Temporada de caza [Privado - Pasado] [Arribor y Krauser]

"¿Qué es lo que distingue a un buen cocinero de un cocinero mediocre? Muy simple: la capacidad de adaptarse. ¿Y qué es lo que distingue a un buen cocinero de un buen cocinero con dinero? Más simple aún: la capacidad de conseguir ingredientes gratis."

Arribor leyó las escuetas instrucciones de su nuevo y único libro, titulado "Cocina para espabilados". No era como si necesitase algo así para poder cocinar bien, pues era un experto en el arte de los fogones, pero los largos, y en ocasiones desconcertantes, viajes por mar se le hacían eternos. Su única compañía era la de Franklin, lo cual no era gran cosa, así que había decidido empezar a leer. Siempre le habían dicho que no era un tipo muy listo pero se había propuesto convertirse en un hombre cultivado. ¿Y qué mejor forma de empezar a convertirse en un intelectual que leer sobre algo que ya dominaba? Buscó libros de piratas, parches o morsas, pero como no los encontró cogió prestado un libro sobre cocina de la biblioteca. Se preguntó si podría devolverlo algún día.

Franklin también estaba leyendo. Su libro, "Conviértase en un exitoso emprendedor en solo 10 pasos", parecía gustarle, o al menos eso deducía cuando le veía comerse alguna página que otra. Arribor lo miró con algo de envidia. La foto que habían puesto en su carné de biblioteca había quedado fatal; su único ojo bueno aparecía cerrado y encima le había pillado estornudando. Pero la de la morsa había quedado bien. La fotógrafa había conseguido que saliera guapo, lo cual era todo un gran mérito tratándose de un engendro de tal calibre.

Antes de darse cuenta, tan distraído por la lectura como estaba, había llegado a una nueva isla. Estaba plagada de árboles de un tamaño colosal y había alcanzado a ver algunos pájaros grotescamente grandes. Dejó el pequeño barquito, también cogido prestado de la biblioteca, en la costa norte y desembarcó dispuesto a poner en práctica lo aprendido en su libro. Estaba harto de ser pobre así que iba a aprovechar los consejos que albergaban las páginas del voluminoso tomo. Debía conseguir ingredientes gratis, y eso solo podía hacerlo de una forma: cazando.

Estaba convencido de que era capaz de hacerse con la presa que quisiera, no en vano había vivido en islas salvajes con criaturas mucho peores que cualquiera que pudiera toparse. Y si había conseguido aguantar a la morsa tanto tiempo, estaba más que seguro de que ningún animal podría asustarle jamás. La densa jungla que se extendía ante sus narices parecía diseñada a propósito por la naturaleza para devorar cualquier cosa que entrara en sus límites, al igual que las criaturas que habitaban en ella. El pirata dejó el libro en el barco y se adentró entre la vegetación, imaginando qué clase de cosas haría cuando fuese un cocinero rico.

La selva era muy ruidosa. El zumbido de mosquitos del tamaño de halcones, los rugidos lejanos de felinos gigantescos, el sonido constante que hacía Franklin mientras masticaba una seta... No había ni un solo momento de silencio. Pero no le importaba, prefería mil veces el ruido que el constante silencio del mar. El pirata se abría camino a través de una zona especialmente densa, plagada de siniestros árboles con grandes marcas de garras. En más de una ocasión tuvo que saltar por encima de los restos putefractos de alguna criatura a medio devorar, aunque al menos a la morsa no le dio por intentar comerse ninguno. Aunque el aspecto de esa seta preocupaba a Arribor; parecía muy colorida y según su experiencia eso no podía ser bueno. En fin, ya se preocuparía de eso luego.

El ruido de fondo comenzó a hacerse más fuerte. Sonaban como ramas rompiéndose, como grandes pisadas que se aproximaban arrasando toda la vegetación a su paso. Extendió su Haki y exploró con él la zona en busca de la presencia de su tan ansiada presa. Detectó un aura bastante grande, perteneciente a algún tipo de criatura más fuerte de lo que se imaginaba. ¿Qué podría ser? El pirata se interpuso en el camino por donde calculaba que iba a pasar, pero entonces detectó otra presencia que le era familiar. Era muchísimo mayor que la del animal y le recordaba a alguien a pesar de que no pudiera precisar a quien.

Y entonces lo vio. La sangre se le heló en las venas al ver como el Demonio de la Niebla echaba a correr hacia él.

-¡¡¡Ohhh, Krauser!!! -exclamó Arribor antes de echar a correr él también.

La última vez que lo vio era un marine de alto rango y según había oído luego había ascendido aún más en la jerarquía. Y lo peor de todo: le debía dinero. No sabía de él desde hacía mucho pero aún así seguía siendo la única persona en el mundo que le daba miedo. Esa voz, esos ojos... era como un verdadero demonio y el tío daba miedo solo con verlo. Encima traía consigo un dinosaurio de aspecto fiero. ¿Sería su mascota? Conociendo a ese tipo no le extrañaba nada. Seguro que si le arrestaba dejaría que le comiera. O peor, le comería él mismo. Franklin debió pensar lo mismo porque también se lanzó a la carrera... solo que en otra dirección. "Maldito cobarde", pensó al verlo marcharse por otro lado. "Espero que algo se lo coma".

Arribor llegó a una playa sin saber muy bien cómo. Había dejado de prestar atención al camino al poco rato, tan concentrado como estaba. Y cuando se detuvo en la arena, pensando que habría despistado a su perseguidor, se encontró con él en la misma playa.

-Hey... Ha pasado mucho tiempo, ¿no? -saludó Arribor intentando ocultar su inquietud y parece un ciudadano normal y corriente respetuoso con la ley. Ni siquiera se dio cuenta de que el dinosaurio aún iba tras él. Pensó en librarse de aquella cosa molesta y ruidosa pero si era la mascota de Krauser tal vez sería mejor dejarlo estar. Cogió una "ramita" de un par de metros de grosor de uno de los árboles y se la lanzó para jugar, pensando que el bicho la perseguiría-. ¿Cómo has estado? ¿Sigues aterrorizando piratas? -preguntó, pensando para sus adentros que la respuesta era que sí.

"Si que juegan a lo bestia", pensó al ver a Krauser detener con su espada el mordisco del dinosaurio. No era muy habitual ver a alguien pelear así con su mascota, pero él tampoco podía decir nada al respecto. Al fin y al cabo, Franklin y él estaban todo el día enfrentados. Aunque cuando le cortó el cuello al enorme lagarto sí que le pareció excesivo. Por un momento creyó que él sería el siguiente, cuando los aterradores ojos de aquel tipo se posaron sobre él. Sin embargo no parecía tener intenciones hostiles. Una súbita sensación de alivio le recorrió el cuerpo entero al oír que hacía ya varios años que no pertenecía a la Marina.

-¿En serio eres un criminal buscado ahora? -le preguntó Arribor, sin llegar a creérselo. Nunca prestaba mucha atención a los carteles de recompensa, así que no tenía ni idea; ni siquiera solía mirar los suyos propios.

El pirata saludó a Krauser con un firme apretón de manos. Éste decía estar en la isla por un recado e incluso le ofreció ayuda. Casi había olvidado el miedo que le daba. Ahora que sabía que no tenía motivos para ir tras su cabeza podía respirar más tranquilo. Imaginaba que para los marines había sido una noticia bastante mala, sobre todo teniendo en cuenta la grandes batallas que les habían salpicado y en las que él mismo se había visto envuelto en cierta medida.

-Lo cierto es que he venido a cazar, me lo ha recomendado un libro. Solo espero que Franklin no espante a todas las presas...

En ese momento se acordó de la morsa. Como de costumbre esa cosa había hecho lo que le venía en gana sin tener en cuenta el engorro que eso supondría para él. Ahora tendría que buscarla mientras cazaba y seguro que con su extraño olor a babas y con lo ruidosa que era espantaba a todas las presas. Suspiró resignado, iba a tener que darse prisa antes de que algún bicho sin sentido del gusto decidiera devorarla.

-He visto un par de montañas gigantescas mientras corría, así que supongo que por ahí debe haber presas bastante grandes. No sé si los marines sabéis cazar pero si no consigues nada puedo darte un pedazo -dijo con cierta sorna. Una parte de sí mismo le decía que no desafiase a Krauser, pero realmente estaba convencido de poder cazar algo más grande que él. Claro que se lo pensaría dos veces antes de decírselo directamente.

El Demonio de la Niebla apretó su mano con fuerza, como una abierta forma de desafío. Arribor hizo lo propio, aumentando la fuerza de su apretón de manos. Por el leve movimiento de las vendas que cubrían parte de la cara de Krauser le hizo pensar en que estaba sonriendo. De un momento a otro se habían metido de lleno en una competición de caza. Lo cierto era que no sabía que clase de bichejos habría en esa isla pero si eran todos como el dinosaurio muerto sin duda debían de ser grandes.

-Muy bien, traeré al monstruo más grande que haya en este pedrusco -dijo Arribor, consciente de que quince minutos era muy poco tiempo.

Tendría que dejar para luego la búsqueda de la morsa o de lo contrario no le daría tiempo a encontrar una presa decente. O tal vez... se le había ocurrido una idea tan deliciosamente perversa que la tentación de llevarla a cabo era irresistible. De inmediato extendió su Haki para dar con Franklin. La presencia del animal aún no estaba a su alcance pero eso daba igual, ese bicho siempre dejaba un rastro muy fácil de seguir.

-Nos veremos en esta playa en quince minutos, cada uno con su presa -se comprometió sin tener muy claro como calcularía los quince minutos estipulados. Bueno, eso era un problema menor. Lo calcularía a ojo.

El pirata no perdió un segundo más y se adentró en la jungla. Corría de camino a la zona donde había perdido de vista a Franklin, y cuando llegó allí pudo ver claramente el rastro que el engendro había dejado: ramas rotas, profundas huellas de aletas y de su gran cuerpo en el suelo terroso, y algunas babas ocasionales. Entre eso y su Haki no tardó en dar con él más que unos minutos. El animal se abrazó a él nada más verle, arañándole con sus colmillos. Pero no necesitó más que ver la forma en que Arribor sonreía para saber que tramaba algo malo.

Un par de minutos después, Arribor se encontraba sentado en un gigantesco árbol, lo bastante robusto y resistente como para haber podido construir una casa de ladrillo sobre sus ramas. Era uno de los más altos del lugar y contaba con una vista privilegiada. El pirata había pasado de ser un cazador a ser un pescador. Su caña, una gruesa y larga rama cortada; su cebo, una asustada morsa atada a ella. El extraño olor de esa criatura atraería sin duda a los depredadores de la isla. Solo tenía que esperar a ver qué picaba el anzuelo.

Las malditas presas no picaban el anzuelo. Por el momento solo habían aparecido bestias relativamente menores. Un tigre dientes de sable tan alto como él mismo había estado rondando por los alrededores del árbol donde el pirata estaba subido, hasta que lo espantó lanzándole un coco. Un coco lanzado con su fuerza, claro. Luego aparecieron los puñeteros mosquitos, tan grandes como gatos y con un aguijón endiabladamente largo. Arribor los contempló largo rato intentando apartarlos a manotazos, pero eran demasiado rápidos, así que tuvo que conformarse con quitárselos de encima cuando esos monstruos intentaban picarle.

Arribor sabía que era solo cuestión de tiempo que algún bichejo lo bastante grande apareciera, pero tiempo era precisamente lo que no tenía. Si quería ganar a Krauser tendría que darse prisa. Por ese motivo sacudía a Franklin un poco, mientras la morsa, ajena al motivo por el que un humano lo había colgado de allí arriba, mordisqueaba una extraña fruta de color ocre. Contaba con que el olor del animal se esparciera más así, sobre todo gracias a la leve brisa que soplaba de levante.

No estaba seguro de si fue por su plan o por mero azar, pero no tardó en aparecer algo mucho más interesante que lo anterior. Un dinosaurio inmenso, con un cuello absurdamente grande. Lo vio acercarse desde una gran distancia, aunque cuando pasó por su lado casi ignoró totalmente a la morsa. No parecía interesarle demasiado el animal, seguramente porque no era un depredador. Tras olisquearlo un rato, durante el que Franklin contempló pálido de miedo como el hocico de esa cosa se cernía sobre él, decidió dedicarse a comerse las hojas de la palmera.

Arribor se lo pensó un poco. Era bastante grande pero no parecía ser un carnívoro, por lo que no estaba seguro de si sería justo. Luego decidió que sí y le dio un golpe en su gran frente. Podría haberlo matado directamente pero eso no habría estado bien. El dinosaurio tenía que poder defenderse.

El gigantesco lagarto usó su propio cuello como arma, sacudiendo la cabeza adelante y atrás y luego golpeando el árbol con una potencia desmedida. Arribor saltó ágilmente, todavía sujetando a la morsa, y se posó sobre otro árbol más bajo. Continuó esquivando las acometidas de la criatura mientra mantenía a su mascota atada a la rama que apoyaba sobre su hombro. Cuando le pareció que el combate ya no daba más de sí, creó una guadaña de sangre y rebanó el cuello del dinosaurio, aunque sin llegar a decapitarlo para que no perdiese altura. El animal no tardó en desangrarse y Arribor pensó que cocinar ese bicho entero iba a ser tan duro como comérselo. Pero no pensaba tirar nada. Al menos tendría provisiones para un tiempo.

Luego comenzó a arrastrar el cuerpo en dirección a la playa.

Esa increíble lo que podía llegar a pesar un dinosaurio. Incluso para alguien tan fuerte como él, arrastrar a ese bicho a través del denso bosque resultaba una tarea de lo más exigente. Cada dos por tres se veía obligado a apartar algún árbol del camino o espantar a uno de esos irritantes tigres que trataba de robarle un trozo de su presa. Franklin viajaba sentado sobre la enorme cabeza del lagarto gigante, disfrutando de la sensación de poder. Casi daba la sensación de que había sido la morsa quien había derrotado al dinosaurio.

"Eso es, llévate el mérito ante todos los bichejos de la selva si quieres, pero seré yo quien gane a Krauser".

Solo esperaba que el marine no se enfadara si perdía; imaginarse a ese tipo tan siniestro de mal humor le ponía los pelos de punta. Sin embargo, Arribor era demasiado competitivo como para no ir a por todas y tenía pensado ganar por el máximo margen posible. Aunque ni siquiera recordaba ya el motivo que les había llevado a esa competición absurda. "Es culpa del calor", se dijo. Demasiado calor le afectaba a la cabeza. Y Krauser con la cara medio tapada con esa tela tan rara... Tal vez algún día tratase de averiguar cómo era por debajo.

El pirata llegó a la playa tras lo que le pareció una eternidad. Tras él había dejado un enorme surco en la tierra, provocado por el cuerpo gigante del reptil que llevaba a rastras, como un caminito que poder seguir cuando quisiera volver. Tal vez era así como se hacían los senderos.

El marine no había llegado todavía al punto de encuentro. Quizás no apareciera a tiempo y ganase él por descalificación. Mientras llegaba, él se sentó a descansar un poco, agitando los brazos para desentumecerlos y pensando en la forma en que podría cocinar a ese bichejo tan grande. Tal vez con ketchup.