Nuevas amistades [Priv Aki-Yoko]

No paraba de darle vueltas a la carta que había recibido hace unos días. La verdad es que estuve pensando seriamente si ir o no, pero al leer que conocía a Byakuro me hizo cambiar de opinión. No conocía de nada a esa chica y tampoco podía fiarme de cualquiera, desde todo lo ocurrido hace dos años... aún me estremezco solo de pensar en ello. Suspiré y volví a leer la carta. No podía esconderme por siempre, no podía tratar de evitar pensar en la muerte de mi maestro. Era el momento de afrontar la realidad, se suponía que había madurado, no comportarme de manera infantil.

Seguí las instrucciones que ella me dijo en la carta y la cité en Lvneel. Llevaba un par de días aquí así que no pasaría nada por quedarme algún día más. Le di un margen de tiempo para que pudiese llegar dado que no sabía su posición. El día en que iba a encontrarme con la mujer salí algo tarde de la posada. Me había quedado dormida por culpa de la noche anterior. Ayudar a las personas era realmente agotador.

Salí de la posada con prisas y un sol me deslumbró. Parecía que iba a ser un buen día, o eso esperaba. Estaba algo intranquila con las preguntas que fuese a hacerme la chica. Sé que había pasado el tiempo, pero la muerte era lo que más temía... No era capaz de superar la pérdida de alguien importante para mí. Quizás fuese el sentimiento de culpa que me carcomía por dentro por haberme separado semanas antes de mi maestro, si nunca hubiese hecho aquel viaje... sé que no podría haber solucionado algo allí, pero al menos le hubiese visto por última vez.

Caminé con cierta parsimonia hasta que llegué a una calle poco transitada. Sería un buen lugar para charlar con aquella desconocida. Me senté en uno de los bancos que estaban adosados a la pared para esperarla. Tan solo esperaba que no se hubiese echado atrás en lo de la carta, tenía bastante curiosidad por ver quien era.

Mis piernas se balanceaban sin tocar el suelo. Tenía las manos apoyadas en el banco y miraba al suelo. De vez en cuando echaba alguna mirada hacia los lados para ver si venía la desconocida, pero estaba sola en aquella calle. Bostecé y seguí entreteniéndome con el leve balanceo de las piernas. El banco era bastante alto, por tanto no tocaba el suelo.

Una voz me sacó de los pensamientos que rondaban por mi mente. La sombra de una persona me había tapado la luz del sol. Levanté la cabeza y me fijé en una mujer. Su cabello era rojo como el fuego, o eso pude apreciar por lo poco que se dejaba ver. Al escuchar mi nombre asentí. Ella debía ser la mujer con la qué había quedado días atrás.

Cuando iba a preguntarle su nombre, esta pareció preferir ir a otro lugar, uno más seguro. Conocía poco Lvneel, pero creo que el lugar más seguro sería mi habitación en la posada. Estaba alejada del centro y la dueña no solía hacer preguntas personales. Sí, la llevaría allí.

-Claro - Dije con una sonrisa levantándome de un salto del banco. - Ven, sígueme.- Tras esto le hice unas señas con la mano para que caminase a mi lado. El lugar no estaba muy lejos, solo dos calles más abajo. El trayecto fue rápido y no entendía los motivos de aquella pelirroja para tener tantas precauciones. ¿Alguna criminal? Tampoco me importaba, si había sido amiga de Byakuro podía confiar en ella.

Finalmente llegamos a la posada. Me adelanté un poco con ella y abrí la puerta un poco. No había nadie en el mostrador. Así que la abrí de todo, chirriando, y le pedí que me acompañase. Subí las escaleras hasta el primer piso y entramos a la habitación.

-Es pequeño, pero es el sitio más seguro que conocerás en Lvneel. - Sonreí mientras me sentaba en la cama de golpe. - Aquí estarás bien, no te preocupes.

Me acomodé en la cama sentándome al estilo indio y apoyando los codos sobre mis piernas, mientras que, una de mis manos, estaba apoyada en el moflete. Me quedé mirando a la muchacha pelirroja. Parecía muy preocupada por miedo a que la descubrieran. Iba a hacer todo lo posible por ayudarla. Había un sillón hacia la ventana y unos cojines por el suelo, pero prefirió sentarse en el suelo.

Escuché sus palabras atentamente. ¿Rose? El maestro Byakuro siempre había conocido a muchas chicas, pero lo cierto es que ella me sonaba de algo... Supongo que sí mandó a la pelirroja hasta mí era porque nos conocía bien a todos. La verdad es que recordar todo aquello me apenaba. Su Vibre Card... todo, llevaba demasiado tiempo queriendo evitar aquel tema. Nunca me había abierto a nadie después de lo ocurrido, tan solo cuando me encontré con Theo y solo le conté cómo me sentía.

Miré a la muchacha apenada. -Lo-Lo siento... No sé nada de él. Semanas antes de que muriese yo partí hacia Arabasta por asuntos familiares. Después... por una serie de consecuencias, cuando iba a regresar con él vi su Vibre Card consumirse hasta que solo eran cenizas. Al ver que ya no estaba cambié mi rumbo y... perdí el contacto con la gente que le rodeaba. - Tomé una pausa. Estuve mirando a la nada un par de segundos y luego volví a hablarle. - Antes de que la Vibre Card se quemase pude comprobar que él... él estaba en Hallstat. Poco tiempo después leí sobre la guerra que se había originado allí. Del resto no se nada. Lo siento. - Dije reprimiendo las ganas de llorar. La utopía que quería formar ahora tenía sentido.

Creo que tras aquellos dos años, el haber estado sola y sin ningún amigo que me hubiese escuchado cuando lo necesitaba, me hicieron abrir los ojos de que no estaba bien. Llevaba una tristeza latente conmigo que salía a flote cuando menos me lo esperaba irrumpiendo con la alegría o felicidad que estuviese. Tenía que abandonarla lo antes posible, deshacerme de ella y volver a ser como era antes, aquella chica dulce y risueña que nunca tenía una visión pesimista de nada.

Tomé aire y sentí el abrazo de la muchacha pelirroja, resultó ser una muestra de afecto bastante cálido. Llevaba demasiado tiempo sin recibir uno así que se lo correspondí felizmente. Sus palabras tenían toda la razón así que asentí para dársela. Froté un poco los ojos; suponía que se habrían quedado algo rojos por aquel mal momento.

Al ver su sonrisa irónica yo también hice lo mismo, pero la mía resultó ser sincera. Estaba haciendo caso a todas sus palabras. La idea que propuso me pareció genial. Me levanté de golpe, animada, y fui hasta la ventana. Creo que podía haber alguna taberna lo bastante alejada. Todo esto era por la situación de la chica, lo que había comentado antes. Tampoco era plan de despistarse y acabar pillada.

-¡Me parece genial! - Exclamé alegremente por lo del brindis. Me alejé de la ventana y fui hacia la puerta. Apoyé la mano sobre el pomo y me giré. - ¿Algún sitio en especial o la primera taberna que nos encontremos? - Inquirí.

Tabernas en el reino no sería ningún problema. Debido a los días que llevaba había tenido la oportunidad de leerme los grandes carteles que poseían la mayoría. Además, por habladurías de la gente podía saber si estaban llena de criminales o eran "seguras" por el hecho de que hubiese algún guardia paseando por ellas.

Finalmente salimos de la posada. El trayecto fue bastante corto, sin embargo podría haberlo sido más si hubiésemos mantenido una agradable charla. De todas formas, creo que no era el momento indicado ponernos a hablar como si fuésemos buenas amigas, no después de aquel maltrecho que habíamos pasado las dos, la situación no había sido agradable. La muchacha pelirroja me había caído bien, esperaba no perder el contacto con ella en cuanto se fuese de la isla. No me gustaba conocer a gente que era buena conmigo y después no volver a saber nada de ellos, me deprimía.

A la pelirroja le llamó la atención una taberna que había a mitad de calle. Asentí con la cabeza cuando me dijo de entrar. Una vez dentro me sorprendí por como era. Parecía ser un lugar elegante, pero a la vez acogedor. Había muy poca gente y se extendía un olor a incienso por la estancia. Estaba bastante bien el sitio. Ambas nos sentamos en una mesa y, mientras yo me acomodaba, ella se encargó de pedir.

Miré al camarero y luego a ella. ¿Whisky? Eso era alcohol creo... no estaba muy familiarizada con las bebidas alcohólicas. Yo era más de pedir mi zumo de melocotón siempre, pero bueno, por una vez no pasaría, siempre tenía que haber una primera vez para todo. Ante su comentario asentí mientras sonreía.

El camarero no tardó en llegar. Puso de golpe los dos vasos en la mesa haciendo que tintineara el hielo, luego, con un gran movimiento de manos, manejó la botella con gran arte llenando en poco tiempo los dos vasos. Tras aquello se retiró y nos dedicó una sonrisa amable. Acerqué el vaso a mí y lo levanté un poco hacia arriba, para preparar el brindis. En cuanto la pelirroja levantase el suyo para brindar le pegaría un trago a mi vaso, aunque el olor me llegaba desde donde lo tenía. Creo que se podía apreciar en mi cara la mueca que puse. Traté de ignorar un poco el olor de la bebida y sonreí.

-¡Por él! - Exclamé contenta.