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¿Horu Horu no mi? ¡Ni que fuera médico! [Diario 3][En construcción] Empty ¿Horu Horu no mi? ¡Ni que fuera médico! [Diario 3][En construcción] {Mar 19 Jul 2016 - 1:06}

¿Horu Horu no mi? ¡Ni que fuera médico!


Aquel niño había conseguido un enorme poder, poseía el control de algo grande y a la vez pequeño; las hormonas. Aunque aún Jung-Su no entendía de dónde venía semejante fuerza, sabía que era gracias a una Akuma no mi, pero no sabía de cuál. Viajó por los mares en busca de respuestas, de información. Después de días navegando en un barco mercante, consiguió llegar a una extravagante isla del North Blue. Una típica entre las demás, de cuerpo uniforme, con playas, un puerto, un poblado y montañas. Una entre tantas hasta que llegó al embarcadero. Salió con su armadura puesta y su kimono encima, con una sonrisa de oreja a oreja y una gran altura de uno cuarenta. Caminó por aquel lugar, saludando a los ciudadanos y admirando a los trabajadores. Tenía algo claro, su tío le había contado que en aquel lugar había una biblioteca enorme donde vivía, por extraño que pareciese, un diminuto hombrecillo con una inteligencia incomparable a la de cualquier otro. Se dirigía con paso firme y decidido, con ganas de preguntar sobre cuál era el poder que él poseía. ¿Tal vez podía hacerse gigante? ¿Podría enamorar a mujeres con solo mirarlas? Aunque nada de aquello explicaría como al tocar a un okama pudo transformarlo en una mujer hermosa de grandes y voluptuosos pechos. ¿Su poder sería crear mujeres potencialmente sexuales para él? Desde luego que necesitaba descubrirlo, así que una vez llegado al frente de aquel gran edificio de dos plantas decidió abrir la enorme puerta que le separaba de su respuesta. Apoyó las palmas de sus manos sobre aquella fría y odiosa madera, apartándola de su camino con un fuerte empujón. Un paso en su destino, otro paso más en su objetivo. Caminó tranquilo por aquel solitario local, hasta que notó un fuerte golpe en su tobillo derecho, como si hubiera chocado contra algo.

- ¡Ay! – Gritó al momento. Miró hacia abajo para ver contra qué había golpeado, dándose cuenta que justo debajo estaba el pequeño hombrecillo del que le habló su tío. Era un enano de unos pocos centímetros, con pelos por los lados de la cabeza de color blanco, una nariz larga y puntiaguda, como si se tratase de una zanahoria. Sus ojos eran perfectamente circulares, con unas pupilas grandes y negras, justo encima, unas finas cejas grises. Era bastante viejo, o eso parecía ya que en su cara mostraba pequeñas arrugas, como si se tratase de una persona mayor. No poseía labios, o al menos no parecía tenerlos, era difícil fijarse en detalles diminutos de alguien tan pequeño. Vestía con un mono granate, parecido al de un ladrón o un ninja. Jung-Su estaba conmocionado, no podía creer que aquello era de verdad un famoso “Tontatta”. - ¿De verdad existes? – Preguntó dudoso.

- ¿A caso estás ciego? ¿Eres idiota? ¡Claro que existo! – Estaba enfadado aquel hombrecillo, y no era para más. Estaba harto de que la gente que fuera a visitarle se quedaran patidifusos al verlo. – Bueno… ¿Qué es lo que quieres? – Dijo amablemente, cambiando de tema radicalmente.

- Vengo en búsqueda de información… - Comenzó a hablar el joven. Jung-Su comenzó a explicarle todo lo sucedido, pero antes se presentó, varias veces. Al parecer aquel hombre tenía corta memoria, para algunas cosas, claro. Le contó todo lo que había pasado, desde que comió aquella extraña fruta hasta el día en que transformó a un hombre (o eso parecía) en mujer. Aquel viejo, Tontaton era su nombre, sabía perfectamente de que hablaba el joven de cabellos naranjas.

- Eso es la Horu Horu no mi, pequeño. - ¿Pequeño? Él era mucho más pequeño, casi no le llegaba a la suela de los zapatos. – Hace mucho tiempo existió una revolucionaria muy famosia, Ivankov. Dicha mujer, u hombre, poseía el poder de la fruta que tú has consumido. Aquel humano poseía un gran poder, hizo cosas inimaginables, desde resucitar a muertos hasta hacerse gigante o cambiar de sexo a los seres vivos. – El hombre tomó asiento en una pequeña silla de madera, parecida a la de una casa de muñecas. – El poder de la Horu Horu no mi es realmente grande, abarca un gran número de posibilidades, y todo porque es capaz de inyectar hormonas de cualquier tipo a través de sus uñas. – Jung-Su no entendía mucho de lo que Tontaton contaba, había leído muy poco sobre medicina y aún no sabía muy bien lo que eran las hormonas. – Desde entonces esa fruta ha sido muy codiciada, muchos han querido su poder al igual que pasó con otra fruta, la Ope Ope no mi. Pero claro, a veces el mayor poder acaba en personas que no saben usarlo. – Dijo dirigiéndose al joven.

- Entiendo… - No entendía nada, mentía. – Pero… - Dubitativo, necesitaba preguntar. - ¿Qué son las hormonas?

- Las hormonas son una sustancia química que producen los órganos de un ser vivo. – Se levantó de su pequeña silla y se acercó a una estantería de libros, buscando uno en concreto. – Para que lo entiendas… ¿Sabes lo que es la insulina? – Preguntó mientras sus pequeñas manos se adentraban entre las páginas y las carátulas de aquella biblioteca.

- Bueno, algo sé sobre eso. Es esencial y lo produce el páncreas, ¿no? – Algo básico que saben muchos.

- Exacto. Pues la insulina, es una hormona. ¿Te imaginas el poder inyectarla a tu parecer? – Agarró un libro más grande que él y caminó con ello encima de su cabeza, hasta sentarse en la silla y ofrecérselo a Jung-Su. – Ten, esto es para ti. Bueno, seguiré con mi explicación. – Se acomodó con un par de movimientos de cadera. – Si pudieses inyectar insulina a tu parecer, podrías matar a alguien de una sobredosis. El cuerpo podría llegar a eliminar todo azúcar del ser humano, para así acabar con toda la energía. – Se repeinó los costados de su cabeza con sus manos. – En cuanto al cambio de sexo que me comentaba antes… Eso es gracias a una hormona sintética, que se suele usar en fármacos. En pequeñas cantidades puede hacer, por ejemplo, que un hombre segregue leche por los pechos y que le crezcan, en grandes cantidades podría cambiar de sexo en un instante, como Ivankov hacía y como tú hiciste. – Estaba explicando mientras tenía los ojos cerrados, así que los abrió para ver la reacción de Jung-Su, que estaba realmente atento a lo que decía, entusiasmado.

- ¡¿Entonces puedo transformar en una mujer voluptuosa a cualquier hombre?! – Dijo emocionado, levantándose de la silla de golpe, con el libro sobre las hormonas en mano.

- Sí, puedes, pero recuerda que no todo hombre se convertirá en una mujer hermosa, eso depende de los… - Se había cortado. - ¡Espera! ¡¿Dónde vas?! – Gritó. Jung-Su había corrido hacia la salida antes de poder escucharlo, por lo que no oyó la última explicación.

Se encontraba por las calles de aquella isla, corriendo hacia ningún lugar con el libro en mano, leyendo. ”Con que si uso las hormonas estas, puedo cambiar de sexo a cualquier ser vivo…” Estaba en la página número doscientos tres, mirando lo que hacían aquellas hormonas sintéticas. Al parecer estaba interesado, necesitaba probarlo de nuevo y así conseguir transformar a todos los hombres en mujeres. Pero tan sólo había un problema. ”Pero…” Paró de golpe en un callejón. Comenzó a pensar mientras seguía leyendo. ”La teórica lo tengo más o menos al dedillo, pero… ¿Cómo se supone que inyectaré dichas hormonas? Aún no sé ni cómo voy a inyectar esas específicas hormonas…” Tenía razón, por mucho que supiera de que trata su poder, eso no quería decir que de pronto se volvería un experto. Debía practicar, mejorar y perfeccionar. Debía pensar en aquel día, en el momento en el que cambió de sexo a aquel okama. ”¿Por qué lo hice? ¿En qué pensaba?” Comenzó a preguntarse a sí mismo como consiguió aquello, que fue lo que le llevó a desatar aquel poder, qué sentimientos tenía. ”Recuerdo que estaba asqueado… Que quería que aquel okama, que estaba a punto de abrazarme, desapareciera… ¡Ya lo tengo!” Exclamó en su interior. Había conseguido descubrir cómo hizo para inyectar las hormonas del cambio de sexo. ”Recuerdo que deseé que el okama que iba a abrazarme… ¡Fuese una mujer!” Ya sabía el motivo, ahora era el momento de ponerlo en práctica.

Corría entre las personas de la calle, pasando entre los hombres a gran velocidad. Llevaba sus uñas sobresalidas, en punta, para así comenzar con su experimento. Chocando con los humanos, sin que se dieran cuenta les hincaría las uñas en un costado, con velocidad y al instante, tratando de inyectar las hormonas. Hombre tras hombre, deseo tras deseo, conseguía contactar con bastantes personas, decenas. Pero por mala suerte, ninguno de ellos se transformaba en mujer. Había algo que estaba fallando, tal vez Jung-Su no tenía el suficiente deseo o la suficiente dedicación, pero algo andaba mal. Aun así no se rendía, seguía intentándolo una vez tras otra. Pasaban los días, por las noches el joven se hospedaba en un hotel de tan solo dos estrellas. La cama en la cual dormía era realmente incómoda, dura y con mal olor, al igual que la habitación. Se podían ver incluso cucarachas caminar por las paredes. Pero aquello era mejor que gastarse el dinero.

------------------------------Aquí antes habían unas 700 palabras, pero Word decidió eliminarlas. ¡Gracias, Word!--------------------------------------

creía que incluso la estatua estaba siendo iluminada mientras la miraba fijamente con sus ojos brillantes. Se acercó a ella y comenzó a acariciarla, lamerla e incluso morderla. "Definitivamente es oro." Pensó. Entonces una voz acabó con su éxtasis.

- ¡Eh! ¡¿Qué le haces a nuestro señor?! - Gritó con rabia la voz de un hombre de anciana edad. Un viejo salió del templo, calvo y repleto de arrugas, vistiendo una especie de sábana naranja con dibujos de frutas inexistentes. "Se parece a una mantita que usaba yo de pequeño." Se dijo a si mismo al verlo.

- No se preocupe, viejo. Simplemente admiraba esta obra de arte. - Dijo mientras seguía acariciando dicha estatua.

- ¿Así que estás interesado en nuestro señor, Vhudia? - Dijo con una sonrisa en la cara. Parecía emocionado de que alguien admirase aquello.

- No sé quién es, pero si está hecho de oro... Me cae bien ese tal señor Judía. - Parecía no haberse quedado con el nombre.

- Es Vhudia, y es el todopoderoso de este mundo. El único ser capaz de juzgarme y no ser juzgado.

- Cuénteme más.

Ahora ambos entraron al templo y Jung-Su se quedó aún más sorprendido. Dentro habían estatuas en miniatura de aquel tal Vhudia, también habían relieves en las paredes con forma de frutas. Era realmente alto aquel lugar, ni tres personas una encima de otra podrían tocar el techo. A los lados, unos cojines rojos y al final una especie de escenario. Allí había un único libro en un escaparate, parecía ser importante. Dentro de aquel libro llamado Vhudimer Amakiir explicaba la historia de toda quela religión, el Vhudiakiir. Trataba sobre aquel Dios y sus proezas. Al parecer, los Vhudiir creían en él con confianza plena.

Hace años atrás, cuando los dinosaurios y dragones caminaban por la tierra y eran los amos del mundo, tan sólo un hombre se antepuso ante ellos. Vhudimer Amakiir, que así se llamaba, era un antiguo sabio de una aldea perdida. Aquel hombre poseía algo, que para aquel entonces, no parecía ser real: Poderes. Tenía capacidades increíbles, como los superhéroes de los cuentos, pero aún mejores. Desde ser de goma, a ser de hierro. Desde generar aire, a generar lava. Desde transformarse en ratón, a transformarse en dragón. Era un dote que se le había otorgado al nacer, como si algo o alguien le hubiese dado aquellos poderes. Tras años perfeccionando su capacidad, decidió enfrentarse ante los demonios de aquel lugar, que así les llamaba. Para él, aquellos animales prehistóricos y mitológicos eran la maldad pura, abusando de su poder. Ahora le tocaba abusar a Vhudimer.

Alzó su bastón metálico, haciendo brillar una gema roja que había en la punta. Una lluvia de meteoritos comenzó a caer desde el cielo, atacando tan sólo a aquellas bestias voladoras, derribándolas. Los demonios terrestres se percataron de su poder y decidieron arremeter contra él, entre todos. Mamuts, dinosaurios de toda clase, minotauros y demás bestias aparecieron. Corrieron para enfrentarse sin temor, pero de nuevo, con un solo movimiento de bastón, una barrera azulada le rodeó, parando todos los ataques que se dirigían hacia él. Ahora un segundo movimiento en horizontal hizo que una honda cortante avanzara, cortando por la mitad a una multitud de ellos. Saltó, voló, transformándose en una especie de águila negra envuelta en electricidad. De un solo grito, rayos comenzaron a caer del cielo, exterminando por completo a aquellas bestias. Por fin la paz reinaba en la Tierra.

Los humanos, y no tan humanos, comenzaron a alabarle. Muchos le ofrecieron riquezas, mujeres le ofrecían su cuerpo para así engendrar a alguien con tal poder. Muchas quedaron embarazadas, ningún hijo nacía, hasta que Vhudimer, desapareció. Desde entonces las mujeres que portaban la sangre de aquel hombre en su interior, cayeron al suelo, inertes. De cada uno de sus orificios comenzó a surgir sangre, hasta que dieron a luz a unas frutas extrañas: Las Akumas no mi. Por eso, los Vhudiir, creen que estas frutas son el legado de su Dios, creadas a partir de la sangre de Vhudimer, otorgando a quién las coma con su poder. Pero una maldición cayó sobre todos ellos, ya que no pudo exterminar a los seres marinos, decidió que si él no lo hizo, nadie iba a poder. Por eso, todo el que come una Akuma no mi es maldecido y no puede nadar. Pero, ésta no es la única maldición, hay otra más. Avaricia, penada de muerte. Todo el que quiera tener más de un poder, y no tenga suficiente, acabará como las bestias… Exterminados.
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