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Tuve que ir a dar un pequeño paseo para inspeccionar a los nuevos que se encomendaban en misiones que superarían su entendimiento. El lugar era un desastre, un verdadero desastre; no era para nada comparado con lo que normalmente estaba acostumbrado. Nada de bares lujosos ni cosas por el estilo, pese a que pertenecía a la Revolución me gustaban algunos lujos y en ese lugar no encontraría nada de lo que me gustaba. Mala jugada.
Inspeccionar a los novatos era una tarea de que la que yo no me debería encargar pero dudaba de las habilidades de mis compañeros para formar verdaderos guerreros. Además siempre tenía la oportunidad de jugar un poco e incluso convertir a alguien en un glorioso vampiro, siempre cabía esa posibilidad. Esperaba encontrar buena materia prima, que valiera el enorme viaje que tuve que realizar.
Era de noche, por suerte, y desperté a todos los novatos que descansaban plácidamente en ese lugar. ¿Dejarlos descansar sin que yo tuviera el tiempo para hacerlo? Ni de coña. Los pararía a todos y los comenzaría a entrenar de inmediato. Era un Oficial de los Revolucionarios y daría un buen ejemplo aunque no me pagaran por ello, formaría a los mejores guerreros y luego le dejaría el trabajo al que estuviera encargado de entrenarlos.
Un pequeño hombre, de al menos un metro con sesenta centímetros me recibió.
-Enlista a los novatos y prepárame algo de sushi, quiero comer. Estoy hambriento – mentí, solo era un capricho más –. Te advierto que tardo muy poco en comer, así que lo mejor es que te apures en despertar al resto.
Tras decir esas palabras solté una sonrisa juguetona que quitó toda la tensión del momento y añadí: Era broma. Solté una carcajada al ver la cara de espanto del pobre enano, no era bueno reírme así de mis compañeros pero no tenía otra opción. Eran realmente chistosos los pequeños hombrecillos. Mientras iban a despertar a los novatos salí al patio y encendí un cigarrillo. La primera noche sería más que nada para calentar los músculos y luego vería que sucedería.
Un pequeño grupo de al menos doce personas acudió a mi llamado. Ciertamente esperaba gente más... capacitada e interesante pero no me podía quejar. En un principio yo tampoco lo era y tras una serie de acontecimientos terminé como Oficial. ¡Como sea! Fui un poco duro con ellos la primera noche pero no me detendría, necesitaba guerreros fuertes para las futuras batallas y ellos tenían más que claro que no sería una experiencia para nada agradable.
-¡Eh, tú! – le dije a uno – ¿Cuál es tu nombre?
Inspeccionar a los novatos era una tarea de que la que yo no me debería encargar pero dudaba de las habilidades de mis compañeros para formar verdaderos guerreros. Además siempre tenía la oportunidad de jugar un poco e incluso convertir a alguien en un glorioso vampiro, siempre cabía esa posibilidad. Esperaba encontrar buena materia prima, que valiera el enorme viaje que tuve que realizar.
Era de noche, por suerte, y desperté a todos los novatos que descansaban plácidamente en ese lugar. ¿Dejarlos descansar sin que yo tuviera el tiempo para hacerlo? Ni de coña. Los pararía a todos y los comenzaría a entrenar de inmediato. Era un Oficial de los Revolucionarios y daría un buen ejemplo aunque no me pagaran por ello, formaría a los mejores guerreros y luego le dejaría el trabajo al que estuviera encargado de entrenarlos.
Un pequeño hombre, de al menos un metro con sesenta centímetros me recibió.
-Enlista a los novatos y prepárame algo de sushi, quiero comer. Estoy hambriento – mentí, solo era un capricho más –. Te advierto que tardo muy poco en comer, así que lo mejor es que te apures en despertar al resto.
Tras decir esas palabras solté una sonrisa juguetona que quitó toda la tensión del momento y añadí: Era broma. Solté una carcajada al ver la cara de espanto del pobre enano, no era bueno reírme así de mis compañeros pero no tenía otra opción. Eran realmente chistosos los pequeños hombrecillos. Mientras iban a despertar a los novatos salí al patio y encendí un cigarrillo. La primera noche sería más que nada para calentar los músculos y luego vería que sucedería.
Un pequeño grupo de al menos doce personas acudió a mi llamado. Ciertamente esperaba gente más... capacitada e interesante pero no me podía quejar. En un principio yo tampoco lo era y tras una serie de acontecimientos terminé como Oficial. ¡Como sea! Fui un poco duro con ellos la primera noche pero no me detendría, necesitaba guerreros fuertes para las futuras batallas y ellos tenían más que claro que no sería una experiencia para nada agradable.
-¡Eh, tú! – le dije a uno – ¿Cuál es tu nombre?
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De nuevo, otra isla del Sur que debía ser explorada. Si la chica no se pateaba todas, no pensaba quedarse a gusto. Después de la visita a la isla del Karate, decidió ir a Saint Reia. No había escuchado mucho de ella, pero se conformaba con que fuese un sitio agradable. No quería meterse en líos raros ni nada por el estilo. Lo que supo, es que para ir, tuvo que ir remando. Estuvo todo el camino pendiente del mar, pues no le hacía gracia que se le apareciera un rey marino. De hecho, no sabía que hubiese hecho si uno le hubiera atacado. Defenderse en un bote era una crueldad. Un mínimo golpe, y podía caer al agua, y por ello morir. No iba a poder defenderse de una bestia así en su terreno. El mundo del mar era cruel, y un poco injusto. Pero a pesar de todo, la peliazul era feliz, y por ello no tenía problema.
En esos momentos se hallaba caminando por un pequeño bosque. No tenía ni idea de a dónde iba, pero buscaba un pequeño pueblo o algo similar. Tampoco es que por el momento hubiese mucho que ver, y por ello iba calmada. Llevaba su melena azul suelta, una chaqueta azul oscuro de manga, y por dentro una camiseta negra. En la parte inferior poseía unos pantalones del mismo tono que la prenda superior. En sus pies portaba unas cómodas zapatillas de deporte, para poder moverse de forma libre por aquellos terrenos. En su espalda portaba una mochila con todas sus cosas. En la cintura llevaba una vaina oscura en la que, guardaba su espada. Tenía toda la pinta de lo que era, una viajera. Por el momento no tenía frío, pues llevaba ropa de sobra con la que poder abrigarse. Lo único malo, es que el bosque resultaba un poco tétrico. En ese momento pudo ver una especie de pequeña muralla. Tendría dos metros y medio, y por ello pensó en poder saltarla de alguna forma.
Tomó un poco de carrerilla, y después saltó con fuerza. Usó su potencia de salto para engancharse al borde. Hizo un poco de presión con las manos, y logró subir. Tuvo la mala suerte de caerse al suelo después, por lo que se llevó un buen golpe. Se quedó unos momentos tirada en el suelo, con un leve dolor en la rodilla derecha. Entonces soltó un suspiro, e intentó colocarse en pie, pero le costaba mucho. Entonces se fijó en que no estaba sola. Había un pequeño grupo de hombres frente a ella, y casualmente uno de pelo rubio, y mono, le estaba preguntando a otro su nombre. Pensó que podían ser los militares de la isla. Lo malo es que la habían visto saltar y darse el porrazo. Ella los miró con una sonrisa amable entonces. Esperaba que fueran hombres amistosos.
- ¡Buenas noches! – Mencionó colocándose en pie, y notando molestias en su rodilla. Entonces miró de nuevo a aquellos tipos. No quería que pensasen que era una ladrona o algo por el estilo. – Estoy buscando un pueblo o algo así ¿Podríais ayudarme? – Dijo ilusionada mientras se acercaba a ellos con un poco de dificultad, pero no quería mostrarse débil. Total, solo había caído desde dos metros y medio. Podría haber sido mucho peor, pero por suerte no fue de esa forma.
En esos momentos se hallaba caminando por un pequeño bosque. No tenía ni idea de a dónde iba, pero buscaba un pequeño pueblo o algo similar. Tampoco es que por el momento hubiese mucho que ver, y por ello iba calmada. Llevaba su melena azul suelta, una chaqueta azul oscuro de manga, y por dentro una camiseta negra. En la parte inferior poseía unos pantalones del mismo tono que la prenda superior. En sus pies portaba unas cómodas zapatillas de deporte, para poder moverse de forma libre por aquellos terrenos. En su espalda portaba una mochila con todas sus cosas. En la cintura llevaba una vaina oscura en la que, guardaba su espada. Tenía toda la pinta de lo que era, una viajera. Por el momento no tenía frío, pues llevaba ropa de sobra con la que poder abrigarse. Lo único malo, es que el bosque resultaba un poco tétrico. En ese momento pudo ver una especie de pequeña muralla. Tendría dos metros y medio, y por ello pensó en poder saltarla de alguna forma.
Tomó un poco de carrerilla, y después saltó con fuerza. Usó su potencia de salto para engancharse al borde. Hizo un poco de presión con las manos, y logró subir. Tuvo la mala suerte de caerse al suelo después, por lo que se llevó un buen golpe. Se quedó unos momentos tirada en el suelo, con un leve dolor en la rodilla derecha. Entonces soltó un suspiro, e intentó colocarse en pie, pero le costaba mucho. Entonces se fijó en que no estaba sola. Había un pequeño grupo de hombres frente a ella, y casualmente uno de pelo rubio, y mono, le estaba preguntando a otro su nombre. Pensó que podían ser los militares de la isla. Lo malo es que la habían visto saltar y darse el porrazo. Ella los miró con una sonrisa amable entonces. Esperaba que fueran hombres amistosos.
- ¡Buenas noches! – Mencionó colocándose en pie, y notando molestias en su rodilla. Entonces miró de nuevo a aquellos tipos. No quería que pensasen que era una ladrona o algo por el estilo. – Estoy buscando un pueblo o algo así ¿Podríais ayudarme? – Dijo ilusionada mientras se acercaba a ellos con un poco de dificultad, pero no quería mostrarse débil. Total, solo había caído desde dos metros y medio. Podría haber sido mucho peor, pero por suerte no fue de esa forma.
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El hombre al que le había preguntado el nombre no respondía y eso me puso inmediatamente de mal humor. Si las cosas no salían como yo esperaba, me enojaba. Si las personas con las que lidiaba eran estúpidas, me enfadaba. Di un paso hacia delante y el hombre parecía que se iba a orinar en sus propios pantalones. Suspiré para intentar no perder el control y mandar a volar al pobre sujeto que ya hacía mucho esfuerzo por quedarse ahí frente a alguien cuya reputación no era la mejor del mundo.
Encendí un cigarrillo y le lancé el humo en la cara.
-Disculpa, creo que no he sido lo suficientemente claro. ¿Cuál es tu puto nombre?
-M-Mi nombre... es... Miche Landró – respondió con miedo –.
No pude evitar soltar una carcajada. ¿Qué clase de nombre era ese? Le di una palmada en el hombro al muchacho; comencé a retroceder para comenzar el entrenamiento cuando de repente escucho unos sonidos provenientes de detrás del muro. Activé completamente mi Haki por si estábamos frente a una invasión marine. Por no querer causar pánico no pronuncié ninguna palabra pero algo me indicaba que las cosas no estaban mal. Di unos pasos en dirección a la muralla y de un momento a otro vi un cuerpo caer en la oscuridad. Mis ojos de vampiro me permitían olfatear al humano que osó interrumpir mi cátedra y entrenamiento, pero me di cuenta de que era una mujer de cabello azul e iba bastante bien arreglada.
Probablemente ese era el día de más suerte de la mujer. Si hubiese llegado justo antes de que el estúpido niño no me dijera su nombre, la cabeza de ella yacería en mis manos. Sonreí y le di una calada al cigarrillo formando un aire de elegancia. ¿Cuál era la mejor opción? ¿Asustarla un poco y mostrarse bruto? ¿Atenderla lo suficientemente bien como para sacarle información? Si era una espía, era la peor de todas.
Pude olfatear sangre y notar que la rodilla de la chica estaba herida. Por suerte ya podía controlar mi ansia de sangre, o sino las cosas terminarían peor de lo que puede imaginar. Me acerqué lentamente mientras la chica hablaba y preguntaba sobre encontrar un pueblo o algo por el estilo. No sé si era lo suficientemente idiota como para llegar a una isla gobernada por las Fuerzas de la Revolución o si de verdad creía que encontraría un pueblo en medio de la nada.
-¿En serio? – pregunté asqueado – ¿De verdad me interrumpirán de esta forma? Mira, niña, aquí no hay nada de lo que tú buscas.
Desde detrás pude notar como los novatos le hacían señas a la mujer para que se largara y le mostraban un cartel de Se Busca con mi foto y mi recompensa. Suspiré. Me había apuntado en entrenar a los más idiotas.
-Perdona mi forma de expresarme, entrenar a esta banda de idiotas es sumamente agotador. Tienes herida tu rodilla y si te metes al bosque así, probablemente no dures más de dos horas. Ven, sígueme.
Ordené a los novatos que hicieran doscientas flexiones en lo que yo terminaba de sanar la herida de la muchacha. Era la única forma de saber si era una enemiga o no, y en caso de que lo fuera me daría cuenta de inmediato y la asesinaría sin remordimiento alguno. Ingresé al cuartel y fui a buscar una caja de primeros auxilios en donde saqué un poco de alcohol y algodón para desinfectar la herida. Era lo básico, ¿no? Después de todo lo más sencillo era untarle un poco de mi sangre y así sanar su herida pero no, no mostraría mis poderes de esa forma tan estúpida. Luego de pasar el algodón cubierto en alcohol y limpiar la herida de la peliazul, la vendé con la suficiente fuerza para que el sangrado terminara y no perdiera el movimiento de la rodilla.
Le di otra calada a mi cigarrillo mientras aún estaba ocupado en la herida de la chica analizando si podía tener algún otro daño. De primeras ella se veía bien. Aunque no de la cabeza, ¿era realmente tan tonta para saltar un muro de dos metros y medio y caer de esa forma? Dependiendo de su reacción decidiría que hacer. Me presentaría, como todo un caballero, y vería su reacción.
-Mi nombre es Ryan, Oficial de la Revolución y estás en una de sus bases – dije mirándola fijamente –. ¿Cuál es tu nombre y por qué estás aquí? Dependiendo de tu respuesta puede que vivas o no.
Encendí un cigarrillo y le lancé el humo en la cara.
-Disculpa, creo que no he sido lo suficientemente claro. ¿Cuál es tu puto nombre?
-M-Mi nombre... es... Miche Landró – respondió con miedo –.
No pude evitar soltar una carcajada. ¿Qué clase de nombre era ese? Le di una palmada en el hombro al muchacho; comencé a retroceder para comenzar el entrenamiento cuando de repente escucho unos sonidos provenientes de detrás del muro. Activé completamente mi Haki por si estábamos frente a una invasión marine. Por no querer causar pánico no pronuncié ninguna palabra pero algo me indicaba que las cosas no estaban mal. Di unos pasos en dirección a la muralla y de un momento a otro vi un cuerpo caer en la oscuridad. Mis ojos de vampiro me permitían olfatear al humano que osó interrumpir mi cátedra y entrenamiento, pero me di cuenta de que era una mujer de cabello azul e iba bastante bien arreglada.
Probablemente ese era el día de más suerte de la mujer. Si hubiese llegado justo antes de que el estúpido niño no me dijera su nombre, la cabeza de ella yacería en mis manos. Sonreí y le di una calada al cigarrillo formando un aire de elegancia. ¿Cuál era la mejor opción? ¿Asustarla un poco y mostrarse bruto? ¿Atenderla lo suficientemente bien como para sacarle información? Si era una espía, era la peor de todas.
Pude olfatear sangre y notar que la rodilla de la chica estaba herida. Por suerte ya podía controlar mi ansia de sangre, o sino las cosas terminarían peor de lo que puede imaginar. Me acerqué lentamente mientras la chica hablaba y preguntaba sobre encontrar un pueblo o algo por el estilo. No sé si era lo suficientemente idiota como para llegar a una isla gobernada por las Fuerzas de la Revolución o si de verdad creía que encontraría un pueblo en medio de la nada.
-¿En serio? – pregunté asqueado – ¿De verdad me interrumpirán de esta forma? Mira, niña, aquí no hay nada de lo que tú buscas.
Desde detrás pude notar como los novatos le hacían señas a la mujer para que se largara y le mostraban un cartel de Se Busca con mi foto y mi recompensa. Suspiré. Me había apuntado en entrenar a los más idiotas.
-Perdona mi forma de expresarme, entrenar a esta banda de idiotas es sumamente agotador. Tienes herida tu rodilla y si te metes al bosque así, probablemente no dures más de dos horas. Ven, sígueme.
Ordené a los novatos que hicieran doscientas flexiones en lo que yo terminaba de sanar la herida de la muchacha. Era la única forma de saber si era una enemiga o no, y en caso de que lo fuera me daría cuenta de inmediato y la asesinaría sin remordimiento alguno. Ingresé al cuartel y fui a buscar una caja de primeros auxilios en donde saqué un poco de alcohol y algodón para desinfectar la herida. Era lo básico, ¿no? Después de todo lo más sencillo era untarle un poco de mi sangre y así sanar su herida pero no, no mostraría mis poderes de esa forma tan estúpida. Luego de pasar el algodón cubierto en alcohol y limpiar la herida de la peliazul, la vendé con la suficiente fuerza para que el sangrado terminara y no perdiera el movimiento de la rodilla.
Le di otra calada a mi cigarrillo mientras aún estaba ocupado en la herida de la chica analizando si podía tener algún otro daño. De primeras ella se veía bien. Aunque no de la cabeza, ¿era realmente tan tonta para saltar un muro de dos metros y medio y caer de esa forma? Dependiendo de su reacción decidiría que hacer. Me presentaría, como todo un caballero, y vería su reacción.
-Mi nombre es Ryan, Oficial de la Revolución y estás en una de sus bases – dije mirándola fijamente –. ¿Cuál es tu nombre y por qué estás aquí? Dependiendo de tu respuesta puede que vivas o no.
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La chica continuaba mirando al rubio de forma calmada. Al principio no se mostró muy amable, de hecho, cuando la llamó niña, ella tuvo que contener una leve risa. La niña lo podía dejar bien callado con un par de movimientos pasionales en un sitio íntimo, pero no parecía ser el momento de eso. De hecho, lo que pareció empezar con la búsqueda de un pueblo, terminó con la mirada de muchos militares sobre ella, cosa que se le hizo muy rara. Tenía que continuar su búsqueda por otras islas, debido a que en aquella no iba a haber nada interesante. No es que estuviese molesta, pero esperaba encontrar poblaciones en todos lados. Era una chica que desconocía el mundo totalmente, y por ello no tenía ni idea de nada de lo que éste escondía en sus rincones más remotos.
De repente aquellos tipos le mostraron desde lejos un papel con una foto del rubio. De modo que ¿Lo tenían en los calendarios? Vale que estaba bueno, pero esos hombres lo tenían en todos lados. Pudo ver un número, y entonces se dio cuenta. Era el número de fans que tenía. A lo mejor era famoso y todo. El chico mencionó que debía entrenarlos, y por ello aquellos hombres le tendrían tanto cariño. Era como un ídolo o algo. Estaba demasiado confusa, y casi no podía entender lo que pasaba. Lo que dijo sobre el bosque la hizo reír un poco. Con su espada no temía a las fieras. De un corte podía hacerlas retroceder, o simplemente eliminarlas con facilidad. No era la primera vez que animales salvajes la atacaban por mero gusto. De todas formas le daba lo mismo, pues podía defenderse de ellas perfectamente. Era la ventaja que poseía al ser tan rápida en sus movimientos.
De repente ese tipo quiso curarle la herida, y sin ni siquiera preguntarle si lo deseaba lo hizo. Contuvo el dolor provocado por el alcohol, y de todas formas tampoco fue para tanto, por lo que simplemente soltó un pequeño suspiro. Notó la venda un poco apretada, pero no era una cosa por la que pudiera sentirse incómoda. De hecho, la prefería de aquella forma. Se relamió un poco, y después se quedó mirando al rubio de forma calmada. Lo que dijo después terminó de confundirla totalmente ¿Qué diablos era la revolución? Lo de vivir lo daba lo mismo. Era muy despreocupada en aquellos casos. Se quedó mirando al chico a los ojos con una sonrisa como de costumbre. Después le habló en un tono sincero. Se notaba que no tenía ni jodida idea de lo que estaba pasando allí, en aquel mismo momento.
- Lo lamento, rubito, pero ¿Qué diablos es la revolución? Por Dios, tampoco sabía nada sobre marines o agentes. Ella había visto tíos uniformados en su isla, pero no se había puesto a preguntar sobre ellos. – Me llamo Yumei, y soy viajera. Nunca he salido de Baterilla, y quería ver el mundo. – Dijo con una sonrisa dulce mientras observaba al chico de forma calmada.
De repente, se quedó mirándole fijamente a los ojos, continuando con su mirada despreocupada, y su sonrisa. Sin pensárselo, le dedicó una suave risa, para después acercarse un poco más a él. – Para ser un oficial eres muy mono. No te imagino presentándote a mis padres diciéndoles que eres un jefe de una ecolución o eso que dijiste antes. – Pudo ver de reojo ver que muchos de aquellos hombres continuaban, mientras que otros no podían. Luego estaban los típicos que la miraban de forma disimulada.
De repente aquellos tipos le mostraron desde lejos un papel con una foto del rubio. De modo que ¿Lo tenían en los calendarios? Vale que estaba bueno, pero esos hombres lo tenían en todos lados. Pudo ver un número, y entonces se dio cuenta. Era el número de fans que tenía. A lo mejor era famoso y todo. El chico mencionó que debía entrenarlos, y por ello aquellos hombres le tendrían tanto cariño. Era como un ídolo o algo. Estaba demasiado confusa, y casi no podía entender lo que pasaba. Lo que dijo sobre el bosque la hizo reír un poco. Con su espada no temía a las fieras. De un corte podía hacerlas retroceder, o simplemente eliminarlas con facilidad. No era la primera vez que animales salvajes la atacaban por mero gusto. De todas formas le daba lo mismo, pues podía defenderse de ellas perfectamente. Era la ventaja que poseía al ser tan rápida en sus movimientos.
De repente ese tipo quiso curarle la herida, y sin ni siquiera preguntarle si lo deseaba lo hizo. Contuvo el dolor provocado por el alcohol, y de todas formas tampoco fue para tanto, por lo que simplemente soltó un pequeño suspiro. Notó la venda un poco apretada, pero no era una cosa por la que pudiera sentirse incómoda. De hecho, la prefería de aquella forma. Se relamió un poco, y después se quedó mirando al rubio de forma calmada. Lo que dijo después terminó de confundirla totalmente ¿Qué diablos era la revolución? Lo de vivir lo daba lo mismo. Era muy despreocupada en aquellos casos. Se quedó mirando al chico a los ojos con una sonrisa como de costumbre. Después le habló en un tono sincero. Se notaba que no tenía ni jodida idea de lo que estaba pasando allí, en aquel mismo momento.
- Lo lamento, rubito, pero ¿Qué diablos es la revolución? Por Dios, tampoco sabía nada sobre marines o agentes. Ella había visto tíos uniformados en su isla, pero no se había puesto a preguntar sobre ellos. – Me llamo Yumei, y soy viajera. Nunca he salido de Baterilla, y quería ver el mundo. – Dijo con una sonrisa dulce mientras observaba al chico de forma calmada.
De repente, se quedó mirándole fijamente a los ojos, continuando con su mirada despreocupada, y su sonrisa. Sin pensárselo, le dedicó una suave risa, para después acercarse un poco más a él. – Para ser un oficial eres muy mono. No te imagino presentándote a mis padres diciéndoles que eres un jefe de una ecolución o eso que dijiste antes. – Pudo ver de reojo ver que muchos de aquellos hombres continuaban, mientras que otros no podían. Luego estaban los típicos que la miraban de forma disimulada.
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Sencillamente es que la chica no sabía absolutamente nada del mundo. ¿En dónde había estado viviendo estos últimos años? Todo el mundo sabía algo de la Revolución, por muy mínimo que sea. En cambio ella había llegado a ese lugar, una base de las Fuerzas, sin saber nada. ¿Era el destino? ¿O simplemente un conjunto de sucesiones de casualidades que nos llevaron, a ambos, hasta este encuentro? Sonreí de oreja a oreja mostrando mis colmillos. Mi instinto me indicaba que la chica no era una mentirosa, pero necesitaba comprobarlo puesto que no quería una espada cortando mi cabeza. Podía ser muchas cosas, desde una infiltrada hasta una pequeña inocente.
Yumei me sonrió, y de alguna forma, en mis pensamientos, llegué a la conclusión de que la chica me estaba coqueteando. Sus comentarios eran un tanto… únicos. Bastante directos. Una vez terminado de vendar las heridas de la mujer, me levanté y le devolví la sonrisa. No tenía tiempos para andar coqueteando con una desconocida, por muy bonita que fuera. ¿Qué pensarían mis hombres de mí? Aunque no me gustaba la idea de andar “vendiendo imagen”, debía hacerlo por un bien mayor.
Le di la espalda a la chica con la disposición de contarle algunas cosas sobre lo que estaba ocurriendo en el mundo y sobre lo que estaba ocurriendo allí. Sin embargo, debía pensar bien mis palabras antes de emitir cualquier comentario. Aún no estaba completamente seguro de que la chica estaba diciendo la verdad, y creo que tenía pensado en como descubrir la verdad. Como vampiro tenía métodos muy… especiales. Bastante especiales.
–Tienes que saber muchas cosas del mundo actual, Yumei – le dije mientras sacaba un cigarrillo de mi chaqueta –. Primero que todo, no es “ecolución”. La Revolución es un grupo de personas que se han resignado a pensar que los gobiernos, países y autoridades velen por sus derechos. Nos unimos todos, dejando nuestras diferencias a un lado, para un bien mayor.
Le pegué una fumada a mi cigarro y luego jugué un poco con el humo que emanaba de mi boca. Formé algunas argollas con el humo del cigarrillo y luego me volteé a mirar a la chica.
–No todos queremos viajar y conocer el mundo mientras el mundo arde en su propio egoísmo. Todos hemos pasado por situaciones… inhumanas – miré hacia abajo tras pronunciar la última palabra –. Y pese a todo lo que me has dicho, no puedo confiar de primeras en ti. Ven, sígueme.
Podía escuchar los latidos del corazón de la chica. Caminé lentamente hasta llegar a un pasillo el cual unía a diversas habitaciones del cuartel. Avancé lentamente hasta tomar la puerta izquierda en donde se encontraba el comedor. Era un lugar sencillo, dos enormes mesas ordenadas de forma paralela; no había televisión ni música. Era aburrido comer ahí, escuchando los comentarios de todas las personas. Prefería la soledad y gustaba de almorzar en la oficina que tenían reservada para los más altos cargos de la Revolución.
Miré a la chica y suspiré.
–Aquí es donde comen los hombres y mujeres. Como ves, no existe ninguna diferencia entre las personas que comparten una mesa. Puedes venir siendo una persona completamente rica, o una persona que carece de todo, y serás tratado de la misma forma.
Salí inmediatamente de ahí y le pedí que me siguiera hasta mi oficina en donde pasaría a mis últimos pasos para descubrir si la chica era una mentirosa o no. El lugar era bastante acogedor; tenía una pequeña chimenea en la pared izquierda. Una enorme mesa de roble que estaba llena de papeles desordenados, una lámpara y un cenicero con muchos trozos de cigarros rotos. Me senté en mi asiento correspondiente e invité a la mujer que se sentara.
Apagué el cigarrillo que tenía en mi mano y miré a la mujer. Todo indicaba que no era una mentirosa, que debía creer en ella. Comencé a dudar y tomé la decisión de que la mejor forma de comprobar si era una espía o no, era enviarla con los hombres que dejé entrenando.
–Este es mi lugar favorito. Mi oficina, en donde paso casi todo el tiempo. Aún no puedo confiar en ti, pero no has demostrado lo contrario para dudar. Si haces algo sospechoso, tu cabeza terminará en mis manos y no tendrás ni siquiera tiempo para pensar o decir algo.
Desprendí un aura de miedo mezclada con ansias de sangre. Cualquier persona que estuviese junto a mí, sentiría un miedo indescriptible. Solo era para asustar, evidentemente no salté hacia el cuello de la chica y la despojé de su sangre.
Finalmente sonreí cálidamente, con un poco de falsedad, y la invité a formar parte del entrenamiento de mis hombres.
–¿Te apetece acompañarme en el entrenamiento de mis hombres? Ya deben estar quejándose de que no llego y sus pobres brazos dudo que soporten.
Yumei me sonrió, y de alguna forma, en mis pensamientos, llegué a la conclusión de que la chica me estaba coqueteando. Sus comentarios eran un tanto… únicos. Bastante directos. Una vez terminado de vendar las heridas de la mujer, me levanté y le devolví la sonrisa. No tenía tiempos para andar coqueteando con una desconocida, por muy bonita que fuera. ¿Qué pensarían mis hombres de mí? Aunque no me gustaba la idea de andar “vendiendo imagen”, debía hacerlo por un bien mayor.
Le di la espalda a la chica con la disposición de contarle algunas cosas sobre lo que estaba ocurriendo en el mundo y sobre lo que estaba ocurriendo allí. Sin embargo, debía pensar bien mis palabras antes de emitir cualquier comentario. Aún no estaba completamente seguro de que la chica estaba diciendo la verdad, y creo que tenía pensado en como descubrir la verdad. Como vampiro tenía métodos muy… especiales. Bastante especiales.
–Tienes que saber muchas cosas del mundo actual, Yumei – le dije mientras sacaba un cigarrillo de mi chaqueta –. Primero que todo, no es “ecolución”. La Revolución es un grupo de personas que se han resignado a pensar que los gobiernos, países y autoridades velen por sus derechos. Nos unimos todos, dejando nuestras diferencias a un lado, para un bien mayor.
Le pegué una fumada a mi cigarro y luego jugué un poco con el humo que emanaba de mi boca. Formé algunas argollas con el humo del cigarrillo y luego me volteé a mirar a la chica.
–No todos queremos viajar y conocer el mundo mientras el mundo arde en su propio egoísmo. Todos hemos pasado por situaciones… inhumanas – miré hacia abajo tras pronunciar la última palabra –. Y pese a todo lo que me has dicho, no puedo confiar de primeras en ti. Ven, sígueme.
Podía escuchar los latidos del corazón de la chica. Caminé lentamente hasta llegar a un pasillo el cual unía a diversas habitaciones del cuartel. Avancé lentamente hasta tomar la puerta izquierda en donde se encontraba el comedor. Era un lugar sencillo, dos enormes mesas ordenadas de forma paralela; no había televisión ni música. Era aburrido comer ahí, escuchando los comentarios de todas las personas. Prefería la soledad y gustaba de almorzar en la oficina que tenían reservada para los más altos cargos de la Revolución.
Miré a la chica y suspiré.
–Aquí es donde comen los hombres y mujeres. Como ves, no existe ninguna diferencia entre las personas que comparten una mesa. Puedes venir siendo una persona completamente rica, o una persona que carece de todo, y serás tratado de la misma forma.
Salí inmediatamente de ahí y le pedí que me siguiera hasta mi oficina en donde pasaría a mis últimos pasos para descubrir si la chica era una mentirosa o no. El lugar era bastante acogedor; tenía una pequeña chimenea en la pared izquierda. Una enorme mesa de roble que estaba llena de papeles desordenados, una lámpara y un cenicero con muchos trozos de cigarros rotos. Me senté en mi asiento correspondiente e invité a la mujer que se sentara.
Apagué el cigarrillo que tenía en mi mano y miré a la mujer. Todo indicaba que no era una mentirosa, que debía creer en ella. Comencé a dudar y tomé la decisión de que la mejor forma de comprobar si era una espía o no, era enviarla con los hombres que dejé entrenando.
–Este es mi lugar favorito. Mi oficina, en donde paso casi todo el tiempo. Aún no puedo confiar en ti, pero no has demostrado lo contrario para dudar. Si haces algo sospechoso, tu cabeza terminará en mis manos y no tendrás ni siquiera tiempo para pensar o decir algo.
Desprendí un aura de miedo mezclada con ansias de sangre. Cualquier persona que estuviese junto a mí, sentiría un miedo indescriptible. Solo era para asustar, evidentemente no salté hacia el cuello de la chica y la despojé de su sangre.
Finalmente sonreí cálidamente, con un poco de falsedad, y la invité a formar parte del entrenamiento de mis hombres.
–¿Te apetece acompañarme en el entrenamiento de mis hombres? Ya deben estar quejándose de que no llego y sus pobres brazos dudo que soporten.
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