El pincel o la espada [Jojo-Ely]

La maravillosa Merveille comenzaba a perder su encanto con la misma velocidad con la que sus islas caían a tierra. Ese habia sido el origen de la visita del Gobierno mundial a uno de tantos islotes poblados que habían conseguido mantenerse todavia a flote, pero que perdían altura día a día. Querían aprovechar el miedo y la confusión de sus habitantes para convertirles a nuestra causa, pues en gran parte seguían siendo solo variantes de humanos, haciéndose con un territorio de alto interés. ¿Qué cientifico que se precie no tenia puestas sus atenciones en la maravilla tanto física como biológica que era la isla? ¿Qué tenyuurubito no quería una de esas extrañas bestias que la poblaban para añadir a su zoo particular? ¿Pero qué hacía Jojo en una misión tan importante?

No mucho. Nada de tremenda importancia en las negociaciones. Solo había estado allí, pintando durante todo el viaje, ayudas gráficas para ilustrar el terrible destino de sus habitantes si las islas seguian cayendo y no tenían ayuda de la gran facción. Piratas, esclavistas sin escrúpulos,gobiernos con intereses propios, crueles hijos del mar, criminales, monstruos salidos de las aguas, la propia inundación de sus territorios... Una ilustración cruel y sincera para cada horrible futuro que les deparaba si no se les declaraba bajo la protección del Gobierno.

¿El pago por todo aquello? Jojo no quiso saberlo. Supuso que era parte de los recursos biológicos y de ese nuevo y extraño oro. No quiso pensar si les cobrarían de alguna forma en carne para estudiarla y poseerla. Ya estaba demasiado lúgrube, lo que habia ayudado a verter en sus obras aquel apropiado sentimiento, como para cargarse algo más. Solo esperó que los hombres "pluma", como los había denominado temporalmente, tuviesen un futuro brillante. A la larga. Porque la adquisición de la Isla por parte del Gobierno no era un asunto que se determinara en poco tiempo, aunque este fuera esencial. No tardarián mucho en aparecer otros con la misma idea, ya fuesen de la Liga de los Mares, los Revolucionarios, o incluso algún pirata con tintes libertarios...

Jojo suspiró, depié al borde del abismo. Separado de la comitiva principal de "negocios", se había dedicado a dar una vuelta por el pueblo cargado con sus materiales de pintura y escritura para intentar dar un reposo a su alma. El rechazo de los habitantes, aunque no verbalizado, fue suficiente para llevarlo hasta la magnífica vista del resto de biomas volantes que componian el extraño archipiélago.

Clavo el atril en el suelo varias veces, buscando el angulo exacto que quería pintar. El barco marine abajo en las aguas le obligo a cambiar el encuadre para que no apareciese en su obra.
"O siempre puedes no pintarlo, so estúpido" Pensó, aunque no así, no con palabras, sino con la sensación de pesadumbre de una sincera y cruel autocrítica.

 Vale, hoy le tocaba ir a Merveille. Era un archipiélago cuanto menos curioso. Estaba formado por muchos islotes que flotaban gracias a alguna especie de poder misterioso que no había sido capaz de descubrir. Al parecer eran unas vistas espectaculares, le daba mucha pena no poder disfrutarlas.

 Pero volviendo al tema, los habitantes estaban teniendo un pequeño problema. Después de muchos siglos manteniéndose en lo alto, estaban empezando a perder altura, incluso llegando al punto de alguna cayendo al mar. Por suerte, inhabitada. Aunque claro, nada les decía que fuese a ser el caso con la próxima. Al menos, según tenía entendido, lo tenían relativamente bajo control. Al menos sabían que tenían algo de tiempo para arreglarlo antes de que fuese demasiado tarde.

 En cualquier caso, tenía una misión. Le había llegado un chivatazo de sus espías e investigadores de que el Gobierno pretendía hacer un movimiento pronto. No podía permitirlo. ¿Qué sentido tiene que una organización abiertamente racista se interese por un lugar lleno de gente que no terminaba de ser humana? Seguro que tenían intereses poco agradables detrás, como esclavizarlos, sacarles el dinero con el tributo celestial en un momento de dificultad, o obligarles a compartir sus secretos sobre cómo se habían mantenido a flote durante tantos siglos. Nada bueno podía salir de esas ratas metiéndose aquí.

 Al menos, le habían hablado del jefe Youba, al cual todos los líderes acudían cuando llegaba la hora de tomar alguna decisión importante. Y bueno, no le agradaban mucho los extranjeros. Eso le dificultaría el trabajo al gobierno, probablemente era una de las razones por las que seguían siendo independientes. Su parte más profesional quería ayudar a que se anexaran a la Marina o a la Liga de los Mares. Pero al mismo tiempo quería dejar que siguiesen tranquilos, sin verse obligados a elegir uno u otro bando. Era una decisión complicada.

 Antes de nada, quería encontrar un sitio donde hospedarse. Aún si odiaban a la gente de fuera, la pela es la pela. Dudaba que fuese a tener demasiado problema con eso. La economía del archipiélago se hundiría rápidamente—como los islotes, realmente—si el dinero podía salir pero no entrar.

 Efectivamente, no tardo demasiado en encontrar un lugar. Noto miradas de curiosidad y de hostilidad a partes iguales, pero al menos la trataron bien y nadie intentó nada raro. Subió a dejar sus cosas en la habitación y se tumbó un rato en la cama, mirando al techo. En un rato tendría que ir a ver al líder, había escuchado que hoy estaría en la zona central.

Obra:

Lleno de color. De vida. De luz.

Jojo contempló su obra con desagrado. En los ultimos días se había acostumbrado a pintar rápido, pero no a disfrutar haciéndolo. De hecho, lo que le preocupaba es que había disfrutado más de las otras obras, mucho más crueles, apagadas y caóticas, que la visión de la anómala naturaleza que ahora presenciaba. ¿Eran más reales las cosas que no habían pasado -y que quizás no iban a pasar- que lo que tenía justo delante? La verdad estaba tan clara como el brillo del glaciar flotante que se divisaba a lo lejos.

Sí.

Sonaron aplausos a su espalda. Aplausos de manitas pequeñas con brazos emplumados. El mudo sonrió, aunque supiese que no mereciera aquellos aplausos. Aunque la verdad estuviese en el ojo del observador, él no podía ver la belleza de su obra, solo un talento creado y afinado por la práctica, la experiencia y la dedicación. Un trozo de tela coloreada carente en absoluto de vida, de espíritu y de verdad. Bajó el lienzo a un lado, para dejar que se secase, y cogió otro.

Quizás ese era el problema. Las islas, aunque en parte vivas, desde tan lejos eran poco más que rocas. Cogiendo otro lienzo, giró con cuidado el caballete y sacó la lengua, encuadrando las manos para pedirle a aquellos niños que se juntasen en el límite de su improvisada mirilla. Por un momento el cornudo perdió la sonrisa. Recordó lo que había tenido que dibujar debajo de los imaginarios escombros, bajo el filo de las oníricas espadas de un futuro oscuro e incierto. Algunas madres atentas se llevaron a sus hijos, pese a la clara disposición de los modelos por ser pintados. Allí solo quedaron los valientes, los ávidos, los pilluelos. Una pequeña banda de pillos con su hurón cerdo de ojos manchados.

No importaba que se moviesen, peleandose por ver quién iba a estar en el centro de la obra. Aquello les daba personalidad, y la personalidad podía ser retratada en los gestos, los hoyuelos, las miradas inquisitivas y las bocas abiertas en queja. En el fondo había sombras de los que muchos de ellos se convertirían por desgracia. Adultos. Adultos ocupados e infelices que miraban con recelo a los extraños y que se dedicaban solo y exclusivamente a los quehaceres de una vida repetitiva sin ilusión, juego ni triunfo. Adultos ocupados en poder vivir para que los niños siguiesen siendo niños todo lo que pudiesen.

 Elyria se levantó de la cama, ya había perdido suficiente tiempo, tocaba ponerse a trabajar. Tenía que buscar al jefe Youba, asegurarse de que estas ratas del gobierno no se le adelantaban e intentaban lavarle el cerebro. O peor, usar amenazas y violencia para lograr sus objetivos, no sería la primera vez. Aun era totálmente incapaz de sacar de su cabeza como esos legionarios mataban a todos los ciudadanos de la Villa en Katakuri. Incluso los niños. Niños secuestrados, que habían sido salvados minutos antes de ser torturados, cocinados y comidos por la bruja del pantano. Apretó los ojos y agitó la cabeza. No podía pararse a pensar en esas cosas, por dificil que fuera.

 Salió de la posada, y con la ayuda de Nissa, fue caminando por los distintos islotes, usando puentes que los unían. ¿Cómo se mantendría la infraestructura si de repente una isla bajaba más rápida que otra? ¿Estaban preparados los puentes para resistir esa tensión? La verdad es que no tenía ni idea, pero temía descubrir la respuesta.

 El clima era bastante curioso, cambiaba notoriamente de isla a isla, incluso si la distancia que las unía era relativamente pequeña. Era curioso cuánto menos. Y Nissa le describió los paisajes. Distintos colores, extraños animales que nunca había encontrado fuera de Merveille… Le daba no poder verlo ella misma, la verdad. Tenía que hacer algo para recuperar la vista, no podía seguir así. Pero claro, ¿cómo? Decirlo era muy fácil, hacerlo ya no tanto.

 Finalmente llegaron al islote central, donde le habían dicho que vivía y se solía mover su objetivo. Solo tuvo que preguntar un poco por la calle, y a pesar de malas miradas y que muchos simplemente la ignoraban, consiguió que le contaran donde había sido visto por última vez. Y bueno, digamos que no le gustó mucho, estaba hablando con agentes del Gobierno. No tendría que haber perdido tanto tiempo.

 Aceleró un poco, dirigiéndose a donde le habían indicado, y se encontró con un grupo de tres personas hablando con el jefe Youba. Según Nissa, este último tenía cara de malas pulgas, ni no parecía estar haciendo muy buenas migas con ellos. Lo esperable, vamos, sabía que odiaba a los extrajeros. Y si venían a intentar comprarles… El orgullo de este tipo de gente les solía llevaba a su perdición en tiempos de crisis, peor por una vez, funcionaría de forma positiva.

 Se acercó al grupo, regia, seria, y tosió un par de veces, interrumpiéndoles.

 “Siento interrumpir, pero… No. No siento interrumpir a unas ratas intentando usar el miedo de un pueblo en crisis para cumplir sus repugnantes objetivos. Jefe Youba, no les haga caso.” No se cortó. Tal vez no era la mejor manera de afrontar la situación, pero es la que decidió usar. Su Haki de observación le decía que los agentes no eran unos debiluchos, pero tampoco parecían ser nada del otro mundo. Y en una situación así… Estaba a salvo.

Allí quedaron los niños, más niños de lo que jamás volverían a ser. Un retrato vivo de lo que fue y un día no será. La juventud, la inocencia, la picaresca y la alegría. ¿Cuánto durarían así? No mucho. No si la cosa seguía adelante. Como ciudadanos independientes, los hijos de Merveille tenían el futuro asegurado.Hasta, claro está, que llegara el conflicto. Fuese este por manos de piratas o por extranjeros menos amables que el cornudo.

Dejó que los niños se reuniesen pasmados frente al dibujo y escribió en un papel el tiempo de secado antes de dejarlo apoyado sobre la pared de una vivienda. Había tardado algo más que para el anterior, pero una vez tuvo clara la imagen mental que quería plasmar allí, todo sucedió con rapidez. Tener modelos era más fácil que trabajar con descripciones vagas y bajo el yugo de tiranos de la mercadotecnia gubernamental, pero no contar con su aprobación significaba que debía hacer uso de la suya propia. Aquel cuadro que acababa de hacer y que señalaban los niños discutiendo sus impresionadas impresiones no le pareció bueno, aunque quizás algo mejor que el anterior.

Tras abandonar ambas obras, y despedirse de los niños con el entusiasmo y las gracietas de un payaso, el cornudo continuó su camino en busca de la inspiración. Encontró por allí los mismos rostros y gestos de extraños, cuchicheando, y algo de mucho interés. Un puente. Un puente viejo pero bien mantenido, ancho y de bamboleo sereno, que conectaba la isla con una de sus vecinas. ¿Cuántos metros podía tener el puente?, se preguntó. Al menos seiscientos, que ascendían ligeramente para compensar la diferencia entre los islotes flotantes.

Se encontró entonces recorriéndolo con interés, la mano apoyada sobre los gruesos cabos que lo delimitaban y aseguraban, asomándose de cuándo en cuando al vacío bajo él para ver el mar y la caída. Desde luego no era el mejor sitio para ponerse a pintar, pero aún así lo hizo. Quizás el peligro, la emoción y el suave mecimiento le servirían de musa.

Y así, Jojo continuó pintando ignoto de lo que estaban haciendo sus compañeros.

La unidad de márketing gubernamental era despiadada y letal, pero sus armas no hendían la carne y el hueso, sino la moral y el alma. Lisonjeros de lengua de plata y conocimientos de escribano, la especialización de la división era la lucha verbal y audiovisual, algo a veces ignorado y que muchos desprestigiaban, pero desde luego un aspecto más que necesario para el avance de la Nación de Mil Naciones.

—Eso ha sido un poco maleducado, ¿no crees?—dijo suavemente el hombre mediano de traje y sombrero. Sus silenciosos compañeros flanqueándole, observando con cautela a la muchacha—. Incluso especista.

Basil Yanko era un hombre de piel gris y labios finos de ratón -o más bien de rata-. Nunca había sido agraciado, pero tampoco feo, solo lo suficientemente desagradable a la vista como para tener que compensarlo con creces para ser tenido siquiera en cuenta. El pelo repeinado hacia un lado y sus manerismos suaves le hacían parecer un hombre débil, y aunque aquello era cierto, asumir que era inofensivo era un terrible error. Sus compañeros, un agente de aspecto orondo y otro tan fino como un palo, compartian rostro. Un curioso caso de gemelos idénticos que no se parecían en nada.

—Pero supongo que tendrá usted razones para sustentar su acusación—continuó Basil, extendiéndole la mano protésica como una invitación—. ¿Viene usted como una civil preocupada por la gente de Merveille y sus asuntos con el Gobierno?

 Elyria no pudo evitar reír por lo bajo antes el tono y palabras del agente del gobierno. Asqueroso. Gente entrenada para manipular, hablando como si les importase esta gente, cuándo lo único que perseguían eran sus asquerosos y retorcidos intereses.

 “Hablar de especismo cuándo literalmente menospreciais y esclavizáis a cualquiera que no sea humano… Lamentable como tenéis que disimular para que os hagan caso. La parte de que trabajas para un grupo que guarda sirenas, gyojins y muchos otros en zoos, mientras los maltratan y golpean os la habéis guardado, ¿no?” Entonces miró al pseudolider del archipiélago. “¿En serio va a dejar que le coman la cabeza? Solo quieren vuestro dinero y vuestra ciencia. A la primera apertura vendrán con buques de guerra a mataros a todos porque no les gusta que seais diferentes a ellos.”

 “Ya lo he dicho, ¡no pienso dejar que unos sucios extranjeros vengan a decirme lo que tengo que hacer! Llevo ayudando a los lideres de Merveille desde hace décadas, ¿Quién demonios sois vosotros para hacer nada? Sucios Lowlanders, no tenéis ni idea de nada…”

 Escuchó el nuevo comentario del agente, suspirando profundamente. “Ya he enumerado varias de esas razones. La historia habla por sí sola. ¿Qué es lo que buscais aquí? ¿Sus metales? ¿Sus animales? ¿O solo pretendéis esclavizarlos? Y soy la Comandante Elyria. Al contrario que otros, nosotros sí buscamos justicia. No lamerle las botas a esos asquerosos Tenryuubitos simplemente por su ascendencia.”

 Entonces habló de nuevo el hombre.

 “¡Dejad de discutir, no se de que demonios hablas, somos independientes! Nos da igual lo que pase ahí abajo, no es nuestro problema.”

 “Entiendo, Jefe Youba. Solo quiero asegurarme de que no haga lazos con la gente equivocada. No vengo con intenciones de que se una a la Liga, solo de que no se una a esas ratas del gobierno.”

 “Pues puedes irte. No me van a convencer de nada, me da igual lo bonito que hablen. No pienso permitir que unos sucios Lowlanders tengan voz ni voto en nuestra tierra.”

 “Comprendo, Jefe Youba. Aunque si necesita ayuda para manejar todo este problema de los islotes cayendo, la Marina siempre estará dispuesta a prestarle una mano.”

 “¡Ya he dicho que no pienso vendernos a nadie!”

 “No queremos nada a cambio. Solo no queremos ver morir a todo un pueblo. También puede llamarnos si a estos desgraciados les da por intentar tomar medidas más… violentas. Les gusta mucho eso de bombardear islas y matar civiles inocentes.”

Lowlanders. La gente siempre encontraba algo para despreciar a otros. En cierta medida, el Gobierno se parecía más a ellos que la Liga de los Mares. Aislados, mirando por sus intereses, rehuyendo con xenofobia de otros. En cierta medida aquello era muy humano, ¿no? Probablemente, en otro universo, uno en el que no existiesen razones tan evidentes como la raza a la que uno pertenecía, el ser humano hubiera encontrado maneras para odiar a otros que perteneciesen incluso a su misma especie. El color de la piel, los ojos, alguna inocua deformidad... Pero entretanto, allí, en el mundo ahogado por las aguas, había gente -bueno, no gente- monstruos a los que odiar con mucha más facilidad.

Basil Yanko suspiró.
—A lo que recurre ya la Marina. Medias verdades dichas por alguien que siquiera lleva el uniforme de frente—dijo como un falso soliloquio. Chasqueó la lengua tres veces, decepcionado—. Qué triste... —miró la hora—. Bueno, les dejo a sus asuntos. Es la hora de mi almuerzo y ya hemos hecho todo lo que necesitábamos hacer.—Sonrió, inspirado. Dio toques sobre su reloj—. Al fin de al cabo se trata solo de una cuestión de tiempo, ¿verdad?—Miró al anciano. Añejo y doblado. La amenaza velada al completo, pero implícita como una verdad inherente—. Solo es cuestión de tiempo que la verdad salga a la luz—añadió, con tono deferente, para la muchacha.

Se marchó. No tenía demasiado tiempo para comer, pero aquello no era una preocupación. Los que debían preocuparse eran las gentes de Merveille, con sus islas cayendo, su amado anciano jefe envejeciendo más y más cada día... Pronto tendrían que tomar sus propias decisiones, sin influencias de un anciano xenofóbico y cateto para dar su mala opinión.

Entretanto Jojo había terminado su dibujo. El reflejo en blanco y negro de un hombre subido a un puente. ¿Era un suicida? ¿Era un hombre perdido? ¿Era alguien contemplando simplemente el pasar del tiempo en su reflejo? No era él, no tenía cuernos. Podía ser cualquiera. Podía ser el propio espectador... Siempre que no tuviera cuernos.

Frunció el ceño. Otro puñetero fracaso. Una imagen mental plasmada tampoco conllevaba que el cuadro fuera bueno, simplemente fiel a la idea -la mala idea- que había tenido. Agarró el cuadro, inmundo y poco sincero, y sintió la necesidad de arrojarlo al vacío. Fue tan solo su educación de buen chico cristiano lo que hizo que no tirase aquella basura al mar. Continuó por el puente hasta llegar a la siguiente aldea, y allí lo dejó apoyado al lado de una pared a falta de cubos de basura.

Llegó a la calle apenas el triunvirato se marchaba a almorzar, y distraído el demonio buscó entre los perfiles de los edificios una nueva inspiración.

La hora de comer era una buena hora para pintar. Además, el hambre para un artista no era cosa nueva. Subiéndose a un tejado con su Geppou sin recibir miradas indiscretas, el cornudo desplegó en la terraza su material con cuidado de no inoportunar la colada puesta a secar. Desde allí teniá la vista perfecta para hacer un cuadro al más pulo estilo del viejo Mediterrán, un Sicchiliano del West Blue que había encontrado la inspiracion en las luces y sombras de los edificios de su tierra natal -a la que volvió después de lo que se rumoreó una vida de crimen.

Luces y sombras, en grises y blancos, con angulos rectos de los edificios que no dejaban de ser ligeramente curvados. Una serie de imperfecciones en la caliza, casi invisibles al ojo, pero no imperceptibles. Las únicas líneas verdaderamente rectas eran las que estaban para sujetar el marco, sirviendo este de una referencia para saber que algo extraño había en aquel cuadro. Algo molesto, incluso. Una pieza que uno cogía y movía con la intención de colocarla bien sin llegar nunca a poder hacerlo porque provenía de un universo alternativo y diferente en el que las rectas estaban más que prohibidas.

Pintado el onírico universo inspirado en la vida real, Jojo se sentó al borde de la terraza pensando no solo en el hambre que tenía, si no en qué clase de personas vivirían allí. ¿Serian buenos? ¿Malos? ¿Iguales o diferentes? Por ahora no existían. Quizás habían muerto no hace mucho, o se los habían llevado. ¿Llevado a dónde? ¿Por quién?

No tardó en llegar a su cerebro si quizás, en algún momento, aquello mismo pasaría en Merveille. Desde luego eran raros, más que raros, y ni siquiera él había creído que los "ángeles" existían, ¿quién iba a creer que existían los hombres-pájaro? Exhalando su contento, en el alto y hermoso sol que hacía fijas las sombras de aquel pequeño mundo como movido por el agua, Jojo pintó un angel. Un angel negro y zarrapastroso, nervudo y destartalado, de alas pequeñas y extremidades de espantapájaros.

"No tengáis miedo"

Siempre le habían gustado las historias de la biblia, tanto por su forma como por su contenido. Afortunadamente habiá aprendido a ver la realidad oculta tras las mismas, a diferencia de muchos otros que las tomaban como una verdad tan rancia e inamovible como el dogma que profesaban. Sin embargo, él había logrado dejar de ser tan corto de miras. Ahora contemplaba la realidad por no solo la belleza que tenía a la vista, si no por la interior, por una tan anclada en el concepto subyacente que había que bucear hasta casi ahogarse para apenas verla.

Terminado el cuadro, Jojo no pensó que fuese o malo o bueno. Esta vez, simplemente era.

Esta vez se lo llevó y se fue a buscar algo que comer.

 Elyria suspiró ante las palabras del agente del gobierno, manteniendo la calma y conteniendo las ganas de reírse a carcajadas. ¿DeSiguió qué demonios estaba hablando? No iba con uniforme de la legión, y con lo pesados que eran con eso, solo podía significar una cosa.

 “Vuestro trabajo consiste en ocultar vuestro uniforme para engañar a las víctimas de vuestros amos y señores antes de matarlas. ¿Quién demonios es usted para hablar de eso? Si que está baja la barra para convertirse en un asesino a sueldo de esas ratas…”

 Sin decir nada más, dejó que se fueran, riendo por lo bajo ante su amenaza. Ridículo, ni siquiera eran capaz de ir directos con algo así. Y luego tenían el valor de decirle algo a ella. Al menos los había sacado de aquí, pero tendría que seguir atenta por si intentaban algún otro movimiento.

 Siguió hablando con el Jefe Yoshua, tranquilizándolo un poco sobre las estupideces del gobierno, pero, como cabía esperar, no duró mucho. Realmente odiaba a los extranjeros. Pero al menos había evitado que siguieran metiendo mano. No era su trabajo hacer más movimientos; era una investigadora, no una política. Dudaba que se le fuese a dar especialmente bien lo segundo.

 Nissa apareció, o bueno, eso pensó Elyria. Realmente no podía verla. Echaba de menos ver a su amiga volar y jugar felizmente por el aire, pero lamentarse no cambiaría nada. Al menos había escuchado que sería posible restaurar su visión con ayuda de la tecnología, usando unos ojos biónicos. Pero era demasiado caro, tendría que ahorrar mucho para llegar a conseguir eso.

 “Te pasaste un poco con el tono, Ely. No puedes ser tan agresiva cuando intentas convencer a un tercero,” dijo la criatura en un tono tranquilo.

 “Lo se, Nissa. Lo siento, ya sabes lo que me cuesta tratar con esta… gente.”

 “Me sorprendes que no los haya llamado ratas. Y tienes que aprenderlo, se va a volver cada vez más importante si sigues ascendiendo a este ritmo.”

 “Si… Tengo que trabajar en ello.” Suspiró. “Me cuesta pensar que Jul pertenece al mismo grupo que esos hijos de puta manipuladores.”

 “¿Dónde quedo lo de gente?”

 “Son gente. Gente hija de puta y manipuladora.”

 “En fin… Vamos a comer, que tienes hambre,”

 “Como lo has—”

 “Secreto de estado.”

 Y entonces sonrió, relajándose un poco y caminando por el islote en busca de algún sitio donde picar algo. Tenía curiosidad por saber como era la gastronomía de una isla tan apartada e aislada del resto del mundo. Y bueno, lo que había dicho Nissa. Hambre. Era esa hora.

Jojo buscó entre los altos muros el más mínimo indicio de una posada. Tras pegar un par de saltitos, y asomarse al almuerzo de unas cuantas familias cuyos niños fueron collejeados por decir tonterías sobre diablos en la ventana, el artista encontró el pequeño cartel colgante. Se lo quedó mirando fijamente mientras llegaba a él. Los nombres de las posadas siempre eran interesantes, y cuanto menos raros. "La cabra engrasada", "La jirafa gris", "El rinconcito de Madame", aunque aquel último realmente era una especie de lupanar; había encontrado muchos bastante pintorescos, pero ninguno como ese. "El aguilaspín rojo". Agarrando el nombre con sus patas estaba la talla de un animal quimérico, de fantasía, que allí en realidad era bastante real.

Frunciendo el ceño, y secretamente ardiendo en deseos de ver qué más maravillas encontraría en Merveille, Jojo entró saludando con amplios movimientos de su cuello y una sonrisa. Luego dejó sus bártulos, que no eran pocos, en una de las mesas libres, y quitó una silla para sentar allí el cuadro que acababa de pintar. La figura del siniestro ángel en la distancia le haría compañía.

Estaba acostumbrado a las miradas de curiosidad y de hostilidad, por lo que estas fueron ampliamente ignoradas con un buenrollismo apabullante. El sitio era rústico, cuco incluso, y alguna que otra extraña y pequeña pieza de caza estaba colgada de la pared. Levantando la mano para llamar la atención del camarero, que llevaba guisos a otras mesas ya como segundo plato, el diablillo intentó pedir de comer.

—Bienvenido al Aguilaspín rojo, la mejor taberna de todo el islote...—dijo muy ensayadamente, como le habían enseñado a tratar a los forasteros—. Tiene el menú de hoy en la pizarra.

¡La pizarra! ¡Ah, vieja amiga! Un menú un tanto caro, pero no es como que los berries no le sobraran con su paga. Asintiendo, el mudo intentó hacerse entender con señas. Jugando con él, el camarero le llevó un poco la contraria para hacerle la puñeta, pero finalmente apuntó la comanda. Había sido divertido, pero no necesitaba ser cruel con un discapacitado, que ya tenía el pobre suficiente con ser un Lowlander.

Sentado allí, intentando hacer de aquella burla poco más que una anécdota feliz, Jojo la vislumbró entrando por la puerta. Conocía a aquella belleza de fina plata de un encargo hacía ya mucho tiempo. Un breve encontronazo que, de no haber sido por su belleza, hubiera muerto en el recuerdo. Levantó la mano, saludándola con una insistencia cómica.

¡Cuánto tiempo! ¡Ven, ven! ¡Siéntate y comamos juntos!

Entonces mientras movía el brazo con ese entusiasmo propio de ser un payaso y una mejor persona, a Jojo le golpeó la verdad. No se acordaba de su nombre. En absoluto. Sabía quién era, más o menos, y qué relacción tenían, pero el concepto del nombre se le escapaba al completo. ¿Por qué letra empezaba? ¿E? ¿A? ¿I?

Podríamos pensar que aquello no era demasiado grave, y estaríamos en lo cierto, porque lo inmensamente grave e imperdonable vino después. Una súbita realización que fue como un golpe. No, como el atropello de un tren marítimo. Una arrolladora verdad que al menos le serviría para darse cuenta de que no podría seguir siendo así de cazurro si quería seguir siendo un Agente del Gobierno.

No se acordaba de su propio nombre.

Se había acostumbrado a cojer cosas que sonasen parecido al suyo, o al menos que empezasen con J. Una regla simplemente autoimpuesta para no alejarse demasiado de la realidad y dar así un papel más sincero. No era un experto actor, aunque fuese mimo y un poco payaso, por lo que había encontrado que esto era lo más correcto. Poco a poco fue dejando de saludar mientras sus ojos se hundían en un vacío de preocupación y él se quedaba con cara de tonto.

¿Josue? ¿Jericó? ¿Jesús? No, eso sería una blasfemia. ¿Juan? ¿Jolgorio? ¿Jorjito? ¿Jaimito? Ni idea. Ni la más remota idea de qué nombre había usado. Y no es como si pudiera consultar los informes que tenía que entregar post-realización de una misión. Se acordaba que le habían cogido los marines para tomarle nota, que había podido excusarse en que era mudo para escribirlo, que aquello había sido un evento relaccionado con algun envenenamiento de comida en una misión en la que simplemente tuvo que entregar un papelucho entre dos asientos de un tren. De una islas con unas pastas muy buenas de las que compró una caja y mandó a casa.

Se sintió culpable, no solo por ser tan imprudente y tan tonto, sino por haber olvidado el nombre de aquella dama de plata. ¡Qué vergüenza, qué alboroto! Solo la había tratado como una imagen, su imagen, y se había olvidado de la palabra por la que todos en su vida debían referirse a ella. No es que fuera menos sincero al verla a ella en lugar de ser solo un nombre más, uno que no estaba, pero aquello no quitaba que fuera de mala educación no acordarse de su nombre.

Y, una vez puestos a pensar lo maleducado que era, no acabó. Jojo empezó a plantearse cuestiones de que si era educado saludarla como una vieja amiga cuando apenas habían tenido relación. Que si aquel saludo había sido más un vano intento de aercarse de nuevo a la belleza de plata por alguna razón oculta y primal de su psique. La gente hermosa atraía, ¿pero era aquello excusa suficiente y válida como para verse rodeándola? ¿Qué perspectiva debían tener las obras de artes, en carne, hueso o sobre el papel de los espectadores que las rodeaban con afan de contemplarlas? Algunas estarían cansadas, otras, más vanidosas, se vanagloriarían de cuántos amantes pudiesen tener, algunas pocas se querrían esconder en vergüenza.

Consideró que era mejor no levantarse para acercarse y llamar la atención de la dama. Solo la contempló brevemente en silencio mientras sus manos se movían con destreza y su mente recordaba no quién era, sino qué había sido para él. Uno de las grandes impresiones que había dejado en su alma eran sus ojos, a través de los cuales había vislumbrado una esencia pura, amable, pero no inocente. Una justicia harta de un mundo lleno de personas que empezaban a ser monstruos y monstruos que habían dejado de ser personas. Una razzia. Un fuego blanco.

No le hacía falta verla ya, habiendo rememorado desde la lejanía el relieve de sus menos importantes pero no menos hermosos rasgos. Pronto hubo terminado el pequeño retrato del busto. Uno lleno de verdad, real e intangible, a la misma vez. Tan o casi más bueno que el anterior, gracias a la inspiración de la hermosa modelo.

Apenas llegó el guiso, sintió la mirada del camarero rodeándole para observar con interés el cuadro que acababa de terminar. Se quedó en silencio mientras servía, mientras Jojo tomaba el plato entre sus cansadas manos y sorbía con gusto y en silencio aquel muy necesitado plato del día que le reconfortaba cuerpo y espíritu.

—Bonito el arte de las Lowlands... ¿pero no es un poco creepy que vayas pintando a la gente sin preguntarle? Quizás debería llamar a la guardia...

Jojo se atragantó. Estaba allí medio de permiso medio de escapada. Porque si bien le habían dejado irse por las islas habiendo hecho su trabajo como pincel a sueldo para la misión, le habían dicho que procurase no llamar la atención. Porque claro, siendo alguien de una raza no solo de otras tierras si no además con cuernos le era imposible no hacerlo de plano. Comiendo rápido, el cornudo dejó un buen propinazo antes de llevarse sus cosas a cuestas como buenamente podía. Pero con solo una mano libre para llevarse uno, debió tomar una dura, durísima decisión.

"Ale, pa ti". Dijo con su gesto, dejandole a la marine el cuadro delante, quedando paralizado apenas un segundo por la diferencia entre la realidad y el recuerdo, y luego marchándose lleno de una abismal tristeza por la crueldad del mundo. Ella, la dama de plata sin nombre, jamás podría disfrutar de su cuadro...