Jurgen
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El galeón descendía a toda velocidad por la Reverse Mountain. La nave estaba en un estado lamentable: velas rasgadas, la borda rota, el castillo de popa dañado. Para colmo navegaba sin control, golpeándose contra las paredes de la montaña y haciéndose pedazos cada vez más rápido. La cubierta principal estaba manchada de sangre y llena de cadáveres que rodaban de un lado a otro con los bamboleos del navío. Para cuando el barco llegó al fin al final de su recorrido, el impacto contra el mar fue más de lo que su maltratada estructura pudo soportar y empezó a caerse a pedazos.
Desde lo alto de la cofia, una figura saltó hacia el cabo izquierdo. Un hombre enorme con una larga melena pelirroja, cola de gato y orejas a juego. Llevaba únicamente unos pantalones, un martillo de guerra y un petate viejo a la espalda. Cayó a cuatro patas en tierra firme, respirando pesadamente y con las garras sacadas. Tenía una quemadura en el brazo izquierdo y una puñalada aún sangrante en la espalda. Se había pasado de listo y casi había pagado por ello con su vida. Se incorporó lentamente, mirando con cautela sus alrededores.
Al principio había parecido buena idea. Se había colado en el barco con intención de esperar a que bajasen la guardia, pegarles una buena paliza y capturar al capitán. Después simplemente obligaría a sus subordinados a navegar a puerto. Entonces, mientras estaba escondido en la bodega disfrazado de tronco (del que, por algún motivo, nadie sospechó) escuchó a dos piratas hablar sobre la tierra maravillosa a la que se dirigían, un lugar donde a los valientes les esperaban montañas de oro. Y había mordido el anzuelo y decidido esperar a que llegasen. Entonces cuando empezaron a subir por el Río Que Subía A Los Cielos empezó a comprender que había sido una mala idea. Fue cuando decidió mostrarse para forzarles a dar media vuelta.
No solo era tarde para retroceder, sino que los piratas no se mostraron dispuestos a rendirse. Su expectativa inicial de vencerlos fácilmente había sido errónea; había perdido la cuenta de cuántas heridas mortales había evitado con su Poder Mágico tras la tercera. Para colmo, durante la pelea el capitán se cayó por la borda y, con él, su oportunidad para cobrar su primera recompensa. Y ahora allí estaba. Un cacho de tierra en mitad de la nada, una montaña demasiado alta para ver el final a su espalda y mar hasta donde alcanzaba la vista a su frente. Y aquella extraña choza vertical, claro. ¿Quién viviría allí? ¿Y por qué? Con cierta cautela, comenzó a caminar hacia el faro.
Desde lo alto de la cofia, una figura saltó hacia el cabo izquierdo. Un hombre enorme con una larga melena pelirroja, cola de gato y orejas a juego. Llevaba únicamente unos pantalones, un martillo de guerra y un petate viejo a la espalda. Cayó a cuatro patas en tierra firme, respirando pesadamente y con las garras sacadas. Tenía una quemadura en el brazo izquierdo y una puñalada aún sangrante en la espalda. Se había pasado de listo y casi había pagado por ello con su vida. Se incorporó lentamente, mirando con cautela sus alrededores.
Al principio había parecido buena idea. Se había colado en el barco con intención de esperar a que bajasen la guardia, pegarles una buena paliza y capturar al capitán. Después simplemente obligaría a sus subordinados a navegar a puerto. Entonces, mientras estaba escondido en la bodega disfrazado de tronco (del que, por algún motivo, nadie sospechó) escuchó a dos piratas hablar sobre la tierra maravillosa a la que se dirigían, un lugar donde a los valientes les esperaban montañas de oro. Y había mordido el anzuelo y decidido esperar a que llegasen. Entonces cuando empezaron a subir por el Río Que Subía A Los Cielos empezó a comprender que había sido una mala idea. Fue cuando decidió mostrarse para forzarles a dar media vuelta.
No solo era tarde para retroceder, sino que los piratas no se mostraron dispuestos a rendirse. Su expectativa inicial de vencerlos fácilmente había sido errónea; había perdido la cuenta de cuántas heridas mortales había evitado con su Poder Mágico tras la tercera. Para colmo, durante la pelea el capitán se cayó por la borda y, con él, su oportunidad para cobrar su primera recompensa. Y ahora allí estaba. Un cacho de tierra en mitad de la nada, una montaña demasiado alta para ver el final a su espalda y mar hasta donde alcanzaba la vista a su frente. Y aquella extraña choza vertical, claro. ¿Quién viviría allí? ¿Y por qué? Con cierta cautela, comenzó a caminar hacia el faro.
El Olympus descendía elegantemente por la Reverse Mountain. Casi volando sobre el mar, apenas rozando la superficie cristalina de aquellas aguas embravecidas, el galeón parecía no sucumbir a los caprichos de aquel extraño mar. Por momentos una ola especialmente alta anegaba momentáneamente la cubierta principal desviando unos minutos el rumbo de la nave, pero estabas al timón atenta, corrigiéndolos, tomando notas innecesarias sobre el comportamiento de aquella corriente y sonriendo, esa vez porque querías, mientras disfrutabas del momento que más tiempo llevabas esperando desde que habíais emprendido el regreso a Grand Line. Te encantaba subir por la Reverse Mountain, pero bajarla era sencillamente una sensación incomparable hasta el punto de que no habías necesitado ni dar cuerda a los relojes para estar pletórica. Aunque, siendo justos, tampoco habría dado tiempo.
- ¡Izad la mayor! -ordenaste-. ¡A mitad, hay que entrar suavemente!
Uno de los grumetes comenzó a tararear una canción lamentable, de nulo ritmo y extremadamente insidiosa. Lo fulminaste con la mirada, pero solo causaste un par de risas a medida que comenzabas a tararearla tú también -y toda la tripulación, en realidad-. Cada vez tenías menos claro eso de robarle la tripulación a los piratas que atrapabas. Incluso Zion, que era extremadamente disciplinado, se dejaba llevar por tradiciones marineras tan desagradables como cantar canciones de mierda. Te diste cuenta porque buscaste su apoyo y él, a modo de innombrable traición, comenzó a entonarla. Ni siquiera a tararearla, no. La estaba cantando.
En realidad no te molestaba demasiado. Pasado el shock inicial tú también acabaste cantando, aunque estabas alegre a desgana; ¿qué pensarían en English Garden si te viesen cantar eso? Preferías ni pensarlo. La verdad era que te pegaban alguna que otra mala costumbre, como que ese día ni siquiera estuvieses especialmente arreglada: unos vaqueros gastados y una blusa holgada de color burdeos. Alguna pulsera de oro y un brazalete, eso sí, y por una vez llevabas las armas al cinto en vez de escondidas. Aunque, en realidad, tenías la muy acertada sensación de que no ibas a resultar más imponente solo por ir armada; todos iban armados en el barco casi todo el tiempo.
- ¿De quién es la bandera? -preguntaste a Zion una vez el barco comenzó a aminorar la marcha, ya estable en la horizontalidad del mar como tal.
- No tengo la menor idea. ¿Algún mequetrefe de un Blue?
Te encogiste de hombros. En realidad tenía mucho sentido.
- Abordad la nave. A lo mejor sacamos algo.
- ¿Y tú?
Señalaste hacia el faro. Una figura tambaleante iba hacia él.
- Quizá sea el capitán. Su barco está en las últimas; igual ha sufrido un motín; en cualquier caso si está herido sería muy maleducado por mi parte no echarle una mano, ¿no?
Zion te dio una suave palmada en el hombro entre risas. Tú en ese momento pusiste una almohadilla de oscuridad bajo tus pies y saltaste tan alto como pudiste. No fue mucho, pero los garfios de las alas de la libertad clavaron en tierra y aceleraste poderosamente hasta atajar medio camino. Aterrizaste con cuidado, eso sí, y caminaste todo lo rápido que podías sin forzarte una sonrisa. No te molestaste en esconder el artilugio en la oscuridad, pero intentaste aun así mantener las distancias por un momento.
- ¡Hola! -saludaste, haciendo un amplio aspaviento con un brazo-. ¡No deberías molestar al farero, es su hora de la siesta! ¡¿Necesitas algo?!
Seguiste acercándote mientras tratabas de recordar su cara de algún cartel, aunque no te sonaba de absolutamente nada.
- ¡Izad la mayor! -ordenaste-. ¡A mitad, hay que entrar suavemente!
Uno de los grumetes comenzó a tararear una canción lamentable, de nulo ritmo y extremadamente insidiosa. Lo fulminaste con la mirada, pero solo causaste un par de risas a medida que comenzabas a tararearla tú también -y toda la tripulación, en realidad-. Cada vez tenías menos claro eso de robarle la tripulación a los piratas que atrapabas. Incluso Zion, que era extremadamente disciplinado, se dejaba llevar por tradiciones marineras tan desagradables como cantar canciones de mierda. Te diste cuenta porque buscaste su apoyo y él, a modo de innombrable traición, comenzó a entonarla. Ni siquiera a tararearla, no. La estaba cantando.
En realidad no te molestaba demasiado. Pasado el shock inicial tú también acabaste cantando, aunque estabas alegre a desgana; ¿qué pensarían en English Garden si te viesen cantar eso? Preferías ni pensarlo. La verdad era que te pegaban alguna que otra mala costumbre, como que ese día ni siquiera estuvieses especialmente arreglada: unos vaqueros gastados y una blusa holgada de color burdeos. Alguna pulsera de oro y un brazalete, eso sí, y por una vez llevabas las armas al cinto en vez de escondidas. Aunque, en realidad, tenías la muy acertada sensación de que no ibas a resultar más imponente solo por ir armada; todos iban armados en el barco casi todo el tiempo.
- ¿De quién es la bandera? -preguntaste a Zion una vez el barco comenzó a aminorar la marcha, ya estable en la horizontalidad del mar como tal.
- No tengo la menor idea. ¿Algún mequetrefe de un Blue?
Te encogiste de hombros. En realidad tenía mucho sentido.
- Abordad la nave. A lo mejor sacamos algo.
- ¿Y tú?
Señalaste hacia el faro. Una figura tambaleante iba hacia él.
- Quizá sea el capitán. Su barco está en las últimas; igual ha sufrido un motín; en cualquier caso si está herido sería muy maleducado por mi parte no echarle una mano, ¿no?
Zion te dio una suave palmada en el hombro entre risas. Tú en ese momento pusiste una almohadilla de oscuridad bajo tus pies y saltaste tan alto como pudiste. No fue mucho, pero los garfios de las alas de la libertad clavaron en tierra y aceleraste poderosamente hasta atajar medio camino. Aterrizaste con cuidado, eso sí, y caminaste todo lo rápido que podías sin forzarte una sonrisa. No te molestaste en esconder el artilugio en la oscuridad, pero intentaste aun así mantener las distancias por un momento.
- ¡Hola! -saludaste, haciendo un amplio aspaviento con un brazo-. ¡No deberías molestar al farero, es su hora de la siesta! ¡¿Necesitas algo?!
Seguiste acercándote mientras tratabas de recordar su cara de algún cartel, aunque no te sonaba de absolutamente nada.
Jurgen
Fama
Recompensa
Características
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Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Nunca le habían herido tanto desde que había conseguido el Poder Mágico. Era una sensación rara. Se había acostumbrado a salir siempre airoso de todos los peligros. Bueno, de todos no. Siempre se llevaba algún golpe o corte cuando subestimaba una situación. En cualquier caso, bastaría con encontrar al chamán local para que le pusiese una buena cataplasma en las heridas y a dormir. Aquella solución siempre era mano de santo, bien lo sabía de su tiempo en la tribu.
El viento trajo consigo un cambio en los olores del mar. Aunque seguían predominando los aromas a salitre, sangre y pólvora quemada, llegaron otros. Olía a más gente sin pelo. Se detuvo y apoyó la cabeza del martillo en el suelo. Una de sus orejas se giró hacia atrás al notar pasos. Era alguien de baja estatura o peso. Esperó a que se aproximase mientras reunía sus fuerzas para prepararse para volver a pelear.
- ¿Ah? ¿Fareo? ¿Qué es eso?
Se giró y descubrió a una hembra de pequeño tamaño de la gente sin pelo. Jurgen la miró de arriba a abajo, confuso. A pesar de que parecía demasiado débil para ser guerrera, se mostraba lo bastante confiada como para acercarse a él por la espalda. Olfateó el aire al notar algo raro. Sentía en su olor cosas extrañas. Un aroma penetrante y molesto que no lograba identificar y no parecía formar parte del olor natural de ella y una nota extraña, una cadencia que creía haber percibido otras veces. En cualquier caso, no parecía ser una amenaza.
- Niña, no sé de qué hablas. Solo busco un curandero para que me eche una cataplasma en el rascazo - se llevó la mano a la boca y se puso a hurgar entre los dientes con una garra. Se le había quedado algo entre ellos después de morder a un pirata y no lograba sacarlo con la lengua. Qué molesto - ¿Querías algo? Esos piratas ya han sido un buen dolor de huevos sin que una niña sin pelo venga a tirarme de la cola - mientras decía eso sacudió su cola hacia los lados mostrando, o eso creía él, su molestia.
El viento trajo consigo un cambio en los olores del mar. Aunque seguían predominando los aromas a salitre, sangre y pólvora quemada, llegaron otros. Olía a más gente sin pelo. Se detuvo y apoyó la cabeza del martillo en el suelo. Una de sus orejas se giró hacia atrás al notar pasos. Era alguien de baja estatura o peso. Esperó a que se aproximase mientras reunía sus fuerzas para prepararse para volver a pelear.
- ¿Ah? ¿Fareo? ¿Qué es eso?
Se giró y descubrió a una hembra de pequeño tamaño de la gente sin pelo. Jurgen la miró de arriba a abajo, confuso. A pesar de que parecía demasiado débil para ser guerrera, se mostraba lo bastante confiada como para acercarse a él por la espalda. Olfateó el aire al notar algo raro. Sentía en su olor cosas extrañas. Un aroma penetrante y molesto que no lograba identificar y no parecía formar parte del olor natural de ella y una nota extraña, una cadencia que creía haber percibido otras veces. En cualquier caso, no parecía ser una amenaza.
- Niña, no sé de qué hablas. Solo busco un curandero para que me eche una cataplasma en el rascazo - se llevó la mano a la boca y se puso a hurgar entre los dientes con una garra. Se le había quedado algo entre ellos después de morder a un pirata y no lograba sacarlo con la lengua. Qué molesto - ¿Querías algo? Esos piratas ya han sido un buen dolor de huevos sin que una niña sin pelo venga a tirarme de la cola - mientras decía eso sacudió su cola hacia los lados mostrando, o eso creía él, su molestia.
Por un segundo te desconcertó su lenguaje. Pronunciaba mal y hablaba como un agricultor de Irish Garden con problemas en el juego, aunque su acento no terminaba de parecerse al de un gardeniano, mucho menos al de un irlandés. Al darse la vuelta también te perturbó su aspecto, que encontrabas incómodamente familiar y al mismo tiempo no, pero reconociste al instante: Era un hombre bestia, similar a Illje aunque completamente diferente. Donde ella era adorable él resultaba feroz, y si bien la coneja era alta el... ¿lobo? ¿lince? No era lo bastante claro para ser reconocible, al menos para tus limitados conocimientos sobre animales, pero el caso es que era enorme. Lo habías pasado por alto en la distancia, pero ahora que estabas frente a él sencillamente parecía inabarcable; podía fácilmente ser dos veces tú en altura, y pesar igual cuatro veces más. Por regla general no dejabas que eso te echase atrás, pero había algo primario y desagradable en él.
- No soy una niña -protestaste con un gesto que, en realidad, fue bastante infantil-. Y no vengo a tirarte de la cola. Venía a capturarte porque hueles igual de mal que un pirata. Y tienes los modales de uno.
Durante un momento mantuviste la mirada al hombre bestia, pero resultaba incómodo. Todo su lenguaje corporal era hostil. No solo su lenguaje corporal lo había sido, en realidad, pero pese a toda esa -y había mucha- agresividad en el animal, a pesar de que todo en él parecía gritar "no te acerques" también te despertaba la misma lástima que un perrito herido. ¿Miedo, quizás? No lo sabías, pero a pesar de su ferocidad manifiesta te recordaba un poco a Sargento Botas Peludas. Él también trataba de hacerse el duro, pero luego en cuanto se hacía una herida llegaba a ti para que se la mimaras. Ese zafio hombre bestia no resultaba ni lejanamente tan adorable como nuestro ragamuffin, pero despertaba en ti una fracción de esa ternura. Al fin y al cabo estaba herido.
Suspiraste, abriendo el bolso. Habías estado con Surya allí algún tiempo; sabías que el farero echaba la siesta a esas horas. No era cosa de despertarlo. Sacaste un poco de desinfectante, la gasa compresora que tenías que usar cuando te rompías algún hueso y no había nadie cerca para ayudarte y un par de cosas más. Cuando terminaste era difícil saber cómo podías estar sujetando de manera funcional tantas cosas.
- A lo mejor lo intuyes por el ruido -señalaste con la cabeza-. Pero mi tripulación está asaltando tu barco. Tenemos un médico, pero puede que esté ocupado un rato tratando a los demás heridos. Puedo intentar echarte una mano con esa quemadura, y quizá desinfectarte la herida. Mira que hay que ser torpe para que una panda de novatos recién llegados a Grand Line te hagan eso.
Tal vez hablarle así no era la mejor forma de hacer que se dejase tratar, pero también despertaba en ti cierta animadversión. Probablemente porque te había llamado niña. Más que probablemente, de hecho.
- No soy una niña -protestaste con un gesto que, en realidad, fue bastante infantil-. Y no vengo a tirarte de la cola. Venía a capturarte porque hueles igual de mal que un pirata. Y tienes los modales de uno.
Durante un momento mantuviste la mirada al hombre bestia, pero resultaba incómodo. Todo su lenguaje corporal era hostil. No solo su lenguaje corporal lo había sido, en realidad, pero pese a toda esa -y había mucha- agresividad en el animal, a pesar de que todo en él parecía gritar "no te acerques" también te despertaba la misma lástima que un perrito herido. ¿Miedo, quizás? No lo sabías, pero a pesar de su ferocidad manifiesta te recordaba un poco a Sargento Botas Peludas. Él también trataba de hacerse el duro, pero luego en cuanto se hacía una herida llegaba a ti para que se la mimaras. Ese zafio hombre bestia no resultaba ni lejanamente tan adorable como nuestro ragamuffin, pero despertaba en ti una fracción de esa ternura. Al fin y al cabo estaba herido.
Suspiraste, abriendo el bolso. Habías estado con Surya allí algún tiempo; sabías que el farero echaba la siesta a esas horas. No era cosa de despertarlo. Sacaste un poco de desinfectante, la gasa compresora que tenías que usar cuando te rompías algún hueso y no había nadie cerca para ayudarte y un par de cosas más. Cuando terminaste era difícil saber cómo podías estar sujetando de manera funcional tantas cosas.
- A lo mejor lo intuyes por el ruido -señalaste con la cabeza-. Pero mi tripulación está asaltando tu barco. Tenemos un médico, pero puede que esté ocupado un rato tratando a los demás heridos. Puedo intentar echarte una mano con esa quemadura, y quizá desinfectarte la herida. Mira que hay que ser torpe para que una panda de novatos recién llegados a Grand Line te hagan eso.
Tal vez hablarle así no era la mejor forma de hacer que se dejase tratar, pero también despertaba en ti cierta animadversión. Probablemente porque te había llamado niña. Más que probablemente, de hecho.
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