Simo
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Akuma no mi
Varios
Desde hace un tiempo parecía que los pequeños mares me llamaban. Algo en mi hizo que un sentimiento, una fuerza o tal vez un desvarío por mi parte me llevó inconscientemente a llevar a La Perla hacia allá. Más concretamente acabamos en el mar del sur, en una isla reconocida por el peligro de vivir junto a unas aves extraordinariamente grandes, y de igual forma, extraordinariamente peligrosas. No sabía bien por qué había terminado ahí, pero ya que estaba hecha la ruta, no habría ml alguno en echar un vistazo.
–Muy bien chicos, ¡quién se viene a dar una vuelta! -Grité en el comedor, donde algunos se encontraban tomando algo de media mañana. No le parecía haber mucho ánimo por parte de la gente. -Sois unos sosos. Luego nos vemos. –Decía mientras me daba la vuelta y salía. La Perla se había detenido justo al lado de la costa. No parecía ser una isla muy transitada, así pues no habría problema en que se quedarse por ahí suelta. Al salir del comedor y observar la isla me llevé una pequeña sorpresa al ver lo que parecía ser grandísimos árboles que llegaban a unas alturas inimaginables. Eso no lo había leído en los libros. Cualquiera desde la lejanía podría afirmar que se trataban de montañas. Parecía ser que aquellas estructuras de madera se encontraban cubiertas con una manta de hojas tapando su esqueleto. Eso me daba ganas de jugar a los exploradores.
Salté desde la cima del barco para acabar haciéndole algo de daño al piso de arena que amortiguaba el golpe, como de costumbre. La playa era escasa, apenas dar unos cuentos pasos ya te adentrabas hacia la peligrosidad selva apenas profanada por el ser humano. Hacía un bonito sol, y la forma en que nos daba a la isla hacía que la arena brillara con un tono anaranjado, era bonito. De la misma forma, y aunque la selva se veía profunda y con grandes árboles, se podía iluminar el camino con el sol.
Según tenía entendido en esta isla no había más que habitantes “primitivos” –según su descripción– sin mucho contacto con el exterior y el resto del mundo. Por esa misma razón dejé mis hábitos de ocultación y fui con mis ropajes de samurái oscuros, mas, con todo mi rostro, mis katanas, descubiertas. Veamos que nos traía ese día.
–Muy bien chicos, ¡quién se viene a dar una vuelta! -Grité en el comedor, donde algunos se encontraban tomando algo de media mañana. No le parecía haber mucho ánimo por parte de la gente. -Sois unos sosos. Luego nos vemos. –Decía mientras me daba la vuelta y salía. La Perla se había detenido justo al lado de la costa. No parecía ser una isla muy transitada, así pues no habría problema en que se quedarse por ahí suelta. Al salir del comedor y observar la isla me llevé una pequeña sorpresa al ver lo que parecía ser grandísimos árboles que llegaban a unas alturas inimaginables. Eso no lo había leído en los libros. Cualquiera desde la lejanía podría afirmar que se trataban de montañas. Parecía ser que aquellas estructuras de madera se encontraban cubiertas con una manta de hojas tapando su esqueleto. Eso me daba ganas de jugar a los exploradores.
Salté desde la cima del barco para acabar haciéndole algo de daño al piso de arena que amortiguaba el golpe, como de costumbre. La playa era escasa, apenas dar unos cuentos pasos ya te adentrabas hacia la peligrosidad selva apenas profanada por el ser humano. Hacía un bonito sol, y la forma en que nos daba a la isla hacía que la arena brillara con un tono anaranjado, era bonito. De la misma forma, y aunque la selva se veía profunda y con grandes árboles, se podía iluminar el camino con el sol.
Según tenía entendido en esta isla no había más que habitantes “primitivos” –según su descripción– sin mucho contacto con el exterior y el resto del mundo. Por esa misma razón dejé mis hábitos de ocultación y fui con mis ropajes de samurái oscuros, mas, con todo mi rostro, mis katanas, descubiertas. Veamos que nos traía ese día.
Nibita Yagami
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Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Me encontraba subida en unas rocas, alado de la playa, vestida con ropas veraniegas, un pantalón pirata y una blusa blanca banca bastante suelta. Estaba pescando con una caña prestada que me había dejado uno del Black Lotus, me había dicho que allí, podría encontrar un pez muy raro, que solo se daban en esas costas. No sabia si creérmelo o no, pero por intentarlo no perdía nada, ademas de conseguir la cena para esa noche y que todos los demás compañeros me lo agradecerían. Llevaba como unos 7 peces de tamaño medio, metidos en un gran cubo negro que tenia a mi lado, en el suelo. El barco, en el que ahora viajaba, estaba atracado muy cerca de donde yo estaba, al otro lado de la playa y se podía ver perfectamente. Habían bajado la mayoría de sus ocupantes hacia la zona de la selva a investigarla y buscar otro alimento que no fuera pescado. En dirección contraria, un barco se había acercado a la costa, pero yo que no estaba atenta a eso, no me di cuenta y seguí intentando que algún maldito pez picara
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