Kazumi Reika

Este estilo de lucha se efectúa con armas de fuego y se basa en pequeñas florituras previas al disparo con el fin de distraer al contrincante. La técnica busca dar de lleno en alguna parte vital de la anatomía del oponente, en su defecto, cualquier parte del cuerpo. Suele mantener distancias de alrededor de diez metros en adelante para mayor comodidad, sin embargo es sólo un detalle de preferencia.

Kazumi es una muchacha de piel pálida y ojos morados, frecuentemente acompañados por una expresión calmada y gestos alegres, en algunos matices hasta empáticos hacia las demás personas. Consta de una mirada taciturna que es quizá lo que más la caracteriza. Su pelo es un tanto más oscuro que el color de sus ojos aun manteniendo los mismos matices; lo lleva largo hasta la altura de la cintura. Su rostro es un conjunto de piezas que delicadamente se adhieren a sus gestos tan expresivos como sinceros, eso es sin duda lo que más resalta de ella.

Por otra parte tiene una esbelta y bien proporcionada figura que goza de alrededor de un metro setenta centímetros. A partir de ella y combinando sutiles curvas se le aprecia una bonita forma de reloj de arena que da que envidiar a toda la que observe. Kazumi no es alguien a quien le guste ocupar su tiempo en arreglarse físicamente, más bien se conforma con el ejercicio que realiza como parte de su entrenamiento. Y de su indumentaria no podemos decir mucho más: suele vestir básicos como camisetas crop top o sudaderas y shorts o pantalones largos. Lo que sí lleva siempre encima y se asegura de no olvidar es el cinturón donde porta sus dos revólveres.

Para hacer una descripción detallada sobre su personalidad, vamos a relacionarla metafóricamente con el símbolo del Yin-yang o directamente expresando que con ella podemos sentirnos en el polo y en el núcleo de la tierra al mismo tiempo. Después de esto sabemos que no es una chica que tienda a ocultar sus emociones, pero como cualquier otra persona, su trato hacia la gente varía según con quién esté relacionándose. Una valiente sabuesa, testaruda y tan leal como ninguna, Kazumi tiene claras sus aspiraciones y principios ante cualquier situación. Por lo general es una chica risueña, inquieta aunque reservada..., en conclusión, todo un proyecto de Alicia en el País de las Maravillas. Está conforme cuando su entorno está conforme e intenta mantenerse así a pesar de sus espesas lagunas mentales. Sin duda es alguien que no es como fue y no será como ha sido, por mucho que ponga todo su empeño en aparentarlo.

Un lobo con piel de cordero: esa es la expresión con la que identificamos mejor a esta pelimorada. Siempre con una sonrisa en los labios y un deje bohemio en su actitud, es alguien a quien nunca verás bajar la guardia sea cual sea la adversidad. Que algo parezca imposible solo le aumenta las ganas de que intentarlo sean aún mayores. No conoce el significado de "perder", ya que según ella, siempre ha ganado. Quizás no la batalla a la que se enfrentó, pero sí lo que aprendió de ella. Un bicho raro, ¿qué le vamos a hacer? No se conforma con pequeñeces, siempre ha aspirado a lo más grande sin dejarse llevar por las escalas. A lo largo de los años y a consecuencia de la historia que le ha arrastrado la marea, se ha convertido en una jovencita de actitud confiada, pasos firmes y decisiones con base a cumplir; la madurez está de su lado y sus palabras lo testifican. No es alguien a quien la impulsividad le lleve a cometer imprudencias, sin duda. Y así se ha mantenido fiel a sí misma, libre de tabúes o prototipos innecesarios para una vida en la que pueda sentirse libre e independiente, lo que la ha llevado a triunfar muchas veces -además de sus insaciables ganas de lograr la meta trazada-.

Pero no pintemos a esta revolucionaria como alguien taciturna y excluida; por lo contrario, cabe resaltar que suele ser sentimental, empática y muchas veces carismática. Aunque su cabeza esté las veinticuatro horas del día procesando de manera frenética y constante, no es que sea alguien de muchas palabras, pero cuando lo hace más vale que escuches. Su vulnerabilidad es la mayor parte del tiempo el problema con el que más tiene que lidiar, pues al querer estar rodeada de personas importantes no puede evitar estar pendiente de ellos. Ésa es una de las tantas cosas que más le fastidian de ella misma, y si le preguntásemos que es lo que menos le gusta de su personalidad sin duda diría que se toma las cosas demasiado a pecho. Es sensible más no poder y puede quebrarse de un momento a otro. Cuesta muchísimo sacarla de sus casillas, por eso cuando explota, lo hace a lo grande. Muchas personas creen que posee el poder de leer la mente con solo echar una mirada, por lo que es mejor ahorrarse cualquier mentira.  

Entre la gran lista de actividades de esta pelimorada para pasar el tiempo se encuentra su habilidad para tocar la flauta travesera. Es una estupenda compositora y con toda su alma adora el sonido de esa música, más aún cuando se sintoniza dentro de un entorno natural como la selva, el bosque o el mar. Esa es la única actividad que disfruta más haciendo sola, por lo demás necesita o se siente bastante mejor con algo de compañía. Aunque se le de verdaderamente mal, le gusta cocinar y experimentar con nuevos platos obviando el hecho de que terminarán dentro de la basura.

Realmente no existe una amplia lista de cosas que no le gusten a Kazumi, pero sí de personas, empezando por las hipócritas; no puede concebir mentiras de ningún tipo, sean hacia ella o no. Es consciente de lo tan vulnerable que puede resultar, por lo que está acostumbrada a conocer a su entorno de cerca y saber con quién está relacionándose: absoluta prudencia para evitar a todo tipo de personas que puedan llegar a decepcionarla y herirla.

Si con habilidades nos referimos a capacidades dentro de su ocupación, resaltamos principalmente su sexto sentido para la puntería, la precisión y el equilibrio: las armas de fuego forman parte de su vida y por ende también su conocimiento para utilizarlas. Desde muy joven es fanática de las pistolas y revólveres que la llevaron a generar su habilidad idónea como pistolera. Al mismo tiempo y acompañada de una de sus cualidades psicológicas, Kazumi tiene una gran fuerza de voluntad que ha derivado en su capacidad física; durante toda su vida se ha puesto a prueba dentro del campo de batalla recibiendo buenos resultados. Sus métodos ante el enemigo se basan en asegurarse de mantener una distancia apropiada y determinar el centro de la diana siendo ésta el cuerpo del oponente. Y como no necesita demasiado tiempo para desarrollar ideas o planes, tampoco es un inconveniente si alguna de las condiciones anteriores no se da; desde siempre su imaginación la ha llevado a desarrollar diferentes caminos ante los conflictos del día a día.

La distracción es su peor enemigo. Kazumi suele sumergirse tanto dentro de sus pensamientos que muchas veces aparta los pies de la tierra convirtiéndose en un blanco tanto vulnerable como fácil de atrapar. Esto deriva también en sus capacidades con las armas de fuego, con las cuales no hace nada sin estar concentrada al cien por cien. Otra de sus torpezas es su poca habilidad culinaria, la cual no deja de intentar mejorar. Al ser o considerarse independiente necesita abastecerse de alguna manera dentro de la cocina, en su defecto (y como en la mayoría de veces) como comensal en algún restaurante.

La neblina se apoderaba de la noche entre grandes llantos, sollozos de dolor y palabras de ánimo incesables. El color blanco inmaculado de la bañera estaba cubierto ahora de un escarlata oscuro, al principio seco y ahogado en agua del mismo color. Yuna apoyaba con fuerza ambas manos en los extremos de la bañera, haciéndosele denotar los minúsculos huesos y venas por debajo de la piel, mientras un hombrecillo menudo y pequeño se remangaba el pantalón beige para sumergir los pies en el agua, colocándose hacia la pared de atrás y temiendo resbalar en cualquier momento. Otro hombre se arrodillaba en el suelo, cerca de su mujer, apoyando una mano sobre su panza, realizando suaves círculos mientras con la otra peinaba el cabello color castaño oscuro, enrollando mechones en sus dedos índice y corazón y peinándolos con cuidado, intentando dejar de temblar o en lo posible, calmar su pulso. Una mujer de edad más mayor se movía por la casa con rapidez, llevando y trayendo paños mojados en agua fría, repitiendo con nerviosismo ‘están al llegar, están al llegar’ y rendida después de haber tropezado con los baldes más de cinco veces gracias a la larga túnica que arrastraba. Ella ya se había encargado de sellar cada una de las puertas y ventanas de la casa unas horas antes, una protección un poco torpe, podríamos aventurarnos a decir, y estaríamos en lo cierto. También podríamos aventurar que el gran caos en el que se sumía la noche en ese pequeño barrio de la isla de Skypiea no era inaudible para el resto de la tierras, y de nuevo estaríamos en lo cierto. Por ello tintineaba de la puerta principal una pequeña cerradura de color negro con bordaduras grises talladas cuidadosamente sobre el mango, una cerradura de kairoseki que blindaba ésta y las demás entradas de la casa de manera que nadie pudiera darse el lujo de pasar a curiosear. Con esa ventaja nunca nadie se percataría de lo que estaba sucediendo en el hogar de los Reika.

            Yuna levantó la mano de la bañera y entrelazó sus dedos a los de Alfred, apretando la mandíbula mientras despegaba los labios lo suficiente como para dejar visible su dentadura; llevando la cabeza hacia atrás cerró fuerte los párpados de los ojos y se preparó para volver a quejarse a través de otro grito ensordecedor. El hombrecillo que se apoyaba en la pared flexionó un poco las rodillas y extendió las manos abiertas hacia el cuerpo de la muchacha.
               – ¡Lo veo, lo veo! –Exclamó, mirando indeciso hacia Yuna, luego hacia Alfred y des-
pués al bebé seguidamente.

Alfred tragó saliva. Su hija estaba asomando la cabeza preparada para enfrentarse al mundo y nada podía hacerlo más feliz en ese momento. Se reincorporó con rapidez y colocó ambas manos sobre la enorme panza, dejándolas quietas. Las pequeñas manos de la embarazada, manchadas de sangre, acariciaron el brazo de su esposo en un ademán de confianza y después, débiles, se desplomaron en el agua sucia. Alfred frunció el ceño y cerró los párpados, seguidamente calentó cuidadosamente la piel de su barriga controlando cada milésima de segundo. Por un momento sintió, con toda seguridad, la impoluta energía y el potencial del que tanto se había hablado, y entonces sonrió.

               Levantó uno de los brazos y con él buscó la muñeca de Yuna hasta arrastrarla suavemente y cubrirla con ambas manos sobre su panza. La mujer volvió a gritar, pero esta vez se trataba de un grito prolongado, más grave y acompañado de un tenue sollozo. Tenía el rostro más pálido que nunca, sucio pero sin embargo, inmaculado. Volteaba los ojos de vez en cuando o buscaba de alguna forma un movimiento que hiciera frenar la agonía, se mordía el labio inferior o apretaba los puños hasta lastimarse con la punta afilada de las uñas la palma de la mano. El hombrecillo alertó que quedaba poco, y a partir de ese instante, dio la impresión de que todo sucedería en un abrir y cerrar de ojos: Yuna empujó una última vez dejando en ello todas las fuerzas que le quedaban, y también un último suspiro. Su corazón dejó de latir, en silencio, sin remordimientos, no habría podido estar más orgullosa. El hombrecillo agarró al bebé y lo sacó con cuidado, cortando el cordón que lo unía a su madre y cubriéndolo con una toalla de baño. La niña rompió a llorar tras una palmada y el hombrecillo la sacó de allí tan rápido como Alfred se abalanzaba sobre cuerpo de Yuna, tendiendo las manos sobre su cuello, buscando algún halo de esperanza, algún movimiento en su pulso. La mujer de edad mayor tropezó una vez más con el balde de agua que había recogido minutos atrás, arrodillándose junto a Alfred y haciendo del llanto de su nieta recién nacida, algo inaudible con el suyo. Sin embargo, durante unos segundos la habitación colmó en silencio, un silencio aturdidor, molesto, y se hizo con todos los presentes. Tal vez un silencio de paz y reflexión, o tal vez de rendición, un silencio que declaraba el final del ese cuento de terror.

               El viudo acarició la mejilla de Yuna durante unos segundos más, recorrió los dedos cuidadosamente hasta su brazo izquierdo desatando una pulsera de cuero trenzada que él mismo le había regalado el día de su último aniversario y la guardó dentro del bolsillo de su pantalón. Se levantó sujetándose de la bañera, abandonando la habitación tambaleante, irreflexivo. Bajó las escaleras de la casa dejando huellas de color escarlata sobre la alfombra marrón y manchas en la barandilla en la que se apoyaba.
               –Linus… –Recitó, y a falta de aire realizó un segundo intento –: ¡LINUS, LINUS!

Cansado del llanto de su suegra, tan incesable como aquella pesadilla, se llevó una mano a la frente, masajeándose con aspereza. Avanzó unos pasos después de ver encenderse una luz al final del pasillo, y lo que empezaron siendo pequeñas hurtadillas terminó en grandes y desesperadas zancadas. La luz cálida de la habitación consiguió tranquilizarle junto al suave olor a limpio y los cada vez más lejanos recuerdos de ese cuarto de baño. Las bisagras de la puerta del aseo rechinaban, un ruido casi cubierto por el de la presión del agua y los chillidos de la recién nacida. Alfred se dejó caer en la hamaca de madera que había al lado de la cuna y hundió la cabeza entre ambos brazos. No sabía qué era lo que debía hacer, estaba perdido entre cientos de pensamientos que comenzaban a dejarle sin razón alguna, sólo se limitaría a esperar a alguien que acudiera en su ayuda, que lo arrastrara hasta las sábanas de su cama, que lo alejara de todo aquello, y le resultaba tan grande la incredulidad que ni siquiera podía creerse lo poco que tenía pensado hacer por la vida de su hija.
               –Eh, Alfred, tómala.

La voz ronca del hombrecillo menudo y pequeño se hizo lugar dentro de aquella penumbra, obligando al viudo a levantar la cabeza. Extendió los brazos formando con ellos una especie de cuna y Linus levantó como pudo a la niña hasta posarla sobre el regazo de su padre, agradeciendo en gran parte que éste estuviera sentado, más o menos a su altura. Alfred la observó con el rostro ladeado y una expresión de alivio. La niña tenía una mirada penetrante y capaz, y sin duda unos bonitos ojos grandes y oscuros. Pasó la mano por su poco cabello y la arrastró cuidadosamente hasta su moflete, haciéndole caricias con el índice, que al poco tiempo quedó encerrado entre los diminutos dedos de la criatura. Ella comenzó a reírse.
–Kazumi, Kazumi Reika  –Musitó Alfred, que sin darse cuenta estaba sonriendo con ella.
               –Kazumi –Repitió Linus, cruzando los brazos y mirando una y otra vez las ventanas de la habitación, nervioso –, es un bonito nombre.
La mujer de edad mayor apareció en el umbral de la puerta, tenía los ojos bañados en lágrimas disimuladamente y el rostro bastante colorado.

               –Voy a llevármela, Alfred –Advirtió –, no va a quedarse aquí, de ninguna manera.
Alfred hizo caso omiso. Siguió acariciando la mejilla de Kazumi como si todo fuera sobre ruedas ahora.
               –Ella… Alfred, ella tiene que irse –Linus secundó las palabras de la mujer, asintiendo levemente con la cabeza–, estará bien, todos cuidaremos de ella y…
               –Eso no era lo que habíamos acordado –Dijo, colocando una mueca seria y más angustiada –. Yo la cuidaré.
               –No. Ellos te perseguirán –La mujer intentaba sonar razonable, despreocupada, pero nada en ese momento podía sonar como gustaría.
               Alfred soltó un sollozo, casi desplomándose, y Linus se acercó a sujetar a Kazumi sobre su regazo, la cual empezaba a quedarse dormida.  
               –Alfred, ya no puedes huir, deb… –La voz de la mujer se quebró, quedando aislada por una clara y confiada interrupción.
               –No voy a huir, Olivia.
La mujer frunció el ceño, dándose cuenta de que, por una vez en mucho tiempo, Alfred volvía a ser el que era antes, sin embargo la seguridad de ello podía desvanecerse en cualquier momento, o simplemente las palabras que acababa de formular el viudo formaban parte de una pequeña mentira. Olivia se quedó observando los siguientes movimientos de Alfred: metió la mano en el bolsillo de su pantalón, extrayendo de él un cordón de cuero trenzado, el mismo que había llevado Yuna durante los últimos meses atado de su muñeca, y lo colocó dentro de la toalla de franela de la niña. Olivia tragó saliva y seguidamente suspiró.
               –No me has entendido, si huyes ahora…
               –Sé lo que va a pasar esta noche –Alfred relajó los músculos de la cara, notándose así las facciones marcadas y distinguidas de su rostro, flaco y flácido. Apretó los labios y se alejó de su hija; estaba exhausto –. Está bien, todo está bien. Cuidad de Kazumi, mantenedla alejada de cualquier influencia marina hasta que sea el momento adecuado y sobre todo… –Apretó los dientes –, no dejéis de hablarle de Yuna.

               Alfred suspiró y se dejó caer una vez más en la hamaca que había detrás, asumiendo lo que ocurriría pasados unos minutos y sin embargo, se mostraba indiferente. Confiaba en ellos, de no ser así no les habría cedido a su hija, y tal vez sólo eso le hacía pensar que si él se iba, se iría en paz, porque hasta esa noche, hasta Kazumi, no había habido nada que pudiera querer más que a Yuna. Posó ambas manos sobre los reposa brazos y clavó la mirada en sus náuticos de tela marrón, desgastados y sucios, esperando oír las pisadas de Olivia y Linus marchándose de allí, y después, ese sordo y con suerte fugaz ruido que le daría pasaje a lo que muchos conocían como ‘el cielo’.

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