La huida al filo de la luna. | Privado | Aslaug & Simo

Aquella tarde había sido bastante tranquila. Pasarla sola meditando en lo alto de una roca me sirvió para pensar con claridad. Aquella roca era especial, mamá siempre me decía que no la escalara pues era peligrosa llegar hasta ella y me podía caer, pero Eric me enseñó cómo tenía que hacerlo. Desde aquel momento se convirtió en un lugar especial para mí. Contenía vistas preciosas y mi mirada se perdía en los bosques infinitos. Era un lugar mágico.

Suspiré. ¿Qué habría más allá de aquellos bosques? Sé que había tribus y clanes como los nuestros, supongo que hostiles, pero aparte de ellos... tenía que haber algo más. Nunca salí de mi tribu y sus alrededores, decían que era peligroso.

Finalmente, el ocaso estaba llegando. En cuanto el cielo tomó un color naranja era hora de volver a casa. Pronto anochecerá y eso era peligroso. Había muchos animales salvajes y, ni los más fuertes de mi tribu, eran capaces de vencerlos. Me puse la lanza a la espalda y bajé la roca. Siempre se decía que bajar era más sencillo que subir, pero en este caso, no. El hecho de no ver por donde vas y acabar haciéndote daño en las manos por la fuerza de no resbalarse era incómodo.

Al fin llegué al suelo. Eché a correr antes de que anocheciera por completo; sin embargo, no me dio tiempo. Hoy era la noche de la reunión de los clanes, por tanto hombres y mujeres estarían ocupados emborrachándose y discutiendo sobre asuntos inútiles. Había escogido un buen día para que no se diesen cuenta de qué me había ido.

Tenía que recoger algunas cosas, a mi mascota y despedirme de Aldair, mi hermano pequeño. No me lo perdonaría nunca si me fuese sin verle. Todo era de noche. Una luna llena enorme iluminaba el cielo. Se veía perfectamente a pesar de que los árboles impidiesen la entrada de los halos de la luz de luna. Caminé con cierta parsimonia. Planteándome si todavía estaba haciendo lo correcto.

El silencio se cernía sobre el bosque, un silencio sepulcral. Todo era calma. No me gustaba, me daba mala espina. Solo escuchaba mi propia respiración hasta que me detuve. ¿Qué era ese sonido? Parecía... como si alguien estuviese ¿durmiendo? Es que si no no se escucharía tan bien. Seguí el ruido y saqué mi lanza. Tardé un poco en encontrarlo.

Era un hombre recostado en el suelo. Al lado había una hoguera. Lo miré de arriba abajo y lo apunté con la lanza. No tenía alas... ¿Se las habrá quitado como algún chamán? Sus ropas... son totalmente distintas. ¿Qué clase de persona era esta?

Nunca había visto algo igual… No era como nosotros; bueno, sí lo era, pero no poseía las alas que teníamos nosotros. Era una casualidad que en la noche, quizás la más importante de mi vida, me encontrase con un extraño. Estaba fascinada. Posiblemente con la oscura noche aquel chico no notase la expresión de sorpresa que mantenía en mi rostro, pero se podría decir que nunca antes me había sentido así, al menos desde que había salido a mi primera caza. Era un sinfín de aventuras, pero esta era distinta.

El muchacho habló. Me acerqué un poco silenciosa. La luz de la luna no alcanzaba para vernos con claridad. Lo miré de arriba abajo y mordí mi labio inferior. Cada gesto que hacía me asustaba, creía que en cualquier momento podría levantarse y matarme. Saqué la lanza con cuidado. El poco ruido que causaba era al mover los pies, pisando las ramitas y hojas del suelo. Esperaba que el chico no hablase en voz muy alta, a estas horas de la noche era fácil atraer a algún depredador.

-Shhh- Hice una mueca con los labios, posando el dedo índice sobre ellos.

Me agaché, tocando con una mano el suelo y con la otra apuntando al chico. Al parecer no se percataba de mi presencia, así que esperaba que con la mueca me advirtiese. No sabía cómo comunicarme con él. Lo primero es que su forma de hablar era bastante más fluida que la mía, como si el dialecto no fuese el mismo.

-Tú, hombre, tú – Dije en voz baja, sin dejar de mirarlo. Le pinché en la pierna con la lanza para que se levantara. – Tú debes estar callado, hombre. Hay peligro… - Susurré. – Despierta. Dime tu nombre, extranjero.

Miré al cielo. La luna cada vez cambiaba de posición más rápido. No podía esperar a que amaneciese o sino tendría que volver a esperar una reunión de los clanes. ¡No! Esta era mi oportunidad de huir, no me detendría ante nada. ¿Por qué perdía el tiempo interesándome en un extranjero? Me puse de pie.