Eris Takayama
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Un año atrás.
La última vez que había estado en aquel lugar su padre había pegado a Haine y ella le había cedido su comida, unos guantes y una capa. Allí es cuando había comenzado a mostrar compasión por él como persona y no como animal, que era como sus padres lo trataban. Por eso, aquella isla tenía para Eris un cierto sabor amargo, pero especial y reconfortante. Era algo que realmente le gusta porque le sentaba bien estar allí, rodeada de mercaderes y realmente poco que hacer. El cachorro de felino y su habitual compañero apodado Gato, pues todavía carecía de nombre, danzada a sus pies tratando de cazar una polilla que pululaba por el lugar. Y a ella le parecía bien que lo hiciera, porqeu en realidad hacía bastante frío.
Ya había oscurecido y, al estar tan al norte, la temperatura bajaba. Por eso Eris había escondido su cuerpo en una gruesa capa de viaje, así como su mochila y sus espadas -que solo sobresalían por el mango en la zona de su cuello-. El gato, también provisto de un pequeño abrigo animal talla perro pequeño, dado que era un cachorro, también se encontraba caliente… Era raro ver sobrevivir a aquel tipo de animales de climas cálidos del sur allí. Y ella, hasta ahora, lo había conseguido. No por ello, iba a dejar de mimarlo y cuidarlo como había hecho hasta ahora.
Pero el centro de la cuestión era algo bastante diferente. Estaba observando un estúpido e irreverente guiñol con tintes machistas, bastante divertido dentro de todo lo que cabe, pero no a la larga. Aquel tipo de cosas estaban bien “para un rato” y hasta ella conocía las limitaciones de ese tipo de juegos en el carácter de una persona. Pero para estar entretenida un rato antes de meterse en su habitación de hotel que había alquilado a pasar el resto de horas que le quedaban en aquella isla, había decidido que era mejor pasarlas fuera, por lo menos, al fresco. No… Eris no era lo que se dice sociable. Había grupos de gente que se dedicaban a irrumpir y asaltar con incómodas conversaciones a aquellos que se encontraban solos y, para su gracia, ella todavía no había sido concurrida por ese tipo de gente. Y cuando lo fuera, quizás, ellos tendrían que acabar corriendo.
Por eso se quedó estática, sentada allí casi en medio de la plaza al lado de una fuente, con un pequeño vaso humeante y aquel gato jugando a sus pies. ¿Cómo no podía apreciar la gente que el felino era el verdadero espectáculo? Certeramente, un leopardo en una zona fría como esta lo era.
La última vez que había estado en aquel lugar su padre había pegado a Haine y ella le había cedido su comida, unos guantes y una capa. Allí es cuando había comenzado a mostrar compasión por él como persona y no como animal, que era como sus padres lo trataban. Por eso, aquella isla tenía para Eris un cierto sabor amargo, pero especial y reconfortante. Era algo que realmente le gusta porque le sentaba bien estar allí, rodeada de mercaderes y realmente poco que hacer. El cachorro de felino y su habitual compañero apodado Gato, pues todavía carecía de nombre, danzada a sus pies tratando de cazar una polilla que pululaba por el lugar. Y a ella le parecía bien que lo hiciera, porqeu en realidad hacía bastante frío.
Ya había oscurecido y, al estar tan al norte, la temperatura bajaba. Por eso Eris había escondido su cuerpo en una gruesa capa de viaje, así como su mochila y sus espadas -que solo sobresalían por el mango en la zona de su cuello-. El gato, también provisto de un pequeño abrigo animal talla perro pequeño, dado que era un cachorro, también se encontraba caliente… Era raro ver sobrevivir a aquel tipo de animales de climas cálidos del sur allí. Y ella, hasta ahora, lo había conseguido. No por ello, iba a dejar de mimarlo y cuidarlo como había hecho hasta ahora.
Pero el centro de la cuestión era algo bastante diferente. Estaba observando un estúpido e irreverente guiñol con tintes machistas, bastante divertido dentro de todo lo que cabe, pero no a la larga. Aquel tipo de cosas estaban bien “para un rato” y hasta ella conocía las limitaciones de ese tipo de juegos en el carácter de una persona. Pero para estar entretenida un rato antes de meterse en su habitación de hotel que había alquilado a pasar el resto de horas que le quedaban en aquella isla, había decidido que era mejor pasarlas fuera, por lo menos, al fresco. No… Eris no era lo que se dice sociable. Había grupos de gente que se dedicaban a irrumpir y asaltar con incómodas conversaciones a aquellos que se encontraban solos y, para su gracia, ella todavía no había sido concurrida por ese tipo de gente. Y cuando lo fuera, quizás, ellos tendrían que acabar corriendo.
Por eso se quedó estática, sentada allí casi en medio de la plaza al lado de una fuente, con un pequeño vaso humeante y aquel gato jugando a sus pies. ¿Cómo no podía apreciar la gente que el felino era el verdadero espectáculo? Certeramente, un leopardo en una zona fría como esta lo era.
Roxana Yoake
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El frío nunca supuso un problema para Roxana, iba vestida con una chaqueta negra, abierta por arriba y por abajo, sin enseñar nada, ni el canalillo de sus pechos, pero si algo de piel, unos pantalones cortos negros ajustados y unas botas, de un estilo cercano al gótico, altas. La verdad, no parecía pasar frío, tampoco estaba pálida, parecía totalmente normal, acostumbrada al frío, iba despeinada y ligeramente desarreglada, algo que llamaba bastante la atención, a parte de la ropa.
Roxana caminaba sin preocupaciones, simplemente paseando, no recordaba la razón por la que había ido a aquel lugar, pero no le dio mucha importancia, ya se acordaría en algún momento.- Las nubes no se preocupan si el viento les lleva de un lado a otro, ¿por qué los humanos deberíamos?- Pensó para si misma, contemplando las nubes moverse lentamente por le cielo sin ninguna atadura, siempre adelante, nunca atrás.
Terminó llegando a una espcie de plaza, había bastante gente... Hombre, hombre, mujer, niño, sus ojos se movían de una persona a otra, "analizando" sus vestimentas y comportamiento, pero sin fijarse demasiado tampoco.
Se fijó especialmente en una chica situada cerca del centro del lugar, llevaba consigo un animal, llamaba mucho la atención, pero parecía que simplemente se lo llamase a ella... Después de un rato mirando, se apoyó en la pared de un edificio para descansar un poco, y entonces se le acercó un hombre con pintas de "malote", musculoso, y miró de arriba a abajo a Roxana, quizá el ir vestida de esa manera llamó su atención.
Hey...- Dijo el hombre con una voz bastante grave, la cara del hombre, tenía barba de tres días, ojos castaños normales y el pelo corto, castaño también. Imponía bastante, la verdad. Apoyó su brazo en la pared, algo por encima de Roxana, era más alto que ella.- ¿Quieres venir conmigo? Lo pasaremos bien.- Le ofreció con una siniestra sonrisa, parecía que en verdad le invitase al infierno más que a un divertido rato.
No.- Dijo Roxana de manera tajante mientras se movía para alejarse de semejante hombre, le daban asco las personas que iban así, no las soportaba. De golpe, el hombre le agarró de un brazo y puso a Rox contra la pared de una manera un tanto bruta.
Yo no acepto un no.- Dijo, totalmente serio. Roxana le escupió en la cara, tras ello, una patada en las partes bajas, cuando el hombre se llevó las manos a ahí abajo, ella se movió detrás suya, y le golpeó con una fuerte patadas en la parte de la rodilla por detrás, haciendo que la doblase. Tras ese golpe, le pisó la espalda, tirándole al suelo.
No soy fácil.- Dijo para luego comenzar a caminar a otra pared, en otra punta de la plaza y sentarse en el suelo. Aquella pequeña pelea había armado un jaleo bastante grande y llamado la atención de la gente cercana.
Roxana caminaba sin preocupaciones, simplemente paseando, no recordaba la razón por la que había ido a aquel lugar, pero no le dio mucha importancia, ya se acordaría en algún momento.- Las nubes no se preocupan si el viento les lleva de un lado a otro, ¿por qué los humanos deberíamos?- Pensó para si misma, contemplando las nubes moverse lentamente por le cielo sin ninguna atadura, siempre adelante, nunca atrás.
Terminó llegando a una espcie de plaza, había bastante gente... Hombre, hombre, mujer, niño, sus ojos se movían de una persona a otra, "analizando" sus vestimentas y comportamiento, pero sin fijarse demasiado tampoco.
Se fijó especialmente en una chica situada cerca del centro del lugar, llevaba consigo un animal, llamaba mucho la atención, pero parecía que simplemente se lo llamase a ella... Después de un rato mirando, se apoyó en la pared de un edificio para descansar un poco, y entonces se le acercó un hombre con pintas de "malote", musculoso, y miró de arriba a abajo a Roxana, quizá el ir vestida de esa manera llamó su atención.
Hey...- Dijo el hombre con una voz bastante grave, la cara del hombre, tenía barba de tres días, ojos castaños normales y el pelo corto, castaño también. Imponía bastante, la verdad. Apoyó su brazo en la pared, algo por encima de Roxana, era más alto que ella.- ¿Quieres venir conmigo? Lo pasaremos bien.- Le ofreció con una siniestra sonrisa, parecía que en verdad le invitase al infierno más que a un divertido rato.
No.- Dijo Roxana de manera tajante mientras se movía para alejarse de semejante hombre, le daban asco las personas que iban así, no las soportaba. De golpe, el hombre le agarró de un brazo y puso a Rox contra la pared de una manera un tanto bruta.
Yo no acepto un no.- Dijo, totalmente serio. Roxana le escupió en la cara, tras ello, una patada en las partes bajas, cuando el hombre se llevó las manos a ahí abajo, ella se movió detrás suya, y le golpeó con una fuerte patadas en la parte de la rodilla por detrás, haciendo que la doblase. Tras ese golpe, le pisó la espalda, tirándole al suelo.
No soy fácil.- Dijo para luego comenzar a caminar a otra pared, en otra punta de la plaza y sentarse en el suelo. Aquella pequeña pelea había armado un jaleo bastante grande y llamado la atención de la gente cercana.
Eris Takayama
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Lo que parecía para ella que había empezado como una tarde aburrida se transformó pronto en un espectáculo. Un hombre parecía querer usar su fuerza para convencer a una chiquilla no más mayor que Eris de que se fuera con él y su voz, grave y agria resonaba por todos los recovecos de la plaza. Aquella reverberación hubiera pasado desapercibida por no ser el intento de forzarla a ella. Algunas personas se giraron, otras, dieron un paso hacia delante, pero la joven se defendió, derribándolo sin ningún tipo de impedimento cosa que hizo sonreír a Eris. Sí, ver aquello ya resultaba bastante complicado de manera general. Y más, ver a gente dispuesta a ayudarla si pasaba alguna cosa más. Pero todo se relajó, unos instantes antes de que el tipo se volviera a poner en pie tambaleante. Allí la pelinegra pudo observar algo que le resultaba terriblemente familiar: que parecía borracho.
No hacía demasiado tiempo a ella le había tratado de meter mano uno. Y todo acabó como un cuento de hadas: un dragón se la llevó volando. Sí, literal. Pero se separó con rapidez de la fuente en la que estaba apoyada, con el cachorro corriendo detrás de ella, hasta colocar el extremo de su espada en la espalda del hombre, a la altura de su corazón. Este, al sentir el metal frío sobre sus ropas se giró, dejando así de prestar atención a la otra pelinegra para prestársela a Eris. —¿No te vale con que te digan una vez que no, querido?— musitó ella, sujetando con la diestra la espada que tenía para volver a posarla a la altura de su corazón, empujándola ligeramente y haciendo que el hombre retrocediera con un quejido. Pero se quitó el guante de la siniestra, volviendo a sujetar su espada con su mano hábil y sonrió. —Cuando te despiertes, recuerda que no puedes ir abusando de mujeres que no quieren qe se acerquen a ti— susurró ella, solo para él, antes de dejar correr su poder por el filo y la empuñadura de aquella espada de plata hasta imbuir el cuerpo del hombre. ¿Lo bueno? Lo discreto de su poder.
Tan pronto como el hombre y ella estaban el uno frente al otro, al siguiente instante el hombre se desplomaba en el suelo sin motivo aparente. —Efectos del miedo, pobrecito, que se desmayó— dijo Eris en alto, casi riéndose, a modo de burla. Pero avanzó hasta donde estaba la chica, haciéndole un gesto y comprobando de reojo que el cachorro estuviera saltando tras ella. —Vendrá la Marina y preguntará por qué pasó. No quieres estar aquí… Te lo aseguro. Vamos, te invito a cenar— dijo Eris de forma rápida. No solía estar demasiado acostumbrada a hacer aquel tipo de gestos pero, ¿cómo pasarlo por alto? Aquella chica era parecida a ella. Quizás por eso le había dado el consejo de que no querría estar allí y, sobre todo, la había invitado a cenar. Aunque no sin intención, porque en realidad ella se moría de hambre y tenía dinero para cubrir gastos durante un tiempo. Esperó, entonces y de forma paciente, la respuesta de la chica.
No hacía demasiado tiempo a ella le había tratado de meter mano uno. Y todo acabó como un cuento de hadas: un dragón se la llevó volando. Sí, literal. Pero se separó con rapidez de la fuente en la que estaba apoyada, con el cachorro corriendo detrás de ella, hasta colocar el extremo de su espada en la espalda del hombre, a la altura de su corazón. Este, al sentir el metal frío sobre sus ropas se giró, dejando así de prestar atención a la otra pelinegra para prestársela a Eris. —¿No te vale con que te digan una vez que no, querido?— musitó ella, sujetando con la diestra la espada que tenía para volver a posarla a la altura de su corazón, empujándola ligeramente y haciendo que el hombre retrocediera con un quejido. Pero se quitó el guante de la siniestra, volviendo a sujetar su espada con su mano hábil y sonrió. —Cuando te despiertes, recuerda que no puedes ir abusando de mujeres que no quieren qe se acerquen a ti— susurró ella, solo para él, antes de dejar correr su poder por el filo y la empuñadura de aquella espada de plata hasta imbuir el cuerpo del hombre. ¿Lo bueno? Lo discreto de su poder.
Tan pronto como el hombre y ella estaban el uno frente al otro, al siguiente instante el hombre se desplomaba en el suelo sin motivo aparente. —Efectos del miedo, pobrecito, que se desmayó— dijo Eris en alto, casi riéndose, a modo de burla. Pero avanzó hasta donde estaba la chica, haciéndole un gesto y comprobando de reojo que el cachorro estuviera saltando tras ella. —Vendrá la Marina y preguntará por qué pasó. No quieres estar aquí… Te lo aseguro. Vamos, te invito a cenar— dijo Eris de forma rápida. No solía estar demasiado acostumbrada a hacer aquel tipo de gestos pero, ¿cómo pasarlo por alto? Aquella chica era parecida a ella. Quizás por eso le había dado el consejo de que no querría estar allí y, sobre todo, la había invitado a cenar. Aunque no sin intención, porque en realidad ella se moría de hambre y tenía dinero para cubrir gastos durante un tiempo. Esperó, entonces y de forma paciente, la respuesta de la chica.
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