Nacen los Sin Corazón [Privado - Arribor, Eron y Sarah]

"Desde luego, este no puede ser el sitio", pensó decepcionado y confuso. El enorme muro blanco con las puertas de piedra, la cuidada hierba, la fina verja metálica de color negro... No, ese no era su hotel. Bien pensado, ¿acababa de salir de un tren? Realmente iba a ser la última vez que aceptara pastillas de desconocidos temblorosos en callejones oscuros. Pero claro, después de un agotador día de reclutamiento necesitaba un respiro, y ¿quién iba a pensar que esa pastillita sería tan peligrosa? Supuso que si que lo era, lo cual explicaría la enorme laguna en su memoria.

También explicaría por qué estaba esposado, rodeado de agentes trajeados que parecían trabajar para el gobierno, de marines armados hasta los dientes y de un grupo de civiles con gorras que parecían estar en una visita turística. ¿Realmente estaba capturado? Que molesto. No era la primera vez que tenía problemas con la autoridad, como todo pirata, pero no recordaba la última vez que vio de cerca unas esposas. Lo único bueno era que hacía sol.

Arribor caminó hacia las grandes puertas que daban acceso a la ciudad ubicada en la que, según los tipejos que le conducían por ella, era la isla judicial. No había oído hablar de ella, pero no sonaba muy bien. No le gustaban los juicios, y menos aún los suyos. A su lado, Franklin caminaba a saltitos con las aletas esposadas y con peor cara que él. La morsa también había probado las pastillas y ni siquiera su estómago de hierro había podido con ellas. En fin, tendría que escapar. No le venía muy bien que lo capturasen en ese momento, cuando estaba a punto de... Oh, eso le recordaba algo.

-Oíd, chicos. Aquí tiene que haber piratas, ¿no? -preguntó a los marines que le escoltaban. Estos le mandaron callar, pero Arribor los ignoró-. Estoy buscando gente para mi banda y me vendría bien si pudierais presentarme a alguno. Llevo conmigo hasta la bandera y todo, luego la enseñaré, es que está en la chaqueta.

Las puertas, con un gigante armado y de aspecto malhumorado a cada lado, se abrieron con estrépito. Al otro lado había toda una ciudad o, lo que era lo mismo en ese caso, un nido de gente a la que poder reclutar. Arribor repetía una y otra vez que si había alguien que quisiese unirse a su banda, ante la confundida mirada del personal del gobierno, que no hacía más que repetirse cosas como "¿Por qué este idiota está tan tranquilo?" o "¿Esa morsa se está comiendo mi zapato?".

Él los compadecía. Por alguna razón absurda, parecían creer que no se escaparía cuando él quisiera.

La notita le pilló desprevenido. Cuando vio como ese marine barbudo se acercaba preguntando algo sobre unas armas, Arribor creyó que debía ser nuevo o algo por el estilo. Y cuando le pasó el pequeño trozo de papel, a punto estuvo de dejarlo caer. Sin embargo logró esconderlo en su mano, aunque al estar esposado no tenía forma de leerlo. Era muy problemático porque tenía curiosidad por saber qué ponía. Ojalá fuese de goma o algo así.

El paseíto continuó pero nadie hacía caso a la petición de Arribor. Quizás buscar tripulación en un lugar así no era tan buena idea como pudiera parecer. Supuso que sería mejor si se fuese a otro sitio. Y cuanto antes mejor. Si se adentraba mucho más en la ciudad no tendría forma de volver al tren y no se engañaba, nada más ver los edificios de ladrillo completamente idénticos, como calcados unos de otros, supo que sería imposible para él orientarse por aquella ciudad sin llamar la atención. Y odiaría perderse entre tanto marine.

-Vale, chicos. Yo voy a irme ya -anunció a los marines al tiempo que se detenía. Estos le empujaban y trataban de hacerle avanzar, pero sus pies permanecían firmes en su sitio. Tampoco con las armas conseguirían que se moviera, a pesar de que insistieran en apuntarle con ellas. Espadas y rifles se alzaban a su alrededor amenazantes, pero sin el más mínimo poder real sobre él. Lo único que lograron fue asustar al pobre Franklin-. ¿Sabéis donde puedo conseguir un barco?

Al no obtener respuesta optó por volver por donde había venido. Pero... ¿y si no pasaba el tren? Eso sería un incordio, le tocaría pelear hasta que llegase uno y no tenía ni idea de cuanto podría tardar ni si de pasaría otro ese día. ¿Tal vez hubiera barcos por ahí? Alguno tenía que haber, sino no habría gente en la isla.

“Primero un barco, luego una tripulación”, se dijo. La intención de reunir compañeros era algo nuevo para él, quien siempre se había caracterizado por ir por libre incluso cuando contaba con una banda, pero había llegado a un punto en el que continuar en solitario se le hacía difícil. No era precisamente un experto en navegación, por ejemplo, ni tampoco podía hacer frente a cierta gente por su cuenta. Necesitaba compañeros, aunque fuera solo para no perderse.

En ese momento se oyeron dos fuertes crujidos. Arribor esbozó una mueca de dolor y levantó las manos frente a él, libre ya de las esposas. Éstas cayeron al suelo ante la mirada atónita de sus custodios. Con gestos bruscos y rápidos se recolocó los pulgares que se había roto para soltarse, luego cogió la notita y la leyó: “Vas a escapar”, era su único contenido. ¿Una galletita de la suerte? No necesitaba que un papel le dijera eso. ¿Y por qué un marine se lo había pasado? Bueno, eso no era importante. En cualquier caso, tenía razón.

Cuando el primer marine cayó, Arribor creyó que se había desmayado del miedo. No sería la primera vez que lo veía, aunque imaginaba que de ser así no había elegido muy bien su profesión. Pero luego le siguió otro más y la confusión comenzó a contagiarse de soldado en soldado. Muchos de ellos dejaron de prestar atención a Arribor, los que estaban más alejados, y eso le molestó un poco. No le gustaba que le subestimaran tanto como darle la espalda solo por un tirador o dos. Sin embargo, era consciente de que eso jugaba a su favor.

Decidió aprovechar el momento para largarse. Cogió a Franklin por la cola y este se transformó en dial, de forma que pudo guardárselo en la chaqueta. Luego se preparó para llegar al edificio más cercano de un potente salto y... ¿De dónde demonios salía ese humo? ¿Y por qué temblaba el suelo? A su espalda, tras la cortina de humo blanco, el sonido de los pasos de... algo, se hacía cada vez más fuerte. Algo se acercaba. ¿Pero qué? De repente alguien disparó. El pirata echó el puño hacia atrás, preparado para deshacerse de algunos marines, pero alguien se lo impidió.

Más humo comenzó a llenar los alrededores al tiempo que un gigante le cogía del brazo. Lo raro era que no parecía tratar de capturarle. Medía como cinco metros de alto y le pareció reconocerlo como uno de los guardianes de la puerta. Estaba ya listo para darle una buena cuando le dijo que era un pirata. ¿Iba en serio? No es que la creyera, pero si no le había atacado debía ser por algo. Luego empezó a gritarle cosas a alguien mientras el caos iba a mayores.

Zarandeado por el enorme marine, Arribor se dio cuenta de que estaba corriendo hacia algún lugar. Se sentía como un muñeco de trapo con el que jugase un crío. Los marines intercambiaban exclamaciones mientras disparaban a través del humo y él era arrastrado por ahí sin piedad. Alguien iba a tener que explicarle qué diablos ocurría.

-¡Maldita sea, suéltame! ¿Quién demonios eres? -gritó por encima del escándalo creciente.

Por razones que escapaban totalmente a su comprensión, se había vuelto ridículamente popular. Ya no era solo uno el que tenía interés en él, sino dos. Y eso sin contar al otro gigante que había por ahí. El pirata que le llevaba agarrado del brazo, resultó ser una mujer a la que la ropa de marine la hacía parecer más masculina -eso y que medía una barbaridad, lo cual ayudaba a no fijarse mucho en su sexo-, tal y como descubrió cuando llegaron al punto de partida, justo frente a la estación del tren. Por si fuera poco, había otro tipo, el marine barbudo que le había dado la notita poco antes, que también se había convertido en su aliado.

Arribor miró confuso a los allí presentes. En cuestión de segundos estarían rodeados de nuevo, por lo que la idea de buscar y robar un barco era bastante atractiva, pero aun así todo eso estaba siendo muy raro para él. Para empezar, si los dos gigantes de la puerta eran piratas, ¿dónde habrían encontrado ropa de marine tan grande? Aunque quizás ese detalle fuese lo que menos debería preocuparle en aquel momento.

-Un... un segundo -trató de decir, pero no parecía que les interesara preguntarle su opinión y los extraños echaron a correr en busca de un puerto. Arribor los siguió, más que nada porque también necesitaba salir de allí y, ¿por qué no decirlo? porque tenía curiosidad. Pero como era de esperar, un pistolero con un traje que daba miedo, un pirata recién fugado y una pareja de cinco metros de altura llamaban la atención como un fuego en mitad de la noche. Antes de darse cuenta, estaban siendo perseguidos de nuevo. Sus perseguidores formaban una masa compacta de marines y agentes del gobierno que corrían hacia ellos vociferando, con las armas en ristre.

Pero eso no le importaba. Antes de seguir correteando por ahí, quería aclarar ciertas cosas.

-Vale, vale, vale... -dijo con las manos en alto para pedir un minuto de atención-. ¿Se puede saber quiénes sois? ¿Y qué se supone que estáis haciendo? ¿Es un secuestro? -le parecía evidente que a él ya le conocían, así que obvio el detalle de presentarse.

Pero mientras hacía esas preguntas, él mismo se planteaba otra cuestión. ¿Y si intentaba reclutar a esos dos? Buscaba piratas, al fin y al cabo, y ambos parecían lo bastante locos como para armar semejante jaleo. Pero antes tendría que averiguar ciertas cosas. Sus nombres, para empezar, y quizás cerciorarse de si tenían algún tipo de obsesión con él y por eso estaban allí. Solo esperaba que no fuesen fans locos.

"Pues nada", pensó, "tendré que adaptarme". Dado que sus nuevos conocidos no parecían especialmente dados a las presentaciones, no le quedaba otra más que seguirles el rollo. Aunque al menos no trataban de secuestrarle, lo cual era un alivio. En lugar de eso intentaban, según la enorme chica pirata, salvarle. ¿Iba en serio? ¿Estaban allí para rescatarle? No era que no apreciase el gesto, pero no llegaba a comprender el motivo de tales actos. Y teniendo en cuenta que volvían a estar rodeados por una marabunta de enemigos deseosos de atraparles, tuvo que contener la lengua para ahorrarse su opinión sobre el plan de huida.

Por lo visto, tratarían de usar humo. O al menos algo así estaba proponiendo el pistolero, lo cierto era que no le estaba haciendo mucho caso. Más bien, estaba trazando su propio plan. Allí había bastantes barcos, muchos de ellos apenas ocupados por unos pocos marines, mientras que otros estaban repletos a rebosar. Confiaba en que robar uno no sería un gran problema, pero... "¿Humo?", pensó para sí mismo. Ese tipo de tácticas no eran su estilo.

-Ahorraos los petardos -exclamó, y de un poderoso salto se elevó por encima de todos los demás.

Varias gotas de sangre surgieron de su mano derecha tras herirse con las púas ocultas en sus anillos, formando pequeñas balas carmesíes. El pirata sonrió cuando las cargó con su Haki y las disparó hacia la masa de marines y agentes del gobierno que les cercaba. La potencia de cada proyectil generó un potente estallido que ayudó a dispersar un poco el muro de defensores que separaba a los piratas de los barcos que buscaban robar.

-Siento decírtelo, pequeña -Arribor se dirigía a la gigante-, pero soy yo quien os está salvando el culo a vosotros.

"Muy bien. Al barco, pues". Mientras sus infatigables compañeros de huida abordaban una de las embarcaciones que había ancladas a poca distancia de la puerta de entrada a la ciudad, en la primera parte de la isla, Arribor se ocupaba de mantener abierta la ruta hasta ella, apartando violentamente a los marines y agentes que trataban de interceptarlos. Muchos de ellos proferían gritos de "alto" con los que inútilmente parecían querer detenerlos, pero en cuanto el puño de Arribor chocaba contra sus rostros dejaban de dar voces. Pero no se entretuvo mucho. Había demasiados enemigos como parar enfrentarse a todos, y no quería tener que lidiar con todos los efectivos de la isla judicial.

Estaba tan concentrado en la lucha que ni siquiera se había llegado a fijar en las abrumadoramente grandes puertas que se veían en la lejanía. Pero en ese momento lo hizo. Eran tan grandes que no se había planteado que pudieran ser realmente algo más que nubes con una forma rara, pero fijándose bien pudo ver lo que eran en realidad. No estaba seguro del motivo de su existencia, ni tampoco comprendía del todo bien cómo podía existir tal monstruosidad, pero sí pudo ver que la puerta estaba cerrada -si es que era realmente una puerta y no estaba teniendo alucinaciones.

"No podremos salir por ahí", comprendió. No importaba qué clase de barco robasen, sería imposible atravesar esa cosa y no sabía si podrían rodearla tampoco. "Mierda, habrá que salir por la parte que da a las vías del tren". Bueno, al menos eso les quedaba más o menos cerca. Solo quedaba que alguien tuviese algo de idea de navegación y podrían largarse. Confiado de que tendrían suerte, subió al barco bastante animado.

-Hay que ir hacia allá -exclamó, señalando en la dirección de la que había venido el tren marino.

Pero, tal y como esperaba, no se lo iban a poner fácil.

-¡Alto! -gritó una potente voz. En lo alto del mástil del navío que acababan de abordar, mientras grupos de marines se afanaban en subir también a bordo para arrestarlos, una mujer de aspecto fiero observaba a los piratas con fuego en la mirada-. Soy la capitana D, y bajo mi autoridad no escapará ningún prisionero de la isla judicial.

Los marines y agente comenzaron a formar varias filas organizadas, con dos personas al frente. Junto a ellos, dos musculosos hombres sin uniforme parecían aguardar órdenes. Eran idénticos y tenían una expresión tan fría que parecían muertos. Le sonaba de algo, pero no lograba ubicarlos en su memoria.

-Sargento Odile, sargento Hammer -exclamó la capitana D de nuevo-, ocúpense de los criminales desconocidos. Los TK-2 y yo llevaremos al acusado a juicio.

Antes siquiera de que la giganta le preguntase cuál era su plan, Arribor ya había comenzado a poner en práctica su estrategia principal. Bueno, la que era su estrategia principal, secundaria, terciaria, de emergencia y, en general, lo que más fácilmente le salía: hacer puré a todos a su alrededor. 

Aunque de que el siniestro tipejo de la máscara había desaparecido sin dejar rastro, el pirata no se sintió en desventaja incluso a pesar de la apabullante superioridad numérica de los marines. Le dijo a la enorme chica que intentaba rescatarle que zarpase y sacase el barco de allí. 

-Tenemos que seguir las vías de ese tren tan guay -advirtió. ¿Cómo había terminado él siendo el que planificara la huida de su propio rescate?

Sin perder más el tiempo con esos pequeños detalles, se encaró con los dos robustos gemelos. En cuanto golpeó al primero notó que no eran personas normales; de hecho dudaba que fuesen personas en absoluto. Parecían hechos de acero o algo aún más duro. Así que la segunda vez golpeó más fuerte. Supo que eran robots en cuanto la cabeza arrancada del primero de ellos dejó a la vista un amasijo de cables y cosas electrónicas de las que Arribor no entendía nada. Y a pesar de que tampoco sabía nada sobre láseres, decidió que esquivar el que el otro androide le disparaba sería una buena idea. 

El rayo de luz le atravesó el brazo izquierdo limpiamente, dejando una quemadura a su paso y provocando una potente explosión en mitad del mar, donde había estallado. Por suerte no había destrozado el barco. Arribor generó dos guadañas rojas con su habilidad y amputó ambos brazos a esa cosa, confiando en que así dejaría de disparar, pero le sorprendió comprobar que también disparaban por la boca. 

Se disponía ya a esquivarlo cuando un grupo de marines se le echó encima. Eran como hormigas atacando a un escarabajo, débiles pero molestas. Liberó su Haki para desmayarlos y que dejasen de causar problemas justo a tiempo para evitar que el láser del androide trajeado le hiciera polvo. 

Arribor decapitó a ese también y arrojó su inerte cuerpo metálico contra la tabla por la que los soldados habían abordado el navío que pensaba robar. Luego volvió a su tarea de limpiar la cubierta de enemigos mientras la giganta los sacaba de allí. Esperaba que pudiese hacerlo.

Por suerte, parecía que uno de sus curiosos rescatadores tenía alguna idea de manejar un barco y hacerlo navegar. Y menos mal, porque si dependía de él lo llevaban claro. Si había sobrevivido tanto tiempo en el mar había sido más que nada por pura suerte, y gracias a su obscena resistencia, también. Mientras un tipejo muy grande se ponía manos a la obra para comenzar su huida, la chica le ayudaba. Apartaba a algunos marines y cogía a otros y los arrojaba al agua como si fuesen pañuelos de papel que tiraba a la basura.

Ninguno de ellos supuso un desafío demasiado interesante, aunque la capitana esa que tan alto hablaba demostró ser buena con la espada. Debido a que la mayoría de sus hombres se habían desmayado ante la Presencia de Arribor, ella misma se había lanzado a combatirle con furia.

El pirata respondía a sus acometidas con Haki y fuerza bruta, logrando así que el filo de la espada de la marine no le hiriera. Luchaba con tanta pasión que a Arribor le resultaba admirable, y casi sentía lástima por tener que librarse de ella tan rápido. No podía permitirse el lujo de malgastar tiempo en un combate prolongado si quería regresar al mar de una vez. Sería un engorro que llegasen buques de guerra y tuviesen que lidiar con sus cañones.

Y casi como si los hubiese invocado, por culpa seguramente de su legendaria mala suerte, una salva de cañonazos estalló en las cercanías. El suyo no era el único barco anclado en la isla judicial, pero sí era el único sin personal para devolver el fuego. Cada vez con menos tiempo, noqueó a la capitana de una poco elegante patada y la arrojó al agua. 

-¡Hay que darse prisa! -gritó-. ¡O acabaremos teniendo que nadar para irnos de aquí!

Arribor por fin se despreocupó. El barco comenzó a alejarse de la costa impulsado por al viento favorable, ya no quedaban marines en el barco, hacía un día agradable... Excepto por los cañonazos de los dos barcos que habían comenzado a perseguirles todo iba de perlas. Pero a pesar de ese molesto detalle, el pirata se relajó un rato. Desde que se había despertado había tenido un día muy ajetreado, sin ningún descanso. Estaba desando echarse una siesta de siete u ocho horitas.

Pero cuando las astillas le golpearon en la cara se obligó a defender un poco el barco que acababa de afanar. Comenzó a repeler las balas de cañón a base de patadas y proyectiles creados por su habilidad, impidiendo que el navío terminase hundido en el frío fondo del mar. No tardaron en colocarse paralelamente a las vías del Umi Ressha. Por ahí llegarían a la isla en la que le habían arrestado, según recordaba, lo cual era infinitamente mejor que ese lugar atestado de marines y agentes del gobierno.

Arribor contraatacó a los barcos que les perseguían, destrozando sus mástiles y rasgando sus velas desde la distancia usando sus poderes. No le resultó demasiado difícil, pero terminó por agotarse mentalmente de tanto lidiar con marines. ¿Por qué no le dejaban en paz un ratito?

Cuando por fin todo se calmó, dio instrucciones al gigante cuyo nombre no se había molestado en aprenderse para que no fuese siguiendo las vías. Incluso alguien como él sabía que era absurdo esperar que no les atraparan si no se desviaban un poco. Bien pensado, ¿quién era ese tío y qué había hecho para contribuir a su rescate? Y ya de paso, ¿quién era la mujer? Había dicho que era una pirata; supuso que con eso debía bastar.

Sacó la bandera que había diseñado para su banda y echó un enésimo vistazo al símbolo que había dibujado. No confiaba mucho en sus habilidades artísticas. En cualquier caso, estaba de suerte. En lugar de tener que buscar tripulantes para su banda, algunos habían decidido ir a él.

-Oye, ¿sabes que busco tripulación? -le dijo a la giganta.