Un alto en el camino [Alice - Hayato - Sasaki]

Monsieur Baudelaire era un reloj de bolsillo. Era plateado, pero una ligerísima pátina de óxido había formado venas que silueteaban en su cubierta trasera una forma parecida a un rosetón. Cada vez que lo limpiabas te asegurabas con sublime esmero de que todo el reloj brillase como nuevo, pero evitando a toda costa que lo más icónico del viejo reloj se perdiese. Aunque no era, o al menos no del todo, lo más icónico, pues Charles, como lo llamabas a veces, tenía una herida en la esfera. Era una pequeña grieta, fina y apenas perceptible, pero lo bastante notable como para que a la luz se viese una silueta desnuda de mujer en colores arcoíris. Normalmente reparabas cualquier imperfección por pequeña que fuese antes de dejar un reloj expuesto en la vitrina, pero en el caso de aquel era distinto: Sus cicatrices, sus marcas, eran las que dibujaban su identidad. Sin ellas solo sería un viejo reloj de plata más.

Solías reflexionar mucho alrededor de tus relojes mientras te cerciorabas de que todos estuviesen en hora. También te asegurabas de que Baudelaire fuese el último. Se lo habías comprado a un anciano joyero que lo guardaba en un cajón bajo el mostrador. Lo había guardado durante muchos años creyendo que jamás lo vendería, dándole cuerda a diario para asegurarse de que seguía funcionando, pensando que iría en su bolsillo cuando lo enterrasen y casi agradeciendo que una persona joven desease dar una vida a un reloj tan magullado. Tú, por tu parte, casi podías sentir la pasión del hombre cada vez que lo ponías en hora, como si sus dedos fusen los que siguieran afinándolo. Por eso era un ritual tan especial; por eso que nunca se parasen era tan importante: El corazón de sus dueños aún vivía en ellos.

- ¡Murynos a la vista! -gritó

Alguna gente, con ojo crítico y sonrisa malvada, podría decir que no debías estar ahí. Que eras del North Blue y tu viaje pasaba por el Paraíso, que no podías invertir tu ruta y dedicar semanas enteras a navegar hasta el South Blue. Otros, suspicaces, tratarían de averiguar qué intenciones podían llevarte hasta un punto tan lejano pues, a fin de cuentas, Murynos estaba lejos de todo. Había quien, de hecho, se molestaría porque no hubieses seguido una rigurosa ruta específicamente planificada por los deseos de terceras personas a quienes ni siquiera importabas. Y para todas, la respuesta era muy simple: Hacías lo que te salía del coño. Que, en esa situación específica, era navegar en dirección inversa a la mayoría por el Grand Line, utilizando instrumentos de medición clásicos y la propia intuición de Cabbage, hasta una remota isla en el South Blue, por una razón particular y específica: Dinero. Sabías que en aquella isla estaba recuperando fuerzas Jacques Leroi, un pirata relativamente temido en Grand Line con una recompensa que sobrepasaba holgadamente los veinte millones de berries. La cifra exacta no la recordabas en aquel momento, pero había sido lo bastante elevada como para que el Gobierno iniciase una persecución contra su tripulación de la que había huido por los pelos arriesgándose en una maniobra imposible en medio de la Reverse Mountain, momento desde el cual parecía haberse desvanecido.

Sin embargo una pista te había llevado hasta él en Murynos. Mientras el barco atracaba sonreías desde proa pensando en la ironía que suponía aquello: Estaba escondiéndose del Gobierno Mundial en una de sus bases del South Blue, tan alejado de vistas indeseadas como supiera mantenerse al margen de líos, y quizá con un par de sobornos ni siquiera tuviese que huir cuando decidiese marchar. El Gobierno Mundial ya no era lo que en algún momento pudo ser.

Dejaste el barco atracado a cargo de los chicos, a quienes diste claras instrucciones acerca de cuánto podían alejarse del barco, el orden de las guardias y todas esas cosas que sabías que en cuanto te despistabas ignoraban pero que seguías diciendo porque era casi un ritual, y comenzaste a caminar hacia la gran ciudad.

Tras nuestro precario éxito cazando al temible mink oso, tuvimos que descansar algo, dado que nuestras heridas fueron más de lo que habíamos pesando en su momento. Por suerte, a pesar de la considerable reducción de la recompensa inicial por el criminal para mandar a la aldea pudimos alquilar un bote en el que movernos hacia otra isla en busca de rumores de una nueva recompensa con la que sobrevivir unos pocos meses.

Mientras navegábamos iba mirando un par de mapas e intentaba hacer unos cálculos a ojo de la zona de aquel mar en la que deberíamos estar. No me parecía tremendamente complicado, sin embargo, nadie me había instruido y lo único que hacía era imitar lo que hacían los navegantes que había visto. Además de todo, Hayato no sabía nada del tema, hacía que el manejo de la embarcación se me complicase, sin embargo, lo compensaba que siempre solía tener todo ordenado y cocinaba algo que era comestible, y menos mal que a él le gustaba porque yo ya había demostrado que no tenía ningún tipo de habilidad para la preparación de nada comestible.

A media mañana, tras asegurarme de que nos dirigíamos en la dirección correcta, me descubrí el brazo y me limpié una herida que aún no se había terminado de cerrar. Desde que habíamos salido de la isla para cazar criminales, las heridas se me multiplicaban y no había visto aún ningún día con la piel completamente intacta. Por suerte, mis padres habían hecho que supiese un poco de todo, aunque mis conocimientos eran bastante limitados.

Cogí la calabaza que siempre llevaba conmigo y le di un buen trago. El sake bajó por la garganta calentándome el cuerpo por dentro, aunque la verdad era que no tenía ningún frio. Extendí la mano con la calabaza hacia Hayato y le ofrecí.

-¿Quieres? No sé exactamente donde estamos, pero no creo que tardemos en llegar a una isla. Según el mapa se llama Murynos. Estate atento al horizonte si ves alguna isla, voy a ver el estado de la katana.

Los había comprobado el día anterior un par de veces, pero era una sana costumbre que había adquirido después de que se me rompiese un arco mientras cazaba cuando vivía en Wano. Desde entonces nunca me habían fallado mis armas. Saqué una piedra de afilar y desenvainé mis armas. Las fui revisando pulgada a pulgada y comprobando que no se hubiese mellado en ninguna parte del filo y cuando me parecía que no tenía un filo perfecto, mojaba la piedra de afilar y luego colocaba el arma encima y con delicadeza solucionaba el problema. De forma similar revisaba las placas de armadura, aunque en aquel momento no podía hacer nada para solucionar el problema si lo había.

Eché el aliento, el frío hacía que fuera perfectamente visible como una neblina blanca que no tardaba en deshacerse en el aire. Hacía tiempo que no lo veía, desde que salimos de Wano hacía años, allí hacía frío en las montañas, pero en Sabishima el clima era más cálido. Se supone que cuanto más viajas al sur más calor hace, o eso es lo que pensaba, pero desde hacía días la temperatura había estado bajando hasta el punto que parecía que estuviésemos en invierno. Sasaki todavía tenía algunas heridas de nuestra última caza, aunque a mí ya se me habían sanado casi del todo. Me ofreció un trago de sake antes de entrar para hacer el mantenimiento a su equipo.

- No debería si voy a estar vigilando... - Dije tras dar un trago y limpiarme la boca. - Pero en fin. - Me encogí de hombros y puse la calabaza sobre la barandilla.

Pasaron los minutos y el horizonte no cambiaba mucho, seguía viniendo un viento algo frío, pero nada que no pudiera aguantar. Un mar en relativa calma, de vez en cuando alguna gaviota pasaba por encima de nuestras cabezas, eso era buena señal, si mal no recordaba que hubiera gaviotas significaba que había tierra cerca. Pero no veía nada de tierra por ninguna parte, lo único que podía ver desde hacía un rato era un estúpido trozo de hielo en frente de nuestro barco. Iceberg creo que lo llamaban, había escuchado que eran grandes pedazos de agua helada que vagaban por el mar sin rumbo y que eran peligrosos para los barcos por que gran parte de su cuerpo estaba oculto bajo el agua. El mar parecía estar en calma y estábamos lejos, podía dejar a Sasaki tranquilo un rato más antes de que tuviera que tomar el timón.

Unos minutos más tardes me fijé e un pequeño detalle, había más barcos cerca del iceberg, todavía se veían pequeños pero se distinguían las redes ¿pesqueros? en un lugar tan peligroso. Algo no encajaba, me fijé mejor en el bloque de hielo, las olas rompían y ahora se veía una capa más parda de cara al oleaje. Eso no era un trozo de hielo, eran unos acantilados blancos. Corrí por la cubierta y bajé las escaleras golpeando mi cabeza contra el marco de la puerta del camarote.

- ¡Tierra! ¡Justo al frente! - Grité al entrar justo mientras Sasaki afilaba una de sus espadas.

Me llevé la mano a la cabeza, todavía me dolían los dos golpes, el del marco de la puerta, pero más el que me había dado Sasaki por no haberlo avisado antes... y por casi hacer que se corte. Estábamos llegando al puerto de la isla, en trayecto era recto por un río interior hasta un lago. Me acomodé a Arashi no shihaisha, mi espada de confianza, a la espalda, la llevaba envuelta en una tela para que no destacase tanto. Luego subí y me puse al lado de Sasaki.

- Una vez lleguemos ¿Dónde empezamos a buscar? ¿En las tabernas?

Murynos era una isla peculiar. De blanca orografía escarpada y aguas heladas en un río de gran caudal y lento avance, a pocos kilómetros de la costa comenzaba a divisarse la capital y única gran ciudad: Asentada en orillas del gran lago en el centro de la isla muchos de los edificios enraizaban sus cimientos bajo el agua y decenas de puentes se lanzaban hacia lo que en otro tiempo debieron ser islotes, pero en ese momento resultaban palacetes y mansiones de ladrillo vivo y azulejo, con cúpulas acebolladas en tejados de los torreones. En la salida del lago al río podían verse grandes puertos fluviales con barcos de pequeño calado que seguramente sirviesen para transportar mercancía hasta los buques comerciales. Intuías que el origen de la ciudad estaba en los delirios de algún gobernante enloquecido, pues si bien era un lugar bonito su desarrollo se te antojaba enormemente antinatural.

En cualquier caso te adentraste en Murynos cruzando su entrada oeste, no muy distinta de su entrada oriental, pero se daba la casualidad de que tú habías tomado ese margen del río. Te sorprendió descubrir que las calles estaban llenas de vida, con gente apenas protegida del frío anunciando sus frescos arenques traídos por el capitán D'or o vendiendo grano para las cosechas mientras cargaba una tina a sus espaldas -previsiblemente llena de grano-. No se te escapó el detalle de que mucha gente llevaba ajustadas prendas de cuero, algunas particularmente reveladoras, por debajo de finas chaquetas de algodón o jerseys con estampados de renos, osos, estrellas rojas o botellas de lo que asumiste era alcohol. El sitio casi parecía Kyeskaya, salvando las distancias.

- ¿Un poco de oro, jovencita? -preguntó un hombre en gabardina de cuero, abriéndosela por las solapas y mostrando, además de unas medias de rejilla y unos shorts que te recordaron a Ella, la okama que os había engañado para montarle una fiesta en Momoiro. También tenía múltiples bolsillos de los que descolgaban cadenas, pendientes, colgantes, pulseras y lo que, a simple vista, parecía un reloj-. En Murynos tenemos el mejor oro de todo el South Blue.

Ibas a negarte, pero el mismo discurso te dio una mujer con plata sobre un gran cartón, ante el que antes de que reaccionases el señor de los arenques se acercó también a intentar venderte sus productos y algunos autoproclamados modistas comenzaron a juzgar tu ropa, recomendándote que cambiases esto o aquello, que unos pantalones de cuero realzarían más tu figura, que si ibas a pasar calor con tanta ropa...

- ¡¿Tanto se me nota que no soy de aquí que todos intentáis estafarme?! -gritaste-. Para empezar, eso no es oro. Ni siquiera es hojalata bien esmaltada. -Te giraste hacia la mujer-. No, no quiero plata. Si la quisiera iría a una joyería, ¡y ese arenque tiene los ojos más mustios que los pervertidos que os acercáis a decirme cómo debería o no vestirme!

- Joder con la niñata -respondió uno de ellos, alejándose.

- Se lo tiene muy creído.

- Hay idiotas en todas partes.

El único que se quedó fue el vendedor de grano, que con cara ilusionada te ofrecía una bolsita de semillas.

- Yo también me pongo de mal humor cuando paso hambre -dijo-. A esta invita la casa.

Cogiste la bolsa con cierto recelo, y cuando se alejó la examinaste a fondo. No sabías mucho de semillas, pero no parecían trigo ni maíz. Sin tirarlas inmediatamente te evadiste por una calle paralela y las dejaste en una esquina antes de volver a salir y buscar una taberna en la que comenzar la búsqueda.

Mientras estaba afilando el Wakizashi de pronto escuché un golpe y Hayato apareció diciendo que la isla estaba a la vista justo frente a nosotros. El susto del golpe hizo que no calculase bien el afilado y el filo del Wakizashi tocase momentáneamente la yema del dedo que comenzó a sangrar. Aparté la mano ensangrentada y vendé la herida antes de limpiar el arma y envainarla. Guardé el resto de cosas y salí a cubierta para ver cómo estaba la cosa.

Según subí le di un golpe a Hayato en la coronilla por haber hecho que me cortase y no haberme avisado antes. Estábamos a punto de llegar, me moví con diligencia por la embarcación y la preparé para que redujese la velocidad hasta llegar al puerto. Preparé mi Daisho y comprobé nuevamente que llevaba todo lo que necesitaría encima.

-Pues no sé cuál es el protocolo correcto para esto, pero es sabido que en las tabernas y bares la gente suele hablar demasiado – respondí a Hayato.

Cogí una buena bocanada de aire y la solté suavemente. El aire frío me llenó por dentro pero no me molestó. Cuando llegamos al puerto amarré la embarcación lo mejor que pude y comprobé una última vez que las armas se desenvainaban sin problemas. Sabía que el frio y el metal no eran muy buenos amigos.

Comencé a avanzar por el muelle, me pude fijar en varios tipos de apariencia extraña, sin embargo los ignoré y comencé a avanzar hacia el interior. Noté como varios hicieron el amago de girarse y venir hacia mí, sin embargo, se detuvieron incluso antes de dar un paso. Se giraron y volvieron con lo que estaban, algún comentario que me pareció escuchar estaba relacionado con alguien a quien se referían como niñata.

Antes de adentrarnos en los edificios me fui a acercar a un individuo que pasaba por allí para preguntarle donde había alguna taberna, pero al verme aceleró el paso y me ignoró, lo mismo pasó con otras dos personas. A notar que algo pasaba, me acerqué a Hayato y le dije que preguntase él dado que a mí me ignoraban por alguna razón. Buqué un sitio donde apoyarme y le di un trago a la calabaza. Esperaba que Hayato consiguiese la información, porque como tuviésemos que encontrar una taberna podía llevarnos un buen rato y tenía hambre.

Mientras esperaba vi un pequeño saquito de semillas, lo cogí y miré en su interior. Había semillas, me resultaban conocidas, sin embargo, no las reconocía, cogí una y la mordí. Al principio el sabor no me resultó bueno, pero al final dejaba un sabor como a nuez, cogí otra y la comí. Sin reconocerla aún, guardé el saquito para preguntarle a Hayato si le sonaba.

Ah, era de esperarse. No necesitaban ver las armas, bastaba con que cruzaran miradas con Sasaki para que decidieran que no era buena idea tomarse demasiadas confianzas. A veces eso era bueno, pero como recién llegados no era precisamente lo que mejor nos venía. Aguanté una risita al ver cómo se alejaban de forma no muy discreta al ver a mi compañero, a veces esa mirada no era la mejor para negociar o pedir direcciones.

- Ya sabes que al final me toca siempre a mí pedir direcciones. - Me encogí de hombros y miré alrededor.

Necesitaba que me dijesen cómo llegar a una taberna, pero no hacía falta ser muy brillante para darse cuenta de que si preguntaba a quien no debía me entretendría intentando venderme algo. Si algo había averiguado de este tipo de mercados era que era lo mejor hacer lo contrario, primero comprar algo y luego, aprovechando la cháchara preguntar. A veces te decían algo útil, otras simplemente se paraban a hablar del tiempo, pero lo que estaba claro era que la conversación en estos sitios era otra moneda que usar. De todas formas necesitaríamos provisiones, así que hacer la compra un poco antes no haría daño. Me acerqué a donde había puestos con más gente, me llevó unos minutos, pero compré un poco de lo que nos hacía falta que no debiera ser almacenado inmediatamente y lo fui guardando en el petate. La mayoría estaban bastante abarrotados a esa hora, no tenía tiempo para hablar. Pero por fin pude ver uno que estaba algo más tranquilo, aunque con la clientela justa como para que pareciera de confianza. Era un puesto de comida, no controlaba mucho la escritura local, pero por el olor y al mirar de reojo, parecía un plato listo para llevar a base de pescado y patatas con una salsa.

No tuve que preguntar mucho mientras el dueño preparaba dos raciones, estaba claro que no éramos de la isla, así que por pura curiosidad fue él quien inició la conversación. De dónde veníamos, si era nuestra primera vez en la isla... nada fuera del otro mundo. Me dijo donde había una buena taberna no muy lejos, tenía hospedajes por si nos interesaba quedarnos varios días. Le sonreí y pagué un poco de más por la información. Tras eso me di la vuelta para ir a por Sasaki, alejaba a los estafadores como un espantapájaros a los cuervos. Cuando llegué le pasé la ración de pescado frito con patatas, servida en una bandejita hecha de láminas de madera muy finas con un palillo para ir picando.

- A cinco minutos en esa dirección, al girar a la derecha por la segunda intersección hay una taberna llamada "La caballa blanca", dice que es la favorita de los que están de paso a menudo por la isla, seguro que ahí podemos enterarnos de algo. - Dije dando un bocado al pescado todavía caliente. - ¿Y ese saco de semillas?

Siempre comenzabas tus pesquisas por una taberna. Tu aspecto resultaba llamativo y en muchos lugares no terminaba de cuadrar, haciendo que los paisanos se fijasen en ti. Eso tenía su parte negativa, como que en la mayoría de antros destacases demasiado y cualquier indeseable se fijase en ti casi de inmediato. Por otro lado, si elegías el lugar adecuado y tocabas las teclas correctas, te era mucho más fácil recabar información que a otras personas; lo habías vivido de la mano de Surya, e incluso con Nia. También con otros compañeros como Momojiro, el cual como novato estaba bastante claro que no tenía mucha idea de cómo conseguir rumores de calidad. Tú, por tu parte, nunca dejabas ir a nadie sin al menos una nueva pista.

¿Y por qué aquello era de pronto importante? Pues porque, antes de volver a las avenidas principales de Murynos, se presentó ante ti un local de aspecto un tanto marrullero, con cartel perfectamente limpio y alfombra sucia a tus pies. Los cristales estaban perfectamente cuidados mientras que las contras de las ventanas tenían la madera agrietada casi en la misma medida que las paredes, cuyas brechas dejaban ver al menos seis capas de pintura en distintos colores. Cuidaban las apariencias pero solo hasta cierto punto, buscando atraer una clientela distraída de la que aprovecharse con precios exorbitados. Era la clase de local que te interesaba, el sitio donde los rumores se forjaban. Por eso, entraste.

Afuera era de día, pero la luz mortecina de tenues focos anaranjados casi hacía parecer que era de noche ahí dentro. La luz natural apenas entraba por unas densas mosquiteras limpias en el centro pero llenas de alimañas en las esquinas. Alguna araña había anidado en los techos, donde la luz apenas dejaba que se viesen y, aunque el suelo estaba limpio, los parroquianos lanzaban palillos y cáscaras al suelo sin preocuparse demasiado. En la barra, por su parte, el tándem de un hombre de mediana edad y una camarera jovencita -y un poco suelta en su forma de vestir, para qué engañarnos- se encargaban de velar por los clientes desde dos ángulos distintos: El más mayor, previsiblemente el dueño, daba cháchara a algunos mientras la muchacha se deslizaba entre las mesas con cara amable recogiendo jarras y tomando nota de nuevas peticiones. Cuál de los dos sabía más de la isla era una buena pregunta, pero si bien tenías sospecha del hombre... La chica era más accesible. Así que te sentaste en una mesa y sencillamente esperaste.

- ¡Bienvenida a la caballa blanca! -saludó efusivamente-. ¿Qué va a ser?

- ¿Cerveza tenéis? -preguntaste-. Y algo de comer, pero ligero...

- Tenemos la mejor cerveza del South Blue, fabricada en monasterios más allá del Ice Hole por monjes eremitas -explicó con cierto orgullo-. De comer... A estas horas, como no quieras algo frío... Tenemos frutos secos, olivas, ensalada de patata...

- ¿Con mayonesa o vinagre?

- Utilizamos una mayonesa casera, levantada con lima en vez de vinagre y le damos un toque de ajo y albahaca.

A sabiendas de que el resultado iba a ser decepcionante te decantaste por la ensalada de patata y la cerveza de los ermitaños. Con un saltito la muchacha asintió y tomó nota, alejándose de ti para recopilar más pedidos y recoger más jarras. Cuando volviese ya le sacarías algo.

Hayato tras quejarse de que intentase siempre el hablar con alguien cuando sabía lo que pasaría, se marcho a conseguir lo que yo no había podido conseguir nunca. Lo vi moverse por entre los diferentes puestos que había en el mercado de la lonja y tras comprar algo regresó hasta donde me encontraba. Quizás fuese algo de la edad, ya que me sacaba algo más de tres años y la experiencia solía jugar un papel primordial en muchas cosas. Me ofreció una de las raciones que traía mientras me daba la información.

-Gracias – dije cogiendo el pescado y comenzando a comerlo. – El saquito me lo acabo de encontrar, parecen unas semillas, no están muy buenas, pero dejan un regusto a nueces.

Hayato comenzó a avanzar hacia la taberna por donde le habían dicho. Por mi parte me fije que los edificios no parecían muy nuevos, y aunque en nuestra aldea de Wano tampoco eran de una construcción reciente, parecía que se conservaban bastante mejor, quizás fuese el frio que hacía que desgastaba más los materiales, pero casi parecía dejadez. En cambio, la taberna tenía un aspecto algo mejor.

Entré primero y tal y como me esperaba había algo de jaleo, varias mesas con pequeños grupos de gente, una mesa con una joven chica, que destacaba con respecto el resto de gente y alguna mesa libre más alejada de la hoguera. No me pareció extraño, la gente solía arremolinarse donde hacía calor cuando hacía frio y se repartía más si hacía calor. Busqué una mesa que estuviese libre y que no quedase muy lejos de la hoguera. No porque tuviese frio, sino porque de esa forma podría escuchar alguna conversación interesante.

-No estaba mal eso que compraste, quizás compre más después cuando nos vayamos.

Me puse cómodo con una pierna en el asiento donde me sentaba y la otra puesta normal, haciendo que la postura más cómoda fuese sobre la pierna doblada. Esperamos hasta que viniese la camarera, de la que no se me escapó el pequeño detalle de que tuvo que armarse de valor antes de acercase.

-¿Qué van a tomar?

-Para mí una jarra de esas – dije mientras señalaba una que veía por una mesa – y de comer me vale cualquier cosa un poco contundente.

Esperé a que pidiese Hayato y comencé a escuchar con cara de aburrimiento lo que iba diciendo la gente. Saqué el saquito y como lo había hecho cuando lo encontré comí una y la mastiqué bastante.

La taberna estaba ligeramente mejor de lo que esperaba, al ver el puerto y el mercado, la verdad era que mis expectativas de una buena taberna fueran algo bajas, pero con que tuviera unas mínimas condiciones de higiene me conformaba. Dentro había una iluminación tenue que ayudaba a mantener cierto ambiente de intimidad entre las mesas, así como cierto ajetreo típico de la hora.

Sasaki se sentó y para sorpresa de ambos consiguió ser el primero en pedir algo, cuando al camarera se giró para preguntarme simplemente le dediqué una sonrisa y pedí lo mismo con tono educado. Mientras esperábamos pude notar que Sasaki estaba con la mirada en otro sitio, seguramente atento a las conversaciones de al lado. No quise distraerlo, así que puse el petate a mi lado y me dediqué a revisar las provisiones. A él se le daban mejor atender a las conversaciones ajenas que a mí, seguramente malinterpretara algo y nos metiera en un lío.

Un par de minutos después vino la camarera con dos jarras llenas de cerveza, o lo que parecía cerveza. Para mi sorpresa todo el mundo fuera de Wano lo tomaba, debíamos de ser los raros que tomaban sake, aunque este tampoco era difícil de encontrar. La camarera nos dijo con una sonrisa que en unos minutos traería la comida, por lo que asentí y probé la cerveza. Sinceramente, no era la mejor que me había llevado a la boca, pero servía para calmar la sed. En ese momento me fijé en que Sasaki estaba masticando bastante una de las semillas mientras miraba a un lado.

- Déjame probar una, a ver si sé lo que son. - Dije extendiendo la mano.

Sasaki sacó una del saquito y me la dio. La metí en la boca y la mastiqué, la textura era similar al de una nuez, pero el sabor tenía algo que no terminaba de identificar. Era raro, no eran muy aromáticas, por lo que no parecían especias, y el sabor no era atractivo, así que tampoco parecían algo para picar. Entre tanto vino la camarera con un par de platos, una especie de estofado caliente con patatas, un caldo anaranjado, lo que parecía una salchicha sobresalir, medio huevo y algo de col, todo ello servido con plato y cuchara de madera.

- Espero que sea de su agrado. - Dijo a la vez que terminaba de dejar un plato con unas rodajas de pan en medio.

- Muchas gracias. Tiene una pinta estupen... - Y en ese momento todo se volvió negro.

Por lo que supe más tarde me había desplomado a mitad de la frase, dejando caer la cabeza a peso muerto sobre el plato y metiendo la cara de lleno en el caldo. Obviamente esto salpicó y sorprendió a la pobre camarera y a los que estaban al lado, por lo que podíamos dar por finalizada nuestra entrada discreta en la isla.

La seguiste con la mirada discretamente durante todo su revoloteo. Danzarina, recogía las mesas con una agilidad sorprendente y regalaba cierta sensualidad a ciertos clientes, arqueando la espalda levemente e incluso montando su torso ligeramente sobre la mesa para alcanzar jarras que, en realidad, podría coger con solo estirar el brazo. Asumiste que eran los que mejor propina dejaban, ya que también se detenía más a hablar con ellos, les preguntaba -seguramente por enésima vez- qué tal iba todo y, aunque no captaste nada interesante, era factible que ella fuese una caja de rumores bastante eficiente.

De pronto la puerta se abrió una vez más. No fue un evento tan sorprendente como ver a un tipo... Peculiar. Dos tipos peculiares, más bien. Uno con ropas muy, muy extravagantes, mientras que el otro tenía cuernos. Hacían una pareja extraña, aunque parecían conocerse bien y se sentaron en una mesa cercana. La camarera se acercó a ellos tras dejar mi cerveza con una sonrisa, atendiéndolos con la misma amabilidad que a mí. Maldije por lo bajo, a sabiendas de que ahora debería esperar una segunda oportunidad cuando llegase la ración para poder sacarle algo, por nimio que fuese. Pero, mientras esperabas, seguiste dando cuenta de casi todo lo que podías ver: entre otras cosas, el saquito de semillas que llevaba el de la cara de loco. Era muy similar, por no decir idéntico, al que tú habías tirado no muy lejos. Lo hubiesen sacado de la calle o se lo hubiese dado el vendedor era algo, cuanto menos, peligroso. Podían ser simples semillas, sí, pero también podía ser algún tipo de droga. Aquella idea de "la primera gratis" no te había hecho ninguna gracia y, si bien dudabas que regalase veneno, no tenías claras sus consecuencias.

- ¡Una rica ensalada de patata! -interrumpió la muchacha. Estabas tan ensimismada en ver al cornudo comer la semilla que apenas te habías dado cuenta de que estaba ahí.

- ¡Gracias! -contestaste con amabilidad-. ¿De dónde sacáis aceite para la salsa? Aquí no deben darse muy bien los cultivos.

- No, la verdad que no. -Se encogió de hombros-. Pero el comercio marítimo es uno de los fuertes de Murynos, así que no tenemos mucho problema. Además, como la mayor parte de las cosas llegan hasta el lago vía río todo va muy rápido.

- Sí, y además os ahorráis a los bandidos y esas cosas. -Quizá habías ido un poco a cuchillo en esa ocasión, pero no podías volverte atrás-. De donde yo vengo es normal que aparezcan salteadores de caminos en cualquier desvío y más de una vez mis padres tuvieron problemas por ello.

- Bueno... Lo cierto es que los caminos no son muy agradables de coger -explicó-. Pero del mismo modo que es peligroso para los comerciantes, también lo es para los ladrones. Pasar semanas al raso no es una gran idea en invierno, e incluso en verano parece complicado. Hay animales, se despiertan los osos... Es una isla bastante segura en ese aspecto, y la Legión es implacable con cualquier criminal que se cruza.

- ¿Y...?

El golpe húmedo resonó en la taberna por encima del alboroto, salpicando por todas partes cuando la cabeza del tipo con cuernos se desplomó contra su plato. Evitaste mancharte a duras penas, pero la camarera no tuvo la misma suerte. Con una sonrisa tensa miró hacia atrás, dispuesta a soltar una reprimenda que se calló en cuanto entabló contacto visual con el tipo de rojo.

- Ahora le cambio el plato -dijo, y se fue.

Te quedaste mirando para ambos por un momento, hasta que el cornudo se despertó. De pura casualidad no se había ahogado, pero en cualquier caso tú no quisiste contenerte:

- Eso te pasa por andar comiendo semillas sin saber quién te las da. Marrano.

Tras pedir, Hayato se interesó por las semillas y me pidió probarlas, así que le di una para que las probase. Comí un par más y cuando vi a la camarera que se acercaba con la comida las guardé. Al hacerlo noté algo extraño, noté un ligero adormecimiento, pero lo que me resultó más preocupante era que el cuerpo me pedía comer más. Tras oler el plato hice la voluntad de ignorar lo que me pedía el cuerpo y cogí un cubierto y un trozo de pan y comencé a comer “he de tener cuidado con las semillas, parecía que tenían un componente extraño”.

Tras un par de cucharadas de aquel caldo que calentaba el cuerpo pude ver, casi a cámara lenta como la cabeza de Hayato caía sobre el plato y salpicaba por todos lados. Gracias a que lo pude ver me dio tiempo a cubrirme extendiendo las manos hacia el plato de mi compañero, de esa forma, cuando su cabeza se introdujo en el plato con estrépito, toda la salpicadura que habría saltado sobre mí quedó bloqueada en su mayoría por las manos. Las agité un momento y toqué al samurai en el cuello. Noté pulso rápidamente.

-JAJAJA – me carcajeé mientras daba unos golpes en la mesa – Siempre liándola. JAJAJA – dije mientras todo el mundo se giraba hacia donde estábamos. – Disculpe, mi amigo tiene un problema que no puede controlar, le pagaremos por otra ración – le dije a la camarera sin dejar de reírme.

Como era de esperarse el haber manchado con la comida a tanta gente no fue algo de agrado y la primera persona que se quejó y de hecho le llamó marrano fue la joven que estaba sola. No entendía bien su queja y su comentario, dado que ella era de las pocas personas que no se había manchado ni una gota. La miré como volvía a lo suyo tras el comentario y sonreí. Cogí mi plato y cubiertos y me fui hasta la mesa donde se encontraba la joven. Mientras varios tipos se acercaban al confuso Hayato para pedirle explicaciones.

Me senté de la misma forma que antes frente a la chica y la miré riendo.

-Vamos vamos. No hagas pucheros pequeña – dije seriamente mientras le daba unos ligeros toquecitos en la parte superior de la cabeza – Hayato – grité para que me escuchase – deberías pedir perdón, a esta niña, le has hecho hinchar los carrillos JAJAJA.

Nos sabía si me había escuchado el samurai entre el vocerío que tenía al lado, así que volví a dirigirme a la joven mientras comía un poco más del plato y en un tono mucho más serio.

-Mi amigo sufre de un problemilla por el que un día morirá y le sucede, por lo general en el peor momento posible, te pido disculpas por él – aligeré el tono un poco y le pregunté – ¿No eres muy pequeña para andar bebiendo alcohol como los mayores?

En ese momento, la camarera le llevó otra ración a Hayato y cuando volvía le hice un gesto para que se detuviese. La chica entre enfadada y miedosa al ver lo serio que estaba se paró.

-¿Me podría decir algo de estas semillas? – le pregunté sacando el saquito – Me dan mala espina, aunque lo que ha pasado no ha tenido que ver por ellas.

Al principio sólo escuchaba voces lejanas, gritos, carcajadas, preguntas que no llegaba a comprender, como so las escuchara a través de una gruesa pared de piedra. Luego las voces se fueron volviendo más nítidas, primero la de Sasaki, o la camarera, luego otras que no reconocía, como una femenina muy cercana. Luego llegó el olor, el fuerte olor especiado que se metía dentro de la nariz, literalmente, notaba que tenía algo dentro de la nariz que no me dejaba respirar, como un montón de líquido que hacía que me escociesen las fosas nasales. Intenté respirar, pero sólo noté el sabor de una patata entrando en la boca en vez de aire. Por fin abrí los ojos, mala idea, tenía todavía la cabeza dentro del caldo, menos mal que el plato y la patata ahogaron una maldición.

Levanté la cabeza de golpe, tragué la patata a medio masticar y pegué una bocanada de aire. Todavía sin recuperar del todo los sentidos llevé la mano a donde recordaba que estaba la servilleta. Con lo que agarré me limpié la cara para intentar librarme lo antes posible del escozor. Había una chica joven que me decía algo y la gente me estaba preguntando cosas. Por fin me logré despejar y pude comprender la situación, otra vez me había dormido. Sasaki estaba dando una explicación un poco por encima. Una vez llegó la camarera con otro plato me disculpé con cara de vergüenza, así como con todos los que estaban alrededor, pedí un paño para poder limpiarme un poco mejor mientras intentaba escuchar por dónde iba la conversación a la que había dado pie.

- ¿Niña? Pero si tendrá tu edad Sasaki. - Le dije en tono de reprimenda. - Que seas más alto no te hace más viejo. - Añadí, la verdad es que era bastante alto, pero estaba claro que esta chica rondaba su edad y, aunque no controlase mucho el aspecto de las chicas del exterior, podría ser perfectamente mayor. - En fin, yo también he notado algo raro en el regusto, especialmente cuando he masticado la semilla, casi como si fuera el propio aceite lo que provocara la sensación que ha descrito Sasaki. - De pronto me percaté. - Por cierto, soy Hayato, perdona por lo de antes ¿Te he manchado? Llevo encima algo de jabón casero de limón, viene bien para las manchas de grasa.

Mientras tanto la camarera parecía que estaba esperando pacientemente su turno para hablar, al parecer Sasaki le había preguntado por el origen de las semillas. Hice un gesto para pedir disculpas y luego le hice otro para que hablase, si se había quedado todo este tiempo esperando era posible que supiera algo... o que nos quisiera echar educadamente del local.

Arqueaste una ceja. Que eras pequeña era un hecho objetivo, pero la condescendencia de sus palabras te irritó. También que se sentase a tu mesa sin permiso, y el hecho de que no parpadease te hacía sentir un poco incómoda; tenía mirada de pervertido. Que se burlase de ti... Bueno, te sentó mal. Cruzaste los brazos con molestia mientras pensabas cómo reprenderlo, pero antes de que pudieses decir nada notaste un tirón en tu jersey.

- ¡Ey! -gritaste, pero ya era tarde-. ¡¿Se puede saber qué haces?!

Habías seguido la trayectoria del brazo para evitar que la prenda se estirase demasiado, lo cual había concluido con el tipo de los cuernos limpiándose la cara contra él. ¿Qué demonios estaba haciendo? Acababa de utilizar tu ropa como servilleta, y lógicamente aún necesitaba más trapos para terminar de arreglar el estropicio que había hecho. Normal, la lana merino no estaba hecha para eso; se trataba de un tejido delicado y agradable, perfecto para protegerse del frío sin parecer una pordiosera... Cosa que acababa de arruinar con suma facilidad ese tipo.

Estuviste a punto de darle un bofetón, pero el hecho de que te ignorase para contestar a su amigo aduciendo que debíais tener la misma edad te hizo fijarte más detenidamente en ambos. El de los cuernos quizá tuviese tu edad, pero el otro era -a pesar de todo- notablemente más joven. Incluso, salvando las distancias, se parecía un poco a Charles la última vez que lo habías visto al fugarte hacía años. ¿Qué debía tener? ¿Diecisiete, dieciocho? Preferiste no decir nada al respecto, pero sí te quitaste el jersey. Notabas una punzada bajo el pecho, y cuando viste las consecuencias comprendiste a la perfección qué pasaba.

- ¿Y para las cornadas qué tienes? -espetaste, mostrándole los dos agujeros que se habían formado en la prenda. La térmica que llevabas debajo, si bien quizá más reveladora de lo que te agradaba, estaba en buen estado-. Es un O'Mallon hecho a mano, importado de Irish Garden. ¿Cómo puede alguien ser tan inconsciente? ¡Tenías la servilleta justo al lado! -Le señalaste el pedazo de tela, que reposaba encima de la mesa, al borde-. Agh.

Te costó un momento calmarte, abriendo y cerrando los puños a medida que respirabas cada vez más despacio, pero volviste a tu sitio mientras esperabas que el cornudo narcoléptico te limpiase el jersey. Ya verías cómo arreglarlo una vez estuvieses en el barco, aunque tenías serias dudas acerca de cómo podrías restaurar los tejidos sin que se notase una vistosa cicatriz como bolsillos en la parte baja de tu pecho.

- Esas semillas las reparte un tipo en la calle -comentaste, tratando de dar mayor precisión a la respuesta de la camarera-. ¿A vosotros también os han regalado un saco?

La chica dudó. Se veía nerviosa, como si no le gustase ver eso en su local.

- Es solo una semilla -dijo, secamente-. Algunos dicen que tiene propiedades medicinales, hay un par de hombres que la venden, pero aquí no se cultiva esa planta.

No dio lugar a más preguntas, tan solo se fue. Esa vez directa a la barra a hablar con el propietario, que miraba con preocupación hacia tu mesa. Tú, por tu parte, le diste un bocado a la ensalada. Como esperabas, decepcionante.

Hayato me reprendió por lo que le había dicho a la chica sobre la edad de la chica, alegando que yo era igual de joven a pesar de medir más que la media. La joven pareció cabrearse más de lo que ya parecía. Sin duda alguna tenía bastante autocontrol, más aún cuando Hayato le estropeó la ropa limpiándose y rompiéndola, sin querer quería creer, con sus cuernos.

Mientras la chica abroncaba al samurai por lo que había hecho con su ropa, escuché a la camarera que seguía ahí contemplando la escena. La joven dijo que alguien las iba regalando, y aunque escuché su pregunta no le respondí en el momento. Por su parte, la camarera parecía reticente a decir algo al respecto, sin embargo, de forma un poco apresurada dijo.

-Es solo una semilla -dijo, secamente-. Algunos dicen que tiene propiedades medicinales, hay un par de hombres que la venden, pero aquí no se cultiva esa planta.

Antes de que pudiese preguntar algo más se dirigió a la barra ha hablar con un tipo que echó un vistazo hacia nuestra mesa. Casi engullendo por lo que pudiese pasar, comí lo que restaba del plato y apuré la cerveza de la jarra. Luego me levanté y me acerqué hasta la barra.

-Disculpe – dije dirigiéndome al tipo con el que había hablado la camarera -. Nos vamos ya, ¿Cuánto le debemos?

El hombre se acercó hasta donde me encontraba sosteniéndome la mirada, si le inspiraba miedo o algo de temor lo ocultaba muy bien, pero no me pareció que así fuese.

-Dos mil por el plato de comida y quinientos por la jarra – me dijo secamente.

Miré hacia atrás hacia la mesa en la que nos encontrábamos y hacia el resto de clientes atentos por si se liaba de nuevo. Por mi parte hice un calculo rápido y volví a mirar al tabernero.

-Entonces creo que con estos veinte mil berries creo que estamos en paz por las cuatro comidas y la bebida de todos – le dije dejando un par de billetes por ese valor en la barra.

El tabernero puso la mano sobre los billetes y con un movimiento algo torpe y fácilmente esquivable para mí, me agarró la cabeza y la bajó con fuerza contra la barra dándome un buen golpe con la barra.

-Veo que captas mensajes rápido, chico. Espero que no volváis por aquí tu o tu amigo. Aquellos con tratos con indeseables son buscados aquí y no quiero esos problemas.

-Con los modales con los que me han tratado, tenga por seguro que volveré, a no ser que me diga quien vende las semillas, solo un nombre – le respondí con una sonrisa.

-Estúpido crio chantajista. Alexei, ahora marchaos.

Me soltó y sin decir nada más y solo haciéndole un gesto a Hayato con la cabeza que esperaba que captase salí de la taberna y esperé a que saliese mi compañero de viaje para ver como encontrábamos al tal Alexei.

Atesora cada taberna, porque es la última vez que estarás en esta. Es lo que pensé al ver que Sasaki se levantaba para ir a "pagar la cuenta" entre su murada, sus modales y sus métodos normalmente teníamos suerte si no nos hacían una foto para recordar que no éramos bienvenidos. Lo peor de todo era que no siempre era por trabajo, pero de alguna manera u otra siempre se liaba, era algo inexplicable.

Mientras tanto miré a la joven, en efecto, le había manchado la ropa. No sólo eso, la había confundido con la servilleta y al limpiarme con ella la había agujereado. Mientras Sasaki estaba a lo suyo me dedicaba a limpiar la mancha del jersey de la joven, era sólo un primer tratamiento, para que la mancha no arraigase en la fibra, tras eso un lavado normal en el mismo día sería suficiente para que quedase como nueva. Pasé el jabón y froté con suavidad pero en movimientos uniformes, la fibra era artesanal y delicada, tal y como había indicado, un lavado más agresivo la dañaría. Y hablando de eso... Llevaba en el petate una cajetilla con un juego de costura simple, pero esto era un trabajo que sólo un profesional podría remendar para que quedase como nuevo. De todas formas lo saqué y di un par de puntadas rápidas.

- Esto no lo arregla, pero debería bastar para evitar que se deshilache y estropee más la prenda. Visto que no puedo arreglar yo sólo el daño me temo que estoy en deuda por el daño causado. - Dije levantándome e inclinándome en gesto de disculpa. - Me aseguraré de enmendar mi error.

En ese momento miré a Sasaki, parecía que había acabado de "negociar" el pago de la cuenta y me había hecho un gesto para salir. De forma apresurada engullí lo que pude del plato, casi sin saborearlo, para no desperdiciar comida y me levanté para seguirlo.

- Pero ahora tengo que salir, descuida, me aseguraré de pagártelo. - Me disculpé por segunda vez y salí de la taberna.

Fuera estaba esperando Sasaki, al parecer le habían dado un nombre, Alexei, no era mucho, podría haber varios por la ciudad, pero una pista era mejor que nada. No tenía ni idea de dónde empezar a buscar, quizás si nos hacíamos pasar por clientes... no, destacábamos demasiado como para que nadie se fiase de nosotros. Además, si nos habían dicho que nos fuéramos era porque el dueño no quería meterse en líos.

- Creo que en el mercado escuché algo de un tal Alexei. - Le dije a Sasaki antes de alejarnos de la puerta de la taberna. - Creo que decían algo de que estaba por ahí. - Señalé una de las callejuelas que se metían en el interior de la ciudad, a la vez me froté el golpe de antes, un gesto que ambos entendíamos. No teníamos pistas, así que haríamos de cebo y si alguien nos seguía... era que sabía algo del tal Alexei.

No disimulaste lo poco satisfactorio de la comida. En otras circunstancias habrías intentado contener las muecas, pero el disgusto por el jersey te había puesto de mal humor. Que por un jersey el tipo extraño se declarase en deuda contigo, lo empeoraba. Podía ser caro y exclusivo, sí, pero era un jersey. Además, no lo había limpiado bien. O sea, seguramente no pudiese hacer más y se tratase de un simple prelavado, pero no resolvía el mayor problema: Fuera hacía frío. Incluso con los rotos con costura provisional podrías haber salido, o tolerado la mancha hasta llegar a una tienda, pero en su lugar ahora tenías un jersey mojado que o dejabas secar antes de salir o te helarías afuera.

- Es solo un jersey -te forzaste a decir-. Ya compraré otro, supongo.

Desde ese momento todo cayó cuesta abajo. La incomodidad de la camarera había sido detonante para que el hombre sin párpados caminase hasta la barra. Pensaste que haría algo, pero en su lugar simplemente pagó. Cuatro platos -la ensalada de patata más cara que habías comido en tu vida- y cada jarra que se estaba bebiendo en el local... Asumiste que le estaban inflando el precio por las "molestias", dado que había alguna que otra ronda previa que gravaría aún más el precio. Tras eso consiguió el nombre de uno de los vendedores con una actitud particularmente amenazante que, incluso sin ver su mirada, consiguió arrancarte una gota de sudor frío. Y, con ese dato, se marcharon. Tú seguiste comiendo sin ganas, si bien la cerveza ciertamente estaba buena. No era la mejor, pero estaba buena.

A los pocos segundos de que se marchasen la camarera volvió a hacer su afanoso recorrido, limpiando la mesa de los tipos extraños y acercándose para retirar el plato del que se te había puesto en frente... Sasaki, ¿no? Sí, lo había llamado así Cornudo -si bien su nombre oficial parecía ser Hayato-. Lo recogió y con una sonrisa anunció que volvería enseguida. Tú te preparaste mientras lo hacía, pensando en cómo varear las aguas para evitar que se asustase demasiado.

- ¿No te gustan? -preguntó con ojos de corderito degollado.

- No es eso. -En parte sí, pero no era por eso-. Es un jersey realmente caro, y esos tunantes...

- No me digas más. La ciudad se está llenando de gente peligrosa hace un tiempo. -Eso había sido fácil-. Para que veas, la semana pasada hubo un tiroteo en pleno paseo de Radianska, aquí al...

- ¡Elona! -bramó desde la barra el tabernero-. ¡Hay más clientes!

- Perdón; no debería haber dicho eso -se disculpó, algo alterada de pronto-. Si me discul...

Agarraste su mano cuando intentó alejarse. El mismo mensaje que aferrar su muñeca, sí, pero mucho más educado y menos amenazador. Con mirada de determinación te quedaste en silencio mientras sus pupilas trataban de evitar tus ojos verdes.

- ¿Piratas? -susurraste.

Asintió levemente, pero se soltó con rapidez y siguió con sus quehaceres. El tabernero negó con la cabeza cuando pusiste la vista en él; sabían algo, pero no querían decirlo. O no podían.

Metiste el jersey en el bolso y te levantaste, dando una disimulada vuelta mientras tratabas de ver si te olvidabas algo, aunque en realidad sondabas el local. Nadie parecía estar atento a ti, aunque había un par de personas frente al hogar que estaba particularmente morena y musculosa. En otras islas sería una buena pista, pero Murynos vivía de la pesca; no era ni lejanamente extraño ver marineros en las tabernas, ni siquiera tan al interior. Así, sin más pistas que la confirmación silente de disturbios extraordinarios, saliste a la calle. Pero hacía un frío que pelaba.

Las callejuelas secundarias estaban bien para encontrar información, pero en ese momento lo más importante era no coger un resfriado. Te dirigiste a la avenida más cercana y paraste a un par de personas, preguntándoles por una buena tienda de ropa y que, a ser posible, no vendiese todo de cuero. Recibiste un par de indicaciones amables y alguna que otra palabra malsonante, pero pudiste salir de un local llevándote una parca verde oliva con pelo en la capucha. Te quedaba bien, aunque las mangas eran algo largas de más... Pero no había talla más pequeña. Eso iba a ser un problema, pero elegiste no pensar en ello y, ya protegida del frío, empezaste a caminar hacia Radianska.

Mi compañero no tardó en salir de la taberna, supuse que querría terminar el plato de comida antes de comenzar a investigar el tema de las semillas. Era posible en que en la taberna nos hubiesen dicho algo más, pero después de tal escandalo iba a ser algo imposible, sin mencionar el hecho de que parecía un tema tabú para los ciudadanos.

Cuando salió del establecimiento, Hayato comentó que había escuchado el nombre del traficante mientras se movía por el mercado y por dónde se le podía ver. Saqué de nuevo el saquito y sin abrirlo lo olfateé. Era un olor especiado y se le podían notar los olores del pescado de haber estado en el puerto, también un ligero olor a tabaco y pude notar otro olor que no supe reconocer. Por otra parte, pude ver como Hayato se frotaba la cabeza, sonreí y le asentí.

-Bueno, lo primero es encontrarlo – me quedé un momento pensativo –. Ir al mercado a estas horas no creo que salga bien. El flujo de gente que se mueve no es demasiado alto como para pasar desapercibido mientras vende su producto. Creo que deberíamos empezar en los callejones que le será más seguro para las últimas ventas del día.

Sin esperar una contestación comencé a caminar hacia el primer callejón que se introducía más en la ciudad. Intenté que mientras avanzábamos nos quedábamos en las cercanías del mercado que era donde había algo más de gente. Y por suerte, no pasó mucho tiempo hasta que notamos como alguien parecía estar siguiéndonos. ¿Sería Alexei o uno de sus amiguitos? Solo había una forma de saberlo y para eso solo había una forma de saberlo. Preguntando.

Seguí avanzando junto a Hayato y cuando estuvimos en un callejón sin ninguna persona alrededor chasqué los dedos como señal. Estábamos en un cruce perpendicular de la calle a otras más oscuras. Salté hacia la que estaba a mi lado como si tratase de huir, sin embargo, al cruzar la esquina, me preparé por si aquel tipo decidía girar hacia mi lado o ir hacia el de Hayato.

El tipo, tal y como imaginamos, giró hacia un lado, esta vez hacia el mío. Sin esperar a su reacción al verme sobre él me agaché algo más de lo que ya estaba y con un movimiento le barrí la pierna sobre la que se estaba apoyando en aquel momento haciendo que cayese al suelo. Con otro rápido movimiento me coloqué sobre él y desenvainé parte del wakizashi que coloqué en su cuello a modo de amenaza.

-Grita y no volverás a gritar nunca más.

Imaginaba que Hayato estaría viniendo, le hice un gesto de donde estaba el saquito para que me lo pasase, él ya sabía lo que había que hacer.

No tardamos mucho en encontrar lo que buscábamos. Una cosa era que conocieras las calles por las que te movías, y otra era que cayeses en una trampa tan obvia como era esa. En el momento en el que Sasaki había salido corriendo debía de ser indicación más que suficiente para saber que te había visto y te la estaba jugando. Bueno, o eso o era yo que lo conocía demasiado bien. Cada rincón, cada esquina, cada caja tirada en el suelo de esas calles era un punto muerto que él podía aprovechar. Si le perdías de vista un segundo tenías que tener por seguro que estaba esperando para emboscarte. Pero bueno, supongo que para aquel individuo no era más que un extranjero que hizo las preguntas equivocadas, un turista más al cual tratar de intimidar y sacar el dinero que llevase encima. Pobre hombre.

Ahí lo tenía, con el cuello entre una cuchilla afilada y el suelo. Sólo con ver su cara se notaba que pudo comprender en seguida que Sasaki no bromeaba. Si esos ojos intimidan cuando va de buenas, cuando va de malas simplemente acojonan. Ahora que ya teníamos una pista en nuestras manos simplemente teníamos que sacarle todo el jugo. Puede que fuera alguien importante o puede que un simple mandado que estuviera por ahí para evitar que la gente metiera las narices donde no debía, pero si nos había seguido era porque sabía algo, algo que nos interesaba.

Sasaki me hizo un gesto y yo simplemente salté a la escena, literalmente. Me dejé caer desde uno de los tejados colindantes, pude haberlos seguido a pie de calle, pero no podía descartar que hubiera alguien también vigilando desde arriba. De todas formas, y una vez confirmé que estaba todo despejado, bajé de forma... un poco brusca para sorpresa de nuestro nuevo amigo. Saqué una de las semillas y le pasé el Saquito a Sasaki.

- No quieres tentar a tu suerte amigo. - Comenté con tono amigable caminando y agachándome a su lado. - Dinos lo que sabes sobre esto y podrás vivir para contarlo. - Puse la semilla delante de sus ojos para que la viera claramente. - Así que canta... ¿Se puede hacer una infusión con estas cosas? Porque la verdad es que son bastante buenas para conciliar el sueño. A lo mejor con un poco de alcohol de grano se puede hacer un buen licor.

- ¡¿Q-Qué?! - Preguntó entre aterrado y confuso. Supongo que mi pregunta era lo último que esperaba escuchar.

Un tiroteo era un evento muy interesante a la hora de investigarlo. Cada bala impactaba en un lugar, y viendo varias empezaba a conformarse un curioso mapa de calor. Dónde habían estado más tiempo habría dejado marcas de hollín, aunque los días se habrían encargado de barrerlo. Las muescas en las paredes quizá hubiesen sido cubiertas con concreto o yeso, pero eso se notaba, y según cómo se distribuyesen funcionarían como una pequeña brújula. Fácil, al menos en teoría.

Maldecías mientras caminabas. Más pronto que tarde acabarías teniendo que hacerle un par de retoques al abrigo. Sabías que una talla más pequeña te quedaría demasiado justa, en realidad, y tampoco era como si hubiese una talla más pequeña. No en ropa adulta, al menos, y no ibas a comprar en una tienda de confección infantil. Era humillante. Mientras no volvías al barco, en cualquier caso, alternabas entre menear los brazos para ver cómo se movían las mangas y volverlas furiosamente hacia atrás, con la vana esperanza de que se quedasen ahí de una vez por todas. Sabías que no sería así, pero por fortuna cuando llegaste a la plaza fue más sencillo ignorarlo: Radianska era una plaza enorme -no era una plaza mayor, pero fácilmente alcanzaría los cuarenta metros en su arista más corta-, poblada de árboles en pequeñas zonas verdes salpicadas por todo el lugar. Como era de esperar no había flores así como la curiosa arboleda era recia, hecha de robles y castaños jóvenes.

Más o menos comprendías, viendo la disposición del lugar, que un tiroteo se llevase a cabo ahí. Probablemente en toda la ciudad no habría un lugar mejor: Cobertura por todas partes, espacios más o menos rectos, siete salidas distintas en diferentes puntos de la plaza por si todo se torcía... Sí, era un lugar que tenía sentido utilizar a tal fin. Sin embargo, no tenías claro por qué había sucedido el tiroteo; tampoco en qué lado había iniciado cada bando. Incluso, con el caos que podría organizarse en semejante refriega, saber el origen no te garantizaba nada, pero... Sí los edificios.

Caminaste por los márgenes de la plaza, examinando con detenimiento cada cosa que pudiese darte una pista. Había ventanas tapadas con planchas de madera casi en cada esquina, pero se concentraban en un punto concreto. Tenía sentido creer que los guardias de la ciudad no hubiesen querido apuntar contra las viviendas y negocios o, por lo menos, minimizar los daños en estas. De ese modo, creías poder deducir por dónde se habían movido los piratas al menos en la plaza. Luego, seguramente encontrases un rastro mucho más discreto de balas enquistadas y, sobre todo, pequeñas manchas de sangre seca en el suelo.

Seguiste las pistas que ibas encontrando: Un árbol con al menos doce impactos, hierba aplastada... Habían rodado por ahí, faltaba una mata de césped. Lógicamente tenían que retirarse; por qué había iniciado era una incógnita, pero los refuerzos habían seguido llegando para la guardia. Eso último era fácil de detectar, porque el fuego se acumulaba más y más, dejando muescas en un espacio cada vez más reducido mientras los iban acorralando hasta que ¡Bang! habían hecho camino matando a alguien, retirándose por la salida que les impedía tomar.

Emocionada examinaste el rastro con más y más ahínco. Gotas de sangre, mayormente, y alguna que otra bala perdida. Las balas dejarían de notarse en algún punto, pero no la sangre -a no ser que hubiese muerto ahí-. Sin embargo, cuando todo lo que te quedaba eran unas gotas aproximándose a una puerta, pudiste escuchar la voz de alguien a unos diez metros: Era uno de los raritos. El que daba miedo, no el que daba rabia.

- ¡Hey! -gritaste, enfadada-. ¡Sois vosotros los causantes de esto, ¿verdad?! Cómo he podido ser tan tonta.

Sacaste uno de los cuchillos y avanzaste hacia ellos. Por eso los habían echado de la taberna; quizá no eran los piratas que buscabas, pero sin duda eran maleantes que trabajaban con ellos. Por eso tenían una de las bolsas... Uf.

- ¿Qué le estáis haciendo a ese pobre hombre? ¡Dejadlo en paz!

Hayato cayó del cielo lo que hizo que el tipo que estaba en el suelo inmovilizado se asustase y diese un respingo, por suerte para él pude levantar el wakizashi en el momento justo y evitamos que él mismo se hiciese un crote bastante feo. Mi compañero de viaje, cogió del saquito una de las semillas que contenía y me pasó el saco luego comenzó a preguntarle al tipo aquel.

La pregunta me sorprendió hasta a mí que más o menos le conocía. Debía de haberse vuelto loco para andar preguntando aquello, sin embargo, me resultó algo lo suficientemente curioso como para esperar a que el inmovilizado tipejo contestase.

-¿Qué?. No sé de que me estas hablando, yo no se nada.

-Nos hemos equivocado de tipo pues. Ahora sabe demasiado, tenemos que matarlo – dije mirando a Hayato –. Espera se me ha ocurrido algo – cogí un pellizco pequeño de semillas y se las metí en la boca a la fuerza –. Mastícalas, a ver si así te acuerdas.

-¡Jah puh! ¿Intentas matarme? – dijo tras escupir las semillas, aunque un segundo después se dio cuenta de lo que acababa de hacer.

-Pequeño bastardo – dije sonriente –, sabes algo. Creo que es momento de que hables o te comes el saco entero.

-Está bien está bien. Sí se toma en infusión principalmente, lo otro no sé – contestó rápidamente escupiendo más semillas.

-¿Qué dosis se puede comer?, porque habré comido ya unas diez o así, pero a él con una le bastó para caer dormido.

-Diez son bastante si las has comido a palo seco, en infusión una cucharada pequeña te valdría.

-Vale. Ahora nos vas a contar cómo es, dónde encontrarlo y para quién trabaja Alexei – dije haciendo que el filo de mi arma tocase el cuello del tipejo.

El tipo pareció abrir la boca para contestar, sin embargo, una voz femenina apareció detrás de nosotros. Con un ligero sobresalto por la repentina aparición me giré intentando mantener al tipo sujeto. La chica nos acusó de ser responsables de aquello y bueno, visto que teníamos a un tipo amenazado con un cuchillo en el cuello e inmovilizado parecía que si podíamos ser los culpables. Miré a Hayato.

-Es la niña – le dije a mi compañero –. Creo que nos ha seguido ¿Qué has hecho esa vez?

De pronto vi como la joven que acababa de entrar en escena desenvainaba un cuchillo, luego se apiadó del hombre sobre el que me encontraba. Parecía ser que era un compinche de aquel hombre., aquello se ponía cada vez mejor, si vestía mejor posiblemente supiese más cosas de Alexei que el tipo al que acabábamos de interrogar.

-Acércate y lo mato en este instante – dije en un tono muy serio mirándola fijamente a los ojos para que notase que aquello no era un farol –. Y si no te desarmas mi compañero le desarmará en un momento – le amenacé.

Ahí estaba, Sasaki haciendo una de sus jugarretas. Al casi provocar una sobredosis al tipo este hizo que se delatase como alguien que sí sabía algo de las semillas, cualquier otra persona hubiera dudado aunque fuera un instante, pero su reacción fue inmediata. Tras eso no hizo falta nada más que presionarlo lo suficiente para que comenzase a cantar lo que sabía. Por supuesto que se tomaban en infusión, lo noté con el primer bocado. Seguramente un licor tuviera el mismo efecto, aunque no tenía ni idea de cómo le afectaría el alcohol.

Parecía que por fin estaba a punto de decir dónde encontrar al tal Alexei, pero entonces una voz familiar nos interrumpió. Era la joven de antes, la cual había aparecido en escena con un cuchillo en mano y un tono amenazante en la voz. Tenía o mucha confianza en su habilidad con el cuchillo o unas agallas desproporcionadas. No cabía en una mente cuerda meterse con dos desconocidos armados en un callejón, teniendo estos un rehén y una complexión como la suya. De todas formas había algo en su mirada que me decía que tuviese cuidado, que no era sólo una cara bonita, que había algo detrás de esa confianza. Estaba a punto de llevar la mano a mi arma, pero de pronto los engranajes empezaron a moverse en mi cabeza. Sonreí ¿Cómo había estado tan ciego? la verdad era obvia y estaba delante de mis narices.

- No hace falta que te hagas la tonta. - Dije con voz confiada dando un par de pasos al frente, poniéndome entre Sasaki y ella. - Conoces a este hombre perfectamente, al fin y al cabo todo era un plan para acorralarnos. El encuentro en la taberna, la bolsita misteriosa, este hombre siguiéndonos y ahora tu entrada. Todo muy planificado. - La señalé con el dedo índice con tono acusador a la vez que apoyaba la otra mano en la cintura. - Al fin y al cabo Alexis es un nombre neutro, por lo que también se aplica a tu verdadero nombre ¿Me equivoco? Alexei.

Estaba claro que aquella joven era la persona a la que buscábamos. Mi razonamiento no tenía agujeros ni fallos. Si tenía tanta confianza era porque, a pesar de las apariencias era una criminal de pies a cabeza que usaba su cara para pillar a sus enemigos desprevenidos. Pero ahora teníamos a uno de sus hombres en nuestras manos, estaba en jaque.

- Esto... - Dijo el hombre al que tenía Sasaki amenazado. - No es por interrumpir pero... yo soy Alexei. No tengo ni idea de quién es esa niña, al veros en la taberna pensaba que era conocida vuestra.

Un silencio incómodo se hizo en el callejón de manera inmediata. Casi al mismo tiempo que me sonrojaba por el ridículo que había hecho creyéndome un detective.

Una estrategia propia de delincuentes y maleantes era aquella: Amenazar a la gente con consecuencias en un chantaje que, de bien seguro, casi siempre funcionaba. Era muy sencillo y su posible respuesta binaria: O se seguían sus órdenes o alguien moría. Era un trato asimétrico, pues ganaban más los criminales que su asaltante, aunque la manipulación funcionaba bien a la hora de persuadir a casi cualquiera. Tú sabías que la vida de ese hombre era lo único que los separaba de tu cuchillo, aunque seguramente no fuesen conscientes de ello. No dudabas que tu limitada altura y, por qué no, que tuvieses cara de no haber roto ni un plato, fuesen elementos que jugaban en tu contra... Aunque solías esperar que el cuchillo jugase a tu favor. A nadie le gustaban las amenazas con un cuchillo, al fin y al cabo. ¿No?

Pues no. Sasaki -Cuernos lo había llamado así antes- parecía estar tan loco como se veía a flor de piel. Miró hacia ti fijamente con esos ojos que no parpadeaban, como si escrutase tu alma para convertirse en el peor de tus miedos. Era terrorífico, en cierto modo. Por un instante bajaste la vista, incapaz de sostenérsela, pero avanzaste un paso más, y otro, hasta que Cuernos -Hayato era en realidad un nombre demasiado soso para un demonio- interrumpió tu avance con su audaz razonamiento.

Patidifusa. Esa era la palabra. Como si se tratase de un detective de escaso talento en una novela de misterio expuso su teoría, descabellada hasta los cimientos y basada en conjeturas. A veces envidiabas a la gente menos dubitativa que tú, pero otras veces simplemente no podías evitar lanzar un bufido de desaprobación cuando se alejaban tanto de la realidad. Sin embargo, hubo una cosa llamativa: Si creían que tú eras el tal Alexei y que los estabas siguiendo quizá, solo quizá, no fuesen piratas. No ibas a descartar ninguna posibilidad por el momento, pero como poco podías darles un pequeño voto de confianza. Sobre todo porque el verdadero responsable de las semillas estaba allí con vosotros.

- Buen trabajo, inspector -bromeaste mientras guardabas el cuchillo-. Has resuelto el caso una vez más.

En realidad podías necesitar el arma más adelante, pero contabas con poder reaccionar a tiempo. Te acercaste con las manos agarradas tras la espalda muy despacio, tratando de verte lo más inofensiva posible. No solías pretender aquello, pero te resultaba extremadamente fácil: Solo tenías que ser tú misma.

- Me llamo Alice. -Ya estabas bastante cerca de ellos cuando te presentaste-. No es tan exótico como Alexei, pero yo creo que es más bonito. Además, yo no trabajo para Jacques Leroi. -Alexei tragó saliva. Era increíble lo que dos tipos raros podían hacer para facilitar los interrogatorios-. ¿Dónde compras las semillas?

- ¿Qué semillas? Yo... Yo no sé nada. Siento haceros perder el tiempo, pero soy solo un comerciante de bienes exóticos. Tengo lana de Irish Garden, si necesitas remendar tu jersey, por cierto.

Por un momento te alarmaste, pero caíste en que había estado en la taberna. No parecía un hombre sospechoso, claro, pero ese era el truco.

- ¿Y por qué los seguías?

- Pues... -Tardó un segundo en contestar-. El de los cuernos tenía una deuda contigo, parecía un cliente potencial.

Te encogiste de hombros. Mejor que se encargase el que daba miedo.

Hayato se interpuso entre la joven y yo. Luego comenzó a hablar razonando como si se hubiese dado cuenta de un hecho del que ninguno nos habíamos dado cuenta hasta entonces. A medida que escuchaba como iba razonando las cosas, mi cara paso de estar seria a una que expresaba una completa duda por lo que estaba diciendo. No había por donde coger lo que estaba diciendo y me comenzaba a dar vergüenza estar al lado de Hayato tras sus razonamientos.

Era hijo de un samurai y había recibido buena educación en bastantes ámbitos, sin embargo, aquello denotaba que era alguien que la cabeza la tenía porque no podía vivir sin ella. No podía contar conque mi compañero hiciese algo a derechas en estas situaciones. Por otra parte, la chica pareció burlarse de Hayato y no se lo podía reprochar, el ridículo había sido mayor aún cuando el tipo que tenía amenazado se presentó como el Alexei al que estábamos buscando.

Alice, la chica que había aparecido ante nosotros dijo algo de un tal Jacques Leroi, insinuando que el tipo este trabajaba para él. Luego comenzó a interrogar a Alexei, quien volvió a hacerse el tonto con no saber nada respecto a las semillas.

-¿Necesitas otra cucharadita de semillas para refrescar la memoria? – le pregunté poniéndole el saquito frete a los ojos – Espera ¿Irish Garden? ¿Se come bien ahí?

Cuando nombró aquella isla, miré a la chica que pareció sorprenderse por un momento, no me pasó desapercibido, luego miré el remiendo del jersey que había intentado hacer Hayato. Cuando volví a mirar a Alexei, pude ver que su cara dejaba en claro que no quería saber nada más de las semillas.

-Por cierto, pequeña, ¿quién es ese tal Jacques Leroi? – le pregunté retirando el wakizashi del cuello de Alexei, que pareció relajarse un poco – Me suena haber visto ese nombre en algún lado, pero no se por qué.

En ese momento, dejé de hacer algo de presión en Alexei, lo que no le vino mal. Disimuladamente se llevó la mano a la gabardina que llevaba y tras un brusco movimiento a la vez que sacaba algo de esta me apartó y me intentó quitar de en medio atacándome. Por suerte no me quedé corto a la hora de reaccionar y cuando fui a bloquear el ataque de Alexei no calculé bien y con el wakizashi le provoqué un pequeño corte en la muñeca. El corte hizo que soltase un punzón que se habría clavado en la armadura de mi hombro derecho.

Tal y como esperaba, el tipo aquel era un experto en el escapismo y le sobraron piernas para salir corriendo del callejón a zonas por las que se podía escuchar algo de barullo, me levanté y miré por donde había desaparecido.

-Dejadle, seguro que nos lleva ante alguien interesante – les pedí haciendo un gesto con la mano, luego añadí mirando a la chica –. Si trabaja con el tipo ese, quien sabe, a lo mejor te acerca a tu objetivo.

-Bien, todo acorde según al plan. - Dije mientras se acercaba la chica guardando el cuchillo. - Sabía quien era desde el principio. - Continué tapando mi cara con un gesto para que no se viera de forma tan descarada la vergüenza que estaba pasando en ese momento. Pero por otro lado habíamos conseguido una pista.

De nuevo se hacía el tonto. La carta de la víctima ya no le servía de mucho, y lo de las semillas ya lo había cantado. Eso sí, la verdad era que me interesaba poder comprar esa lana de Irish Garden para poder terminar de remendar el jersey que había roto. El nombrar ese sitio hizo que los dos prestaran más atención, quizás demasiada. Sasaki relajó su agarre, no hacía falta si aquella persona no presentaba una amenaza. Yo me relajé también, pero de nuevo mi juicio demostró no ser muy bueno, aprovechando el momento, sacó un objeto afilado y se lo clavó a Sasaki.

Mi semblante cambió de pronto, de una expresión relajada, amable, casi bobalicona, a una pétrea. Un ataque por sorpresa, una traición a la confianza delante de mis narices. Llevé la mano al arma, preparado para desenvainar inmediatamente y golpearlo contra la pared para que no se moviera en unos días. Pero la mano de Sasaki me sacó del trance. Pude ver que no le habían hecho daño gracias a la armadura. Suspiré aliviado mientras veía cómo Alexei se largaba corriendo hasta desaparecer entre las calles. Tardé unos instantes en relajar mi postura mientras escuchaba lo que mi compañero decía, dejarlo ir podía ser buena idea, podía llevarnos a otras personas más importantes... y con más recompensa. Pero para eso tendríamos que seguirle el rastro.

- Entonces toca rastrearlo. - Contesté flexionado las piernas e inspirando profundamente. - Procuraré no perderlo de vista. Señorita Alice, si tiene algún plan... dígaselo a Sasaki, es mejor con esas cosas que yo. - Y dicho esto salté con todas mis fuerzas contra una pared, usando la fuerza restante para saltar en esta hacia una cornisa cercana, agarrándome a esta y subiendo de nuevo a los tejados. Desde las alturas podría seguir a Alexei.

En efecto, alguien que huía llamaba la atención entre las calles, si no era por ver a gente apartándose abruptamente era por maldiciones e improperios soltados al aire. Por ahora parecía que no me había visto, pero la verdad era que yo no era alguien precisamente discreto así que cabía la pequeña posibilidad de que me hubiera visto y no quisiera frenar precisamente por eso. En cualquier caso, estaba seguro que a los otros dos se les ocurriría algo para cuando llegásemos a donde sea que se dirigiera Alexei.

- Supongo que sí -contestaste tras un rato, quizá demasiado largo, pensando detenidamente-. En Irish Garden tienen un gran cultivo de patata, aunque siempre está la duda de si las cocinan o esperan para poder bebérselas.

Decidiste ignorar a Hayato por un momento. Sasaki daba miedo, pero parecía el inteligente de los dos. De hecho, hasta ahora parecía bastante más racional que el detective frustrado. No por mal, pero el cornudo no parecía ser el cuchillo más afilado del cajón, por lo que de momento preferías hablar con el que podía comprenderte mejor y, tal vez, tener alguna mínima noción de cómo abordar la persecución de Leroi.

- Es un pirata -explicaste, llanamente-. Bastante peligroso, ha venido aquí a ocultarse desde el Grand Line después de una batalla desastrosa. Si te suena, será de un cartel de recompensas; como este. -Sacaste una pila de papeles perfectamente ordenada de tu bolso, comenzando a buscar más o menos por la mitad-. Lacan, Lamarc, Lepen... ¡Leroi! Aquí está.

Se lo enseñaste con cierto orgullo, haciendo hincapié en la recompensa sobre su cabeza. Era suficiente para estar una buena temporada sin tener que trabajar. Aunque también era cierto que no podías llamar trabajar a ir de isla en isla probando comidas y comprando ropa para, de vez en cuando, decidir descargar adrenalina persiguiendo al criminal de turno. Bueno, sí que era un trabajo, pero no era trabajar. Peligroso, sin seguro médico y totalmente dependiente de que gente de moral cuestionable te hiciese algún que otro favor. Pero no solías tomarlo como un trabajo, sino más bien como una inversión recurrente en felicidad e ingresos.

- Estaba siguiendo huellas de sangre de un tiroteo que me han traído hasta aquí. Aunque ese tipo... Ese tipo resultaba particularmente sospechoso. -Te cruzaste de brazos, pensativa-. Según lo que he podido escuchar estas semillas solo se venden desde que Leroi anda por aquí. Como mínimo es una conexión importante. -¿Pero cómo podías fiarte de ellos? Fácilmente podría ser una trampa-. Me vendría bien un poco de ayuda, si queréis ganar algo de dinero. Y quizá así puedas pagar la reparación de mi jersey.

No te fiabas del todo, pero preferías tenerlos controlados. Sin mediar más palabra comenzaste a caminar hacia delante, tratando de seguir un rastro que no parecía particularmente difuso. Aun así, tampoco eras experta en eso.