Lorian Markov
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Llevaba ya mucho tiempo cazando por esos bosques, tal vez demasiado, y se estaba empezando a acostumbrar al ambiente de aquella isla. Sus costumbres no eran muy diferentes, ni su aspecto tampoco. Se ganaba la vida como cazador, dando buena cuenta de animales demasiado avispados, violentos o simplemente poco atractivos por encargo, a cambio, por supuesto, de una jugosa recompensa. Su destreza con la espada era apreciada, pues al ser de los pocos cazadores que no usaban arco, podía enfrentarse a las criaturas más temibles de aquellos bosques.
Sin embargo, no lograba encontrar el sentido a lo que hacía. Los días pasaban y no vislumbraba en el horizonte ningún camino que le llevase a su objetivo. Su vida se basaba en entretenimientos menores, que hacían que el tiempo se le pasase más rápido. Juegos... mujeres... todo le daba igual. Nada de eso le ayudaba a cumplimentar su venganza, la cual veía lejana, distante, difícil...
Llevaba al hombro un lobo de casi dos metros de envergadura, que se había aventurado en los bosques, sin saber nadie cómo, y había estado aterrorizando a la población circundante. No había sido un combate especialmente complicado. Un par de tanteos, una vuelta, un tajo y a casa con el trofeo, dispuesto a contar el dinero. Se acercó a la taberna por si el tabernero tenía intención de comprar la cabeza del animal para exhibirla en su cochambrosa posada, y ya de paso, tomar algo para combatir la sed.
- ¡Lorian! Amigo mío... ¿Qué me traes esta vez? - Dijo el tabernero abriendo los brazos, en actitud amistosa.
- No te pases, Kohl. No te lo pienso dejar más barato porque seas así de efusivo. - Respondió secamente.
Acto seguido, pidió una cerveza, y se dio la vuelta mientras la bebía, para observar a toda la gente de la taberna.
Sin embargo, no lograba encontrar el sentido a lo que hacía. Los días pasaban y no vislumbraba en el horizonte ningún camino que le llevase a su objetivo. Su vida se basaba en entretenimientos menores, que hacían que el tiempo se le pasase más rápido. Juegos... mujeres... todo le daba igual. Nada de eso le ayudaba a cumplimentar su venganza, la cual veía lejana, distante, difícil...
Llevaba al hombro un lobo de casi dos metros de envergadura, que se había aventurado en los bosques, sin saber nadie cómo, y había estado aterrorizando a la población circundante. No había sido un combate especialmente complicado. Un par de tanteos, una vuelta, un tajo y a casa con el trofeo, dispuesto a contar el dinero. Se acercó a la taberna por si el tabernero tenía intención de comprar la cabeza del animal para exhibirla en su cochambrosa posada, y ya de paso, tomar algo para combatir la sed.
- ¡Lorian! Amigo mío... ¿Qué me traes esta vez? - Dijo el tabernero abriendo los brazos, en actitud amistosa.
- No te pases, Kohl. No te lo pienso dejar más barato porque seas así de efusivo. - Respondió secamente.
Acto seguido, pidió una cerveza, y se dio la vuelta mientras la bebía, para observar a toda la gente de la taberna.
Rei Arslan
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Akuma no mi
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El sueño poco a poco iba invadiendo mi cuerpo, colándose en mi cabeza e intentando cerrar mis ojos. No podía dormir en ese momento, pero tal era el cansancio que cada vez me costaba más combatirlo. Las pesadillas que tenía habían cesado unos días, eso me aliviaba pero ahora el sueño todo que tenía perdido me afectaba de golpe impidiéndome poder concentrarme en cosas de gran importancia.
El motivo de aquel cansancio era que me encontraba en una de las bibliotecas del Reino de Lvneel, buscando información sobre Norland el Mentiroso. Una historia la mar de famosa que recorría los océanos como la pólvora. Mi intención no era saber más de esa simple historia la cual ya me la sabía de memoria, sino adentrarme más en ella, averiguar que otros misterios se podían encontrar en ella. No existe una sola historia sin sucesos anteriores que encaminen a otras.
Me desperecé y cerré el libro que tenía encima de la mesa, me había cansado de leer e investigar para no encontrar nada. Quizás más adelante volviese a intentarlo y puede que con suerte consiguiese algo, pero aun así no me rendiría tan fácilmente, la curiosidad era algo de mis defectos y pocas veces podía evitarla, conllevando a que era una terca para centrarme en ciertas cosas.
Salí de aquel edificio y me puse a caminar por las calles respirando el aire puro que se cernía sobre el pequeño reino, esa brisa de viento me despejó e hizo que me espabilase un poco más a la hora de caminar. Sin darme cuenta había perdido parte del día en aquella biblioteca y en este momento se podía ver el ocaso. El sol iba escondiéndose para dejar paso a la luna y su oscuridad, dejando un tono anaranjado sobre el cielo, aunque aún faltaba tiempo para eso, ya que por ahora el cielo era azul, solo el este se podía ver como se anaranjaba poco a poco.
Avanzando por la calle hacia una esquina encontré una pequeña taberna. Paré un momento ante la puerta apoyando mi mano en ella sobre si abrirla o no. Finalmente me decidí por abrirla y entrar. El ambiente se veía un poco oscuro y lleno humo, algo habitual en las tabernas así que me adentré y me senté en una mesa hacia el final del local. Lo único que hice fue esperar al tabernero y pedirle que me trajera una copa de alcohol que al cabo de unos minutos me la dio.-Gracias-fue lo que le respondí amablemente con una sonrisa y comencé a beberla. Ahora ya me había despejado por completo.
Lorian Markov
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Lorian observó a cada uno de los sujetos de aquel apestoso cuchitril, pensando en cómo había caído tan profundo como para humillarse bebiendo el veneno que allí servían. La mayoría de las personas eran trabajadores o campesinos que descansaban después de un largo día de trabajo. Contaba sus anécdotas estúpidas que a nadie importaban y bebían un trago. Era como una especie de ceremonia, al fin y al cabo. A veces reía, a veces se sorprendían... Tan estúpidos que daban ganas de vomitar.
Mas su suerte cambió repentinamente. Una mujer con el pele rojo como el fuego entró en la taberna. Se movía con seguridad, casi contoneándose, como si fuese la dueña de ese local. Observó sus curvas, y decidió que le gustaba lo que sus ojos lograban captar. Se sentó en una de las mesas, y una vez acudió el tabernero, pidió una cerveza, de la que dio buena cuenta en poco tiempo. Aún le resultaba raro, pues en su entorno no era demasiado común ver a una mujer bebiendo esa clase de productos.
La observó durante un rato, con aire inquisitivo, preguntándose por el origen de esa mujer, que nada tenía que ver con el resto de la morralla, y cuando se dio por satisfecho, tras asegurarse de que ella había visto sus intensos ojos ambarinos, terminó la cerveza y se escabulló de la sala, dedicándole una última mirada, con la esperanza de que captase sus intenciones y le siguiese. SI tenía una conversación con ella, no sería en ese ambiente ni por asomo.
Cobró el precio por la cabeza del animal y salió a la calle, sin hacer demasiado ruido, pues no gustaba de hacerse notar. Caminó un poco y se apoyó en una valla frente a la puerta, mirando hacia abajo con los brazos cruzados, esperando a que saliese la afortunada.
Mas su suerte cambió repentinamente. Una mujer con el pele rojo como el fuego entró en la taberna. Se movía con seguridad, casi contoneándose, como si fuese la dueña de ese local. Observó sus curvas, y decidió que le gustaba lo que sus ojos lograban captar. Se sentó en una de las mesas, y una vez acudió el tabernero, pidió una cerveza, de la que dio buena cuenta en poco tiempo. Aún le resultaba raro, pues en su entorno no era demasiado común ver a una mujer bebiendo esa clase de productos.
La observó durante un rato, con aire inquisitivo, preguntándose por el origen de esa mujer, que nada tenía que ver con el resto de la morralla, y cuando se dio por satisfecho, tras asegurarse de que ella había visto sus intensos ojos ambarinos, terminó la cerveza y se escabulló de la sala, dedicándole una última mirada, con la esperanza de que captase sus intenciones y le siguiese. SI tenía una conversación con ella, no sería en ese ambiente ni por asomo.
Cobró el precio por la cabeza del animal y salió a la calle, sin hacer demasiado ruido, pues no gustaba de hacerse notar. Caminó un poco y se apoyó en una valla frente a la puerta, mirando hacia abajo con los brazos cruzados, esperando a que saliese la afortunada.
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