Una montaña, una recluta y un descamisado. ¿Qué podría salir mal? [Reiko & Zane]

El sol incidía directamente sobre los mechones caídos de la recluta, pequeños hilos de oro se deslizaban sobre sus hombros y, algunos más rebeldes, sobre su cara. A ratos iba apartando el cabello molesto que le dificultaba ver. La muchacha se encontraba en el pequeño pueblo que había en Galuna. Reiko había llegado hace un par de días y le permitieron estar un día de descanso. Debido al tiempo que llevaba por aquí, de taberna en taberna, se topó con mil historias sobre la gran montaña de Galuna. Reiko no creía en las maldiciones ni en las leyendas que se cernían sobre ella. Esto sólo aumentó su avidez por saber qué ocurría allí, llena de incertidumbre estuvo un par de horas preparando su trayectoria.

Esta vez no llevaba sus ropajes de la marina si un traje de color beis. Su diadema, la cual era habitual verla con ella, tampoco estaba. Su cabello, dorado como los rayos del sol, estaba suelto con un aspecto suave y sedoso, al igual que el de su piel, radiante con la luz. Reiko iba acompañada de su espada, nunca la soltaba es como si fuese una parte de su cuerpo. Reiko salió de la posada en la que se encontraba, no sin antes ser advertida por la posadera de lo que iba a hacer, dado que anteriormente le había pedido datos para ir hasta allí. Reiko trató de calmar a la mujer y se despidió.

La recluta comenzó a caminar por las calles en busca de la salida del pueblo. Tenía que internarse en el gran bosque. Esta vez llevaba una gran brújula consigo, solo esperaba no perderse mucho, digamos que su sentido de la orientación era demasiado escaso. Apoyó la mano en la empuñadura de su katana y respiró profundamente. Le esperaba un largo camino.

Era una mañana fría en aquella isla del mar del norte, así que, como llevaba haciendo semanas, me dispuse a ir a la taberna de Peggy Sue a tomar una buena jarra de licor caliente y algo que llevarme a la boca. La mayoría de los habitantes del pueblo estaban en el campo trabajando, pues casi todos eran agricultores o ganaderos, a excepción de algún que otro pescador y los que se encontraban en las tabernas y tiendecitas del centro de la villa.

Mientras caminaba despreocupado, mirando de un lado a otro, la vi. Una mujer de cabello áureo, con unos grandes ojos tristes y azulones, que entró en la taberna de Louisa. Sin saber porqué, posiblemente guiado por mis feromonas, entré también en la taberna y me senté lo suficientemente cerca como para tener contacto visual. La joven se dedicó todo el rato que estuvo allí a preguntar sobre la misteriosa montaña y la maldición que recaía sobre ella. Era verdad que yo también estaba intrigado, pero tampoco me apetecía morir allí, y menos ahora.

Después de varias rondas de buen licor caliente y carne, una combinación buena y mala al mismo tiempo, la muchacha salió de la taberna en dirección a la montaña, por lo que escuché que le dijo Louisa. Entonces pagué mi cuenta y salí de allí algo mareado, buscando a la rubia. No había ido muy lejos así, que me acerqué a ella dando un pequeño trote irregular —¡Oye! —Exclamé —Si vas a la montaña voy contigo —dije de golpe, sin andarme con zarandajas.

Una voz grave llamó la atención de la rubia. Apenas había avanzado algo y ya la estaban reteniendo. Se había hartado de los comentarios que hacía la gente sobre la valentía de ir a mirar la gran montaña. Reiko se giró y vio a un muchacho pelirrojo, tambaleándose un poco. El comentario del hombre sorprendió a la recluta. ¿Desde cuando se iba alguien con un desconocido? La mujer, suspirando, se acercó a él de brazos cruzados, aunque de vez en cuando echaba unas miradas hacia atrás. Estaba demasiado impaciente.

-¿No te ha dicho tu madre que no es bueno irse con desconocidos? - Inquirió con un tono irónico mientras esbozaba una pequeña sonrisa. - ¿Quién eres y por qué quieres ir conmigo a la montaña? La gente solo tiene ideas estúpidas sobre ella, es raro ver a alguien que sí quiera ir. - Comentó. Reiko tenía cierta curiosidad por el muchacho, no era muy normal irse así como así a un lugar desamparado, pero quizás, si tenía compañía no podría perderse.

-¿Estás bien? - Preguntó, dado que había visto tambalearse al chico. Reiko solía estar atenta a todo tipo de problemas, aun sin estar de servicio le gustaba estar atenta y ser un heroína. Siguió cruzada de brazos a la espera de las respuestas que le había hecho. Si le convencían iría con él, sino no tendría más remedio que pedirle que se fuese. - ¿Y bien?

—Mentiría si te dijese que eres la primera mujer que me pregunta eso —sonreí, intentando mantener el equilibrio. Era bien sabido que el licor que vendía Louisa era el más malo de toda la isla, pero también el más barato y por ello siempre tenía la tasca llena. Aquella vez no era la primera vez que entraba en su taberna, pero si la única vez que había salido por mi propio pie, sin necesidad de que me llevaran a cuestas.

“Cuando aprenderé que el alcohol lo carga el diablo” —me dije a mi mismo mientras intentaba mantener el equilibrio.

—Me llamo D. Kenshin, Zane D. Kenshin, pero tú puedes llamarme Zane —farfullé —¿Y por qué no? Seguramente sea divertido —empecé a reír —los habitantes de aqui no quieren ir a la montaña. He intentado buscar a gente para ir desde que llegué, pero nadie quiere. Tienen miedo al dios de la montaña o algo así —comenté.

No sabía si era por el efecto del alcohol en mi cuerpo, o simplemente porque llevaba mucho sin ver a una mujer que no sea de belleza complicada, como casi todas en la isla. Pero aquella joven me resultaba de lo más atractiva, la única pena que se notaba que era mayor que yo.

—Sí, sí, no te preocupes —contesté —el alcohol en ayunas que no es tan buen remedio contra el frío, a fin de cuentas. Bueno, ¿entonces qué, vamos juntos o prefieres ir sola?

A Reiko le hicieron bastante gracia todos los comentarios de aquel hombre. Su nombre era Zane D. Kenshin. La recluta apoyó las manos en su cadera y arqueó una ceja. Luego, asintió con la cabeza. Zane la había convencido con unas simples palabras, pero en verdad es que conocer a alguien de por aquí le resultaría más sencillo. Resultaba que el tío estaba un poco borracho, esto hizo dudar un poco a Reiko sobre si aceptar o no, pero supongo que con el paso de las horas se le iría.

-Claro, vamos juntos, al menos será entretenido. - Respondió la rubia.

Ella comenzó a caminar y, de vez en cuando, miraba de reojo hacia Zane para ver si este la seguía. Después de un rato caminando, dado que ambos habían logrado adentrarse en el espeso bosque, recordó que no se había presentado. Por un momento había olvidado sus modales.

-Mi nombre es Reiko. - Dijo de repente, mostrando una sonrisa. Reiko se detuvo un momento, el suelo comenzaba a ascender, suponía que iban en buen camino. La rubia pensó que si el terreno se inclinaba más iba a resultar agotador. Suspiró y siguió avanzando. - No pareces ser de por aquí ¿qué te ha traído a este lugar? - Inquirió para romper un poco el hielo.

Contra toda probabilidad, tras escucharme, aceptó mi invitación para ir a la montaña de norte e intentar desentrañar los secretos que allí aguardaban. En mutuo silencio emprendimos camino hacia la salida del norte de la isla, ésta estaba vallada para impedir que los niños o algunos insensatos como nosotros se adentraran en ella. Sin embargo, eso no impidió que la cruzáramos y nos metiéramos en un frondoso bosque.

Con el paso del tiempo y la larga caminata, la borrachera fue disipando, empecé a pensar con claridad y a andar con más rectitud ¿en qué demonios estaba pensando cuando dije de acompañarla a la montaña? No lo sabía, pero seguro que resultaba entretenido. Entonces, la mujer se presentó, se llamaba Reiko. Yo recordaba haberme presentado, sin embargo volví a hacerlo.

—¿Reiko? Bonito nombre —sonreí —yo soy Zane, aunque creo que ya te lo he dicho —carcajeé. —La verdad que no, yo en realidad nací en el archipiélago Sabaody, en el grand line, pero por circunstancias de la vida estoy yendo de isla en isla, ¿y tú? Tampoco pareces ser de por aquí —pregunté.

El camino cada vez era más engorroso, la espesura del bosque junto a la repentina elevación del terreno, hacía que mis piernas se cargaran y empezara a tener mucho calor, teniendo que secarme el sudor frío de mi frente con la manga cada pocos minutos.

El bello aroma de la naturaleza era una esencia embriagadora en la recluta. No acostumbraba a estar de paseo en tan bellos lugares, pero le gustaba aprovechar algún momento para escaquearse del ruido y de la vida mundanal. Ella adoraba el silencio y, la naturaleza era el hogar perfecto para estar acompañada de él. Tan solo ella y los sonidos más nimios, una hoja cayendo, pisadas de un animal, el viento moviendo las copas de los árboles... Una persona normal y corriente no lograría concentrarse en lo que le rodeaba.

Reiko se dio cuenta de los efectos del alcohol en el cuerpo de Zane, dado que este se había vuelto a presentar. No pudo evitar soltar una carcajada ante tal situación, la verdad es que el muchacho era bastante gracioso. La muchacha escuchó sus palabras atentamente y, una vez terminó de hablar, continuó ella con su historia.

-Yo tampoco soy de aquí. Pertenezco a Domica, una isla hermosa. Estaba aquí de servicio, pero me concedieron unos días de descanso así que... qué mejor que dar una vuelta por los lugares más extravagante.

Reiko alzó la vista. Todavía quedaba un buen tramo hasta la cima e iba a ser un tanto aburrido estar de charla todo el rato. Se giró hacia Zane. - Eh, hagamos una cosa. Quien antes llegue hasta aquel pequeño claro - comentó señalando hacia el horizonte. - Deberá ser invitado por el perdedor a una copa. ¡Vamos! - Tras aquel comentario Reiko echó a correr dejando atrás al pelirrojo. Ella era bastante veloz y así avanzaban en el camino.

“¿De servicio? ¿Días de descanso?” —fruncí extrañado. Había dejado de juntarme con delincuentes y maleantes de todo tipo para irme a la montaña con algún tipo de agente de la ley. Me resultaba muy irónico, ya que desde hacía semanas estaba pensando en cruzar la línea y comenzar mi camino en el sendero de la piratería, como una manera de buscarle sentido a mi vida.

Pasado un rato, una brisa gélida movió las ramas de los árboles, haciendo que cayeran algunos frutos al suelo, algo que aprovechaban pequeñas alimañas para alimentarse. Me parecía increíble la rapidez con la que habían surgido aquellos animalillos, pero me sorprendía aún más la velocidad con la que consumían el alimento. El camino volvió a estar en silencio, cada uno a su rollo, sin molestar al otro. Entonces, Reiko tuvo una idea: realizar una carrera hacia no sabía dónde.

Al ver como corría, con una velocidad y agilidad envidiable, no dudé en apresurarme yo también. Seguía notando los efectos del alcohol, algunos movimientos torpes, unas insaciables gana de beber agua… Al final conseguí colocarme a su paralela, pero cuando quise darme cuenta un grupo de pumas estaban detrás de nosotros —¡REIKO, CORRE MÁS RÁPIDO! —Exclamé aumentando aún más la velocidad, consiguiendo adelantarla.

Un buen subidón de adrenalina era lo que necesitaba Reiko. A alguien como ella no le costaba nada correr un buen rato y evitar la aparición del cansancio, ventajas de tener un padre tan estricto con el tema del entrenamiento. En cuanto vio a Zane a su lado se sorprendió, para estar un poco ebrio avanzaba a pasos agigantados. Sus gritos la descolocaron un poco y, cuando miraba hacia atrás, descubrió un par de pumas. Les estaban persiguiendo. La recluta siguió corriendo mucho más rápido, pero nunca aguantarían tanto. Los animales eran más rápidos que los dos juntos así que debían llegar al claro lo antes posible.

Reiko no tenía visibilidad suficiente dentro del bosque, además tenía que estar esquivando árboles y rocas con lo cual dificultaba el acceso. En poco tiempo llegaron al claro que Reiko había señalado anteriormente.

-Detente. - Exclamó hacia Zane.

La recluta sabía que hacer en estos casos, pues conocía información sobre cómo tratar a animales peligrosos. - No digas nada y fíjate en lo que hago. - Dijo en voz baja sin mirarlo, pues sus ojos se habían clavado en el de uno de los pumas. - Tranquilos... - Susurró. Reiko se relajó y le plantó cara a los pumas, demostrándoles que ella no era su presa ni tampoco su enemigo. El rostro de Reiko reflejaba serenidad. Luego, alzó los brazos y, tras un rato así, los pumas se retiraron lentamente. Respiró profundamente, pues la carrera le había dejado sin aliento.

Empecé a correr aún más rápido, dando zancadas tan grandes como podía, esquivando todos los obstáculos que se me ponían frente a mí. El rugido de las fieras cada vez estaban más cerca, a medida que yo aumentaba la velocidad las bestias también lo hacían. Una vez dejamos la primera parte del bosque atrás, llegando al punto acordado por la improvisada apuesta, Reiko se detuvo y me dijo que hiciera lo mismo.

“¿Pararnos? ¿En serio?” —me dije a mi mismo, dudando su pararme o no.

Pero sin saber todavía porqué, me paré y di media vuelta. La muchacha me dijo que la imitara y empezó a hacer movimientos extraños, posiblemente intentando espantar a los animales. Por mi parte, ni me molesté en hacerlo. Solo contemplé como los puma se alejaban lentamente, salvo uno que solo hacía mirarme.

—¿Qué miras? —dije mirando al animal, desafiándolo con la mirada.

Reiko le dedicó una mirada desafiante al muchacho cuando los animales se retiraban. Si aquel hombre era tan estúpido de enfrentarse a un animal ella no se iba a quedar ahí para ver como los despedazaban. Eran humanos si, pero aquellas bestias eran el doble de poderosas. La recluta no sabía cuán fuerte era el chico pelirrojo, pero tampoco se podía arriesgar a depender de otra persona. Nunca se había confiado antes a la primera y no lo iba hacer ahora. Suspiró y se cruzó de brazos yendo hasta el pelirrojo.

-Estuvo cerca... - Comentó. - Bueno, ya me agradecerás el haberte salvado la vida. Aunque te vas a quedar pobre agradeciéndome cosas. El alto de la montaña está ya ahí arriba. - Dijo señalando a medida que esbozaba una sonrisa. - Y yo llegué primero.

Esas fueron sus últimas palabras hacia él antes de llegar a lo alto. Emprendió el camino, y con jadeos, trató de llegar a la cima. La cuesta fue un poco complicada, pero de vez en cuando le tendía una mano a Zane. Le gustaba ayudar, aunque la ayuda para subir era mutua. Finalmente lo logró, y nada más llegar hacia arriba echó un suspiro agotador. Corría una leve brisa refrescante, esta terminaba con el calor que aguantaba la rubia. Apenas se movió del lugar y se quedó pensando durante un rato en las leyendas que se había inventado todo el mundo. Que manipulada estaba la gente, pensó.

El puma me miraba y yo a él, aquello era una lucha para ver quien tenía más poderío, si el puma como el animal alfa de la isla o un ser humano como yo, supuesto líder de la cadena alimenticia. Sin embargo, un rugido del líder de la manda hizo que la fiera se retirara con las demás.

-Sí, por poco… -dije, haciendo un ademán de indiferencia.

Tras ello, subimos hacia la cima de la montaña. Fue un viaje dificultoso en los que tuve que apoyarme hombro con hombro en Reiko. Aquello me hizo pensar en muchas cosas, como que no estaría mal tener una banda, una familia en la que respaldarme cuando fuera necesario. Pero por ahora era solo un sueño, un deseo que no se cumpliría en un futuro próximo.

-Bueno, ¿y ahora qué? ¿Bajamos? –pregunté, mientras miraba al horizonte.

La recluta estuvo vagando durante unos minutos sobre la pequeña llanura que se cernía sobre la montaña. En cierto modo estaba decepcionada, esperaba encontrarse con que todos los mitos y leyendas fuesen reales y, a su vez, mágicos, pero simplemente se encontró con una realidad aplastante. Su cara expresaba continuamente asco, tal era su decepción y el tiempo malgastado que se arrepentía de haber subido. Ni las hermosa vistas hacia el inmenso océano o hacia el pueblo, donde sus habitantes parecían simples hormiguitas, no le hacían cambiar de opinión.

-No hay nada... - Murmuró para que Zane no la oyese.

Reiko estaba perdida en su mente observando todo lo que le rodeaba. Cuando el pelirrojo le habló esta se despejó. Ante su pregunta no le quedó más remedio que darle la razón, total en un sitio como ese poco más tenían que hacer. Además, estaba cansada y un poco de descanso no le vendría mal.

-Vámonos, que me tienes que invitar a tomar algo. - Y es que la recluta siempre había sido muy directa al decir las cosas y, cuando debía ser invitada, no se lo iba a callar. La bajada sería el doble de sencilla. Reiko fue primera. Esperaba que a donde fuera allá abajo resultase más divertido que la subida, aunque le había caído bien el muchacho.

El paisaje desde aquel lugar era hermoso, se veía todo desde allí, cualquier rincon de la isla. Los campesinos parecían insignificantes, y por un segundo me sentí superior a todo el mundo. La voz de Reiko me sacó del estado de ensimismamiento en el que me encontraba, recordándome que debía invitarla a una copa. Sin embargo aún quedaba lo peor del camino, que era descender. Una vez me quité la sudadera que curbía mi torso, dejándo al descubierto un sudado y musculoso pecho que más de uno envidiaría si pudiera verlo. Poco a poco descendimos por la ladera más llana de la montaña, para así facilitar el descenso.

Tartamos en llegar a la aldea, pero se hizo corto por la conversación amena que tuvimos.