La niña perdida (Moderado Nivel 1) [Árnau77]

Un nuevo día amanecía en el Archipiélago Arashi, el astro rey se asomaba en el horizonte iluminando cada pedazo de terreno de aquella zona del East Blue. Las calles de Kumo empezaron a irradiar vida, la gente salía de sus casas para ir a los respectivos negocios. En la parte del mercado se podía presenciar un nuevo inició  de jornada, que por las predicciones atmosféricas se avecinaba arduo e intenso, ya que el sol se mantendría impoluto sin que ninguna nube lo llegara a amenazar.

A primera hora de la mañana el bullicio  del gentío se instalaba en el mercado, el pescado y la carne fresca inundaba parte del ambiente, en los puestos el género ya estaba bien colocado y los vendedores gritaban sus precios para empezar su día a día. Todo aparentaba una enorme y gratificante tranquilidad sino fuera por  la pobre muchacha que lloraba desconsoladamente en la entrada de un callejón, junto al mercado.

La joven tenía el pelo castaño y sus lágrimas brotaban de sus ojos, recayendo por sus rojadas mejillas. Se pasaba una y otra vez la tela de su camisón por el rostro, con las intenciones de quitarse esas lágrimas que acababan goteando por la barbilla. La respiración entrecortada impedía a la chica expresarse de forma correcta, ya que sus palabras difícilmente se entendían – N..n.. e..ncu..tr.. a.. m.. m.mm.. – de vuelta a llorar – pa..dr..esss – intentaba coger aire, sin mucho éxito ya que estaba muy nerviosa - Lo..s. .h..e. pe..rd..odo.. - se acuclilló en el suelo abrazándose sus propias piernas, perdida y sin saber donde ir.

Niña llorando :

El Sol me iluminaba la cara mientras caminaba por el mercado de Kumo. Me había levantado muy temprano para hacer unos negocios en la isla más importante del archipiélago Arashi, pero no me habían ido muy bien, al final no había servido de nada ese viaje. Estos pensamientos me venían a la cabeza mientras miraba diferentes productos en ese bullicioso mercado. Cuando llegué en un sitio dónde vendían katanas me quedé un rato mirando. Nunca se sabía en qué lugar podrías encontrar una buena katana por un buen precio, y aunque tenía la katana que me dejó mi padre, no podía decir que fuera una katana estupenda.

Después de llegar a los comercios de provisiones un poco triste, ya que no había encontrado ninguna katana que me convenciera, oí unos llantos lejanos. Intentando encontrar de dónde procedían, di unas vueltas por esa zona, hasta encontrar una niña pequeña llorando en un callejón cerca del mercado. Al verla sola, recordé mis primeros días en el archipiélago. Mis padres habían muerto y me había quedado solo. Empecé a mendigar y gracias al dinero que me daba la gente conseguí aguantar unos días. Pero lo que me salvó de verdad, fue ese hombre que más tarde le llamé padre. Aún recuerdo como me alivió ver su sonrisa al decirme que había decidido adoptarme.

- Hola chiquitita, ¿cómo te llamas? – le pregunté.
- M… me… ll… lla… m… s – intentaba contestar la chica mientras no paraba de llorar, haciendo que fuera imposible entenderla.
- Eh, eh, no llores – le dije con amabilidad y con una sonrisa afectuosa –. Vamos a encontrar a tus padres. ¿De acuerdo?
Mientras alargaba mi mano para ayudarla, me dije a mí mismo que no dejaría que a nadie le ocurriese lo que me había pasado a mí. Nadie sentiría la misma tristeza que yo sentí si podía evitarlo.

La criatura alzó la mirada, observando a la persona que tenía delante. La muchacha seguía con esos ataques que le impedían respirar con normalidad y vocalizar cada una de las palabras que quería retransmitir al chico que tenía delante – M… me… ll… lla… m… s – volvía a derramar esas lagrimas por sus mejillas. Parecía ser que se tranquilizaba poco a poco, mientras el joven le hablaba la pequeña intentaba mantener el tipo y dejar de llorar. Ahora solo las lágrimas que desbordaron se mantenían por las mejillas, hasta que paso la manga de la chaqueta para limpiarlas.

Afirmó a cada palabra del desconocido – Me.. me.. llamo.. Annie… y y.. ¿Tú? – le preguntó al chico, que allí alzaba la mano para sujetar la de él, para incorporarse y dejar de estar arrodillada abrazándose sus propias piernas. Mantenía la mano sujeta, sin soltarla como si no quisiera perderse otra vez, ahora por lo menos no estaba sola y tenía a alguien para ayudarla a buscar a sus padres.

- Yo estaba con mis padres… pero… pero… - se le humedecían los ojos, pero la niña se envalentonaba junto al chico, que le reconfortaba tenerlo al lado – Se agrupó mucha gente y entonces solté la mano de mi madre… el cúmulo de personas me estiró y allí la perdí – baja la mirada entristecida – Caminé y caminé por el mercado, no les encontraba por eso me quedé aquí – se explicaba así Annie.

La muchacha se dispuso a caminar con el desconocido chico y justo en el momento en que iban a iniciar esa caminata, pudieron ver como en ese callejón sucedía una escena de lo más curiosa. La típica banda de tres “malechores” intimidando a una persona, parecía ser que intentaban robarle. No hacía falta ser un gran detective para deducir que esos tipos no tramaban nada bueno con el inocente que estaba arrinconado en la pared. Tres contra uno, realmente era una escena abusiva.

La niña, al verlo, se acomodó detrás de Johann D. Lawliet, buscando así su protección - ¿Pido ayuda…? – murmuró la chica que le sabía mal que abusaran de aquel muchacho.

- ¿Así que te llamas Annie? – pregunté con una voz suave para calmarla –. Mi nombre es Johann D. Lawliet. Encantado de conocerte – le comenté mientras cogía su pequeña mano y la levantaba del suelo.
- Estoy… en… encantada – decía la chica con timidez y apartando la vista un poco.
- Explícame como perdiste a tus padres, por favor.

Escuché atentamente sus palabras mientras la miraba con una sonrisa dulce y agradable, lo último que quería era que Annie tuviera miedo de mí. Cuándo acabó de contarme como perdió a sus padres miré hacia el mercado intentando encontrar a algún adulto que estuviera buscando a alguien, pero por desgracia mía no encontré a ninguno. No había ningún movimiento inusual entre las personas. Parecía que los llantos de la niña no había alertado a nadie excepto a mí. Cuándo descubrí eso, me sentí un poco triste por la chica que tenía a mi lado, mirándome con sus ojos (ya sin lágrimas) y agarrándome fuerte de la mano, como si no quisiera volver a repetir esa experiencia.

- Muy bien, vamos a dar una vuelta por el mercado a ver si encontramos a tus padres – dije mientras empezamos a caminar en dirección a la multitud de gente comprando –. Dime, ¿Cómo son tus padres y dónde los viste por última vez? – pregunté cuándo estuvimos saliendo del callejón.
Pero un ruido cortó mi pregunta e hizo que nos diéramos la vuelta. Tres personas estaban intimando a un chico, y parecía que, o le querían robar o le querían dar una paliza.  Annie al ver a esos hombres se escondió rápidamente detrás de mí, y con un susurro me preguntó si tenía que pedir ayuda. Al oír eso, me giré lentamente y cogí los hombres de Annie. Seguidamente le dije mirándola a los ojos que no necesitaba ayuda y que yo me encargaría de todo, que sería mejor que se escondiera y que no viera la pelea, también le aseguré que no dejaría que la dañaran. Después de haber dicho eso, Annie se escondió tras unas cajas que teníamos al lado y yo empecé a caminar lentamente hacia esos tres malhechores.

- ¿Qué quieres? – preguntó uno de los hombres al darse cuenta de que me acercaba a ellos –. No te acerques si no quieres que te matemos – me amenazaba al observar que mi paso era seguro y firme.
- Vamos chicos, tres contra uno es muy injusto – les dije con una sonrisa burleta –. Sería mucho más justo tres contra dos – comenté mientras desenvainaba mi katana y les apuntaba con ellos –. ¿Qué os parece, quién creéis que va a matar a quién? – les pregunté enseñándoles mi expresión más sádica, solo muy pocos la habían visto y la mayoría los había matado.

- Sí – afirmó la muchacha a las palabras del joven llamado Johann D. Lawliet; que recomendaba a la pequeña Anne esconderse  detrás de unas cajas. La niña, sin poner ningún tipo de impedimento y viendo que la situación era algo delicada, decidió hacerle caso sin ninguna queja. Se ocultó y quedó agachada sin curiosear la escena, por lo que se mantuvo ausente a la actuación de Johann.

El grupo de malhechores que se encararon contra el rubio recularon un par de pasos al ver esa katana, realmente aquellos individuos portaban una simple navaja, es decir, de todo el grupo solo tenían esa arma. La cara que puso Johann fue el detonante para que ese diminuto grupo abandonara aquel lugar, pero no fueron solo ellos… hasta el mismísimo tipo que habían atracado salió por patas. El rastro de dichas personas se difuminaba en una pequeña nube de polvo, salieron pitando como si les persiguiera el mismísimo demonio dejando esa nubecilla a su paso. Eran tres simples personas que buscaban darle el “palo” a otra, nada fuera de lo normal; todo había acabado en lo que parecía ser un simple mal entendido.

La niña seguía esperando, no pensaba moverse de detrás de esa caja hasta que el chico  de pelo rubio volviera a su lado. Se mantenía acuclillada y con la mano jugueteaba con las hormigas, sin llegar a matarlas, realmente la joven era muy adorable e inocente. En el momento en que Johann llegó, la joven alzó la cabeza saludando y añadiendo - ¿Las personas malas ya se han marchado? – preguntó sin mirar el callejón, esperando que le respondiera.

Después de dejarlo aclarado se dispuso a acompañar al rubio por la zona del mercado – Yo estaba por aquí y entonces la gente me apartó de mi madre, le solté la mano – dijo con un tono tristón en su voz - ¿Podemos ir por allí? Mis padres muchas veces van por aquella zona del mercado… - sin más preámbulos la joven fue avanzando hacia aquel rincón y luego exclamó - ¡Ohh! ¡Mis padres! – empezó a correr hacia un callejón algo apartado, aceleró su paso y se aseguró de que Johann le seguía.

Una vez introducidos en ese callejón, la niña se perdió por una puerta de madera. Johann pudo ver en su mejilla lágrimas derramadas, había llorado en silencio. En menos de 5 segundos el ciudadano se vio acorralado por un total de cinco personas, otras tres se mantenían al margen; eran los tipos del otro callejón y seguían con ese rostro temeroso.

- ¡Ya tenemos presa nueva! – comentó el que parecía ser el líder, un hombre corpulento y de gran constitución ósea; portaba como arma una cimitarra. Los otros cuatro tenían unas  espadas de poca calidad, pero afiladas. Por último, los tres de la otra vez, se mantenían al margen sin querer interrumpir, tenían mucho miedo.

- Anne lo hizo muy bien… Al fin y al cabo tendremos que felicitar a esa cría llorica - la voz gutural de aquel armario volvía a invadir el callejón - ¡Atacarle! y ¡No os dejéis intimidar, cojones! – ordenó.

De los cuatro individuos, dos se abalanzaron hacia Johann con intención de atacarle con la espada. Eran unos tipos ordinarios, no eran muy hábiles con dichas armas. El único problema aparente era el número, pero Johann podía ver claramente en sus posiciones que eran unos novatos. Ni siquiera se coordinaron en el ataque, primero fue uno con un corte descendente por el flanco izquierdo; el siguiente esperó a que su compañero se apartara de su trayectoria para lanzar un corte en horizontal de arriba abajo.

Las dudas se presentaban en juego ¿Anne había hecho que el rubio se dirigiera allí apropósito? ¿Estaría influenciada por aquel líder del grupo de mercenarios? ¿Tal vez amenazada bajo muerte? ¿Qué la utilicen para llamar la atención de futuras presas? Había muchas dudas en juego ¿Cuál sería la realidad? No nos olvidemos de esos tres pobres desgraciados, cagados de miedo que miraban la escena; aunque sus caras eran unos libros abiertos que decían " Quiero largarme de aquí "

Al ver a esos tres chicos alejarse de mí, me di cuenta de qué en realidad nunca habían pensado en hacerme daño, su intención era asustarme para que no me metiera.
« No importa, al fin y al cabo han aprendido una valiosa lección», me dije a mí mismo para no preocuparme más sobre mi actuación.

Acto seguido fui a ver a Annie y me alegro comprobar que no había observado esa situación, de haberlo hecho se podría haber asustado de mi reacción. Al preguntarme si las “personas malas” se habían ido asentí con mi cabeza suavemente. Entonces empezamos a caminar por el mercado mientras ella me describía a sus padres y me contaba divertidas anécdotas que había pasado con ellos. Cuándo me contó cómo había perdido a sus padres la noté un poco más apagada. Pero cuándo nos acercamos a un rincón dónde decía que sus padres venían a menudo, de repente se alegró.
- ¡Ohh! ¡Mis padres! ¡Los he encontrado! – exclamó mientras corría hacia ese callejón.

La seguí hasta que vi que Annie no estaba feliz, tenía toda la cara llena de lágrimas. Empecé a pensar cuál era el motivo de esa reacción hasta que me vi rodeado por 5 hombres. También vi al fondo a esos 3 chicos que había amenazado, se notaba que tenían miedo de que les matara; eran los únicos sensatos.

- ¡Atacarle! y ¡No os dejéis intimidar, cojones! – ordenó el que parecía el líder, era muy musculoso y llevaba una cimitarra. Los otros 4 hombres tenían espadas afiladas, pero nada más.

Dos de los hombres se acercaron para atacarme mientras desenvainaba mi katana, pero me sorprendió que no lo hicieran a la vez. El primer ataque me vino desde la izquierda, era un corte descendente que logré parar con la espada con bastante facilidad. Al lograrlo, vi que el otro chico se preparaba para atacarme, y antes de que empezara el ataque, utilicé mi katana para realizar un ataque en dirección al hombre el cuál me había atacado, mi corte iba dirigido a su cuello. Finalmente, el segundo individuo me atacó con un corte en horizontal de arriba abajo, lo único que tuve que hacer para esquivarlo fue dar un paso hacia atrás, consiguiendo que no me impactara su espada. Cuándo esta llegó a la altura de mis pies, me abalancé rápidamente hacia él y con mi katana apunté a su corazón. Mi objetivo era perforar su pecho, causándole una herida mortal.

Annie había entrado en una habitación, justo después de atravesar la puerta se escondió entre dos muebles abrazándose las piernas. Lloraba en silencio, no le gustaba hacer lo que hacía, pero el corpulento hombre de la cimitarra la obligaba, amenazándola en que nunca volvería a ver a sus padres si no le hacía caso. Así es como tenía a la joven, asustada bajo el advertimiento de que si no hacía lo que él quería, nunca le diría el lugar en que escondía a sus padres, secuestrados.

Mientras tanto, en el exterior sigue la escena del combate entre  Johann y los bandidos. El ciudadano pudo zafarse de forma satisfactoria de los primeros atacantes, acabando con la vida de los dos infelices hombres. Uno de los  difuntos presentaba un prominente corte en el cuello, por poco le seccionó la cabeza. Por otro lado, el segundo individuo tiene un orificio en el pecho a la altura del corazón, la muerte fue instantánea.

- ¡Seréis inútiles! ¡No servís para nada! ¡VOSOTROS DOS ATACARLE! – dijo señalando a la pareja que faltaba, en esos momentos; el trío que había más atrás abandonó la escena. Querían huir del tipo que acababa de sentenciar la vida de dos malhechores  y el supuesto líder que los coaccionaba.

El hombre de la cimitarra se mantenía a la espalda de sus dos compinches, iba a mirar de nuevo las habilidades de ese ciudadano desconocido. Debía de admitir que se movía bien y tenía cierta pericia con la espada.  

La pareja que se mantenía a una distancia prudencial, pasó a la acción. Esta vez, estos individuos presentaban una habilidad más coordinada. Propinando ataques consecutivos y desde diferente ángulo; aprovechándose de ser uno más. Uno de los delincuentes realizó un corte descendiente en diagonal; mientras el otro, al mismo tiempo propinaba una certera estocada por  el flanco derecho. Los cortes estaban bien coordinados, buscaban alguna pequeña brecha en la defensa del ciudadano.

El líder de ese grupo de bandidos, seguía mirando el combate analizando así la habilidad del ciudadano; que por el momento parecía sorprenderle de forma grata al erradicar con facilidad dos de sus hombres.

Al ver que mis dos contrincantes habían muerto, recordé por un momento a Annie. Quería saber porque motivo estaba con esos tipos, mi intuición me decía que ese “líder” la estaba obligando pero quería corroborarlo.

- ¡Seréis inútiles! ¡No servís para nada! ¡VOSOTROS DOS ATACARLE! – gritó el líder mientras señalaba los dos que habían observado como mataba a sus compañeros. Ese grito consiguió que mirara hacia aquellos dos hombres, parecían más experimentados que los otros dos. Al mirarlos, me di cuenta de que aquellos tres pequeños granujas que había asustado, se habían ido. Tal vez toda esa experiencia les ayudaría para comenzar una nueva vida.

Cuándo los dos hombres me empezaron a atacar comprobé que lo había adivinado. Ellos eran mil veces mejor que los que había derrotado anteriormente (aunque no era muy difícil), sus golpes eran más difíciles de  parar y esquivar, y aprovechaban al máximo que eran más que yo. Si continuaba solo esquivando acabaría muerto, tenía que contraatacar.

En ese instante empecé a observar a mis adversarios con más atención, intentando encontrar un punto débil por dónde atacar antes de que ellos encontraran uno en mí. Estuve como tres minutos sin poder hacer nada más que parar golpes o esquivarlos, hasta que al fin me pareció encontrar una debilidad en ellos. Me pareció irónico que la debilidad que había percibido era la misma que su fortaleza, el número.

Rápidamente ideé un plan: consistía en dejar que me rodearan (que uno estuviera delante de mí y el otro detrás) y esperar que atacaran los dos a la vez. Justo en ese momento me abalanzaría con rapidez hacia uno de mis dos lados esquivando los dos golpes a la vez. Si tenía suerte ellos dos acabarían con sus vidas por mí, pero sino podría acabar con ellos con un corte rápido aprovechando la confusión que habría causado mi plan.

Convencido de que funcionaría, me dispuse a empezar mi plan. Si funcionaba solo quedaría ese maldito líder.

El líder de aquel grupo seguía con los brazos cruzados, atento a los movimientos de aquel desconocido que iba venciendo a los miembros de su banda. El corpulento hombre, tenía su cimitarra envainada en la gran funda que colgaba en su espalda.

Los dos bandidos intentaban herir al espadachín llamado Johann, pero el joven se movía con una facilidad extraordinaria; aunque cada vez le costaba más evadir esos golpes. El combate se hacía intenso y escasos centímetros separaban el filo de las armas en producir algún que otro corte. La niña, Annie, se mantenía oculta en esa especie de pequeño almacén; no quería escuchar lo que sucedía fuera por lo que se tapaba las orejas con las manos, evitando de esa manera el característico ruido del acero al cortar el aire.

El grandullón se mantenía viendo como Johann evadía todos los ataques, aunque esta vez estaban mejor coordinados aquel ciudadano se movía a buen ritmo, evadiendo todo ataque. Por el momento, la gente del mercado no se percataba de lo que sucedía en aquel callejón apartado del núcleo de gente, una gran carpa de tienda ocultaba la entrada al cúmulo de personas que se centraban en esa zona de la ciudad de kumo.

Los ojos del líder se abrieron, podía ver las intenciones del escurridizo ciudadano. Johann había saltado hacia uno de los extremos, sorteando de esa manera un  ataque consecutivo de los dos bandidos. Los atacantes se dieron cuenta de la maniobra del espadachín, por lo que no llegaron a cortarse entre ellos mismos.

Johann estaba en perfectas condiciones, delante suyo solo tenía uno de los tipos, ya que el otro estaba detrás. El rápido corte que realizó impacto de pleno en el primero de los enemigos, pero algo no entraba en sus esquemas. El tipo, que salió airoso de ese ataque, el que estaba detrás del primero; apuñaló con su espada el cuerpo de su compañero. Dicha acción hizo que el filo del arma lo atravesara de forma literal, dejando que la hoja de la espada pasara rozando el muslo de Johann. Fue una maniobra rápida, el desgraciado había utilizado la cobertura, que le permitía el cuerpo del bandido que quedó entre ellos dos, para atacar por sorpresa. No le importaba matarlo sin con eso conseguía quitarle la vida al espadachín entrometido.

- ¡VAMOS QUE YA ES TUYO! – el líder pudo ver esa maniobra y hasta le gustaba, el cabronazo era algo sádico y frío.

Después de ejecutar mi plan, vi enseguida que no saldría como lo había planeado, pero al menos conseguí herir gravemente a uno de los dos. Después de cortarle, me giré para comprobar dónde estaba el otro pero lo que vi me sorprendió mucho. Él había utilizado el cuerpo de su compañero para realizar un ataque por sorpresa, afortunadamente ese ataque no fue mortal (aunque también influyó el hecho que mi adversario no pudiera verme mientras me atacaba). Su katana me hizo un corte en el muslo, aunque por suerte fue más un rasguño que un corte.

Mientras oía cómo el líder animaba a su hombre, se me acudió otro plan que pensé que funcionaría. Antes de que mi rival acabara de sacar la espada de su compañero, le di una patada muy fuerte al hombre muerto. Eso haría que mi rival perdiera el equilibrio (ya que aún tenía la espada en el cuerpo del cadáver) y no pudiera atacar. Al dar la patada analicé la parte del cuerpo dónde había clavado la espada mi enemigo y mentalmente situé mi adversario detrás del muerto.

Sin esperar ni un segundo más, empecé a clavar mi katana en el fallecido para que impactara a mi contrincante y así conseguir matarle. Clavé mi katana unas diez veces (ninguna en el mismo sitio) hasta que pensé que mi atacante tendría que estar muerto. Entonces di un salto hacia atrás para evitar más ataques sorpresas como los que yo había hecho y había recibido, rápidamente corte un trozo de tela de uno de los cadáveres que estaban en el suelo. Todo eso lo hice sin dejar de observar al líder y mi presuntamente muerto enemigo (no quería llevarme más sorpresas) y rápidamente me vendé mi “rasguño”.

Cuando acabé me dirigí al líder y con un grito le pregunte:
- ¿Quiénes sois y porque me habéis atacado? ¡También quiero que me cuentes todo lo relacionado con Annie! – le exclamé mientras tenía en mi mano mi katana, preparado para atacarle en cualquier momento.

Aquel combate seguía en el solitario callejón, cerca del mercado de la ciudad de Kumo. El líder de aquella banda de bandidos, seguía observando aquella pelea que mantenían sus hombres contra el desconocido y habilidoso espadachín. Para ser sinceros, ni el rival del ciudadano, ni tampoco el líder se esperaron aquella ingeniosa y fría reacción por parte de Johann. El rubio contratacó de una forma poco habitual, la patada al fallecido hizo que su enemigo se desequilibrara y no pudiera defenderse de las 10 estocadas que recibió; murió en el acto.

La situación parecía igualarse cada vez más, en esos momentos había cuatro cuerpos en el suelo. Los cadáveres de aquellos bandidos, iban tiñendo pequeños charcos de un colo rojizo a su alrededor. En el momento en que el corpulento hombre escuchó las palabras de Johann, inició una serie de aplausos alabando de esa manera la actuación del rubio.

- Bien, bien, bien… ¡Espectacular! ¡Realmente maravilloso! - sus graves palabras resonaban en ese recinto – Podrías ser un gran compañero en la banda ¿No te interesaría unirte? – en la voz de aquel bandido, no había temor, estaba seguro de lo que decía. Había visto potencial en aquel ciudadano, podía explotarlo y aprovecharse de él en esas situaciones que requiera de alguien habilidoso – Has logrado acabar con la vida de varios hombres ¡Recibiendo un pequeño rasguño en una de las piernas! – el hombre hablaba abiertamente, sin pudor alguno y con frialdad, ni se inmutaba por los fallecidos bandidos.

- Annie… esa muchacha… - se quedó unos instantes pensativo, meditando las siguientes palabras – He secuestrado a sus padres, ahora está a mis órdenes y si las incumple… sabe que acabaré matándolos – soltó una sonora carcajada, el tipo era muy cabrón – Pero… si aceptas a unirte conmigo. Llevaré a la muchacha junto a los suyos y la dejaré en paz ¿Qué opinas? Por lo menos, podrías decirme tu nombre. Me llamo Rick y lidero una banda en la ciudad de Kumo – el grandullón de la cimitarra esperaba las palabras de aquel espadachín.

Mientras tanto, Annie seguía escondida con las orejas tapadas; no escuchaba ni veía nada, no quería, tenía miedo y se sentía culpable de lo que le hubiera podido pasar a Johann.

Al oír las primeras palabras de ese líder me empecé a enfurecer, no le importaba nada las vidas de sus esbirros. Mientras le miraba y escuchaba, me agaché y cogí suavemente la espada de uno de los muertos. Cuándo acabó de hablar me dirigí a él:

- Me llamo Johann, Johann D. Lawliet, y aunque ahora no conozcas mi nombre, en un futuro todo el mundo lo hará. Respecto a unirme a tu banda, tengo ciertas dudas – decía mientras me acercaba a él. Al decir la palabra “dudas”, le lancé la espada que había cogido con anterioridad a su busto como si se tratase de una jabalina, dudaba que eso le matara (incluso que le tocara), pero al menos serviría para ponerle en guardia. – Creo que al final no me uniré. Pero tranquilo, Annie volverá a ver a sus padres dentro de muy poco. Por cierto, mi nombre te lo he dicho para que sepas quién te mató. Deberías estar muy orgulloso, una rata como tú morirá por un hombre con un futuro prometedor como yo – le amenacé mientras empezaba a dibujar una imagen sádica en mi rostro.

Quería matarle, eso estaba claro, pero antes le torturaría para saber dónde se encontraban los padres de esa inocente niña. Empecé a correr hacía el mientras levantaba mi katana, ese sería su último combate.

El grandullón escuchó las palabras pronunciadas por Johann D. Lawliet, aquel espadachín rubio se presentó ante ese líder. Su respuesta negativa al unirse a su banda, hizo que el grandote sonriera con cierta incredulidad.

- ¡¿Dudas a mi petición?! – parecía un tipo que no le gustaba que le llevaran la contraria, muy autoritario se le veía - ¡Tengo que advertirte que ese futuro nunca llegará! – berreaba sujetando con firmeza la cimitarra. Allí que el hombre se percató del rápido movimiento del rubio, lanzándole aquella espada. El mercenario desvió esa arma con un golpe de su espada, haciendo que acabara empotrándose contra una de las paredes del solitario callejón.

- Respuesta equivocada muchacho, vas acabar mordiendo polvo – las palabras del espadachín hicieron que aquel individuo se cabreara, sujetara con firmeza esa cimitarra que blandía en una correcta posición, a simple vista se podía ver que tenía nociones en el manejo de esa arma.

- Si no decides unirte ¡Nunca te rebelaré en que cueva de la salida norte están sus padres! – allí que podía ser todo lo gruñón y corpulento, que en algunos casos su inteligencia brillaba por su ausencia. Ni siquiera, se había dado cuenta de la información que había revelado.

Al percatarse de los movimientos de Johann, el líder sujetó a uno de los fallecidos que estaban en el suelo, de los primeros que había matado el rubio, y lo lanzó al espadachín. Ese cuerpo inerte salió despedido, rebelando la fuerza que tenía el bandido. El tipo no cesó en sus movimientos, que intentó anticipar las acciones de Johann para asestarle un golpe horizontal, por el flanco derecho. La hoja de la cimitarra cortaba el aire, era un golpe potente y el filo abarcaba mucha distancia. Lo único positivo… que el mercenario no era muy rápido, aunque sus reflejos no debían ser subestimados.

Como me había imaginado, la espada que había lanzado no había sido muy efectiva, el líder de esa banda la había desviado con facilidad. Después de amenazarle, ese grandullón me había demostrado su inexistente inteligencia, sin querer casi me había dicho el paradero de los padres de Annie.

Al acercarme a él, me lanzo uno de los cadáveres, rápidamente lo esquivé yendo a mi derecha y cuándo pude ver otra vez a Rick, observé sorprendido cómo estaba a punto de hacer un corte horizontal desde mi izquierda (afortunadamente ese tío era muy lento). Mientras su cimitarra iba haciendo su recorrido hacia mí me acuclillé para así evitar que la cimitarra pudiera impactarme. Impulsándome con los pies y las piernas, salté horizontalmente hacia delante (sin aumentar mi altura, esquivando la cimitarra) encontrándome con los tobillos de Rick. Cogí la katana con mi mano izquierda y la puse de tal forma, que con el impulso que había cogido con el salto, pudiera cortar sus tobillos con facilidad. Si lo conseguía, podría decir que ya había ganado.

El cruce entre ambos contrincantes había sucedido en escasos dos segundos. Rick se había percatado de su error, lo había subestimado a gran medida y allí estaba pagando sus consecuencias. Sus pies se habían separado de su cuerpo y eso hizo que el grandullón besara el suelo, los gritos de dolor y sufrimiento resonaban en aquel solitario callejón. - ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHH! – rodaba de un lado a otro, retorciéndose en el suelo. Poco a poco se iba formando un gran charco, la sangre emanaba de esas dos extremidades inferiores - ¡SI ME MATAS NUNCA REBELARÉ LA EXACTA POSICIÓN DE SUS PADRES! –

El fantástico movimiento del espadachín llamado Johann, fue ejecutado a la perfección. El rubio, entró en el interior de la defensa de aquel bandido y con ese impulsó rebanó ambos pies. Fue una gran táctica, aprovechar la inercia de su rival para adelantarse a sus movimientos y cesar ese combate sin matarlo por el momento. - ¡AYUDAME! ¡Y TE LO DIRÉ TODO! ¡TE DEJARÉ EN PAZ! – allí que el temor de la muerte, se veía reflejado en el rostro de aquel grandote, no quería morir. Haría lo que hiciera falta para salvarse y observaba el rostro del ciudadano, demostrando así cierto temor.

Me pareció extraño comprobar que todo había salido según lo planeado. Había conseguir derrotar a ese líder de una forma muy rápida y eso me gustó. Al oír sus gritos me dispuse a salvarlo por el momento. Le empujé hacia una pared y con dos espadas de sus esbirros, clavé esas enormes manos a la pared. Oír su grito me encantó, era espectacular lo bien que se sentía al ver a ese hombre sufriendo por mi corte. Pero no tenía tiempo para quedarme a escuchar sus gritos. Rápidamente cogí las ropas de los diferentes cadáveres que se encontraban en el suelo y vendé los tobillos de aquel líder. Los vendajes no estuvieron muy bien hechos (aún no llevaba mucha práctica con eso) pero me servían, habían tapado la hemorragia de sus extremidades inferiores.

- Muy bien, dime dónde se encuentran los padres de Annie. A no ser que quieras disfrutar un poco más de dolor – le dije mientras cogía mi katana. No me importaba tener que torturarlo, sabía que al final conseguiría la información.

A causa del dolor y la pérdida de sangre, Rick no podía defenderse. Johann no tuvo que hacer mucho esfuerzo para ir empujando al tipo hasta la pared, simplemente lo que llegaba a pesar el corpulento hombre. – Por favor… te diré lo que quieras… pero… pero… ¡AAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHH! ¡HIJO DE PUTA! – soltó de repente, al notar una de esas espadas clavadas en sus manos. Pero allí no acabó la cosa, que la otra quedó igual de empalada. Los gritos resonaron por todo aquel callejón, era peor que un cerdo en una matanza. El hombre lloraba y agonizaba por ese dolor, ni siquiera se percató de los vendajes que le aplicaron en las extremidades inferiores para detener esa hemorragia. - ¡ERES UN MONSTRUO! ¡SUELTAME! ¡ESTAN EN UNA CASA ABANDONADA A LAS AFUERAS! ¡POR LA ZONA NORTE, CERCA DEL BOSQUE! ¡SUELTAME! – suplicaba el grandullón.

Por otro lado, Annie estaba en aquella habitación con las manos en los oídos, no las separaba ya que no quería escuchar nada de nada. Tenía miedo por lo que le podían hacer al rubio, todo por su culpa; ella misma le había engañado… pero todo lo hacía por volver con sus padres, pero, se sentía culpable y miserable. Las lágrimas volvían a brotar por sus mejillas, lágrimas de verdad.

Rick daba pena, me había contado dónde se encontraban los padres de Annie de una forma muy rápida, aunque podía ser que solo me hubiera mentido.

- Más te vale que sea verdad, o sino vas a sufrir mucho más dolor de lo que te puedas imaginar – le dije mirándole fijamente a los ojos, quería que viera mi sed de sangre –. Por cierto, ¿Hay alguien más que hayas encerrado aparte de los padres de Annie? – le pregunté, quería liberar a todos los que ese matón había encerrado o amenazado.

Después de escuchar su respuesta, me dirigí rápidamente al lugar dónde supuestamente estaban los padres de Annie (no había desatado a Rick, no quería que hiciera ninguna tontería más). Al llegar a esa casa, abrí la puerta prudentemente mientras cogía mi katana con una mano (no quería sorpresas) y me asomé mirando el interior.

- ¿Hay alguien que tenga una hija llamada Annie? – lancé la pregunta esperando que los padres de Annie vinieran hacia mí. Quería comprobar que fuera verdad lo que me había dicho Rick, después de asegurarme volvería a por Annie.

- ¡Eres un cerdo demente! ¡Psicópata! ¡Voy a morir! – berreaba Rick, con claro gesto de dolor y lágrimas en los ojos; estaba muy asustado. - ¡He dicho la verdad! ¡Lo juro! ¡Llévame al Hospital! ¡No quiero morir! – allí que intentaba hacer fuerza para soltarse, pero el filo de las espaldas hacían el orificio de sus manos más grande. Gritó de nuevo de dolor, aquel sufrimiento empezaba a ser sobrehumano y la tensión en el cuerpo del grandullón era más que palpable. - ¡Nadie más! ¡Solo los padres de Annie y aquel trío de pringados que se escaparon! – Al ver que Johann se alejaba alzó de nuevo su voz - ¡CABRONAZO! ¡NO ME DEJES AQUÍ! ¡TE ARREPENTIRÁS! – seguía amenazando, era un auténtico cobarde, mientras se iba se volvía muy autoritario.

<< Aquel desgraciado volverá… le haré chantaje para que le entregue la llave… sí… >>

Cuando el rubio llegó a la casa ubicada en el lugar que dijo el líder de los bandidos, pudo percatarse de que la casa estaba abandonada. Allí, en el interior no había nadie exceptuando los padres de Annie. Se encontraban en una especie de celda de gruesos barrotes y gran cierre, se necesitaba una llave para entrar.

- ¡Somos nosotros! – una voz femenina surgió entre la oscuridad, el padre había recibido una paliza y estaba en el suelo inconsciente. - ¡Donde está mi hija! ¡¿Quién eres tú?! ¡Ayúdanos! ¡Por favor! ¡La llave la tiene el corpulento hombre! ¡Lleva una cuerda alrededor del cuello y allí le cuelga! ¡No nos dejes aquí! -  estaba desesperada y llorando, allí estaba la madre mientras se encontraba sentada al lado de su marido, inconsciente.

El grandote pudo ver como Johann volvía - ¡JA! ¡LLEVAME A UN HOSPITAL Y TE DIRÉ DÓNDE ESTA LA LLAVE!  - todo creído él, que el muy cerdo seguía aguantando como un jabato.

Me percaté de esa celda en el momento que mis ojos empezaron a ver en la oscuridad. Podía ver claramente las dos personas que se encontraban encerradas dentro de la celda, una mujer y un hombre (parecía que le habían dado una paliza), sin duda eran los padres de Annie.

- Me llamo Johann y vuestra hija se encuentra en un lugar seguro, ahora mismo os la llevaré. Respecto a la llave, ese hombre que la lleva está derrotado, creo que no me será muy difícil cogerla – le dije con una sonrisa, no quería que esa mujer se preocupara más de lo que estaba – Voy a buscarla y ahora vuelvo.

Rick se encontraba en el mismo sitio (tampoco es que pudiera irse) pero estaba mucho más confiado que antes. Quería negociar conmigo, a cambio de la llave le tendría que llevar a un hospital. Sus exigencias me sacaron de quicio, le di una patada en la cara para que se diera cuenta de su situación.

- Tu trato no me parece justo, ¿Qué te parece el mío? Me dices todo lo que quiero saber y no te torturaré – le comenté con una sonrisa sádica, no quería que ese hombre se creciera –. ¿Por qué encerraste a los padres de Annie?  ¿Es verdad que la llave se encuentra atada a tu cuello? Responde la verdad, si prefieres no sufrir más daños innecesarios.

La madre suspiró aliviada, las lágrimas recaían por sus mejillas. Por fin alguien iba a ayudarles a salir de aquel asqueroso lugar, la mujer se puso a cuidar a su marido que iba despertando poco a poco. El hombre aturdido, miró el rostro de su pareja que reflejaba felicidad. - ¿Y Annie…? – preguntó levemente – Está a salvo cariño… pronto vendrán a rescatarnos – su sonrisa contagió los labios de su hombre, sonriendo también.

Por otro lado, cuando Johann llegó al lado de Rick pudo verlo en la misma posición en que lo dejó. El grandullón escuchó cada palabra del rubio y le sentaron como patadas en los huevos, no estaba en posición de negociar de forma activa; solo podía esperar a que ese hombre le perdonara la vida – Vale… no me tortures… - cedió el líder después de esa patada en la cara. Luego al saber que era conocedor del lugar en que llevaba las llaves de la celda… ya no podía hacer nada – La tengo en el cuello…- luego negó con la cabeza –No quiero que me hagas más daño por favor – estaba destrozado, tanto físicamente como mentalmente. El dolor había llegado a límites que no podía soportar y respondía a cada una de las palabras del ciudadano - Quería… a esa muchacha para tener más presas y robarles el dinero… ¡No los maté! ¡Ayúdame!—allí que le suplicaba entre lágrimas rebelando todas aquellas intenciones que había tenido.

Por otro lado, Annie seguía en aquella sala con las orejas tapadas. Acurrucada en un rincón junto a un armario, sin mirar al exterior y teniendo la vista en el suelo. Su cuerpo temblaba un poco por el miedo, seguía sintiéndose culpable.

Rick estaba destrozado, quería ser libre a toda costa, incluso me daba un poco de pena. Pero no podía perdonarle todo el daño que había causado a Annie y a sus padres.

- Bien, bien, te creo – le dije suavemente para que se calmara. Mientras cogía la llave le empecé a consolar –. Todo ha pasado, ya no te haré más daño, puedes dejar de tener miedo.

Le quité las dos espadas que tenía clavadas en las manos, pero antes de que reaccionara le corte el cuello con una de las dos armas. Rick no merecía la vida después de lo que había hecho, pero tampoco merecía más dolor (ni físico ni psicológico), así que para acabar con su sufrimiento le maté rápidamente sin que notara nada.

Entré en la casa dónde Annie se había escondido y la econtré llorando, la abracé y le dije en el oído que todo había acabado, que volvería a ver a sus padres muy pronto.

Rick no se dio cuenta de nada, murió sin sufrimiento alguno; después de la muerte tenía el mismo rostro de dolor por la pérdida de los pies y el apuñalamiento de las manos. El cuerpo quedó tendido en el suelo y la cabeza a medio metro, la sangre brotaba por el cuello formando un gran charco alrededor del fallecido bandido. El cuadro de aquel callejón era digno de enmarcar, varios cadáveres y gran cantidad de sangre.

Annie seguía agachada y asustada, tenía mucho miedo. Cuando escuchó la puerta ya se imaginaba el rostro de Rick y se preparaba para recibir los gritos como castigo. Se quedó más apretada y alzó algo la mirada, allí se encontró con el rostro del rubio llamado Johann escuchando que todo había acabado; se estrechó en su abrazo mientras sollozaba.

- ¿Johann? ¡Johann! – las lágrimas dejaron de brotar, se limpió las mejillas saliendo de su escondite. - ¿Estas bien? ¿Qué ha pasado? – preguntó curiosa, intentando ver lo que había en el callejón. - ¿Están todos muertos? – dijo mirando al rubio a los ojos, la muchacha se quedó segura al lado de él – Por cierto… lo… lo siento yo… ¡Yo no quería  traerte aquí! Pero… pero… mis papis… los tiene Rick y… tenía que hacerle caso sino los iba a matar… lo siento mucho – sus lágrimas volvieron a descender por sus mejillas.

Mientras tanto, los padres de Annie seguía en aquella celda esperando. El padre necesitaba algo de ayuda ya que le vendría bien visitar un hospital para que le curasen las heridas. La madre estaba desesperada, necesitaba ver a su hija sana y salva, quería salir de esa celda fuera como fuera pero poco podía hacer desde dentro. Por el momento la pareja se quedó entre esos barrotes abrazándose, dándose ánimos esperando que su hija apareciera por aquella puerta. Debían de recompensar al salvador, ese muchacho rubio que les encontró; debían de agradecerle su valerosa acción.

- Tranquila, estoy bien, no me hecho nada – le dije calmadamente para tranquilizarla –. No mires el callejón, te lo recomiendo, no te gustará la visión – no quería que viera esa escena, podría quedarse traumada toda la vida –. Ya sé que no lo hiciste con maldad, y también sé que te amenazaban con tus padres. Pero tengo un regalo para ti – le enseñé la llave mientras hablaba con ella –. Entonces, ¿quieres ir conmigo a ver a tus padres?

Llevé a Annie hacia esa casa (le tapé la cara al salir de dónde nos encontrábamos para que no viera los cadáveres) y al entrar vi la cara de alegría de la madre de Annie. Abrí la celda con la llave y entre para observar el estado del padre de Annie mientras la madre la abrazaba. Las heridas que tenían no eran muy graves pero se necesitaba atención.

- Voy a llevarlo a un hospital – le comenté a la madre mientras miraba al padre.

La niña afirmó a las palabras de Johann, la alegría era reflejada en su rostro como un libro abierto – Gracias… ¡Gracias! – abrazó al rubio y allí que afirmó a no mirar en el callejón. – Sí, quiero ir con mis padres ¡Por favor! – le suplicó.

Annie cerró los ojos cuando salió de aquella casa, notando como el ciudadano le impedía ver. Después se puso a caminar junto a Johann dirigiéndose a la casa que había en las afueras de la ciudad. La muchacha entró en el interior y pudo ver a su madre detrás de esos barrotes, luego a su padre tendido en el suelo. La niña se puso a llorar y una vez Johann abrió las puertas madre e hija se unieron en un profundo abrazo. La mujer besuqueó a su criatura, para luego acercarse a su padre. El hombre abrió los ojos y se incorporó con algo de dolor, juntándose en ese abrazo.

- Gr..a..cias… - la voz tosca del hombre resonó, agradeciendo a Johann su actuación. La madre se unió a aquellos agradecimientos al igual que Annie. El herido aceptó de buen grado la ayuda del rubio, por lo que se apoyó en él para empezar a caminar mientras que la hija y la madre los seguían dirección al hospital.

- Te recompensaremos… por tu ayuda… y por salvar a nuestra hija ¿Cómo te llamas? – preguntó el padre mientras avanzaba.

Una vez en el hospital los médicos se pusieron manos a la obra para tratar las heridas del hombre, no eran muy graves, alguna que otra costilla rota y hematomas varios. Mientras tanto la madre se quedó con Annie y Johann.

- Estaremos agradecidos de recompensarte por tu ayuda, de verdad – expuso la madre con una sonrisa en los labios, debían de agradecer la actuación del desconocido ciudadano.