[pasado][Privado] Viejos conocidos. [Dexter & Kimura]

“Volando, volando. Siempre arriba…” tarareaba Dexter, despegando desde Jaya tras observar cómo un barco comenzaba a ascender a unos pocos cientos de metros. La Knock-Up Stream era buscada por mucha gente, pero algo le decía que la nave no subía de forma intencional. Tal vez que estaban en ella cuando sucedió, quizá los gritos desesperados que escuchaba al ascender o que el barco se partiera, literalmente, en dos.

Comenzó a volar tras la popa del barco, la única sección que todavía se encaminaba al cielo, mientras se obligaba a ignorar la gente que moriría al caer al mar, tratando de agarrar a la gente que simplemente caía por la borda. “Uno, dos, tres…” y no podía transportar más, al menos no así. Pero tenía una manera de solucionarlo.

Escamas azules y poco a poco creció, mientras las alas de su forma linaje crecían, hasta tomar una envergadura desplegada de unos treinta metros, casi más grande que el propio barco, y rugió fuertemente, tratando de alertar a los que se hallaban dentro para que saltaran.

Cien metros, doscientos, trescientos… Y con cada aleteo una poderosa ráfaga de viento bajo él. Algunos Marines se revolvían, aterrados por lo que estaba sucediendo, intentando huir, mientras al dragón no le quedaba más remedio que atrapar a los demás con la boca, lo que hacía la situación algo incómoda. Más por él, que cuando atrapó el tercero empezó a costarle respirar, pero tampoco debía ser agradable que te metan en una boca. Debía comprenderlos, al fin y al cabo.

Y con lo que al final fueron nueve hombres (uno en cada garra, tres en la boca y un par atenazados a su cuerpo), acabó llegando a tierra. ¿Cómo demonios había llegado a tierra? Y es que, al parecer, en el cielo también había islas. No era un hecho desconocido, ya que incluso Alex Drachen, su viejo amigo desaparecido, era poseedor de una, pero nunca lo había visto con sus propios ojos. Y, por lo que parecía, todo estaba rodeado de nubes.

-Bajando ya, señores. Esto no es un taxi- dijo, tras escupir a los hombres que llevaba en la boca. Les había salvado la vida, así que tenía derecho a hacerlo-. En fin, ahora me vais a contar qué hacíais tan…

Un estruendo lo interrumpió. A unos metros de él el barco (o los restos de barco, más bien) acababa de aterrizar de forma algo… violenta. Pero al fin y al cabo había ido recogiendo a los que caían ante él, y se desentendió del cacho de madera que eran los restos del casco, pero ahora que se fijaba había presencias en él: Dos muy débiles, una de ellas apagada casi al momento y otra que se apagó cuando la tercera, una que ya conocía, se acercó. ¿Kimura? El marine que conoció en Lnveel y que ahora era su “enemigo”. La verdad es que siempre lo encontraba de formas raras, y a su alrededor siempre se agolpaba la muerte. “En fin…”.

Se acercó calmadamente a la zona del choque, seguido de lejos por un grupo de Marines que lo miraban con demasiada cautela incluso cuando volvió a su forma humana, casi más incluso. “Perfecto, soy famoso”, pensó, recordando su negra fama como asesino. Tras matar a dos Yonkous el gobierno ya ni debía saber si buscaba realmente ayudar al gobierno o construirse un trono. En cualquier caso, ni siquiera Dexter tenía claro hacia dónde se orientaba.

-¿Por qué siempre que te encuentro estás al lado de un cadáver? Deberías dejar esas manías, son malas para la salud- sonrió-. Especialmente para el muerto de turno.

No sabía cómo iba a reaccionar el Marine ante el reencuentro, pero estaba listo para cualquier reacción y, en el peor de los casos, siempre podía ignorarlo y construir algo. Tantos palos iban a hacer de hoy un día fantástico.

Kimura pareció reconocerlo, pero del mismo modo sintió como si el Marine hubiese vivido en una burbuja durante los últimos cuatro años. ¿Gente que iba tras su cabeza? Eso era agua pasada, al menos de momento. Aún estaba en lista de espera para aquella dichosa reunión con el Gobierno y tratar aquel asunto pendiente hacía ya tanto... "En fin, al menos ya han decidido atenderme", sonó en su cabeza, y comenzó a sumirse en sus pensamientos hasta que una frase lo hizo reaccionar.

-¿Qué?- dijo, incrédulo. No podía ser que de verdad alguien, tras ser salvado (o haber podido ser salvado de tener caído por la borda), aún pudiese creer que tenía la más mínima intención de hacerle daño. Claro que en la Marina la gente era siempre muy especial, como los idiotas que había en la tripulación de Krauser hasta que éste desertó-. ¿Por qué no iban a tener sentido? Todo lleva en una dirección y un único sentido. Mis actos son vectoriales, y de una manera u otra siempre me llevan a lo mismo. Aceptar lo que soy y vivir según mis propias normas.

-¡Teniente Hayate!- gritó uno desde atrás. Perfecto, ahora los lerdos que no sabían ni dar los buenos días aparecía en escena. ¿Con qué intención?-. El barco ha sido destrozado- las risas de Dexter interrumpieron al Marine, que mató con la mirada al Pirata-. Si el Shichibukai me deja terminar... El barco está destrozado, pero por la Knock Up Stream, no por enemigos. Y nos faltan ocho hombres, incluido el comodoro, que estaba en la Proa del barco.

Vaya, al parecer había autoridad en aquel contingente pero ya no. ¿Acaso un comodoro de la Marina era tan estúpido como para no tener cuidado con las corrientes ascendentes? Casi parecía como si se lo mereciese, pero a nadie debía desearle un destino tan cruel... ¿O sí? Difícil cuestión a dirimir, aunque él no lo habría matado sólo por ser estúpido. La naturaleza sí.

-En fin, Kimura... Siendo más serios- dijo, ignorando al hombre, que llevaba un sombrerito pequeño y estúpido en la cabeza-, ni Zero ni Kirito eran mi gente. Respecto a ayudar a la Marina me temo que eres una excepción y, obviamente, mis actos tienen sentido, aunque no espero que los entiendas- su voz ganó la seriedad y se sentó en el suelo, mirando directamente a su interlocutor-. ¿Y tú? ¿Ya has encontrado el significado de la justicia? Llegué a oír que entraste en la flota de Lion D. Karl... ¿Hallaste justicia ahí?

Había cierto desdén en su mirada, pero no pretendía ser maleducado. Simplemente lo había ofendido insinuando que era de aquella clase de gente que mata por matar. Todo era parte de un plan mayor, y aunque no estuviera bien matarlos era mucho mejor que exponerlos a las torturas que recibió Kogato en Impel Down... "No soy un asesino, Kimura. Tampoco un héroe, pero no mato por placer...".

Sólo esperaba ver lo que decía a continuación su interlocutor.

Pudo escuchar con calma las palabras de Kimura, y le hizo un gesto para que se sentase cuando pidió permiso. Tampoco lo necesitaba, no era que lo pidiese para cosas que le importaban más, como tacharlo de asesino o juntarlo con gente de la calaña de Kirito... Aunque en cierto modo Kirito no era tan distinto a Legim, y el propio Shirokami veía el parecido entre ambos... ¿Qué se le iba a hacer? Dejó las divagaciones mientras atendía a las palabras del Teniente, que dijo no ser tan distinto a él...

-No sabes cuánto te equivocas- dijo, en voz baja, casi con un suspiro, tratando de no interrumpirlo demasiado.

¿Así que se había dado cuenta de la corrupción en la Marina? Era una buena noticia, aunque habría estado mejor que lo supiera antes de unirse. Pese a todo, esperaba que supiese que irónicamente la mayor muestra de justicia la había llevado a cabo Karl. Había luchado por la libertad de todos, aunque con una perspectiva de odio y un mensaje de muerte; no era el hombre indicado, y sus actos eran criminales, pero su voluntad era más limpia que la de los demás. Kurotora, el antónimo de la Justicia, despertando una visión más justa del mundo.

-Es normal que exista la corrupción en un Gobierno que controla el mundo. ¿No has pensado que da igual cuánta gente ponga la mano sobre la mesa? Siempre hay una mano más fuerte que la detiene. Los Marines son duros con la gente, el Cipher Pol en todas sus agencias es excesivo y una calaña de asesinos. Sólo persiguen dos metas, la mayoría de agentes del Gobierno: Preservar el orden y enriquecerse. No dudo del amor patrio, de la defensa de los inocentes o de los sueños de gloria, pero la mayoría de la gente no es así. El mundo ha perdido su camino, Kimura; alguien tiene que ayudar a recuperarlos...

Hizo una pausa, mirando al cielo. Sin nubes se veía todo más azul, más puro, más claro. Las tierras del cielo eran un lugar maravilloso para tomar un descanso, tal vez algún día se retirase a una definitivamente. Sería una bonita historia, el hombre que abandonó el mundo perdiéndose en las nubes... Muy romántico en cierto modo, aunque supiera que si llegaba el momento preferiría abandonar la vida activa en Orange. Aunque quedaba tanto para poder hacer eso... Y todo era más complicado, ahora que ella también tenía precio.

-No sé cómo explicártelo- dijo, con simpleza-. Para poder hacértelo entender necesitarías conocer demasiado sobre mí, y no sabes nada. ¿Tienes idea acaso de por qué llegué a tener recompensa? La verdad, no la versión que he escuchado en tabernas por Marines borrachos, por favor.

-Es cálido, ¿Sabes? Quitar una vida- comentó, viendo que el Marine no sabía a qué se debía su recompensa... O que la sabía demasiado bien desde una sola perspectiva-. Es curioso, porque nunca he querido ser un asesino y en realidad he cometido crímenes atroces; Entiendo que el Gobierno Mundial me vea tan peligroso, y que me llamaran al Ouka Shichibukai era sólo cuestión de tiempo, pero no sé... ¿Nunca te has planteado cómo es que se acepta agachar la cabeza ante un Pirata y aceptas que eres incapaz de cazarlo? Lo que se oye por ahí, y de eso estoy bastante enterado, es que Dexter Black mató a un Vicealmirante en una isla perdida del East Blue, y más tarde entró al cuartel de Shellstown para arrancarle el corazón al segundo de ese hombre, un capitán respetable y justo, querido por todos... Paparruchas.

Tocó su cinturón. Todavía llevaba la correa de Robin, tras tanto tiempo. Era curioso cómo las costumbres no se perdían, y no pudo contener un suspiro melancólico, casi decaído. Las cosas siempre cambiaban, pero no podía dejar que el pasado lo persiguiera. Tal vez Hayate fuera una persona adecuada para saber hasta qué punto estaba podrida la Marina; Tal vez él fuera capaz de cambiarlo antes de que el Apocalipsis llegara.

-Fue en un día cálido, en nuestro mar- dijo, con bastante calma, recordando aquel viaje en la Joya, cuando su bodega aún tenía un par de jaulas y el dinero era invertido en conciertos y hoteles-, en la isla en que nos conocimos. Lvneel; el hogar de Norland, y donde me habían dicho se ocultaba un criminal de medio millón de Berries. ¿Recuerdas cuando aquella cifra aún tenía significado? Hoy es calderilla, pero hace ocho años significaba tres meses de buena vida buscando al músico perfecto... Pero hubo complicaciones- se relamió los labios. Algunos Marines se acercaban a escuchar, con algo de recelo y disimulando su interés-. Irónicamente, las complicaciones no vinieron del criminal, que apenas se resistió. ¿Sabes que en el cuartel del North Blue se hacían prácticas de tiro sobre blancos vivos? Yo sí. Él era un niño, pero quién sabe por qué estaba ahí; no estaba esperando para ser ejecutado, estaba atado a una cruz para ser acribillado a balazos... No pude evitar liberarlo, o intentarlo.

Del bolsillo interior de su abrigo sacó tres carteles de búsqueda, los tres con su imagen. Uno con un millón de Berries por valor, el segundo con seis y medio y finalmente trescientos millones en el último. Los fue pasando lentamente, y leyó por un momento lo escrito a su puño y letra en el reverso.

-Aquí está: Huida de veinte Reclutas y un cabo, herir a otro, atentar contra propiedad del gobierno y alteración del orden público. Tengo que decir que todo es cierto, pero no iba a ir a prisión por quitarle las ataduras a un pobre preso. ¿Tal vez no me hubieran hecho nada? Aún recuerdo el sonido de la bala que dispararon rozando mi oreja, y el olor a pólvora... Y la sangre del chico que recibió la bala. El chico al que había liberado. ¿Hice algo incorrecto? Quizá fuera un criminal, pero no merecía morir así.

Se levantó con bastante calma, quitándose el polvo de los pantalones, y estiró las piernas. Le apetecía ver qué maravillas ocultaba aquel paraíso.

-No recuerdo cómo gané más recompensa, aunque puede que fuese en el East Blue ya, cuando intenté montar un altercado para atraer a la Marina y que los piratas de Kedra no arrasasen toda la vida del lugar. Lo que sí recuerdo fue esto- señaló el cartel de trescientos millones, y su tono se volvió serio de repente-. Creí que podría retirarme, casarme y tener una vida tranquila. Tras Loguetown la Marina no se debía centrar en mí, pero un Vicealmirante corrupto deseaba obtener el poder de mi Akuma no mi... Usó a mi mujer para atraerme a una trampa, y delante de mis ojos mataron a mi perro y a quien durante mucho tiempo consideré el amor de mi vida. Monté en cólera y acabé con quien disparó a Nadia, pero tuve que huir- era hora de empezar a caminar-. Empecé a entrenar sumido en un arrebato de venganza, y cuando fui fuerte volé a Shellstown, donde arranqué con mis manos el corazón de quien mató a mi perro. Pude sentirlo palpitar en mis manos, y escuché sus últimas palabras. Pero no sentí pena por él, era un sádico sin remedio y un cobarde con demasiados contactos... Yo no soy juez, pero no creo que nadie tenga derecho a culparme por vengarme de los que me quitaron todo. Al menos no creo que nadie pueda hacerlo con objetividad, claro. ¿Vamos a dar una vuelta? He oído leyendas sobre una ciudad de oro en este lugar- su rostro se veía crispado, pero trataba de mantener una expresión afable pese a sus escasos resultados. El recuerdo aún dolía.

El shichibukai escuchaba las respuestas que el Marine iba dando, aunque dudaba que hubiera sinceridad en sus palabras. Al fin y al cabo, no era la primera ni la última vez que un marine lo engañaría. "Si pudiera confiar en ti...", pensaba, mientras iba caminando junto a él, centrándose en la verdad detrás de aquella leyenda. ¿Shandora? La ciudad de oro que se había desprendido de Jaya, hacía ya... ¿Mil años? Se escuchaban historias sobre ella y que al parecer los Mugiwaras la habían llegado a ver, aunque tras tanto tiempo, si nunca nadie desde entonces la había contemplado no podía ser real, más ratándose de una región que exportaba al mundo cientos de diales al mundo; aunque todos sabían que Byakuro compraba el 90% de éstas. Probablemente si el cazador desapareciese las fábricas tuvieran un exceso de producción de diales de feromonas, y quebraran.

-Ya, ya...- dijo, para apaciguar los ánimos del marine-, muy bonito todo, pero ya está hecho.

Le sacaba algo de importancia al asunto, aunque le molestaba sobremanera haber tenido que contarle su historia. Si lo creía y lo contaba probablemente lo tildasen de loco, o Dexter tuviera problemas a la larga, y si no lo creía y le tomaba el pelo sólo serviría para alimentar más el resquemor de la Marina hacia él. "El Shichibukai que se hace el santo" y otros apodos no más cariñosos llegarían hasta él, y su juicio probablemente se viera enturbiado por las "mentiras" que había contado. Sólo eran verdades, pero no le extrañaría que el Gobierno actuase de esa manera. Al fin y al cabo tenían en nómina una plantilla de asesinos.

Se detuvo en seco, y observó con la boca abierta cómo la ciudad de oro de Shandora se alzaba ante él. O si no era Shandora, una ciudad de oro muy parecida a lo que contaban las leyendas. Oro y brillo, olía a tesoro. Quería que fuera suyo, y en menos de lo que duraba un pestañeo ya estaba corriendo de un lado a otro, contemplando, curioseando y toqueteando cada centímetro de ciudad con tanto cuidado y cariño que parecía una esposa tocando la ropa interior sucia de un amante marido. "Esto es... ¿Una figurita?". Había encontrado, finalmente, en medio de su curiosidad infinita, una estatuilla de oro de más o menos setenta y cinco centímetros de altura, con la cara que juraría era idéntica a Midorima, aunque no tenía ni piernas ni brazos, sino que su cuerpo era un torso infantil con muñones. Era hermosa en cierto modo. Aunque tal vez fuera falsa.

-¡Ey, cógela!- gritó, lanzando la estatuilla al Marine, para que la observara y le dijera el precio de mercado de aquel tesoro. Olía a oro, pero podían engañarlo, vaya-. ¿Crees que es genuina?

"Un momento... El oro pesa mucho. ¡Mierda!", pensó, dándose cuenta de lo que acababa de hacer.