Tierra de reyes [Privado] [Pasado] [Teravan - Genos]

Cuando el barco llegó, finalmente, al puerto sur de la isla, el ruido comenzó a deshacer los resquicios de paz que el agente tanto había tardado en construir. Los oficiales se afanaban en dar órdenes, mientras que el resto de la tripulación realizaba tareas realmente productivas. Había esperado tardar, al menos, un par de horas más en llegar a su destino, mas por fortuna, ya casi había acabado su té matutino. Dio un último largo sorbo y recogió sus pertenencias, dejando la habitación tal y como la había encontrado a su llegada, salvo por un pequeño aspecto, un embriagador aroma a té y flores de cerezo.

El sol de la mañana iluminaba la cubierta con tenues destellos, debido a las brillantes aguas de aquella parte del océano. Al salir a cubierta reparó en que las velas habían sufrido un percance durante la aproximación al puerto, puesto que una brillante línea de luz se podía divisar en medio de la gigantesca tela. El capitán estaba visiblemente enfadado, pero como ese no era su trabajo, le quitó importancia. Su cometido en la isla era importante, mas no por ello iría a su destino con prisa. Deseaba, tras el largo trayecto que había soportado, disfrutar de las vistas de la ciudad como tantas veces lo había hecho.

English Garden... La ciudad nunca cambiaba. Seguía pareciendo un lugar sacado de algún libro de caballería. Con sus elegantes edificaciones estilo victoriano y sus anchas y concurridas calles repletas de gente caminando con parsimonia. Daba gusto poder pasear tranquilamente sin exponerte a recibir algún empujón indeseado. Resultaba apasionante el poco ruido que reinaba en el ambiente, pues aún donde se encontraba podía escuchar el griterío proveniente del mercado, único lugar donde el bullicio se tomaba por bandera. - Tal vez me acerque luego para comprobar la calidad de las mercancías del lugar. - Se dijo con una sonrisa, pues casi se le habían acabado las provisiones.

Tras presentarse a su contacto con el CP, dando a conocer que había llegado a su destino, se encaminó hacia la posada donde solía establecerse cada vez que iba de visita. Un plácido local situado en una callejuela donde reinaba un embriagador silencio. El dueño podía resultar un poco taciturno con los recién llegados, sin embargo había logrado obtener su confianza un tiempo atrás, tras una crisis con un par de bestezuelas que se habían colado por la puerta trasera. De camino aprovechó para visitar la Plaza Mayor, donde estaba la mayoría de establecimientos de alto nivel y, por lo tanto, donde se reunía la aristocracia. Probablemente algún conocido estuviese rondando el lugar.

Mas el primer hecho inesperado atrajo la atención del agente, un grupo de personas estaba formando un corro alrededor de lo que parecía ser un trifulca. Gritaban y animaban, como si una pelea estuviese fraguándose en medio de aquel barullo. Eso era inaceptable. Se acercó para conocer la fuente de tanta inquietud, con el objetivo de ponerle fin.

Nervios. No recordaba la última vez que se había sentido nervioso, lo cual, dicho por una persona con memoria eidética, era bastante. Lo cierto es que el joven Genos nunca había experimentado el verdadero nerviosismo a lo largo de su vida. Hasta aquel día. No era un día especial, ni una fecha señalada, solo era una misión. La primera misión.

English Garden era el tipo de isla donde las habilidades de Genos podían ser de mayor utilidad, dada la sorprendentemente plana y casi idéntica personalidad de la mayoría de "caballeros" que la poblaban. Honor, valor, decoro... Comportamientos y códigos vacíos, mucho más sencillos de imitar que el fanatismo de cualquier grupo o secta.

Una campana anunció la llegada a su destino. El viento golpeó su rostro cuando salió a cubierta y pudo ver la ciudad de cerca.

Pulcra, ordenada... No se parece en nada a los otros lugares que he visitado... Podría acostumbrarme a esto.

Las indicaciones que tenía eran bien sencillas. Debía ir a una posada que se encontraba marcada en el mapa y ponerse en contacto con un agente más experimentado y ofrecerle apoyo en su misión. Volver a centrar sus pensamientos en las órdenes alteraron su humor.

Solo espero que no me hayan puesto al cargo de un incompetente.

Un creciente bullicio llamó su atención cuando se dirigía al punto de encuentro. No necesitó ni una mirada para saber de que se trataba. Una pelea. Nobles o pobres, caballeros o radicales, las peleas suenan igual en todas partes.

Sin tener demasiado claro de que iba el asunto, se acercó y, ocultando la katana por dentro de su larga gabardina negra, se coló en el corro para averiguarlo.

Un hombre bajo, de tez morena y pelo anaranjado, con una complexión hercúlea se encontraba sentado en el suelo, con un pequeño corte en la pierna izquierda y la expresión pura del odio en el rostro. Frente a el, en pie y sosteniendo un estoque con la punta tintada de carmesí, un hombre alto y delgado, de pelo verde y ojos a juego, vestido con ropas caras y multitud de abalorios de metales preciosos. Genos había leído los informes de la isla durante el viaje a modo de preparación.

Un Parfumier abusando de un Conrad. Leí que este tipo de cosas suceden a menudo.

Por desgracia para el Conrad, Genos tenía una misión, y arriesgarse a destacar en medio de tanta gente por evitar el sufrimiento a un desconocido no entraba en sus planes. Se limitó a adoptar los mismos gestos y expresiones que los demás y unirse al bullicio. Nada, salvo su inconfundible vestimenta azul, lo distinguía de los demás pues, a diferencia de lo que suele suceder en otras islas, los instigadores estaban lejos de ser gente pobre o con dificultades.

Es posible que saque alguna conclusión sobre la sociedad de esta isla que no estuviera reflejada en los datos de la organización. Espero que acabe pronto, no quiero llegar tarde en mi primer día...

Un encuentro poco afortunado. Al parecer un hombre de carácter noble le había dado una lección a un fornido individuo. Este estaba visiblemente enfadado y, a juzgar por la calma que mostraba su oponente, iba a perder el combate. Si no es que ya hubiese terminado... De todas formas, no apoyaba la violencia de ese calibre en la calle, mas no intervendría en la resolución de ese combate. No porque fuese a contrariarle en sus obligaciones, sino porque no era quién de decidir el curso de la contienda. Tan solo observó, impasiblemente, ajeno al dolor que recorría el rostro del hombretón.

No tardó mucho tiempo en decidirse la pelea. La superioridad del combatiente del estoque era evidente y su contrincante no sabía luchar contra oponentes armados. En cualquier caso, es difícil ganar cuando todo el público está animando a tu oponente. La falta de determinación hizo mella en el fornido luchador, que se rindió al poco tiempo, llevándose una dolorosa carcajada de condescendencia por parte del adinerado caballero. Otro hombre salió de entre la multitud para ayudar a levantarse al perdedor, llevándoselo de allí lo antes posible. La multitud se diluyó rápido, dejando tan solo a unas cuantas personas sin saber a qué dedicar su tiempo libre tras el evento acontecido.

Teravan, por su parte, decidió acercarse a alguno de los establecimientos. El calor sofocante había despertado su sed, recordándole que no había bebido nada desde que había estado en el barco. Conocía el sitio perfecto para su cometido, un local no muy concurrido y de carácter intelectual llamado El corredor paciente. Su nombre lo había obtenido de una famosa novela local, lo que le daba una distinción curiosa.

Antes de entrar vio de refilón un hombre que parecía que desentonaba con el ambiente, un extranjero. Se dio la vuelta con intención de observarle, mas en cuanto intentó echar un vistazo, se dio cuenta de que ningún hombre desentonaba con el ambiente. Su imaginación le estaba jugando malas pasadas, a pesar de que su intuición no solía fallarle. Le quitó importancia al entrar en el local, puesto que una intensa fragancia a lilas invadió sus fosas nasales, despejando su mente abotargada. Paseó su mirada por las paredes del establecimiento, repletas de libros de todos los tamaños y colores. Tomó prestado uno de ellos y se dirigió al dueño, que frotaba de forma distraída una taza de café.

El hombre era mayor, de unos sesenta años, y sus ojos parecía estar cerrados todo el tiempo. Siempre mostraba una expresión afable, incluso al peor de sus enemigos y, además, hacía un café exquisito. Se acercó pausadamente, sin hacer ruido, pues no tenía la intención de perturbar la paz del local.

- Que tengáis un buen día, Sebastian. - Dijo el agente con una sonrisa. Hizo una leve reverencia, mientras acomodaba su chaqueta, que colgaba de su brazo derecho. - Estáis igual que siempre.

El desenlace obvio. Tras retirarse, uno a lamerse las heridas y otro a vanagloriarse de su gesta, Genos se propuso continuar hacia su destino. Durante un instante, su mirada se cruzó con la de un hombre ataviado como un mayordomo. Tras un instante, el mayordomo, cuyas facciones lo delataban como extranjero, comenzó a girarse y Genos, de forma instintiva, se volteó y se mezcló con los tres hombres que cuchicheaban sobre la pelea anterior.

Ese hombre... Se ha fijado en mi. Sorprendente.

El joven agente sabía que no era descabellado que alguien se fijara en otra persona, tal vez simplemente sintió curiosidad por su vestimenta, sin embargo, sus habilidades miméticas no eran nada desdeñable, más aun en un entorno lleno de gente bien vestida como era aquel.

Cinco minutos. Si no saco nada en claro, me voy. - Se dijo a si mismo. No iba a llegar tarde por un par de minutos de desvío y la curiosidad le había picado con extrema fuerza.

Lo siguió con toda la calma del mundo, unos cien metros por detrás de él, hasta que lo vio entrar en un establecimiento con el nombre de una obra literaria de la isla. Resultaba asombroso cuan exhaustiva era la recolección de información de la agencia.

El silencio lo golpeó en cuanto entró en el local. Libros, calma y gente con aspecto intelectual. Si Genos disfrutase del tiempo libre, lo haría en un local como aquel.

El mayordomo hablaba en la barra con el regente del establecimiento, un hombre mayor de aspecto afable llamado Sebastian. Al ver a varias personas leyendo y los correspondientes huecos en las estanterías, supuso que era práctica habitual y, fingiendo interés por los títulos que allí se encontraban, en su mayoría obras literarias de bastante renombre y fama, agudizó el oído para tratar de captar algo de lo que el mayordomo dijera o hiciera que pudiera delatarlo como hostil o peligroso.

Incluso si resulta no ser nadie, he encontrado este maravilloso lugar, el desvío ya ha merecido la pena.

- Ah... Ha pasado mucho tiempo, Teravan. - Añadió el hombre con una sincera sonrisa en su rostro. Dejó la taza que estaba limpiando y cogió otra de debajo de la barra, disponiéndose a preparar uno de sus legendarios cafés. - Aún tengo ese libro guardado en el almacén, por si quieres cogerlo. - Empezó a moler los granos, y tras unos segundos, puso el polvo resultante en un filtro de papel.

- No es necesario, Sebastian, no os preocupéis, tampoco tengo mucho tiempo. ¿Cómo va todo por aquí? - Respondió el agente, mientras negaba con la cabeza y hacía un ademán, quitándole importancia. - ¿Siguen vuestros cafés mereciendo su fama? - Añadió, mientras disfrutaba del olor que desprendían los granos recién triturados. Sebastian comenzó a verter agua en círculos, lentamente, encima del papel. Causando que un aromático líquido oscuro cayese sobre una taza. La textura era más espesa que el agua, pero más diluida que el chocolate. Una vez hubo terminado, se lo sirvió.

Tras probarlo, sus pupilas se dilataron. El sabor era exquisito y su aroma, perfecto. Una sensación indescriptible pareció invadirle. Como una mezcla entre el calor de una hoguera y la paz de un hogar. - Maravilloso, como de costumbre. Siempre lográis superaros. - El camarero sonrió con sinceridad. - ¿Qué os trae por aquí, agente? - Añadió en una voz queda, con la cual podían hablar sin ser descubiertos. Sebastian era uno de los mejores agentes encubiertos que había conocido. En todo caso, tampoco había mucha gente en el piso de abajo. - Me han encomendado una tarea con otro agente que también ha venido a la isla. Su identificador es "el pájaro azul"... No creo que tardemos en encontrarnos. - Respondió Teravan. El camarero miró en dirección a un hombre que estaba cerca de la entrada. Parecía uno de los intelectuales que rondaban el local a diario.

- Estoy seguro de que será en muy poco tiempo. - Dijo con una sonrisa.

Había dado en el clavo de pura casualidad. Al parecer, aquel mayordomo era el agente al que debía apoyar en su misión. Escuchó con atención la conversación, tal vez descuidando un poco su posición y tapadera. O eso es lo que quiso creer Genos al comprobar que el escalofrío que acababa de recorrerle la nuca iba acompañado de una directa y penetrante mirada del tal Sebastian, una mirada que gritaba, en completo silencio, dos palabras. Te pillé.

No me lo puedo creer. Me ha identificado en un instante. Asombroso.

El joven se acercó con parsimonia tras dejar el libro en su lugar y se colocó al lado del mayordomo, uniéndose a la conversación.

-¿Qué me ha delatado, señor?.- Inquirió el mago azul con un leve deje de admiración en la voz antes de girarse hacia el mayordomo.- Y usted, señor Teravan, debe de ser el agente al que me han asignado como apoyo.- Dijo, ya en un tono de voz más bajo y confidencial.- Estoy a vuestra entera disposición.

Una leve inclinación de cabeza a modo de saludo respetuoso acompañó a la última frase. La extraordinaria capacidad sensorial que había demostrado al fijarse antes en él, si bien no llegó a identificarlo, captó positivamente la atención del mago.

-No se como de seguro es este lugar para hablar de trabajo, pero necesito que se me informe de lo que se espera de mi, pues fui enviado a este lugar sin información alguna de sus habilidades - hizo un ademán hacia Teravan- o de la misión que debe ser cumplida.

Aquello no era del todo cierto. Era evidente, dado que los dos hombres habían hablado como si tal cosa sobre temas de la agencia, que consideraban aquel punto un lugar tan seguro como el que más, pero Genos comprendía a la perfección la importancia de las primeras impresiones y "precavido" suele ser un mejor primer juicio que "descuidado".

Al parecer Sebastian lo había vuelto a hacer. Tenía la manía de descubrir a los agentes que entraban en su establecimiento. Tal vez esa facilidad se debía a su alto rango o a sus admirables habilidades, adquiridas a lo largo de su extensa carrera. Al acercarse, Teravan pudo apreciar que de ninguna forma era una persona como las demás. Su sonrisa tenía un cierto toque perturbador, puesto que la mantenía a pesar de la seriedad de sus palabras. Su tono solemne no cuadraba con su gesto.

- Tenéis una cálida sonrisa, poco usual en desconocidos. - Respondió Sebastian con una sonrisa amable. Acto seguido, se dispuso a servir un café al nuevo integrante del grupo. Teravan continuaba un tanto dubitativo, por lo excéntrico de su interlocutor. - El placer es mío, señor, mas aún no me habéis confiado vuestro nombre. - Añadió con una reverencia. Era cuestión de compañerismo conocer el nombre de la persona a la que se confía la propia vida.

Sebastian sirvió el café en la barra, advirtiendo de la alta temperatura del líquido. El olor inundó el local, dejando notas amargas y aromáticas en el ambiente. Aún tenía que confiarle los datos de la misión al recién llegado: capturar a un fugitivo revolucionario para que la ley se encargue de que cumpla su pena. Era un objetivo simple, pero no por ello de fácil resolución. Se sospechaba que el hombre estaría escondido en una cabaña a las afueras de la ciudad, donde cualquier agente estaría expuesto al ataque de los salvajes. Podría ser una prueba de fuego para su ascenso.

- Nuestro cometido es simple. Hemos de recoger un paquete del punto de encuentro y llevarlo a las autoridades. - Dijo con una sonrisa. Metió la mano en su chaqueta y sacó un sobre, con todos los datos necesarios para llevar a cabo la misión. En ellos aparecía el nombre y el aspecto del objetivo, y la marca de que podría ser atrapado vivo o muerto. Había una recompensa por su cabeza de un millón de berries. Parecía que ese hombre había sido un chico muy malo.

- Respecto a mis habilidades. - Añadió mientras se levantaba. - Soy un gran transportista.

El Mago Azul no hizo ningún gesto como respuesta al comentario sobre su sonrisa, si bien estaba seguro de que Sebastian había notado los levísimos cambios que delataban que estaba tratando de sonreír de verdad. Observó el sobre durante un segundo, antes de volver a dirigir sus ojos a su nuevo compañero. Quería conocer su nombre.

Curioso. En la academia siempre me dijeron que los nombres solo generan problemas... Bueno, siendo justos, ya conozco el suyo.

-Mi nombre es Genos, es un placer trabajar con usted, señor Teravan.- Una leve reverencia acompañó sus palabras. Acto seguido señaló hacia su cara con el dedo índice de la mano derecha.- En ocasiones, no hay mejor armadura que una buena sonrisa. En lo referente a mis habilidades... Podría decirse que soy competente en todos los ámbitos. Y aprendo rápido. Muy rápido.

Abrió el sobre y leyó con velocidad el texto que contenía.

Vivo o muerto... Cabaña en las afueras... Salvajes... No parece complicado en un principio, aunque podría ponerse feo.

Tras cerrar el sobre, con su contenido dentro de nuevo, acercó un cenicero cercano y extrajo del interior de su bolsillo un mechero estilo zippo. Lo abrió con un juego de manos muy vistoso, aunque no demasiado complicado de realizar, y prendió fuego a la carta. Tras esperar unos segundos a que el fuego se extendiera hacia arriba, trepando por el papel, lo depositó con cuidado en el cenicero.

-No estoy familiarizado con vuestros métodos de trabajo y transporte, señor Teravan, más espero poder adaptarme adecuadamente. No he venido con mucho equipaje, de hecho, no he traído nada salvo lo que llevo encima en estos instantes, así que si necesitáis tiempo para prepararos, nos vemos en una hora en la puerta noroeste de la ciudad, es la más cercana al punto de encuentro. Señores...

Tras una leve inclinación de cabeza, el joven aspirante a agente se bebió de un trago su café. Estaba muy caliente, como le gustaba. Acto seguido, echó a andar con decisión y salió por la puerta. No tenía realmente nada que hacer hasta entonces, por lo que se fue directo a la puerta norte con la sana intención de observar y explorar un poco el camino a la cabaña y los alrededores para identificar posibles peligros y puntos de interés.

Parecía un sujeto inusual, sin embargo, causó buena impresión en el agente. Era interesante su forma de hablar y de actuar, muy... correcto. Su habilidad de aprendizaje le resultaría útil, de eso no cabía la menor duda, sin embargo, notaba que había algo que le ocultaba, aunque tampoco le dio demasiada importancia. Observó cómo su compañero salía por la puerta, así que fue tras él, puesto que no necesitaba recoger nada. Antes de salir, se dio cuenta que su nuevo acompañante no había pagado la cuenta, así que la pagó él. Sebastian sonrió agradecido y le despidió con un gesto de la cabeza.

No caminaba demasiado deprisa, al poco tiempo consiguió alcanzarle y caminar a su lado. No articularon palabra, así que el trayecto lo aprovechó para observar los alrededores, así como debía estar haciendo su compañero. No tardaron demasiado en llegar a las inmediaciones de la cabaña. Aunque tal vez fuese porque el tiempo corre rápido en buena compañía, ¿no es cierto? Así que dio un par de vueltas por la zona, vislumbrando posibles vías de escape. Había un camino al oeste, así como el que habían utilizado para llegar allí. Tras un examen un poco más exhaustivo se dio cuenta de que había una grieta convenientemente grande en una roca. Podría ser una cueva o una vía de escape, por lo que se haría cargo de ella.

Se acercó a una roca plana de unos 50 kilogramos de masa y la movió con un leve toque con el índice, tapando lo suficiente la abertura. No hizo demasiado ruido, puesto que utilizó poca velocidad en el lanzamiento. Aguantaría para el propósito que buscaban, evitar una huida. Cogió un puñado de piedras y las dispuso en el suelo en lugares estratégicos. De esta forma podría ir lanzándolas mientras corría el objetivo, de forma que evitaría su huida. Se guardó unas en la chaqueta, por si los cubiertos de plata que guardaba no eran suficiente.

Acto seguido, se acercó a Genos, dispuesto a trazar un plan de acción. - Yo ya estoy listo, ¿has averiguado algo interesante? - Dijo mientras sonreía amablemente.

Apenas tardó cinco minutos en alcanzarlo y, si bien no mediaron palabra, Genos se sentía a gusto. Era el tipo de persona que sabía disfrutar de un buen silencio y, siendo sinceros, las acciones de ambos hablarían por ellos muy pronto.

El corto camino que recorrieron hasta llegar a las inmediaciones del punto de encuentro se le antojó seguro, pues discurría en gran medida en línea recta y los vigías de la ciudad tendrían la zona más que vigilada, lo que también descartaba aquel lugar para cumplir su tarea. La curva no era mucho más prometedora, pues era poco pronunciada y larga. Tras dar un par de vueltas al asunto, desechó la idea, al tiempo que repasaba mentalmente lo que sabía sobre la isla.

Los Conrans de algunas tribus se comportan como verdaderos salvajes, pero su tosquedad puede llegar a resultar útil... si aparecen.

Genos se acercó un poco a la cabaña. No había luz, no había ruido. Estaba vacía. Dio una vuelta completa a su alrededor observando con detenimiento la zona. La cabaña tenía una ventana trasera, con una fuerte contraventana de roble macizo.

¿Solo una salida secundaria? No entiendo como ha conseguido evadir a las autoridades tanto. Bueno, a caballo regalado...

El joven encontró un árbol apropiado muy cerca. Descubrió su arma y con un único golpe de desenvainado, lo cortó. No era algo tan espectacular, pues era un tronco delgado pero alargado. Antes de que cayera al suelo, con un segundo movimiento, esta vez descendente, lo partió al medio. Acto seguido guardó su arma con calma y volvió a ocultarla bajo la gabardina.

Espero que esto sea suficiente... No quiero correr riesgos innecesarios.

En cuanto terminó de colocar los maderos en diagonal, haciendo una cuña que impedía abrir las contraventanas, apoyó dos piedras más o menos pesadas sobre la punta que apoyaba en el suelo para reforzar el invento y se dirigió hacia la puerta de la casa.

Pese a sus palabras en cuanto se reunieron, no parecía que su compañero hubiera hecho demasiado, aunque su esfuerzo tampoco se apreciaba a simple vista.

-No está en la casa, y he bloqueado la única salida adicional que pudiera tener sin contar la puerta. Podemos simplemente esperar a que vuelva, asaltarlo en el interior y reducirlo o tratar de emboscarlo en algún punto. Pero, de ser así, debemos asegurarnos que huye alejándose de la ciudad, o los vigías podrían vernos, una vez pasada la curva, tienen linea directa. Ambas opciones entrañan riesgos. Si lo asaltamos dentro de su casa, es más que probable que se resista más, aunque tendremos asegurado que no huya. Si lo emboscamos, puede que el factor sorpresa no le de tiempo a plantar batalla, pero podría huir. He sido enviado aquí como apoyo, así que la decisión final es vuestra, señor Teravan.

Realmente no se sentía inclinado por ninguna de las dos opciones, por lo que estaba dispuesto a amoldarse a la decisión de su compañero. Después de todo, adaptarse era su especialidad.

Observó el hábil apuntalamiento que realizó su compañero sobre la parte trasera de la cabaña. Sonrió con satisfacción, con esa disposición era improbable que su contrincante consiguiese huir. Escuchó atentamente las propuestas de su compañero y, aunque deseaba evitar el combate directo, pues no era su estilo, era evidente las ventajas que tenían en un enfrentamiento. Le habían dicho que el objetivo no era especialmente habilidoso en combate, además, eran dos contra uno.

- Lo mejor será que si es solo uno, ataquemos dentro de la cabaña. Tengo entendido que el objetivo no se especializa en los enfrentamientos directos, sino en la infiltración y el sabotaje. Tal vez por eso su cabeza no tenga recompensa. - Respondió el agente, meditabundo. En el peor de los casos solo tenía que empezar a lanzar rocas contra la cabaña para neutralizar al sujeto. Deseaba comprobar las habilidades que había adquirido en el manejo de la espada, así como un par de técnicas que aún necesitaba pulir en un combate real, para dilucidar si realmente resultaban eficaces.

Esperaron durante un largo tiempo. Pasó la tarde sin novedades y, como era de esperar, la noche trajo su regalo. Apreció el frío y la brisa que la acompañaban, pues ayudaba a que el objetivo estuviese más tranquilo, menos alerta. Además, resultaba placentero tras un largo día bajo el sol. Lo vieron acercarse desde lejos, sin fijarse mucho por dónde caminaba. Iba solo y, por lo que parecía, no era un espía muy habilidoso. Hacía mucho ruido y se notaba que había bebido más de la cuenta. Aún así, era plenamente capaz de plantar cara en un combate. El agente le hizo una seña a Genos, y se aproximaron a la cabaña, dispuestos a capturar o eliminar a ese revolucionario.

Se pusieron a ambos lados de la puerta, desenvainando sus espadas. Teravan puso un par de cuchillos de plata en sus mangas ya que, de esa forma, los tenía fácilmente accesibles para lanzarlos. Aguardó a que su compañero estuviese preparado y una vez lo estuvo, abrió la puerta de una patada.

El estruendo de la madera al chocar hizo que el objetivo reaccionase. Genos esperaba que se volteara y plantase cara pero, lejos de ello, rodó bajo una mesa sin pensarlo y se lanzó con las manos por delante contra la ventana... que no se abrió.

Un improperio indigno de un hombre decente desgarró el cielo mientras el hombre, ya entrado en años y con un ligero rubor en las mejillas que delataba su estado, desenvainaba de su espalda dos cuchillos cortos de filo serrado.

Esas armas son realmente ineficaces si no posees una habilidad asombrosa, así que o has engañado a todos y eres un verdadero matarife... o los usas para torturar a gente.

El Mago Azul dio dos pasos hacia delante, situándose al otro lado de la mesa, enfrentado al revolucionario, con una guardia neutra. Con mucho cuidado de que no pareciera algo deliberado, se apartó lo justo como para dejar línea de visión entre Teravan y el objetivo dando un pequeño paso a la izquierda mientras hablaba con el ebrio hombre.

-No te hagas la vida más complicada, por favor. Estás borracho, atrapado y en inferioridad numérica. Y no tenemos problemas en que nos acompañes muerto si es eso lo que deseas. Aunque, si pudiéramos evitar el derramamiento de sangre, te lo agradecería mucho, soy un hombre civilizado y detesto la violencia gratuita.

El revolucionario escupió con un gesto de extremo desprecio encima de la mesa.- No me dais miedo, perros del gobierno. Mis cuchillos han probado tanta sangre de vuestra calaña que han desarrollado adicción por ella... Y yo por vuestros gritos.- Añadió con una sonrisa macabra, ignorando que acababa de cometer un terrible error.

-Así que eres un torturador del ejército revolucionario. Eso explica tu tosca pose de lucha, tu estilo de vida descuidado y que no les importe si te llevamos muerto. No eres más que un sádico de tres al cuarto sin convicciones. ¿Verdad? Lo único que te interesa es escuchar gritos de dolor y sufrimiento. No eres mejor que nosotros, monstruo. Es gracias a estúpidos como tú que nuestras filas crecen más cada año. Gracias por tu contribución, el gobierno mundial está en deuda contigo.

No estaba seguro de cual de los dos motivos fue el que tuvo más peso, pero el ofensivo y despectivo discurso que le dedicó, acompañado de su perpetua sonrisa de piedra, sacaron de sus casillas al revolucionario que, a juzgar por el tono rojizo de su cara, no solo estaba realmente comprometido con su causa, sino que parecía un fanático.

Los extremistas sois tan manipulables que en ocasiones siento pena por vosotros... Ahí viene.

El revolucionario profirió un terrible grito y se abalanzó contra Genos, con la obvia intención de subirse a la mesa y saltar a por él. El joven mantuvo la guardia, preparado para bloquear un posible ataque descendente del hombre, dejando una posible abertura para Teravan, o cubrirlo si se lanzaba directo hacia su enemigo mientras este estaba en el aire. La agresividad nunca había sido su estilo.

Vamos, transportista, impresióname.

A Teravan le sorprendió que el hombre no se hubiese dado cuenta con anterioridad de que la ventana estuviese apuntalada. Sin embargo, dedujo que se debía al estado de ebriedad del hombre. Parecía asustado, mas pudo comprobar más tarde que el miedo podía evolucionar en un estado de euforia enfermiza. Genos intentó hacerle entrar en razón, pero con cada palabra que pronunciaba, el gesto del hombre se torcía más y más en una mueca de desprecio y convicción. Había sacado dos cuchillos de su espalda y los enarbolaba como si fuese a atravesar un cerdo colgado del techo. Tenía la delicadeza de un carnicero junto con la agilidad de un leñador y, sin embargo, parecía convencido de su victoria.

La postura de Genos, sin embargo, impresionó al agente. Rezumaba paz por cada uno de sus poros, y sostenía la espada como si fuese una prolongación de su brazo. Su sonrisa seguía patente en el rostro, descuartizando la calma de su oponente. Intentaba brindarle la oportunidad perfecta, sin embargo, en ningún caso podía esperarse que es lo que iba a hacer. El hombre saltó hacia su compañero, con una expresión de furia asesina en el rostro, queriendo descuartizar de forma torpe y tosca la cara de su oponente. Genos, sin embargo, seguía en su estado de calma imperturbable, aguardando el golpe con paciencia, preparándose para su siguiente movimiento.

Mientras estaba en el aire, Teravan se acercó caminando con calma. Esperó a que trabasen armas y, una vez hubo sonado el acero, tocó delicadamente los dos cuchillos, lanzándolos hacia arriba a una velocidad inusitada. Un grito de dolor se escapó de la boca del torturador, que no estaba preparado para soltarlos. Sus nudillos tomaban ángulos imposibles o, por lo menos, improbables. Se había roto las manos, y con eso el combate había terminado. De todas formas, el agente quiso asegurarse de que no alarmaría a la guardia ni pediría ayuda, por lo que acto seguido, juntó los dedos índice y pulgar, dándole al objetivo un ligero golpe con el índice como quien golpea a un insecto.

El revolucionario salió despedido hacia la pared. No era en realidad el hombre lo que había hecho moverse deprisa, sino su camiseta. Su bajo peso facilitó la tarea, por lo que el golpe contra la pared lo dejó inconsciente. Había sido un impacto limpio, sin sangre y sin marcas en la pared o en los objetos que estaban dispersados por el habitáculo.

- Menos mal que conseguiste parar sus golpes, de lo contrario, no habría podido actuar. - Dijo Teravan con una sonrisa. Dejó que fuese Genos quien lo atase, puesto que no era una de sus mayores habilidades, y se preparó para dejar todo en orden antes de irse. No soportaba dejar lugares desordenados a su paso, eso no era digno de un caballero. Una vez estuvieron fuera, se dirigió de nuevo a su compañero. - Gracias, de no ser por ti esto habría sido mucho más complicado. - Le tendió la mano, en un gesto lleno de respeto. - Estoy seguro de que volveremos a encontrarnos. Ha sido un placer trabajar junto a tan hábil compañero. - Añadió, haciendo una reverencia.

Si bien la sonrisa de Genos era fija, sus ojos mostraron su gran asombro cuando, tras bloquear los dos cuchillos de su enemigo, Teravan entró en acción. O era insultantemente fuerte, cosa poco probable dada su complexión, o era un usuario. En cualquiera de los casos, agradeció la ayuda, pues el ebrio hombre poseía más fuerza de la que había calculado y estuvo a punto de flaquear en el bloqueo del golpe.

Mientras ataba al objetivo, inconsciente y magullado, observó como su compañero ordenaba la habitación.

Definitivamente me gusta este hombre. Espero poder volver a unir fuerzas con él en un futuro.

-No ha sido nada en realidad.- Dijo el joven, restando importancia a su parte.- Ha sido impresionante su actuación, señor Teravan. Posee usted habilidades realmente curiosas.- Estrechó con ímpetu la mano del hombre.- Espero que nuestros caminos vuelvan a cruzarse pronto, ha sido realmente agradable trabajar con un caballero como usted.

Genos no había olvidado que el hombre se definió a si mismo como un buen transportista y, después de lo que había visto, fuese lo que fuese, lo entendió, por lo que, tras sacarlo de la cabaña, dejó al revolucionario en el suelo y echó a andar hacia la ciudad. Se detuvo y miró hacia atrás cuando se encontraba a unos cinco metros.

-El mérito es todo vuestro, después de todo, me enviaron como apoyo, y así lo reflejará mi informe. Por ello, podéis cobrar la recompensa íntegra por su captura.- No sabía si aquello agradaría al hombre, pero era lo justo y la verdad y, realmente, no estaba para nada interesado en el dinero.- Espero que volvamos a vernos pronto, señor Teravan... Y os debo un café. Adiós.

Genos echó a andar hacia la ciudad con la intención de embarcar en el primer navío que saliera de la ciudad. Era un lugar agradable, pero el Mago Azul no conocía el significado del ocio, por lo que ni contempló la posibilidad. Su mente estaba puesta en lo que había sucedido en la cabaña y revisaba con velocidad toda la información que recordaba sobre un interesante libro que había leído en las oficinas de la agencia sobre las diferentes akumas conocidas, tratando de encontrar explicación a lo que había presenciado.

No olvidaré tu nombre, Teravan. No es frecuente encontrar a gente que me caiga bien.