Bert Gasso era un pirata peligroso. Llevabas estudiando sus habilidades algún tiempo ya, así como las de su tripulación. Usuario de fruta del diablo, una logia, nada menos, había sido capaz de reunir una tripulación de maleantes que a poco menos superaba los ochenta millones de berries en total, de los que él era ni más ni menos que una tercera parte. Veintisiete millones de berries en asesinatos, extorsiones y robos a lo largo del South Blue que le habían granjeado un sangriento currículum al que estabas decidida a poner fin. Se te había escapado Haley y no había rastro de Leroy, por lo que en lo que te encontrabas con ellos el ruidoso Gasso era la presa perfecta para hacer apetito.
También era más peligroso. Habías empezado a planificar su captura hacía un par de semanas, pero cualquier usuario logia, aunque fuese una logia menor como el limo, llegaba a ser impredecible. Te había costado mucho minimizar los riesgos y horas de estudio plantearte cómo dejarlo en jaque mate, asumiendo finalmente que aquella tarea sería sencillamente imposible. No había ninguna estrategia que hubieras podido prever en la que tú sola fueses capaz de dejarlo en un callejón sin salida. La cosa empeoraba cuando recordabas que Hayato seguía en paradero desconocido y Sasaki había dejado el barco para ir a buscarlo, por lo que solamente contabas con Hatsume. Y Hatsume estaba pasando por una de esas etapas adolescentes en las que apenas salía de su cuarto o se comunicaba con nadie. En semejante situación estabas, sencillamente, sola. Y aun así, sin estar segura de que podrías hacerlo, estabas dispuesta a llegar al jaque mate. Y si no, combatirías. Tenías un as en la manga que llevabas meses planificando.
El barco atracó. Aquel día no mandaste a los chicos a reunir información. Si algo te sobraba era información, Gasso estaba oculto entre unas rocas al otro lado de la isla, descansando en una pequeña cala lejos de miradas indiscretas y con una red de marineros desplegada a lo largo de la isla, de una forma similar a cómo disponías tú a tus muchachos, pero en un ámbito mucho más defensivo. Se enterarían si preguntaban por él y arruinarían el factor sorpresa: Tu mayor baza la conocías. No te gustaba, era arriesgada, pero era la mejor que tenías: Debías caminar hasta allí. Al fin y al cabo no eras especialmente conocida; tampoco parecías cazarrecompensas. Al menos, no con aquel vestido blanco de volantes tan veraniego. Cierto era que ocultabas bajo él, en la muslera, los cuchillos, pero ni siquiera se notaban con el vuelo de la falda, y tus zapatitos de casi tacón a juego te hacían ver como una dominguera más. Quizá intentasen secuestrarte; ese era el mayor riesgo. Si simplemente te ignoraban cuando llegases al barco, habrías ganado. Más o menos.
Pisaste el muelle y callejeaste un poco, asegurándote de parecer lo bastante indecisa como para que nadie sospechara de ti. Perdida en una isla nueva, curiosa de cada escaparate, pero siguiendo el rastro. Aprovechabas tu visión periférica para localizar a la gente que se encontraba a tu alrededor y utilizabas una fingida inocencia para mirar a todas partes. Luego analizabas lo que ibas captando. Pero apenas había nadie vigilando, solo un par de hombres que ya conocías: Ambos con recompensa, pero miserable.
Cuando decidiste que había pasado un tiempo prudencial te metiste por un callejón. Conocías el mapa de la aldea, no era difícil de memorizar, y te pusiste rumbo al barco pirata con total y absoluta decisión. Lo que menos podías permitirte en ese momento era dudar.
También era más peligroso. Habías empezado a planificar su captura hacía un par de semanas, pero cualquier usuario logia, aunque fuese una logia menor como el limo, llegaba a ser impredecible. Te había costado mucho minimizar los riesgos y horas de estudio plantearte cómo dejarlo en jaque mate, asumiendo finalmente que aquella tarea sería sencillamente imposible. No había ninguna estrategia que hubieras podido prever en la que tú sola fueses capaz de dejarlo en un callejón sin salida. La cosa empeoraba cuando recordabas que Hayato seguía en paradero desconocido y Sasaki había dejado el barco para ir a buscarlo, por lo que solamente contabas con Hatsume. Y Hatsume estaba pasando por una de esas etapas adolescentes en las que apenas salía de su cuarto o se comunicaba con nadie. En semejante situación estabas, sencillamente, sola. Y aun así, sin estar segura de que podrías hacerlo, estabas dispuesta a llegar al jaque mate. Y si no, combatirías. Tenías un as en la manga que llevabas meses planificando.
El barco atracó. Aquel día no mandaste a los chicos a reunir información. Si algo te sobraba era información, Gasso estaba oculto entre unas rocas al otro lado de la isla, descansando en una pequeña cala lejos de miradas indiscretas y con una red de marineros desplegada a lo largo de la isla, de una forma similar a cómo disponías tú a tus muchachos, pero en un ámbito mucho más defensivo. Se enterarían si preguntaban por él y arruinarían el factor sorpresa: Tu mayor baza la conocías. No te gustaba, era arriesgada, pero era la mejor que tenías: Debías caminar hasta allí. Al fin y al cabo no eras especialmente conocida; tampoco parecías cazarrecompensas. Al menos, no con aquel vestido blanco de volantes tan veraniego. Cierto era que ocultabas bajo él, en la muslera, los cuchillos, pero ni siquiera se notaban con el vuelo de la falda, y tus zapatitos de casi tacón a juego te hacían ver como una dominguera más. Quizá intentasen secuestrarte; ese era el mayor riesgo. Si simplemente te ignoraban cuando llegases al barco, habrías ganado. Más o menos.
Pisaste el muelle y callejeaste un poco, asegurándote de parecer lo bastante indecisa como para que nadie sospechara de ti. Perdida en una isla nueva, curiosa de cada escaparate, pero siguiendo el rastro. Aprovechabas tu visión periférica para localizar a la gente que se encontraba a tu alrededor y utilizabas una fingida inocencia para mirar a todas partes. Luego analizabas lo que ibas captando. Pero apenas había nadie vigilando, solo un par de hombres que ya conocías: Ambos con recompensa, pero miserable.
Cuando decidiste que había pasado un tiempo prudencial te metiste por un callejón. Conocías el mapa de la aldea, no era difícil de memorizar, y te pusiste rumbo al barco pirata con total y absoluta decisión. Lo que menos podías permitirte en ese momento era dudar.
Mikazuki Hayato
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Akuma no mi
Varios
Unos días antes
La enorme espada descansaba sobre mi hombro, caminada de un lado a otro, ignorando el dolor de las heridas, por lo menos mientras la emoción del combate siguiera recorriendo mi cuerpo. A mi lado las tres armaduras estaban destrozadas, habían dado un buen combate, casi muero, no lo vamos a negar, pero no parecían pensadas para resistir la fuerza de mis golpes.
- Entonces... si lo he entendido bien... se fue en un barco en dirección a Isla Banaro. - Pregunté al agacharme frente a uno de los guerreros enlatados, dando golpecitos con mi arma sobre el hombro.
- S-si, es la siguiente en la ruta, no tiene pérdida, salen barcos de pasajeros todos los días del puerto a las 8 de la mañana y de la tarde. - Contestó con una voz temblorosa, no sabía si por el dolor o por el miedo, pero viendo que sus compañeros estaban ligeramente peor y el resto de guardias se habían retirado, no tenía motivos para mentirme.
Y en efecto, no era una mentira, tal y como había dicho no me costó nada llegar al puerto, no había nada de cola para sacar la entrada y llegar al barco, es más, fueron tan amables de esperar un poco más sólo por mí. Quizás, pensándolo mejor, fui un poco iluso al no pensar que todo esto era una trampa. Puede que tanta amabilidad nada más llegar y que me invitasen a cenar en la mesa del capitán debió de ser algo sospechoso. Era posible que el hecho de que me sirvieran un vino diferente al del resto de los de la mesa fuera una treta para sedarme, o puede que simplemente mi enfermedad del sueño decidiera hacer de las suyas. En todo casi lo que estaba seguro es que tiempo para reflexionar en todo ello no me había faltado los últimos días.
En la actualidad
Me desperté vestido con unos harapos, en lo que parecía una especie de jaula métalica, encadenado con gurisas cadenas al suelo, así como con grilletes en manos, pies y cuello. El aire estaba enrarecido, pero era notablemente más limpio que el de aquel páramo tóxico. Tenía hambre, como si hubiera estado un par de días sin comer. Parecía que me encontraba en otra isla, se veía algo de luz solar al fondo de lo que tenía pinta de ser una pequeña gruta al lado del mar. Había varias personas al fondo, hablando al lado de un barco situado fuera, distinto a aquel en el que había venido. Se reían mientras uno de ellos trataba de mover arrastrando mi arma, parecía que todavía no se habían percatado de que estaba despierto, mejor, necesitaba algo más de información antes de intentar salir por la fuerza. Volví a cerrar los ojos y centrarme únicamente en mi respiración, no era alguien brillante, pero ser impulsivo me había metido en esta situación, esta vez me tomaría mi tiempo para pensar. Tenía ganas de romper estas cadenas y salir, de dejar que la ira me dominase, de castigar a aquellos que habían tocado mi alma sin mi permiso. Pero por ahora y, hasta un cambio de planes, tocaba ignorar mis deseos, ya llegaría el momento.
La enorme espada descansaba sobre mi hombro, caminada de un lado a otro, ignorando el dolor de las heridas, por lo menos mientras la emoción del combate siguiera recorriendo mi cuerpo. A mi lado las tres armaduras estaban destrozadas, habían dado un buen combate, casi muero, no lo vamos a negar, pero no parecían pensadas para resistir la fuerza de mis golpes.
- Entonces... si lo he entendido bien... se fue en un barco en dirección a Isla Banaro. - Pregunté al agacharme frente a uno de los guerreros enlatados, dando golpecitos con mi arma sobre el hombro.
- S-si, es la siguiente en la ruta, no tiene pérdida, salen barcos de pasajeros todos los días del puerto a las 8 de la mañana y de la tarde. - Contestó con una voz temblorosa, no sabía si por el dolor o por el miedo, pero viendo que sus compañeros estaban ligeramente peor y el resto de guardias se habían retirado, no tenía motivos para mentirme.
Y en efecto, no era una mentira, tal y como había dicho no me costó nada llegar al puerto, no había nada de cola para sacar la entrada y llegar al barco, es más, fueron tan amables de esperar un poco más sólo por mí. Quizás, pensándolo mejor, fui un poco iluso al no pensar que todo esto era una trampa. Puede que tanta amabilidad nada más llegar y que me invitasen a cenar en la mesa del capitán debió de ser algo sospechoso. Era posible que el hecho de que me sirvieran un vino diferente al del resto de los de la mesa fuera una treta para sedarme, o puede que simplemente mi enfermedad del sueño decidiera hacer de las suyas. En todo casi lo que estaba seguro es que tiempo para reflexionar en todo ello no me había faltado los últimos días.
En la actualidad
Me desperté vestido con unos harapos, en lo que parecía una especie de jaula métalica, encadenado con gurisas cadenas al suelo, así como con grilletes en manos, pies y cuello. El aire estaba enrarecido, pero era notablemente más limpio que el de aquel páramo tóxico. Tenía hambre, como si hubiera estado un par de días sin comer. Parecía que me encontraba en otra isla, se veía algo de luz solar al fondo de lo que tenía pinta de ser una pequeña gruta al lado del mar. Había varias personas al fondo, hablando al lado de un barco situado fuera, distinto a aquel en el que había venido. Se reían mientras uno de ellos trataba de mover arrastrando mi arma, parecía que todavía no se habían percatado de que estaba despierto, mejor, necesitaba algo más de información antes de intentar salir por la fuerza. Volví a cerrar los ojos y centrarme únicamente en mi respiración, no era alguien brillante, pero ser impulsivo me había metido en esta situación, esta vez me tomaría mi tiempo para pensar. Tenía ganas de romper estas cadenas y salir, de dejar que la ira me dominase, de castigar a aquellos que habían tocado mi alma sin mi permiso. Pero por ahora y, hasta un cambio de planes, tocaba ignorar mis deseos, ya llegaría el momento.
¿Quién te iba a decir a ti que estarías vestida de turista en uno de los momentos más tensos de aquel año? A pesar de todo lo que habías hecho, de la fruta y de haber sobrevivido, seguías mordiéndote el labio afanosamente cuando te ponías nerviosa. Por fortuna, tu cara aniñada y tu sempiterna sonrisa hacían que no llamases demasiado la atención, o al menos que la atención que recibías fuese indolente y escasamente suspicaz. Algunas personas, de hecho, se paraban a mirarte. Un grupo de maleantes casi se sintió más aterrado con tu presencia en un callejón oscuro del que debería haber sentido una muchacha normal frente a ellos, pero eso también era una lección que habías aprendido: Te tenían más miedo que tú a ellos. Últimamente tratabas de utilizar el miedo como herramienta, o más bien la ausencia de este. Todavía no lo manejabas por completo, pero veías en la gente que tu indiferencia en determinados escenarios causaba pavor. También que cuanto más tranquila estabas, de llegar un momento crítico, nuestro intercambio se forzaba.
Aun así, te hacías la tonta. Los habías saludado con cierta indiferencia dicharachera, como si no reparases en lo que estaban haciendo, y te habías ido algo apurada antes de que se hiciesen preguntas. Seguías mirando a todas partes y a ninguna en particular buscando algo con lo que aún no te hubieras topado, sin perder el rumbo. Ibas doblando calle a calle sin titubear, pero mirando en cada cruce como si lo hicieras. Segura de ti misma pero con la mano fuertemente aferrada a la correa del bolso, temerosa de que te lo robaran. No sabías mentir, pero sí actuar, y aunque en el cara a cara cualquiera podría percatarse de que eras un engaño nadie desde varios metros de distancia podría suponer que no eras todo lo que estabas mostrando. Y, con todo, hubo movimiento.
No rompiste la ilusión de candidez cuando te diste cuenta de que un hombre corría a tu espalda, adelantándote. Con medio millón de berries por su cabeza, Tag Shalke era uno de los novatos de la tripulación, pero bastante peligroso. Era el segundo usuario de la banda, seguramente razón por la que había sido admitido, y el asesinato de una familia noble en las costas de Arabasta hacía medio año tenía que ver, probablemente, con un intento rápido de ganarse el respeto de la banda. Se trataba de un muchacho aparentemente complaciente y anodino, pero también un hombre pragmático y cruel. Se decía que había trabajado antes en los bajos fondos y que su recompensa bien podría equipararse a la de su nuevo capitán si hubiese sido más indiscreto. De hecho, tú estabas segura de que la muerte de aquella familia estaba relacionada con él solo porque él había querido que la relacionasen. Si él se había dado cuenta de tus verdaderas intenciones sería mucho más problemático.
Por suerte dobló una esquina en dirección contraria. Con inocente curiosidad seguiste su ruta con la mirada, comprobando que no te estuviese tendiendo una trampa, y cuando por fin se detuvo para entrar en uno de los portales suspiraste aliviada. Bueno, habrías suspirado, pero un poco de paranoia podía mantenerte viva más tiempo. Yo había aprendido eso de RAL. Tú... Bueno, la cicatriz de nuestro brazo era una forma bonita de decir "por las malas".
No estabas fuera de peligro, claro que no. Sin embargo la sensación de no estar todavía tan bajo sospecha como para que Shalke tratase de detenerte en el momento era un poco liberadora. Seguiste caminando hasta salir de la aldea, viendo cada vez menos edificios salpicados por el área y más gente sospechosa, ya en pequeños grupos, que se hacía la fiesta en barbacoas improvisadas con carne de gaviota. "Toscos hasta para ser piratas", pensaste. El olor a sal también ayudó a saber que estabas muy cerca. Aún no veías el barco, pero no se llegaba a una cala secreta sin otear un poco el panorama. Esta vez sí intentando parecer intimidada te alejaste un poco de los grupúsculos -era una tripulación grande, y no reconocías a ninguno de los cinco oficiales entre los que te ibas topando- y te propusiste dar un rodeo a la suave loma que se acercaba a la costa. Por lo menos tenías una idea de cómo se habían posicionado y empezaste a hacer tu plan.
Soltaste un chillido de pronto, y diste un salto en el sitio. Alguien te había dado una palmada en el trasero.
Aun así, te hacías la tonta. Los habías saludado con cierta indiferencia dicharachera, como si no reparases en lo que estaban haciendo, y te habías ido algo apurada antes de que se hiciesen preguntas. Seguías mirando a todas partes y a ninguna en particular buscando algo con lo que aún no te hubieras topado, sin perder el rumbo. Ibas doblando calle a calle sin titubear, pero mirando en cada cruce como si lo hicieras. Segura de ti misma pero con la mano fuertemente aferrada a la correa del bolso, temerosa de que te lo robaran. No sabías mentir, pero sí actuar, y aunque en el cara a cara cualquiera podría percatarse de que eras un engaño nadie desde varios metros de distancia podría suponer que no eras todo lo que estabas mostrando. Y, con todo, hubo movimiento.
No rompiste la ilusión de candidez cuando te diste cuenta de que un hombre corría a tu espalda, adelantándote. Con medio millón de berries por su cabeza, Tag Shalke era uno de los novatos de la tripulación, pero bastante peligroso. Era el segundo usuario de la banda, seguramente razón por la que había sido admitido, y el asesinato de una familia noble en las costas de Arabasta hacía medio año tenía que ver, probablemente, con un intento rápido de ganarse el respeto de la banda. Se trataba de un muchacho aparentemente complaciente y anodino, pero también un hombre pragmático y cruel. Se decía que había trabajado antes en los bajos fondos y que su recompensa bien podría equipararse a la de su nuevo capitán si hubiese sido más indiscreto. De hecho, tú estabas segura de que la muerte de aquella familia estaba relacionada con él solo porque él había querido que la relacionasen. Si él se había dado cuenta de tus verdaderas intenciones sería mucho más problemático.
Por suerte dobló una esquina en dirección contraria. Con inocente curiosidad seguiste su ruta con la mirada, comprobando que no te estuviese tendiendo una trampa, y cuando por fin se detuvo para entrar en uno de los portales suspiraste aliviada. Bueno, habrías suspirado, pero un poco de paranoia podía mantenerte viva más tiempo. Yo había aprendido eso de RAL. Tú... Bueno, la cicatriz de nuestro brazo era una forma bonita de decir "por las malas".
No estabas fuera de peligro, claro que no. Sin embargo la sensación de no estar todavía tan bajo sospecha como para que Shalke tratase de detenerte en el momento era un poco liberadora. Seguiste caminando hasta salir de la aldea, viendo cada vez menos edificios salpicados por el área y más gente sospechosa, ya en pequeños grupos, que se hacía la fiesta en barbacoas improvisadas con carne de gaviota. "Toscos hasta para ser piratas", pensaste. El olor a sal también ayudó a saber que estabas muy cerca. Aún no veías el barco, pero no se llegaba a una cala secreta sin otear un poco el panorama. Esta vez sí intentando parecer intimidada te alejaste un poco de los grupúsculos -era una tripulación grande, y no reconocías a ninguno de los cinco oficiales entre los que te ibas topando- y te propusiste dar un rodeo a la suave loma que se acercaba a la costa. Por lo menos tenías una idea de cómo se habían posicionado y empezaste a hacer tu plan.
Soltaste un chillido de pronto, y diste un salto en el sitio. Alguien te había dado una palmada en el trasero.
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Mi pecho se expandía lentamente a medida que el aire entraba en mis pulmones, seguido de una pausa en la que retenía mi aliento durante unos segundos para luego expulsarlo lentamente en una exhalación controlada. Repitiendo el proceso con los ojos cerrados, tratando de centrarme en mi interior, ignorando las distracciones mundanas tal y como me habían enseñado. Lentamente, con cada ciclo me acercaba un poco más, encontrando mi ritmo, fundiéndome más con el entorno que me rodeaba. Notaba el frío metal debajo de mis piernas, escuchaba cómo las cadenas sonaban con un leve chirrido al tensarse con cada inhalación, sentía los grilletes apretar a cada latido de mi corazón, y cómo su superficie oxidada rasgaba mi piel a cada movimiento. Poco a poco, a pesar de no verlo, empezaba a ser consciente de todo mi entorno.
Era una sensación extraña, era como si pudiera notar lo que me rodeaba, pero como si fuera un espectador, como si mis sentidos me narrasen lo que notaba en vez de sentirlo directamente. Y estos me decían que unos pasos se aproximaban, irregulares, era leve, pero se notaba como si no estuvieran acostumbrados al peso que llevaban. Se escuchaba un murmullo a su lado, un suave chapoteo, un sonido familiar, uno que había escuchado miles de veces durante mi infancia. Entonces los pasos se pararon a un par de metros de mí, el frío húmedo del agua me devolvió a la realidad.
- Despierta monstruito. - Dijo la voz cascada frente a la jaula. Abrí los ojos para ver a un hombre de unos treinta mal llevados, su calva comenzaba a clarear y, aunque tenía algo de músculo por el trabajo en el barco no parecía precisamente fuerte... ni brillante. - El jefe va a venir luego y quiere tener unas palabras contigo. A ver si con ese remojo no hueles tanto a mierda.
No dije nada mientras veía cómo los que estaban al fondo, detrás de él, estaban a lo suyo levantando con dificultad la espada o tratando en vano de aflojar las cadenas. Escuchaba sus gritos de frustración llamándola "chatarra oxidada" y demás insultos que no hacían más que añadir más ofensas a la lista. Entonces escuché unos pasos resonar en las paredes de la gruta, por la entrada apareció un hombre notablemente más corpulento que ellos, su risa reverberó en las paredes mientras le quitaba la espada al que la tenía y la levantaba para moverla sin mucha dificultad.
- ¡Eh, no me ignores! - Dijo mientras desenfundaba un alfanje y lo metía entre los barrotes para apuntar a mi cuello. - El jefe dijo que quería hablar contigo, pero como te pases de listo no aseguro que lo hagas de una pieza. Hazme caso, al fin y al cabo soy el número dos. - Yo no era muy listo, pero estaba claro por la mirada a los lados y el tono más bajo con el que había dicho lo último que mentía.
Me limité a mirarlo y sonreír. Entonces volví a tomar aire.
Era una sensación extraña, era como si pudiera notar lo que me rodeaba, pero como si fuera un espectador, como si mis sentidos me narrasen lo que notaba en vez de sentirlo directamente. Y estos me decían que unos pasos se aproximaban, irregulares, era leve, pero se notaba como si no estuvieran acostumbrados al peso que llevaban. Se escuchaba un murmullo a su lado, un suave chapoteo, un sonido familiar, uno que había escuchado miles de veces durante mi infancia. Entonces los pasos se pararon a un par de metros de mí, el frío húmedo del agua me devolvió a la realidad.
- Despierta monstruito. - Dijo la voz cascada frente a la jaula. Abrí los ojos para ver a un hombre de unos treinta mal llevados, su calva comenzaba a clarear y, aunque tenía algo de músculo por el trabajo en el barco no parecía precisamente fuerte... ni brillante. - El jefe va a venir luego y quiere tener unas palabras contigo. A ver si con ese remojo no hueles tanto a mierda.
No dije nada mientras veía cómo los que estaban al fondo, detrás de él, estaban a lo suyo levantando con dificultad la espada o tratando en vano de aflojar las cadenas. Escuchaba sus gritos de frustración llamándola "chatarra oxidada" y demás insultos que no hacían más que añadir más ofensas a la lista. Entonces escuché unos pasos resonar en las paredes de la gruta, por la entrada apareció un hombre notablemente más corpulento que ellos, su risa reverberó en las paredes mientras le quitaba la espada al que la tenía y la levantaba para moverla sin mucha dificultad.
- ¡Eh, no me ignores! - Dijo mientras desenfundaba un alfanje y lo metía entre los barrotes para apuntar a mi cuello. - El jefe dijo que quería hablar contigo, pero como te pases de listo no aseguro que lo hagas de una pieza. Hazme caso, al fin y al cabo soy el número dos. - Yo no era muy listo, pero estaba claro por la mirada a los lados y el tono más bajo con el que había dicho lo último que mentía.
Me limité a mirarlo y sonreír. Entonces volví a tomar aire.
Escuchaste una voz a tu espalda. Serpentina y siseante, lejana aunque estaba justo detrás de ti. Apretabas los dientes mientras oías sin escuchar lo que fuera que decía, conteniendo el impulso de darte la vuelta y partirle la cara. Él por su parte debió tomar tu silencio por complicidad, escalando por tu nalga con los dedos hasta la cintura y tiró de ti hacia él. Te resististe haciéndote a un lado mientras balbuceabas maldiciones hacia esa persona y echaste a caminar, más deprisa que antes.
- ¡¿Entonces no quieres nada?! -escuchaste. Después llegaron unos pasos a la carrera-. Te lo pasarás bien, guapa. -Volvió a tocarte, esta vez directamente por la cintura, esta vez con cierta delicadeza-. Tenemos algo de comida, buen ambiente y si te portas bien... -No supiste por qué dejabas que acercase sus labios a tu oído. Sin embargo, en el momento, pareció la mejor opción-. Ya sabes.
Suspiraste, incómoda, pero dejaste que se quedase ahí durante un par de segundos. No movió las manos hacia ti pero sí acercó su cuerpo. Estabas lejos de tener la situación bajo control y notabas los latidos de tu corazón ir a mil por hora. Miraste hacia los piratas, que estaban mayormente a sus cosas, dándote la vuelta sin dejar que su mano se alejase de ti. No todavía. Ruborizada aún por el chillido que te había obligado a lanzar, posando tu dulce mirada de ojos verdes sobre las pupilas azules del pirata, te acercaste a él más de lo que él mismo habría creído que conseguiría que te acercases. En realidad estabas casi segura de que no pensaba llegar tan lejos; que te haría correr en algún momento o que te unirías a la fiesta para quizás, solo quizás, poder meterte mano por encima de la tela.
Acariciaste su entrepierna con los dedos mientras con la otra mano señalabas tus labios, pidiéndole discretamente que se agachase. Fue fácil bajarle la cremallera del pantalón; se dejó sin reticencias mientras se doblaba hasta tu altura. Con yemas traviesas te metiste por debajo de unos calzones más acartonados de lo que podía ser sano mientras que tu boca buscaba cuidadosamente su oreja. Muy, muy cuidadosamente. Le hiciste cosquillas en el cuello con tu aliento, jugando con el pelo ensortijado bajo su nuca, y tomaste con delicadeza su oreja al tiempo que extendías los dedos para rodear su miembro.
- ¿Qué sé? -Un movimiento de vaivén fue suficiente para que empezase a levantarse-. ¿El buen rato que podrías darme con... Eso? -Cerraste la mano con fuerza mientras esta se transformaba en oscuridad y clavaste las uñas en su cuello, aferrándolo-. Ni se te ocurra hacer ningún ruido, cielo. -Comenzaste a dejar que tu mano absorbiese, dilatando artificialmente los poros de su pene haciendo que se llenase más y más-. Te voy a dar dos opciones -habías logrado que tu tono siguiese dulce de alguna manera- y no creo que te guste ninguna: Puedo arrancarte la polla aquí mismo y largarme mientras te desangras o puedes alargar tu esperanza de vida si me llevas hasta tu barco. -Apretaste con más fuerza, hasta que escuchaste un desgarro como de tela y notaste un quejido de su boca. Le habías levantado la piel. Te reíste con fingida sinceridad, como si acabases de escuchar un chiste especialmente ingenioso, y en una voz que pudiesen escucharte casi por accidente, se lo propusiste-: Entonces... ¿Me vas a enseñar lo que ya sé?
Asintió no pocas veces con apuro. Tú aliviaste la presión, soltándolo, y dejaste que se apartase un par de pasos. Viste que tenías sangre en las uñas y no ocultaste un gesto de repulsión. Sacaste una toallita húmeda del bolso, limpiándote las manos con ella y tendiéndosela a tu nuevo guía.
- ¿Sois piratas? -preguntaste, emocionada, mientras caminabais-. ¡Nunca había visto piratas antes, debéis de ser muy valientes! ¿Eres el capitán?
Fuiste haciéndole una batería de preguntas cuya respuesta ya conocías, pero querías que fuese respondiendo él. Casi te alegrabas de que se hubiera atrevido a manosearte; los piratas a tu alrededor os daban la bienvenida y prácticamente lo felicitaban por su nueva captura. Él, por su parte, esquivaba las miradas mientras trataba de mantener la cara de circunstancias. Una vez tuviste el barco a la vista, definitivamente, supiste que había merecido la pena cruzarte con el marinero. Te había ahorrado una hora entera de rodeo. Porque allí, precioso como una postal, estaba el barco de Gasso.
- ¡¿Entonces no quieres nada?! -escuchaste. Después llegaron unos pasos a la carrera-. Te lo pasarás bien, guapa. -Volvió a tocarte, esta vez directamente por la cintura, esta vez con cierta delicadeza-. Tenemos algo de comida, buen ambiente y si te portas bien... -No supiste por qué dejabas que acercase sus labios a tu oído. Sin embargo, en el momento, pareció la mejor opción-. Ya sabes.
Suspiraste, incómoda, pero dejaste que se quedase ahí durante un par de segundos. No movió las manos hacia ti pero sí acercó su cuerpo. Estabas lejos de tener la situación bajo control y notabas los latidos de tu corazón ir a mil por hora. Miraste hacia los piratas, que estaban mayormente a sus cosas, dándote la vuelta sin dejar que su mano se alejase de ti. No todavía. Ruborizada aún por el chillido que te había obligado a lanzar, posando tu dulce mirada de ojos verdes sobre las pupilas azules del pirata, te acercaste a él más de lo que él mismo habría creído que conseguiría que te acercases. En realidad estabas casi segura de que no pensaba llegar tan lejos; que te haría correr en algún momento o que te unirías a la fiesta para quizás, solo quizás, poder meterte mano por encima de la tela.
Acariciaste su entrepierna con los dedos mientras con la otra mano señalabas tus labios, pidiéndole discretamente que se agachase. Fue fácil bajarle la cremallera del pantalón; se dejó sin reticencias mientras se doblaba hasta tu altura. Con yemas traviesas te metiste por debajo de unos calzones más acartonados de lo que podía ser sano mientras que tu boca buscaba cuidadosamente su oreja. Muy, muy cuidadosamente. Le hiciste cosquillas en el cuello con tu aliento, jugando con el pelo ensortijado bajo su nuca, y tomaste con delicadeza su oreja al tiempo que extendías los dedos para rodear su miembro.
- ¿Qué sé? -Un movimiento de vaivén fue suficiente para que empezase a levantarse-. ¿El buen rato que podrías darme con... Eso? -Cerraste la mano con fuerza mientras esta se transformaba en oscuridad y clavaste las uñas en su cuello, aferrándolo-. Ni se te ocurra hacer ningún ruido, cielo. -Comenzaste a dejar que tu mano absorbiese, dilatando artificialmente los poros de su pene haciendo que se llenase más y más-. Te voy a dar dos opciones -habías logrado que tu tono siguiese dulce de alguna manera- y no creo que te guste ninguna: Puedo arrancarte la polla aquí mismo y largarme mientras te desangras o puedes alargar tu esperanza de vida si me llevas hasta tu barco. -Apretaste con más fuerza, hasta que escuchaste un desgarro como de tela y notaste un quejido de su boca. Le habías levantado la piel. Te reíste con fingida sinceridad, como si acabases de escuchar un chiste especialmente ingenioso, y en una voz que pudiesen escucharte casi por accidente, se lo propusiste-: Entonces... ¿Me vas a enseñar lo que ya sé?
Asintió no pocas veces con apuro. Tú aliviaste la presión, soltándolo, y dejaste que se apartase un par de pasos. Viste que tenías sangre en las uñas y no ocultaste un gesto de repulsión. Sacaste una toallita húmeda del bolso, limpiándote las manos con ella y tendiéndosela a tu nuevo guía.
- ¿Sois piratas? -preguntaste, emocionada, mientras caminabais-. ¡Nunca había visto piratas antes, debéis de ser muy valientes! ¿Eres el capitán?
Fuiste haciéndole una batería de preguntas cuya respuesta ya conocías, pero querías que fuese respondiendo él. Casi te alegrabas de que se hubiera atrevido a manosearte; los piratas a tu alrededor os daban la bienvenida y prácticamente lo felicitaban por su nueva captura. Él, por su parte, esquivaba las miradas mientras trataba de mantener la cara de circunstancias. Una vez tuviste el barco a la vista, definitivamente, supiste que había merecido la pena cruzarte con el marinero. Te había ahorrado una hora entera de rodeo. Porque allí, precioso como una postal, estaba el barco de Gasso.
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Intelecto
Agudeza
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La cuchilla se acercó más a mi carne, lentamente me levanté mirándole a los ojos mientras él trataba de mantener la hoja estable y ocultar malamente que estaba siendo intimidado por alguien encadenado en una jaula. Las cadenas se tensaron cuando terminé de ponerme de pie. Estas ataduras no me dejarían ni aproximarme a los barrotes, pero este idiota me estaba dejando las cosas demasiado fácil.
- Mira a tus pies. Te falla la postura. - Dije sin apartar la mirada de la suya.
- ¿Qué? - Y en ese momento apartó la mirada.
Moví el cuello poniendo la cabeza a un lado de la hoja y agarrándola con los dientes, liberando el aire de los pulmones rápidamente y tirando con un rápido movimiento. Una pose inestable y un agarre demasiado fuerte fue lo que lo necesario para tirar de él hasta que se golpeó con la cabeza contra los barrotes, quedando seco en el suelo. Aunque, por desgracia o por fortuna todo este espectáculo no pasó inadvertido. En cuanto los demás escucharon el golpe contra el metal y vieron al otro caer al suelo no tardaron en acercarse corriendo. Por lo menos tenían los dos dedos de frente de no acercarse demasiado a la jaula, estaba claro que a ese idiota nadie le había enseñado a no tocarle las narices a una bestia encerrada, no importa su estado.
Varios de ellos sacaron pistolas y apuntaron, aunque el grandullón de antes les hizo bajar las armas con un gesto. Todavía llevaba mi espada al hombro. Se acercó con una sonrisa socarrona y apartó al supuesto segundo al mando de una patada. Ahora que lo veía mejor estaba claro que este era algo más competente que el resto, no sólo por su físico claramente más grande, sino porque este parecía estar bien pulido. A pesar de una barriga que sobresalía entre la ropa, se notaba que esta no era precisamente grasa, las cicatrices de los brazos eran testigos silenciosos de batallas a las que había sobrevivido, su melena castaña estaba recogida en una coleta y parecía tan cuidada como la barba que le llegaba a cubrir un grueso cuello.
- ¿Veis? Si os digo que no os acerquéis es por algo. - Gritó al resto de los hombres al frente de la jaula. - Supe en cuanto lo vi que estaba hecho de otra pasta.
- Tú eres el "jefe" supongo. - Dije tras escupir el alfanje fuera de la jaula.
- ¿Yo? - Su carcajada resonó por las paredes de la gruta. - Ese es el capitán Gasso, pero me halagas, yo soy Marcus Zion, uno de sus oficiales. - Este era más creíble. - Sabía que no nos habíamos confundido al comprarte, verás lo que se alegra a verte.
Comenzaba a tener sentido lo que me había pasado, supongo que me drogaron y me vendieron a unos piratas tras atarme y encerrarme. Seguro que les dijeron lo que había hecho y pagaron un precio por un esclavo que podía servirles para la banda. Aunque si el capitán todavía no había venido sería por algo, puede que primero intentasen convencerme por las buenas para que no diera problemas, o puede que me intentasen persuadir de otra forma. Fuera como fuera volví a tomar aire lentamente, haciendo como si estuviera procesando la información que me habían dicho. Las cadenas comenzaron a tensarse de nuevo, los tornillos del anclaje en el suelo temblaron un momento al hacerlo. Puede que a la siguiente lo lograse.
- Mira a tus pies. Te falla la postura. - Dije sin apartar la mirada de la suya.
- ¿Qué? - Y en ese momento apartó la mirada.
Moví el cuello poniendo la cabeza a un lado de la hoja y agarrándola con los dientes, liberando el aire de los pulmones rápidamente y tirando con un rápido movimiento. Una pose inestable y un agarre demasiado fuerte fue lo que lo necesario para tirar de él hasta que se golpeó con la cabeza contra los barrotes, quedando seco en el suelo. Aunque, por desgracia o por fortuna todo este espectáculo no pasó inadvertido. En cuanto los demás escucharon el golpe contra el metal y vieron al otro caer al suelo no tardaron en acercarse corriendo. Por lo menos tenían los dos dedos de frente de no acercarse demasiado a la jaula, estaba claro que a ese idiota nadie le había enseñado a no tocarle las narices a una bestia encerrada, no importa su estado.
Varios de ellos sacaron pistolas y apuntaron, aunque el grandullón de antes les hizo bajar las armas con un gesto. Todavía llevaba mi espada al hombro. Se acercó con una sonrisa socarrona y apartó al supuesto segundo al mando de una patada. Ahora que lo veía mejor estaba claro que este era algo más competente que el resto, no sólo por su físico claramente más grande, sino porque este parecía estar bien pulido. A pesar de una barriga que sobresalía entre la ropa, se notaba que esta no era precisamente grasa, las cicatrices de los brazos eran testigos silenciosos de batallas a las que había sobrevivido, su melena castaña estaba recogida en una coleta y parecía tan cuidada como la barba que le llegaba a cubrir un grueso cuello.
- ¿Veis? Si os digo que no os acerquéis es por algo. - Gritó al resto de los hombres al frente de la jaula. - Supe en cuanto lo vi que estaba hecho de otra pasta.
- Tú eres el "jefe" supongo. - Dije tras escupir el alfanje fuera de la jaula.
- ¿Yo? - Su carcajada resonó por las paredes de la gruta. - Ese es el capitán Gasso, pero me halagas, yo soy Marcus Zion, uno de sus oficiales. - Este era más creíble. - Sabía que no nos habíamos confundido al comprarte, verás lo que se alegra a verte.
Comenzaba a tener sentido lo que me había pasado, supongo que me drogaron y me vendieron a unos piratas tras atarme y encerrarme. Seguro que les dijeron lo que había hecho y pagaron un precio por un esclavo que podía servirles para la banda. Aunque si el capitán todavía no había venido sería por algo, puede que primero intentasen convencerme por las buenas para que no diera problemas, o puede que me intentasen persuadir de otra forma. Fuera como fuera volví a tomar aire lentamente, haciendo como si estuviera procesando la información que me habían dicho. Las cadenas comenzaron a tensarse de nuevo, los tornillos del anclaje en el suelo temblaron un momento al hacerlo. Puede que a la siguiente lo lograse.
El paseo fue agradable. Poco a poco el grumete iba notándose un poco menos tenso y la conversación resultó casi gratificante. Seguía manteniendo las distancias, pero estabas segura de poder confiar en que no diría nada antes de que estuvierais allí. Una cualidad de la mayoría de los piratas con los que tratabas era un egoísmo exacerbado. Podían establecer lazos de confianza e incluso sentimientos cercanos al cariño, pero si estaban juntos no era por la complicidad sino por los beneficios. A excepción de los pocos momentos en los que no hubiese huida posible, cualquier lobo de mar con un poco de cerebro estaría encantado de traicionar a sus viejos camaradas por la posibilidad de huir a un aciago destino compartido. Sobre todo, los más novatos.
Aquel chico era un bravucón intentando ganarse algo de respeto, pero un chico al fin y al cabo. Tú hacía mucho tiempo que no te dejabas impresionar por un músculo grande, ni te intimidaba alguien más alto que tú. Su capitán, que en realidad sí te merecía algo más de respeto, tampoco te intimidaba demasiado. Era usuario y hasta donde sabías inteligente, pero con grandes carencias para el liderazgo y un carácter más bien voluble. Tendía a la violencia física contra quienes desobedecían sus despóticas órdenes y solo parecía escuchar a Marcus Zion, uno de sus hombres de confianza. Él no era el cerebro, pero sí un apaciguador nato que había sabido suplir las carencias de su capitán y guiar a la tripulación con un equilibrio de mano dura y simpatía. De no ser por el enorme ego de Gasso lo más probable era que los puestos estuviesen invertidos, pero además... Era fuerte. Gasso era muy fuerte. Según los informes llevaba siendo usuario apenas un par de años, pero sus fechorías eran, desde el punto de vista técnico, impresionantes: De un puñetazo había tirado abajo una pequeña oficina marine -un edificio de dos plantas muy común en las islas que no gozaban de grandes cuarteles generales- y se sabía que había logrado huir de un magíster de la Legión tras un robo exitoso en el corazón de San Faldo. Tenía heridas surcando su rostro y brazos, ninguna de ellas profunda y ninguna de ellas más allá de los hombros. Con sus dos metros era... Era...
Era mucho más impresionante en persona.
No necesitaste fingir terror y admiración a partes iguales cuando lo viste acercándose por el camino del cerro, desde un barco estrecho y afilado de color ceniza. Era al menos tres veces más grande que el Elysium, más estilizado y de remates mucho más elegantes. Sin embargo, los pasos poderosos de Gasso parecían hacer temblar la tierra mientras su monstruosa envergadura se iba haciendo más y más grande a medida que la distancia que os separaba se iba haciendo más escasa. Tragaste saliva cuando se encontraba a poco más de diez metros, agarrándote al brazo del muchacho y evitando hacer contacto visual con él. Él, sin embargo, no tuvo la cortesía.
Por suerte solo te devoró con los ojos por un momento, posando la vista casi de inmediato en su marinero. Si bien tú habías buscado refugio en él de forma inconsciente, él vibraba. Gasso gruñó, deteniéndose.
- Caramba, zagal -espetó, con un tono que parecía más inquisitivo que cercano-. Menuda criatura se te ha colgado del brazo. Es como un trueno en la garganta, déjame que te ayude...
- Capitán...
Te dio un ligero empujón hacia él. De inmediato volvió a la fiesta, lívido. Tú miraste a Gasso con cierto miedo, pero sobre todo con curiosidad. No sonreías, si bien tus labios estaban serenamente curvados hacia arriba, y tratabas de que tu mirada reflejase lo intimidante que era. No fue difícil, en realidad, más cuando te tomó de la cintura y te pegó a él.
- Parece que mis compaes han encontrado un tesoro -dijo. Sus palabras trataban de ser suaves, pero su voz era brusca y su tono tosco-. Son unos pillastres de mala vida, aunque a veces... -Sonreíste, nerviosa-. Iba a ir a vigilar a esta panda de haraganes, pero hay que barrenar el casco de este navío.
Reprimiste una arcada. Te dio una palmada, mucho más suave que la de su chico, para indicarte que avanzaras. Eso hiciste, y te sorprendió ver que con cierta educación se amoldaba a tu paso. No te sorprendió, en realidad: Hasta un asesino quería ser deseado a veces, y no lo lograría con miedo.
- ¿De dónde vienes tú, muchacha? No te pareces a ninguna de las rameras del puerto, y mis compaes no pueden pagarte.
- No soy prostituta, señor -respondiste, piano-. Solo estoy de visita en la...
- ¡A otro con ese cuento, criatura! -te interrumpió-. Espero que no me salgas muy cara, o...
Pusiste la mente en blanco por un momento, suspirando. Deberías haber entrado con violencia; te estarías ahorrando todo ese circo.
Aquel chico era un bravucón intentando ganarse algo de respeto, pero un chico al fin y al cabo. Tú hacía mucho tiempo que no te dejabas impresionar por un músculo grande, ni te intimidaba alguien más alto que tú. Su capitán, que en realidad sí te merecía algo más de respeto, tampoco te intimidaba demasiado. Era usuario y hasta donde sabías inteligente, pero con grandes carencias para el liderazgo y un carácter más bien voluble. Tendía a la violencia física contra quienes desobedecían sus despóticas órdenes y solo parecía escuchar a Marcus Zion, uno de sus hombres de confianza. Él no era el cerebro, pero sí un apaciguador nato que había sabido suplir las carencias de su capitán y guiar a la tripulación con un equilibrio de mano dura y simpatía. De no ser por el enorme ego de Gasso lo más probable era que los puestos estuviesen invertidos, pero además... Era fuerte. Gasso era muy fuerte. Según los informes llevaba siendo usuario apenas un par de años, pero sus fechorías eran, desde el punto de vista técnico, impresionantes: De un puñetazo había tirado abajo una pequeña oficina marine -un edificio de dos plantas muy común en las islas que no gozaban de grandes cuarteles generales- y se sabía que había logrado huir de un magíster de la Legión tras un robo exitoso en el corazón de San Faldo. Tenía heridas surcando su rostro y brazos, ninguna de ellas profunda y ninguna de ellas más allá de los hombros. Con sus dos metros era... Era...
Era mucho más impresionante en persona.
No necesitaste fingir terror y admiración a partes iguales cuando lo viste acercándose por el camino del cerro, desde un barco estrecho y afilado de color ceniza. Era al menos tres veces más grande que el Elysium, más estilizado y de remates mucho más elegantes. Sin embargo, los pasos poderosos de Gasso parecían hacer temblar la tierra mientras su monstruosa envergadura se iba haciendo más y más grande a medida que la distancia que os separaba se iba haciendo más escasa. Tragaste saliva cuando se encontraba a poco más de diez metros, agarrándote al brazo del muchacho y evitando hacer contacto visual con él. Él, sin embargo, no tuvo la cortesía.
Por suerte solo te devoró con los ojos por un momento, posando la vista casi de inmediato en su marinero. Si bien tú habías buscado refugio en él de forma inconsciente, él vibraba. Gasso gruñó, deteniéndose.
- Caramba, zagal -espetó, con un tono que parecía más inquisitivo que cercano-. Menuda criatura se te ha colgado del brazo. Es como un trueno en la garganta, déjame que te ayude...
- Capitán...
Te dio un ligero empujón hacia él. De inmediato volvió a la fiesta, lívido. Tú miraste a Gasso con cierto miedo, pero sobre todo con curiosidad. No sonreías, si bien tus labios estaban serenamente curvados hacia arriba, y tratabas de que tu mirada reflejase lo intimidante que era. No fue difícil, en realidad, más cuando te tomó de la cintura y te pegó a él.
- Parece que mis compaes han encontrado un tesoro -dijo. Sus palabras trataban de ser suaves, pero su voz era brusca y su tono tosco-. Son unos pillastres de mala vida, aunque a veces... -Sonreíste, nerviosa-. Iba a ir a vigilar a esta panda de haraganes, pero hay que barrenar el casco de este navío.
Reprimiste una arcada. Te dio una palmada, mucho más suave que la de su chico, para indicarte que avanzaras. Eso hiciste, y te sorprendió ver que con cierta educación se amoldaba a tu paso. No te sorprendió, en realidad: Hasta un asesino quería ser deseado a veces, y no lo lograría con miedo.
- ¿De dónde vienes tú, muchacha? No te pareces a ninguna de las rameras del puerto, y mis compaes no pueden pagarte.
- No soy prostituta, señor -respondiste, piano-. Solo estoy de visita en la...
- ¡A otro con ese cuento, criatura! -te interrumpió-. Espero que no me salgas muy cara, o...
Pusiste la mente en blanco por un momento, suspirando. Deberías haber entrado con violencia; te estarías ahorrando todo ese circo.
Mikazuki Hayato
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fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Se escuchaba algo de jaleo fuera, voces de gente, gritos alegres de varias docenas de personas que parecían estar festejando algo. De pronto se callaron, juraría que escuchaba a alguien más hablar, pero desde esta distancia no estaba seguro. Por ahora me centraría sólo en lo que tenía en frente, unos piratas alerta y su oficial intentando calmar la situación, haciendo que me mostrase algo más complaciente. Normalmente colaboraría hasta encontrar una situación más favorable, no, eso sería mentir, una mancha en el honor mayor que la de morir ante unos piratas. Al final el camino del guerrero siempre te lleva a una sola salida.
- ¿Y bien? - Dijo Marcus, dando un golpecito con la espada en el hombro. - ¿No tienes nada que decir?
- La estás agarrando mal. - Dije simplemente antes de tomar aire.
Antes de que contestase exhalé con un sonoro grito, expandiendo los músculos a la vez que me transformaba, forzando una última vez las cadenas de forma repentina, rompiendo un eslabón débil y arrancándolas de su anclaje. Sus caras cambiaron inmediatamente en cuanto vieron que las cadenas no habían servido para mantenerme atado y apuntaron con las armas. Inmediatamente me agarré a los barrotes traseros con las manos y di una fuerte patada a los que tenía delante, volcando la jaula, dejando el techo metálico enfrente. Los disparos resonaron con un estruendo ensordecedor dentro de la gruta, la chapa metálica se abolló al instante parando las balas que venían en mi dirección al mismo tiempo que aprovechaba para quitarme unos grilletes doblados y dados de sí. Miré la chapa recortada en un cuadrado central que hacía de trampilla y la golpeé con todas mis fuerzas, lanzándola disparada hacia uno de los piratas.
- ¿Quién os ha ordenado disparar? - Preguntó Marcus furioso. - Mierda, si no es por las buenas, tendré que convencerte por las malas. - Añadió levantando mi arma en una pose amenazante, estaba claro que estaba acostumbrado a las armas pesadas, pero no se había hecho a la distribución del peso de esa.
Con cierta dificultad salí de la jaula al tiempo que él se lanzaba en mi dirección, apartándome de un golpe rondando a un lado. Me incorporé sin perderlo de vista y adopté la posición de combate a la que estaba acostumbrado, desarmado, pero no sin un plan. Marcus volvió a lanzarse, tenía que hacerlo en el momento adecuado, no tenía muchas energías, así que lo mejor sería acabar esto de un golpe. Justo en el momento en el que fue a apoyar el pie derecho llamé a Arashi. La vieja tsurugi desapareció de las manos del pirata para aparecer en un haz de llamas entre las mías, dejándolo expuesto y desequilibrado con una fuerza mayor al peso que llevaba, haciendo que trastabillase. En un instante descargué el aire de mis pulmones en un golpe que resonó como un trueno dentro de la cueva, descargado sobre la robusta espalda del pirata, dejándolo en el suelo. Cuando el polvo se asentó miré al resto de piraras y me puse en guardia, aunque no parecían precisamente dispuestos a luchar.
La conmoción fuera de la gruta se escuchó llamando la atención de los piratas que festejaban fuera, los primeros en enterarse miraron a la entrada para ver a dos de sus compañeros correr aterrado mientras otro salía volando chocando con uno de ellos. El que quedaba miró al resto y señaló al interior.
- El esclavo... - Comenzó a decir temblando. - ¡El esclavo que compramos se ha escapado!
En ese momento una jaula salió volando hasta caer fuera de la gruta, en su interior estaba Marcus Zion encajado. Unos segundos después salí en forma humana y con mi fiel compañera en mis manos, ahora tocaba encontrar dónde habían puesto las espadas de Sasaki.
- ¿Y bien? - Dijo Marcus, dando un golpecito con la espada en el hombro. - ¿No tienes nada que decir?
- La estás agarrando mal. - Dije simplemente antes de tomar aire.
Antes de que contestase exhalé con un sonoro grito, expandiendo los músculos a la vez que me transformaba, forzando una última vez las cadenas de forma repentina, rompiendo un eslabón débil y arrancándolas de su anclaje. Sus caras cambiaron inmediatamente en cuanto vieron que las cadenas no habían servido para mantenerme atado y apuntaron con las armas. Inmediatamente me agarré a los barrotes traseros con las manos y di una fuerte patada a los que tenía delante, volcando la jaula, dejando el techo metálico enfrente. Los disparos resonaron con un estruendo ensordecedor dentro de la gruta, la chapa metálica se abolló al instante parando las balas que venían en mi dirección al mismo tiempo que aprovechaba para quitarme unos grilletes doblados y dados de sí. Miré la chapa recortada en un cuadrado central que hacía de trampilla y la golpeé con todas mis fuerzas, lanzándola disparada hacia uno de los piratas.
- ¿Quién os ha ordenado disparar? - Preguntó Marcus furioso. - Mierda, si no es por las buenas, tendré que convencerte por las malas. - Añadió levantando mi arma en una pose amenazante, estaba claro que estaba acostumbrado a las armas pesadas, pero no se había hecho a la distribución del peso de esa.
Con cierta dificultad salí de la jaula al tiempo que él se lanzaba en mi dirección, apartándome de un golpe rondando a un lado. Me incorporé sin perderlo de vista y adopté la posición de combate a la que estaba acostumbrado, desarmado, pero no sin un plan. Marcus volvió a lanzarse, tenía que hacerlo en el momento adecuado, no tenía muchas energías, así que lo mejor sería acabar esto de un golpe. Justo en el momento en el que fue a apoyar el pie derecho llamé a Arashi. La vieja tsurugi desapareció de las manos del pirata para aparecer en un haz de llamas entre las mías, dejándolo expuesto y desequilibrado con una fuerza mayor al peso que llevaba, haciendo que trastabillase. En un instante descargué el aire de mis pulmones en un golpe que resonó como un trueno dentro de la cueva, descargado sobre la robusta espalda del pirata, dejándolo en el suelo. Cuando el polvo se asentó miré al resto de piraras y me puse en guardia, aunque no parecían precisamente dispuestos a luchar.
La conmoción fuera de la gruta se escuchó llamando la atención de los piratas que festejaban fuera, los primeros en enterarse miraron a la entrada para ver a dos de sus compañeros correr aterrado mientras otro salía volando chocando con uno de ellos. El que quedaba miró al resto y señaló al interior.
- El esclavo... - Comenzó a decir temblando. - ¡El esclavo que compramos se ha escapado!
En ese momento una jaula salió volando hasta caer fuera de la gruta, en su interior estaba Marcus Zion encajado. Unos segundos después salí en forma humana y con mi fiel compañera en mis manos, ahora tocaba encontrar dónde habían puesto las espadas de Sasaki.
Gasso no era la clase de pirata al que podrías conmocionar fácilmente. Incluso si pudieras apuñalarlo era muy probable que estuviese prevenido, y para anular sus poderes deberías quedar tú misma expuesta. Su enorme brazo, casi tan grande como tu torso, era suficientemente amenazador como para disuadirte de hacerlo. Incluso en su amago de abrazo, tan solo acompañando tu cintura con su mano, sabías que era recio. Tenía el brazo tenso, incluso en aquella situación que invitaba al reposo. El capitán no era un mequetrefe, al margen de sus ataques de ira y candente temperamento. Se había ganado su fama gracias a la crueldad de sus acciones, sí, pero también porque era inteligente. Lo bastante astuto, al menos, para sobrevivir en un oficio con alarmantemente alta mortalidad.
- Las mejores cosas de la vida no se pagan con dinero -terminaste por corregirte-. Mi valor no tiene precio, señor.
- Muy vanidosa para ser una puta, ¿no te parece? ¿Cuánto cobras? ¿Cincuenta mil, cien mil la hora? ¡Puedo pagarlo!
Con el bramido te apretó la cintura. Sus dedos eran grandes como salchichas, largos y gruesos; también sucios. Cuando aflojó el agarre te percataste de la marca de hollín y polvo que había dejado en tu vestido blanco. Él, por su parte, vio cómo tu sonrisa se ensanchaba sin saber que se debía al dolor. Te saldrían pronto tantos moretones como dedos tenía. Aunque, para él, aquello significaba algo completamente distinto.
- Así que prefieres fuerte, ¿eh, zagala? -Soltó una carcajada-. Así me gusta; cuando sabéis vuestro lugar. Te va a encantar el camarote del capitán...
Algo captó la atención de Gasso. Tú seguiste la trayectoria de sus ojos hasta una jaula que volaba. Bueno, que caía, en realidad, y estabais en su camino. Te zafaste del pirata y saltaste a un lado casi por instinto, pero él se mantuvo quieto. Levantó un pie para frenar el amasijo de hierros dentro del cual estaba Zion, ovillado y con el rostro ensangrentado. En ese momento pudiste ver furia en los ojos del pirata. Cegado por la ira arrancó un pedazo de metal, suficiente para que el oficial saliese en cuanto estuviese listo, y comenzó a avanzar a pasos agigantados hacia la cueva de la que había salido disparado su camarada.
- Te dije que lo mantuvieses drogado -masculló-. ¡Llama al puto Shalke! ¡Lo quiero aquí antes de un minuto o dará con sus huesos en la primera fosa hedionda que encuentre! Voy a matar a esa cosa antes de que se robe nuestro botín o algo peor.
Si por un momento dudaste, cuando viste aquel hombre pálido salir con lo que parecía una tubería de plomo en sus manos y la expresión serena de que nada de lo sucedido era su culpa confirmaste el primer pensamiento de tu cabeza: Hayato. Sabías que era fuerte, aunque no creías que tanto. Sin embargo, en el momento de verlo te alegraste de que estuviera ahí. Pero suspiraste. Hasta donde sabías, si Gasso llegaba a él antes que tú daría igual la fuerza del samurái: No podría tocarlo. Gran parte de tu plan se basaba fundamentalmente en anular sus poderes y cortarle la garganta sin que pudiera reaccionar. En realidad, pensándolo bien, quizá sí habría sido una buena idea intentar pasar por una prostituta. Habría sido mucho más fácil cogerlo desprevenido en esa situación.
En cualquier caso caminaste hacia delante mientras Gasso echaba a correr. Dejaste que de las sombras surgiesen alrededor de tu cintura las alas de la libertad. Dudabas que nadie se fijase y, con un poco de suerte, podrías agarrarlo por la espalda mientras Hayato lo cogía desprevenido.
- Las mejores cosas de la vida no se pagan con dinero -terminaste por corregirte-. Mi valor no tiene precio, señor.
- Muy vanidosa para ser una puta, ¿no te parece? ¿Cuánto cobras? ¿Cincuenta mil, cien mil la hora? ¡Puedo pagarlo!
Con el bramido te apretó la cintura. Sus dedos eran grandes como salchichas, largos y gruesos; también sucios. Cuando aflojó el agarre te percataste de la marca de hollín y polvo que había dejado en tu vestido blanco. Él, por su parte, vio cómo tu sonrisa se ensanchaba sin saber que se debía al dolor. Te saldrían pronto tantos moretones como dedos tenía. Aunque, para él, aquello significaba algo completamente distinto.
- Así que prefieres fuerte, ¿eh, zagala? -Soltó una carcajada-. Así me gusta; cuando sabéis vuestro lugar. Te va a encantar el camarote del capitán...
Algo captó la atención de Gasso. Tú seguiste la trayectoria de sus ojos hasta una jaula que volaba. Bueno, que caía, en realidad, y estabais en su camino. Te zafaste del pirata y saltaste a un lado casi por instinto, pero él se mantuvo quieto. Levantó un pie para frenar el amasijo de hierros dentro del cual estaba Zion, ovillado y con el rostro ensangrentado. En ese momento pudiste ver furia en los ojos del pirata. Cegado por la ira arrancó un pedazo de metal, suficiente para que el oficial saliese en cuanto estuviese listo, y comenzó a avanzar a pasos agigantados hacia la cueva de la que había salido disparado su camarada.
- Te dije que lo mantuvieses drogado -masculló-. ¡Llama al puto Shalke! ¡Lo quiero aquí antes de un minuto o dará con sus huesos en la primera fosa hedionda que encuentre! Voy a matar a esa cosa antes de que se robe nuestro botín o algo peor.
Si por un momento dudaste, cuando viste aquel hombre pálido salir con lo que parecía una tubería de plomo en sus manos y la expresión serena de que nada de lo sucedido era su culpa confirmaste el primer pensamiento de tu cabeza: Hayato. Sabías que era fuerte, aunque no creías que tanto. Sin embargo, en el momento de verlo te alegraste de que estuviera ahí. Pero suspiraste. Hasta donde sabías, si Gasso llegaba a él antes que tú daría igual la fuerza del samurái: No podría tocarlo. Gran parte de tu plan se basaba fundamentalmente en anular sus poderes y cortarle la garganta sin que pudiera reaccionar. En realidad, pensándolo bien, quizá sí habría sido una buena idea intentar pasar por una prostituta. Habría sido mucho más fácil cogerlo desprevenido en esa situación.
En cualquier caso caminaste hacia delante mientras Gasso echaba a correr. Dejaste que de las sombras surgiesen alrededor de tu cintura las alas de la libertad. Dudabas que nadie se fijase y, con un poco de suerte, podrías agarrarlo por la espalda mientras Hayato lo cogía desprevenido.
Mikazuki Hayato
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Estaba claro que había logrado llamar su atención ¿Cuánta? Entre mucho y toda la que pudiese. Los números y un par de personas competentes era lo que tenía esta banda por lo que había podido ver, así que encargarme de ellos no debía de ser difícil. A no ser claro que su jefe fuera un verdadero portento, o que contasen con un as bajo la manga que me pillase desprevenido. Entonces pude ver a una persona más grande incluso que Marcus dar órdenes a unos metros, la rapidez con la que le habían hecho caso me decía que podía ser perfectamente el capitán de la banda o, como mínimo otro de los oficiales.
El enorme hombre corrió hacia mí, aparentemente desarmado y con una expresión furiosa en el rostro. Cuando llegó plantó el pie izquierdo en el suelo con tal fuerza que la tierra tembló y se agrietó bajo este, dejándome entender que aquel hombre golpeaba con una fuerza mayor que la de su compañero. Interpuse mi arma y un sonido metálico resonó por toda la cala como el tañido de una campana de bronce. Había notado la fuerza del golpe por todos los huesos de mi cuerpo, apreté los dientes a la vez que la inercia me arrastraba un par de metros hacia atrás. Me recompuse y lo miré a los ojos, viendo cómo planeaba seguir con un gancho ascendente con el otro puño. Tomé aire y me hice a un lado, alzando de nuevo mi arma para descargarla con un grito en un golpe demoledor dirigido a su hombro derecho. Arashi chocó contra el suelo, pero lo que me dejó perplejo no fue que lo hubiera esquivado, sino que el arma lo había atravesado como si de una sustancia viscosa se tratase. Desde el hombro derecho hasta la ingle un grueso surco se abría en su cuerpo, pero en vez de haber carne sólo había una sustancia viscosa parecida al barro de un cenagal.
El hombre sonrió, había roto mi ritmo y mi postura con ese truco, y él lo sabía. Juntó los puños para descargar un mazazo con ellos sobre mi espalda. El aire escapó de mis pulmones y de mi boca salió el poco contenido de mi estómago al ser aplastado con al fuerza contra el suelo. Me levantó con una mano y me miró directo a los ojos.
- Veo que sigues respirando... - Dijo con una sonrisa socarrona. - Mejor. Y en ese momento formó una púa con el puño, lanzando un golpe con esta que atravesó mi vientre con tal fuerza que me empujó contra la pared de roca más cercana.
Así que esta era la fuerza de los verdaderos piratas de Grand Line. En ese momento por mi cabeza no pasó el dolor de los huesos rotos, ni el ardor de las heridas, ni siquiera la calidez de la sangre que bajaba por mis piernas. No aparté mi mirada ni un sólo momento de él, lo único en lo que pensaba era el mi propia debilidad y al sentir el tacto de Arashi en la mano derecha, en cómo superarla.
El enorme hombre corrió hacia mí, aparentemente desarmado y con una expresión furiosa en el rostro. Cuando llegó plantó el pie izquierdo en el suelo con tal fuerza que la tierra tembló y se agrietó bajo este, dejándome entender que aquel hombre golpeaba con una fuerza mayor que la de su compañero. Interpuse mi arma y un sonido metálico resonó por toda la cala como el tañido de una campana de bronce. Había notado la fuerza del golpe por todos los huesos de mi cuerpo, apreté los dientes a la vez que la inercia me arrastraba un par de metros hacia atrás. Me recompuse y lo miré a los ojos, viendo cómo planeaba seguir con un gancho ascendente con el otro puño. Tomé aire y me hice a un lado, alzando de nuevo mi arma para descargarla con un grito en un golpe demoledor dirigido a su hombro derecho. Arashi chocó contra el suelo, pero lo que me dejó perplejo no fue que lo hubiera esquivado, sino que el arma lo había atravesado como si de una sustancia viscosa se tratase. Desde el hombro derecho hasta la ingle un grueso surco se abría en su cuerpo, pero en vez de haber carne sólo había una sustancia viscosa parecida al barro de un cenagal.
El hombre sonrió, había roto mi ritmo y mi postura con ese truco, y él lo sabía. Juntó los puños para descargar un mazazo con ellos sobre mi espalda. El aire escapó de mis pulmones y de mi boca salió el poco contenido de mi estómago al ser aplastado con al fuerza contra el suelo. Me levantó con una mano y me miró directo a los ojos.
- Veo que sigues respirando... - Dijo con una sonrisa socarrona. - Mejor. Y en ese momento formó una púa con el puño, lanzando un golpe con esta que atravesó mi vientre con tal fuerza que me empujó contra la pared de roca más cercana.
Así que esta era la fuerza de los verdaderos piratas de Grand Line. En ese momento por mi cabeza no pasó el dolor de los huesos rotos, ni el ardor de las heridas, ni siquiera la calidez de la sangre que bajaba por mis piernas. No aparté mi mirada ni un sólo momento de él, lo único en lo que pensaba era el mi propia debilidad y al sentir el tacto de Arashi en la mano derecha, en cómo superarla.
Gasso recortó la distancia mucho más rápido de lo que habrías imaginado. Bajo sus pies el suelo temblaba violentamente, como si su rabia trascendiese el ambiente. Para cuando llegó hasta él, tú apenas habías echado a caminar. Veloz además de fuerte, era como un trueno golpeando la tierra. Su puño se elevó amenazante, y muy pronto lo descargó contra Hayato que lo detuvo a duras penas con un tañido herrumbroso. Tornaste oscuridad tus huesos, dispuesta a correr hacia ellos, pero resonó en tu cabeza el grito del capitán. ¿Realmente podíais enfrentaros a dos usuarios? Miraste hacia el oficial, dubitativa. No debiste haberlo hecho.
Bastó ese instante para que todo pareciera terminar. Como si se tratase de un pestañeo, por un segundo tras escuchar el sonoro golpe -estabas tan hecha al sutil crujido de los huesos que ese pareció casi un estallido- sentiste que una luz en el samurái se apagaba. Fue tan solo un momento, un pequeño chasquido de negror que te hizo volver los ojos adonde no deberías haberlos quitado. Gasso utilizaba con soltura sus habilidades logia para defenderse, pero sobre todo para atacar. Había apuñalado a Hayato sin un atisbo de misericordia, más bien todo lo contrario. "Quiere que viva", pensaste. "De alguna manera solo está disciplinándolo". Torturándolo, más bien, pero si desde un origen había querido mantenerlo drogado debía haber una razón para ello, por mala que fuese. Quizá tu idea también estuviese siendo pésima, pero echaste a correr.
Con los años te habías hecho al dolor. Caminar era apenas un hormigueo casi agradable, como tener la mano muy cerca de una vela. Bailar hacía que tus huesos chasqueasen a modo de advertencia tras un rato. Correr... Correr era algo que ni siquiera podrías haberte propuesto antes de consumir la yami yami. La primera zancada te recordó el aberrante dolor de una tibia partida en dos. Tu sonrisa se ensanchó de golpe, mucho más cuando tu otro pie se posó y sentiste que el talón se fragmentaba en varios pedazos. Con los años habías aprendido a ignorarlo, al menos en gran parte. La oscuridad absorbía el impacto y evadía una rotura catastrófica, pero se cobraba el precio en lágrimas con un dolor tan intenso que ni tú podías ignorarlo. Mucho menos cuando paso a paso se acumulaba.
Era agotador.
Aun así llegaste al trote. Tu sonrisa había empezado a deformarse en una mueca histriónica y de tus ojos caían lágrimas, pero no te detuviste. Hayato miraba desafiante al pirata, que alargaba un poco más la púa de su brazo a medida que lo transformaba en una espada. Cuando la alzó casi entraste en pánico, recordando tus asunciones y creyéndolas de golpe por completo equivocadas. El capitán alzó la hoja, descargándola sobre el cazador con violencia. Por suerte o por suerte para Hayato, todo lo que llegó a él fue una masa de barro maloliente. Gasso miraba sin comprender del todo lo que había sucedido, hasta que se fijó en ti.
Aulló maldiciones hacia ti, pero te mantuviste impasible. Con las piernas flexionadas y Ares en las manos recogiste tu postura después de haberle cortado a la altura del antebrazo, que de inmediato se regeneró hasta formar una nueva mano. Abrió y cerró los dedos un par de veces, sonriendo mezquinamente, y extendió la mano hacia ti. Tú interpusiste la estoica lanza negra entre ambos, manando oscuridad humeante, pero no se detuvo. Como si no existieran consecuencias sus dedos empezaron a manar aquel barro pestilente hacia ti y su mano trató de envolver la lanza.
- Te tengo. -Tu voz salió como un chillido agudo. El dolor era difícil de soportar, y tenías todo tu cuerpo en tensión. Por suerte, dudabas que se hubiese percatado de aquello. Ahora le faltaban tres dedos.
Gritó. Al principio de dolor y luego de furia. Al contacto con tu oscuridad algunos usuarios -no tenías muy claro por qué- perdían sus poderes temporalmente. No sabías hasta qué punto podría funcionar con Gasso hasta que lo habías intentado, pero tenías un pálpito. Pero el mismo truco no te iba a funcionar dos veces; habías querido reservarlo para llegar a su cuello. Ahora que él sabía a qué se exponía, no te dejaría acercarte de nuevo.
Convirtió su mano una vez más en limo, sacando dedos de barro que se deshacían y reformaban constantemente, pero parecían funcionales. De sus pies comenzó a extenderse una capa de aquellos lodos y tuviste que dar un salto hacia atrás para evitar que te consumiera entre ellos, momento que aprovechó para tratar de empalarte con una larga estaca. Tú extendiste la mano libre y la tornaste oscuridad para absorber completamente la fuerza del impacto, que salió despedida contra la propia lanza, haciéndola estallar en gotas de barro ponzoñoso.
Sin embargo, aterrizaste mal y caíste de culo contra el suelo. Entonces él levantó un muro. Pudiste ver, momentáneamente, cómo te sonreía con desdén antes de volver la vista a Hayato.
Bastó ese instante para que todo pareciera terminar. Como si se tratase de un pestañeo, por un segundo tras escuchar el sonoro golpe -estabas tan hecha al sutil crujido de los huesos que ese pareció casi un estallido- sentiste que una luz en el samurái se apagaba. Fue tan solo un momento, un pequeño chasquido de negror que te hizo volver los ojos adonde no deberías haberlos quitado. Gasso utilizaba con soltura sus habilidades logia para defenderse, pero sobre todo para atacar. Había apuñalado a Hayato sin un atisbo de misericordia, más bien todo lo contrario. "Quiere que viva", pensaste. "De alguna manera solo está disciplinándolo". Torturándolo, más bien, pero si desde un origen había querido mantenerlo drogado debía haber una razón para ello, por mala que fuese. Quizá tu idea también estuviese siendo pésima, pero echaste a correr.
Con los años te habías hecho al dolor. Caminar era apenas un hormigueo casi agradable, como tener la mano muy cerca de una vela. Bailar hacía que tus huesos chasqueasen a modo de advertencia tras un rato. Correr... Correr era algo que ni siquiera podrías haberte propuesto antes de consumir la yami yami. La primera zancada te recordó el aberrante dolor de una tibia partida en dos. Tu sonrisa se ensanchó de golpe, mucho más cuando tu otro pie se posó y sentiste que el talón se fragmentaba en varios pedazos. Con los años habías aprendido a ignorarlo, al menos en gran parte. La oscuridad absorbía el impacto y evadía una rotura catastrófica, pero se cobraba el precio en lágrimas con un dolor tan intenso que ni tú podías ignorarlo. Mucho menos cuando paso a paso se acumulaba.
Era agotador.
Aun así llegaste al trote. Tu sonrisa había empezado a deformarse en una mueca histriónica y de tus ojos caían lágrimas, pero no te detuviste. Hayato miraba desafiante al pirata, que alargaba un poco más la púa de su brazo a medida que lo transformaba en una espada. Cuando la alzó casi entraste en pánico, recordando tus asunciones y creyéndolas de golpe por completo equivocadas. El capitán alzó la hoja, descargándola sobre el cazador con violencia. Por suerte o por suerte para Hayato, todo lo que llegó a él fue una masa de barro maloliente. Gasso miraba sin comprender del todo lo que había sucedido, hasta que se fijó en ti.
Aulló maldiciones hacia ti, pero te mantuviste impasible. Con las piernas flexionadas y Ares en las manos recogiste tu postura después de haberle cortado a la altura del antebrazo, que de inmediato se regeneró hasta formar una nueva mano. Abrió y cerró los dedos un par de veces, sonriendo mezquinamente, y extendió la mano hacia ti. Tú interpusiste la estoica lanza negra entre ambos, manando oscuridad humeante, pero no se detuvo. Como si no existieran consecuencias sus dedos empezaron a manar aquel barro pestilente hacia ti y su mano trató de envolver la lanza.
- Te tengo. -Tu voz salió como un chillido agudo. El dolor era difícil de soportar, y tenías todo tu cuerpo en tensión. Por suerte, dudabas que se hubiese percatado de aquello. Ahora le faltaban tres dedos.
Gritó. Al principio de dolor y luego de furia. Al contacto con tu oscuridad algunos usuarios -no tenías muy claro por qué- perdían sus poderes temporalmente. No sabías hasta qué punto podría funcionar con Gasso hasta que lo habías intentado, pero tenías un pálpito. Pero el mismo truco no te iba a funcionar dos veces; habías querido reservarlo para llegar a su cuello. Ahora que él sabía a qué se exponía, no te dejaría acercarte de nuevo.
Convirtió su mano una vez más en limo, sacando dedos de barro que se deshacían y reformaban constantemente, pero parecían funcionales. De sus pies comenzó a extenderse una capa de aquellos lodos y tuviste que dar un salto hacia atrás para evitar que te consumiera entre ellos, momento que aprovechó para tratar de empalarte con una larga estaca. Tú extendiste la mano libre y la tornaste oscuridad para absorber completamente la fuerza del impacto, que salió despedida contra la propia lanza, haciéndola estallar en gotas de barro ponzoñoso.
Sin embargo, aterrizaste mal y caíste de culo contra el suelo. Entonces él levantó un muro. Pudiste ver, momentáneamente, cómo te sonreía con desdén antes de volver la vista a Hayato.
Mikazuki Hayato
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Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Creo que esta vez fueron un par de segundos, no sabría decir si por el shock o por otra cosa, pero había cerrado los ojos durante un momento, por suerte la tensión del momento me había mantenido de pie contra la pared. Me costaba respirar, el dolor y el sabor a sangre hacía que me costase recuperar el aliento, recuperar mi ritmo. Llevé la mano a la herida para luego mirar la palma llena del líquido rojo mezclado con un sucio y pestilente limo, tras eso miré al frente al escuchar una voz familiar.
Gasso gritaba mientras miraba una mano a la que le faltaban varios dedos, delante había alguien a quien conocía, era cara y esa melena rubia eran inconfundibles. Era Alice, pero había algo raro, su cara, no tenía la sonrisa de siempre, era una mueca forzada, lo ocultaba bien, pero por alguna razón notaba que era una forma de ocultar un gran dolor. Ella me había salvado, pero ahora estaba en peligro, había caído mal, estaba en peligro. Si Gasso la golpeaba con la fuerza que había mostrado antes podía matarla perfectamente. No podía permitirlo, tenía pocas fuerzas y con la herida abierta el tiempo que podía combatir contra alguien como él se contaba en segundos, pero aunque me costase la vida tenía que evitar que Alice sufriera mayor daño.
Durante un instante el dolor pareció desvanecerse al tiempo que golpeaba con mi arma el suelo para apoyarme en esta. En un instante que pareció eterno llené de nuevo los pulmones con un aliento renovado a la vez que pasaba la mano ensangrentada marcando a Arashi con la sangre de su dueño. En el momento en el que alcé la mirada el pirata se dio la vuelta para mirarme con una sucia sonrisa en la boca. Pude ver en su cara la expresión al ver que mi cuerpo y músculos crecían a la vez que mi piel adoptaba una tonalidad azul pálido, los cuernos se alargaron y las uñas se transformaron en garras a la vez que los colmillos sobresalían por la boca.
Con fuerzas renovadas salté al frente, encarando su imponente figura a la vez que movía mi arma rozando su punta con el suelo. En el momento en el que puse el pie sobre el charco de lodo que lo rodeaba sonrió, pero algo no salía como esperaba, la sonrisa de su rostro cambió de golpe a una expresión más seria en el instante en el que mi arma ascendió con todas mis fuerzas para golpear su pecho. Como antes esta se hundió, pero en vez de dejar un surco la parte superior de su cuerpo estalló salpicando todo de ese limo asqueroso. Sus piernas se deshicieron en una masa viscosa, moviéndose como si tuvieran vida propia un par de metras hacia atrás para luego comenzar a reformar el cuerpo del pirata. Alice le había hecho algo, todo su cuerpo era normal, menos los dedos cortados.
- Veo que los de Yellow Spice tenían razón, te puedes transformar en un monstruo. - Comentó recuperando la sonrisa y formando dos enormes mazas de lodo en sus manos.
Sin pestañear miré mi mano, ignorando por completo su comentario. Volví a tomar aire, si había una forma de golpearlo y que le doliese tenía que descubrirla. Parecía que ahora tenía su atención, nos había separado a Alice y a mí con un muro, eso era porque la situación sería desfavorable para él. Si eso significaba que ella corría menos peligro, mejor.
Gasso gritaba mientras miraba una mano a la que le faltaban varios dedos, delante había alguien a quien conocía, era cara y esa melena rubia eran inconfundibles. Era Alice, pero había algo raro, su cara, no tenía la sonrisa de siempre, era una mueca forzada, lo ocultaba bien, pero por alguna razón notaba que era una forma de ocultar un gran dolor. Ella me había salvado, pero ahora estaba en peligro, había caído mal, estaba en peligro. Si Gasso la golpeaba con la fuerza que había mostrado antes podía matarla perfectamente. No podía permitirlo, tenía pocas fuerzas y con la herida abierta el tiempo que podía combatir contra alguien como él se contaba en segundos, pero aunque me costase la vida tenía que evitar que Alice sufriera mayor daño.
Durante un instante el dolor pareció desvanecerse al tiempo que golpeaba con mi arma el suelo para apoyarme en esta. En un instante que pareció eterno llené de nuevo los pulmones con un aliento renovado a la vez que pasaba la mano ensangrentada marcando a Arashi con la sangre de su dueño. En el momento en el que alcé la mirada el pirata se dio la vuelta para mirarme con una sucia sonrisa en la boca. Pude ver en su cara la expresión al ver que mi cuerpo y músculos crecían a la vez que mi piel adoptaba una tonalidad azul pálido, los cuernos se alargaron y las uñas se transformaron en garras a la vez que los colmillos sobresalían por la boca.
Con fuerzas renovadas salté al frente, encarando su imponente figura a la vez que movía mi arma rozando su punta con el suelo. En el momento en el que puse el pie sobre el charco de lodo que lo rodeaba sonrió, pero algo no salía como esperaba, la sonrisa de su rostro cambió de golpe a una expresión más seria en el instante en el que mi arma ascendió con todas mis fuerzas para golpear su pecho. Como antes esta se hundió, pero en vez de dejar un surco la parte superior de su cuerpo estalló salpicando todo de ese limo asqueroso. Sus piernas se deshicieron en una masa viscosa, moviéndose como si tuvieran vida propia un par de metras hacia atrás para luego comenzar a reformar el cuerpo del pirata. Alice le había hecho algo, todo su cuerpo era normal, menos los dedos cortados.
- Veo que los de Yellow Spice tenían razón, te puedes transformar en un monstruo. - Comentó recuperando la sonrisa y formando dos enormes mazas de lodo en sus manos.
Sin pestañear miré mi mano, ignorando por completo su comentario. Volví a tomar aire, si había una forma de golpearlo y que le doliese tenía que descubrirla. Parecía que ahora tenía su atención, nos había separado a Alice y a mí con un muro, eso era porque la situación sería desfavorable para él. Si eso significaba que ella corría menos peligro, mejor.
El momento de calma, por frágil e impostada que esta fuera, resultó devastador para ti. El impacto te había subido por la espalda, contracturándote de golpe la mayor parte de la espalda. La lanza se desvaneció, pues ya no eras capaz de mantener el esfuerzo mental de tornarla sólida, y tus huesos regresaron a la normalidad como mecanismo de defensa. Las manos te temblaban. Pronto descubriste que todo el cuerpo te temblaba, en realidad. No había un daño físico, claro, pero te sentías al borde del colapso, apenas capaz de retener, a puro impulso de voluntad, una convulsión tras otra.
Sentías náuseas. Tu estómago se rebelaba contra ti, ascendiendo en forma de arcada. Si tres decenas de piratas no estuviesen corriendo hacia vosotros quizá te habrías dado el lujo de no reprimirla. Vomitar habría sido, quizá, la forma más rápida de dejarlo salir todo, pero te estaban rodeando. Y no eran solo treinta. Oías carreras lejanas y gritos; Gasso tenía a su servicio más de medio centenar de bucaneros, todos dispuestos a luchar junto a él. Al menos, contra una chica desvalida.
- ¡Eh zagal, ¿esa no era tu zorrita?! -escuchaste gritar a uno-. Parece que te tenía bien engañao.
Miraste con odio hacia él, pero sabías que tu cara no resultaba intimidante. Mucho menos en aquella situación, pálida por el dolor y perdida en un movimiento espasmódico que no podías controlar del todo. Por suerte, al menos, nadie se acercaba todavía. Estaban esperando, eras consciente; solo te mantenían vigilada mientras Shalke aparecía. Sabías que era rápido aunque no su fruta del diablo exactamente. Sin embargo, aun sabiendo el peligro que corrías, no pudiste evitar sentirte afortunada del respiro. El dolor, al contrario que las heridas y los huesos rotos, era poco más que un estado mental: Tardarías algo en estar bien, pero mucho menos que en curarte. De hecho, podías notar cómo tu columna había dejado ya de arder y el temblor en tus manos era apenas una molestia menor. El de tus piernas, sin embargo...
Apoyaste torpemente una mano en el suelo, y luego otra, acurrucándote. No estabas segura de que las piernas fuesen a sostenerte cuando trataras de levantarte, pero lo intentaste. Las risas burlonas de los piratas casi te impulsaban más que hundirte. Seguías intentándolo, asegurando cada palmo. Una caída, por leve que fuese, sin tus huesos hechos oscuridad, podía ser terrible. Si en ese momento sufrieses la descarga de dolor que esos huesos conllevaban, podría ser peor.
Resonó un chillido aguileño.
- ¡Ahí está! -gritaron algunos. Tu mirada se desvió con las suyas al aire, en el que un ave planeaba calmadamente-. ¡Estás perdida, puta!
- ¡Vas a lamentar haber venido!
Un instinto premonitorio te advirtió del ataque. Shalke se abalanzó en picado contra ti. Sin poder evitarlo velozmente te ovillaste y permitiste que una esfera de oscuridad te absorbiese por completo.
Estar ahí dentro siempre se hacía extraño. La luz entraba desde todas partes, pero formaba perfectos hilos que llegaban desde el infinito hasta el centro de aquel lugar adimensional donde tú estabas. El impacto de Shalke contra ti, a modo de garras, entró en la oscuridad y se transmitió lentamente hasta disiparse como un desgarro en el no-espacio que te envolvía. Allí dentro podías levantarte, y caminar. Nada te dolía dentro de la oscuridad; esta te abrazaba como un viejo amigo y los hilos de luz dibujaban patrones sobre tu ropa, envolviéndote de su tibio calor.
Suspiraste. No sabías ni cuánto tiempo llevabas practicando. Meses, quizá casi un año. No había sido fácil estudiar algo que no respondía con exactitud a criterios lógicos. Quizá podrías haberlo llamado más bien meditación. Sí, habías meditado mucho sobre la fruta del diablo y sus poderes. Solías controlarlo con puño de hierro, dominando en todos los sentidos su poder, pero faltaba algo. Nunca te habías transformado. La yami yami no mi era una logia, y como tal otorgaba el poder de volverte uno con la oscuridad. Normalmente te amantabas con ella, pero no te fundías con ella. Era algo que te había dado miedo hacer sin entrenar, temerosa de fundirte con la singularidad y no encontrar nunca más el camino de vuelta. Habías reservado tu forma elemental, o una forma rudimentaria de esta, por si las cosas contra Gasso se ponían crudas. Y se habían puesto crudas.
Aferraste la oscuridad allá donde podías tocarla, arrancando un embozo que empezó a cubrirte mientras tu cuerpo se desvanecía. La luz que te rodeaba comenzó a atravesarte, hasta que no quedó más que oscuridad.
La esfera de oscuridad pareció pincharse de pronto, desinflándose hasta caer como jirones de una sábana encima de tu cuerpo. Parpadeaste varias veces, cegada por la luz, y te miraste las manos: Negras, de garras afiladas. Solo una fina tela disfrazaba escasamente tu desnudez, pero de alguna forma no te sentías avergonzada. Tampoco dolorida, en realidad. Por tus hombros desnudos corría una cascada de bucles negros y tu vista estaba notablemente más lejos del suelo que de costumbre. De tu espalda un relincho violento y Ceniza surgió entre la oscuridad al tiempo que Ares se materializaba de nuevo en tu mano.
Sonreíste, serena, y esperaste el ataque de Shalke mientras ibas embebiendo de oscuridad la punta de tu lanza.
Sentías náuseas. Tu estómago se rebelaba contra ti, ascendiendo en forma de arcada. Si tres decenas de piratas no estuviesen corriendo hacia vosotros quizá te habrías dado el lujo de no reprimirla. Vomitar habría sido, quizá, la forma más rápida de dejarlo salir todo, pero te estaban rodeando. Y no eran solo treinta. Oías carreras lejanas y gritos; Gasso tenía a su servicio más de medio centenar de bucaneros, todos dispuestos a luchar junto a él. Al menos, contra una chica desvalida.
- ¡Eh zagal, ¿esa no era tu zorrita?! -escuchaste gritar a uno-. Parece que te tenía bien engañao.
Miraste con odio hacia él, pero sabías que tu cara no resultaba intimidante. Mucho menos en aquella situación, pálida por el dolor y perdida en un movimiento espasmódico que no podías controlar del todo. Por suerte, al menos, nadie se acercaba todavía. Estaban esperando, eras consciente; solo te mantenían vigilada mientras Shalke aparecía. Sabías que era rápido aunque no su fruta del diablo exactamente. Sin embargo, aun sabiendo el peligro que corrías, no pudiste evitar sentirte afortunada del respiro. El dolor, al contrario que las heridas y los huesos rotos, era poco más que un estado mental: Tardarías algo en estar bien, pero mucho menos que en curarte. De hecho, podías notar cómo tu columna había dejado ya de arder y el temblor en tus manos era apenas una molestia menor. El de tus piernas, sin embargo...
Apoyaste torpemente una mano en el suelo, y luego otra, acurrucándote. No estabas segura de que las piernas fuesen a sostenerte cuando trataras de levantarte, pero lo intentaste. Las risas burlonas de los piratas casi te impulsaban más que hundirte. Seguías intentándolo, asegurando cada palmo. Una caída, por leve que fuese, sin tus huesos hechos oscuridad, podía ser terrible. Si en ese momento sufrieses la descarga de dolor que esos huesos conllevaban, podría ser peor.
Resonó un chillido aguileño.
- ¡Ahí está! -gritaron algunos. Tu mirada se desvió con las suyas al aire, en el que un ave planeaba calmadamente-. ¡Estás perdida, puta!
- ¡Vas a lamentar haber venido!
Un instinto premonitorio te advirtió del ataque. Shalke se abalanzó en picado contra ti. Sin poder evitarlo velozmente te ovillaste y permitiste que una esfera de oscuridad te absorbiese por completo.
Estar ahí dentro siempre se hacía extraño. La luz entraba desde todas partes, pero formaba perfectos hilos que llegaban desde el infinito hasta el centro de aquel lugar adimensional donde tú estabas. El impacto de Shalke contra ti, a modo de garras, entró en la oscuridad y se transmitió lentamente hasta disiparse como un desgarro en el no-espacio que te envolvía. Allí dentro podías levantarte, y caminar. Nada te dolía dentro de la oscuridad; esta te abrazaba como un viejo amigo y los hilos de luz dibujaban patrones sobre tu ropa, envolviéndote de su tibio calor.
Suspiraste. No sabías ni cuánto tiempo llevabas practicando. Meses, quizá casi un año. No había sido fácil estudiar algo que no respondía con exactitud a criterios lógicos. Quizá podrías haberlo llamado más bien meditación. Sí, habías meditado mucho sobre la fruta del diablo y sus poderes. Solías controlarlo con puño de hierro, dominando en todos los sentidos su poder, pero faltaba algo. Nunca te habías transformado. La yami yami no mi era una logia, y como tal otorgaba el poder de volverte uno con la oscuridad. Normalmente te amantabas con ella, pero no te fundías con ella. Era algo que te había dado miedo hacer sin entrenar, temerosa de fundirte con la singularidad y no encontrar nunca más el camino de vuelta. Habías reservado tu forma elemental, o una forma rudimentaria de esta, por si las cosas contra Gasso se ponían crudas. Y se habían puesto crudas.
Aferraste la oscuridad allá donde podías tocarla, arrancando un embozo que empezó a cubrirte mientras tu cuerpo se desvanecía. La luz que te rodeaba comenzó a atravesarte, hasta que no quedó más que oscuridad.
La esfera de oscuridad pareció pincharse de pronto, desinflándose hasta caer como jirones de una sábana encima de tu cuerpo. Parpadeaste varias veces, cegada por la luz, y te miraste las manos: Negras, de garras afiladas. Solo una fina tela disfrazaba escasamente tu desnudez, pero de alguna forma no te sentías avergonzada. Tampoco dolorida, en realidad. Por tus hombros desnudos corría una cascada de bucles negros y tu vista estaba notablemente más lejos del suelo que de costumbre. De tu espalda un relincho violento y Ceniza surgió entre la oscuridad al tiempo que Ares se materializaba de nuevo en tu mano.
Sonreíste, serena, y esperaste el ataque de Shalke mientras ibas embebiendo de oscuridad la punta de tu lanza.
Mikazuki Hayato
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Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
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Akuma no mi
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Durante unos instantes eternos nuestras miradas no se separaron, Gasso había tomado una nueva forma, pero no parecía estar haciendo amago de venir a por mí como antes. No, su pose no indicaba una intención de avanzar ahora que tenía la cabeza más fría. Es más, juraría que ahora se había dado cuenta de que el tiempo corría a su favor en vez del mío, era fuerte, pero ¿Qué necesidad tenía de arriesgarse o siquiera gastar energías? Más aún cuando sabías que tu oponente estaba contando los minutos, sino segundos, que tenía antes de irse al suelo. Bajo sus pies ya no había un charco como el de antes, no por lo menos tan grande, sino uno que sólo quedaba debajo de él.
Respiré volviendo a encontrar mi ritmo, mi centro, mi equilibrio. El dolor era soportable, pero lo que me preocupaba era la sangre que estaba perdiendo. Alice le había hecho daño, había un método que él conocía y temía, antes se había dado cuenta de algo que hice, algo de lo que no era consciente. Sólo tenía que encontrar el qué y usarlo en su contra, pero tenía que hacerlo rápido.
Volví a dar un paso al frente, determinado a continuar con la lucha, avancé rápidamente con el arma a un lado de mi cuerpo, blandida con ambas manos. En cuanto estuve a un par de metros de él su sonrisa se ensanchó, como si no quisiera ocultar que había planeado algo y había caído en su trampa. De debajo de la tierra media docena de púas de dos dedos de grosor salieron desde varias direcciones, clavándose en mis muslos. El primer mazazo me vino desde un lado, encontrando mi arma en el camino. Pero en vez de un choque esta maza se hizo líquida, engullendo a Arashi por completo, tratando de inmovilizarla para golpear con su otra mano libre. En ese instante nuestras miradas volvieron a encontrarse, lejos de ver miedo, sólo vio una sonrisa llena de colmillos y unos ojos rojos que relucían bajo un rostro ensombrecido. Con un grito liberé la energía del arma, que hizo que su brazo se abriera con un violento estallido de barro, para luego aprovechar y mover el arma al otro lado para parar el golpe. Las púas de las piernas se clavaron más profundamente en la carne por la fuerza del golpe, pero había notado algo en ese impacto, algo distinto, y no era el único que lo había notado.
Su sonrisa se borró del rostro a la vez que tensaba los músculos de las piernas, rompiendo el agarre y moviéndome a un lado, recuperando la distancia y el aliento. Él, por su parte recompuso el brazo perdido y me miró fijamente, esta vez con una mueca de odio en vez de una sonrisa socarrona.
- Te lo advierto. - Comencé a decir mientras volvía a adoptar una pose de combate, con los brazos elevados, sosteniendo a Arashi por encima de mi cabeza, apuntando con su extremo directamente a él. - El siguiente ataque te dolerá. - Parecería que me estaba tirando un farol, que no tenía nada pensado. Pero era una apuesta, había notado algo en el anterior choque, algo a lo que él le temía, era arriesgado, pero yo nunca mentía. Si había declarado que le haría daño, pondría mi vida en juego para hacerlo.
Respiré volviendo a encontrar mi ritmo, mi centro, mi equilibrio. El dolor era soportable, pero lo que me preocupaba era la sangre que estaba perdiendo. Alice le había hecho daño, había un método que él conocía y temía, antes se había dado cuenta de algo que hice, algo de lo que no era consciente. Sólo tenía que encontrar el qué y usarlo en su contra, pero tenía que hacerlo rápido.
Volví a dar un paso al frente, determinado a continuar con la lucha, avancé rápidamente con el arma a un lado de mi cuerpo, blandida con ambas manos. En cuanto estuve a un par de metros de él su sonrisa se ensanchó, como si no quisiera ocultar que había planeado algo y había caído en su trampa. De debajo de la tierra media docena de púas de dos dedos de grosor salieron desde varias direcciones, clavándose en mis muslos. El primer mazazo me vino desde un lado, encontrando mi arma en el camino. Pero en vez de un choque esta maza se hizo líquida, engullendo a Arashi por completo, tratando de inmovilizarla para golpear con su otra mano libre. En ese instante nuestras miradas volvieron a encontrarse, lejos de ver miedo, sólo vio una sonrisa llena de colmillos y unos ojos rojos que relucían bajo un rostro ensombrecido. Con un grito liberé la energía del arma, que hizo que su brazo se abriera con un violento estallido de barro, para luego aprovechar y mover el arma al otro lado para parar el golpe. Las púas de las piernas se clavaron más profundamente en la carne por la fuerza del golpe, pero había notado algo en ese impacto, algo distinto, y no era el único que lo había notado.
Su sonrisa se borró del rostro a la vez que tensaba los músculos de las piernas, rompiendo el agarre y moviéndome a un lado, recuperando la distancia y el aliento. Él, por su parte recompuso el brazo perdido y me miró fijamente, esta vez con una mueca de odio en vez de una sonrisa socarrona.
- Te lo advierto. - Comencé a decir mientras volvía a adoptar una pose de combate, con los brazos elevados, sosteniendo a Arashi por encima de mi cabeza, apuntando con su extremo directamente a él. - El siguiente ataque te dolerá. - Parecería que me estaba tirando un farol, que no tenía nada pensado. Pero era una apuesta, había notado algo en el anterior choque, algo a lo que él le temía, era arriesgado, pero yo nunca mentía. Si había declarado que le haría daño, pondría mi vida en juego para hacerlo.
Un murmullo se adueñó del improvisado público rápidamente. Te incomodaba que se centrasen tanto en ti, y la perspectiva de tu desnudez solo cubierta por poco más que una sábana raída de oscuridad no hacía que la situación mejorase. Sin embargo la tensión sí estaba siendo una forma de evadir las miradas curiosas. Shalke había regresado a las alturas, planeando en círculos mientras, creías, pensaba en su siguiente movimiento. Tú aprovechaste para observarlo más detenidamente, percatándote de su cuello alargado y la extraña protuberancia que colgaba sobre su pico, formando una especie de cresta. Parecía, más que un águila, alguna clase de buitre.
En cierto modo era majestuoso. Como la explosión de un volcán, su vuelo era hipnótico. Y peligroso. No podías apartar la vista de él, que te observaba desde las alturas hasta que finalmente descendió. No obstante, no cargó contra ti sino que aterrizó a una distancia prudencial, recuperando su forma humana. Tenía la nariz grande, aunque en general resultaba atractivo. No te habías fijado antes en él, pero poseía una postura bastante elegante y mirada inteligente. Parecía analizarte con más curiosidad que miedo, encontrando la manera adecuada de proceder contigo. Aparentemente, además, tampoco iba armado. Era una rareza en los piratas, por lo que habías podido ver. Les gustaba llevar alguna hasta en los dientes si podían. Una manía que habías aprendido a imitar.
- Así que... Era cierto -comentó sin más. Levantó su camisa y del interior sacó un pitillo, que encendió con apenas un chasquido de sus dedos. Diantres, era fuerte-. La niña de los Wanderlust intenta suicidarse.
No trataste de fingir que no te sorprendía. Lewis era un hombre con muchos contactos, pero si Shalke hubiera estado detrás de ti estabas segura de que en aquel momento te habría sido imposible escapar. Un par de informes y alguna anécdota de borrachos habían bastado para que lo temieras.
- El ministro de los secretos estaba dispuesto a pagar una fortuna por encontrarte hace un tiempo, querida. ¿Intentas no llegar viva a cuando suceda?
Tragaste saliva.
- Intentó contratarte.
- Todos lo hacen. Pero no estaba de acuerdo con que te entregase más rota de lo que estás. -Dio una larga calada. Ni siquiera se molestaba en mirarte, pero se movía lentamente hacia ti-. No creí que valiera la pena el esfuerzo, sinceramente. Una niña a una isla de distancia en un país en guerra. No habría habido ninguna emoción. Pero ahora...
Intentaba desestabilizarte. Respiraste profundamente, tratando de mantener la calma. Lo que decía no tenía ningún sentido, ¿pero por qué te afectaba entonces? Casi te enfadaba sentir tu mente tan frágil frente al criminal.
- Tenías miedo -respondiste. Él alzó ambas cejas, sorprendido.
- ¿Disculpa?
- Si no podías hacerme daño te expondrías demasiado. Podría haberte apuñalado el ojo -tenías una extraña tendencia a hacer eso- o cortado tu yugular. Era arriesgarte demasiado.
No pareció afectarle demasiado tu comentario. De hecho, asintió.
- Solo un idiota se lanzaría a un trabajo sin hacer una evaluación de riesgo beneficio, pequeña. -Tiró el cigarro al suelo, pisándolo-. De hecho, no quiero arriesgarme a que tu última acción antes de respirar sea apuñalarme. ¿Podrías rendirte, por favor? Te prometo que llegarás a English Garden de una pieza para tener tu funeral de dama.
Casi por instinto habías comenzado a caminar tú también. Te costaba no mirar al suelo, sorprendida de no sentir dolor con cada paso. Apenas sentías un poso del que te había dejado tendida en el suelo, y te movías con calma y ligereza, armada con Ares y una sonrisa calmada, tan afilada como tu mirada. La primera vez que habías tratado de tomar esa forma habías acabado con el brazo roto de una forma que nunca se te había quebrado. Te había costado soldar los huesos casi una semana, pero cada intento había valido la pena. Costaba esfuerzo mantenerse en aquella forma, pero la ausencia de dolor te permitía avanzar con mucha más soltura. Quizá él se había dado cuenta, pues a cada momento podías verlo más tenso, pero todo eso se quebró de golpe cuando se lanzó a por ti a toda velocidad.
Apenas pudiste reaccionar. Antes de darte cuenta sus garras chocaron con furia contra tu lanza. Sus piernas hacían fuerza mientras de sus brazos se extendían enormes alas negras con las que se sostenía en el aire. Poseía una fuerza arrolladora; también una confianza particularmente descorazonadora. Activaste la atracción hacia la punta de Ares y él contuvo un gemido preocupado al resbalar. La fuerza de una segunda gravedad comenzó a tirar de él y acabó por soltarse. Tú echaste el brazo hacia atrás con presteza tratando de apuñalarlo, pero pese a la implacable gravedad logró zafarse con apenas un corte en la pata que le saltó un par de escamas. Sin embargo, eso te permitió llevar la delantera.
Te abalanzaste contra él rápidamente, tratando de fintarlo. Ibas por u flanco izquierdo y te moviste al derecho, lanzando a Ares entonces en vez de acercarte. La lanza, como si una orden silenciosa se lo mandara, comenzó a dividirse una y otra vez, cerrándole el paso. Lograste atravesarle un ala, pero no estabas segura de que fuese a afectar a semejante envergadura. No de forma notable, al menos. Por eso corriste a recuperar la única lanza que no se había disipado. Pero él soltó un chillido tan potente que te lanzó varios metros hacia atrás.
Rodaste, aturdida. Te costó levantarte. No sabías que podía hacer aquello. Y, para cuando habías podido ponerte en pie, ya cargaba contra ti una vez más.
En cierto modo era majestuoso. Como la explosión de un volcán, su vuelo era hipnótico. Y peligroso. No podías apartar la vista de él, que te observaba desde las alturas hasta que finalmente descendió. No obstante, no cargó contra ti sino que aterrizó a una distancia prudencial, recuperando su forma humana. Tenía la nariz grande, aunque en general resultaba atractivo. No te habías fijado antes en él, pero poseía una postura bastante elegante y mirada inteligente. Parecía analizarte con más curiosidad que miedo, encontrando la manera adecuada de proceder contigo. Aparentemente, además, tampoco iba armado. Era una rareza en los piratas, por lo que habías podido ver. Les gustaba llevar alguna hasta en los dientes si podían. Una manía que habías aprendido a imitar.
- Así que... Era cierto -comentó sin más. Levantó su camisa y del interior sacó un pitillo, que encendió con apenas un chasquido de sus dedos. Diantres, era fuerte-. La niña de los Wanderlust intenta suicidarse.
No trataste de fingir que no te sorprendía. Lewis era un hombre con muchos contactos, pero si Shalke hubiera estado detrás de ti estabas segura de que en aquel momento te habría sido imposible escapar. Un par de informes y alguna anécdota de borrachos habían bastado para que lo temieras.
- El ministro de los secretos estaba dispuesto a pagar una fortuna por encontrarte hace un tiempo, querida. ¿Intentas no llegar viva a cuando suceda?
Tragaste saliva.
- Intentó contratarte.
- Todos lo hacen. Pero no estaba de acuerdo con que te entregase más rota de lo que estás. -Dio una larga calada. Ni siquiera se molestaba en mirarte, pero se movía lentamente hacia ti-. No creí que valiera la pena el esfuerzo, sinceramente. Una niña a una isla de distancia en un país en guerra. No habría habido ninguna emoción. Pero ahora...
Intentaba desestabilizarte. Respiraste profundamente, tratando de mantener la calma. Lo que decía no tenía ningún sentido, ¿pero por qué te afectaba entonces? Casi te enfadaba sentir tu mente tan frágil frente al criminal.
- Tenías miedo -respondiste. Él alzó ambas cejas, sorprendido.
- ¿Disculpa?
- Si no podías hacerme daño te expondrías demasiado. Podría haberte apuñalado el ojo -tenías una extraña tendencia a hacer eso- o cortado tu yugular. Era arriesgarte demasiado.
No pareció afectarle demasiado tu comentario. De hecho, asintió.
- Solo un idiota se lanzaría a un trabajo sin hacer una evaluación de riesgo beneficio, pequeña. -Tiró el cigarro al suelo, pisándolo-. De hecho, no quiero arriesgarme a que tu última acción antes de respirar sea apuñalarme. ¿Podrías rendirte, por favor? Te prometo que llegarás a English Garden de una pieza para tener tu funeral de dama.
Casi por instinto habías comenzado a caminar tú también. Te costaba no mirar al suelo, sorprendida de no sentir dolor con cada paso. Apenas sentías un poso del que te había dejado tendida en el suelo, y te movías con calma y ligereza, armada con Ares y una sonrisa calmada, tan afilada como tu mirada. La primera vez que habías tratado de tomar esa forma habías acabado con el brazo roto de una forma que nunca se te había quebrado. Te había costado soldar los huesos casi una semana, pero cada intento había valido la pena. Costaba esfuerzo mantenerse en aquella forma, pero la ausencia de dolor te permitía avanzar con mucha más soltura. Quizá él se había dado cuenta, pues a cada momento podías verlo más tenso, pero todo eso se quebró de golpe cuando se lanzó a por ti a toda velocidad.
Apenas pudiste reaccionar. Antes de darte cuenta sus garras chocaron con furia contra tu lanza. Sus piernas hacían fuerza mientras de sus brazos se extendían enormes alas negras con las que se sostenía en el aire. Poseía una fuerza arrolladora; también una confianza particularmente descorazonadora. Activaste la atracción hacia la punta de Ares y él contuvo un gemido preocupado al resbalar. La fuerza de una segunda gravedad comenzó a tirar de él y acabó por soltarse. Tú echaste el brazo hacia atrás con presteza tratando de apuñalarlo, pero pese a la implacable gravedad logró zafarse con apenas un corte en la pata que le saltó un par de escamas. Sin embargo, eso te permitió llevar la delantera.
Te abalanzaste contra él rápidamente, tratando de fintarlo. Ibas por u flanco izquierdo y te moviste al derecho, lanzando a Ares entonces en vez de acercarte. La lanza, como si una orden silenciosa se lo mandara, comenzó a dividirse una y otra vez, cerrándole el paso. Lograste atravesarle un ala, pero no estabas segura de que fuese a afectar a semejante envergadura. No de forma notable, al menos. Por eso corriste a recuperar la única lanza que no se había disipado. Pero él soltó un chillido tan potente que te lanzó varios metros hacia atrás.
Rodaste, aturdida. Te costó levantarte. No sabías que podía hacer aquello. Y, para cuando habías podido ponerte en pie, ya cargaba contra ti una vez más.
Mikazuki Hayato
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Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
No sé si sabría encontrar las palabras exactas para describirlo. Era una sensación rara que ya había pasado por mi cuerpo dos veces distintas en este combate, puede que más y era posible que en algún punto de mi pasado, pero la experiencia más reciente era esta. La primera vez que tuve la claridad de que era algo diferente fue cuando di un paso al frente, tenía la intención y la determinación de enfrentarme a él a pesar de la diferencia de fuerza. La segunda fue hace unos instantes, al parar su golpe mi arma no se hundió, era eso a lo que tenía miedo, que alguien encontrase una forma de evitar su habilidad de convertirse en un lodazal. Él lo sabía, había confiado en demasiado en ese poder para evitar el daño, se había centrado en la fuerza que tenía, dejando la defensa y la movilidad a esa hechicería. Él tenía la ventaja, podía ganar sólo con hacerme perder tiempo, simplemente esperando a que perdiera la sangre, a que no pudiera recuperar el aliento y a que no me quedasen energías para seguir en esta forma ¿Pero luego qué? Tenía a Alice a la espalda, y a juzgar por lo que escuchaba al otro lado, estaba lejos de estar en una situación irreversible.
Si tuviera que definir esa sensación, sería como la de la sangre en tus venas, hirviendo en medio del combate, pero era como si pudieras usar ese "calor", esa emoción, para envolver tu cuerpo en ella. No, más que usarla, dejar que avanzase, si era una emoción y no una fuerza, era mejor fluir con ella, moverse en su sentido, guiarla en vez de forzarla. Estas pequeñas pausas no estaban saliendo a favor de Gasso, sí, el tiempo estaba en mi contra, pero me estaba dando los segundos que necesitaba para perfilarlo, para averiguar exactamente qué era esto ¿Otra faceta de la fruta que me comí? no, si Alice podía hacerlo, si él parecía reconocer lo que pasaba, significaba que era algo más. Pero eso ahora no importaba.
Un aliento caliente salió de mi boca, serpenteando como volutas de vaho entre los colmillos, al tiempo que cerraba los ojos, ignorando las distracciones mundanas y serenando la mente. Tal y como había prometido, el siguiente golpe sería decisivo, tenía que sacar una ventaja de este, no, definitivamente voltearía las tornas. Los músculos de mis piernas se relajaron.
- ¿Qué pasa? ¿No vas a venir? - Comentó recuperando la sonrisa. - ¿Acaso crees que voy a caer en ese farol, por el golpe de suerte de antes? - Incluso sin ver su expresión notaba un deje nervioso en su voz. Se estaba impacientando. Tenía miedo. - ¡Contéstame!...
Silencio, un silencio sepulcral que se prolongó durante unos segundos eternos, un silencio que cortaba incluso entre las voces de fondo de la gente detrás del muro. Una calma tensa que minaba la moral de Gasso mientras esperaba una respuesta.
- Bien... ¡Si no vas a moverte me aseguraré de que no te vuelvas a mover! - Gritó a la vez que transformaba su parte inferior en un remolino de barro y salía disparado en mi dirección.
Sus manos se volvieron una, haciendo una maza gigantesca con púas del tamaño de espadas que enarboló por encima de su cabeza. En ese momento, casi más por instinto que por pericia marcial abrí los ojos dando un paso al frente, entrando justo en su zona. Arashi trazó un arco descendente, desde arriba hasta rozar el suelo con la punta, ganando fuerza en la bajada, entonces solté el aire en un grito que sonó más como el rugido de una bestia, poniendo toda mi fuerza en el arco ascendente, deslizándome bajo los brazos de Gasso y elevando mi arma hasta que esta conectó con su mentón. Fue un simple instante, como la chispa antes de un rayo, una conexión con lo más profundo de mi ser y con mi arma, fue como tocar una parte de él que no sabía que existía y que aun así estaba ahí. Y, tan pronto como vino, se fue.
Gasso no se deshizo en pedazos, esta vez no. Con el mentón enrojecido salió disparado por los aires por encima del muro que él mismo había levantado. Pero había una chispa de consciencia en su mirada, una que cruzamos en el instante antes de que saliera despedido. Le había dolido, pero había dado el golpe a medias. Miré mi arma y mis manos en busca de aquella chispa, pero nada, si salía de esta tendría que profundizar un poco más en ello. Si salíamos de esta.
Si tuviera que definir esa sensación, sería como la de la sangre en tus venas, hirviendo en medio del combate, pero era como si pudieras usar ese "calor", esa emoción, para envolver tu cuerpo en ella. No, más que usarla, dejar que avanzase, si era una emoción y no una fuerza, era mejor fluir con ella, moverse en su sentido, guiarla en vez de forzarla. Estas pequeñas pausas no estaban saliendo a favor de Gasso, sí, el tiempo estaba en mi contra, pero me estaba dando los segundos que necesitaba para perfilarlo, para averiguar exactamente qué era esto ¿Otra faceta de la fruta que me comí? no, si Alice podía hacerlo, si él parecía reconocer lo que pasaba, significaba que era algo más. Pero eso ahora no importaba.
Un aliento caliente salió de mi boca, serpenteando como volutas de vaho entre los colmillos, al tiempo que cerraba los ojos, ignorando las distracciones mundanas y serenando la mente. Tal y como había prometido, el siguiente golpe sería decisivo, tenía que sacar una ventaja de este, no, definitivamente voltearía las tornas. Los músculos de mis piernas se relajaron.
- ¿Qué pasa? ¿No vas a venir? - Comentó recuperando la sonrisa. - ¿Acaso crees que voy a caer en ese farol, por el golpe de suerte de antes? - Incluso sin ver su expresión notaba un deje nervioso en su voz. Se estaba impacientando. Tenía miedo. - ¡Contéstame!...
Silencio, un silencio sepulcral que se prolongó durante unos segundos eternos, un silencio que cortaba incluso entre las voces de fondo de la gente detrás del muro. Una calma tensa que minaba la moral de Gasso mientras esperaba una respuesta.
- Bien... ¡Si no vas a moverte me aseguraré de que no te vuelvas a mover! - Gritó a la vez que transformaba su parte inferior en un remolino de barro y salía disparado en mi dirección.
Sus manos se volvieron una, haciendo una maza gigantesca con púas del tamaño de espadas que enarboló por encima de su cabeza. En ese momento, casi más por instinto que por pericia marcial abrí los ojos dando un paso al frente, entrando justo en su zona. Arashi trazó un arco descendente, desde arriba hasta rozar el suelo con la punta, ganando fuerza en la bajada, entonces solté el aire en un grito que sonó más como el rugido de una bestia, poniendo toda mi fuerza en el arco ascendente, deslizándome bajo los brazos de Gasso y elevando mi arma hasta que esta conectó con su mentón. Fue un simple instante, como la chispa antes de un rayo, una conexión con lo más profundo de mi ser y con mi arma, fue como tocar una parte de él que no sabía que existía y que aun así estaba ahí. Y, tan pronto como vino, se fue.
Gasso no se deshizo en pedazos, esta vez no. Con el mentón enrojecido salió disparado por los aires por encima del muro que él mismo había levantado. Pero había una chispa de consciencia en su mirada, una que cruzamos en el instante antes de que saliera despedido. Le había dolido, pero había dado el golpe a medias. Miré mi arma y mis manos en busca de aquella chispa, pero nada, si salía de esta tendría que profundizar un poco más en ello. Si salíamos de esta.
El duelo se había convertido en una lucha endiablada. Sus garras resonaban contra tu lanza a medida que os lanzabais ataques en punto muerto, más y más deprisa a cada momento que pasaba. Shalke era rápido. Dominaba los cielos echándose a volar y marcaba el ritmo, alejándose cuando Ares había pasado muy cerca de su cuello o habías logrado propinarle un corte. Tú, por tu parte, no podías perseguirlo cuando se alejaba. Arrojabas el arma contra él con precisión, tratando de derribarlo, pero su ancha envergadura parecía capaz de resistir a pesar de sus alas haber sido perforadas varias veces. Al menos, por el momento lo parecía.
Sin embargo seguías tratando de alcanzar su pecho con el filo de Ares y bloqueando cada golpe, sintiendo cómo con cada impacto algo dentro de ti bullía como un ardor. La energía se estaba acumulando poco a poco: La de sus golpes contra ti, la de tus delicados pasos de bailarina, y sobre todo la de los chillidos que lanzaba para intentar desequilibrarte. Era mucha energía.
Decidiste fintarle. Corriste hacia él mientras aterrizaba, cargando de frente mientras en la punta de tu arma concentrabas todo tu poder de atracción. Ceniza relinchó a tu espalda, casi como si diera una señal, y diste un quiebro. Cambiaste a Ares de mano girando sobre ti misma trescientos sesenta grados, formando un torbellino de gravedad que evitó fácilmente, pero a ti pareció desequilibrarte. Pisaste con pesadez mientras sus garras veloces echaban a por ti, con una oscura sonrisa asomando por entre los pliegues de tu revuelta melena azabache. Clavaste la lanza en el suelo para no caerte, usándola de bastón. Notaste que corría más. Confiado, quizás, o ansioso. Le habías hecho un par de cortes profundos; estabas segura de que nada peligroso, pero el dolor solía invitar al fatalismo. Eras muy consciente de ello.
Contaste los segundos. Su ritmo aceleraba, como había acelerado también momentos antes, pero aceleraba mucho más. Parpadeaste varias veces intentando concentrarte, esperando. Te dejaste caer de rodillas, casi derrotada. Y sentiste el salto. Sus dedos escamosos se adelantaron buscando tu cuello desnudo. Tú extendiste la mano, en un vano intento de frenarlo, pero obviamente no frenó. Y tú no dejaste pasar la oportunidad: Agarraste su pierna derecha, la más accesible, y dejaste que toda la energía de los golpes saliese violentamente liberada desde la palma de tu mano.
El sonido te hizo sentir aprensión. Al principio fue como un crujido, luego una explosión, y más tarde el ruido seco de media pierna caer amputada al suelo. Shalke yacía en el suelo sin comprender lo que había sucedido, mirando incrédulo su otrora pierna. No buscaba ayuda ni piedad; sus ojos no bailaban entre sus camaradas y tú. Sencillamente se quedó mirando la sangre manar de debajo de su rodilla, impotente.
Le diste la espalda. Con el mercenario derrotado podías centrarte en ayudar a Hayato. Aunque a juzgar por el enorme coloso de carne y barro que volaba sobre el muro, parecía tenerlo todo bajo control. Al menos en parte.
- ¡¿Todo bien por ahí?! -le preguntaste, un tanto ansiosa, mientras el capitán se iba levantando-. ¿Sigues con vida?
Agitó la cabeza, desorientado. Tú analizabas la situación, temerosa. Interpusiste la lanza entre ambos, pero cuando se dio cuenta solo lograste arrancarle una sonrisita cruel.
- Tira esa arma, niña -espetó, con su tono tosco y bravucón-. Prometo que no te haré mucho daño si lo haces.
Tu respuesta fue asegurar más la distancia con la lanza. Él se encogió de hombros.
- Si te empeñas...
El muro se deshizo en una decena de zarcillos que se lanzaron a por ti y a por Hayato.
Sin embargo seguías tratando de alcanzar su pecho con el filo de Ares y bloqueando cada golpe, sintiendo cómo con cada impacto algo dentro de ti bullía como un ardor. La energía se estaba acumulando poco a poco: La de sus golpes contra ti, la de tus delicados pasos de bailarina, y sobre todo la de los chillidos que lanzaba para intentar desequilibrarte. Era mucha energía.
Decidiste fintarle. Corriste hacia él mientras aterrizaba, cargando de frente mientras en la punta de tu arma concentrabas todo tu poder de atracción. Ceniza relinchó a tu espalda, casi como si diera una señal, y diste un quiebro. Cambiaste a Ares de mano girando sobre ti misma trescientos sesenta grados, formando un torbellino de gravedad que evitó fácilmente, pero a ti pareció desequilibrarte. Pisaste con pesadez mientras sus garras veloces echaban a por ti, con una oscura sonrisa asomando por entre los pliegues de tu revuelta melena azabache. Clavaste la lanza en el suelo para no caerte, usándola de bastón. Notaste que corría más. Confiado, quizás, o ansioso. Le habías hecho un par de cortes profundos; estabas segura de que nada peligroso, pero el dolor solía invitar al fatalismo. Eras muy consciente de ello.
Contaste los segundos. Su ritmo aceleraba, como había acelerado también momentos antes, pero aceleraba mucho más. Parpadeaste varias veces intentando concentrarte, esperando. Te dejaste caer de rodillas, casi derrotada. Y sentiste el salto. Sus dedos escamosos se adelantaron buscando tu cuello desnudo. Tú extendiste la mano, en un vano intento de frenarlo, pero obviamente no frenó. Y tú no dejaste pasar la oportunidad: Agarraste su pierna derecha, la más accesible, y dejaste que toda la energía de los golpes saliese violentamente liberada desde la palma de tu mano.
El sonido te hizo sentir aprensión. Al principio fue como un crujido, luego una explosión, y más tarde el ruido seco de media pierna caer amputada al suelo. Shalke yacía en el suelo sin comprender lo que había sucedido, mirando incrédulo su otrora pierna. No buscaba ayuda ni piedad; sus ojos no bailaban entre sus camaradas y tú. Sencillamente se quedó mirando la sangre manar de debajo de su rodilla, impotente.
Le diste la espalda. Con el mercenario derrotado podías centrarte en ayudar a Hayato. Aunque a juzgar por el enorme coloso de carne y barro que volaba sobre el muro, parecía tenerlo todo bajo control. Al menos en parte.
- ¡¿Todo bien por ahí?! -le preguntaste, un tanto ansiosa, mientras el capitán se iba levantando-. ¿Sigues con vida?
Agitó la cabeza, desorientado. Tú analizabas la situación, temerosa. Interpusiste la lanza entre ambos, pero cuando se dio cuenta solo lograste arrancarle una sonrisita cruel.
- Tira esa arma, niña -espetó, con su tono tosco y bravucón-. Prometo que no te haré mucho daño si lo haces.
Tu respuesta fue asegurar más la distancia con la lanza. Él se encogió de hombros.
- Si te empeñas...
El muro se deshizo en una decena de zarcillos que se lanzaron a por ti y a por Hayato.
Mikazuki Hayato
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Alice seguía de una pieza, o por lo menos era lo que su voz me daba a entender. Si podía mostrar preocupación por mí era porque en su lado las cosas habían salido bien. Había conseguido dar la vuelta a las tornas, un problema menos, ahora sólo quedaban las heridas abiertas, las costillas destrozadas, la falta de energías, sangre y las heridas hechas con ese lodo no parecían precisamente limpias, ah, y a saber lo que me habían dado para mantenerme dormido todo este tiempo. Había estado en situaciones peores, como cuando tiré de la estantería sin querer uno de los relojes de la rubia.
- De una pieza. - Contesté apoyándome en mi arma, tratando de recuperar el aliento con cierta dificultad.
Ahora que podía respirar con un poco más de dificultad por desgracia había vuelto a notar el inaguantable dolor que recorría todo mi cuerpo. Si, estaba en una situación complicada, pero Gasso también ahora que había vuelto a ser un dos contra uno, si jugábamos bien nuestras cartas podíamos salir de esta. De todas formas el capitán pirata estaba lejos de rendirse, con una sonrisa en el rostro deshizo los el muro en zarcillos, lanzándolos en ambas direcciones hacia nosotros. Había algo, este ataque era bastante diferente al resto. No era un bruto descerebrado, su estilo era potente y contundente, trataba de poner trampas y meter a sus adversarios en situaciones en las que dar un golpe devastador. Sus trampas era discretas, pero este era muy llamativo, como si quisiera obligarnos a defendernos de ello, como si tuviera algo en mente, pero no parecía preparado a atacar, no tanto como antes.
Cinco de los zarcillos se lanzaron en mi dirección. Levanté el arma con cierta dificultad y avancé al frente, tomando aire poniendo a Arashi en su camino. Pero en vez de frenarlos con fuerza violenta y desproporcionada comencé a mover el arma de forma suave, como una espiral, como el agua de un arrollo entre las piedras, deshaciendo y juntándolos en una simple curva para luego tratar de desviarlos por encima de mi cabeza a la vez que avanzaba.
Lancé un simple golpe al llegar a su lado, nada del otro mundo, había agotado mis fuerzas en esa defensa. Él, por su parte, lejos de tratar de encajarlo, se echó a un lado, dejando que pasase y me pusiese al lado de Alice. Ahora que estábamos al lado ya no tenía la ventaja de tenernos tan controlados.
- Veo que tu también estás... Bien. - Comenté haciendo alusión a que ahora era una especie de sombra viviente.
Empuñé mi arma, poniéndola en frente antes de proferir un potente grito de batalla, uno que me aseguré que escucharan todos los piratas. Adopté la pose de guardia y me quedé quieto, esperando, retando con la mirada al primero que se atreviese si quiera a dar un paso al frente. Aunque, la verdad, había hecho eso casi con mis últimas fuerzas, ahora estaba luchando por mantenerme consciente, mientras siguiera en pie, sería una amenaza que ellos no podrían ignorar.
- De una pieza. - Contesté apoyándome en mi arma, tratando de recuperar el aliento con cierta dificultad.
Ahora que podía respirar con un poco más de dificultad por desgracia había vuelto a notar el inaguantable dolor que recorría todo mi cuerpo. Si, estaba en una situación complicada, pero Gasso también ahora que había vuelto a ser un dos contra uno, si jugábamos bien nuestras cartas podíamos salir de esta. De todas formas el capitán pirata estaba lejos de rendirse, con una sonrisa en el rostro deshizo los el muro en zarcillos, lanzándolos en ambas direcciones hacia nosotros. Había algo, este ataque era bastante diferente al resto. No era un bruto descerebrado, su estilo era potente y contundente, trataba de poner trampas y meter a sus adversarios en situaciones en las que dar un golpe devastador. Sus trampas era discretas, pero este era muy llamativo, como si quisiera obligarnos a defendernos de ello, como si tuviera algo en mente, pero no parecía preparado a atacar, no tanto como antes.
Cinco de los zarcillos se lanzaron en mi dirección. Levanté el arma con cierta dificultad y avancé al frente, tomando aire poniendo a Arashi en su camino. Pero en vez de frenarlos con fuerza violenta y desproporcionada comencé a mover el arma de forma suave, como una espiral, como el agua de un arrollo entre las piedras, deshaciendo y juntándolos en una simple curva para luego tratar de desviarlos por encima de mi cabeza a la vez que avanzaba.
Lancé un simple golpe al llegar a su lado, nada del otro mundo, había agotado mis fuerzas en esa defensa. Él, por su parte, lejos de tratar de encajarlo, se echó a un lado, dejando que pasase y me pusiese al lado de Alice. Ahora que estábamos al lado ya no tenía la ventaja de tenernos tan controlados.
- Veo que tu también estás... Bien. - Comenté haciendo alusión a que ahora era una especie de sombra viviente.
Empuñé mi arma, poniéndola en frente antes de proferir un potente grito de batalla, uno que me aseguré que escucharan todos los piratas. Adopté la pose de guardia y me quedé quieto, esperando, retando con la mirada al primero que se atreviese si quiera a dar un paso al frente. Aunque, la verdad, había hecho eso casi con mis últimas fuerzas, ahora estaba luchando por mantenerme consciente, mientras siguiera en pie, sería una amenaza que ellos no podrían ignorar.
Maldijiste en silencio al escucharlo. Claro que no estaba bien. Habías visto cómo Gasso lo apuñalaba, y era más que probable que tuviese varios huesos rotos. Hablaba débilmente, como si el aliento le faltase -normal, por otro lado- y creías escucharlo jadear. Pero estaba vivo. No sabías por cuánto tiempo ni cómo había sobrevivido, pero lo había hecho. Pocas veces habías oído hablar de gente que aguantaba a base de pura voluntad y cabezonería, aunque parecía que Hayato podía ser una de esas personas. Por lo que sabías de él y, más concretamente, del destrozo que había hecho en la sala de los relojes -por no hablar de que para entrar ahí había invadido tu habitación-, el samurái de aspecto demoníaco poseía una voluntad inquebrantable.
Aunque la mayoría de veces fuese la voluntad de robarte prendas de andar por casa.
Los tentáculos trataron de apresarte en un primer momento, pero igual que él era atravesado por la mayoría de los ataques el limo fue absorbido por el tuyo. Inmóvil, mantenías una mirada confiada que pretendía ocultar el miedo que en realidad sentías. Veías los golpes que Hayato le había propinado, y si él podía haberlo herido el pirata podría herirte a ti de la misma forma. No sabías cuál era, pero la perspectiva era lo bastante preocupante como para tenerlo en cuenta. A no ser que, como tú...
Diste un respingo y contuviste un chillido asustado cuando una bestia herida se posicionó a tu lado. Por su arma y los rasgos de su rostro dedujiste que se trataba de tu compañero, aunque nunca habrías imaginado que era usuario. Nunca te lo había dicho, aunque para ser justos, tú tampoco le habías comentado nada a él. Y él te lo hacía saber con su reproche en clave de inocente comentario. Tal vez no estaba del todo bien que no les hubieses dicho más de ti, pero lo cierto era que no habías querido confiar en ellos mientras no tenías por seguro que no eran criminales. Mas, cuando habías llegado a la conclusión de que eran demasiado torpes para tratarse de delincuentes, ya no se te ocurrió comentarles algunos de los detalles más básicos sobre ti: Tu fruta del diablo, tu enfermedad, yo...
Aunque hasta que Illje lo supiera, tampoco ibas a hablar de mí.
- Mejor que tú, por lo visto -replicaste-. Yo me ocupo.
Quizá estaba de acuerdo, tal vez no. Escuchaste su bramido ensordecedor, viendo que los pocos lo bastante locos como para acercarse se detuvieron en el acto. Tú, por tu parte, suspiraste. El âme obscure liberaba una parte del poder de tu fruta, pero también te alejaba de otros tantos que en ese momento eran vitales para resolver la situación. Todavía no controlabas del todo bien aquel estado, pero con un largo resoplido pareció que te dejaba caer al suelo de nuevo, pálida y rubia, mucho más pequeña y delicada. Gasso malinterpretó la situación creyendo que aquel esfuerzo te había agotado, pero nada más lejos de la realidad. El manto que habías arrancado de la oscuridad terminó de caer al suelo y empezó a extenderse en todas direcciones, creando una zona de gravedad aumentada en un área relativamente extensa. Lo sentías por Hayato, y esperabas que no le fuera dañino, pero era tu turno de actuar.
El capitán pirata no dio importancia. Sus pasos seguían siendo seguros y poderosos, como si no le afectase la atracción. Soltaba limo con cada paso, que ascendía hasta formar una copia de sí mismo que comenzaba a caminar tras él. Uno, dos y hasta seis réplicas formaban parte del pequeño ejército que se había formado. Tú, mientras tanto, sujetabas a Ares con decisión y la lanzaste detrás de él. Quizá creyó que fallabas, porque oíste una corta carcajada. Quizá no. Quizá, cuando de golpe toda la gravedad se concentró en la punta de la lanza hasta ser varias veces la atracción de la Tierra, no entendió que él no era el objetivo. Salió volando hacia atrás y tú tornaste oscuridad tus huesos, preparada para la descarga de dolor. Te dejaste llevar corriendo por aquella fuerte atracción al tiempo que disparabas una esfera hacia detrás de Hayato, contrarrestándola ligeramente, y mientras saltabas sacaste uno de los cuchillos de la muslera.
Gasso pudo repelerte con un puñetazo que impactó contra tu pecho, pero rodaste sin prestar atención y volviste a la carga, esa vez utilizando las alas de la libertad, preparada para orbitar como un pequeño satélite a su alrededor, moviendo los enganches de un lado a otro para no enrollarte mientras propinabas corte tras corte a su cuerpo de barro. Si Hayato había podido, quizá tú también.
Aterrizaste a unos pocos pasos del atenazado pirata, solo para ver que no le habías hecho nada en absoluto. Seguías teniendo que llegar hasta él y anular sus poderes.
Aunque la mayoría de veces fuese la voluntad de robarte prendas de andar por casa.
Los tentáculos trataron de apresarte en un primer momento, pero igual que él era atravesado por la mayoría de los ataques el limo fue absorbido por el tuyo. Inmóvil, mantenías una mirada confiada que pretendía ocultar el miedo que en realidad sentías. Veías los golpes que Hayato le había propinado, y si él podía haberlo herido el pirata podría herirte a ti de la misma forma. No sabías cuál era, pero la perspectiva era lo bastante preocupante como para tenerlo en cuenta. A no ser que, como tú...
Diste un respingo y contuviste un chillido asustado cuando una bestia herida se posicionó a tu lado. Por su arma y los rasgos de su rostro dedujiste que se trataba de tu compañero, aunque nunca habrías imaginado que era usuario. Nunca te lo había dicho, aunque para ser justos, tú tampoco le habías comentado nada a él. Y él te lo hacía saber con su reproche en clave de inocente comentario. Tal vez no estaba del todo bien que no les hubieses dicho más de ti, pero lo cierto era que no habías querido confiar en ellos mientras no tenías por seguro que no eran criminales. Mas, cuando habías llegado a la conclusión de que eran demasiado torpes para tratarse de delincuentes, ya no se te ocurrió comentarles algunos de los detalles más básicos sobre ti: Tu fruta del diablo, tu enfermedad, yo...
Aunque hasta que Illje lo supiera, tampoco ibas a hablar de mí.
- Mejor que tú, por lo visto -replicaste-. Yo me ocupo.
Quizá estaba de acuerdo, tal vez no. Escuchaste su bramido ensordecedor, viendo que los pocos lo bastante locos como para acercarse se detuvieron en el acto. Tú, por tu parte, suspiraste. El âme obscure liberaba una parte del poder de tu fruta, pero también te alejaba de otros tantos que en ese momento eran vitales para resolver la situación. Todavía no controlabas del todo bien aquel estado, pero con un largo resoplido pareció que te dejaba caer al suelo de nuevo, pálida y rubia, mucho más pequeña y delicada. Gasso malinterpretó la situación creyendo que aquel esfuerzo te había agotado, pero nada más lejos de la realidad. El manto que habías arrancado de la oscuridad terminó de caer al suelo y empezó a extenderse en todas direcciones, creando una zona de gravedad aumentada en un área relativamente extensa. Lo sentías por Hayato, y esperabas que no le fuera dañino, pero era tu turno de actuar.
El capitán pirata no dio importancia. Sus pasos seguían siendo seguros y poderosos, como si no le afectase la atracción. Soltaba limo con cada paso, que ascendía hasta formar una copia de sí mismo que comenzaba a caminar tras él. Uno, dos y hasta seis réplicas formaban parte del pequeño ejército que se había formado. Tú, mientras tanto, sujetabas a Ares con decisión y la lanzaste detrás de él. Quizá creyó que fallabas, porque oíste una corta carcajada. Quizá no. Quizá, cuando de golpe toda la gravedad se concentró en la punta de la lanza hasta ser varias veces la atracción de la Tierra, no entendió que él no era el objetivo. Salió volando hacia atrás y tú tornaste oscuridad tus huesos, preparada para la descarga de dolor. Te dejaste llevar corriendo por aquella fuerte atracción al tiempo que disparabas una esfera hacia detrás de Hayato, contrarrestándola ligeramente, y mientras saltabas sacaste uno de los cuchillos de la muslera.
Gasso pudo repelerte con un puñetazo que impactó contra tu pecho, pero rodaste sin prestar atención y volviste a la carga, esa vez utilizando las alas de la libertad, preparada para orbitar como un pequeño satélite a su alrededor, moviendo los enganches de un lado a otro para no enrollarte mientras propinabas corte tras corte a su cuerpo de barro. Si Hayato había podido, quizá tú también.
Aterrizaste a unos pocos pasos del atenazado pirata, solo para ver que no le habías hecho nada en absoluto. Seguías teniendo que llegar hasta él y anular sus poderes.
Mikazuki Hayato
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Akuma no mi
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Costaba que el aire llegase a los pulmones. La boca me sabía a sangre y las costillas me dolían una barbaridad. Lo único que estaba haciendo era intimidar a los pocos que quisieran acercarse mientras me centraba en parar el sangrado de la herida tensando los músculos abdominales y controlando el flujo de mi cuerpo para evitar daños mayores. Un pequeño parche, una ayuda que me daría unos instantes valiosos si lograba estar tranquilo. Asentí en silencio cuando Alice dijo que ella se encargaba, Mirando de reojo a los que creían que podían intervenir. Los pocos que pensaron que sería una buena idea al poco tiempo se dieron de narices contra el suelo, era como si de pronto todos fuéramos más pesados. Apoyé mi arma y descansé un poco de mi peso sobre esta para que no me vieran hincar la rodilla en el suelo, parecía que tanto Alice como Gasso tenían un plan, y a mí me estaba carcomiendo el estar demasiado débil como para unirme. No, podía hacerlo, pero no sabía cuanto aguantaría, podría dar uno o dos golpes más, tres si gestionaba mis fuerzas, pero si recibía alguno de Gasso, y el no lo iba a tener muy difícil para acertar, lo más seguro era que me fuera al suelo, eso sólo estorbaría a la rubia.
De pronto las fuerzas cambiaron, Alice creó una que tiraba del capitán pirata hacia atrás desestabilizándolo, molestándose en crear una opuesta menor para que no me afectase tanto. Apreté los dientes frustrado, incluso sin intervenir estaba tomándose la molestia de ayudarme. Tenía que hacer algo para ayudarla, si tan sólo no tuviera estas apestosas heridas... estaban sucias, si no las limpiaba pronto seguro que se infectaban.
Y de pronto se me ocurrió la idea. Dirigí una mirada amenazadora a los piratas que estaban mirando, los que más cerca estaban tragaron saliva y empezaron a retroceder, no eran tan insensatos de meterse en medio de un combate entre un ogro, un hombre lodazal y una mujer de oscuridad que controlaba la gravedad. Corrí lo más rápido que me dejaron mis piernas hasta la orilla al lado del barco, en donde los piratas habían desembarcado. Ahí estaban, entre las cajas y las provisiones, al fin y al cabo tenían que haber traído todas estas cosas de alguna manera ¿no?
Cada paso dolía, cada vez que mis piernas se movían y el peso se transmitía notaba las punzadas por los agujeros en los muslos. Ardían mientras avanzaba de vuelta al punto del que había salido, con el arma a la espalda y aquel peso cargado sobre los hombros. El pirata estaba atento a Alice después de que esta llenara su cuerpo de cortes que volvían a cerrarse con aquel barro.
- ¡Eh Gasso¡ - Grité para llamar su atención
En ese momento lo lancé, aprovechando toda la fuerza que podía darle y la que tiraba de todo en dirección al pirata, haciendo que acelerase a una velocidad mayor de la que jamás hubiera sido capaz de arrojar nada. El pirata se volvió para mirarme sólo para ver uno de los botes que habían usado volar en su dirección. Uno de sus brazos se transformó en un látigo que restalló partiendo por la mitad el bote casi sin esfuerzo.
- ¿Es eso lo único que...? - Empezó a decir, pero entonces se dio cuenta de la trampa.
Un torrente de agua se echó encima del pirata, el mismo agua que había usado para llenar el bote de remos que habían dejado en la orilla. Si era un hombre de barro y mugre sólo había una cosa que pudiéramos hacer, limpiarlo, disolver ese limo en agua para que perdiera su consistencia.
De pronto las fuerzas cambiaron, Alice creó una que tiraba del capitán pirata hacia atrás desestabilizándolo, molestándose en crear una opuesta menor para que no me afectase tanto. Apreté los dientes frustrado, incluso sin intervenir estaba tomándose la molestia de ayudarme. Tenía que hacer algo para ayudarla, si tan sólo no tuviera estas apestosas heridas... estaban sucias, si no las limpiaba pronto seguro que se infectaban.
Y de pronto se me ocurrió la idea. Dirigí una mirada amenazadora a los piratas que estaban mirando, los que más cerca estaban tragaron saliva y empezaron a retroceder, no eran tan insensatos de meterse en medio de un combate entre un ogro, un hombre lodazal y una mujer de oscuridad que controlaba la gravedad. Corrí lo más rápido que me dejaron mis piernas hasta la orilla al lado del barco, en donde los piratas habían desembarcado. Ahí estaban, entre las cajas y las provisiones, al fin y al cabo tenían que haber traído todas estas cosas de alguna manera ¿no?
Cada paso dolía, cada vez que mis piernas se movían y el peso se transmitía notaba las punzadas por los agujeros en los muslos. Ardían mientras avanzaba de vuelta al punto del que había salido, con el arma a la espalda y aquel peso cargado sobre los hombros. El pirata estaba atento a Alice después de que esta llenara su cuerpo de cortes que volvían a cerrarse con aquel barro.
- ¡Eh Gasso¡ - Grité para llamar su atención
En ese momento lo lancé, aprovechando toda la fuerza que podía darle y la que tiraba de todo en dirección al pirata, haciendo que acelerase a una velocidad mayor de la que jamás hubiera sido capaz de arrojar nada. El pirata se volvió para mirarme sólo para ver uno de los botes que habían usado volar en su dirección. Uno de sus brazos se transformó en un látigo que restalló partiendo por la mitad el bote casi sin esfuerzo.
- ¿Es eso lo único que...? - Empezó a decir, pero entonces se dio cuenta de la trampa.
Un torrente de agua se echó encima del pirata, el mismo agua que había usado para llenar el bote de remos que habían dejado en la orilla. Si era un hombre de barro y mugre sólo había una cosa que pudiéramos hacer, limpiarlo, disolver ese limo en agua para que perdiera su consistencia.
Cuando terminaras con Gasso tendrías que preguntarle a Hayato cómo había conseguido herirlo. No era débil -de hecho, era más fuerte que la mayoría de piratas a los que habías atrapado-, pero no lo tenías por alguien extraordinario. Despistado, excéntrico, ignorante del concepto de propiedad privada y con lo que podía llegar a considerarse un lado travesti dado todo lo que te había robado, nunca habías tenido oportunidad de verlo en un combate real. Claro que, de hecho, seguramente al haberlo visto luchar habrías llegado a la conclusión de que era usuario. Pero había sido un viaje tranquilo desde que te los habías encontrado, a él y a Sasaki, en el South Blue. Pocos imprevistos y cada vez menos dinero, pero todavía el suficiente como para no centraros activamente en la caza.
De todos modos no era momento de pensar en vuestros recuerdos juntos, sino de esquivar la enorme barcaza cargada de agua de mar que estuvo a punto de darte en la cabeza. Te diste apenas cuenta por instinto, agachándote de inmediato para ver cómo delante de ti el cuerpo del pirata se deshacía sin control en una masa de barro cada vez más acuoso. Cuando terminó de perder su propia consistencia regresó a su forma humana con el rostro desencajado por el desconcierto y el terror. Seguramente no había esperado que aquel día todo se torciese de aquella forma. A decir verdad, tú tampoco habías planeado que todo acabase así.
- Gracias -musitaste con el rostro virado hacia Hayato. Luego devolviste la mirada hacia él.
El bote había impactado de lleno, lanzado con fuerza y potenciado por la inmensa gravedad del agujero negro de Ares. Tú contemplabas la escena pensativa mientras avanzabas, ambos cuchillos en mano, lentamente. El puñetazo que te había dado en el pecho ardía. Pronto empezaría a amoratarse y pasarían una semana o dos antes de que tu piel recuperase la normalidad. Un poco más de fuerza quizá te habría sobrecargado de dolor. Quizá por eso corriste de frente hacia él, envuelta en furia mientras a tus pies un pulso de oscuridad se levantaba como una larga lengua, elevándote a un metro del suelo y acolchando el veloz ritmo de tus pasos. Gasso trataba de mover los brazos, atrapados en una caída de la que se veía incapaz de salir. Aullaba con furia, desesperado, pero sabías que estaba muy lejos de ser derrotado.
Como si la providencia te indicara por dónde llegarían, esquivaste grácilmente las lanzas que surgían del suelo. El agua había roto su forma elemental ,pero estaba lejos de desarmarlo. Casi podías ver dónde iban a estar sus ataques; casi podías predecir lo que iba a hacer. Estabas demasiado ensimismada como para reparar en ello, pero la naturalidad de cada movimiento era sencillamente pasmosa dentro de su sencilla elegancia, de su ritmo.
Llegaste hasta él. La gravedad comenzaba a afectarte a ti también ahora que no girabas a su alrededor. Tenías una ventana muy escasa de tiempo, solo un instante antes de que se percatase. Pero dejaste que Ares se disipara, y con él su fuerza atractiva. Gasso salió disparado hacia ti y tu mano tomó un color negruzco. Saltaste a por él, tocando su cuello apenas con las yemas de los dedos sintiendo que algo entraba en la oscuridad. Era volátil, como lo había sido el poder de Shalke; trataba de escaparse y sabías que volvería al pirata en cuanto lo soltases. No dejaste que tuviese oportunidad. Clavaste con fuerza el cuchillo en su carne, debajo de la yugular, y giraste como una carraca alrededor de su cuello hasta dar una vuelta completa. Chorreó sangre hacia el cielo y tuviste que rodar para esquivarla, pero aun así tu vestido blanco acabó lleno de lunares rojos por toda su superficie. También tus manos acabaron ensangrentadas. Y tendrías que lavarte muy bien ese pelo.
Pero tenías su cabeza.
Triunfal, te volviste hacia Hayato con una sonrisa alegre. Dejaste que la oscuridad se disipase y, con las piernas entrecruzadas, le hiciste una reverencia para agradecer de nuevo su ayuda. Tras eso, miraste a la multitud que se congregaba a vuestro alrededor. Suspiraste. Odiabas hablar en público.
- ¡Reclamamos ese barco como nuestro! -bramaste, con voz chillona. En realidad no imponía mucho. De no ser por la cabeza que tenías en la mano o los dos cadáveres a tus pies, probablemente nadie te habría hecho caso-. ¡Y ahora es vuestro turno! -Diste un paso adelante-. ¡Los que no tengan aún recompensa por su cabeza podrán pagar entrada a nuestra tripulación con la cabeza de un criminal!
Oíste cómo un rumor incómodo recorría al público. Sabías por experiencia que los más novatos eran los que no debían tener recompensa, pero también eran los más maleables y la desesperación podía hacer mucho. Tú aún estabas entera, por lo que incluso los más veteranos no iban a arriesgar su vida por el barco. Sin embargo, consciente de la situación del samurái, añadiste una cosa más:
- ¡Cada pirata que me traiga a un médico para mi amigo -comenzaste, ya agravando un poco más la voz- podrá irse libremente por esta vez!
Suspiraste. Nunca habías agradecido tanto que la sangre manchase tu cara. Así, al menos, nadie se percataría de que estabas completamente ruborizada.
De todos modos no era momento de pensar en vuestros recuerdos juntos, sino de esquivar la enorme barcaza cargada de agua de mar que estuvo a punto de darte en la cabeza. Te diste apenas cuenta por instinto, agachándote de inmediato para ver cómo delante de ti el cuerpo del pirata se deshacía sin control en una masa de barro cada vez más acuoso. Cuando terminó de perder su propia consistencia regresó a su forma humana con el rostro desencajado por el desconcierto y el terror. Seguramente no había esperado que aquel día todo se torciese de aquella forma. A decir verdad, tú tampoco habías planeado que todo acabase así.
- Gracias -musitaste con el rostro virado hacia Hayato. Luego devolviste la mirada hacia él.
El bote había impactado de lleno, lanzado con fuerza y potenciado por la inmensa gravedad del agujero negro de Ares. Tú contemplabas la escena pensativa mientras avanzabas, ambos cuchillos en mano, lentamente. El puñetazo que te había dado en el pecho ardía. Pronto empezaría a amoratarse y pasarían una semana o dos antes de que tu piel recuperase la normalidad. Un poco más de fuerza quizá te habría sobrecargado de dolor. Quizá por eso corriste de frente hacia él, envuelta en furia mientras a tus pies un pulso de oscuridad se levantaba como una larga lengua, elevándote a un metro del suelo y acolchando el veloz ritmo de tus pasos. Gasso trataba de mover los brazos, atrapados en una caída de la que se veía incapaz de salir. Aullaba con furia, desesperado, pero sabías que estaba muy lejos de ser derrotado.
Como si la providencia te indicara por dónde llegarían, esquivaste grácilmente las lanzas que surgían del suelo. El agua había roto su forma elemental ,pero estaba lejos de desarmarlo. Casi podías ver dónde iban a estar sus ataques; casi podías predecir lo que iba a hacer. Estabas demasiado ensimismada como para reparar en ello, pero la naturalidad de cada movimiento era sencillamente pasmosa dentro de su sencilla elegancia, de su ritmo.
Llegaste hasta él. La gravedad comenzaba a afectarte a ti también ahora que no girabas a su alrededor. Tenías una ventana muy escasa de tiempo, solo un instante antes de que se percatase. Pero dejaste que Ares se disipara, y con él su fuerza atractiva. Gasso salió disparado hacia ti y tu mano tomó un color negruzco. Saltaste a por él, tocando su cuello apenas con las yemas de los dedos sintiendo que algo entraba en la oscuridad. Era volátil, como lo había sido el poder de Shalke; trataba de escaparse y sabías que volvería al pirata en cuanto lo soltases. No dejaste que tuviese oportunidad. Clavaste con fuerza el cuchillo en su carne, debajo de la yugular, y giraste como una carraca alrededor de su cuello hasta dar una vuelta completa. Chorreó sangre hacia el cielo y tuviste que rodar para esquivarla, pero aun así tu vestido blanco acabó lleno de lunares rojos por toda su superficie. También tus manos acabaron ensangrentadas. Y tendrías que lavarte muy bien ese pelo.
Pero tenías su cabeza.
Triunfal, te volviste hacia Hayato con una sonrisa alegre. Dejaste que la oscuridad se disipase y, con las piernas entrecruzadas, le hiciste una reverencia para agradecer de nuevo su ayuda. Tras eso, miraste a la multitud que se congregaba a vuestro alrededor. Suspiraste. Odiabas hablar en público.
- ¡Reclamamos ese barco como nuestro! -bramaste, con voz chillona. En realidad no imponía mucho. De no ser por la cabeza que tenías en la mano o los dos cadáveres a tus pies, probablemente nadie te habría hecho caso-. ¡Y ahora es vuestro turno! -Diste un paso adelante-. ¡Los que no tengan aún recompensa por su cabeza podrán pagar entrada a nuestra tripulación con la cabeza de un criminal!
Oíste cómo un rumor incómodo recorría al público. Sabías por experiencia que los más novatos eran los que no debían tener recompensa, pero también eran los más maleables y la desesperación podía hacer mucho. Tú aún estabas entera, por lo que incluso los más veteranos no iban a arriesgar su vida por el barco. Sin embargo, consciente de la situación del samurái, añadiste una cosa más:
- ¡Cada pirata que me traiga a un médico para mi amigo -comenzaste, ya agravando un poco más la voz- podrá irse libremente por esta vez!
Suspiraste. Nunca habías agradecido tanto que la sangre manchase tu cara. Así, al menos, nadie se percataría de que estabas completamente ruborizada.
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Quizás demasiado sangriento para mi gusto, pero sin duda era un fin adecuado para el pirata Bert Gasso. Alice no perdió el tiempo, aprovechando la oportunidad que le había dado, asestando un tajo decisivo sobre un pirata de barro y limo que se descomponía bajo el agua que le había caído encima. Creo que nunca más volvería a serme útil el concepto de "matar a alguien limpiándolo", pero dada la naturaleza única de su habilidad, había tenido que recurrir a la creatividad. Y hablando de eso, tenía que pensar en lo que había notado antes, ese chispazo, ese contacto extraño que había sentido al golpearlo en el mentón. Era algo fuera de lo normal, pero se sentía extrañamente natural, como si hubiera usado una parte de mi cuerpo que no sabía que estaba ahí. De haber estado en mejor forma hubiera intentado perfilarlo un poco más con el pirata, pero no estábamos en condiciones de andar perdiendo el tiempo. Bueno, no estaba en condiciones, Alice por otro lado parecía estar en mejor forma.
Me quedé de pie apoyado en mi arma, volviendo a mi forma humana y dándome el lujo de relajarme. Cerrando los ojos con una expresión tranquila en el rostro. El dolor ya no era más que un leve eco de fondo, como si lo sintiera alguien que no fuera yo, como si fuera una sensación experimentada fuera de mi propio cuerpo. Antes de que me quisiese dar cuenta no era capaz de abrir los ojos y los sonidos cada vez se escuchaban más y más lejanos. Abrazar esa tranquilidad era como quedarse dormido de puro agotamiento, un pequeño castigo del cuerpo por haberlo llevado más allá del límite. Pero tenía la sensación de que, por primera vez en muchos días, podía dormir cerca de alguien en quien confiaba. Y entonces, ante la atónita mirada de los marineros cercanos me desplomé bocabajo en el suelo. Seguro que a ninguno le sorprendía, pero por lo poco que logré distinguir parecían preocupados, una preocupación que no cesó hasta que comencé a roncar.
El tiempo pasaba de forma diferente en los sueños, revivías experiencias de un pasado lejano como si fuera ayer, y sucesos recientes como si se hubieran repetido todos los días. Entonces algo se conectó en mi cabeza. Esa no era la primera vez que tenía esa sensación, fue hace tiempo, entrenando con el maestro, había notado ese contacto, pero era diferente, era como estar al otro lado de ese vínculo. Recuerdo que me dolió a pesar de la transformación, como si hubiera golpeado mi propia alma. En ese momento no me di cuenta, achaqué el dolor a la simple fuerza del anciano. Recuerdo que esa noche me llamó idiota por enésima vez, como si hubiera algo de su lección que se me hubiera escapado, ahora lo comprendía. Comencé a recordar el combate contra Gasso, mi cuerpo, mis músculos tenían grabados en la memoria cada movimiento, pero eso no había tenido nada que ver. No era técnica, no era respiración, era simple y llanamente golpear a alguien con la fuerza de tu alma. O, bueno, por lo menos esa era la mejor manera en la que lo podía describir, la mejor definición que se me había ocurrido en lo que me parecieron días de introspección dentro mis sueños.
Abrí los ojos. Una luz blanca me deslumbró, haciendo que volviera a cerrarlos durante un instante. Estaba tumbado sobre una cama, estaba sudando pero notaba el cuerpo frío. Volví a abrir los ojos, esta vez despacio para que se adaptasen a la luz. Había un hombre que no reconocía, tenía un paño cubriéndole la boca y la nariz, un gorro de tela y unas gafas redondas, vestía lo que parecía ser una bata blanca manchada de algo de sangre y tenía unos guantes en las manos. Traté de incorporarme pero una punzada de dolor en el pecho y el abdomen me retuvo en el sitio, apreté los dientes pero no pude evitar que se me escapara un grito reprimido de dolor.
- Oh, por fin despierta. - Dijo el extraño con un acento desconocido, con un deje en la "s" y la "r" que no había escuchado nunca. - Sera mejor que no se mueva, no querrá que se le vuelvan a abrir los puntos.
Levanté mi cuello y miré a mi abdomen, había una fea herida cerrada con bastantes puntos de sutura, la carne estaba enrojecida, pero no tenía pinta de haber sido tratada mal. Por encima tenía el pecho vendado, así como en los muslos por debajo de los calzoncillos. Unos vendajes sucios estaban a un lado en la mesilla, mientras que el sujeto que supuse que era un médico tenía unas pinzas con unos algodones húmedos en estas. Parecía que estaba limpiando la herida.
- He de decir que nunca he visto un sujeto que aguante el castigo físico como usted. - Dijo cambiando uno de los algodones sucios por uno limpio. - Cuando lo trajeron pensé que aunque sobreviviera a las heridas y las tratase no tardaría en morir a causa de la sepsis. Qué sorpresa la mía cuando me tocó cambiar los vendajes y vi que, no sólo no había infección, sino que había evolucionado favorablemente más rápido de lo anticipado. Y ahora, si no le importa... - Dijo tendiéndome un paño con el que procedí a limpiarme un poco de sudor. - Oh no, eso es para que lo muerda, es un poco inconveniente que se haya despertado justo ahora mein Freund. - Y entonces pasó el algodón por la herida.
Me quedé de pie apoyado en mi arma, volviendo a mi forma humana y dándome el lujo de relajarme. Cerrando los ojos con una expresión tranquila en el rostro. El dolor ya no era más que un leve eco de fondo, como si lo sintiera alguien que no fuera yo, como si fuera una sensación experimentada fuera de mi propio cuerpo. Antes de que me quisiese dar cuenta no era capaz de abrir los ojos y los sonidos cada vez se escuchaban más y más lejanos. Abrazar esa tranquilidad era como quedarse dormido de puro agotamiento, un pequeño castigo del cuerpo por haberlo llevado más allá del límite. Pero tenía la sensación de que, por primera vez en muchos días, podía dormir cerca de alguien en quien confiaba. Y entonces, ante la atónita mirada de los marineros cercanos me desplomé bocabajo en el suelo. Seguro que a ninguno le sorprendía, pero por lo poco que logré distinguir parecían preocupados, una preocupación que no cesó hasta que comencé a roncar.
El tiempo pasaba de forma diferente en los sueños, revivías experiencias de un pasado lejano como si fuera ayer, y sucesos recientes como si se hubieran repetido todos los días. Entonces algo se conectó en mi cabeza. Esa no era la primera vez que tenía esa sensación, fue hace tiempo, entrenando con el maestro, había notado ese contacto, pero era diferente, era como estar al otro lado de ese vínculo. Recuerdo que me dolió a pesar de la transformación, como si hubiera golpeado mi propia alma. En ese momento no me di cuenta, achaqué el dolor a la simple fuerza del anciano. Recuerdo que esa noche me llamó idiota por enésima vez, como si hubiera algo de su lección que se me hubiera escapado, ahora lo comprendía. Comencé a recordar el combate contra Gasso, mi cuerpo, mis músculos tenían grabados en la memoria cada movimiento, pero eso no había tenido nada que ver. No era técnica, no era respiración, era simple y llanamente golpear a alguien con la fuerza de tu alma. O, bueno, por lo menos esa era la mejor manera en la que lo podía describir, la mejor definición que se me había ocurrido en lo que me parecieron días de introspección dentro mis sueños.
Abrí los ojos. Una luz blanca me deslumbró, haciendo que volviera a cerrarlos durante un instante. Estaba tumbado sobre una cama, estaba sudando pero notaba el cuerpo frío. Volví a abrir los ojos, esta vez despacio para que se adaptasen a la luz. Había un hombre que no reconocía, tenía un paño cubriéndole la boca y la nariz, un gorro de tela y unas gafas redondas, vestía lo que parecía ser una bata blanca manchada de algo de sangre y tenía unos guantes en las manos. Traté de incorporarme pero una punzada de dolor en el pecho y el abdomen me retuvo en el sitio, apreté los dientes pero no pude evitar que se me escapara un grito reprimido de dolor.
- Oh, por fin despierta. - Dijo el extraño con un acento desconocido, con un deje en la "s" y la "r" que no había escuchado nunca. - Sera mejor que no se mueva, no querrá que se le vuelvan a abrir los puntos.
Levanté mi cuello y miré a mi abdomen, había una fea herida cerrada con bastantes puntos de sutura, la carne estaba enrojecida, pero no tenía pinta de haber sido tratada mal. Por encima tenía el pecho vendado, así como en los muslos por debajo de los calzoncillos. Unos vendajes sucios estaban a un lado en la mesilla, mientras que el sujeto que supuse que era un médico tenía unas pinzas con unos algodones húmedos en estas. Parecía que estaba limpiando la herida.
- He de decir que nunca he visto un sujeto que aguante el castigo físico como usted. - Dijo cambiando uno de los algodones sucios por uno limpio. - Cuando lo trajeron pensé que aunque sobreviviera a las heridas y las tratase no tardaría en morir a causa de la sepsis. Qué sorpresa la mía cuando me tocó cambiar los vendajes y vi que, no sólo no había infección, sino que había evolucionado favorablemente más rápido de lo anticipado. Y ahora, si no le importa... - Dijo tendiéndome un paño con el que procedí a limpiarme un poco de sudor. - Oh no, eso es para que lo muerda, es un poco inconveniente que se haya despertado justo ahora mein Freund. - Y entonces pasó el algodón por la herida.
Un hombre entre la multitud dio un paso al frente.
- ¡Yo entrego una de quince millones de berries!
Arqueaste una ceja mientras Marcus Zion, oficial de confianza de Bert Gasso, avanzaba a paso tranquilo hacia ti. Tenía aspecto rudo, pero su mirada amable y sonrisa plácida le daban apariencia de gigante bonachón. Era grande. No tanto como su capitán, pero poseía grandes brazos y un cuello ancho como un tronco, cubierto completamente por una densa barba rizada. Parecía también más limpio que los demás, y aunque cojeaba un poco tras el enfrentamiento con Hayato su paso era seguro. Te hacía sentir pequeña, casi insignificante.
- No llevas a nadie bajo el brazo -repusiste, desconfiada.
- Pero sí sobre los hombros, ¿no? -Miró hacia un chiquillo-. ¡Evert, trae a Doc! ¡El ogro va a necesitar toda la ayuda que puedan prestarle!
Zion se sentó a tu lado, encima del descabezado Gasso. Parecía tranquilo. ¿Tenía un plan?
- Quince millones son muchos millones -comentó-. Entre muchos de esos chicos ni siquiera lo suman. Solo querían saborear la libertad...
- La libertad de delinquir impunemente. Conozco la mayoría de crímenes que tu banda ha cometido, en muchos casos también cuál de ellos ha sido.
- Cuando persigues libre cometes errores. Te embriagas, crees que no hay consecuencias... Matas, robas, te emborrachas y todo lo que se te ocurre. ¿Pero merece eso más castigo que poner a pelear a chiquillos a cambio de una cama caliente?
Suspiraste.
- En el barco guardo cada una de mis partes -prosiguió-. No es mucho, pero podría pagar la fianza de unos cuantos de ellos.
- ¿Por qué haces esto, Zion? -preguntaste. Un hombre con bata de laboratorio e instrumental médico caminaba apresuradamente hacia Hayato. Hizo un gesto y varios grumetes corrieron a ayudarlo-. Podrías marcharte; eres fuerte.
- Ni de lejos tanto como parece. Y ya voy viejo. Llámame romántico, pero creo que es apropiado que muera por mis crímenes evitando que una princesita organice una masacre. Además, Gasso era el listo. Sin él no duraré mucho; me atraparán tarde o temprano.
Bufaste. Negando con la cabeza te adelantaste unos cuantos pasos. "Tú ganas, Zion", dijiste para ti, y gritaste de nuevo.
- ¡Los que tengáis recompensa! ¡Tenéis una hora para desaparecer de mi vista! ¡Los demás, si queréis un trabajo honrado y lucrativo, venid hacia aquí!
Te volteaste de nuevo hacia Zion.
- Eres un asesino.
-En efecto -correspondió él.
- Y un ladrón.
- Eso dicen, sí.
- Esclavista.
- Técnicamente. Pero tú organizas combates a muerte entre camaradas. Creo que estamos empatados, si contamos lo tuyo como pelea de gladiadores.
Te reíste.
- Eres simpático.
- Pequeña... Soy encantador -dijo él, recostándose ligeramente sobre un respaldo que no existía-. Sin mí esta banda habría caído al primer asesinato de Gasso. Era muy violento cuando bebía, ¿sabes? Nadie lo seguía por simpatía, solo por miedo y a veces por un retorcido afán lucrativo.
- Serías un contramaestre increíble. -No sabías en qué momento todo había acabado así-. ¿Tienes dinero para pagar por tu cabeza?
- Un poco más, pero sí.
- ¿Me voy a arrepentir de esto?
- Es posible. Tendrás que confiar en mí.
Te encogiste de hombros.
- Sí, supongo que sí. Organízalo todo, anda. Pon a tus hombres en marcha.
Era... Mágico. Zion era capaz de gritar violentamente y aun así sonar amable. Era brusco, sí, pero en sus palabras había fondo afectuoso que seducía a los marineros. Los que no tenían recompensa muy pronto estuvieron trabajando, mientras que la mitad restante iban siendo reubicados tras Marcus pagarles una pequeña cantidad para "rehacer sus vidas". Te habías negado a que nadie aparte de él entrase al barco con recompensa. Ya solo él causaría muchos problemas, y tampoco sabías si era leal. Al fin y al cabo, parecía haber cambiado muy deprisa de bando. "Son piratas", te dijiste. "Siempre habrá una lealtad más rentable".
Cuando todo terminó te diste el lujo de vomitar en un lugar apartado. Mucha sangre. Demasiado olor a hierro.
Te alegrabas de que nadie te hubiese visto. Sin embargo a tu espalda apareció Marcus una vez más.
- Ha despertado -anunció, solemne.
Te fijaste en él una vez más. Sí, vestía como un pirata, pero tenía más aspecto de gestor. Quizá no era el más listo, pero desde luego la experiencia le había dado conocimientos de sobra y no desaprovechaba la oportunidad de seguir aprendiendo. Empezabas a simpatizar con él, pero por el momento querías llegar hasta Hayato. Y eso hiciste.
- ¡Yo entrego una de quince millones de berries!
Arqueaste una ceja mientras Marcus Zion, oficial de confianza de Bert Gasso, avanzaba a paso tranquilo hacia ti. Tenía aspecto rudo, pero su mirada amable y sonrisa plácida le daban apariencia de gigante bonachón. Era grande. No tanto como su capitán, pero poseía grandes brazos y un cuello ancho como un tronco, cubierto completamente por una densa barba rizada. Parecía también más limpio que los demás, y aunque cojeaba un poco tras el enfrentamiento con Hayato su paso era seguro. Te hacía sentir pequeña, casi insignificante.
- No llevas a nadie bajo el brazo -repusiste, desconfiada.
- Pero sí sobre los hombros, ¿no? -Miró hacia un chiquillo-. ¡Evert, trae a Doc! ¡El ogro va a necesitar toda la ayuda que puedan prestarle!
Zion se sentó a tu lado, encima del descabezado Gasso. Parecía tranquilo. ¿Tenía un plan?
- Quince millones son muchos millones -comentó-. Entre muchos de esos chicos ni siquiera lo suman. Solo querían saborear la libertad...
- La libertad de delinquir impunemente. Conozco la mayoría de crímenes que tu banda ha cometido, en muchos casos también cuál de ellos ha sido.
- Cuando persigues libre cometes errores. Te embriagas, crees que no hay consecuencias... Matas, robas, te emborrachas y todo lo que se te ocurre. ¿Pero merece eso más castigo que poner a pelear a chiquillos a cambio de una cama caliente?
Suspiraste.
- En el barco guardo cada una de mis partes -prosiguió-. No es mucho, pero podría pagar la fianza de unos cuantos de ellos.
- ¿Por qué haces esto, Zion? -preguntaste. Un hombre con bata de laboratorio e instrumental médico caminaba apresuradamente hacia Hayato. Hizo un gesto y varios grumetes corrieron a ayudarlo-. Podrías marcharte; eres fuerte.
- Ni de lejos tanto como parece. Y ya voy viejo. Llámame romántico, pero creo que es apropiado que muera por mis crímenes evitando que una princesita organice una masacre. Además, Gasso era el listo. Sin él no duraré mucho; me atraparán tarde o temprano.
Bufaste. Negando con la cabeza te adelantaste unos cuantos pasos. "Tú ganas, Zion", dijiste para ti, y gritaste de nuevo.
- ¡Los que tengáis recompensa! ¡Tenéis una hora para desaparecer de mi vista! ¡Los demás, si queréis un trabajo honrado y lucrativo, venid hacia aquí!
Te volteaste de nuevo hacia Zion.
- Eres un asesino.
-En efecto -correspondió él.
- Y un ladrón.
- Eso dicen, sí.
- Esclavista.
- Técnicamente. Pero tú organizas combates a muerte entre camaradas. Creo que estamos empatados, si contamos lo tuyo como pelea de gladiadores.
Te reíste.
- Eres simpático.
- Pequeña... Soy encantador -dijo él, recostándose ligeramente sobre un respaldo que no existía-. Sin mí esta banda habría caído al primer asesinato de Gasso. Era muy violento cuando bebía, ¿sabes? Nadie lo seguía por simpatía, solo por miedo y a veces por un retorcido afán lucrativo.
- Serías un contramaestre increíble. -No sabías en qué momento todo había acabado así-. ¿Tienes dinero para pagar por tu cabeza?
- Un poco más, pero sí.
- ¿Me voy a arrepentir de esto?
- Es posible. Tendrás que confiar en mí.
Te encogiste de hombros.
- Sí, supongo que sí. Organízalo todo, anda. Pon a tus hombres en marcha.
Era... Mágico. Zion era capaz de gritar violentamente y aun así sonar amable. Era brusco, sí, pero en sus palabras había fondo afectuoso que seducía a los marineros. Los que no tenían recompensa muy pronto estuvieron trabajando, mientras que la mitad restante iban siendo reubicados tras Marcus pagarles una pequeña cantidad para "rehacer sus vidas". Te habías negado a que nadie aparte de él entrase al barco con recompensa. Ya solo él causaría muchos problemas, y tampoco sabías si era leal. Al fin y al cabo, parecía haber cambiado muy deprisa de bando. "Son piratas", te dijiste. "Siempre habrá una lealtad más rentable".
Cuando todo terminó te diste el lujo de vomitar en un lugar apartado. Mucha sangre. Demasiado olor a hierro.
Te alegrabas de que nadie te hubiese visto. Sin embargo a tu espalda apareció Marcus una vez más.
- Ha despertado -anunció, solemne.
Te fijaste en él una vez más. Sí, vestía como un pirata, pero tenía más aspecto de gestor. Quizá no era el más listo, pero desde luego la experiencia le había dado conocimientos de sobra y no desaprovechaba la oportunidad de seguir aprendiendo. Empezabas a simpatizar con él, pero por el momento querías llegar hasta Hayato. Y eso hiciste.
Mikazuki Hayato
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Me dejé caer en la cama, relajando la espalda por primera vez en varios minutos. La había tenido tensa, un acto reflejo al dolor de las heridas siendo desinfectadas. El doctor dijo que no era buena idea darme nada para el dolor, no sé qué de que mi cuerpo no reaccionaría bien tras haberme dado una cosa con nombre raro durante varios días para mantenerme dormido, sin contar con que podría reaccionar con la contaminación de Yellow Spice. Parecía bastante convencido de eso, aunque no me daba mucha confianza si era del todo sincero.
Una vez terminó de limpiar recogió sus cosas y se excusó tras dejar bien puestos los nuevos vendajes, reposo y mucha agua durante los próximos días fue lo que dijo. Estuve así durante unos minutos, pero el cuanto el dolor se volvió algo más soportable y las ideas empezaron a asentarse en mi cabeza comencé a estar algo inquieto. Para empezar ¿Dónde estaba? ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Dónde estaba Alice? Tenía muchas preguntas más, y no podía quedarme quieto durmiendo en un sitio extraño si no tenía respuestas.
Intenté incorporarme, una punzada de dolor recorrió mi cuerpo de nuevo, no era buena idea poner presión en los abdominales, ni el los muslos, ni en el pecho, ni en el cuerpo en general. Pero me sobrepuse y con cierta dificultad me incorporé, llamando a mi arma la cual se materializó en mi mano para luego poder usarla de bastón. Me costó ponerme de pie, no tenía tan mal las piernas como el torso, pero todos esos agujeros estorbaban a la hora de hacer el mínimo esfuerzo. Antes de ponerme a caminar tomé aire, unas cuantas respiraciones controladas ayudaron a poner la cabeza en su sitio y a ignorar el sufrimiento provocado por las heridas. Di un paso, dos, tres, hasta llegar a la puerta, podía caminar bien, mientras pusiera algo de peso sobre el arma no estaría sobre esforzando mi cuerpo. Abrí la puerta la cual daba a un largo pasillo, se escuchaba algo de ajetreo en cubierta, el de varias personas moviéndose de un lado a otro, el chirrido de algo pesado siendo arrastrado, el crujir de la madera. La enfermería parecía estar al lado de los camarotes de la tripulación, al fondo había unas escaleras que daban a la cubierta, pero del otro lado venía un olor que me llamaba la atención
No había comido en días, y el combate me había agotado las fuerzas, más por necesidad que por curiosidad decidí ir al lado contrario. El comedor era relativamente amplio, lo suficiente para acomodar a varias docenas de personas a la vez, había sudo usado hacía poco, el olor a la comida recién echa todavía salía de la cocina. Si tenía suerte todavía quedaría un poco. Podía encontrar las respuestas a mis preguntas después de llenar mi estómago con lo que fuera que olía tan bien, aunque siendo sinceros, a estas alturas todo lo que saliera de una cocina olía bien. Alice podría esperar un poco más.
Una vez terminó de limpiar recogió sus cosas y se excusó tras dejar bien puestos los nuevos vendajes, reposo y mucha agua durante los próximos días fue lo que dijo. Estuve así durante unos minutos, pero el cuanto el dolor se volvió algo más soportable y las ideas empezaron a asentarse en mi cabeza comencé a estar algo inquieto. Para empezar ¿Dónde estaba? ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Dónde estaba Alice? Tenía muchas preguntas más, y no podía quedarme quieto durmiendo en un sitio extraño si no tenía respuestas.
Intenté incorporarme, una punzada de dolor recorrió mi cuerpo de nuevo, no era buena idea poner presión en los abdominales, ni el los muslos, ni en el pecho, ni en el cuerpo en general. Pero me sobrepuse y con cierta dificultad me incorporé, llamando a mi arma la cual se materializó en mi mano para luego poder usarla de bastón. Me costó ponerme de pie, no tenía tan mal las piernas como el torso, pero todos esos agujeros estorbaban a la hora de hacer el mínimo esfuerzo. Antes de ponerme a caminar tomé aire, unas cuantas respiraciones controladas ayudaron a poner la cabeza en su sitio y a ignorar el sufrimiento provocado por las heridas. Di un paso, dos, tres, hasta llegar a la puerta, podía caminar bien, mientras pusiera algo de peso sobre el arma no estaría sobre esforzando mi cuerpo. Abrí la puerta la cual daba a un largo pasillo, se escuchaba algo de ajetreo en cubierta, el de varias personas moviéndose de un lado a otro, el chirrido de algo pesado siendo arrastrado, el crujir de la madera. La enfermería parecía estar al lado de los camarotes de la tripulación, al fondo había unas escaleras que daban a la cubierta, pero del otro lado venía un olor que me llamaba la atención
No había comido en días, y el combate me había agotado las fuerzas, más por necesidad que por curiosidad decidí ir al lado contrario. El comedor era relativamente amplio, lo suficiente para acomodar a varias docenas de personas a la vez, había sudo usado hacía poco, el olor a la comida recién echa todavía salía de la cocina. Si tenía suerte todavía quedaría un poco. Podía encontrar las respuestas a mis preguntas después de llenar mi estómago con lo que fuera que olía tan bien, aunque siendo sinceros, a estas alturas todo lo que saliera de una cocina olía bien. Alice podría esperar un poco más.
Caminaste con decisión hacia el interior del barco. Los piratas con recompensa habían huido, mientras que los demás formaban tranquilamente en el patio de la cubierta superior. El Olympus, como habías decidido renombrar al barco, era una delgada línea de tres cubiertas -una de ellas, la inferior, abalconada- con un sinfín de espacio. No solo las dependencias del capitán, que obviamente habías decidido reclamar para ti, como los dormitorios de los oficiales eran más grandes que en el viejo Elysium. Todos los espacios en general eran, francamente, más amplios. Aunque habría que hacer reformas, claro.
- Parecen disciplinados -comentaste.
- Oh, lo son. -Marcus te seguía como una sombra-. Con Bert siempre ha sido así: Férrea disciplina si no deseas una paliza.
- Y tú calmabas las ansias de motín, ¿no?
No contestó. En su lugar se adelantó a tus pasos y revisó uno a uno cada marinero, señalando con una sonrisa el más mínimo desliz en su postura, vestimenta e incluso mirada. Con dedo acusatorio indicó a los que necesitaban lavar su ropa que procediesen a cambiarse y volvió junto a ti. Tú, por tu parte, comprobabas que el que te había metido mano al principio estaba ahí. Se lo señalaste a Zion, que se encogió de hombros y te lo trajo con una expresión neutra. Por la cara que puso el muchacho, seguramente esperaba que no lo reconocieras. No, no era eso. Por su cara, estaba viendo a Gasso. Tenía miedo.
- Me recuerdas. -Le costó averiguar si lo preguntabas o lo afirmabas. Podías verlo en sus ojos-. ¿Por qué?
- No... No pensé que fuese a...
- ¿Que fuese a descabezar a tu jefe y subirme a su barco? ¿Esa es la única forma de respeto que entiendes? ¿Tengo que aterrarte para que me respetes? -Habías tenido tiempo suficiente de lavarte y cambiarte de ropa. Ahora llevabas un conjunto de tres piezas, con camisa larga y chal sobre una falda de color azul faisán.
Dirigiste la mirada a todos ellos. Había algunas chicas. Pocas, pero había. Diste un toque en el hombro a Zion.
- ¿Tenéis esclavas? -preguntaste.
- Ellas son mujeres libres -contestó-. Tienen su propio barracón, incluso. Wendy... Ah, claro. Wendy valía diez millones. Ya se habrá largado con viento fresco.
- ¡¿Solo entendéis el lenguaje del miedo?! -Otra vez aquella voz chillona. De nuevo, no imponía. Pero el recuerdo de la playa sí-. He visto cómo os relacionáis con Marcus. Cómo lo miráis con admiración y cómo, aunque os dé una orden sonriendo, la cumplís de inmediato. Parece un gran contramaestre, no os voy a mentir. Estáis aquí porque él estaba dispuesto a dar su cabeza por vosotros. Arrodíllate, Zion. -Él obedeció. Tú desenvainaste la espada. La alzaste por encima de tu cabeza, agarrándola con ambas manos y la dejaste caer, cortando con precisión milimétrica el flequillo del pirata y clavando sin piedad la Hoja de la llama en la madera-. Yo le perdono la vida por la nobleza que ha demostrado, pero el Gremio va a cobrar varias veces su precio a cambio de retirarlo de los carteles. Y sin eso, no puedo dejar que se quede. -Pasaste de nuevo la mirada por cada uno de ellos, incluido el que todavía temblaba frente a ti-. Es vuestro momento de pagar por él.
Les diste la espalda. Zion se levantó mientras entrabas en la cantina -el comedor, más bien- y te topabas con Hayato, que había entrado a husmear. Seguramente estaba hambriento. Lo saludaste con un sonido que no llegó a palabra y te acercaste a él.
- Tengo un poco de hambre -comentaste-. ¿Te importa si te acompaño?
Afuera se escuchaba un poco de caos, el repiqueteo de unas cuantas monedas y a una chica cantando cifras en voz alta. Por primera vez en el día, sonreíste queriendo hacerlo.
- Parecen disciplinados -comentaste.
- Oh, lo son. -Marcus te seguía como una sombra-. Con Bert siempre ha sido así: Férrea disciplina si no deseas una paliza.
- Y tú calmabas las ansias de motín, ¿no?
No contestó. En su lugar se adelantó a tus pasos y revisó uno a uno cada marinero, señalando con una sonrisa el más mínimo desliz en su postura, vestimenta e incluso mirada. Con dedo acusatorio indicó a los que necesitaban lavar su ropa que procediesen a cambiarse y volvió junto a ti. Tú, por tu parte, comprobabas que el que te había metido mano al principio estaba ahí. Se lo señalaste a Zion, que se encogió de hombros y te lo trajo con una expresión neutra. Por la cara que puso el muchacho, seguramente esperaba que no lo reconocieras. No, no era eso. Por su cara, estaba viendo a Gasso. Tenía miedo.
- Me recuerdas. -Le costó averiguar si lo preguntabas o lo afirmabas. Podías verlo en sus ojos-. ¿Por qué?
- No... No pensé que fuese a...
- ¿Que fuese a descabezar a tu jefe y subirme a su barco? ¿Esa es la única forma de respeto que entiendes? ¿Tengo que aterrarte para que me respetes? -Habías tenido tiempo suficiente de lavarte y cambiarte de ropa. Ahora llevabas un conjunto de tres piezas, con camisa larga y chal sobre una falda de color azul faisán.
Dirigiste la mirada a todos ellos. Había algunas chicas. Pocas, pero había. Diste un toque en el hombro a Zion.
- ¿Tenéis esclavas? -preguntaste.
- Ellas son mujeres libres -contestó-. Tienen su propio barracón, incluso. Wendy... Ah, claro. Wendy valía diez millones. Ya se habrá largado con viento fresco.
- ¡¿Solo entendéis el lenguaje del miedo?! -Otra vez aquella voz chillona. De nuevo, no imponía. Pero el recuerdo de la playa sí-. He visto cómo os relacionáis con Marcus. Cómo lo miráis con admiración y cómo, aunque os dé una orden sonriendo, la cumplís de inmediato. Parece un gran contramaestre, no os voy a mentir. Estáis aquí porque él estaba dispuesto a dar su cabeza por vosotros. Arrodíllate, Zion. -Él obedeció. Tú desenvainaste la espada. La alzaste por encima de tu cabeza, agarrándola con ambas manos y la dejaste caer, cortando con precisión milimétrica el flequillo del pirata y clavando sin piedad la Hoja de la llama en la madera-. Yo le perdono la vida por la nobleza que ha demostrado, pero el Gremio va a cobrar varias veces su precio a cambio de retirarlo de los carteles. Y sin eso, no puedo dejar que se quede. -Pasaste de nuevo la mirada por cada uno de ellos, incluido el que todavía temblaba frente a ti-. Es vuestro momento de pagar por él.
Les diste la espalda. Zion se levantó mientras entrabas en la cantina -el comedor, más bien- y te topabas con Hayato, que había entrado a husmear. Seguramente estaba hambriento. Lo saludaste con un sonido que no llegó a palabra y te acercaste a él.
- Tengo un poco de hambre -comentaste-. ¿Te importa si te acompaño?
Afuera se escuchaba un poco de caos, el repiqueteo de unas cuantas monedas y a una chica cantando cifras en voz alta. Por primera vez en el día, sonreíste queriendo hacerlo.
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