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Los rugidos resonaban por el bosque nocturno. Cada uno de ellos asustaba a pájaros y animales que huían del lugar. Sin embargo, al menos aquella vez, los rugidos no eran de Alistar. El lobo, en su forma humana, se escondía tras un árbol espada en mano. Se asomó ligeramente, con la respiración agitada. La bestia de la que se escondía lo buscaba. El minotauro, un gigantesco monstruo de tres metros de alto, respiraba con profundidad. Sus dientes, demasiado afilados para ser los de un toro normal, parecían deseosos de desgarrar carne de lobo. Apoyaba sus garras en los árboles cercanos, rugiendo y buscando a su presa, la cual se negaba a morir. Aquello sorprendía al lobo, pues había oído que aquellas bestias favorecían la dieta herbívora. No se esperaba para nada que una de ellas intentaría comérselo.
El lobo sintió el olor de la bestia y escuchó el ruido de sus pezuñas en el suelo. Suspiró. Empezó a correr entre los árboles, alarmando su presencia al minotauro, el cual empezó a seguirlo. Por suerte para el lobo, la densidad del bosque ralentizaba la carrera de la bestia, aunque esta tenía la fuerza suficiente para arrancar del suelo parte de sus raíces. El lobo se tropezó y cayó al suelo. En cuanto tocó tierra, se dio la vuelta para ver a la bestia saltando sobre él en un rugido. El lobo dirigió un espadazo a su vientre al tiempo que giraba sobre si mismo y se apartaba de su trayectoria, poniéndose de pie y empezando a correr de nuevo, mientras lo oía seguirlo aún.
No sabía si lo había herido en el estómago o no, pero de haberlo hecho aquello no parecía hacer retroceder sus ganas de devorarlo. Alistar empezaba a maldecir el momento en que se adentró en aquel bosque.
El lobo sintió el olor de la bestia y escuchó el ruido de sus pezuñas en el suelo. Suspiró. Empezó a correr entre los árboles, alarmando su presencia al minotauro, el cual empezó a seguirlo. Por suerte para el lobo, la densidad del bosque ralentizaba la carrera de la bestia, aunque esta tenía la fuerza suficiente para arrancar del suelo parte de sus raíces. El lobo se tropezó y cayó al suelo. En cuanto tocó tierra, se dio la vuelta para ver a la bestia saltando sobre él en un rugido. El lobo dirigió un espadazo a su vientre al tiempo que giraba sobre si mismo y se apartaba de su trayectoria, poniéndose de pie y empezando a correr de nuevo, mientras lo oía seguirlo aún.
No sabía si lo había herido en el estómago o no, pero de haberlo hecho aquello no parecía hacer retroceder sus ganas de devorarlo. Alistar empezaba a maldecir el momento en que se adentró en aquel bosque.
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Olor a luna llena, y sonido de rocío cayendo de las hojas. La noche respiraba un ambiente oscuro, mientras el frío negror impregnaba cada poro de su piel. Entre la humedad avanzaban pisadas tranquilas,y las huellas que dejaba paso a paso, inmerso en el clamor nocturno, eran profundas. Se movía con soltura y gracia a pesar de los barrizales que la lluvia había provocado, resonando bajo su capa un repiqueteo metálico. No tenía por costumbre llevar tantas armas, pero sentía seguridad portándolas.
Bajo la capucha se le escurrió un mechón de pelo negro, que apuró en recoger. Sus sentidos estaban agudizados, pero no quería perder ángulo de visión mientras siguiera por ese lugar. Los bosques de Greenlyn eran peligrosos, y más desde que... ¿Qué era ese ruido? Un mugido en la noche, un bramido de algo que no esperaba ver, y menos tan entrados en la noche. Giró la cabeza y confirmó sus sospechas. Olía a toro, sonaba a animal, pero era un hombre. Bueno, más o menos. Dos cuernos salían de su cabeza, y estaba completamente cubierto de vello de un tono negruzco, aunque en honor a la verdad todo parecía de ese color en aquel momento. Casi todo.
Cabellera blanca nívea brillando en el negror, reflejando la luna, y una hoja recta que atravesó fácilmente la piel de la bestia. ¿Quién era ese hombre? Una cicatriz surcaba su rostro, y luchaba de igual con el Minotauro, una hazaña por lo que tenía entendido en aquella isla. ¿Sería tal vez lo que andaba buscando? Un aliado para el futuro, alguien con quien contar... Tocó con la mano derecha el mango, y sintió un leve cosquilleo. Ella también pensaba igual. Pero para cumplirlo, debía ayudarlo.
No estaba en sus mejores condiciones, pero aún contaba con parte de su poder. Desenfundó su Katana y corrió contra la bestia, aún de espaldas. Tic, tac, tic, tac. Seis segundos en llegar hasta él y cortarle a la altura del cuello. Si había acertado, habría atravesado al animal por completo seis segundos más tarde. Tic, tac, tic, tac. El animal rugió, y se dispuso a atacar sin entender muy bien qué sucedía.
No llegó a hacerlo.
Bajo la capucha se le escurrió un mechón de pelo negro, que apuró en recoger. Sus sentidos estaban agudizados, pero no quería perder ángulo de visión mientras siguiera por ese lugar. Los bosques de Greenlyn eran peligrosos, y más desde que... ¿Qué era ese ruido? Un mugido en la noche, un bramido de algo que no esperaba ver, y menos tan entrados en la noche. Giró la cabeza y confirmó sus sospechas. Olía a toro, sonaba a animal, pero era un hombre. Bueno, más o menos. Dos cuernos salían de su cabeza, y estaba completamente cubierto de vello de un tono negruzco, aunque en honor a la verdad todo parecía de ese color en aquel momento. Casi todo.
Cabellera blanca nívea brillando en el negror, reflejando la luna, y una hoja recta que atravesó fácilmente la piel de la bestia. ¿Quién era ese hombre? Una cicatriz surcaba su rostro, y luchaba de igual con el Minotauro, una hazaña por lo que tenía entendido en aquella isla. ¿Sería tal vez lo que andaba buscando? Un aliado para el futuro, alguien con quien contar... Tocó con la mano derecha el mango, y sintió un leve cosquilleo. Ella también pensaba igual. Pero para cumplirlo, debía ayudarlo.
No estaba en sus mejores condiciones, pero aún contaba con parte de su poder. Desenfundó su Katana y corrió contra la bestia, aún de espaldas. Tic, tac, tic, tac. Seis segundos en llegar hasta él y cortarle a la altura del cuello. Si había acertado, habría atravesado al animal por completo seis segundos más tarde. Tic, tac, tic, tac. El animal rugió, y se dispuso a atacar sin entender muy bien qué sucedía.
No llegó a hacerlo.
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Paró en seco, dándose la vuelta y dispuesto a combatir en serio contra la bestia. Movió la espada a un lado y se dispuso a dar un tajo horizontal a la bestia. Sin embargo, antes de que pudiera atacar, el animal cayó. Una herida aún sangrante cruzaba la parte del cuello de la bestia. Alistar respiraba con profundidad, confuso. Justo tras el animal, que había caído, vio una figura encapuchada. Era una persona alta y lo observaba en la oscuridad. Su puño enguantado se aferró con fuerza a Luz del Alba, aún en guardia.
- ¿Quién sois? -dijo, en un tono alto y grave.
Era un hombre buscado en aquellas tierras, se le acusaba de crímenes contar el reino y dejarse ver no era la mejor idea. Sin embargo, cualquier persona que se le acercase podía ser un mercenario contratado para acabar con él, un cazarrecompensas local deseoso de ganar dinero o incluso un guardia disfrazado deseoso de un ascenso en Morment. El lobo no podía fiarse un solo segundo.
La luz de la luna llena era lo único que iluminaba el lugar. Intentaba no hacer caso a su presencia, pues la luz le daba ganas de dejarse llevar, de convertirse en el depredador y rondar por los bosques en forma de lobo monstruoso. No podía dejarse llevar por la bestia, pues necesitaba control. Control para llevar a cabo su misión.
- ¿Quién sois? -dijo, en un tono alto y grave.
Era un hombre buscado en aquellas tierras, se le acusaba de crímenes contar el reino y dejarse ver no era la mejor idea. Sin embargo, cualquier persona que se le acercase podía ser un mercenario contratado para acabar con él, un cazarrecompensas local deseoso de ganar dinero o incluso un guardia disfrazado deseoso de un ascenso en Morment. El lobo no podía fiarse un solo segundo.
La luz de la luna llena era lo único que iluminaba el lugar. Intentaba no hacer caso a su presencia, pues la luz le daba ganas de dejarse llevar, de convertirse en el depredador y rondar por los bosques en forma de lobo monstruoso. No podía dejarse llevar por la bestia, pues necesitaba control. Control para llevar a cabo su misión.
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-¿Qué más da quién sea?- su voz sonó delicada. Algo aguda, femenina, pero intensa. En su cabeza sonaba un "Otro Derian no, por favor" cuando lo escuchó hablar, pero tenía un tono de voz mucho más elevado, lo justo para no parecer susurrar cada frase que decía. Además, no era tan monocorde como el del rey-. Lo importante es estar en el momento exacto en el lugar adecuado.
Envainó su arma, y el tic tac dejó de sonar. No era hábil con la espada, y en forma alternativa se movía mucho más torpemente que de costumbre. Sin embargo, seguía siendo fuerte, y el arma hacía que pareciera más hábil de lo que realmente era. La verdad es que había sido un gran acierto crear ese arma. Podía cortar segundos después, y nadie notaría los daños hasta pasados unos instantes. Por un lado no podía evitar sentir que estaba desaprovechando un talento único al no practicar con las armas que fabricaba. Sin embargo, cuando recordaba lo complejo que se hacía todo llevando armas encima se le quitaban todos los prejuicios sobre usar los puños.
-¿Y qué hacéis por tierras tan peligrosas como éstas en una noche tan oscura, mi señor?- si ésa era la forma de hablar en Greenlyn, tal vez debía adoptarla. Aunque se sonaba muy estúpido al hablar como si perteneciese a una población de varios siglos atrás... O a la mítica Baroque Works, la organización de Cocodrilo para controlar Arabasta-. No es común ver gente aguerrida, aunque tal vez a vos debiera llamaros temerario. ¿No os asusta la noche de las fieras?
La gente del lugar tenía fama de supersticiosa, aunque por otro lado era lógico que viviendo cerca de cocatrices y minotauros se volviera un poco... Crédula. Miró a los ojos a su interlocutor, y le dirigió una sonrisa. Bajo la luz de la luna era difícil apreciarlo, pero en el interior de la capucha una mujer lo observaba sin parpadear. Cabello negro como el azabache, y una mirada verde de esmeralda. En su tronco abultaba lo que bajo la tela se entendía debían ser pechos, y tan sólo su mano izquierda era visible bajo la ropa.
-¿Por qué enfrentaría alguien una bestia semejante?- dejó que la pregunta se elevase en el aire, esperando que tuviera la cortesía que él no. Aunque en su caso estaba justificado; al fin y al cabo, no había pensado con qué nombre presentarse.
Envainó su arma, y el tic tac dejó de sonar. No era hábil con la espada, y en forma alternativa se movía mucho más torpemente que de costumbre. Sin embargo, seguía siendo fuerte, y el arma hacía que pareciera más hábil de lo que realmente era. La verdad es que había sido un gran acierto crear ese arma. Podía cortar segundos después, y nadie notaría los daños hasta pasados unos instantes. Por un lado no podía evitar sentir que estaba desaprovechando un talento único al no practicar con las armas que fabricaba. Sin embargo, cuando recordaba lo complejo que se hacía todo llevando armas encima se le quitaban todos los prejuicios sobre usar los puños.
-¿Y qué hacéis por tierras tan peligrosas como éstas en una noche tan oscura, mi señor?- si ésa era la forma de hablar en Greenlyn, tal vez debía adoptarla. Aunque se sonaba muy estúpido al hablar como si perteneciese a una población de varios siglos atrás... O a la mítica Baroque Works, la organización de Cocodrilo para controlar Arabasta-. No es común ver gente aguerrida, aunque tal vez a vos debiera llamaros temerario. ¿No os asusta la noche de las fieras?
La gente del lugar tenía fama de supersticiosa, aunque por otro lado era lógico que viviendo cerca de cocatrices y minotauros se volviera un poco... Crédula. Miró a los ojos a su interlocutor, y le dirigió una sonrisa. Bajo la luz de la luna era difícil apreciarlo, pero en el interior de la capucha una mujer lo observaba sin parpadear. Cabello negro como el azabache, y una mirada verde de esmeralda. En su tronco abultaba lo que bajo la tela se entendía debían ser pechos, y tan sólo su mano izquierda era visible bajo la ropa.
-¿Por qué enfrentaría alguien una bestia semejante?- dejó que la pregunta se elevase en el aire, esperando que tuviera la cortesía que él no. Aunque en su caso estaba justificado; al fin y al cabo, no había pensado con qué nombre presentarse.
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El lobo apretó con fuerza a Luz del Alba. No se fiaba del todo de aquella mujer. Era normal, después de todo no podía fiarse de nadie, con los tiempos que corrían. Lo cierto es que empezaba a echar de menos los días en los que no tenía que esconderse. Ya no importaba si decía su nombre o no. Su rostro estaba descubierto. Si aquella persona estaba allí por los carteles de Se Busca, que dijera o no en voz alta como se identificaba no haría una sola diferencia.
- Soy Alistar Reep, El lobo blanco -dijo, tal vez queriendo intimidar-. Habréis oído hablar de mí por todo Greenlyn y sabréis que no es acertado acercarse mucho a mí.
Una gota de sudor caía por su sien. Estaba nervioso y no estaba seguro de si aquella labia le funcionaría, pero no perdía nada por intentarlo. Aunque lo mismo lo que tenía en frente era a un potencial aliado para la rebelión de Greenlyn. Nunca se sabía. En momentos como aquel deseaba que Nizak, Crane o los otros estuviesen más cerca.
- Y en cuanto a la bestia... Me la encontré. No buscaba combatir con esta.
No entró en detalles. Si había salido aquella noche era para asegurarse de que ninguno de sus compañeros resultaba herido si la influencia de la luna afectaba en el comportamiento del licántropo. Era demasiado arriesgado y no quería poner a nadie en peligro. El olor de la sangre de la bestia empezaba a hacerse notorio y cada vez le costaba más al lobo mantenerse tranquilo.
- Soy Alistar Reep, El lobo blanco -dijo, tal vez queriendo intimidar-. Habréis oído hablar de mí por todo Greenlyn y sabréis que no es acertado acercarse mucho a mí.
Una gota de sudor caía por su sien. Estaba nervioso y no estaba seguro de si aquella labia le funcionaría, pero no perdía nada por intentarlo. Aunque lo mismo lo que tenía en frente era a un potencial aliado para la rebelión de Greenlyn. Nunca se sabía. En momentos como aquel deseaba que Nizak, Crane o los otros estuviesen más cerca.
- Y en cuanto a la bestia... Me la encontré. No buscaba combatir con esta.
No entró en detalles. Si había salido aquella noche era para asegurarse de que ninguno de sus compañeros resultaba herido si la influencia de la luna afectaba en el comportamiento del licántropo. Era demasiado arriesgado y no quería poner a nadie en peligro. El olor de la sangre de la bestia empezaba a hacerse notorio y cada vez le costaba más al lobo mantenerse tranquilo.
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-Sí, por supuesto...- comentó, despacio, intentando razonar sus palabras-. Alistar Reep... He oído hablar mucho de vos...- mintió. La verdad era que pocas veces se enteraba de cosas triviales, y por el momento no parecía que fuera de su isla tuviera un nombre-. ¿Se puede saber qué hacíais en estos bosques entonces? No parece el mejor lugar para tomar el té.
Se acercó al minotauro, y de un sonoro crujido le arrancó el cuerno. En su interior la sangre aún bullía, y tuvo que hacer un esfuerzo para no salpicarse toda la capa. sin embargo, le sería muy útil para hacerse un nombre en la capital de la Isla, y con suerte atraer a alguien digno de llevar la hoja que colgaba de su cintura. Al fin y al cabo, en un lugar como aquel era probable que la gente utilizase espadas clásicas, y no katanas o sables... Aunque él no era el más indicado para quejarse de eso... Ella; ella no era la más indicada.
-La verdad es que acabo de llegar a Greenlyn- terminó diciendo, tras asegurarse de que el cuerno estaba limpio, pero no ahuecado. Una vez le quitase la fibra del interior sería frágil-, y no sabía de vuestra existencia en absoluto, la verdad. Y si alguien me hubiera dicho algo, probablemente me habría dado igual. Las buenas ideas no son lo mío.
Se quitó la capucha. Si ella había visto su cara, él debía poder hacer lo mismo. Era justo, al fin y al cabo. Sin ocultar por la tela, su rostro era duro y firme, pero de facciones tranquilas. La cara de Silver con el cabello de Alice, largo e incontrolable, con esos ojos únicos que tenía Nadia. Era un rostro casi perfecto combinando aquellos rasgos; tan sólo les faltaba una cosa: Estar en las caras correspondientes. Aunque era difícil que alguien captase ese detalle, de todas formas, sin haber visto a alguna de ellas primero.
-¿Los lobos muerden?- preguntó, casi con inocencia, echando una risita-. No parecéis especialmente peligroso- cambió a un tono algo más bajo mientras se acercaba a él, y sus ojos se volvieron dorados durante un instante-, aunque tal vez sea eso lo que os haga realmente temible, ¿No, mi señor?
Trataría de dar una vuelta a su alrededor, con el cuidado propio que merecía cualquier fugitivo. Una vez de vuelta frente a él, volvería a hablar.
-¿Por qué os temen, Alistar Reep? ¿Habéis hecho algo malo?- si era como Derian, seguramente sí. Aunque, por suerte, la gente como Derian no solía ser descubierta o tan estúpida como para quedarse una vez lo han cogido... ¿Podía confiar en él? Esperaba descubrirlo pronto.
Se acercó al minotauro, y de un sonoro crujido le arrancó el cuerno. En su interior la sangre aún bullía, y tuvo que hacer un esfuerzo para no salpicarse toda la capa. sin embargo, le sería muy útil para hacerse un nombre en la capital de la Isla, y con suerte atraer a alguien digno de llevar la hoja que colgaba de su cintura. Al fin y al cabo, en un lugar como aquel era probable que la gente utilizase espadas clásicas, y no katanas o sables... Aunque él no era el más indicado para quejarse de eso... Ella; ella no era la más indicada.
-La verdad es que acabo de llegar a Greenlyn- terminó diciendo, tras asegurarse de que el cuerno estaba limpio, pero no ahuecado. Una vez le quitase la fibra del interior sería frágil-, y no sabía de vuestra existencia en absoluto, la verdad. Y si alguien me hubiera dicho algo, probablemente me habría dado igual. Las buenas ideas no son lo mío.
Se quitó la capucha. Si ella había visto su cara, él debía poder hacer lo mismo. Era justo, al fin y al cabo. Sin ocultar por la tela, su rostro era duro y firme, pero de facciones tranquilas. La cara de Silver con el cabello de Alice, largo e incontrolable, con esos ojos únicos que tenía Nadia. Era un rostro casi perfecto combinando aquellos rasgos; tan sólo les faltaba una cosa: Estar en las caras correspondientes. Aunque era difícil que alguien captase ese detalle, de todas formas, sin haber visto a alguna de ellas primero.
-¿Los lobos muerden?- preguntó, casi con inocencia, echando una risita-. No parecéis especialmente peligroso- cambió a un tono algo más bajo mientras se acercaba a él, y sus ojos se volvieron dorados durante un instante-, aunque tal vez sea eso lo que os haga realmente temible, ¿No, mi señor?
Trataría de dar una vuelta a su alrededor, con el cuidado propio que merecía cualquier fugitivo. Una vez de vuelta frente a él, volvería a hablar.
-¿Por qué os temen, Alistar Reep? ¿Habéis hecho algo malo?- si era como Derian, seguramente sí. Aunque, por suerte, la gente como Derian no solía ser descubierta o tan estúpida como para quedarse una vez lo han cogido... ¿Podía confiar en él? Esperaba descubrirlo pronto.
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La mujer descubrió su rostro al fin. Sus ojos amarillentos se clavaron en las facciones de la mujer que tenía frente a sí. Había algo en ella que despertaba un antiguo recuerdo en la mente del lobo, perteneciente a su anterior vida. La vida que había dejado atrás, en una tumba de marmol en el centro de Leonwood. Escuchó sus palabras, serenas y firmes. Era obvio que aquella mujer no temía a Alistar en absoluto y, si era cierto que aquella era su primera visita en el reino, Alistar tampoco tenía nada que temer. No venía a acabar con él. Finalmente, se confió. Tal vez fuese una mala idea, pero abandonó su posición en guardia y guardó a Luz del Alba en la vaina que le correspondía.
- ¿Los lobos muerden? No parecéis especialmente peligroso, aunque tal vez sea eso lo que os haga realmente temible, ¿No, mi señor?
La chica caminó a su alrededor, casi como si quisiera estudiarlo. El lobo no apartaba sus brillantes ojos de encima suya, sin moverse del lugar. Intentaba tranquilizarse, hacer que la luz de la luna no afectara a su ánimo y raciocinio.
- ¿Por qué os temen, Alistar Reep? ¿Habéis hecho algo malo?
Alistar cerró el puño, haciendo que sonara el cuero de su guante.
- ¿Por qué teme un león viejo al león más joven? No me temen a mí, sino a lo que hago. El aullido del lobo blanco ha levantado los ánimos de los desesperanzados, de los esclavos cuya voluntad era pisoteada por un megalómano. No me temen a mí, temen a lo que represento. Temen a los Espadas de Libertad, a la manada. Se apróxima una guerra civil en Greenlyn. Y también un cambio de gobierno.
- ¿Los lobos muerden? No parecéis especialmente peligroso, aunque tal vez sea eso lo que os haga realmente temible, ¿No, mi señor?
La chica caminó a su alrededor, casi como si quisiera estudiarlo. El lobo no apartaba sus brillantes ojos de encima suya, sin moverse del lugar. Intentaba tranquilizarse, hacer que la luz de la luna no afectara a su ánimo y raciocinio.
- ¿Por qué os temen, Alistar Reep? ¿Habéis hecho algo malo?
Alistar cerró el puño, haciendo que sonara el cuero de su guante.
- ¿Por qué teme un león viejo al león más joven? No me temen a mí, sino a lo que hago. El aullido del lobo blanco ha levantado los ánimos de los desesperanzados, de los esclavos cuya voluntad era pisoteada por un megalómano. No me temen a mí, temen a lo que represento. Temen a los Espadas de Libertad, a la manada. Se apróxima una guerra civil en Greenlyn. Y también un cambio de gobierno.
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-Me encantan las historias de voluntades pisoteadas- dijo con una carcajada. Desde siempre le habían gustado las aventuras de héroes libertadores, más allá de la ley o el caos, devolviendo la esperanza al mundo-. El débil cae, pero cuando el fuerte va a terminar con él... Ah, la azarosa mano del destino embrolla un poco más los hilos de una vida triste. Y todo para que llegue su salvador.
Siguió dando otra vuelta, en un completo silencio hasta que estuviera en su espalda. Si confiaba en aquella desconocida, hablaría desde ahí. Su cabellera blanca recogida en una coleta, y esos hombros extrañamente desarrollados para un espadachín. Era fuerte, no cabía duda, y tenía un olor... A salvaje. Podía notarlo sin dificultad, había algo especial en esa persona, aunque no sabía por qué. En cierto modo se asemejaba al olor a humo de Akagami, o ese aroma ácido de Madara; pero en este caso era diferente. No era un matiz del olor, sino que su olor le recordaba a algo salvaje que no podía identificar todavía.
-¿Qué distingue al Lobo Blanco de un simple perrito?- un sonido de viento ondeante surgió, y la Hoja Fiordiana se detendría a la altura de su cuello, a escasos milímetros, si no la detenía. No llevaba ninguna intención hostil, pero los instintos de la gente eran traicioneros y realmente podía torcerse algo en cualquier momento. Pero era una prueba que debía llevar-. ¿Es valor o temeridad? ¿Me encuentro ante un héroe realmente? Hay tanta distancia entre lo que creemos de nosotros mismos y realmente es...
Hubiera sido cual fuese la respuesta del peliblanco, lentamente retiraría el arma sin envainarla, dejando que observase su extraña hechura. Todavía no tenía claro cómo lo había logrado, pero la solidificación del aire había resultado en una hoja perfecta. La sostuvo con ambas manos y la elevó ante su cara, dejando ver la simetría casi perfecta entre ambos lados de su rostro.
-¿Qué te hace diferente a ti, Alistar de Greenlyn?- sus motivos... Bueno, parecían dignos por el momento. De momento una de las condiciones las cumplía... ¿Encontraría otro portador para la espada? Aún tenía que saber más, pero primero era importante su reacción ante el arma. Luego era hora de ganarse un aliado más-. ¿Cómo estás tan seguro de tu victoria?
Dejó que un veloz tajo cortase el aire, y entonces todo quedó en silencio. Bueno, eso pasaría si Alistar le dejaba continuar. Si se ponía agresivo... Bueno, revelaría la mentira.
Siguió dando otra vuelta, en un completo silencio hasta que estuviera en su espalda. Si confiaba en aquella desconocida, hablaría desde ahí. Su cabellera blanca recogida en una coleta, y esos hombros extrañamente desarrollados para un espadachín. Era fuerte, no cabía duda, y tenía un olor... A salvaje. Podía notarlo sin dificultad, había algo especial en esa persona, aunque no sabía por qué. En cierto modo se asemejaba al olor a humo de Akagami, o ese aroma ácido de Madara; pero en este caso era diferente. No era un matiz del olor, sino que su olor le recordaba a algo salvaje que no podía identificar todavía.
-¿Qué distingue al Lobo Blanco de un simple perrito?- un sonido de viento ondeante surgió, y la Hoja Fiordiana se detendría a la altura de su cuello, a escasos milímetros, si no la detenía. No llevaba ninguna intención hostil, pero los instintos de la gente eran traicioneros y realmente podía torcerse algo en cualquier momento. Pero era una prueba que debía llevar-. ¿Es valor o temeridad? ¿Me encuentro ante un héroe realmente? Hay tanta distancia entre lo que creemos de nosotros mismos y realmente es...
Hubiera sido cual fuese la respuesta del peliblanco, lentamente retiraría el arma sin envainarla, dejando que observase su extraña hechura. Todavía no tenía claro cómo lo había logrado, pero la solidificación del aire había resultado en una hoja perfecta. La sostuvo con ambas manos y la elevó ante su cara, dejando ver la simetría casi perfecta entre ambos lados de su rostro.
-¿Qué te hace diferente a ti, Alistar de Greenlyn?- sus motivos... Bueno, parecían dignos por el momento. De momento una de las condiciones las cumplía... ¿Encontraría otro portador para la espada? Aún tenía que saber más, pero primero era importante su reacción ante el arma. Luego era hora de ganarse un aliado más-. ¿Cómo estás tan seguro de tu victoria?
Dejó que un veloz tajo cortase el aire, y entonces todo quedó en silencio. Bueno, eso pasaría si Alistar le dejaba continuar. Si se ponía agresivo... Bueno, revelaría la mentira.
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El ulular de los búhos era lo único que acompañaba a los dos extraños que, entre las sombras de la oscuridad nocturna, se hablaban en mitad del bosque junto al cadáver de un minotauro. La mujer se movió hasta colocarse tras su espalda. El lobo no podía fiarse... Pero tampoco podía mostrar a la desconocida rastros de desconfianza y nerviosismo. Activó su mantra... Para descubrir algo que le hizo cambiar por completo su punto de vista en aquella situación.
El aura de la mujer era masiva. Poderosa. Su presencia se extendía por el bosque, casi cubriendo por completo la del lobo, haciéndola insignificante junto a la suya. En aquel momento Alistar supo que, de empezarse una disputa en la que las espadas debiesen chocar, no vencería. Su mente ya estaba trazando planes. Podría transformarse en lobo y huir, ocultarse entre las sombras y los árboles... No. Solo un cobarde huía. Mantendría fieles sus ideales hasta el final, aunque aquello significase poner fin a su vida en aquel instante. Después de todo... los Espadas de Libertad eran mucho más que su líder. Vivirían y llevarían a cabo su misión por él.
El viento movió su pelo y su capa, justo después de que la chica hablase una vez más. Alistar podía sentir el acero a escasos centímetros de su cuello, pero no sentía el peligro con su mantra. Fuesen cuales fuesen las intenciones de aquella mujer, no pretendía dañarle. Al menos no en aquel instante.
Retiró la espada de su yugular cuando hubo hecho una pregunta más. El lobo se mantuvo quieto, con la mano aún sujetando a Luz del Alba. El viento meció una vez más sus cabellos. El lobo se dio la vuelta y observó a la mujer, la cual parecía admirar su propio acero mientras hacía la última de sus preguntas, dando un tajo al aire con su hoja. Si algo estaba claro, es que aquella espada no era un simple acero. Parecía brillar con luz propia aún en la oscuridad.
- Muchas veces lo he dicho. No soy un héroe. Solo soy un lobo que lucha por el bienestar de su manada. No estoy seguro de mi victoria, nunca lo estaré. Es una lucha difícil, pero yo la he escogido. No podía negarme desde el principio. Si tienes la capacidad de hacer el bien... es tu responsabilidad moral hacerlo.
Cuando hubo terminado de hablar su voz paró en seco. Notaba algo extraño en el aire. Había alguien más cerca suya, pero no era algo que pudiese notar con su mantra. Había algo allí con ellos. Algo que...
"Su espada..."
El lobo alzó su propia arma, señalando con su punta a la diestra de la mujer, con la cual sujetaba aquella magnífica hoja.
- Esa espada... No es normal, ¿Cierto? Que... ¿Qué es?
Ni siquiera sabía si la mujer respondería, ni siquiera sabía si estaba en lo cierto de que aquella extraña sensación provenía de la espada. Sin embargo, su curiosidad le pudo. Y si algo estaba claro allí, en mitad de aquellos árboles con el cadáver de un minotauro en el suelo, era que aquella mujer... no era normal.
El aura de la mujer era masiva. Poderosa. Su presencia se extendía por el bosque, casi cubriendo por completo la del lobo, haciéndola insignificante junto a la suya. En aquel momento Alistar supo que, de empezarse una disputa en la que las espadas debiesen chocar, no vencería. Su mente ya estaba trazando planes. Podría transformarse en lobo y huir, ocultarse entre las sombras y los árboles... No. Solo un cobarde huía. Mantendría fieles sus ideales hasta el final, aunque aquello significase poner fin a su vida en aquel instante. Después de todo... los Espadas de Libertad eran mucho más que su líder. Vivirían y llevarían a cabo su misión por él.
El viento movió su pelo y su capa, justo después de que la chica hablase una vez más. Alistar podía sentir el acero a escasos centímetros de su cuello, pero no sentía el peligro con su mantra. Fuesen cuales fuesen las intenciones de aquella mujer, no pretendía dañarle. Al menos no en aquel instante.
Retiró la espada de su yugular cuando hubo hecho una pregunta más. El lobo se mantuvo quieto, con la mano aún sujetando a Luz del Alba. El viento meció una vez más sus cabellos. El lobo se dio la vuelta y observó a la mujer, la cual parecía admirar su propio acero mientras hacía la última de sus preguntas, dando un tajo al aire con su hoja. Si algo estaba claro, es que aquella espada no era un simple acero. Parecía brillar con luz propia aún en la oscuridad.
- Muchas veces lo he dicho. No soy un héroe. Solo soy un lobo que lucha por el bienestar de su manada. No estoy seguro de mi victoria, nunca lo estaré. Es una lucha difícil, pero yo la he escogido. No podía negarme desde el principio. Si tienes la capacidad de hacer el bien... es tu responsabilidad moral hacerlo.
Cuando hubo terminado de hablar su voz paró en seco. Notaba algo extraño en el aire. Había alguien más cerca suya, pero no era algo que pudiese notar con su mantra. Había algo allí con ellos. Algo que...
"Su espada..."
El lobo alzó su propia arma, señalando con su punta a la diestra de la mujer, con la cual sujetaba aquella magnífica hoja.
- Esa espada... No es normal, ¿Cierto? Que... ¿Qué es?
Ni siquiera sabía si la mujer respondería, ni siquiera sabía si estaba en lo cierto de que aquella extraña sensación provenía de la espada. Sin embargo, su curiosidad le pudo. Y si algo estaba claro allí, en mitad de aquellos árboles con el cadáver de un minotauro en el suelo, era que aquella mujer... no era normal.
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-Así que responsabilidad...- musitó tenuemente, sin dejar de escucharlo. Parecía que definitivamente sus razones eran buenas, a no ser que mintiera. No, no mentía; escuchaba el pulso de su corazón, apenas acelerado por el miedo, ¿O era excitación? Huida o batalla, pero se mantuvo inmutable. Probablemente para alguien que no tuviera los sentidos desarrollados a su nivel vería en Alistar a un hombre imperturbable, una figura imbatible. Sólo tenía que mirarlo para comprobarlo: El porte de un rey, con las ropas de un mendigo. Una espada reluciente y cuidada, sin embargo.
"Alza el arma", se dijo. Sin embargo no notaba ninguna actitud hostil. Sólo se preparaba para una defensa, o incluso podía estar sólo señalando. Estaba tal vez más fascinado que asustado, y eso era bueno. Espíritu guerrero y un alma noble, valentía y, aunque en medio de un arrojo de locura, inteligente. Conocía sus posibilidades, nulas, pero pensaba hacerlo igualmente. ¿Era Alistar Reep el segundo de los doce? Doce espadas para doce corazones puros, doce aliados en una guerra que estaba muy cerca de librar.
-Es viento- dijo. En la hoja las ondas se movían, y el sonido del arma era un vendaval más allá de un corte-, una leyenda de mi tierra. Años de búsqueda para dar con ella, y más años aún para domar su espíritu. Es la Hoja Fiordiana, el arma de los reyes de una nación hoy muerta- mintió. Nunca había existido Fiordia antes de que él la fundara-. Controlaban los secretos de la forja, y atraparon la brisa y el vendaval en las entrañas del arma. Un arma que elige a su dueño, y me ha traído hasta aquí.
Suficientemente místico, suficientemente mágico. Una persona de Greenlyn podría perfectamente tomarlo como cierto, aunque quién sabe si el Lobo Blanco lo vería de la misma manera.
-Hasta el dueño que ella desea- terminó, tras una pausa-. Aunque conlleva una deuda, yo no hago nada gratis.
Sonrió con cierta picardía. A lo mejor aceptaba la espada y luego preguntaba, o primero preguntaba. Podría ser la prueba definitiva.
"Alza el arma", se dijo. Sin embargo no notaba ninguna actitud hostil. Sólo se preparaba para una defensa, o incluso podía estar sólo señalando. Estaba tal vez más fascinado que asustado, y eso era bueno. Espíritu guerrero y un alma noble, valentía y, aunque en medio de un arrojo de locura, inteligente. Conocía sus posibilidades, nulas, pero pensaba hacerlo igualmente. ¿Era Alistar Reep el segundo de los doce? Doce espadas para doce corazones puros, doce aliados en una guerra que estaba muy cerca de librar.
-Es viento- dijo. En la hoja las ondas se movían, y el sonido del arma era un vendaval más allá de un corte-, una leyenda de mi tierra. Años de búsqueda para dar con ella, y más años aún para domar su espíritu. Es la Hoja Fiordiana, el arma de los reyes de una nación hoy muerta- mintió. Nunca había existido Fiordia antes de que él la fundara-. Controlaban los secretos de la forja, y atraparon la brisa y el vendaval en las entrañas del arma. Un arma que elige a su dueño, y me ha traído hasta aquí.
Suficientemente místico, suficientemente mágico. Una persona de Greenlyn podría perfectamente tomarlo como cierto, aunque quién sabe si el Lobo Blanco lo vería de la misma manera.
-Hasta el dueño que ella desea- terminó, tras una pausa-. Aunque conlleva una deuda, yo no hago nada gratis.
Sonrió con cierta picardía. A lo mejor aceptaba la espada y luego preguntaba, o primero preguntaba. Podría ser la prueba definitiva.
Alistar Reep
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Un golpe de viento movió sus cabellos cuando la chica mencionó que la espada le había traído hasta aquel lugar buscando a su dueño, implicando que su dueño era él. El lobo entrecerró los ojos y bajó su propia arma. La capa que llevaba sobre los hombros se mecía también con el viento mientras Alistar meditaba. La historia que le había contado... Era fantasiosa. Casi demasiado, pero no era capaz de notar mentiras en su voz. Pero lo que no podía negar era que aquella espada emitía algo. Emitía vida propia. ¿Sería cierto que la espada lo estaba eligiendo? El lobo se llevó la mano a la espada a la espalda y la guardó en su funda. Tras eso, cogió el mango de la otra espada que llevaba y la desenfundó. Asta Brillante, una espada de hoja verde, estaba rota. No quedaba ni la mitad de la hoja. Sin embargo, lo que aún quedaba, seguía reluciente.
- Me crié entre leyendas e historias de caballería. Heredé esta espada bajo la historia de que mi antepasado la recibió como regalo de un herrero legendario. Que era una espada irrompible y eterna. Como puedes ver... No es cierto.-Volvió a guardar a Asta Brillante-. Ya no creo en leyendas. Incontables guerras y batallas me lo han hecho ver. Sin embargo... no puedo negar que hay algo especial sobre esa espada.
El lobo mantenía sus ojos amarillos e inhumanos en el arma. ¿Qué debía hacer? Aquella mujer no era más que una desconocida que se había acercado a él y... lo había salvado del minotauro. ¿De verdad le estaba ofreciendo tal cosa? Aquel arma podría ser algo que inclinase la balanza en más de una batalla durante la Guerra Civil con el gobernador de Greenlyn. Tal vez debía aceptarla. Pero no por él. No por poseer algo poderoso. Por los suyos. Por el reino.
- ¿Cual es el precio?
- Me crié entre leyendas e historias de caballería. Heredé esta espada bajo la historia de que mi antepasado la recibió como regalo de un herrero legendario. Que era una espada irrompible y eterna. Como puedes ver... No es cierto.-Volvió a guardar a Asta Brillante-. Ya no creo en leyendas. Incontables guerras y batallas me lo han hecho ver. Sin embargo... no puedo negar que hay algo especial sobre esa espada.
El lobo mantenía sus ojos amarillos e inhumanos en el arma. ¿Qué debía hacer? Aquella mujer no era más que una desconocida que se había acercado a él y... lo había salvado del minotauro. ¿De verdad le estaba ofreciendo tal cosa? Aquel arma podría ser algo que inclinase la balanza en más de una batalla durante la Guerra Civil con el gobernador de Greenlyn. Tal vez debía aceptarla. Pero no por él. No por poseer algo poderoso. Por los suyos. Por el reino.
- ¿Cual es el precio?
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Tras la historia una hoja rota asomó a su espalda. No contaba con ello, pero era sencillo demostrar que no era sólo una leyenda. La hoja fiordiana era una de sus mayores creaciones, casi al nivel del Filo del Destino, la reforjada espada del padre de Nadia, y podía demostrar que merecía canciones en su nombre. Que estuviese tan interesado como para preguntar su precio era importante, pero no podía permitirse regalar un arma de tales poderes a alguien con un arrojo de duda.
-Préstame un momento esa hoja, Alistar de Greenlyn- pidió, estirando su mano, y tomaría la espada según él se la diese.
Miró durante unos segundos el filo verde, y se concentró en deducir el material del que la espada estaría hecha. Un material especialmente tenaz, pero no demasiado resistente a sus manos. Recorrió con las yemas de los dedos la hoja mellada, preguntándose si todavía sería capaz de hallar los pedazos restantes. Reforjada en las fraguas del Ojo, bajo chorros de lava y templada por su aliento, podría convertirse en el alma de leyenda que al parecer era. Pero él no creía en leyendas si no podía demostrarlas.
-No te dejes guiar por recuerdos de historias- dijo, mientras poco a poco el filo parecía recomponerse de la nada en una luz dorada. Tan sólo era una ilusión, pero suficiente para reavivar el ardor de un hombre desesperanzado-. Lo que está roto se puede reparar, y lo que está apagado se puede encender de nuevo. Donde hubo fuego quedan brasas, y donde hubo una leyenda...
Apretó con la mano la hoja, y ésta se agrietó por mil lugares. Un pedazo llegó a caer al suelo, como una lágrima de ancestros llorando al descubrir la gran mentira. Tiró la espada al suelo, y con algo de fuerza hendió la hoja fiordiana en su mano, que sangró por ello. Escocía, pero pronto la herida abierta curaría, no tenía ningún problema con ello.
-El precio de este arma es que nazca una nueva leyenda- sentenció, finalmente-. Y que cuando Fiordia necesite de vuelta su espada, tú la lleves en su servicio. Tú decides: Una espada que puede cortar a dioses y demonios, o una leyenda muerta.
-Préstame un momento esa hoja, Alistar de Greenlyn- pidió, estirando su mano, y tomaría la espada según él se la diese.
Miró durante unos segundos el filo verde, y se concentró en deducir el material del que la espada estaría hecha. Un material especialmente tenaz, pero no demasiado resistente a sus manos. Recorrió con las yemas de los dedos la hoja mellada, preguntándose si todavía sería capaz de hallar los pedazos restantes. Reforjada en las fraguas del Ojo, bajo chorros de lava y templada por su aliento, podría convertirse en el alma de leyenda que al parecer era. Pero él no creía en leyendas si no podía demostrarlas.
-No te dejes guiar por recuerdos de historias- dijo, mientras poco a poco el filo parecía recomponerse de la nada en una luz dorada. Tan sólo era una ilusión, pero suficiente para reavivar el ardor de un hombre desesperanzado-. Lo que está roto se puede reparar, y lo que está apagado se puede encender de nuevo. Donde hubo fuego quedan brasas, y donde hubo una leyenda...
Apretó con la mano la hoja, y ésta se agrietó por mil lugares. Un pedazo llegó a caer al suelo, como una lágrima de ancestros llorando al descubrir la gran mentira. Tiró la espada al suelo, y con algo de fuerza hendió la hoja fiordiana en su mano, que sangró por ello. Escocía, pero pronto la herida abierta curaría, no tenía ningún problema con ello.
-El precio de este arma es que nazca una nueva leyenda- sentenció, finalmente-. Y que cuando Fiordia necesite de vuelta su espada, tú la lleves en su servicio. Tú decides: Una espada que puede cortar a dioses y demonios, o una leyenda muerta.
Alistar Reep
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La presencia de la muchacha era mágica y abrumadora. A cualquier otra persona tal vez Alistar habría sido más reticente a entregar aquella hoja que tanto significaba para él, pero algo había en aquella persona... Inspiraba confianza. La giró en su mano y tendió el mango de la espada a la muchacha. La cogió con elegancia y en sus manos ocurrió algo que el lobo nunca esperaría ver. La hoja se regeneró, generando un brillo verdoso. Alistar observó con los ojos abiertos, intentando no mostrar demasiado la sorpresa que sentía. ¿Cómo era aquello siquiera posible?
La espada volvió a romperse en pedazos y la joven la lanzó al suelo, clavándola en la tierra. Alistar se agachó y la cogió, escuchando las palabras de la... hechicera. Cuando envainó de nuevo la hoja rota, guardó también a Luz del Alba, pues ya no le parecía que la necesitara. La hechicera dijo el precio y el lobo miró a un lado. Entre los árboles estaba Kodlak, el lobo huargo, observando con sus ojos ambarinos, moviéndose con sus silenciosas patas, mirando la escena desde la oscuridad por la cual Alistar podía ver sin problemas. Era un lobo protector, sin duda.
—¿Es Fiordia un lejano reino?
¿Era aquella mujer una hechicera enviada de otro reino en busca de aliados? ¿Si era así entonces por qué buscaba al rebelde que buscaba derrocar al tirano en el trono y no al hombre que se sienta en él? ¿Conocían en Fiordia las actividades tiránicas del gobernador? No le importaba. Un reino con aliados... Si los tenía podría proteger Greenlyn de forma mucho más efectiva que estando él solo contra el mundo. Y si además aquel arma era tan buena... Podría ayudarle sin duda en el proceso inicial de liberación.
—Acepto tu deuda, hechicera. Mi manada luchará por Fiordia llegado el momento.
La espada volvió a romperse en pedazos y la joven la lanzó al suelo, clavándola en la tierra. Alistar se agachó y la cogió, escuchando las palabras de la... hechicera. Cuando envainó de nuevo la hoja rota, guardó también a Luz del Alba, pues ya no le parecía que la necesitara. La hechicera dijo el precio y el lobo miró a un lado. Entre los árboles estaba Kodlak, el lobo huargo, observando con sus ojos ambarinos, moviéndose con sus silenciosas patas, mirando la escena desde la oscuridad por la cual Alistar podía ver sin problemas. Era un lobo protector, sin duda.
—¿Es Fiordia un lejano reino?
¿Era aquella mujer una hechicera enviada de otro reino en busca de aliados? ¿Si era así entonces por qué buscaba al rebelde que buscaba derrocar al tirano en el trono y no al hombre que se sienta en él? ¿Conocían en Fiordia las actividades tiránicas del gobernador? No le importaba. Un reino con aliados... Si los tenía podría proteger Greenlyn de forma mucho más efectiva que estando él solo contra el mundo. Y si además aquel arma era tan buena... Podría ayudarle sin duda en el proceso inicial de liberación.
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