Steve
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Akuma no mi
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Límite de tiempo : Sin fecha límite.
Escenario : Isla totalmente deshabitada por el ser humano y alejada de la mano de Dios, es montañosa, tiene un pequeño bosque muy frondoso en el centro y hay un poblado en ruinas, abandonada hace mucho tiempo en el sur, la unica zona sin montañas.
Turnos :
- Número aleatorio (1,2) : 1
2 - Empieza Iliana.
Condiciones :
- Sin muerte, pero se conservan cicatrices.
- Isla neutral, a ser posible no del Gobierno y en algún Blue.
-Experiencia según normas.
Iliana Markov
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En la costa, a unas decenas de metros de la playa había una carabela anclada con la bandera del reino de Hallstat, un fondo rojo con dos barras blancas cruzadas formando una X, con una corona laureada en el centro. Bajo esa bandera ondeaba una segunda que mostraba, sobre un fondo blanco, una torre con un escudo superpuesto con una M mayúscula dorada. Esta otra no era otra que el escudo de armas de la casa Markov, la familia del rey. Justo frente al navío, en la playa, se alzaba un pequeño campamento con tiendas de campaña al borde de la selva. En dicho campamento se podían observar varias enseñas con las banderas anteriores. El lugar estaba lleno de hombres con diferentes vestimentas, algunos de los cuáles parecían marineros. Otros llevaban armaduras de cuero y armas cuerpo a cuerpo tales como lanzas cortas o espadas. El aspecto en general de los hombres era similar: la característica tez pálida de los hallstatianos y pelo de tonos oscuros.
De repente una gran conmoción se formó en el campamento. Se escuchaban gritos, y una multitud de hombres se acercó a la tienda más grande. El griterío parecía venir del interior del grupo, procedente de una única persona. De repente la multitud se dispersó un poco, y los del centro tiraron frente a la tienda a un chico joven, de pelo castaño largo. Este parecía bastante asustado, y cuando se levantó para huir, el resto lo rodearon para que no tuviera salida. En el interior de la tienda, molesta por los ruidos, Iliana frunció el ceño y cerró el libro que estaba leyendo. "¿De qué va todo esto? Más les vale tener una buena razón para molestarme, o vamos a tener un problema." Con un suspiro, dejó el libro a un lado y se levantó del cómodo almohadón sobre el que reposaba. Recogió un elegante mango de katana negro sin hoja y se lo enganchó al cinto, y salió de la tienda con una mirada inquisitiva.
- ¡Silencio todos! Sargento, ¿qué está pasando aquí? - inquirió, con voz autoritaria.
A pesar de la juventud de la princesa y de su aspecto inocente, nadie se atrevió a desobedecer la orden. Sabían lo peligrosa que era. Ya había dejado a un guardia reposando cama de la paliza que le dio por derramar su desayuno sin querer, y desde entonces eran conscientes de lo importante de no contrariarla. El aludido dio un paso adelante y agarró de los pelos al chico que la multitud había traído, obligándolo a levantarse.
- Hemos sorprendido a este truhan intentando robar, alteza.
- ¿Y para eso me importunáis? ¿Es que sois idiotas? - contestó, arqueando una ceja - Dadle el castigo habitual.
- Pero princesa, era a vos a quien estaba robando. Fue sorprendido intentando escaparse con esto - replicó el soldado, levantando un collar de oro con el emblema de los Markov.
La chica entrecerró los ojos. Eso cambiaba mucho las cosas... tal vez sus guardias no fuesen tan idiotas como pensaba. De hecho... siendo así las cosas podía divertirse mucho. Con una sonrisa malévola, metió la mano en una bolsa que llevaba al cinturón y sacó una galleta. Le dio un mordisco mientras miraba con sorna al chico, pensando en el mejor castigo posible. Se le ocurrían varias maneras, pero ninguna lo suficientemente divertida. Al fin y al cabo las torturas públicas estaban muy vistas, y aunque su gente ya supiera de su carácter, tampoco quería que supieran hasta qué punto llegaba. Podían tolerar a una líder dura y violenta, pero si mostraba su lado más sádico delante de ellos tal vez las cosas cambiaran para mal.
- Muy bien... el castigo a un plebeyo en Hallstat por semejante crimen normalmente sería la muerte. Has atentado contra un miembro de la realeza, chico - dijo, regodeándose en la expresión de terror de este - Sin emb...
- ¡Soy inocente! - gritó, fuera de sí - ¡Yo...!
- ¡No interrumpas a la reina! - lo reprendió el sargento, dándole un puñetazo en el estómago.
- Sin embargo - continuó Iliana - Hoy me siento generosa. Te daré una oportunidad para sobrevivir. Incluso podrás llevarte lo que has robado. Te soltaremos en la jungla... si sobrevives, habrás ganado tu libertad y tu vida. Sin embargo, no volverás a viajar con nosotros, y a partir de hoy quedas exiliado de Hallstat. Si te capturamos, serás ajusticiado como te mereces. Sargento, dadle el collar y liberadlo.
Algo extrañado, el oficial murmuró un "sí, alteza" y obedeció sus órdenes. En cuanto la multitud de guardias y los curiosos (mayormente marineros y sirvientes) se hubieron apartado, el chico salió corriendo como una centella hacia la selva. Entonces Iliana comenzó a reírse cruelmente, y se giró hacia el oficial.
- Dadme una daga, o un puñal. Lo que tengáis. Ese hombre no es digno de mi acero.
- Pero vos...
- Dije que lo liberaría, sargento - puntualizó - No que no fuese a darle caza. Si logra darme esquinazo, entonces se habrá ganado su libertad.
"Pero no lo hará" pensó. No había hombre en aquel lugar más veloz que ella. Tal vez Drake, pero el chico lobo no estaba presente. Se había ido a cazar para la cena. Cogió el puñal que le tendió otro de los guardias y entonces comenzó a caminar hacia los árboles tranquilamente. De repente se paró y se agachó, colocándose en una posición como si fuera una atleta preparándose para una salida de carrera.
- ¡Tsukiakari!
De repente salió disparada a una velocidad endiablada, internándose en la jungla. Esquivaba los árboles, raíces y obstáculos con unos reflejos envidiables, haciendo que le ralentizaran bastante poco para el ritmo que llevaba. No tardó demasiado antes de ver al chico. "¡Ya eres mío!" pensó, al tiempo que una mueca desquiciada se dibujaba en su rostro. Dio un fuerte salto que terminó en la espalda de este, derribándolo y haciéndole caer de bruces sobre el suelo. La chica quedó sentada sobre su espalda.
- Oh, lo siento - dijo, con una voz falsamente inocente - ¿Te he hecho daño?
Se levantó y le metió un fuerte pisotón en la espalda, devolviéndolo al suelo mientras intentaba incorporarse y causándole un fuerte grito de dolor. Con una risa sádica, Iliana se agachó rápidamente apuñalando su mano derecha.
- Tranquilo... no te apures - le susurró dulcemente al oído - No morirás aun, no. Primero me divertiré sacándote hasta el último de tus hermosos lamentos de dolor del cuerpo. Así que aguanta todo lo que puedas, por favor.
Los gritos del chico se mezclaron con la risas de ella, resonando el sonido por toda la jungla cercana. La tortura había comenzado.
De repente una gran conmoción se formó en el campamento. Se escuchaban gritos, y una multitud de hombres se acercó a la tienda más grande. El griterío parecía venir del interior del grupo, procedente de una única persona. De repente la multitud se dispersó un poco, y los del centro tiraron frente a la tienda a un chico joven, de pelo castaño largo. Este parecía bastante asustado, y cuando se levantó para huir, el resto lo rodearon para que no tuviera salida. En el interior de la tienda, molesta por los ruidos, Iliana frunció el ceño y cerró el libro que estaba leyendo. "¿De qué va todo esto? Más les vale tener una buena razón para molestarme, o vamos a tener un problema." Con un suspiro, dejó el libro a un lado y se levantó del cómodo almohadón sobre el que reposaba. Recogió un elegante mango de katana negro sin hoja y se lo enganchó al cinto, y salió de la tienda con una mirada inquisitiva.
- ¡Silencio todos! Sargento, ¿qué está pasando aquí? - inquirió, con voz autoritaria.
A pesar de la juventud de la princesa y de su aspecto inocente, nadie se atrevió a desobedecer la orden. Sabían lo peligrosa que era. Ya había dejado a un guardia reposando cama de la paliza que le dio por derramar su desayuno sin querer, y desde entonces eran conscientes de lo importante de no contrariarla. El aludido dio un paso adelante y agarró de los pelos al chico que la multitud había traído, obligándolo a levantarse.
- Hemos sorprendido a este truhan intentando robar, alteza.
- ¿Y para eso me importunáis? ¿Es que sois idiotas? - contestó, arqueando una ceja - Dadle el castigo habitual.
- Pero princesa, era a vos a quien estaba robando. Fue sorprendido intentando escaparse con esto - replicó el soldado, levantando un collar de oro con el emblema de los Markov.
La chica entrecerró los ojos. Eso cambiaba mucho las cosas... tal vez sus guardias no fuesen tan idiotas como pensaba. De hecho... siendo así las cosas podía divertirse mucho. Con una sonrisa malévola, metió la mano en una bolsa que llevaba al cinturón y sacó una galleta. Le dio un mordisco mientras miraba con sorna al chico, pensando en el mejor castigo posible. Se le ocurrían varias maneras, pero ninguna lo suficientemente divertida. Al fin y al cabo las torturas públicas estaban muy vistas, y aunque su gente ya supiera de su carácter, tampoco quería que supieran hasta qué punto llegaba. Podían tolerar a una líder dura y violenta, pero si mostraba su lado más sádico delante de ellos tal vez las cosas cambiaran para mal.
- Muy bien... el castigo a un plebeyo en Hallstat por semejante crimen normalmente sería la muerte. Has atentado contra un miembro de la realeza, chico - dijo, regodeándose en la expresión de terror de este - Sin emb...
- ¡Soy inocente! - gritó, fuera de sí - ¡Yo...!
- ¡No interrumpas a la reina! - lo reprendió el sargento, dándole un puñetazo en el estómago.
- Sin embargo - continuó Iliana - Hoy me siento generosa. Te daré una oportunidad para sobrevivir. Incluso podrás llevarte lo que has robado. Te soltaremos en la jungla... si sobrevives, habrás ganado tu libertad y tu vida. Sin embargo, no volverás a viajar con nosotros, y a partir de hoy quedas exiliado de Hallstat. Si te capturamos, serás ajusticiado como te mereces. Sargento, dadle el collar y liberadlo.
Algo extrañado, el oficial murmuró un "sí, alteza" y obedeció sus órdenes. En cuanto la multitud de guardias y los curiosos (mayormente marineros y sirvientes) se hubieron apartado, el chico salió corriendo como una centella hacia la selva. Entonces Iliana comenzó a reírse cruelmente, y se giró hacia el oficial.
- Dadme una daga, o un puñal. Lo que tengáis. Ese hombre no es digno de mi acero.
- Pero vos...
- Dije que lo liberaría, sargento - puntualizó - No que no fuese a darle caza. Si logra darme esquinazo, entonces se habrá ganado su libertad.
"Pero no lo hará" pensó. No había hombre en aquel lugar más veloz que ella. Tal vez Drake, pero el chico lobo no estaba presente. Se había ido a cazar para la cena. Cogió el puñal que le tendió otro de los guardias y entonces comenzó a caminar hacia los árboles tranquilamente. De repente se paró y se agachó, colocándose en una posición como si fuera una atleta preparándose para una salida de carrera.
- ¡Tsukiakari!
De repente salió disparada a una velocidad endiablada, internándose en la jungla. Esquivaba los árboles, raíces y obstáculos con unos reflejos envidiables, haciendo que le ralentizaran bastante poco para el ritmo que llevaba. No tardó demasiado antes de ver al chico. "¡Ya eres mío!" pensó, al tiempo que una mueca desquiciada se dibujaba en su rostro. Dio un fuerte salto que terminó en la espalda de este, derribándolo y haciéndole caer de bruces sobre el suelo. La chica quedó sentada sobre su espalda.
- Oh, lo siento - dijo, con una voz falsamente inocente - ¿Te he hecho daño?
Se levantó y le metió un fuerte pisotón en la espalda, devolviéndolo al suelo mientras intentaba incorporarse y causándole un fuerte grito de dolor. Con una risa sádica, Iliana se agachó rápidamente apuñalando su mano derecha.
- Tranquilo... no te apures - le susurró dulcemente al oído - No morirás aun, no. Primero me divertiré sacándote hasta el último de tus hermosos lamentos de dolor del cuerpo. Así que aguanta todo lo que puedas, por favor.
Los gritos del chico se mezclaron con la risas de ella, resonando el sonido por toda la jungla cercana. La tortura había comenzado.
Diana de Carlein
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Desembarcaron en la primera isla que Diana vio con terreno totalmente depresivo. La zona era montañosa, con mucho terreno que lograba tapar la vista del horizonte a través de ella. Según lo que podía observar con el catalejo, habían zonas ruinosas dispersadas por todo el terreno que se fundían entre bosques muy densos que impedían estudiar más el lugar al que se dirigían. Se agarró bien el camisón y comenzó a caer, mostrándose segura ante la longitud que había hasta el pequeño velero. Un brazo negro la recogió a mitad de camino y la aupó de tal forma que descendió frágilmente hacia el suelo. Colocó su mano derecha por un momento en la boca y aguantó una posible arcada. Una vez pudo tocar bien el suelo, restregó sus ojos y miró al hombre que le había permitido volar por unos segundos. Antes de poder decir nada, comenzó a hablar, sonriendo mientras se apoyaba en la barandilla. Era una persona que irradiaba seguridad y, sobretodo, muy alentadora. Se sentía segura y era alguien digna de elogio: era la primera discípula a la que él mismo le había otorgado el título. Una excusa para, quizás, aliviar la conciencia de apartar a su mujer e hijas y dirigirse a la caza del asesino de un antiguo camarada y amigo. Si Diana era la descendiente espiritual del sujeto que tuvo el poder para partir una isla por la mitad, y lograba ser igual de fuerte que él, lograría recuperar la memoria. Porque él también pasó por lo mismo y lo único que podía hacer era aconsejarla y moldearla a un carácter más altruista hacia los demás. Pero se resignaba. Diana era un alma libre, algo que había tenido en su propio subconsciente desde que tenía recuerdo del primer movimiento que hizo.
-Este es un buen lugar para empezar, mi querida discípula.- La voz le interrumpió, obligando a que se centrara en la figura que tenía delante de ella.
-¡Pero maestro!...- Intentó replicarle en vano, ya que fue cortada inmediatamente.
-No seré blando, Diana de Carlein. Dices querer ser una señora de la caza y recuperar tu memoria. Tienes el talento y lograré hacer de ti una de las mujeres más fuertes del mundo si confías en todo lo que te diga. Puedes y debes sobrevivir.
Bajó la cabeza, en una mezcla de tristeza y orgullo. Era incluso extraño para la jovenzuela el estado sentimental en el que se encontraba en aquel momento. Separó los labios un poco y movió la lengua para entonar cualquier cosa, pero nada salió. ¿Por qué confiaba de aquella forma en la Pecadora Perdida y, lo más importante, por qué tenía la necesidad de seguir sus órdenes? El alma libre de Carlein, la fugitiva eterna de la Cacería que reclamaba la sangre de la princesa para festejar que la victoria era suya a través de las generaciones. Agitó la cabeza intentando no sumergirse en sus debates internos una vez más para después agarrar al antiguo señor de la caza y ahora su mentor, fundiéndose entre su pecho y sintiendo por última vez el calor que recibiría por semanas. La figura paterna en la que encajaba el papel de Dark le otorgaba una fuerza de voluntad cuasi infinita. Aguantó cada golpe, resistió cada caída y demostró tener el coraje suficiente como para ser la aprendiz de uno de los mejores espadachines del mundo. No sería buena con las armas en sí, pero su cuerpo, frágil y a la vez duro -como si de un diamante se tratase- era su propio utensilio de guerra. La pasión por el entrenamiento que transformaba en beneficios y la sed por el conocimiento que volvía sabiduría no parecía tener un límite visible a corto plazo. Cada día amanecía con una magulladura más y cada noche descansaba con una nueva experiencia ganada.
-Dirígete al noroeste cuando puedas. Y ten cuidado con la persona que permanezca de pie.- Le explicó, con un tono calmado y autoritario. -No puedes contra esa persona.
-¿A qué se refiere?- Le preguntó encogiéndose de hombros.
-Lo verás en su debido momento. Recuerda seguir la rutina diaria que establecí y practicar el haki en la mayor medida. E insisto- Tomó una larga pausa para clavar aquellas dos amatistas encima de la Pecadora -no te acerques a la persona que siga en pie.
Realmente odiaba cuando se ponía en aquella actitud tan posesiva, incluso sobreprotectora. Si realmente quería el bien para ella, le acompañaría hacia lo más denso de la selva y le enseñaría de forma retroactiva. ¿Cómo iba a reconocer a una persona que se encontraba tendida de pie en una selva inhabitada? Ruinas marchitas de lo que un día una poderosa civilización pudo ser. Suspiró pesadamente y después afirmó con la cabeza, mintiendo con aquel mismo acto. Solo esperaba que Dark no hubiese leído su aura y que hubiese adivinado sus verdaderas intenciones. ¿Debería tomarse aquella prohibición, como un reto al cual afrontar? Tal vez, y solo tal vez, le decía aquello para incitarla a ganar una nueva anécdota que contar en una taberna muy lejos de allá? Sí, debía ser eso. Pero Diana no pudo estar nunca más equivocada.
Tras despedirse y colocar bien a Soror Ignis, una de las espadas que su mentor le prestó para poder sobrevivir en un entorno totalmente hostil contra ella, se adentró entre el espejo follaje. Anduvo con cautela poniendo especial atención a cada sonido que venía desde el interior de la jungla, empezando desde simples animales apareándose hasta el límite del viento golpeando contra las ramas secas. El silencio, absoluto y redundante, se rompía a cada paso que daba. Cada hoja que pisaba, cada liana que cortaba. Nada la podía mantener oculta si la bestia o humano que campaba por la zona, defendiéndola o intentando sobrevivir como ella, se guiaba por las ondas acústicas. Frenó en seco, agitó los brazos y exhaló todo el aire para después inspirarlo en un una única bocanada. Corrigió su postura, echó el cuerpo hacia delante y movió la pierna izquierda, colocándola con delicadeza en una roca que sobresalía entre toda la tierra. Observó el suelo y a la vez levantó la mirada para centrarse en todo lo que el campo de visión le otorgaba ver. Logró continuar en un mayor silencio, resignándose a las pequeñas roturas de palos frágiles que caían debido a la temporada en la que se encontraban, madera seca y muerta que se rompía con facilidad. Y precisamente aquel silencio la guió hacia lo que parecía ser una mezcla de gritos de dolor con llantos de risa. Algo aterrador, pero no para la mismísima cazadora.
La que se encontraba de pie, ¿eh?... Murmuró, mientras salía de entre las sombras y caminaba con firmeza hacia una chica, al parecer la causante del dolor del hombre que exhalaba sus últimos suspiros de vida. La vida, algo tan frágil y que podía desvanecerse de un momento a otro. No era nadie para juzgar a la verduga ni la razón por la que había cometido aquel acto, ya que como quizás a la posible segadora del pobre desgraciado que yacía en sus pies, no le importaba en absoluto. Dio dos pasos más hacia delante y se preparó para todo lo que pudiese venir. Si esto era el entrenamiento que se le había destinado, lo recibiría con los brazos abiertos.
-Buenas tardes. Disculpe por entrometerme, pero a partir de ahora, será usted mi presa... Las niñas no deberían salir a la selva.- Le advirtió en un tono que rozaba lo irónico -Como persona educada y, sobretodo, paciente, le cedo el honor de presentarse después de mí. Me llaman Diana de Carlein. ¿Ahora, me permitirá saber antes de ser apaleada su tan insignificante sobrenombre?
A partir de aquel momento, esperó. Sonriendo, con una postura firme y amenazante. La pelimorena que se encontraba a unos metros de ella no parecía ser rival alguna. Tal vez una broma del maestro, intentó convencerse. Amplió aun más su sonrisa hasta el punto de ser sarcástica y entrecruzó sus brazos para cederle el turno a la frágil niña que tenía delante.
-Este es un buen lugar para empezar, mi querida discípula.- La voz le interrumpió, obligando a que se centrara en la figura que tenía delante de ella.
-¡Pero maestro!...- Intentó replicarle en vano, ya que fue cortada inmediatamente.
-No seré blando, Diana de Carlein. Dices querer ser una señora de la caza y recuperar tu memoria. Tienes el talento y lograré hacer de ti una de las mujeres más fuertes del mundo si confías en todo lo que te diga. Puedes y debes sobrevivir.
Bajó la cabeza, en una mezcla de tristeza y orgullo. Era incluso extraño para la jovenzuela el estado sentimental en el que se encontraba en aquel momento. Separó los labios un poco y movió la lengua para entonar cualquier cosa, pero nada salió. ¿Por qué confiaba de aquella forma en la Pecadora Perdida y, lo más importante, por qué tenía la necesidad de seguir sus órdenes? El alma libre de Carlein, la fugitiva eterna de la Cacería que reclamaba la sangre de la princesa para festejar que la victoria era suya a través de las generaciones. Agitó la cabeza intentando no sumergirse en sus debates internos una vez más para después agarrar al antiguo señor de la caza y ahora su mentor, fundiéndose entre su pecho y sintiendo por última vez el calor que recibiría por semanas. La figura paterna en la que encajaba el papel de Dark le otorgaba una fuerza de voluntad cuasi infinita. Aguantó cada golpe, resistió cada caída y demostró tener el coraje suficiente como para ser la aprendiz de uno de los mejores espadachines del mundo. No sería buena con las armas en sí, pero su cuerpo, frágil y a la vez duro -como si de un diamante se tratase- era su propio utensilio de guerra. La pasión por el entrenamiento que transformaba en beneficios y la sed por el conocimiento que volvía sabiduría no parecía tener un límite visible a corto plazo. Cada día amanecía con una magulladura más y cada noche descansaba con una nueva experiencia ganada.
-Dirígete al noroeste cuando puedas. Y ten cuidado con la persona que permanezca de pie.- Le explicó, con un tono calmado y autoritario. -No puedes contra esa persona.
-¿A qué se refiere?- Le preguntó encogiéndose de hombros.
-Lo verás en su debido momento. Recuerda seguir la rutina diaria que establecí y practicar el haki en la mayor medida. E insisto- Tomó una larga pausa para clavar aquellas dos amatistas encima de la Pecadora -no te acerques a la persona que siga en pie.
Realmente odiaba cuando se ponía en aquella actitud tan posesiva, incluso sobreprotectora. Si realmente quería el bien para ella, le acompañaría hacia lo más denso de la selva y le enseñaría de forma retroactiva. ¿Cómo iba a reconocer a una persona que se encontraba tendida de pie en una selva inhabitada? Ruinas marchitas de lo que un día una poderosa civilización pudo ser. Suspiró pesadamente y después afirmó con la cabeza, mintiendo con aquel mismo acto. Solo esperaba que Dark no hubiese leído su aura y que hubiese adivinado sus verdaderas intenciones. ¿Debería tomarse aquella prohibición, como un reto al cual afrontar? Tal vez, y solo tal vez, le decía aquello para incitarla a ganar una nueva anécdota que contar en una taberna muy lejos de allá? Sí, debía ser eso. Pero Diana no pudo estar nunca más equivocada.
Tras despedirse y colocar bien a Soror Ignis, una de las espadas que su mentor le prestó para poder sobrevivir en un entorno totalmente hostil contra ella, se adentró entre el espejo follaje. Anduvo con cautela poniendo especial atención a cada sonido que venía desde el interior de la jungla, empezando desde simples animales apareándose hasta el límite del viento golpeando contra las ramas secas. El silencio, absoluto y redundante, se rompía a cada paso que daba. Cada hoja que pisaba, cada liana que cortaba. Nada la podía mantener oculta si la bestia o humano que campaba por la zona, defendiéndola o intentando sobrevivir como ella, se guiaba por las ondas acústicas. Frenó en seco, agitó los brazos y exhaló todo el aire para después inspirarlo en un una única bocanada. Corrigió su postura, echó el cuerpo hacia delante y movió la pierna izquierda, colocándola con delicadeza en una roca que sobresalía entre toda la tierra. Observó el suelo y a la vez levantó la mirada para centrarse en todo lo que el campo de visión le otorgaba ver. Logró continuar en un mayor silencio, resignándose a las pequeñas roturas de palos frágiles que caían debido a la temporada en la que se encontraban, madera seca y muerta que se rompía con facilidad. Y precisamente aquel silencio la guió hacia lo que parecía ser una mezcla de gritos de dolor con llantos de risa. Algo aterrador, pero no para la mismísima cazadora.
La que se encontraba de pie, ¿eh?... Murmuró, mientras salía de entre las sombras y caminaba con firmeza hacia una chica, al parecer la causante del dolor del hombre que exhalaba sus últimos suspiros de vida. La vida, algo tan frágil y que podía desvanecerse de un momento a otro. No era nadie para juzgar a la verduga ni la razón por la que había cometido aquel acto, ya que como quizás a la posible segadora del pobre desgraciado que yacía en sus pies, no le importaba en absoluto. Dio dos pasos más hacia delante y se preparó para todo lo que pudiese venir. Si esto era el entrenamiento que se le había destinado, lo recibiría con los brazos abiertos.
-Buenas tardes. Disculpe por entrometerme, pero a partir de ahora, será usted mi presa... Las niñas no deberían salir a la selva.- Le advirtió en un tono que rozaba lo irónico -Como persona educada y, sobretodo, paciente, le cedo el honor de presentarse después de mí. Me llaman Diana de Carlein. ¿Ahora, me permitirá saber antes de ser apaleada su tan insignificante sobrenombre?
A partir de aquel momento, esperó. Sonriendo, con una postura firme y amenazante. La pelimorena que se encontraba a unos metros de ella no parecía ser rival alguna. Tal vez una broma del maestro, intentó convencerse. Amplió aun más su sonrisa hasta el punto de ser sarcástica y entrecruzó sus brazos para cederle el turno a la frágil niña que tenía delante.
Iliana Markov
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
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Hacía mucho que no se divertía tanto. El chico bajo ella intentando resistirse y huir, la suave presión del acero lacerando su piel, el calor de la sangre... ah, si alguna cosa podía encender su corazón con fuerza y hacer bullir sus emociones era aquello. Experimentó con el cuerpo del joven, retorciéndole los brazos sólo por el interés de ver cuánto aguantaban antes de romperse, e infligiéndole unas heridas muy similares a las que ella misma había recibido en la cámara de torturas del palacio real. Era muy irónico ver cómo tras el suficiente tiempo y dándole la posibilidad de ello a cambio de la libertad, la facilidad con que la víctima se convertía en verdugo. A cambio del fin de sus torturas, Iliana había dado buena parte de su humanidad, de su cordura y se había entregado alegremente a la crueldad y el sadismo. Así fue cómo la amable y sencilla chica campesina se había transformado en una sanguinaria princesa.
- Oh vamos, no me mires así... me partirás el corazón - dijo, en tono falsamente arrepentido - A quién quiero engañar... esa mirada de terror tuya sólo hace que desee seguir jugando contigo hasta que te rompas - dijo, apoyando el puñal sobre la garganta de su víctima - Ahora suplica. Te he dicho que supliques. Ruega por tu vida o te desuello como a un cerdo.
- Por... por favor, perdóname - dijo el otro, con la voz débil y ronca de tanto gritar.
- ¿Hah? ¿Desde cuándo un plebeyo se dirige a su princesa en ese tono? ¿Es que no sabes lo que es el respeto? Parece que tendré que enseñártelo por la fuerza.
Los gritos se reanudaron, mientras Iliana canturreaba una canción y "desnudaba" su torso. La sangre saltaba en todas direcciones mientras la hoja del puñal iba sajando cachos de piel y carne, que la chica terminaba de arrancar e iba lanzando a los lados. El ladrón, que ya tenía las cuatro extremidades destrozadas por las "atenciones" recibidas y como castigo por sus intentos de resistirse, tan sólo pudo observar impotente cómo mutilaban su cuerpo, soltando gañidos de puro sufrimiento.
- ¡Por favor, princesa, os lo ruego! ¡Perdonad mi miserable vida! ¡Haré lo que sea!
- ¡Oh! ¿Ves como no era tan difícil? - dijo con alegría. Entonces paseó el puñal por una de las heridas abiertas, provocando un nuevo grito y nuevas súplicas - ¡Sí! ¡Sigue suplicando! ¡Ruega por tu vida! - gritó, con una expresión de felicidad demente.
Entrando en frenesí, comenzó a lanzar puñaladas y cortes contra el chico, sin dejar de reírse en ningún momento. La emoción del momento, su víctima retorciéndose de dolor, el subidón de adrenalina... todo ello hizo que entrase en un círculo vicioso en que, cuanto más dolor causaba, más se emocionaba y más golpeaba con el arma al joven. En cuanto se dio cuenta, estaba apuñalando repetidamente al cadáver de su antiguo sirviente, con el rostro contraído en una mueca, el corazón a mil por hora y empapada de sangre. Jadeando, se levantó y buscó la camisa del chico, que antes le había arrancado para poder torturarlo a gusto. Se limpió las manos y la cara con esta, para luego tirarla a un lado.
- Ha sido maravilloso... - murmuró, con una expresión de placer.
La verdad es que cualquiera que la hubiera encontrado en aquel momento, hubiese pensado que era cualquier cosa menos una princesa: dejando a parte sus ropas (bonitas pero prácticas, en lugar de elegantes, y con el añadido de unos brazales protectores rojos), estaba llena de manchones de sangre seca y estaba totalmente despeinada. Por no mencionar los detalles del mango de katana sin hoja que llevaba a la cintura o el puñal ensangrentado de su mano derecha. Observó el cadáver, algo entristecida por que hubiese durado tan poco, y se dispuso a volver cuando de repente escuchó a alguien tras de sí hablándole. Cuando se giró, vio a una chica rubia que portaba consigo una espada. Qué gracia. Una chiquilla estúpida que seguramente temblaría de terror ante la mera mención del nombre de su padre llamándola "niña" y "presa". Esbozó una sonrisa y se lamió una mancha de sangre en la comisura de sus labios.
- Oh, ¿has venido a jugar, onee-san? - dijo de repente en un tono de voz angelical y con una expresión inocente y pura - ¡Qué bien! Mi amigo está ya un poco cansado, y se está echando una siesta.
De repente se puso en una pose como si fuese a comenzar a correr - Tsukiakari - murmuró para sí, activando la técnica. En menos de lo que dura un parpadeo, ya se había plantado junto a ella, apuntándole con el puñal a la garganta. Le sonrió malévolamente, y entonces alargó una mano para acariciarle la cara.
- Onee-san, tienes una piel preciosa. Sería una lástima que te la estropearan.
Aquella cerda se iba a enterar de lo que le ocurría a las puercas como ella. ¿Cómo se le ocurría aparecer por allí a intentar fastidiarle su momento de felicidad? ¿Cómo tenía la osadía de molestar a una princesa, y más aun, llamarla presa? "Está claro que ha cometido un error... aun no sabe que la presa aquí no soy yo, si no ella." Con la velocidad del pensamiento, apenas cuando terminaba de hablarle, alzó la mano del puñal apartándolo de su garganta y le lanzó un corte a la cara, más con intención de hacerle una herida dolorosa y que se la dejase marcada que de causarle un daño real. Aun no iba a matarla... ¿de qué servía romper los juguetes nuevos? Aun tenía muchos divertidos juegos pensados para ella... sí. Se divertiría mucho con aquella estúpida rubita. Tal vez incluso la despojase de su hermoso pelo. Tras eso, se apartó velozmente y retrocedió hacia el interior del pequeño claro con un mortal invertido, cayendo agazapada y con la vista clavada en ella, sonriendo dementemente. Se levantó sin dejar de mirarla, y dijo:
- Una zorra plebeya como tú no tiene derecho a escuchar mi nombre. Ahora ven, y diviérteme más de lo que lo hizo él - su sonrisa se ensanchó - Vamos a jugar - su tono ya no tenía nada de inocente ni angelical, si no más bien todo lo contrario.
- Oh vamos, no me mires así... me partirás el corazón - dijo, en tono falsamente arrepentido - A quién quiero engañar... esa mirada de terror tuya sólo hace que desee seguir jugando contigo hasta que te rompas - dijo, apoyando el puñal sobre la garganta de su víctima - Ahora suplica. Te he dicho que supliques. Ruega por tu vida o te desuello como a un cerdo.
- Por... por favor, perdóname - dijo el otro, con la voz débil y ronca de tanto gritar.
- ¿Hah? ¿Desde cuándo un plebeyo se dirige a su princesa en ese tono? ¿Es que no sabes lo que es el respeto? Parece que tendré que enseñártelo por la fuerza.
Los gritos se reanudaron, mientras Iliana canturreaba una canción y "desnudaba" su torso. La sangre saltaba en todas direcciones mientras la hoja del puñal iba sajando cachos de piel y carne, que la chica terminaba de arrancar e iba lanzando a los lados. El ladrón, que ya tenía las cuatro extremidades destrozadas por las "atenciones" recibidas y como castigo por sus intentos de resistirse, tan sólo pudo observar impotente cómo mutilaban su cuerpo, soltando gañidos de puro sufrimiento.
- ¡Por favor, princesa, os lo ruego! ¡Perdonad mi miserable vida! ¡Haré lo que sea!
- ¡Oh! ¿Ves como no era tan difícil? - dijo con alegría. Entonces paseó el puñal por una de las heridas abiertas, provocando un nuevo grito y nuevas súplicas - ¡Sí! ¡Sigue suplicando! ¡Ruega por tu vida! - gritó, con una expresión de felicidad demente.
Entrando en frenesí, comenzó a lanzar puñaladas y cortes contra el chico, sin dejar de reírse en ningún momento. La emoción del momento, su víctima retorciéndose de dolor, el subidón de adrenalina... todo ello hizo que entrase en un círculo vicioso en que, cuanto más dolor causaba, más se emocionaba y más golpeaba con el arma al joven. En cuanto se dio cuenta, estaba apuñalando repetidamente al cadáver de su antiguo sirviente, con el rostro contraído en una mueca, el corazón a mil por hora y empapada de sangre. Jadeando, se levantó y buscó la camisa del chico, que antes le había arrancado para poder torturarlo a gusto. Se limpió las manos y la cara con esta, para luego tirarla a un lado.
- Ha sido maravilloso... - murmuró, con una expresión de placer.
La verdad es que cualquiera que la hubiera encontrado en aquel momento, hubiese pensado que era cualquier cosa menos una princesa: dejando a parte sus ropas (bonitas pero prácticas, en lugar de elegantes, y con el añadido de unos brazales protectores rojos), estaba llena de manchones de sangre seca y estaba totalmente despeinada. Por no mencionar los detalles del mango de katana sin hoja que llevaba a la cintura o el puñal ensangrentado de su mano derecha. Observó el cadáver, algo entristecida por que hubiese durado tan poco, y se dispuso a volver cuando de repente escuchó a alguien tras de sí hablándole. Cuando se giró, vio a una chica rubia que portaba consigo una espada. Qué gracia. Una chiquilla estúpida que seguramente temblaría de terror ante la mera mención del nombre de su padre llamándola "niña" y "presa". Esbozó una sonrisa y se lamió una mancha de sangre en la comisura de sus labios.
- Oh, ¿has venido a jugar, onee-san? - dijo de repente en un tono de voz angelical y con una expresión inocente y pura - ¡Qué bien! Mi amigo está ya un poco cansado, y se está echando una siesta.
De repente se puso en una pose como si fuese a comenzar a correr - Tsukiakari - murmuró para sí, activando la técnica. En menos de lo que dura un parpadeo, ya se había plantado junto a ella, apuntándole con el puñal a la garganta. Le sonrió malévolamente, y entonces alargó una mano para acariciarle la cara.
- Onee-san, tienes una piel preciosa. Sería una lástima que te la estropearan.
Aquella cerda se iba a enterar de lo que le ocurría a las puercas como ella. ¿Cómo se le ocurría aparecer por allí a intentar fastidiarle su momento de felicidad? ¿Cómo tenía la osadía de molestar a una princesa, y más aun, llamarla presa? "Está claro que ha cometido un error... aun no sabe que la presa aquí no soy yo, si no ella." Con la velocidad del pensamiento, apenas cuando terminaba de hablarle, alzó la mano del puñal apartándolo de su garganta y le lanzó un corte a la cara, más con intención de hacerle una herida dolorosa y que se la dejase marcada que de causarle un daño real. Aun no iba a matarla... ¿de qué servía romper los juguetes nuevos? Aun tenía muchos divertidos juegos pensados para ella... sí. Se divertiría mucho con aquella estúpida rubita. Tal vez incluso la despojase de su hermoso pelo. Tras eso, se apartó velozmente y retrocedió hacia el interior del pequeño claro con un mortal invertido, cayendo agazapada y con la vista clavada en ella, sonriendo dementemente. Se levantó sin dejar de mirarla, y dijo:
- Una zorra plebeya como tú no tiene derecho a escuchar mi nombre. Ahora ven, y diviérteme más de lo que lo hizo él - su sonrisa se ensanchó - Vamos a jugar - su tono ya no tenía nada de inocente ni angelical, si no más bien todo lo contrario.
Diana de Carlein
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Antes de que pudiera hacer cualquier cosa, le apuntaba con el puñal a la garganta. Intentó desviarle la mano golpeándole en la muñeca pero era demasiado tarde. Se tapó el ojo izquierdo con el antebrazo para taponar la hemorragia y tomó distancias a la vez que su contrincante se echaba hacia un lado con una gran velocidad. Vale, tal vez Dark tenía razón y no era un reto para que fuese a por ella directa... Se dijo a sí misma, sintiéndose estúpida por no hacer caso a su maestro. Pero no tenía miedo alguno. Ella estaba muerta desde el día que le otorgaron el título de Pecadora Perdida, y a pesar de que no sabía qué había hecho para merecerlo, no arriesgaba mucho intercambiando golpes con una cría con un trauma muy grande para actuar de esa forma.
-Mi maestro Dark Satou...- Recordó que no podía desvelar su identidad y suspiró- ha logrado sentirte desde la orilla, pero no pareces especial en nada.- Continuó provocándola. Porque hubiese aparecido en su cara sin darle tiempo a reaccionar no significaba que fuese un rival invencible.
Se arrancó parte de la camiseta dejando medio torso al aire, mostrándose indiferente a que otra mujer le viese un pecho por la falta de sujetador, continuando con un pequeño paso hacia atrás para hacer un pequeño apaño con la herida que le acababa de provocar la muchacha mimada y sádica. Se encogió de hombros y echó su cuerpo ligeramente hacia delante, elevando poco a poco los brazos y coordinándolos a la misma altura. Ya había movido la primera ficha, y seguramente abusaría de su velocidad el resto del combate. Lo único que tenía que hacer era defenderse antes de que atacase. Si tuviese el mantra, pensó, mientras exhalaba aire y se mostraba segura de lo que hacía. No era una chica precisamente egocéntrica, pero sí que confiaba de sus habilidades. Y seguramente, si seguía provocándola hasta el extremo que comenzase a atacar por atacar -ya que demostraba gustarle hacer daño a los demás por el cadáver que yacía a varios metros de ella- tendría muchas más posibilidades, ya que una persona distraída por la rabia o el fragor de la batalla limitaba sus capacidades defensivas. Y así actuó, caminando lentamente hacia la persona que fardaba de hacer movimientos raros y tenía un grave problema de bipolaridad.
-¿Onee-san?- Preguntó con un tono calmado, mientras se dirigía lentamente hacia ella -Voy a tener que castigarte sin cenar. Papá dice que las pequeñas niñas no pueden ir al bosque solas. Así que, Imoto-chan, voy a tener que arrastrarte a casa una vez más.- Le explicó con una mirada juguetona, como si siguiese el papel que fingía la otra persona.
Si tiene esa velocidad, me costará mucho darle un impacto directo. Conforme acortaba distancias contra Iliana, observaba con el rabillo del ojo algo que pudiese utilizar a su favor. Las piedras no servirían, no tenía buena puntería y sería algo muy predecible. No había nada con lo que pudiese engañarla o flanquearla, hasta que notó algo caliente que golpeaba contra su zona lumbar, que se encontraba prácticamente con la piel al aire. Agradeció a todos los astros de tener la suerte de poseer aquello que había chocado, ya que gracias a eso, tenía muchas más esperanzas de ganar un combate que desde su situación se veía absurdamente difícil.
-¿Tienes un transtorno?- Le preguntó mientras llevaba las manos a la espalda. Necesitaba distraerla. -¿Te han violado o torturado?- Volvió a preguntar, quizás con un tono más serio de lo normal. Leía mucho sobre libros de psicología y este era un caso digno de estudio -Porque no demuestras la conducta de una cría de... ¿trece, catorce años? No te veo muchos más físicos, y mentales aun menos.- Si lograba hurgar en la herida, quién sabía lo que podía pasar. Tal vez eso le otorgaría la apertura necesaria para matarla -Puedo ayudarte, te lo prometo.
Si socializaba con ella lo suficiente -cosa que se parecía bastante difícil en aquel momento- podría explorar aun más puntos débiles. Si realmente aquello la afectaba, no podría luchar a un nivel mental estable el resto de la batalla, otorgándole la victoria a la cazadora. Si no le afectaba, confiaría su suerte a Soror Ignis, una de las armas del antiguo señor de la caza. Desenfundó lo más rápido que pudo el arma del cinturón de la espalda y apretó con fuerza el mango, haciendo un corte que demostraba que nunca había tocado un arma blanca. Pero aquel corte creó una gran llamarada que tapó cualquier visión entre las dos. Diana colocó sus brazos por delante de la cabeza y pegó un quiebro hacia delante, metiéndose rápidamente en el agua para después coger impulso y saltar lo más alto que pudo, intentando golpear hacia el lado izquierdo de su rival por la altura de las costillas. Si de verdad solo era veloz y no poseía nada que favoreciese su resistencia y lograba impactar, le quebraría una o dos costillas. No sería tampoco la primera persona a la que Diana le había tenido que romper las costillas. Si la inutilizaba podría llevarla con Dark y decidir qué hacer con ella, ya que era un desperdicio matar a una chica con aquel talento.
-La cabeza suele ganar a las aptitudes físicas, siempre que sea bien usada. Ven conmigo y te prestaré ayuda.- Comentó mientras caía una vez más a la parte alta de agua y agarraba a la espada de fuego con las dos manos para defenderse de un muy posible ataque.
Si todo iba como Dark le había explicado, tendría que agarrar el mango con fuerza y observar fijamente el arma del enemigo teniendo cuidado en posibles patadas o golpes que no fuesen con lo que sostenía en las manos el contrincante. Pero era difícil y pesada a la hora de manejarla, y sabía que no podía usarla en condiciones óptimas. Ella era muy buena en el cuerpo a cuerpo utilizándose a sí misma, no algo como un medio para cortar. Debería confiar en la suerte, un factor del cual se mantenía escéptica exceptuando estas situaciones. A ver qué le depararía el próximo movimiento de la chica maldita por lo que parecía un horrible destino. Esta vez, aprovechó para mirar una vez más a los lados y sonreír levemente, delatándola de que quizás tenía un plan para defenderse. O de que estaba mintiendo solo para limitar la estrategia de ataque de su enemigo, eso tendría que comprobarlo la otra chica tras moverse o hacer cualquier cosa. Diana sabía que no iba a morir ahí, y que si algo horrible pasaba de verdad, Dark la rescataría.
-Mi maestro Dark Satou...- Recordó que no podía desvelar su identidad y suspiró- ha logrado sentirte desde la orilla, pero no pareces especial en nada.- Continuó provocándola. Porque hubiese aparecido en su cara sin darle tiempo a reaccionar no significaba que fuese un rival invencible.
Se arrancó parte de la camiseta dejando medio torso al aire, mostrándose indiferente a que otra mujer le viese un pecho por la falta de sujetador, continuando con un pequeño paso hacia atrás para hacer un pequeño apaño con la herida que le acababa de provocar la muchacha mimada y sádica. Se encogió de hombros y echó su cuerpo ligeramente hacia delante, elevando poco a poco los brazos y coordinándolos a la misma altura. Ya había movido la primera ficha, y seguramente abusaría de su velocidad el resto del combate. Lo único que tenía que hacer era defenderse antes de que atacase. Si tuviese el mantra, pensó, mientras exhalaba aire y se mostraba segura de lo que hacía. No era una chica precisamente egocéntrica, pero sí que confiaba de sus habilidades. Y seguramente, si seguía provocándola hasta el extremo que comenzase a atacar por atacar -ya que demostraba gustarle hacer daño a los demás por el cadáver que yacía a varios metros de ella- tendría muchas más posibilidades, ya que una persona distraída por la rabia o el fragor de la batalla limitaba sus capacidades defensivas. Y así actuó, caminando lentamente hacia la persona que fardaba de hacer movimientos raros y tenía un grave problema de bipolaridad.
-¿Onee-san?- Preguntó con un tono calmado, mientras se dirigía lentamente hacia ella -Voy a tener que castigarte sin cenar. Papá dice que las pequeñas niñas no pueden ir al bosque solas. Así que, Imoto-chan, voy a tener que arrastrarte a casa una vez más.- Le explicó con una mirada juguetona, como si siguiese el papel que fingía la otra persona.
Si tiene esa velocidad, me costará mucho darle un impacto directo. Conforme acortaba distancias contra Iliana, observaba con el rabillo del ojo algo que pudiese utilizar a su favor. Las piedras no servirían, no tenía buena puntería y sería algo muy predecible. No había nada con lo que pudiese engañarla o flanquearla, hasta que notó algo caliente que golpeaba contra su zona lumbar, que se encontraba prácticamente con la piel al aire. Agradeció a todos los astros de tener la suerte de poseer aquello que había chocado, ya que gracias a eso, tenía muchas más esperanzas de ganar un combate que desde su situación se veía absurdamente difícil.
-¿Tienes un transtorno?- Le preguntó mientras llevaba las manos a la espalda. Necesitaba distraerla. -¿Te han violado o torturado?- Volvió a preguntar, quizás con un tono más serio de lo normal. Leía mucho sobre libros de psicología y este era un caso digno de estudio -Porque no demuestras la conducta de una cría de... ¿trece, catorce años? No te veo muchos más físicos, y mentales aun menos.- Si lograba hurgar en la herida, quién sabía lo que podía pasar. Tal vez eso le otorgaría la apertura necesaria para matarla -Puedo ayudarte, te lo prometo.
Si socializaba con ella lo suficiente -cosa que se parecía bastante difícil en aquel momento- podría explorar aun más puntos débiles. Si realmente aquello la afectaba, no podría luchar a un nivel mental estable el resto de la batalla, otorgándole la victoria a la cazadora. Si no le afectaba, confiaría su suerte a Soror Ignis, una de las armas del antiguo señor de la caza. Desenfundó lo más rápido que pudo el arma del cinturón de la espalda y apretó con fuerza el mango, haciendo un corte que demostraba que nunca había tocado un arma blanca. Pero aquel corte creó una gran llamarada que tapó cualquier visión entre las dos. Diana colocó sus brazos por delante de la cabeza y pegó un quiebro hacia delante, metiéndose rápidamente en el agua para después coger impulso y saltar lo más alto que pudo, intentando golpear hacia el lado izquierdo de su rival por la altura de las costillas. Si de verdad solo era veloz y no poseía nada que favoreciese su resistencia y lograba impactar, le quebraría una o dos costillas. No sería tampoco la primera persona a la que Diana le había tenido que romper las costillas. Si la inutilizaba podría llevarla con Dark y decidir qué hacer con ella, ya que era un desperdicio matar a una chica con aquel talento.
-La cabeza suele ganar a las aptitudes físicas, siempre que sea bien usada. Ven conmigo y te prestaré ayuda.- Comentó mientras caía una vez más a la parte alta de agua y agarraba a la espada de fuego con las dos manos para defenderse de un muy posible ataque.
Si todo iba como Dark le había explicado, tendría que agarrar el mango con fuerza y observar fijamente el arma del enemigo teniendo cuidado en posibles patadas o golpes que no fuesen con lo que sostenía en las manos el contrincante. Pero era difícil y pesada a la hora de manejarla, y sabía que no podía usarla en condiciones óptimas. Ella era muy buena en el cuerpo a cuerpo utilizándose a sí misma, no algo como un medio para cortar. Debería confiar en la suerte, un factor del cual se mantenía escéptica exceptuando estas situaciones. A ver qué le depararía el próximo movimiento de la chica maldita por lo que parecía un horrible destino. Esta vez, aprovechó para mirar una vez más a los lados y sonreír levemente, delatándola de que quizás tenía un plan para defenderse. O de que estaba mintiendo solo para limitar la estrategia de ataque de su enemigo, eso tendría que comprobarlo la otra chica tras moverse o hacer cualquier cosa. Diana sabía que no iba a morir ahí, y que si algo horrible pasaba de verdad, Dark la rescataría.
Iliana Markov
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Con una sonrisa demente, lamió la sangre del cuchillo, observándola mientras pensaba en cómo la mutilaría a continuación. Oh, parecía que había tomado la decisión de destrozar sus ropas. Mala idea, así tendría su piel a la vista, lo cuál sólo contribuía más a despertar su imaginación y pensar retorcidas formas de torturarla y destrozar su cuerpo. "¿Y si le corto ese precioso pecho? No lo echará de menos, aun tiene el otro..." pensó, estremeciéndose sólo de imaginar los hermosos gritos de dolor que daría Diana en cuanto lo hiciera. Ignoró sus palabras mientras la veía acercarse, conteniendo su emoción ante la venidera batalla, hasta que de repente dijo otras que sí le llamaron la atención. ¿Así que la llamaba cría y loca, eh? Aquella mujer estaba jugando con fuego. En condiciones normales ya sólo con el comentario anterior ya la habría cabreado, pero en aquel momento sus provocaciones sólo despertaban su sed de sangre aun más.
- Torturada... - su sonrisa se ensanchó - Sí... y cada vez que lo hago yo, entiendo aun más a los que me lo hicieron a mi. No hay nada más hermoso y dulce en el mundo que sentirse bajo el control de alguien, hasta el punto de tener su vida en tus manos. Ver la chispa de la vida morir en sus ojos, escuchar sus gritos y lamentos... - tembló ligeramente de excitación - Pocas cosas pueden compararse a esa sensación.
De repente la chica desenvainó la espada, cargando contra ella. Interesante, ¿otra espadachina? Una muy novata, por cómo sujetaba la espada... más parecía que estuviese sujetando un bate o un palo que un arma de filo. ¿Qué cojones? Empleándola de aquella manera era más probable que se acabara quitándose un ojo a sí misma que matándola a ella. Comenzó a planear su estrategia. Si era tan inexperta como pensaba, seguramente trataría de dar un mandoblazo en que imprimiría buena parte de su fuerza, dejando su guardia al descubierto por la inercia. En ese momento aprovecharía para acercarse (tras esquivar previamente el golpe) y le metería una puñalada en el estómago. Efectivamente, su mantra le alertó de la intención hostil y del ataque, y con un movimiento elegante, se echó hacia atrás evitando el torpe golpe. Sin embargo, una llamarada cegó momentáneamente a la chica, haciendo que perdiera su oportunidad de contraatacar. ¿Qué demonios había sido eso? ¿Era cosa de la espada? "Necesito ese arma... la mataré y se la quitaré."
- Bien jugado, Diana-chan - dijo burlonamente.
Entonces detectó una intención hostil nuevamente, y un golpe dirigido a su costillar. Aun algo cegada, imbuyó el brazal protector de su brazo izquierdo en haki e interponiéndolo en la trayectoria del golpe. Al mismo tiempo, lanzó una puñalada en esa dirección, probando suerte a ver si lograba herirla en el brazo. Dado que su vista había sido afectada, era probable que no le hiciera más que algún doloroso corte. En otro caso hubiera aprovechado para atravesarle la mano. El puñetazo fue bastante fuerte, hasta el punto en que sintió algo de dolor en la zona bajo el brazal incluso con el haki, pero se limitó a eso. Al momento siguiente, ella trató de provocarla de nuevo. Sus palabras la molestaron, pero no dejó verlo. En su lugar, tan sólo volvió a sonreír.
- Oh... ¿podrías demostrármelo, nee-san? - dijo, llevándose un dedo a los labios y hablando en un tono inocente - O tal vez prefieras que lo haga yo...
Se plantó junto a ella en un instante, tan cerca que Diana no podría mover su espada para golpearla. Un defecto de un arma tan grande... en combate cercano perdía totalmente su efectividad, aun más en manos de una novata. Por eso prefería su katana, con su habilidad para reducir el tamaño de su hoja. Era de lo más útil, tanto para ocultar como para poder emplearla en situaciones de movilidad reducida. Sin embargo, para aquella plebeya le llegaba con su puñal. No era digna de que manchara el regalo de su padre con su sangre. Al instante de plantarse a su lado, trató de agarrar con su mano libre el mango de su espada, colocando la suya por encima de las de Diana. De esa manera impedía que hiciera algo con el arma y dificultaba que la soltara y pudiera darle un puñetazo. Al mismo tiempo, hizo algo totalmente inesperado y con el objetivo de desconcertarla y confundirla: se echó hacia su cara y lamió la sangre de su herida. Al tiempo que retiraba la cabeza, sonriendo, lanzó un golpe bajo aprovechando que estaban pegadas y el arma quedaba justo bajo su rango de visión: trató de apuñalarle el estómago, tras lo cuál retorcería el arma en sus entrañas para causarle más daños y dolor.
- Déjame oír tu dolor, Diana-chan - dijo, con una mirada desquiciada.
- Torturada... - su sonrisa se ensanchó - Sí... y cada vez que lo hago yo, entiendo aun más a los que me lo hicieron a mi. No hay nada más hermoso y dulce en el mundo que sentirse bajo el control de alguien, hasta el punto de tener su vida en tus manos. Ver la chispa de la vida morir en sus ojos, escuchar sus gritos y lamentos... - tembló ligeramente de excitación - Pocas cosas pueden compararse a esa sensación.
De repente la chica desenvainó la espada, cargando contra ella. Interesante, ¿otra espadachina? Una muy novata, por cómo sujetaba la espada... más parecía que estuviese sujetando un bate o un palo que un arma de filo. ¿Qué cojones? Empleándola de aquella manera era más probable que se acabara quitándose un ojo a sí misma que matándola a ella. Comenzó a planear su estrategia. Si era tan inexperta como pensaba, seguramente trataría de dar un mandoblazo en que imprimiría buena parte de su fuerza, dejando su guardia al descubierto por la inercia. En ese momento aprovecharía para acercarse (tras esquivar previamente el golpe) y le metería una puñalada en el estómago. Efectivamente, su mantra le alertó de la intención hostil y del ataque, y con un movimiento elegante, se echó hacia atrás evitando el torpe golpe. Sin embargo, una llamarada cegó momentáneamente a la chica, haciendo que perdiera su oportunidad de contraatacar. ¿Qué demonios había sido eso? ¿Era cosa de la espada? "Necesito ese arma... la mataré y se la quitaré."
- Bien jugado, Diana-chan - dijo burlonamente.
Entonces detectó una intención hostil nuevamente, y un golpe dirigido a su costillar. Aun algo cegada, imbuyó el brazal protector de su brazo izquierdo en haki e interponiéndolo en la trayectoria del golpe. Al mismo tiempo, lanzó una puñalada en esa dirección, probando suerte a ver si lograba herirla en el brazo. Dado que su vista había sido afectada, era probable que no le hiciera más que algún doloroso corte. En otro caso hubiera aprovechado para atravesarle la mano. El puñetazo fue bastante fuerte, hasta el punto en que sintió algo de dolor en la zona bajo el brazal incluso con el haki, pero se limitó a eso. Al momento siguiente, ella trató de provocarla de nuevo. Sus palabras la molestaron, pero no dejó verlo. En su lugar, tan sólo volvió a sonreír.
- Oh... ¿podrías demostrármelo, nee-san? - dijo, llevándose un dedo a los labios y hablando en un tono inocente - O tal vez prefieras que lo haga yo...
Se plantó junto a ella en un instante, tan cerca que Diana no podría mover su espada para golpearla. Un defecto de un arma tan grande... en combate cercano perdía totalmente su efectividad, aun más en manos de una novata. Por eso prefería su katana, con su habilidad para reducir el tamaño de su hoja. Era de lo más útil, tanto para ocultar como para poder emplearla en situaciones de movilidad reducida. Sin embargo, para aquella plebeya le llegaba con su puñal. No era digna de que manchara el regalo de su padre con su sangre. Al instante de plantarse a su lado, trató de agarrar con su mano libre el mango de su espada, colocando la suya por encima de las de Diana. De esa manera impedía que hiciera algo con el arma y dificultaba que la soltara y pudiera darle un puñetazo. Al mismo tiempo, hizo algo totalmente inesperado y con el objetivo de desconcertarla y confundirla: se echó hacia su cara y lamió la sangre de su herida. Al tiempo que retiraba la cabeza, sonriendo, lanzó un golpe bajo aprovechando que estaban pegadas y el arma quedaba justo bajo su rango de visión: trató de apuñalarle el estómago, tras lo cuál retorcería el arma en sus entrañas para causarle más daños y dolor.
- Déjame oír tu dolor, Diana-chan - dijo, con una mirada desquiciada.
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Mientras tanto, Dark.
El ex-cazador dormía placidamente debajo de una palmera. Parecía impresionante la tranquilidad que había en aquella orilla. ¿Cómo se encontraría Diana, su joven aprendiz?
Volviendo con Diana.
En serio, ¿qué cojones hacía lamiendo una de sus heridas? Había hecho que se defendiese en vano, y estaba a una distancia tan próxima que no tenía ángulo para poder girar el arma y defenderse. Entonces bajó la mirada de tal forma que el tiempo parecía congelarse. Solo podía hacer una cosa que ya había demostrado antes. Un arma blanca corta, que era perfecta para esta situación. Mordió sus labios e intentó aguantar la respiración para aguantar lo que venía. Por suerte, mientras lamía, le dejó el tiempo suficiente como para poder realizar cualquier acción. No podría atacarla pero sí podría imaginar qué venía a continuación. ¿De verdad aquel frenesí por la sangre le impedía matarla directamente?
¿Se cree que soy estúpida? Pensó, mientras intentaba echar parte del cuerpo hacia el lado. El puñal se insertó lentamente en su costado y después comenzó a notar un dolor muy intenso, ya que Iliana había comenzado a retorcerlo. Intentó pensar algo rápidamente pero sus sentidos se nublaban ante tal herida, impidiéndole pensar cualquier estrategia de ataque o defensa. Dejó caer la espada e hizo el gesto de elevar el brazo para golpearla directamente en la cara, pero a mitad de camino volvió a retorcerse, dejando caer la extremidad y limitándose a agarrarla de uno de sus senos para que no escapase, apretar con fuerza, y soltarle el cabezazo más fuerte que pudiese en aquel momento. Cayó hacia atrás y agarró la espada con mucha dificultad, arrastrándose lentamente por el agua que se tornaba carmesí a medida que pasaba más tiempo ahí. No, Diana... Eso solo la encenderá más... Le das lo que quiere...
Entonces, con un esfuerzo que rozaba lo imposible, comenzó a levantarse para después acercar el arma hacia la herida y quemarla, impidiendo que se desangrase de forma rápida. Después se tiró en plancha al agua y aguantó un rato debajo para mitigar la intensidad de la quemadura y seguir una ronda más. ¿Por qué era tan pesada con las armas blancas? Ya le hubiese gustado en aquel momento a la Pecadora Perdida que hubiese tirado su arma y hubiesen comenzado a pegar puñetazos. Si seguía tendida en pie, era por orgullo, por no concederle el placer de verla arrastrarse una vez más. Le había logrado dar en las costillas y con suerte también habría impactado el cabezazo, así que si seguía con aquel ritmo, y la chavala pecaba de falta de resistencia, el combate se decantaría a su favor. Si no..., bueno, casi ni podía estar de pie. Pero lo disimulaba muy bien.
Ahora lo único que faltaba era ver si volvería a repetir el mismo movimiento. Estaban a una distancia suficiente como para poder defenderse si volvía a usar aquella técnica, que hacía que se desvaneciese para después aparecer delante de ella. No podía ser nada referido a la teletransportación. Era velocidad pura, y ya lo había intuido antes. Así que volvió a colocar a Soror Ignis a la altura del cinturón porque sabía que no serviría de nada a corta distancia, ventaja la cual había explotado su rival, y volvió a confiar en ella misma. Suspiró pesadamente y se intentó mentalizar. El costado le dolía a rabiar, el corte que recorría de la mejilla hasta el párpado inferior no paraba de escocerle. Por suerte no había recibido más ataques, así que una puñalada y un corte no la iba a parar del todo.
-Para ser una niña apuñalas muy flojo. ¿La próxima vez te ayudo a insertar mejor el cuchillo?- Exclamó encogiéndose de hombros, con cuidado de no forzar el lado en el que tenía la puñalada -¿Quizás podrías usarlo para cocinar? Tienes que ser buena cortando partes de animales. ¿Eres carnicera?- Acabó mofándose, sonriendo plenamente.
Si había algo que tendría que ponerla de los nervios, era mostrarse confiada y segura ante las capacidades que poseía. Porque claro, realmente, no sentía miedo. Lo único que no le gustaba era sentir aquel dolor tan insoportable, pero tenía que sobrellevarlo. Había pasado por situaciones incluso peores, en las que había rozado el borde de la vida con tal suerte que ni siquiera podía explicar qué hacía allí, cara a cara con una maníaca. Abrió las palmas de las manos y colocó en una especie de recuadro a la psicópata. Después cerró uno de los ojos y sacó la lengua, como si de haciendo una foto se tratase. Hincó la rodilla en el suelo y siguió haciendo las poses, hasta tal punto de soltar varias carcajadas.
-Lo siento, Imoto-chan. No puedo sacarte el lado bueno.- Le argumentó, guiñándole el ojo y volviéndose a colocar en posición defensiva. Si no había hecho mucho más es que su repertorio de ataques estaba acabado y tendría que repetir estrategias. Y ahí Diana tenía las de ganar, ya que no tenía nada especial que demostrar y simplemente tenía que aguantar hasta que su compañera de juegos fallase.
Iliana Markov
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"Sufre. ¡Sufre y muéstramelo!" se dijo a sí misma, con una sonrisa desquiciada. Retorció aun más el puñal dentro de la herida, intentando arrancarle un grito de dolor. Comenzó a impacientarse... hacer daño de por sí no era divertido si no lograba avasallar al otro. Así pues, trató de hundir aun más el arma en el cuerpo de Diana, deseando escucharla lamentarse y pedir clemencia. Fue entonces cuando su mantra detectó la actitud hostil, y por acto reflejo le apartó la mano de una bofetada con la mano libre. Miró a la chica con odio. ¿Cómo se atrevía a levantarle la mano a una princesa? Sin embargo, contuvo su lengua para no revelar aquel dato. No estaba en una situación en que quería que se supiera quién era... Detectó el cabezazo de la chica antes de que se produjera, nuevamente gracias a su haki, y se anticipó a este. "Haré que le salga el tiro por la culata." Recubriendo su frente con busoushoku haki, lanzó ella un cabezazo antes que la chica, golpeándole con la frente en la nariz. Dado que ambas habían imprimido bastante fuerza en el golpe, le dolió aun a pesar del busoushoku, pero ella debía estar bastante peor. Efectivamente cayó, arrastrándose por el suelo y dejando un rastro de sangre.
- ¿Qué te pasa, Diana-chan? ¿No puedes mantenerte en pie? Pobrecilla... deja que te ayude un poco.
Trató de darle patadas y rodillazos mientras intentaba levantarse. Aquel patético estado en que estaba... eso sí que era agradable de ver. La sonrisa de la sádica espadachina se ensanchó. Entonces Diana hizo algo que la chica no se esperaba: se automutiló con la espada de fuego, cauterizando la herida con esta, y luego se tiró al agua. Iliana dio un suspiró y meneó la cabeza. Hubiera sido tan fácil ponerse encima suya y ahogarla no dejándole sacar la cabeza del agua... ¿tan estúpida era? Realmente le decepcionaba. Si hubiese ido a matar, podría haberla eliminado hacía ya rato. ¿Y luego aquella mamona tenía narices a insultarla? Cuanto más lo pensaba, más se cabreaba y más ganas le entraban de desenvainar y separarle la cabeza del cuello de un certero sablazo. Sin embargo debía aguantarse... prolongar su sufrimiento sería un castigo mucho mejor. Además, aquella chica no se merecía que manchase su katana. Aquel puñal era un instrumento más que válido para castigarla como se merecía. Se relamió los labios, con una sonrisa perversa, y esperó a que la chica saliera del agua.
- Vamos a divertirnos, Diana-chan... tengo ganas de escuchar tus hermosos gritos - dijo, con una risa de emoción.
Entonces la tipa salió de nuevo, con aquella mirada desafiante que tanto odiaba la princesa. Tal vez debía arrancarle un ojo como castigo. ¿Desde cuándo una plebeya podía mirar así a una noble y salir indemne? Dejó de sonreír y le dedicó una mirada fría mientras hablaba. ¿En serio quería seguir haciéndose la digna? Era... patética. Estaba claro que estaba para el arrastre. Hasta en sus movimientos se notaba que trataba de no forzar su herida. Mantuvo su gélida mirada mientras continuaba su discursito triunfal, pensando en cuál sería el castigo más apropiado a continuación. Se le ocurrían muchas maneras, a cada cuál más sádica y retorcida que la anterior, y algunas muy imaginativas, pero nada le parecía lo bastante terrible para ella. Hasta las mutilaciones más terribles le parecían poco... todo cuanto quería era hacerla sufrir lo indecible, y luego matarla.
Entonces ella tuvo la terrible idea de provocarla en serio. Empezó a hacer gestos con sus manos, sacándole la lengua. Hasta cometió la estupidez de hincar la rodilla al suelo, poniéndose en una posición perfecta para que la ejecutara. Ahora que la veía, no era tan idiota como había pensado. Lo era incluso más, y se había ganado la muerte por ello. Respirar el mismo aire que ella era demasiado para un ser tan indigno como esa tal Diana. ¿Cómo tenía siquiera derecho a vivir? Pero ella se encargaría de remediar tal error. Apretó su puño sobre el mango del arma, y dijo:
- Sólo una presa débil como tú podría mofarse en una situación como esta - torció el cuello hacia los lados, haciendo crujir los huesos - Antes mencionaste algo de que era una presa... - cerró los ojos, y al abrirlos su mirada se había vuelto fríamente inhumana. Entonces pronunció las mismas palabras que en su día su padre le dijera a la Fauce Abisal, el gyojin - Pobre, torpe y confiada. Creíste tenerlo todo bajo control. Pensaste que el triunfo era tuyo. Grave error... no soy la presa. Yo soy la cazadora.
Aprovechando la posición en que estaba, se lanzó a por ella a toda velocidad. Con un diestro y ágil movimiento, trató de atravesar la palma de su mano izquierda con el puñal, y manteniéndola ensartada, apartarle la mano hacia un lado sin dejar que se sacase el puñal. Al mismo tiempo, le trataría de agarrar el otro brazo con mano libre. Echándoselo a un lado y retorciéndoselo, la tendría sujeta y sin manera de defenderse del golpe que lanzaría al momento siguiente. Dado que Diana aun se estaría levantando, decidió hacerle pagar por infravalorarla y le intentó dar un potente rodillazo ascendente imbuido en haki en mitad del mentón. Ese golpe, si no la noqueaba o le hacía morderse la lengua, como poco la dejaría tonta un buen rato. Acto seguido trataría de tirar de ella para alejarla del agua, arrancaría violentamente el puñal de su mano (si podía hacerle más daño, mejor) y se pondría de cuclillas sobre ella, con las piernas abiertas y las rodillas sobre sus brazos para evitar que se levantara. Entonces la agarraría por su pecho al aire, y se dispondría a cortárselo, mutilándola.
- Este es el precio de tu insolencia - su voz era calmada e inhumanamente siniestra.
- ¿Qué te pasa, Diana-chan? ¿No puedes mantenerte en pie? Pobrecilla... deja que te ayude un poco.
Trató de darle patadas y rodillazos mientras intentaba levantarse. Aquel patético estado en que estaba... eso sí que era agradable de ver. La sonrisa de la sádica espadachina se ensanchó. Entonces Diana hizo algo que la chica no se esperaba: se automutiló con la espada de fuego, cauterizando la herida con esta, y luego se tiró al agua. Iliana dio un suspiró y meneó la cabeza. Hubiera sido tan fácil ponerse encima suya y ahogarla no dejándole sacar la cabeza del agua... ¿tan estúpida era? Realmente le decepcionaba. Si hubiese ido a matar, podría haberla eliminado hacía ya rato. ¿Y luego aquella mamona tenía narices a insultarla? Cuanto más lo pensaba, más se cabreaba y más ganas le entraban de desenvainar y separarle la cabeza del cuello de un certero sablazo. Sin embargo debía aguantarse... prolongar su sufrimiento sería un castigo mucho mejor. Además, aquella chica no se merecía que manchase su katana. Aquel puñal era un instrumento más que válido para castigarla como se merecía. Se relamió los labios, con una sonrisa perversa, y esperó a que la chica saliera del agua.
- Vamos a divertirnos, Diana-chan... tengo ganas de escuchar tus hermosos gritos - dijo, con una risa de emoción.
Entonces la tipa salió de nuevo, con aquella mirada desafiante que tanto odiaba la princesa. Tal vez debía arrancarle un ojo como castigo. ¿Desde cuándo una plebeya podía mirar así a una noble y salir indemne? Dejó de sonreír y le dedicó una mirada fría mientras hablaba. ¿En serio quería seguir haciéndose la digna? Era... patética. Estaba claro que estaba para el arrastre. Hasta en sus movimientos se notaba que trataba de no forzar su herida. Mantuvo su gélida mirada mientras continuaba su discursito triunfal, pensando en cuál sería el castigo más apropiado a continuación. Se le ocurrían muchas maneras, a cada cuál más sádica y retorcida que la anterior, y algunas muy imaginativas, pero nada le parecía lo bastante terrible para ella. Hasta las mutilaciones más terribles le parecían poco... todo cuanto quería era hacerla sufrir lo indecible, y luego matarla.
Entonces ella tuvo la terrible idea de provocarla en serio. Empezó a hacer gestos con sus manos, sacándole la lengua. Hasta cometió la estupidez de hincar la rodilla al suelo, poniéndose en una posición perfecta para que la ejecutara. Ahora que la veía, no era tan idiota como había pensado. Lo era incluso más, y se había ganado la muerte por ello. Respirar el mismo aire que ella era demasiado para un ser tan indigno como esa tal Diana. ¿Cómo tenía siquiera derecho a vivir? Pero ella se encargaría de remediar tal error. Apretó su puño sobre el mango del arma, y dijo:
- Sólo una presa débil como tú podría mofarse en una situación como esta - torció el cuello hacia los lados, haciendo crujir los huesos - Antes mencionaste algo de que era una presa... - cerró los ojos, y al abrirlos su mirada se había vuelto fríamente inhumana. Entonces pronunció las mismas palabras que en su día su padre le dijera a la Fauce Abisal, el gyojin - Pobre, torpe y confiada. Creíste tenerlo todo bajo control. Pensaste que el triunfo era tuyo. Grave error... no soy la presa. Yo soy la cazadora.
Aprovechando la posición en que estaba, se lanzó a por ella a toda velocidad. Con un diestro y ágil movimiento, trató de atravesar la palma de su mano izquierda con el puñal, y manteniéndola ensartada, apartarle la mano hacia un lado sin dejar que se sacase el puñal. Al mismo tiempo, le trataría de agarrar el otro brazo con mano libre. Echándoselo a un lado y retorciéndoselo, la tendría sujeta y sin manera de defenderse del golpe que lanzaría al momento siguiente. Dado que Diana aun se estaría levantando, decidió hacerle pagar por infravalorarla y le intentó dar un potente rodillazo ascendente imbuido en haki en mitad del mentón. Ese golpe, si no la noqueaba o le hacía morderse la lengua, como poco la dejaría tonta un buen rato. Acto seguido trataría de tirar de ella para alejarla del agua, arrancaría violentamente el puñal de su mano (si podía hacerle más daño, mejor) y se pondría de cuclillas sobre ella, con las piernas abiertas y las rodillas sobre sus brazos para evitar que se levantara. Entonces la agarraría por su pecho al aire, y se dispondría a cortárselo, mutilándola.
- Este es el precio de tu insolencia - su voz era calmada e inhumanamente siniestra.
Dark Satou
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-Disculpa por entrometerme en esta batalla, pero vas a matarla.- Exclamó una voz por el fondo, fría y distante.
Como si de un fantasma se tratase -ya que su presencia no podía notarse a no ser que liberase haki del rey- apareció, rompiendo el puñal antes de que se ensartara en la mano de la joven cazadora con dos dedos. Después colocó la mano para evitar que le golpease con la rodilla, parándolo con absurda facilidad, sin ni siquiera inmutarse. Acto seguido agarró a Diana con un solo brazo y suspiró. La joven intentó patalear y golpear su espalda con fuerza, pero no le hacía nada. Y le estaba golpeando realmente fuerte, lo máximo que podía.
-Diana, te dije que no te acercases hacia aquí. Aun así, fuiste imprudente, y no me obedeciste. Podría haber venido antes, pero no era lo correcto. Ahora que te han hecho sufrir un poco, ya toca hacer de canguro una vez más.- Le echó bronca, con el ceño fruncido e ignorando a Iliana.
-¡Lo tenía todo bajo control!- Mintió, intentando hacerse la orgullosa.
Y la verdad es que no había tenido ninguna situación bajo control en ningún momento. La diferencia de poder era grande, y se sentía relativamente mal por haber sido humillada de aquella forma. ¿Tal vez era una lección de humildad? Hubiese sido tan confiada si su maestro no hubiera estado en la isla? Eran preguntas que rondaban por su cabeza, pero había algo que no lograba hacer que se concentrase. Las heridas. Gimió por lo bajo y mordió sus labios, aferrándose al pecho de Dark con fuerza. Él aprovechó para mover la mano lentamente y pasarla por delante de su cara, liberando Haoshoku y desmayándola. Procuró enfocar únicamente a la cazadora, para no afectar también a su rival. Tendrían que irse rápidamente en aquel momento, ya que seguramente, su presencia se habría contagiado por toda la isla, y si había alguien que le conociese estaría en problemas, ya que debía permanecer en el anonimato.
-Esto es lo más parecido a un analgésico por ahora- Le argumentó a la maquiavélica Iliana mientras sonreía tranquilo. -¿Y a ti ya te vale, no? Tan jovencita y problemática. ¿Sabes que podría matarte ahora mismo, no? Jugar incluso de forma más patética de la que has hecho con mi protegida.- Su sonrisa se desvaneció, enfatizando una cara de decepción y seriedad. -Pero no te haré nada. Yo ya estoy retirado y no cazo a gente como tú. Mata a toda la gente que quieras si eso alivia tu conciencia, pero créeme, Diana volverá. Porque le has creado una herida en la cara de la cual no podrá despedirse jamás. Una cicatriz que creará odio y que recordará cada día cuando se mire al espejo a quién debe abatir.- Paró para tomar un poco de aire y después prosiguió la charla, sin darle oportunidad a hablar o ignorando lo que le respondiese. -Cuando Diana esté entrenada, decidirá qué hacer contigo. Y ahora, si me lo permites, me retiro.- Hizo un pequeño gesto cordial inclinándose hacia delante y tomando la mano de la joven para después besarla, evitando las manchas de sangre que tenía por ahí. Le dedicó una sonrisa cálida y saltó en dirección hacia el barco en el que habían venido, haciendo un boquete en el suelo en el acto debido a la fuerza que usó en las piernas para el impulso.
Como si de un fantasma se tratase -ya que su presencia no podía notarse a no ser que liberase haki del rey- apareció, rompiendo el puñal antes de que se ensartara en la mano de la joven cazadora con dos dedos. Después colocó la mano para evitar que le golpease con la rodilla, parándolo con absurda facilidad, sin ni siquiera inmutarse. Acto seguido agarró a Diana con un solo brazo y suspiró. La joven intentó patalear y golpear su espalda con fuerza, pero no le hacía nada. Y le estaba golpeando realmente fuerte, lo máximo que podía.
-Diana, te dije que no te acercases hacia aquí. Aun así, fuiste imprudente, y no me obedeciste. Podría haber venido antes, pero no era lo correcto. Ahora que te han hecho sufrir un poco, ya toca hacer de canguro una vez más.- Le echó bronca, con el ceño fruncido e ignorando a Iliana.
-¡Lo tenía todo bajo control!- Mintió, intentando hacerse la orgullosa.
Y la verdad es que no había tenido ninguna situación bajo control en ningún momento. La diferencia de poder era grande, y se sentía relativamente mal por haber sido humillada de aquella forma. ¿Tal vez era una lección de humildad? Hubiese sido tan confiada si su maestro no hubiera estado en la isla? Eran preguntas que rondaban por su cabeza, pero había algo que no lograba hacer que se concentrase. Las heridas. Gimió por lo bajo y mordió sus labios, aferrándose al pecho de Dark con fuerza. Él aprovechó para mover la mano lentamente y pasarla por delante de su cara, liberando Haoshoku y desmayándola. Procuró enfocar únicamente a la cazadora, para no afectar también a su rival. Tendrían que irse rápidamente en aquel momento, ya que seguramente, su presencia se habría contagiado por toda la isla, y si había alguien que le conociese estaría en problemas, ya que debía permanecer en el anonimato.
-Esto es lo más parecido a un analgésico por ahora- Le argumentó a la maquiavélica Iliana mientras sonreía tranquilo. -¿Y a ti ya te vale, no? Tan jovencita y problemática. ¿Sabes que podría matarte ahora mismo, no? Jugar incluso de forma más patética de la que has hecho con mi protegida.- Su sonrisa se desvaneció, enfatizando una cara de decepción y seriedad. -Pero no te haré nada. Yo ya estoy retirado y no cazo a gente como tú. Mata a toda la gente que quieras si eso alivia tu conciencia, pero créeme, Diana volverá. Porque le has creado una herida en la cara de la cual no podrá despedirse jamás. Una cicatriz que creará odio y que recordará cada día cuando se mire al espejo a quién debe abatir.- Paró para tomar un poco de aire y después prosiguió la charla, sin darle oportunidad a hablar o ignorando lo que le respondiese. -Cuando Diana esté entrenada, decidirá qué hacer contigo. Y ahora, si me lo permites, me retiro.- Hizo un pequeño gesto cordial inclinándose hacia delante y tomando la mano de la joven para después besarla, evitando las manchas de sangre que tenía por ahí. Le dedicó una sonrisa cálida y saltó en dirección hacia el barco en el que habían venido, haciendo un boquete en el suelo en el acto debido a la fuerza que usó en las piernas para el impulso.
Diana se retira del combate, dándole victoria a Iliana.
Dark, tienes tu primer aviso de la temporada. Si vuelves a irrumpir en un combate en el que no participes y no está impuesto en las condiciones, al menos no hagas acciones cerradas. Y, ya de paso, no amenaces tan a la ligera, que tu psicología marca que no te gusta abusar.
El puñal misteriosamente está intacto, por cierto.
Ganadora: Iliana.
Hojas actualizadas.
El puñal misteriosamente está intacto, por cierto.
Ganadora: Iliana.
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Dark Satou
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Me equivoqué de cuenta al postear. Por lo demás, lo siento, no volverá a ocurrir. Lo único que me gustaría remarcar es que no abuso (el personaje reacciona acorde a proteger a una persona de su bando, y es normal que pueda desviarse un poco de su conducta ante tal situación). Lo de la acción cerrada, mea culpa.
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