Entre piratas y Flores.

Sora, había navegado a través de aguas embravecidas y navegado bajo cielos estrellados en busca de nuevas islas por cartografiar. Su destino lo llevó finalmente a las costas del enigmático País de las Flores. A medida que su barco se acercaba a la isla, pudo divisar desde lejos la imponente ciudad que se alzó en el valle rodeado de majestuosas montañas.

La ciudad, construida en un estilo arquitectónico que evocaba reminiscencias del País de Wano, emanaba un aire de misterio y antigüedad. Las estructuras estaban perfectamente conservadas, lo que hablaba de una historia que se remontaba a épocas lejanas, mucho antes de la gran Era de la Piratería. El palacio, en el corazón de la isla, se erigía como un símbolo de autoridad y poder rodeado por la inmensidad de la ciudad circular.Con la brisa del mar acariciándole el rostro, Sora desembarcó en las playas que rodeaban la ciudad. A medida que avanzaba tierra adentro, sus ojos se abrieron asombrados ante el espectáculo de las praderas en las afueras. Una explosión de colores y fragancias se extendió ante él, un vasto tapiz de flores y plantas que pintaron la tierra en tonos innumerables.

Las montañas que circundaban la ciudad no solo parecían imponentes barreras naturales, sino también testigos silenciosos de siglos de historia. Su función protectora se evidenciaba en la armonía con la cual encajaban en el paisaje, brindando defensa tanto contra la naturaleza hostil como contra posibles amenazas externas. Sora caminó hacia la zona boscosa en las afueras de la cordillera, maravillándose ante la visión de los árboles frutales que se alzaban en las sombras. El ambiente estaba lleno de vida, con el zumbido de las abejas y el revuelo de mariposas y polillas, creando una sinfonía de sonidos que resonaba en su mente.

Mientras exploraba la tierra del País de las Flores, Sora sintió una sensación de asombro y respeto por la naturaleza y la historia que se entrelazaban en ese lugar. Sabía que su llegada a esta tierra no solo marcaría el comienzo de una nueva aventura, sino también el inicio de un capítulo inexplorado en su vida como pirata. Y así, con el aroma de las flores llenando el aire y el viento susurrando secretos antiguos, Sora se adentró en la ciudad con un corazón lleno de emoción y determinación. Sabia que este país era increíble, se podía notar por todo lo que allí había, esperaba poder dibujar de la mejor manera un mapa y grandes obras de arte de las hermosas vistas.

Aun no se atrevía a entrar a la ciudad, pues no era mas que un extraño que acababa de llegar a la isla y al no conocer a las personas que viven ahí, o como pueden reaccionar ante los extraños, este prefirió volver a su barco durante la primera noche, algo que le recordaba un poco a la primera isla que visitó cuando emprendió su viaje como pirata, pues tuvo la misma situación. Volviendo a su barco, descansó un poco para esperar el amanecer y adentrarse en la ciudad en busca de provisiones y un poco de conocimiento acerca del país.

La noche pasó relativamente tranquila, eso era fantástico. Era momento de que Sora se acercara a la ciudad. Por lo que preparó sus afiches, tomó su bolso y lo coloco en su cintura, dentro de este se encontraba su libreta, su libreta de mapas y algunos bolígrafos para escribir o dibujar en todo caso. Camino hasta su mesa de trabajo y tomo dos mapas que había hecho, era un mapa de Skypiea y un mapa de Saint Poplar. Obviamente eran copias, si se puede decir asi. Ya que estos fueron dibujados en base a los originales que esté había creado y tiene en su estante de mapas. Estaba dispuesto a vender estos mapas por una buena cantidad.

Sora tomó una bolsa pequeña con 5,000 berries para comprar lo que sea necesario, tampoco necesita gran cosa, Ocho se encontraba dormida y tenía cereal y leche para el desayuno. Esto no podría tomar mucho tiempo, entiende que está isla no pertenece a la marina, eso reduce sus posibilidades de tener problemas.

Con paso lento se dirigió hacia la ciudad, cada cosa que veía en este hermoso paisaje lo hacía emocionarse en gran medida. "A Ocho le encantará esta isla" Pensó mientras se adentraba por el camino que llevaba hacia la entrada de la ciudad. Se encontró con varios habitantes de la isla mientras llegaba a la ciudad, pero estos no parecían ser muy amables. La gente se extrañaba y miraba raro al pirata debido a sus lentos movimientos, susurraban cosas pero Sora no prestaba atención alguna. Esta acostumbrado a donde sea que vaya hablen y a sus espaldas debido a su enfermedad.

Los edificios tenían una arquitectura algo antigua, se veía la delicadeza en cada uno de ellos, Sora tomaba nota en su cuaderno y observaba detenidamente para posteriormente hacer algunos dibujos del lugar,  solo vendiendo mapas no se hará de mucho dinero, pero no le faltará nunca para comer, sin necesidad de robar, al menos no por ahora.

Sora visualizó un hombre en una de las aceras del lugar, se acercó hasta este, para pedirle ayuda, necesitaba encontrar una tienda de cartografía para poder vender sus mapas y hacerse de algo más de berries. — Ho...la    mi     nom...bre   es   So..ra, ¿po..dri..as    gui...ar...me   has...ta   la    ti..en...da   de  ma...pas? — Las palabras lentas que Sora pronunciaba, eran molestas al oído de muchas personas, pues no soportaban las pausas que este hacia al hablar. Solo esperaba que esté individuo no fuera igual.

—Tampoco se me vaya a quedar catatónico ahora. Espabile un poco, que la situación demanda calma pero no pasmo, caballero —advertí, extrayendo de uno de mis múltiples bolsillos una petaca de hojalata. Procedí a desenroscar el tapón. Olfateé el contenido como si se tratase de los efluvios del paraíso y sonreí—. Fitzgerald Santelmo, cesante. Mucho gusto en conocerle.

Bebí un trago lago. Aproveché la pausa para escudriñar a mi acompañante. ¿Eran alas lo que cargaba a su espalda? Su pelo azul, chaqueta azul y ojos azules brillantes como cuentas de cristal desentonaban entre los amarronados adoquines de las calles y los tonos cálidos con los que acostumbraban a vestir los lugareños.

—¿Forastero? —inquirí, a media voz—. Se podría haber usted ahorrado la pregunta. Las gentes de este país, se lo digo yo que he visto mundo, son miserables como ratas. Unos tacaños y unos avaros. Así como suena. Me acuerdo yo de unos negociantes que dejé en Drum. Óigame, otro mundo, ¿eh?, otro mundo. Y es que los empresarios del South Blue huelen el talento como un lobo huele la sangre, compran lo que les quiera uno vender, qué le voy yo a contar...

Estaba por relatarle a mi recién conocido mi fabulario, con pormenores y tecnicismos, de mis supuestas experiencias intercambiando mercancías con los comerciantes de Domica cuando deparé en que los transeúntes le observaban con recelo. Se me hicieron obvios los motivos, era palpable lo excéntrico de su aspecto y su oratoria.

—Oh, perdone, —dije, disimulando mi resignación. Así al chico del brazo y lo conduje a lo largo de la calle hasta una escalinata que nos llevaría a los callejones menos frecuentados—. A mí es que me pierde la boca. Empiezo a hablar y... oiga, de lo de la tienda de mapas, que quede entre usted y yo, mejor ni buscarla, no le ofrecerán nada por algo que puedan comprarle a un vecino. Pero cerca de aquí hay un mercadillo para turistas en el que quizá consiga encasquetarle esos cachibaches a otro extranjero.

Noté que también le costaba andar a paso ligero. Preferí no mencionarlo, de momento. —Aún es pronto, todavía no deben haber ni montado los puestos, ¿sabe lo que le vendría bien? Un trago de mi cóctel especial. Está formulado para resucitar difuntos y muchachillos amilanados ante las responsabilidades del destino. Se trata de una fórmula maestra de mi cosecha elaborada a base de aguardientes batidos con brandy peleón; lo compro, por cierto, en este mismo mercadillo al que nos dirigimos; ahí hay una señora, agradable, educadísima, pero fea como el demonio. Lo que digo, esa señora vende el mejor brandy de todos los Souths y si lo mezcla uno con gotas de ratafía y Aromas de la Abuela adquiere un bouquet inigualable...

Este chico, habla muy rápido y también es demasiado veloz, apenas escuchó su nombre y ya se encontraban dirigiéndose hacia algún especie de ¿mercadillo?, lo había tomado del brazo y comenzó a caminar, a lo que Sora no se opuso por unos cuantos metros hasta que comentó lo del alcohol. El joven Skypiean se detuvo haciendo que el contrario también lo hiciera. Tras esto Sora sacó sus afiches y los entregó al hombre para que los leyera.

Fichas:

Tras entregarle las fichas al contrario, este saca su cuaderno para proceder a escribir. ** No puedo seguirte el paso, lo siento, aunque estés emocionado de preparar tu bebida, lamento decirte que no tomo nada de alcohol. Dime ¿eres de por aquí? Porque no tienes el porte que tienen otros chicos de por aquí. Me has hablado de drum, ¿has estado allí? ** Sora mostró al cuaderno al joven después de que este terminara de leer las fichas.

Mientras el chico leía lo que había escrito en el cuaderno, algunos civiles pasaron por ahí, mirándolos con algo de despreció, pareciera que no les gustaran los forasteros, sin embargo Sora solo se encontraba ahi para cartografiar y vender, nada más.  Ni siquiera hace falta preocuparse ya que no vio ningun buque de la marina, eso significa que no debe ser una isla perteneciente a su jurisdicción y que Sora sea pirata no le traería ningún inconveniente ahí o eso era lo que este creía.

Sora esperaba una respuesta departe del chico que aún se encontraba leyendo la nota que esté había escrito, no era de buena educación desistir a un trago, sin embargo Sora repudia el alcohol, simplemente no le hace bien a su organismo. Prefiere tomar todo tipo de jugos y siente que es una mejor calidad de vida. El joven Skypiean pensó durante un momento y recordó su moto plegable. Entonces con su pluma escribió en su libreta **Ya sé, volveré a mi barco por mi motocicleta y entonces podremos movernos más fácilmente por la ciudad, es que no camino tan rápido como tú** Sora se mantuvo a la espera de las respuestas de parte del contrario para entonces ponerse manos a la obra

Prometí recordar su nombre y le confirmé que soy oriundo de las tierras de Drum, evitando dar detalles con la excusa de que se trataba de una historia larga que quizá le contaría en otro momento. Cuando me trasladó su propuesta de regresar a su buque en busca de un transporte, apenas pude disimular una expresión intranquila.

—Amigo Ryuji, ha querido Dios, o quien en su ausencia el cargo ostente, que un desorbitado número de cretinos se reúnan con pavorosa frecuencia en esta ciudad. Tan infausta circunstancia se traduce en que no es seguro llamar la atención. Mírenos, sólo nos faltaba ir montados en moto plegable. Le diré lo que podemos hacer. Solamente tomaremos caminos angostos, no hablaremos con nadie si no es necesario —me encogí de hombros sosteniéndole la mirada —, sobre las dos del mediodía, buscaremos a un mercader con donaires de erudito venido a la abundancia que acostumbra a pasearse en busca de filigranas, tiene fama de saber valorar obras de geografía, es posible que esté dispuesto a pagar un precio elevado si el trabajo es bueno. Sintiéndolo mucho, no puedo ofrecerle nada más sin comprometer su integridad.

Le palmeé cariñosamente la espalda y dejé transcurrir unos segundos, dando tiempo a que los efluvios de mi cóctel enmascarasen con tranquilidad etílica mi preocupación. Con esas pintas y barco propio, parecía evidente que además de confeccionar mapas, era pirata, lo que mal llevado podía convertirse en un imán para los problemas.

Tan pronto como noté que mi fórmula empezaba a hacer efecto, retomé la perorata, está vez con tono desenfadado.

—Abstemio, con barco y oficio, estará feliz su santa madre. Además, cartógrafo, qué interesante. Conozco yo a uno muy hábil, ¿sabe? Vive en un islote a las costas de Saint Reia. Digo islote por decir algo, no es más que una playa, dos colinas y un risco saliente desde el que pesca para matar el tiempo. Vista de lejos, más que una isla parece un dromedario sentado sobre el océano. Resulta que aquel samaritano nunca ha salido de su cayo, por lo que no cuenta más que con un único mapa. Pero no se crea, ¿eh? Es el más preciso de cuantos he visto. Está censado hasta el último grano de arena. Fíjese si es diestro el cartógrafo del que le hablo que a todas las piedras les puso nombre. No exagero, ¿eh? Va usted a la playa con él y enseguida empieza a recoger cantos de la orilla y enunciar sus nombres: «este es Jonathan Viera, aquel de allá se llama Sandro Ramírez, y ese pedrusco en lo alto de la duna, ese con forma de donut, que está atravesado por un boquete, ese se llama Ace» ...

¨Entonces, ¿no es bueno moverse en la motocicleta por esta ciudad?, no parece ser una ciudad peligrosa pero de todos modos hay que prevenir¨ Pensó, aquel hombre lo decía por algo. Tras pensarlo, Sora asintió. Además sentía algo de curiosidad por su país de procedencia. Drum era conocida en los libros como la isla de los médicos, quizá ahí pueda encontrar no una cura, sino una ayuda para su padecimiento.

Sora tomó su cuaderno para escribir nuevamente ** Es algo temprano, sobre todo ese tiempo, hay que ir alguna parte, no podemos quedarnos aquí simplemente de pie, durante todas las horas que deben transcurrir antes de la llegada de aquel mercader. ** Entregó el cuaderno con lo escrito para que aquel hombre pudiera entender su preocupación.

Sora escuchó detenidamente hablar al contrario de aquel hombre, aparentemente irreal, del que hablaba como buen cartógrafo, pero su interés decayó totalmente cuando mencionó que solo había creado un mapa. Por más perfecto que se aquel trazo, la verdadera inspiración viene de salir al mar, encontrarse nuevas islas, con flora, fauna y paisajes maravillosos. El estar en un solo sitio fue una de las cosas por las que Sora salió al mar, no era feliz que digamos estando estático, y claro, hablamos de una persona que se mueve relativamente lento. Pero cada quien es a su modo.

** Vamos a comer algo, tengo unos cuantos berries conmigo, yo invito ** El skypiean, quería comer, pues era algo temprano, pero no había comido nada y aquel hombre realmente parecía necesitar algo más que solo alcohol, tenía unos cuantos berries de la última venta de mapas en Saint Poplar, claro, después de ese incidente, la marina lo busca y no podrá volver ahí en mucho tiempo, aunque tiene una cita con una marine, bastante irónico la verdad.

Sora buscaba con su vista algún lugar para comer, aunque lo mejor sería que aquel hombre que parecía tener bastante conocimiento de esta isla, conoce gente, lugares, atajos, es una persona con mucho conocimiento, y estaba dormido en la ¿Calle? Sora no es quien para juzgar, ademas ha sido mas amable que todos aquellos ciudadanos que solo le han echado una mala mirada.

—Una idea brillante —coincidí; mi rostro se iluminó con una sonrisa de bandera —y una propuesta generosa.

Así, a la velocidad que nos permitió el ritmo de mi acompañante, sorteamos a la muchedumbre atajando por callejuelas paralelas a las avenidas principales hasta dar con un local discreto en el bajo de un edificio sin balcones y cuya fachada parecía no haberse adecentado en años. Abrí la puerta del restaurante con el ansia de un náufrago hambriento al ganar la costa tras semanas aferrado a un madero. Allí, el dueño del Escondite del Corsario, viejo conocido, me recibió con un abrazo y saludó clamorosamente a Ryuj. Al reparar en su oralidad, lo miró de reojo; discretamente, le susurré algo al oído y entonces asintió, invitándonos a pasar.

—Ayer mismo hablábamos de usted con el profesor Mareviento, que vino a comer, y nos preguntábamos en qué aventuras andaría metido.
—Nada, intrigas domésticas de poco vuelo. Uno ya no es el de antes —dije.
—Si les parece, los pongo en la mesita del fondo y así estarán tranquilos.

Nos instalaron en un rincón del comedor, por instinto me reservé una silla mirando hacia la entrada.

—¿Qué desearán? —preguntó el encargado.
—Sorpréndanos usted, amigo mío. Yo ya he desayunado pero con las emociones no le diría que no a un tentempié, y aquí el capitán trae cara de apetito carcelario. Los jóvenes son un pozo sin fondo, ya sabe. Para beber, yo no me voy de aquí sin hacer justicia al paladar con alguno de esos caldos suyos que le hacen a uno orinar flores. El caballero creo que prefiere algo sin alcohol —indiqué.

—Tengo un vino de arroz de Wano buenísimo.

Asentí.

—Les sirvo entonces alguna cosita de picar, y si quieren algo más, me van diciendo.

—¡Moción aprobada por unanimidad! —Declaré.

El encargado partió con el pedido rumbo a la cocina y nos dejó sin más compañía que un espeso silencio. Si bien yo había acallado mi verbo unos segundo para que mi acompañante se hiciera al ambiente, no tardé en darle una segunda juventud merced al sake que me sirvieron para amenizar la espera por la comida y pronto obsequié a Ryuji con mi habitual análisis sobre el estado de las cosas.

—Por un par de berries, aquí ofrecen un yantar que despierta a los muertos. Hágame caso, no le va a costar a usted casi nada y va a salir de aquí cantando el We are —comenté, con tono jovial. Antes de continuar, clavé la vista en sus pupilas. Eran tan azules que parecían líquidas. Suspiré. —Le seré sincero: como bien ha dicho, esta no era una ciudad peligrosa, pero desde que comenzó la época de turistas es frecuente que los rateros asalten a los forasteros. La sopa boba no espera a nadie, ¿sabe? Y la economía no está como para tirar voladores. Cuando le conocí y me comentó lo de su condición, no pude evitar rememorar las decenas de altercados que un servidor se ha gozado en cuerpo presente. Me pareció irresponsable, cuando no una vileza, dejarle a su suerte; a eso se debe que le haya traído hasta aquí. El servicio adolece de un perfil un tanto simiesco, no se lo negaré, pero son buena gente y, sobre todo, de fiar.

Ajeno a la fuerza que de verdad podría atesorar al cuerpo aparentemente delicado del joven, continué explicándole el motivo de mi actitud precavida hasta que un camarero apareció cargando una bandeja y dispuso unos cuantos platillos y un poco de pan sobre la mesa. Ataqué sin remilgos la comida y aproveché la pausa en mi monólogo para retomar un tono menos serio.

—Cuénteme, —empecé diciendo, chupándome los dedos —¿Cómo es que alguien tan joven se dedica a viajar solo por el mundo, no le da a usted miedo? Ah, y si no es molestia, me gustaría ver esos mapas de los que tanto habla.

Por suerte aquel hombre que los atendía era realmente amable sin duda. Cada conversación con el Sr. Fitzgerald era extrañamente graciosa, no sabia que era, pero cada que aquel hombre hablaba Sora sentía mucha gracia, su forma de hablar, de expresarse e incluso sus gestos eran tan diferentes a los suyos.

En cuanto el camarero dispuso un poco de pan sobre nuestra mesa, aquel hombre comió sin remordimientos, al parecer este tenia un poco de hambre, aunque esto a Sora le parecía normal, el tambien comia de esta forma en la mañana, tras su entrenamiento, era lo normal después de estar sumamente cansado.

Tomando su cuaderno para responder a las preguntas de aquel hombre que disfrutaba su comida a lo grande, ** La verdad no viajo solo, tengo una pequeña compañera conmigo pero, ella no suele bajar mucho de nuestro barco, por cierto, soy pirata, no muy reconocido, pero lo soy ** Le entrega este cuaderno para que lea mientras busca su cuaderno de dibujo para que este hombre observe sus recientes mapas y dibujos sobre paisajes de algunos lugares.

Sora tambien tomo un poco de pan para comer, tenía que aprovechar el tiempo, no veía marines por el lugar, tampoco carteles por lo que pasaría desapercibido en esta isla, al menos eso era lo que pensaba. Pero que lastima, la felicidad dura muy poco. Algunos Legionarios entraron al establecimiento. ¨¿Cómo encontraron este lugar? ¿Vienen por mi? ¿Encontraron a Ocho?¨ Una sensación de desesperación invadió momentáneamente el cuerpo de nuestro pirata quien estuvo a punto de levantarse, hasta que pensó. ¨Espera, si no vienen directo a donde estoy, significa que no vienen a buscarme, solo debo quedarme aquí y no hacer contacto visual con ellos. ¨

Aquellos Legionarios se encontraban hablando con el dueño del establecimiento. — ¿Han visto a este hombre? Este hombre es un pirata que escapó con una fugitiva del gobierno mundial y se presume que llegó a esta isla hace poco. — Sora ya sentía mucha tensión por lo que sus garras de megatherium salían poco a poco rayando la mesa en la que se encontraban.

Cartel de Recompensa:

Sentía que seria un caos pelear aquí dentro, esta gente no es igual que la marina, estos están dispuesto a matar y torturar a la primera, por lo que no puede dejarse capturar, mucho menos debe dejar que estos encuentren a Ocho. Con prontitud Sora escribe en su cuaderno ** Necesito que me saques de aquí ahora **. Saca unos cuantos berries y los deja en la mesa al mismo tiempo que se levanta lentamente esperando respuesta de su compañero. No importa por donde, o como, si tiene que pelear lo hará pero realmente prefiere no hacerlo, no quiere repetir lo mismo que pasó en Saint Poplar, no es un asesino despiadado, no recurre a la violencia en todo momento, pero estando solos, no tiene otra opción.

Debe proteger a Ocho a como de lugar, para poder llevarla hasta la isla Gyojin con sus padres, con toda su familia, los humanos son terroríficos en ciertos aspectos, y esta facción que se hacen llamar Legionarios, son aun peores, no les importa nada de lo que se encuentre en medio, destruirán todo para completar su cometido.