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Estableciendo lazos con la reina[Pasado][Privado Eris Takayama-Yumiko Mei] {Jue 12 Feb 2015 - 20:57}
El barco se movía en un movimiento de vaivén continuo y no me dejaba pensar con claridad. Llevaba días viajando por ese mar congelado, después de haber entrado en la Calm Belt de manera estúpida y haber sido lanzada por los grandes monstruos marinos que ahí reinaban. Mi ropa se encontraba en un estado horrible, tenía multitud de cortes por todos lados y además estaba manchada, lo mismo pasaba con mi cuerpo, tenía algunas heridas que conseguí vendar, pero otras se mostraban a plena luz, pues no tenía ni las herramientas, ni tampoco los conocimientos para curar esas heridas. Solo pude reducir las hemorragias con las hojas curativas que me quedaban en mi chaqueta. La piel escocía cada vez más y no podía resistir el dolor, cada cierto tiempo gritaba al sentir ese dolor punzante atacar mi piel y hacerme sufrir a cada segundo. Todo esto era debido a haberme enfrentado a esos monstruos marinos, pero ahora estaba bien, lo raro es que no me encontraba en el mismo mar de donde había partido, era un mar totalmente distinto, frío y con un viento constante, más bien, cortante.
El viento en vez de ayudar a mis heridas, solo empeoraba, sentía como dejaba mi piel a una temperatura extremadamente fría, casi a punto de congelarse, el frío pasaba por los cortes de mi ropa, los cuales no tenía con que arreglar y se veían horribles. Con ese clima, lentamente me dormí en un sueño casi obligado, pero un sueño dulce. Mientras me dormía, recordaba las frases de mis padres, "la muerte más hermosa es por congelación", al oír eso en mi interior me desperté al instante y cogí mi arco casi por instinto, apuntando a ningún lugar en concreto, a lo lejos pude distinguir lo que parecía ser un trozo de tierra, entre la densa nieve que estaba cayendo y con ayuda del poco sol que penetraba por esas negras nubes. La isla parecía bastante pequeña de lejos, pero tampoco se podía ver totalmente, una zona estaba más cubierta por niebla que otra, así que seguí con la mirada esa isla mientras tomaba los dos remos y empezaba a remar en esa dirección.
Mientras remaba, mi cuerpo entró en calor poco a poco, pero sentía la necesidad y la sensación de dormirme en cualquier momento, sin espera alguna y sin tiempo para reaccionar. Ante eso, seguí remando con más fuerza y cuando veía el momento en el que me iría a desmayar, volvía a pensar en la frase que decían mis padres y seguía remando, con más fuerza y más velocidad. Cuando ya estaba a mitad de camino de la isla, sentí como la fatiga aumentaba enormemente en mi cuerpo y no podía sentir ni las manos, ni los pies y tampoco mi propia cabeza, caí desmayada contra el suelo. Unos segundos después, oí un ruido muy fuerte y con los ojos entreabiertos, observé como el barco se encontraba volando, a caso un monstruo lo había lanzado de nuevo, o quizás era algo todavía más grande, no estaba segura de ello, pero si caía en el lugar inadecuado, probablemente no sobreviviría. Mi mente se quedó sumisa en mis sueños y el barco viajaba por el cielo sin cesar.
Tras varios minutos, en el puerto de la Ciudad Índigo, cayó mi barco y todos los ciudadanos asustados se pusieron a mirarlo, como si de algo muy extraño se tratara, yo seguía desmayada en este, sin poder hacer ningún movimiento y probablemente con alguna especie de enfermedad, por ese frío extremo. Podría ser tanto hipotermia como fatiga por el esfuerzo muscular anteriormente ejercido, no sabía lo que tenía y menos como saldría viva de ahí. Tenía la sensación de que no seguiría viva por mucho tiempo, pero no podía salir de mis sueños, estaba inmersa en estos y no podía despertar de ninguna manera. Dentro de mi cabeza gritaba todo lo fuerte que podía "¡Por favor, sálvenme!"
El viento en vez de ayudar a mis heridas, solo empeoraba, sentía como dejaba mi piel a una temperatura extremadamente fría, casi a punto de congelarse, el frío pasaba por los cortes de mi ropa, los cuales no tenía con que arreglar y se veían horribles. Con ese clima, lentamente me dormí en un sueño casi obligado, pero un sueño dulce. Mientras me dormía, recordaba las frases de mis padres, "la muerte más hermosa es por congelación", al oír eso en mi interior me desperté al instante y cogí mi arco casi por instinto, apuntando a ningún lugar en concreto, a lo lejos pude distinguir lo que parecía ser un trozo de tierra, entre la densa nieve que estaba cayendo y con ayuda del poco sol que penetraba por esas negras nubes. La isla parecía bastante pequeña de lejos, pero tampoco se podía ver totalmente, una zona estaba más cubierta por niebla que otra, así que seguí con la mirada esa isla mientras tomaba los dos remos y empezaba a remar en esa dirección.
Mientras remaba, mi cuerpo entró en calor poco a poco, pero sentía la necesidad y la sensación de dormirme en cualquier momento, sin espera alguna y sin tiempo para reaccionar. Ante eso, seguí remando con más fuerza y cuando veía el momento en el que me iría a desmayar, volvía a pensar en la frase que decían mis padres y seguía remando, con más fuerza y más velocidad. Cuando ya estaba a mitad de camino de la isla, sentí como la fatiga aumentaba enormemente en mi cuerpo y no podía sentir ni las manos, ni los pies y tampoco mi propia cabeza, caí desmayada contra el suelo. Unos segundos después, oí un ruido muy fuerte y con los ojos entreabiertos, observé como el barco se encontraba volando, a caso un monstruo lo había lanzado de nuevo, o quizás era algo todavía más grande, no estaba segura de ello, pero si caía en el lugar inadecuado, probablemente no sobreviviría. Mi mente se quedó sumisa en mis sueños y el barco viajaba por el cielo sin cesar.
Tras varios minutos, en el puerto de la Ciudad Índigo, cayó mi barco y todos los ciudadanos asustados se pusieron a mirarlo, como si de algo muy extraño se tratara, yo seguía desmayada en este, sin poder hacer ningún movimiento y probablemente con alguna especie de enfermedad, por ese frío extremo. Podría ser tanto hipotermia como fatiga por el esfuerzo muscular anteriormente ejercido, no sabía lo que tenía y menos como saldría viva de ahí. Tenía la sensación de que no seguiría viva por mucho tiempo, pero no podía salir de mis sueños, estaba inmersa en estos y no podía despertar de ninguna manera. Dentro de mi cabeza gritaba todo lo fuerte que podía "¡Por favor, sálvenme!"
Eris Takayama
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En Johota, y desde aquel ataque pirata que casi la arrasó, se mascaba un aire extraño. Los aldeanos eran conscientes de que toda sus supervivencia salía de la extracción y comercialización de Jade, pero aún así, seguían un poco reacios a cualquier extranjero que se pudiera personar en el lugar. Pero de entre todas las cosas, la presencia de Eris solía tranquilizar. La razón era simple, a pesar de que sabían que su poder venía de una fruta del diablo parecía más una bendición de los dioses. No obstante, cuando algo raro ocurría, habían creado una pequeña red para avisarla. Porque no solo la presencia de la marina inundaba el lugar, sino también la presencia de algo así como una “guardia personal”. Así que cuando a Eris la dijeron que había caído una muchacha del cielo en una barca, arrastrada por un monstruo marino, no pudo más que ponerse en pie, cogiendo sus armas. Sí, ella también se había vuelto desconfiada pero es que, en la funda que llevaba, además de las mísmas, tenía un pequeño botiquín que solía ser muy útil. Y no tardaría más de un minuto, en personarse en el lugar. Las distancias, para ella, habían dejado de importar. No se acercó directamente al verla desmayada, sino que hizo un gesto para que todos aquellos pobladores retrocedieran. Se hizo una coleta, dejando que el flequillo recto cayendo por su frente, mientras su largo pelo negro, más allá de la cintura, cayera en una cola de caballo por su espalda. Sí, tenía que cortarse el pelo para ser más ella misma, pero no había tenido tiempo.
Estos ya se había armado con sus mejores defensas: horcas (lanzas similares a tridentes para los cereales y la paja), hoces, etc. Un equipo de gente, además de su leopardo, serían los siguientes en aparecer y ella, solo analizaba la situación. Sí, puede que requiriera de atemción médica urgente, pero no era una situación segura. Hasta que Gato la despertó de aquella ensoñación con un rugido. Y así fue como se acercó. El cuerpo de la chica parecía algo demacrado: heridas abiertas y supurantes, sangre seca, vendas colocadas de una manera… Bueno, le recordaba a como su hermanastro se las trataba de poner. Y los labios azulados. Eris se quitó la capa que le cubría los hombros y la funda de su espada, echándosela por encima para cubrirla. No podía tratarla con nada similar a relajantes musculares si no quería matarla. Ordenó así llevarla a Ciudad Celeste, a su propia “casa”. Y así se hizo. La chica fue transportada de forma rápida, eficiente y cómoda. En todo momento, los hombres le estaban indicando que estaba a salvo, que iba a ser curada.
Para cuando despertara de aquel letargo, aquella mujer se encontraría en el propio dormitorio de Eris que conectaba directamente con su despacho a través de una puerta abierta. Llevaba una ropa diferente a la que había traído, en este caso solo negra y todas sus heridas habían sido curadas. Para salir, tendría que esquivar algunas fuentes de calor en forma de piedras que habían incluído alrededor del propio cuerpo de la chica. ¿Qué habían hecho para remediar la hipotermia? Sumergirla en un agua dulce fría e irle subiendo poco a poco la temperatura, hasta ser suficientemente decente como para vestirla, curarla y dejarla descansar. Además, le habían dado algo para una rápida cicatrización y, por suspuesto, para el dolor muscular. Pero ahora, la pelinegra, tenía un par de preguntas en su mente: ¿Qué hacía en una barquita en el mar de North Blue? ¿Por qué razón aquel monstruo no se la había comido? y ¿Por qué llevaba armas consigo? Que no la culpaba -dado que ella misma también llevaba- pero que podrían resultar amenazantes. A pesar de todo, las había dejado al lado de la cama, con ella, justo donde la propia Eris querría verlas en caso de despertar como la chica lo iba a hacer.
Y mientras tanto, se entretuvo con los discursos que daría en festividades futuras, así como la firma de todo el papeleo, teniendo a Gato, como buen felino que era, subido en la mesa. Si no fuera un leopardo, podría resultar gracioso, pero no, así era un poco incómodo.
Estos ya se había armado con sus mejores defensas: horcas (lanzas similares a tridentes para los cereales y la paja), hoces, etc. Un equipo de gente, además de su leopardo, serían los siguientes en aparecer y ella, solo analizaba la situación. Sí, puede que requiriera de atemción médica urgente, pero no era una situación segura. Hasta que Gato la despertó de aquella ensoñación con un rugido. Y así fue como se acercó. El cuerpo de la chica parecía algo demacrado: heridas abiertas y supurantes, sangre seca, vendas colocadas de una manera… Bueno, le recordaba a como su hermanastro se las trataba de poner. Y los labios azulados. Eris se quitó la capa que le cubría los hombros y la funda de su espada, echándosela por encima para cubrirla. No podía tratarla con nada similar a relajantes musculares si no quería matarla. Ordenó así llevarla a Ciudad Celeste, a su propia “casa”. Y así se hizo. La chica fue transportada de forma rápida, eficiente y cómoda. En todo momento, los hombres le estaban indicando que estaba a salvo, que iba a ser curada.
Para cuando despertara de aquel letargo, aquella mujer se encontraría en el propio dormitorio de Eris que conectaba directamente con su despacho a través de una puerta abierta. Llevaba una ropa diferente a la que había traído, en este caso solo negra y todas sus heridas habían sido curadas. Para salir, tendría que esquivar algunas fuentes de calor en forma de piedras que habían incluído alrededor del propio cuerpo de la chica. ¿Qué habían hecho para remediar la hipotermia? Sumergirla en un agua dulce fría e irle subiendo poco a poco la temperatura, hasta ser suficientemente decente como para vestirla, curarla y dejarla descansar. Además, le habían dado algo para una rápida cicatrización y, por suspuesto, para el dolor muscular. Pero ahora, la pelinegra, tenía un par de preguntas en su mente: ¿Qué hacía en una barquita en el mar de North Blue? ¿Por qué razón aquel monstruo no se la había comido? y ¿Por qué llevaba armas consigo? Que no la culpaba -dado que ella misma también llevaba- pero que podrían resultar amenazantes. A pesar de todo, las había dejado al lado de la cama, con ella, justo donde la propia Eris querría verlas en caso de despertar como la chica lo iba a hacer.
Y mientras tanto, se entretuvo con los discursos que daría en festividades futuras, así como la firma de todo el papeleo, teniendo a Gato, como buen felino que era, subido en la mesa. Si no fuera un leopardo, podría resultar gracioso, pero no, así era un poco incómodo.
Yumiko Mei
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Mi corazón palpitaba de manera descompasada y el mundo a mi alrededor se volvía cada vez más oscuro, unos tiempo después, todo pareció volverse negro y en este supuesto mundo solo quedaba yo. No entendía donde me encontraba y tampoco lo que estaba pasando y solo pensé en lo peor, aquello podía ser el limbo entre el cielo y la tierra, entre el infierno y el paraíso, no sabía como tomármelo y me susurré a mi misma pidiendo auxilio, sabía que nadie me oiría ahí, pero tenía que intentarlo, por inútil que fuera o por estúpido que pareciera. Cuando ya había pasado un buen tiempo en esa continua oscuridad, algo empezó a brillar, a lo lejos, muy lejos, extremadamente lejos. Era como una luz dentro de un mar de oscuridad, me levanté y empecé a correr en dirección a estas, por el camino escuchaba voces extrañas, provenientes de mi cabeza, o de algún lugar que desconocía.
Seguí corriendo sin parar y las voces seguían resonando, algunas me decían que siguiera, mientras que otras más oscuras me decían que me quedara quieta, que ya era demasiado tarde para correr, que ya había vivido suficiente y que mi muerte no le importaría a nadie. Mi mente sabía que debía de seguir el camino de la luz, era el que nunca había que dejar de lado, en un mar donde todo es oscuridad, lo único bueno es la luz que brilla en el infinito, aunque esta sea inalcanzable, intocable y a veces hasta invisible, pensaba sin dejar de correr.
En un momento, algo pasó, sentí como el mundo se volvía cada vez más claro, esa oscuridad poco a poco se iba esparciendo y de pronto, un shock, sentí como algo me llamaba a despertar de ese sueño. ¿Un sueño? ¿Me encontraba dentro de un sueño? La sensación que había experimentado era tan fuerte, que no podía creer lo que estaba oyendo e intenté con todas mis fuerzas abrir mis ojos en el mundo real, algo que no podía, no podía salir de ese supuesto sueño impuesto por lo más profundo de mi mente y de la imaginación. El mundo en el que me encontraba volvía a oscurecerse, pero esta vez de otra manera, los recuerdos que tenía de pequeña empezaban a aparecer uno tras otro por delante de mi y no eran especialmente buenos, a decir verdad, eran los pasajes más tristes de mi vida. Mi corazón palpitaba cada vez más y por último vi algo que no deseaba volver a ver, la muerte de mi pequeño tigrecito que ocurrió cuando yo era niña, frente a un gran oso que lo desgarraba y dejaba volar su cabeza varios metros. Nada más ver el cuerpo inerte del tigre, desperté al instante con un gran shock y un grito desolador.
-¡Noooooooooo!-Gritaba nada más me desperté y con el corazón latiendo fuerte y rápidamente.
Una vez despierta, me dispuse a posicionarme, me encontraba en una cama, algo extraño y además no era como las que había visto anteriormente, era una cama gigante y no era mía. No entendía que demonios hacía ahí y empecé a mirar por los alrededores de la habitación, mis armas no estaban conmigo y mi ropa era distinta con la que había llegado ahí, espera, pero ¿cuándo había llegado yo ahí? Me preguntaba sin parar. No recordaba nada de lo que había pasado y tampoco sabía como podía estar en un lugar así. En la habitación no había nadie, pero tras la puerta de esta se podía ver a un pequeño escritorio y una persona escribiendo, una chica al parecer y con una coleta. Me levanté de la cama con cierta dificultad, mis huesos me dolían y mis músculos no respondían bien del todo.
Por el camino me sujeté de todo lo que podía, a decir verdad, parecía un viejo que no tenía su bastón, era un estado deprimente, pero tampoco entendía el porqué me encontraba así, solo recordaba el haber entrado en la Calm Belt y haber sido lanzada por un gran monstruo marino, de ahí no recordaba nada más. Quizás fue una pequeña amnesia o no tuvo tanta importancia como debería, no entendía nada de lo que estaba pasando. Me acerqué a la puerta semiabierta y una vez puse la mano en el pomo de esta uno de mis píes falló y caí estrepitosamente al suelo haciendo un ruido muy fuerte. Me había hecho bastante daño en uno de los pies, pero conseguí levantarme tras sujetarme fuertemente de un lado de la puerta. Una vez en pie fui andando hasta el escritorio y me senté en el suelo, al lado de la chica pelinegra y le dirigió la palabra de forma respetuosa e intentando entender el porqué de su estancia en ese lugar.
-Buenos días, tardes o noches, no estoy segura de que hora es ahora mismo. Me gustaría entender porqué estoy aquí si no es mucha molestia, no recuerdo nada desde que entré en la Calm Belt, solo se que tras salir de esta me dormí y después de eso no recuerdo nada más. Si no es mucha molestia, también desearía saber en que isla me encuentro. Ah, y que despiste por mi parte el no haberme presentado, mi nombre es Yumiko Mei, un placer hablar con usted.-Dije sonriendo y mostrándome amable en todo momento, no deseaba empezar con el mal píe esa conversación, aunque ya lo había hecho con esa estúpida caída.
Tras hablarle, me quedé sentada a su lado y mirando el despacho en el que me encontraba, encima de la mesa de la chica había un gran leopardo, eso me inspiró algo de miedo, pues no parecía un gato inofensivo, pero al estar sobre la mesa, tampoco parecía muy agresivo. El escritorio estaba lleno de papeles y parecía más bien el despacho de un gran ayuntamiento, aunque quién sabe, no tenía ni la menor idea de donde me encontraba y no sabía ni en quien debía de confiar y tampoco quién era el que me había traído a aquel lugar.
Seguí corriendo sin parar y las voces seguían resonando, algunas me decían que siguiera, mientras que otras más oscuras me decían que me quedara quieta, que ya era demasiado tarde para correr, que ya había vivido suficiente y que mi muerte no le importaría a nadie. Mi mente sabía que debía de seguir el camino de la luz, era el que nunca había que dejar de lado, en un mar donde todo es oscuridad, lo único bueno es la luz que brilla en el infinito, aunque esta sea inalcanzable, intocable y a veces hasta invisible, pensaba sin dejar de correr.
En un momento, algo pasó, sentí como el mundo se volvía cada vez más claro, esa oscuridad poco a poco se iba esparciendo y de pronto, un shock, sentí como algo me llamaba a despertar de ese sueño. ¿Un sueño? ¿Me encontraba dentro de un sueño? La sensación que había experimentado era tan fuerte, que no podía creer lo que estaba oyendo e intenté con todas mis fuerzas abrir mis ojos en el mundo real, algo que no podía, no podía salir de ese supuesto sueño impuesto por lo más profundo de mi mente y de la imaginación. El mundo en el que me encontraba volvía a oscurecerse, pero esta vez de otra manera, los recuerdos que tenía de pequeña empezaban a aparecer uno tras otro por delante de mi y no eran especialmente buenos, a decir verdad, eran los pasajes más tristes de mi vida. Mi corazón palpitaba cada vez más y por último vi algo que no deseaba volver a ver, la muerte de mi pequeño tigrecito que ocurrió cuando yo era niña, frente a un gran oso que lo desgarraba y dejaba volar su cabeza varios metros. Nada más ver el cuerpo inerte del tigre, desperté al instante con un gran shock y un grito desolador.
-¡Noooooooooo!-Gritaba nada más me desperté y con el corazón latiendo fuerte y rápidamente.
Una vez despierta, me dispuse a posicionarme, me encontraba en una cama, algo extraño y además no era como las que había visto anteriormente, era una cama gigante y no era mía. No entendía que demonios hacía ahí y empecé a mirar por los alrededores de la habitación, mis armas no estaban conmigo y mi ropa era distinta con la que había llegado ahí, espera, pero ¿cuándo había llegado yo ahí? Me preguntaba sin parar. No recordaba nada de lo que había pasado y tampoco sabía como podía estar en un lugar así. En la habitación no había nadie, pero tras la puerta de esta se podía ver a un pequeño escritorio y una persona escribiendo, una chica al parecer y con una coleta. Me levanté de la cama con cierta dificultad, mis huesos me dolían y mis músculos no respondían bien del todo.
Por el camino me sujeté de todo lo que podía, a decir verdad, parecía un viejo que no tenía su bastón, era un estado deprimente, pero tampoco entendía el porqué me encontraba así, solo recordaba el haber entrado en la Calm Belt y haber sido lanzada por un gran monstruo marino, de ahí no recordaba nada más. Quizás fue una pequeña amnesia o no tuvo tanta importancia como debería, no entendía nada de lo que estaba pasando. Me acerqué a la puerta semiabierta y una vez puse la mano en el pomo de esta uno de mis píes falló y caí estrepitosamente al suelo haciendo un ruido muy fuerte. Me había hecho bastante daño en uno de los pies, pero conseguí levantarme tras sujetarme fuertemente de un lado de la puerta. Una vez en pie fui andando hasta el escritorio y me senté en el suelo, al lado de la chica pelinegra y le dirigió la palabra de forma respetuosa e intentando entender el porqué de su estancia en ese lugar.
-Buenos días, tardes o noches, no estoy segura de que hora es ahora mismo. Me gustaría entender porqué estoy aquí si no es mucha molestia, no recuerdo nada desde que entré en la Calm Belt, solo se que tras salir de esta me dormí y después de eso no recuerdo nada más. Si no es mucha molestia, también desearía saber en que isla me encuentro. Ah, y que despiste por mi parte el no haberme presentado, mi nombre es Yumiko Mei, un placer hablar con usted.-Dije sonriendo y mostrándome amable en todo momento, no deseaba empezar con el mal píe esa conversación, aunque ya lo había hecho con esa estúpida caída.
Tras hablarle, me quedé sentada a su lado y mirando el despacho en el que me encontraba, encima de la mesa de la chica había un gran leopardo, eso me inspiró algo de miedo, pues no parecía un gato inofensivo, pero al estar sobre la mesa, tampoco parecía muy agresivo. El escritorio estaba lleno de papeles y parecía más bien el despacho de un gran ayuntamiento, aunque quién sabe, no tenía ni la menor idea de donde me encontraba y no sabía ni en quien debía de confiar y tampoco quién era el que me había traído a aquel lugar.
Eris Takayama
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Lo mínimo que Eris esperaba era un poco de cortesía. Podría haberla dejado morir allí y no haberse preocupado más. Pero ni ella era así, ni su pueblo perdonaría algo semejante. Y por eso, había atendido a aquella joven de la mejor manera que había podido. Y ahora, entre tanto y normal papeleo en el que inmersa se encontraba, no prestaba real atención a nada. porque sabía que con Gato allí no tendría que preocuparse de ataque alguno. Así que cuando detectó el movimiento del gato, alzó la cabeza para poder observar a aquella pintoresca mujer, volviendo a “encender” aquella combinación de su poder y su haki mantra, para simplemente, poder detectar de manera correcta cuando hablaba. Porque todo cabía decirlo: Eris, es sorda. No obstante, ladeó la cabeza, analizando con cierta parsimonia lo que en sus labios leía, hasta que se puso en pie. El felino también saltó de la mesa, cuando la mujer la rodeó en dirección a Yumiko y le extendió la mano. Un simple apretón de manos solía ser un certero y formal saludo.
—No deberías haberte levantado, Yumiko Mei. Soy Eris Takayama, actual gobernadora de esta isla a la que… Fuiste a parar, de una manera un tanto peculiar, si me permites decirlo— comenzó la mujer. No es de las que se anda por las ramas, así que con gesto de mano, la invitó a sentarse en una de las sillas que había delante de su mesa, ocupando ella la otra. Eran bastante cómodas, parecidas más a sillones que otra cosa y, por supuesto, blancas. —Te encuentras en Johota, y es de día, aunque no lo parezca. Fuera hay una pequeña tormenta… Nada fuera de lo normal de nuestro clima, la verdad— asintió, tratando de despejar primeramente las dudas de la contraria pues sabía que, aclaradas las de ella, seguramente llegaría el turno de las propias. —Una criatura marina te lanzó, literalmente, contra una aldea de pescadores y realmente, te salvó la vida— prosiguió, despacio —. Los médicos te cosieron y limpiaron todos los pequeños cortes que tenías, desinfectándolos. Además, te sanarán más rápido… Ya sabes, maravillas de esta medicina moderna. Además, te hemos dado un reforzante muscular. Tenías algo amoratados los músculos a la altura de los hombros, supongo, que de remar con tanto ímpetu… ¿A quién diantres se le ocurre meterse con una barquita así en North Blue? Sea como sea, has tenido mucha suerte— admitió ella, al final.
Pero se puso en pie, rodeando la mesa. El felino se estiró, subiendo a la silla al lado de la chica que poco antes había ocupado Eris, para observarla de manera más atenta. —Tus armas están en el otro cuarto, pero te aviso: somos una comunidad pacífica y neutral en la que no se admiten salidas de tono. Suelen mostrarse, los habitantes, recelosos de toda persona con armas— porque quien avisa, no es traidor. En una Isla como aquella, controlada y custodidada por la marina, no se solían andar con chiquitas. Además, estaban sensibles por eso de que hacía no demasiado tiempo que habían sufrido un asedio y casi los habían matado de hambre. Pero bueno, son cosas que con el tiempo cicatrizan. Con el tiempo… O eso dicen. Pero en todo momento, Eris se mantenía con la cabeza en alto, mirándola directamente. No pretendía ser intimidante, simplemente trataba de “escuchar” -a su manera- lo que la chica tenía que decirle. No lo había especificado, pero esperaba un mínimo de, por ejemplo, por qué se había aventurado hasta esos mares ella sola y con esa barca. Porque raro es la mujer que viaja sola si no es por querencia o necesidad.
—No deberías haberte levantado, Yumiko Mei. Soy Eris Takayama, actual gobernadora de esta isla a la que… Fuiste a parar, de una manera un tanto peculiar, si me permites decirlo— comenzó la mujer. No es de las que se anda por las ramas, así que con gesto de mano, la invitó a sentarse en una de las sillas que había delante de su mesa, ocupando ella la otra. Eran bastante cómodas, parecidas más a sillones que otra cosa y, por supuesto, blancas. —Te encuentras en Johota, y es de día, aunque no lo parezca. Fuera hay una pequeña tormenta… Nada fuera de lo normal de nuestro clima, la verdad— asintió, tratando de despejar primeramente las dudas de la contraria pues sabía que, aclaradas las de ella, seguramente llegaría el turno de las propias. —Una criatura marina te lanzó, literalmente, contra una aldea de pescadores y realmente, te salvó la vida— prosiguió, despacio —. Los médicos te cosieron y limpiaron todos los pequeños cortes que tenías, desinfectándolos. Además, te sanarán más rápido… Ya sabes, maravillas de esta medicina moderna. Además, te hemos dado un reforzante muscular. Tenías algo amoratados los músculos a la altura de los hombros, supongo, que de remar con tanto ímpetu… ¿A quién diantres se le ocurre meterse con una barquita así en North Blue? Sea como sea, has tenido mucha suerte— admitió ella, al final.
Pero se puso en pie, rodeando la mesa. El felino se estiró, subiendo a la silla al lado de la chica que poco antes había ocupado Eris, para observarla de manera más atenta. —Tus armas están en el otro cuarto, pero te aviso: somos una comunidad pacífica y neutral en la que no se admiten salidas de tono. Suelen mostrarse, los habitantes, recelosos de toda persona con armas— porque quien avisa, no es traidor. En una Isla como aquella, controlada y custodidada por la marina, no se solían andar con chiquitas. Además, estaban sensibles por eso de que hacía no demasiado tiempo que habían sufrido un asedio y casi los habían matado de hambre. Pero bueno, son cosas que con el tiempo cicatrizan. Con el tiempo… O eso dicen. Pero en todo momento, Eris se mantenía con la cabeza en alto, mirándola directamente. No pretendía ser intimidante, simplemente trataba de “escuchar” -a su manera- lo que la chica tenía que decirle. No lo había especificado, pero esperaba un mínimo de, por ejemplo, por qué se había aventurado hasta esos mares ella sola y con esa barca. Porque raro es la mujer que viaja sola si no es por querencia o necesidad.
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La joven chica me escuchó lo que estaba diciendo sin dejar de mirar mis labios, en ese momento pensé en algo, estaba mirando mis labios como si los estuviera descifrando, no entendía del todo lo que eso quería decir y seguí hablando. La chica me dio un apretón de manos, algo demasiado serio para mi gusto pero lo acepté encantada. Se hacía llamar Eris Takayama, un nombre bastante bonito, por no decir hermoso y por si fuera poco, era la gobernadora de esa isla. Me senté seguidamente en uno de esos sillones blancos y ella se sentó en el otro y seguí escuchando atentamente sus palabras. Su voz era suave pero a la vez seria, mostraba pocos rasgos de sentir demasiado aprecio por mi y por ello estaría bastante atenta ante cualquier incidente. Activé mi haki de observación y seguí escuchando lo que me estaba diciendo. Al parecer la isla se llamaba Johota y era de día, un dato interesante, pues la luz no era muy intensa digamos, fuera las nubes cubrían casi en sus totalidad el cielo.
Tras eso empezó a contarme que es lo que me había pasado, un gran monstruo marino me lanzó hacia el puerto de la isla, no me lo creí al oírlo por primera vez, pero luego recordé que me había pasado algo parecido cuando visité Amazon Lily, siendo lanzada por uno de esos inmensos monstruos marinos que poblaban las calmadas aguas del Calm Belt. Al parecer sus médicos hicieron un gran trabajo, curaron todas mis heridas y me pusieron un reforzante muscular, la verdad es que no sabía por qué tanto problema, pues no recordaba nada de lo que había pasado tras entrar en la Calm Belt, solo recordaba estar soñando con horribles pasajes de mi vida. Poco después avisó de que mis armas se encontraban en otro cuarto y me confirmó que la población de esa isla era pacífica y tenían no gustaban de las personas con armas.
Con el haki de observación sentí un alma pura en su interior y el felino, aunque era aparentemente peligroso por fuera parecía un cachorro por dentro, aunque seguía intimidando por momentos. Me levanté del sillón con algo de dificultad y me apoyé en una de las paredes de aquella hermosa habitación, para poco tiempo después mirar a la chica y dirigirle la palabra, no pensaba hacer nada en esa isla, es más, no sabía ni como tenía tanta suerte de haber llegado viva y que me consiguiera recuperar, primero me ocuparía de darle las gracias y luego de buscar como recuperar mis armas, las cuales tampoco necesitaba tanto.
-Primero quiero dar las gracias por todo lo que han hecho por mi, no me esperaba que llegaran a curar las heridas de una desconocida que ha llegado aquí volando, cosa que no se como demonios ha podido ocurrir. También te quiero dar las gracias a ti por acogerme en esta hermosa mansión y además debo decirte que no me importa prescindir de mis armas, siempre que no esté en un peligro demasiado grande para mi. Tras ver todo lo que ha pasado confío plenamente en ti Eris y si fuera posible, me gustaría pasar aquí unos días, al menos hasta que pueda moverme perfectamente y pueda salir sin problemas.-Dije sonriendo y con tono suave y amistoso, buscaba entablar una amistad con esa chica, o al menos una alianza hasta que pudiera moverme debidamente. Probablemente ella me había salvado la vida y la única manera que tenía de agradecérselo era salvando la suya, pero eso sería algo para más largo plazo.
Tras eso me caí repentinamente al suelo perdiendo el equilibrio y con serias dificultades me levanté, el felino seguía ahí sentado en el sillón y con apariencia intimidante pero honorable, parecía un buen compañero y alguien que no sería capaz de ir en tu contra, aún con ese aspecto tan peligroso.
Tras eso empezó a contarme que es lo que me había pasado, un gran monstruo marino me lanzó hacia el puerto de la isla, no me lo creí al oírlo por primera vez, pero luego recordé que me había pasado algo parecido cuando visité Amazon Lily, siendo lanzada por uno de esos inmensos monstruos marinos que poblaban las calmadas aguas del Calm Belt. Al parecer sus médicos hicieron un gran trabajo, curaron todas mis heridas y me pusieron un reforzante muscular, la verdad es que no sabía por qué tanto problema, pues no recordaba nada de lo que había pasado tras entrar en la Calm Belt, solo recordaba estar soñando con horribles pasajes de mi vida. Poco después avisó de que mis armas se encontraban en otro cuarto y me confirmó que la población de esa isla era pacífica y tenían no gustaban de las personas con armas.
Con el haki de observación sentí un alma pura en su interior y el felino, aunque era aparentemente peligroso por fuera parecía un cachorro por dentro, aunque seguía intimidando por momentos. Me levanté del sillón con algo de dificultad y me apoyé en una de las paredes de aquella hermosa habitación, para poco tiempo después mirar a la chica y dirigirle la palabra, no pensaba hacer nada en esa isla, es más, no sabía ni como tenía tanta suerte de haber llegado viva y que me consiguiera recuperar, primero me ocuparía de darle las gracias y luego de buscar como recuperar mis armas, las cuales tampoco necesitaba tanto.
-Primero quiero dar las gracias por todo lo que han hecho por mi, no me esperaba que llegaran a curar las heridas de una desconocida que ha llegado aquí volando, cosa que no se como demonios ha podido ocurrir. También te quiero dar las gracias a ti por acogerme en esta hermosa mansión y además debo decirte que no me importa prescindir de mis armas, siempre que no esté en un peligro demasiado grande para mi. Tras ver todo lo que ha pasado confío plenamente en ti Eris y si fuera posible, me gustaría pasar aquí unos días, al menos hasta que pueda moverme perfectamente y pueda salir sin problemas.-Dije sonriendo y con tono suave y amistoso, buscaba entablar una amistad con esa chica, o al menos una alianza hasta que pudiera moverme debidamente. Probablemente ella me había salvado la vida y la única manera que tenía de agradecérselo era salvando la suya, pero eso sería algo para más largo plazo.
Tras eso me caí repentinamente al suelo perdiendo el equilibrio y con serias dificultades me levanté, el felino seguía ahí sentado en el sillón y con apariencia intimidante pero honorable, parecía un buen compañero y alguien que no sería capaz de ir en tu contra, aún con ese aspecto tan peligroso.
Eris Takayama
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Tanto Eris como Gato observaban a aquella chica con algo de curiosidad. No todos los días pasaba gente por este lugar, gente que llamase la atención, vaya. Pero por lo menos, la aceptación de lo más básico ponía en buen curso aquella nueva amistad. No obstante, había algunas cosas que corregir, en tanto lo que ella había dicho. No obstante, la chica se levantó y se calló. A pesar de lo que pudiera parecer, la joven pelinegra no hizo acopio para levantarse y ayudarla, sino que la observaba, sentada en aquel sillón. Eso no era más que una prueba, algo necesario para saber si a la persona a la que había salvado tenía ganas o no de vivir. Porque muchos naufragos la perdían, la esperanza, incluso ya estando en tierra habitada. Era curioso, cuanto menos, el funcionamiento de la mente y el cuerpo humano. Se puso en pie, levantándose para tomar una taza de té en la que derramó un poco de un líquido transparente que había en un pequeño y cristalino frasco. Se acercó hasta ella, tendiéndosela. —Revitalizante. Tendrás algo de más fuerza cuando lo bebas— le indicó, en bajo. La habían dado prácticamente de todo: para cicatrizar exterior e interiormente, para la regeneración de sangre, de tejido, para evitar los daños por congelación, etc. Pero todavía podían darle muchas más sustancias que ayudaran a la regeneración de su cuerpo.
Y eso es lo que la chica amaba de la farmacología. No obstante, dada la taza, volvió a sentarse. No es que fuera una persona vaga o poco energética -lo que resultaría terriblemente irónico-, sino que sentada siempre pensaba desde una mejor perspectiva. Ya estaba a punto de finalizar con las dudas de ella, por lo que había podido notar, así que no tardaría en pasar a formular el tropel de preguntas que saciarían su mente. O eso creía ella.
—Esto no es una mansión, estás en el Ayuntamiento. Era más fácil residir aquí para estar más al cargo de mis actividades que hacerlo fuera— asintió ella, como único comienzo, pero después suspiró. —Puedes estar por aquí el tiempo que desees y por supuesto, todo el tiempo que tardes en recuperarte. No obstante, he de avisar de que el pueblo está un poco sensible en tanto a los extranjeros, dentro del hecho de que no hablan el idioma que nosotras estamos utilizando ahora mismo— le dijo la joven. Se quedó callada unos instantes, efectuando una larga coleta con su pelo largo y lacio, negro, que le caía hasta la cintura. Sabía que debía cortárselo por comodidad, pero todavía no había encontrado el momento. Una vez realizado aquel movimiento, la joven se volvió a levantar y le tendió el brazo a la chica. —Te enseñaré un poco esto— le indicó. Si aceptaba, saldrían de aquella habitación y la enseñaría la zona de comedores y demás despachos. Posteriormente, y si la tormenta no había empeorado, la zona. —¿De dónde eres? ¿De dónde venías?— preguntaría entonces. Quizás no era más que una curiosidad infundada pero para aquel entonces, Eris pensaba que era una curiosidad necesaria.
Y eso es lo que la chica amaba de la farmacología. No obstante, dada la taza, volvió a sentarse. No es que fuera una persona vaga o poco energética -lo que resultaría terriblemente irónico-, sino que sentada siempre pensaba desde una mejor perspectiva. Ya estaba a punto de finalizar con las dudas de ella, por lo que había podido notar, así que no tardaría en pasar a formular el tropel de preguntas que saciarían su mente. O eso creía ella.
—Esto no es una mansión, estás en el Ayuntamiento. Era más fácil residir aquí para estar más al cargo de mis actividades que hacerlo fuera— asintió ella, como único comienzo, pero después suspiró. —Puedes estar por aquí el tiempo que desees y por supuesto, todo el tiempo que tardes en recuperarte. No obstante, he de avisar de que el pueblo está un poco sensible en tanto a los extranjeros, dentro del hecho de que no hablan el idioma que nosotras estamos utilizando ahora mismo— le dijo la joven. Se quedó callada unos instantes, efectuando una larga coleta con su pelo largo y lacio, negro, que le caía hasta la cintura. Sabía que debía cortárselo por comodidad, pero todavía no había encontrado el momento. Una vez realizado aquel movimiento, la joven se volvió a levantar y le tendió el brazo a la chica. —Te enseñaré un poco esto— le indicó. Si aceptaba, saldrían de aquella habitación y la enseñaría la zona de comedores y demás despachos. Posteriormente, y si la tormenta no había empeorado, la zona. —¿De dónde eres? ¿De dónde venías?— preguntaría entonces. Quizás no era más que una curiosidad infundada pero para aquel entonces, Eris pensaba que era una curiosidad necesaria.
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La joven Eris me ofreció nada más levantarme una taza de té, afirmando que sería revitalizante y recuperaría algo de mi fuerza, acepté gustosamente y me senté seguidamente de nuevo al lado suya. Tomé un sorbo de esa tacita de té y sentí un sabor de lo más interesante, no era como los tés que había probado en el sur o en el Grand Line, era un sabor diferente y más exquisito, haciendo que mi paladar y mis papilas gustativas disfrutasen de ese néctar de los dioses me hizo sentir mejor y me pude levantar algo mejor cuando Eris me ofreció visitar la casa. Al parecer, esta no era su casa, sino más bien el ayuntamiento, pero al parecer le iba mejor vivir aquí, puesto que podía mantener mejor su trabajo en la ciudad y sus tareas como gobernante. Sonreí tras sus palabras y me quedé algo extrañada y curiosa al oír que los habitantes de esa isla no hablaban el mismo idioma que nosotros, conocía pocas culturas que no hayan cambiado su idioma al que todos hablábamos y por ello tenía mucha curiosidad de ver e intentar descifrar su lenguaje.
La casa era interesante, pude ver el gran comedor que tenía una mesa en el centro y pintaba como el de un verdadero castillo, preparado para una cena enorme, aunque ahí no había visto a nadie más que a Eris y su leopardo, cosa que me había extrañado, pues en los ayuntamientos no solo gobernaba una persona, aunque quizás se trataba más bien de algo parecido a una monarquía o una dictadura, no lo entendía del todo, pero no le presté mucha atención a esos pensamientos y seguí la ruta que me mostraba Eris. Me gustaba como guiaba por ese edificio y me enseñaba la multitud de habitaciones que lo componían. Tras un rato vi algunos despacho más a parte del de la joven pelinegra, pero muy pocos tenían personas en su interior, por no decir ninguno, así que proseguí a avanzar y darle vueltas del porqué de que no hubiera nadie más que ella ahí.
Después de un rato caminando y cuando la tormenta de fuera se había ya apaciguado, salimos a ver los alrededores de ese castillo y esta me preguntó de donde provenía y de donde venía, cosa que no me sorprendió demasiado, yo también tendría las mismas preguntas ante una desconocida y ante una visita tan curiosa. Miré al cielo y las nubes lo seguían cubriendo, aunque ya no eran tan negras como antes, estaban algo más grises y mostraban cierta melancolía. No entendía del todo como podían las nubes transmitir sentimientos, pero supuse que sería lo mismo que con la lluvia o el fuego o mismamente la naturaleza que tanto amaba.
-Provengo del East Blue, un mar muy alejado de aquí y vengo aquí desde el Nuevo Mundo, ese mar tan extraño que solo problemas ha traído, no se como he podido acabar en la Calm Belt que se encuentra entre ese peligroso mar y este, pero así fue, pasé por esa zona de aguas tranquilas y llegué aquí, de ahí ya conoces la historia. A mi me gustaría también saber un par de cosas por curiosidad, si no es mucha molestia. ¿Cuánto tiempo lleva gobernando esta isla y sabe usted por casualidad donde se encuentra mi pequeño osito de peluche? Digamos que lo echo de menos.-Dije sonriendo mientras miraba a la joven Eris con algo de curiosidad.
Estaba interesada en saber donde estaba mi osito por dos razones principalmente, una de ella era porque no me sentía segura al no tenerlo al lado y la otra era porque quería saber si la chica que tenía al lado era o no usuaria de alguna de esas frutas del diablo. Era mera curiosidad lo que me hacía pensar en ello, pues la chica me inspiraba cada vez más confianza, aún siendo ella algo fría y calculadora según podía observar, aunque quién sabe, a veces las apariencias engañan. Lo mejor para conocerla de verdad era preguntarle sobre más cosas y la verdad es que muchas preguntas seguían rondando por mi cabeza mientras seguíamos andando por la zona de ese precioso edificio, que parecía más bien un castillo y no un ayuntamiento.
La casa era interesante, pude ver el gran comedor que tenía una mesa en el centro y pintaba como el de un verdadero castillo, preparado para una cena enorme, aunque ahí no había visto a nadie más que a Eris y su leopardo, cosa que me había extrañado, pues en los ayuntamientos no solo gobernaba una persona, aunque quizás se trataba más bien de algo parecido a una monarquía o una dictadura, no lo entendía del todo, pero no le presté mucha atención a esos pensamientos y seguí la ruta que me mostraba Eris. Me gustaba como guiaba por ese edificio y me enseñaba la multitud de habitaciones que lo componían. Tras un rato vi algunos despacho más a parte del de la joven pelinegra, pero muy pocos tenían personas en su interior, por no decir ninguno, así que proseguí a avanzar y darle vueltas del porqué de que no hubiera nadie más que ella ahí.
Después de un rato caminando y cuando la tormenta de fuera se había ya apaciguado, salimos a ver los alrededores de ese castillo y esta me preguntó de donde provenía y de donde venía, cosa que no me sorprendió demasiado, yo también tendría las mismas preguntas ante una desconocida y ante una visita tan curiosa. Miré al cielo y las nubes lo seguían cubriendo, aunque ya no eran tan negras como antes, estaban algo más grises y mostraban cierta melancolía. No entendía del todo como podían las nubes transmitir sentimientos, pero supuse que sería lo mismo que con la lluvia o el fuego o mismamente la naturaleza que tanto amaba.
-Provengo del East Blue, un mar muy alejado de aquí y vengo aquí desde el Nuevo Mundo, ese mar tan extraño que solo problemas ha traído, no se como he podido acabar en la Calm Belt que se encuentra entre ese peligroso mar y este, pero así fue, pasé por esa zona de aguas tranquilas y llegué aquí, de ahí ya conoces la historia. A mi me gustaría también saber un par de cosas por curiosidad, si no es mucha molestia. ¿Cuánto tiempo lleva gobernando esta isla y sabe usted por casualidad donde se encuentra mi pequeño osito de peluche? Digamos que lo echo de menos.-Dije sonriendo mientras miraba a la joven Eris con algo de curiosidad.
Estaba interesada en saber donde estaba mi osito por dos razones principalmente, una de ella era porque no me sentía segura al no tenerlo al lado y la otra era porque quería saber si la chica que tenía al lado era o no usuaria de alguna de esas frutas del diablo. Era mera curiosidad lo que me hacía pensar en ello, pues la chica me inspiraba cada vez más confianza, aún siendo ella algo fría y calculadora según podía observar, aunque quién sabe, a veces las apariencias engañan. Lo mejor para conocerla de verdad era preguntarle sobre más cosas y la verdad es que muchas preguntas seguían rondando por mi cabeza mientras seguíamos andando por la zona de ese precioso edificio, que parecía más bien un castillo y no un ayuntamiento.
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— Un osito… Sígueme, te llevaré a todos los restos que te acompañaban que nos trajimos, para ver si podemos encontrarlo entre ellos — dijo Eris. La mujer, por su forma de ser, no entendía del todo el apego a un objeto material. En cambio, si lo entendía para los animales, lo que le hizo suponer lo que podía ser en realidad aquel juguete para la mujer que tenía delante. Si bien era cuanto menos curiosa, quería tenerla contenta. Aprender de lo que ella pudiera decir sería fundamental para futuras generaciones. Después de todo, ellos eran un pueblo mercader, imbuido por muchas culturas diferentes. — Aquí están — dijo, abriendo una puerta por la que se paró casi de golpe. Era una puerta verde, casi como un garaje donde, expuestos como una obra de arte moderno, se hallaban los restos de la barca y todos los objetos que había en ella.
Y tras echar un vistazo rápidamente y por encima todos los restos, señaló un pequeño objeto que Gato se aventuró a coger, alzándose de forma estilizada por los maderos sueltos y dejárselo frente a la chica. Eris, chasqueaba la lengua. — Gracias — le dijo en bajo al felino, dándole un par de toquecitos en la cabeza. — Cuando te encuentres mejor si quieres puedes bajar a echar un vistazo. Quizás encuentres algo más de tus pertenencias entre todas estas cosas… ¿Sabes? Me sorprende que estés viva. Quiero decir… Soy médico y se los efectos de todas las cosas que has sufrido. Y por eso, me sorprende. Mucho. Pero es agradable. Yo misma he salido fuera y… Me gusta ver que hay mujeres lo suficientemente valiente como para viajar solas por estos mares tan complicados. Porque desde luego, este es un mar complicado — se rió ella, al final. Pero sacudió un poco la cabeza, apoyándose en una pared cercana.
— ¿Qué te parece si desayunamos algo? Estamos al lado de las cocinas y créeme, te encantará ver algunos platos que preparan por aquí. ¡Son una maravilla! — exclamó ella. Estaba en los huesos, Eris, a decir verdad. Para su altura, que rondaría el metro cincuenta y cinco, solo pesaba treinta y ocho kilos. Había bajado tanto durante la guerra que ahora comer era un verdadero estupor para ella. Y no solo por todo lo que aquello pudiera representar, sino por el hecho de que todavía había gente en la isla que pasaba hambre. Y eso la hacía más empática todavía. Había leyendas, no obstante, que decían que era una mujer que solo se alimentaba de pastas y té. Ah, sí, y de bocaditos de pepino, importante para el té.
Y tras echar un vistazo rápidamente y por encima todos los restos, señaló un pequeño objeto que Gato se aventuró a coger, alzándose de forma estilizada por los maderos sueltos y dejárselo frente a la chica. Eris, chasqueaba la lengua. — Gracias — le dijo en bajo al felino, dándole un par de toquecitos en la cabeza. — Cuando te encuentres mejor si quieres puedes bajar a echar un vistazo. Quizás encuentres algo más de tus pertenencias entre todas estas cosas… ¿Sabes? Me sorprende que estés viva. Quiero decir… Soy médico y se los efectos de todas las cosas que has sufrido. Y por eso, me sorprende. Mucho. Pero es agradable. Yo misma he salido fuera y… Me gusta ver que hay mujeres lo suficientemente valiente como para viajar solas por estos mares tan complicados. Porque desde luego, este es un mar complicado — se rió ella, al final. Pero sacudió un poco la cabeza, apoyándose en una pared cercana.
— ¿Qué te parece si desayunamos algo? Estamos al lado de las cocinas y créeme, te encantará ver algunos platos que preparan por aquí. ¡Son una maravilla! — exclamó ella. Estaba en los huesos, Eris, a decir verdad. Para su altura, que rondaría el metro cincuenta y cinco, solo pesaba treinta y ocho kilos. Había bajado tanto durante la guerra que ahora comer era un verdadero estupor para ella. Y no solo por todo lo que aquello pudiera representar, sino por el hecho de que todavía había gente en la isla que pasaba hambre. Y eso la hacía más empática todavía. Había leyendas, no obstante, que decían que era una mujer que solo se alimentaba de pastas y té. Ah, sí, y de bocaditos de pepino, importante para el té.
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La joven emperatriz me llevó ante mis objetos, el osito brilló de golpe cuando esta se acercó y corrí rápidamente a por este, lo abracé con fuerza, haciendo que la luz quedase tapada con mi cuerpo y seguí caminando con la joven pelinegra. Esperaba que no viese el haz de luz que el osito dejó nada más ella se acercó a este. Probablemente eso había pasado porque Eris era una usuaria y no especialmente débil, el osito brilla con más fuerza cuanto más fuerte es el usuario y solo brilla ante usuarios de la fruta del diablo. Esperaba no tener que explicárselo a la chica, pues probablemente me tacharía de mala persona, de ladrona o simplemente de mentirosa, ninguna de estas cualidades me definía o quería que me definiesen.
El felino me había dado el osito, pero aún así, el brillo podía haber sido visible, más que seguro lo había sido y lo más probable es que me lo preguntase poco tiempo después. La chica estaba sorprendida de que siguiese viva, lo cierto es que yo también lo estaba, puesto que no sabía ni yo como había salido de todo eso siendo tan débil como me consideraba, al parecer pudo ser un golpe de suerte, pero más suerte fue conseguir caer exactamente en una isla como esta y encontrar unas personas tan amables como los habitantes de la misma, sin olvidar a la emperatriz, que era bastante misteriosa, pero más amable que muchos que haya conocido con anterioridad.
-Quizás solo fue obra del destino, yo tampoco soy capaz de comprender como sigo viva, pudo haber sido simplemente un cúmulo de coincidencias, pero de lo que estoy segura es que no voy a volver a desperdiciar mi vida de la misma manera, lo último que haría sería sacrificar mi vida sin objetivo alguno. Y en cuanto a mares complicados, razón tienes, este mar es bastante raro, pero mucho más raro es la segunda parte del Grand Lines, que es cien veces más peligroso y estoy casi segura de que tu sabes a que me refiero cuando digo peligroso.-Dije sonriendo mientras seguía abrazando a mi osito de peluche con todas mis fuerzas, lo echaba de menos, pero ahora sentía que debía de haberlo dejado ahí, puesto que no necesitaba saber en lo más mínimo que esa joven emperatriz era usuaria, no tenía necesidad de saber esa información, al menos no en beneficio mio, lo único que quería era agradecerle todo lo que ha hecho y conocer más de su vida, esperaba que el osito no fuera un impedimento para eso.
Seguí a la joven y nos adentramos en la cocina, tenía bastante hambre y esperaba que hubiera algo delicioso para desayunar, parecía como si llevara días sin comer, o simplemente era imaginación mía, pero me sentía más delgada y flaca que antes. Miré a la joven y sonreí, era mucho más amable de lo que me había imaginado antes y a decir verdad, incluso el felino que la seguía a todos lados parecía un buen animal, a pesar de como intimidaba su apariencia. Solo quedaba ver la calidad de la comida en esa isla tan interesante, a decir verdad, tenía cierto interés en visitar a la población de aquella isla y observar sus hábitos y costumbres, no estaba del todo segura si era lo correcto, pero mi curiosidad me llamaba a hacerlo.
-Quizás podamos visitar la ciudad, tengo cierta curiosidad por las personas que habitan esta isla, no es que sea una persona que investiga a la gente, pero me interesa conocer las costumbres y hábitos para mi propio enriquecimiento personal. Ah, y a decir verdad, tengo bastante hambre.-Dije sonriendo y mostrando una cara inocente a la vez que bastante asustada, pues no quería que descubriese lo del oso, pero se me daba mal fingir, puesto que era mala mintiendo.
El felino me había dado el osito, pero aún así, el brillo podía haber sido visible, más que seguro lo había sido y lo más probable es que me lo preguntase poco tiempo después. La chica estaba sorprendida de que siguiese viva, lo cierto es que yo también lo estaba, puesto que no sabía ni yo como había salido de todo eso siendo tan débil como me consideraba, al parecer pudo ser un golpe de suerte, pero más suerte fue conseguir caer exactamente en una isla como esta y encontrar unas personas tan amables como los habitantes de la misma, sin olvidar a la emperatriz, que era bastante misteriosa, pero más amable que muchos que haya conocido con anterioridad.
-Quizás solo fue obra del destino, yo tampoco soy capaz de comprender como sigo viva, pudo haber sido simplemente un cúmulo de coincidencias, pero de lo que estoy segura es que no voy a volver a desperdiciar mi vida de la misma manera, lo último que haría sería sacrificar mi vida sin objetivo alguno. Y en cuanto a mares complicados, razón tienes, este mar es bastante raro, pero mucho más raro es la segunda parte del Grand Lines, que es cien veces más peligroso y estoy casi segura de que tu sabes a que me refiero cuando digo peligroso.-Dije sonriendo mientras seguía abrazando a mi osito de peluche con todas mis fuerzas, lo echaba de menos, pero ahora sentía que debía de haberlo dejado ahí, puesto que no necesitaba saber en lo más mínimo que esa joven emperatriz era usuaria, no tenía necesidad de saber esa información, al menos no en beneficio mio, lo único que quería era agradecerle todo lo que ha hecho y conocer más de su vida, esperaba que el osito no fuera un impedimento para eso.
Seguí a la joven y nos adentramos en la cocina, tenía bastante hambre y esperaba que hubiera algo delicioso para desayunar, parecía como si llevara días sin comer, o simplemente era imaginación mía, pero me sentía más delgada y flaca que antes. Miré a la joven y sonreí, era mucho más amable de lo que me había imaginado antes y a decir verdad, incluso el felino que la seguía a todos lados parecía un buen animal, a pesar de como intimidaba su apariencia. Solo quedaba ver la calidad de la comida en esa isla tan interesante, a decir verdad, tenía cierto interés en visitar a la población de aquella isla y observar sus hábitos y costumbres, no estaba del todo segura si era lo correcto, pero mi curiosidad me llamaba a hacerlo.
-Quizás podamos visitar la ciudad, tengo cierta curiosidad por las personas que habitan esta isla, no es que sea una persona que investiga a la gente, pero me interesa conocer las costumbres y hábitos para mi propio enriquecimiento personal. Ah, y a decir verdad, tengo bastante hambre.-Dije sonriendo y mostrando una cara inocente a la vez que bastante asustada, pues no quería que descubriese lo del oso, pero se me daba mal fingir, puesto que era mala mintiendo.
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