Lo primero que vino fue Hallstat[Pasado]

Notas::

-Así que Derian Markov, antiguo rey de Hallstat, así que incluso los poderosos mueren – musitó el joven a la vez que observaba el retrato del monarca.

El chico se alejó unos pasos para observar con mejor perspectiva el retrato de perfil del monarca. La piel de este era extremadamente pálida, más incluso que la del propio William. Eso resaltaba su nariz y mejillas las cuales se sonrojaban ligeramente como si estuviera sonrojado y borracho a la vez, aunque dudaba que fueran estos los motivos. Sus ojos eran de un azul puro intenso, casi antinatural, en el cuadro aparecía joven con aire atemporal –“Eternamente joven”- rezaba en la bitácora de Nemo, el cual parecía haber hecho negocios con él también, según escribió el propio Armonia: - “Me encandilo con falsas promesas, medias verdades las cuales no pude distinguir”- aquejaba Nemo en el diario, aunque desde mi perspectiva hizo un gran negocio, amasó una gran fortuna suministrando armas a los bandos y además se quedó con el puesto de Schibukai del propio Derian.

Respecto al retrato de Derian llamaba la atención sus facciones angulosas y tremendamente estilizadas acentuaba más ese aspecto antinaturalmente perfecto. Respecto a su pelo largo liso color azabache no cabía mucho que destacar. El cuadro daba una sensación de miedo, el mero hecho de mirarlo unos instantes hacía vacilar a William. El cuadro parecía bueno, pero si sus fuentes no le habían engañado los cuadros oficiales siempre tenían una mancha de sangre del propio pintor, por insistencia de propio Derian ya que así en un futuro se podrían diferenciar los originales de las copias.

William impaciente desarmó el marco bañado en pan de oro, el cual guardó en la saca que estaba usando para la “recogida de basura” -Sacaría unos cuantos de berries por el marco al menos- pensó mientras guardaba el marco el cual contenía numerosos grabados en un lenguaje desconocido para él, los cual seguramente analizaría más tarde.    
                         
Finalmente giró el lienzo para ver que efectivamente contenía la mancha de sangre, William sonrió, acaba de conseguir probablemente varios millones de berries de algún coleccionista pirado, eso si no se permitía el lujo de quedarse con la obra, a fin de cuentas, había conseguido amasar algo de dinero con los últimos negocios que había realizado.

-Ya pensaría en otro momento lo que haría con él, después de todo no creía que el propio Derian tuviera copias en su castillo, o bueno lo que fuera que quedará de él- pensaba mientras enrollaba con mimo el lienzo para introducirlo dentro de un tubo de unos nueve centímetros de radio, donde conservarlo mejor la obra.

El joven volvió a cargar con el petate, saliendo de la recién desvalijada habitación de aire barroco. Aunque no había conseguido nada reseñable del resto de habitaciones salvo un candelabro del mismo pan de oro que el marco y una cubertería de plata, la cual sospechaba que no había usado mucho el vampiro ya que estaba prácticamente nueva eso y que a los hijos de la noche por alguna razón se les atragantaba la plata.

William se abrió paso por los húmedos pasillos semiderruidos, hasta que finalmente salió fuera del castillo, ya conocía el caminó a las ruinas y seguramente no podría cargar mucho más aquella saca por lo que decidió regresar al poblado al cual seguramente llegaría ya entrada la noche, por lo que evitaría los controles matutinos y miradas indiscretas.

Al día siguiente volvería, tenía la certeza de que el castillo aún no había sido desvalijado del todo, después de todo los planos del castillo mostraban varias cámaras secretas y un inmenso laboratorio por las profundidades de la tierra.

-Ciertamente esta bitácora vale oro- pensó William mientras examinaba el mapa copiado en esta, idolatrando casi aquella libreta que le había empezado a abrir tantas puertas

Se escuchaba una cajita de música sonando de fondo, acompañada de la risa de niños jugando. Curiosamente, una de las risas parecía la suya propia. Pero eso no podía ser así, ya que ella no se estaba riendo en ese momento. El lugar en el que se encontraba en aquel momento le resultaba extrañamente familiar. La joven había abierto los ojos hacía apenas escasos minutos, se encontraba tumbada sobre un césped cuidadosamente cortado, de tal forma que casi resultaba antinatural, y todo a su alrededor se asemejaba a una versión embellecida de la casa que solía visitar cuando era pequeña. Todo parecía en su sitio, pero nada parecía estar bien. Aquello era como un cuadro..."Esto es raro...¿Estaré cumpliendo el sueño de todo artista en este momento?" Una sonrisa infantil se dibujo en su rostro. Sí, había artistas que soñaban con poder entrar en su propia obra, mientras que otros sería lo último que desearían...Un momento... "Así que era eso..." Alyss se puso en pies y se dedico a observarse, tenía la corazonada de que si lo hacía, descubriría algo, y así fue. -Supongo que todo esto es solo un... Será mejor que no siga si no quiero desaparecer.- Se dijo a sí misma, antes de reír un poco. Aquello era divertido, desde que descubrió que podía entrar en sus sueños sabiendo que lo eran. No lo lograba siempre, pero cuando lo hacía podía descubrir cosas que desconocía sobre si misma.

Con un suave movimiento se volteó, buscando el camino por el que avanzar en su sueño, encontrándose con el hueco por el que solía escaparse para ir a ver a Neo. Aquello llenó su corazón con nostalgia. La chica acarició el irreal muro cerrando los ojos, aunque bueno, cerrados ya estaban. Estaba dormida al fin y al cabo. -Sabes Neo...Han pasado muchas cosas desde la última vez que nos vimos.- Murmuró ante el recuerdo de su amigo, aquello entristeció su mirada por un momento. -Quería contarte todo lo que ha ocurrido y lo que he vivido...el porque no pude venir a visitarte una última vez antes de tu viaje...Pero, tú ya no puedes escucharme, ¿verdad?- Añadió, dibujando una sonrisa ladeada en su rostro. -Pero no te preocupes, estaré bien...- Y tras esas últimas palabras, se dispuso a pasar por el hueco, el cual parecía haberse agrandado en su sueño, solo para ella. Pero algo la retuvo. Justo cuando iba a atravesar...

-AAAAAALYYYYYYYSS. Me da igual que seas una recluta y ayer te quedaras hasta tarde ayudando a preparar las cosas. ¡No tienes derecho a holgazanear en la misión, así que despiertaaa!- Gritó una voz familiar desde el otro lado de la puerta del camarote de la joven revolucionaria. -Ya hemos llegado a nuestro destino, así que date prisa.- Añadió, antes de alejarse unos pasos hacia un lado de la puerta y dejar caer algo al suelo, seguramente su arma, y sentarse el también. -Te esperaré aquí.-

La chica prácticamente saltó de la cama, y no precisamente porque no quisiera seguir durmiendo. Aquel grito había sido tan potente que seguramente medio barco se hubiera alterado o despertado, en caso de seguir descansando, aunque, curiosamente, aquello no había enfadado a la joven. Puede que su compañero hubiera sido brusco, pero al menos su tono fue alegre y amigable, y viendo que se encontrarían dentro de poco en uno de los lugares más deprimentes del mundo, una isla en ruinas por la que había pasado una guerra hacía poco más de una semana. -En seguida salgo.- Dijo la chica en tono alegre, antes de desperezarse y ponerse las botas. El día anterior había acabado tan exhausta que se había acostado sin cambiarse la ropa por el pijama, y esta estaba limpia, así que iba perfecta. Quizás algo despeinada. Se arregló el cabello frente al espejo en un momento, y abrió la puerta, empujando de forma enérgica, quizás demasiado. Al hacerlo, golpeó con la puerta a su compañero, en las narices.

-¡¿PERO QUIERES TENER MÁS CUIDADO?!- Le gritó como pudo, al tiempo que llevaba las manos a la cara.

-Oye, no es mi culpa que no sepas donde situarte. Sabías que la puerta se abría hacia fuera.- Reprochó ella, hinchando las mejillas. -Y bien, ¿no debíamos darnos prisa? ¿Qué haces aún ahí tirado?- Añadió con tono burlón antes de encaminarse hacia las escaleras situadas a mano izquierda, con intención de subir a la cubierta.

-Serás...-

Tras subir a cubierta y ser informados sobre que labor tendría que hacer cada uno, llegaron a tierra y se dividieron. Había que decir que a la chica le había tocado la misión más entretenida de todas, y con esto me refiero a que no tenía que hacer nada, literalmente. Ni combatir, ni intrusiones, ni asesinar a nadie; aunque viendo como estaba aquel país era de esperar. Su misión sería hacerse pasar por una joven que había perdido su hogar y sus pertenencias, deambular por la calle cantando para atraer a la gente y conseguir limosna, y de paso algo de información que pudiera ser útil. al menos podían dejarle los pocos berries que obtuviera, si lo hacía. Su presa principal serían los marines que pasaran por la zona, ya que ellos seguramente tuvieran información de mayor valor, pero eso no quitaba que tuviera que tener los oídos bien abiertos. Además, como era obvio, no podía ir arreglada para esa misión, al menos no mucho. "Lo llego a saber y no me peino". Se dijo a sí misma, antes de soltarse el pelo y ponerse su capa, de color negro y rasgado. ¿Bastaría para dar el pego? Quizás debiera ensuciarla un poco...Por suerte para ella, tenía tiempo hasta el medio día para prepararse. Esa era la hora en la que se daba el racionamiento de comida a los pobres y los sin techo. Además, la isla estaba cubierta de nubes que auguraban lluvia, y el suelo de por sí ya estaba sucio. Daba igual que fuera con cuidado o no, acabaría hecha un pincel.

Y así, a la hora exacta que le dijeron, la chica llegó a una zona que había "sobrevivido" a la explosión de la isla. No es que no estuviera en ruinas, pero había alguna que otra casa en pie, y un gran cúmulo de gente. Sería el lugar perfecto para empezar. La chica se puso en su pequeño "escenario", cerró los ojos y pensó en que canción serviría para captar los corazones de la gente, una que tuviese que ver con aquella desesperación. Y entonces tomo aire y comenzó a cantar.

El joven alzó la vista, a su espalda se encontraba uno de los lugares de retiró del monarca, el imponente castillo gótico se alzaba a su espalda, iluminado por aquellos furtivos rayos blancos que se filtraban atreves de las nubes, tras las que se ocultaba la miedosa luna menguante. Aquel juego de luces y sombras hacía más siniestro, si cabía el lugar, si no fuera ya suficiente por los extraños sucesos y habladurías del extraño sitio.

Fuera como fuese, el chico soltó una bocanada de vaho, tras bajar aquella colina se encontraba el pueblo. Descendió atravesando el vetusto bosque de verdes coníferas que resistía, infatigable, el paso de los años. Lo que antaño fue un verde esmeralda ahora era un gris verdoso apagado, ya que cenizas cubrían parte de las hojas de los árboles que se habían salvado, el olor a chamusquina y las cortezas negras nos recordaba que las heridas de la guerra tardarían en curarse.

El contrabandista continuó caminando por el sendero de gravilla gris tan solo flanqueado por aquella vegetación a base de liquen y musgo tan típica de la tundra con las brasas. Finalmente atravesó el riachuelo por aquel puente de piedra con aquella arquitectura arqueada tan típico de tiempos pasados llegando así a la pequeña entrada del pueblo, tras saludar amigablemente a los guardias que como de costumbre estarían bastante centrados en la décimo cuarta partida de damas o durmiendo alguna pequeña cabezada o haciendo cualquier otra cosa menos darse cuenta de que acaba de pasar.

-La guerra ha hecho mella en ellos- pensó el extravagante viajero mostrando un atisbo de compasión. El corazón del chico se sobrecogió, acordándose de Loguetown y los primeros días, el humo permanecía en las calles como si de una densa niebla se tratará, el olor a sangre y muerte era palpable en el aire. Aún recordaba aquel miedo a dormir, los intercambios de mirada recelosos y los pocos "trasuntes" que caminaban por la isla cual muertos vivientes, si cerraba los ojos podía ver todas y cada una de las miradas de aquella gente, miradas de desesperación, odio, desconfianza, recelo, miedo -Ains- suspiró, tratando de deshacerse del nudo de la garganta. A la vez que se zafaba de sus arcadas.

El chico pasó discretamente, desfiló pausadamente ligeramente exhausto por el pueblo. William había llegado al poblado de Sougoot algunos días atrás. El lugar era una pequeña ciudad costera de carácter pesquero, casi todo el mundo allí se dedicaba directa o indirectamente de la mar.  La villa no era muy grande, tendría unos veinte, a lo sumo treinta, hectáreas de terreno con algunas millas más de terrenos usados a modo de huertos, aunque siempre bajo el feudo del conde de la zona. El sistema feudal continuaba siendo bastante férreo aún en aquellas tierras.

El sitio era un lugar tranquilo situado en una cala privilegiada, proporcionaba a sus habitantes un reguero de bancos de peces increíblemente “fértil”.   Un lugar con gentes serias, distantes, frías y aparentemente sin corazón, aun así, su manera de actuar tan diligente y poco entrometida que a William le resultaba lo suficientemente agradable y acogedora, así que supuso que a sus ojos él era un visitante más, uno algo extraño y extravagante.  A pesar de ello, algunos de los supersticiosos pueblerinos resultaban algo molestos para White, ya que sus actitudes reacias y taimadas tendían a hablar de las hipotéticas y extrañas actitudes del extranjero. Independientemente, el joven, ligeramente conocedor de la cultura del norte, hacía oídos sordos a las habladurías de las alcahuetas prosiguiendo con sus lucrativas actividades. Después de todo él siempre había creído en que lo que realmente caracterizaba a las personas eran sus acciones, las cuales eran el reflejo del alma ¿No?

El sitió era un lugar tranquilo, puerto pesquero desde su fundación toda su vida circulaba alrededor del mar y la pesca, era por ello que los motivos marineros no eran escasos, pasando por las tabernas con nombres sacados del imaginario marítimo o de la jerga ballenera hasta la propia iglesia del lugar la cual se asemejaba mucho a un barco encallado, pareciendo su altar, el castillo de popa de aquel particular barco. Desde luego, el pueblo parecía estar sacado de alguna novela de un escritor imaginativo. Por desgracia para el pueblo los tambores de guerra llegaron a sus costas, bañándolas de color carmesí al igual que toda aquella tierra, el lugar privilegiado había perdido bastante en la guerra, lo único que le había salvado había sido la poca relevancia del lugar, aun así, el pueblo había perdido toda su flota y gran parte de la infraestructura del puerto habiéndolo hundido en la miseria económica.  Alguna casa seguía en pie, entre ellas la posada.

El chico desfiló por las calles plagadas de andamios, sacos de cemento y maderos de distintas formas y tamaños. Las reparaciones en el pueblo avanzaban a buen ritmo, y con ello, el ánimo de las gentes mejoraba día a día. El chico llegó enfrente de la posada, por las horas que eran sería muy sospechoso que entrará por la puerta sin más, por lo que decidió ir directamente a la habitación, por la parte trasera. Tras dar el rodeo, subió pesadamente los escalones de la escalera de emergencia que llevaba al primer piso de las habitaciones de la posada y abriendo y cerrando tras de sí la puerta de la habitación que había reservado tres días atrás, se tumbó sobre la cama soltando un suspiró.

Las personas pasaban de un lado a otro, apresuradas para llegar a tiempo para coger un trozo de pan lo más blando posible y un cuenco de comida, sorprendentemente, servidos por marines. Lo más posible es que fueran reclutas a los que habían puesto a la fuerza, y que la mitad de estos tratasen de escaquearse si tenían ocasión, o eso es lo que diría cualquier revolucionario al ver aquella escena. Para la albina, en cambio, aquella escena mostraba lo equivocados que estaban todos los bandos. Para la albina, el mundo no era tan simple como "soy de un bando y el resto son malos o aliados". No, el mundo, por mucho que los humanos lo pintasen así, debía ser distinto. Es decir, ¿por qué hay marines que roban a otros y piratas que se apoderan de islas para protegerlas? Un suspiro escapó de sus labios. "Las personas son tan complicadas de entender... Pero supongo que por eso quiero hacerlo". La imagen de sus padres adoptivos se pasaron por su mente. "También me hubiera gustado entenderlos a ellos. Tal vez en un futuro pueda".

Una voz la sacó de su ensimismamiento. -¿Se puede saber que hace ahí parada, señorita? Está quieta y callada y no deja pasar a la gente. Si va a estar solo de adorno, estaría bien que se pusiese en otro lado.- Dijo aquel sujeto, cuyo tono era molestamente familiar. Frente a ella, un marine de cabello oscuro y ojos azules, profundos como el océano, le indicaba que se apartara, al tiempo que la observaba son superioridad. Un quejido se escapó de sus labios, molesta. ¿De verdad tenía que tenerle de niñera en todo momento? Vale, sí. La razón por la que se unió a la revolución, entre otras cosas, fue porque él le salvó la vida tiempo atrás. Pero eso no significaba que necesitase que la vigilase todo el tiempo.

-Sí, lo lamento, ya me muevo...- Contestó con tono molesto. Atrayendo la mirada de otro marine, este sin ser de pega, que pasaba por ahí, aunque este se limitó solo a encogerse de hombros y seguir su camino. -Procuraré centrarme en mi trabajo y dejar de divagar, señor.- Añadió la albina en un susurro, antes de cambiar su posición. Ahora, las personas estaban más dispersas, todas o casi todas comiendo, casi en silencio, por lo que sería más fácil que la escuchasen. Su voz era melancolica y suave, calando en todos ellos. Algunos parecían sollozar al escucharla. Esto hizo que la chica se pusiera sentimental. Sabía que solo era por el momento, que si estuvieran viviendo con calma y sin haber perdido a tantas personas, su música no tendría aquel efecto. Y eso precisamente, causaba en ella una extraña sensación de culpa y empatía, volviendo su voz aún más suave, como si ella misma compartiera sus sentimientos. Se estaba emocionando. "así no podré prestar atención a sus voces..." Se recordó para tratar de centrarse en su misión, en vano. Todo eran murmuros y llantos y su propia voz. Bueno, al menos Break llegaría a escuchar algo... Menos es más.

El chico se recostó, se movió de un lado para otro en la cama, la luz de la luna se filtraba por la cortina molestándole, el chico refunfuñó hasta que finalmente consiguió dormirse. No pasaron más de dos horas cuando el joven se volvió a levantar, otra vez.

El chico se lavó la cara, tratando de despejarse un poco, había descansado bastante, bastante más de a lo que solía estar acostumbrado. El chico se quitó la camiseta y observó su cuerpo tatuado.

La historia de sus tatuajes comenzaba en Loguetown con el tatuaje de su pecho, aquel sol negro, el tatuaje que se había hecho al igual que todos los miembros de los rateros de Loguetown, tal como les había forzado el viejo engreído de Shelby. Luego miro sus brazos y manos, los sendos tatuajes alternaban motivos florales los cuales se había hecho cuando continuaba con la banda. Posteriormente prosiguió haciéndose tatuajes en la misma Loguetown rellenando su brazos y pierna izquierda con motivos tribales, en recuerdo de las raíces shandianas de su abuelo paterno. Luego cuando consiguió escapar de Loguetown en el reino de Dawn, en la terminal Grey se realizó otro tatuaje tribal en su tobillo derecho conmemorando su reciente libertad y por último aquel tatuaje de su cuello que rezaba el extraño mensaje “Νεχ ποσσυμ τεχυμ ωιωερε, νεχ σινε τε”.

Sus casi diecisiete años habían dado bastante de sí, sin pensarlo mucho se lavó bien a conciencia, no quería seguir apestando, se llevó la mano a una de su bolsa de viaje y sacó un pequeño frasco de cristal opaco con un contenido de color almíbar, parecido al que tenía el ron, aunque este contenía algo muy diferente. El chico empapó su mano y se esparció colonia por el cuello. Tras ello se volvió a vestir con aquellos vaqueros grises raídos, aquella camisa blanca ajustada, las botas altas oscuras de color mate y aquel abrigo grueso de color apagados.

El joven recogió la saca que había usado el día anterior y se puso en marcha. El chico bajo al piso de abajo del hostal, abonó lo que correspondía al dueño que se encontraba en el mostrador y se dirigió a una pequeña cafetería que había aguantado en pie, había tan solo un par de mesas, pero servían café caliente a todo aquel que ayudará un poco con las tareas de reconstrucción. El chico salió expiró un poco de vaho y cruzó la calle.

Esta estaba más ajetreada que días anteriores, había marines, lo cual le sorprendió y no gratamente precisamente, el chico miró fríamente la situación, al parecer estaban sirviendo raciones para la población. El chico no se alteró, no quería llamar la atención y mucho menos sobre su saca, no creo que al gobierno autorizará el saqueo de los bienes de Markov, o al menos no sin poder ganar una parte del beneficio.

-De todas formas, tengo la protección de ese hombre- pensó para sus adentro el confiado ladronzuelo.

El chico entró en la cafetería dispuso de los billetes doblados que guardaba en su abrigo atado con una goma.

-Un café solo, por favor- dijo al anciano camarero, antes de que una dulce y melancólica voz llamará su atención.