscar información aparentemente relevante y salir indemne, aunque acabar con un grupo marine y no dejar el menor rastro habría sido mucho más difícil.
Sin embargo, a los pocos minutos en el interior del cuartel supo que se quedaba sin tiempo. Sabía que la amenaza de los cuervos ya habría sido neutralizada, y que la de los rinocerontes no podría durar mucho más. Todavía tenía más ases bajo la manga, pero prefería guardarselos si era posible; nunca sabía cuándo necesitaría usar sus habilidades, y probablemente no tuviera tiempo de preparar más pergaminos.
Afortunadamente el edificio se encontraba bien organizado y señalizado, quizás debido a su reciente construcción, y no tardó en dar con el sitio que buscaba. Usando su fruta del diablo, creó un poco de tinta en la punta de su dedo índice para dibujar una llave en la pared, y dándole vida, la cogió para abrir la puerta cerrada que se alzaba ante él. «Informes y registros» rezaba un cartel informativo a su derecha.
Una vez dentro cerró la puerta y empezó a moverse sigiloso en busca de los archivos sobre desapariciones. Finalmente encontró una caja con algo de polvo; no parecía que les hubieran hecho mucho caso últimamente. La abrió, observó rápidamente su contenido, y decidió llevársela con él. Probablemente ni siquiera la echasen de menos.
La salida fue fácil: para evitar volver a pasar por el control de la entrada, subió a la azotea, en dónde Takarashi le estaba esperando. El ave, usando sus extraños poderes, creció hasta alcanzar el tamaño suficiente para transportar a una persona, tras lo cuál Rokuro se subió a su espalda. Al despegar y alzar el vuelo, Rokuro sabía que había logrado escapar sin problemas: desde abajo Takarashi solo parecía un ave normal más, ya que desde la distancia era muy difícil discernir su tamaño.
Al final aterrizó con el ave en un lugar seguro, tras lo cual comenzó a leer detenidamente los informes. Lo primero que empezó a hacer fue buscar un patrón a seguir entre las víctimas. ¿Enemigos en común? Difícil, las víctimas eran muy diferentes entre sí. ¿Mis sexo o edad? Tampoco. ¿Color de piel, raza? Quizás se tratase de delitos de odio, pero tampoco era el caso. Sin embargo sí que se percató de un detalle: todas las personas se encontraban sanas, saludables y en forma, igual que los legionarios desaparecidos.
—Claro, ¡los legionarios! —exclamó ante Takarashi.
¿Cómo no podía haberse dado cuenta antes? Habían desaparecido por completo, un escuadrón entero junto a su barco, y ocultar aquello no era nada fácil.
«Empezaré buscando el barco —decidió convencido de que aquello sería lo más fácil de encontrar—. ¿En qué puerto pueden haberlo escondido?»
«De tratarse de una misión de asesinato resultaría más difícil» razonó mientras trataba de orientarse dentro del edificio. Sus habilidades eran lo suficientemente buenas para buscar información aparentemente relevante y salir indemne, aunque acabar con un grupo marine y no dejar el menor rastro habría sido mucho más difícil.
Sin embargo, a los pocos minutos en el interior del cuartel supo que se quedaba sin tiempo. Sabía que la amenaza de los cuervos ya habría sido neutralizada, y que la de los rinocerontes no podría durar mucho más. Todavía tenía más ases bajo la manga, pero prefería guardarselos si era posible; nunca sabía cuándo necesitaría usar sus habilidades, y probablemente no tuviera tiempo de preparar más pergaminos.
Afortunadamente el edificio se encontraba bien organizado y señalizado, quizás debido a su reciente construcción, y no tardó en dar con el sitio que buscaba. Usando su fruta del diablo, creó un poco de tinta en la punta de su dedo índice para dibujar una llave en la pared, y dándole vida, la cogió para abrir la puerta cerrada que se alzaba ante él. «Informes y registros» rezaba un cartel informativo a su derecha.
Una vez dentro cerró la puerta y empezó a moverse sigiloso en busca de los archivos sobre desapariciones. Finalmente encontró una caja con algo de polvo; no parecía que les hubieran hecho mucho caso últimamente. La abrió, observó rápidamente su contenido, y decidió llevársela con él. Probablemente ni siquiera la echasen de menos.
La salida fue fácil: para evitar volver a pasar por el control de la entrada, subió a la azotea, en dónde Takarashi le estaba esperando. El ave, usando sus extraños poderes, creció hasta alcanzar el tamaño suficiente para transportar a una persona, tras lo cuál Rokuro se subió a su espalda. Al despegar y alzar el vuelo, Rokuro sabía que había logrado escapar sin problemas: desde abajo Takarashi solo parecía un ave normal más, ya que desde la distancia era muy difícil discernir su tamaño.
Al final aterrizó con el ave en un lugar seguro, tras lo cual comenzó a leer detenidamente los informes. Lo primero que empezó a hacer fue buscar un patrón a seguir entre las víctimas. ¿Enemigos en común? Difícil, las víctimas eran muy diferentes entre sí. ¿Mis sexo o edad? Tampoco. ¿Color de piel, raza? Quizás se tratase de delitos de odio, pero tampoco era el caso. Sin embargo sí que se percató de un detalle: todas las personas se encontraban sanas, saludables y en forma, igual que los legionarios desaparecidos.
—Claro, ¡los legionarios! —exclamó ante Takarashi.
¿Cómo no podía haberse dado cuenta antes? Habían desaparecido por completo, un escuadrón entero junto a su barco, y ocultar aquello no era nada fácil.
«Empezaré buscando el barco —decidió convencido de que aquello sería lo más fácil de encontrar—. ¿En qué puerto pueden haberlo escondido?»
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Ya estaba casi llegando a la mansión, sólo tenía que subir un poco más por aquella pendiente y estaría ahí. Tenía que haber llovido hacía poco, la hierba estaba húmeda y resbaladiza, tenía que medir cada uno de mis pasos para no caer al suelo, pero una vez llegase a un suelo más estable no tendría que tener cuidado con eso. Por fin, un simple seto me separaba de los jardines del interior. Aparté las hojas y miré al interior, se podían ver siluetas moviéndose de un lado a otro en el interior a través de las ventanas, entre la pared más cercana y el seto había perfectamente unos treinta metros de cuidados jardines con una fuente en medio. Bien, era la hora de llegar al fondo de este asunto, o eso pensaba.
De pronto, la oscuridad, mi vieja amiga, me saludó de nuevo, haciendo que me quedase dormido en el sitio justo cuando estaba a punto de atravesar la maleza. Perdí el equilibrio y mi cuerpo se desplomó de espaldas, precipitándose pendiente abajo, golpeando los matojos y árboles en su camino, rebotando contra ellos sin ofrecer mucha resistencia, aunque quizás eso fuera lo mejor. Mi cuerpo acabó estampándose contra la pared del almacén que había abajo, dejando un boquete en la madera.
Abrí los ojos, notando de golpe el dolor de la caída y los múltiples golpes que tenía por el cuerpo, agradeciendo que esta vez hubiera sido un sueño corto. Intenté apoyarme con la mano derecha en algo para poder incorporarme, tirando al suelo una lámpara de aceite sin querer. Rodé a un lado para apartarme y no prenderme en llamas, viendo cómo en su lugar una serie de sacos comenzaban a arder. Miré a los lados, pero no había nada para apagarlo salvo unas botellas dentro de una caja. Comencé a lanzarlas contra las llamas con la esperanza de apagarlas, pero me había olvidado de leer la etiqueta de las botellas. Las llamas se avivaron más al tiempo que leía que lo que les había lanzado era licor. Tragué saliva, esto se me estaba yendo de las manos. Miré el boquete por el que había entrado y decidí salir por este antes de que el fuego me rodease. Sin mirar atrás volví a subir la colina, por lo menos esperaba que todo este desastre sirviera de distracción porque la columna de humo que se había levantado era lo suficientemente grande como para no poder ser ignorada.
Ahora sí, si no había más contratiempos, era la hora de descubrir, quién estaba detrás de todo esto, aunque tenía la sensación que no había hecho más que agitar aún más el avispero.
De pronto, la oscuridad, mi vieja amiga, me saludó de nuevo, haciendo que me quedase dormido en el sitio justo cuando estaba a punto de atravesar la maleza. Perdí el equilibrio y mi cuerpo se desplomó de espaldas, precipitándose pendiente abajo, golpeando los matojos y árboles en su camino, rebotando contra ellos sin ofrecer mucha resistencia, aunque quizás eso fuera lo mejor. Mi cuerpo acabó estampándose contra la pared del almacén que había abajo, dejando un boquete en la madera.
Abrí los ojos, notando de golpe el dolor de la caída y los múltiples golpes que tenía por el cuerpo, agradeciendo que esta vez hubiera sido un sueño corto. Intenté apoyarme con la mano derecha en algo para poder incorporarme, tirando al suelo una lámpara de aceite sin querer. Rodé a un lado para apartarme y no prenderme en llamas, viendo cómo en su lugar una serie de sacos comenzaban a arder. Miré a los lados, pero no había nada para apagarlo salvo unas botellas dentro de una caja. Comencé a lanzarlas contra las llamas con la esperanza de apagarlas, pero me había olvidado de leer la etiqueta de las botellas. Las llamas se avivaron más al tiempo que leía que lo que les había lanzado era licor. Tragué saliva, esto se me estaba yendo de las manos. Miré el boquete por el que había entrado y decidí salir por este antes de que el fuego me rodease. Sin mirar atrás volví a subir la colina, por lo menos esperaba que todo este desastre sirviera de distracción porque la columna de humo que se había levantado era lo suficientemente grande como para no poder ser ignorada.
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