Shieng Long
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- ¡Eh, tú! ¡Calvo! ¡¿Qué haces aquí?!
El monje se dio la vuelta. Sabía que aquello pasaría, tarde o temprano. Es decir, estaba en una isla poblada en su totalidad por piratas y criminales de poca monta. Alguno vería su extraño aspecto y querría empezar una pelea. Lo peor de todo es que probablemente fuese algún novato de poca monta que aún no se ha hecho notar y no sabe lo duro que es el mundo de la piratería. Shieng se señaló el pecho con confusión en el rostro.
- ¿Yo?
- ¡Sí! ¿Ves a más calvos por aquí?
El pirata era un hombre enorme. No de alto, de gordo. Aunque lo más seguro es que su altura fuese por la enormidad de su cuerpo. Llevaba una chaqueta negra totalmente abierta, dejando ver su enorme barriga peluda al aire. El hombre tenía el pelo largo y sucio, además de una larga barba.
- Bueno... Estoy buscando a alguien. No puedo pararme a hablar, lo siento.
Se dio la vuelta de nuevo y se dispuso a irse.
- Tú no te vas hasta que me digas en que barco has venido, me hayas dado dicho barco y todo lo que llevas encima.
Shieng se paró en seco. Una ligera brisa movió la capa del monje. Se dio la vuelta de nuevo, mirando a aquel pirata el cual no dejaba de sonreír con prepotencia y... sí, lo más probable es que estuviese como una cuba. El monje suspiró. Colocó el pie derecho delante y flexionó la rodilla izquierda, quedando su pierna derecha totalmente estirada. Entonces colocó el brazo derecho frente a si con la palma mirando hacia el pirata y la otra mano tras él, adoptando una pose de combate. El pirata se rió de forma bastante sonora.
- ¡El calvo quiere luchar!
Dio un pisotón al suelo con las manos en las rodillas y se colocó en posición. La gente empezaba a rodearlos. Parece que las peleas allí eran bastante comunes... Por lo que no estaba mal ser espectador de alguna de vez en cuando, supongo.
El monje se dio la vuelta. Sabía que aquello pasaría, tarde o temprano. Es decir, estaba en una isla poblada en su totalidad por piratas y criminales de poca monta. Alguno vería su extraño aspecto y querría empezar una pelea. Lo peor de todo es que probablemente fuese algún novato de poca monta que aún no se ha hecho notar y no sabe lo duro que es el mundo de la piratería. Shieng se señaló el pecho con confusión en el rostro.
- ¿Yo?
- ¡Sí! ¿Ves a más calvos por aquí?
El pirata era un hombre enorme. No de alto, de gordo. Aunque lo más seguro es que su altura fuese por la enormidad de su cuerpo. Llevaba una chaqueta negra totalmente abierta, dejando ver su enorme barriga peluda al aire. El hombre tenía el pelo largo y sucio, además de una larga barba.
- Bueno... Estoy buscando a alguien. No puedo pararme a hablar, lo siento.
Se dio la vuelta de nuevo y se dispuso a irse.
- Tú no te vas hasta que me digas en que barco has venido, me hayas dado dicho barco y todo lo que llevas encima.
Shieng se paró en seco. Una ligera brisa movió la capa del monje. Se dio la vuelta de nuevo, mirando a aquel pirata el cual no dejaba de sonreír con prepotencia y... sí, lo más probable es que estuviese como una cuba. El monje suspiró. Colocó el pie derecho delante y flexionó la rodilla izquierda, quedando su pierna derecha totalmente estirada. Entonces colocó el brazo derecho frente a si con la palma mirando hacia el pirata y la otra mano tras él, adoptando una pose de combate. El pirata se rió de forma bastante sonora.
- ¡El calvo quiere luchar!
Dio un pisotón al suelo con las manos en las rodillas y se colocó en posición. La gente empezaba a rodearlos. Parece que las peleas allí eran bastante comunes... Por lo que no estaba mal ser espectador de alguna de vez en cuando, supongo.
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- ¡Eh, tú! ¡Devuélveme mi dinero! -se escuchaba al fondo de la sala, unos gritos provenientes de un hombre de considerada estatura, tez morena y ropas gastadas, que portaba envainado en la cintura una cimitarra. La empuñadura contaba con un rubí incrustado y la vaina parecía ser de una calidad exquisita, algo extraño de ver en aquella zona... Probablemente fuera robada.
- ¿Qué dinero? ¿De qué estás hablando? -respondía otro, algo más bajito y rechoncho que el anterior, con unos ropajes similares a los de su amable compañero.
- ¿Cómo que qué dinero? ¡Estaba justo ahí y ya no está! Tú eres el único que podría haberlo cogido sin darme cuenta.
- ¿Pero qué te pasa? ¿Has bebido más de la cuenta o qué?
El tono de ambas voces comenzaba a elevarse cada vez más y más, mientras que las palabras se volvían más soeces y el ambiente más hostil. No tardaron mucho en sacar las armas, apenas amenazándose al principio para, momentos después, comenzar a intercambiar golpes y espadazos. Se había formado un corro alrededor de ambos en un principio, simples espectadores de la trifulca, aunque pronto dejaron de limitarse a observar. La Daga y la Jarra, la taberna en la que se encontraba Hou, pasó de ser un lugar animado y agradable a convertirse en un auténtico campo de batalla. Las mesas y las sillas salían despedidas de un lado a otro, colisionando con los distintos hombres que allí se encontraban, ya fueran partícipes de la fiesta o no. Desde fuera podrían escucharse los golpes, los gritos y, de vez en cuando, algún que otro disparo. Era increíble ver lo rápido que se dejaba llevar la gente. Por suerte para el castaño, tuvo la presteza de salir de allí en cuanto comenzaron los problemas.
- Hay que ver -comentaba alegremente, lanzando al aire repetidas veces una pequeña bolsa de cuero, dentro de la cual tintineaban unas cuantas monedas-. Estos tíos pierden los nervios con demasiada facilidad.
Y no es que viera esto con malos ojos, ¡Qué va! Aquello tan solo volvía Jaya un lugar mucho más animado de lo que se había imaginado. Nada mal para la llamada "Isla más Libre del Mundo". Ciertamente, tenían bastante más albedrío que un esclavo, y él podía dar buena cuenta de este hecho. Sin embargo, no todo lo que reluce es oro -salvo aquellas monedas que había podido granjearse-, pues si bien el sitio carecía de ley alguna, todos parecían estar más preocupados de proteger sus pertenencias y su reputación que de disfrutar de esto mismo. Mejor para él, sin duda. Así podría echarse unas risas ya que estaba. Ensanchó la sonrisa y se encogió de hombros, justo antes de permitirse el lujo de estirarse. El chico vestía con prendas bastante simples, adquiridas Dios sabe dónde y de qué forma. Apenas una prenda oscura y algo gastada cubría su torso, mientras que un pantalón largo se encargaba de la mitad inferior. El calzado era inexistente, pues no podía ser de otra forma. Tantos años habían pasado desde la última vez que pudo llevar algo en sus pies que se había acostumbrado a andar así, siendo lo otro algo incómodo. Podría decirse que había olvidado caminar con zapatos como quien olvida montar correctamente en bicicleta, tan solo tras mucho tiempo sin practicar.
- Qué haaaambre... -se quejaba al tiempo que su estómago rugía, pidiéndole algo con lo que alimentarse.
Seguramente podría encontrar muchos sitios donde le sirvieran una cerveza, una jarra de ron o cualquier otro licor habido y por haber en el mundo. Pese a ello, a la hora de buscar un lugar donde comer algo decente, la cosa se complicaba un poco. Quizá los piratas hubieran aprendido a subsistir a base de alcohol. ¿Le tocaría a él hacer lo mismo? Esperaba que no... Ahora que podía comer lo que quisiera y cuanto le viniera en gana no iba a cerrarse esa puerta. No pedía mucho. Un filete, pollo asado, cordero... ¡Algo de pescado al menos!
Había comenzado a desesperarse tras dar muchas vueltas por la zona. Tan solo bares, tabernas y más bares... Oh, y piratas, piratas y piratas, los cuales bebían y apostaban. Si al menos apostaran comida... Sin embargo, tras mucho andar, algo logró captar la atención del joven. Parecía haber algo de alboroto en una de las calles y, visto lo visto, quizá hubiera dado con el único lugar de la isla donde conseguir comida. Tendría sentido, pues, que estuvieran armando ese escándalo. Así, con toda la ilusión del mundo y un intenso brillo en sus ojos, salió corriendo en aquella dirección. Mas no pudo sentirse más decepcionado cuando vio que, tras ilusionarse, tan solo había dado con una pelea más. Un gordinflón que parecía cabreado con un viejo calvo. Se habría marchado en cualquier otra situación, pero Hou no pudo evitar fijarse en que el tipo no parecía amedrentado ante el grandullón, sino que incluso pensaba plantarle cara. ¿No sabía que a su edad no debía hacer tonterías como esa? ¿Qué pasaría si le daba lumbago o algo por el estilo? El otro lo iba a tener demasiado fácil.
- Vamos a ver qué pasa -concluyó, colándose ágilmente entre los espectadores para situarse en una posición de buenas vistas, justo entre un hombre y una mujer que se ponían ojitos... Y que parecían algo molestos con que se hubiera situado justo en medio de ambos.
- ¿Qué dinero? ¿De qué estás hablando? -respondía otro, algo más bajito y rechoncho que el anterior, con unos ropajes similares a los de su amable compañero.
- ¿Cómo que qué dinero? ¡Estaba justo ahí y ya no está! Tú eres el único que podría haberlo cogido sin darme cuenta.
- ¿Pero qué te pasa? ¿Has bebido más de la cuenta o qué?
El tono de ambas voces comenzaba a elevarse cada vez más y más, mientras que las palabras se volvían más soeces y el ambiente más hostil. No tardaron mucho en sacar las armas, apenas amenazándose al principio para, momentos después, comenzar a intercambiar golpes y espadazos. Se había formado un corro alrededor de ambos en un principio, simples espectadores de la trifulca, aunque pronto dejaron de limitarse a observar. La Daga y la Jarra, la taberna en la que se encontraba Hou, pasó de ser un lugar animado y agradable a convertirse en un auténtico campo de batalla. Las mesas y las sillas salían despedidas de un lado a otro, colisionando con los distintos hombres que allí se encontraban, ya fueran partícipes de la fiesta o no. Desde fuera podrían escucharse los golpes, los gritos y, de vez en cuando, algún que otro disparo. Era increíble ver lo rápido que se dejaba llevar la gente. Por suerte para el castaño, tuvo la presteza de salir de allí en cuanto comenzaron los problemas.
- Hay que ver -comentaba alegremente, lanzando al aire repetidas veces una pequeña bolsa de cuero, dentro de la cual tintineaban unas cuantas monedas-. Estos tíos pierden los nervios con demasiada facilidad.
Y no es que viera esto con malos ojos, ¡Qué va! Aquello tan solo volvía Jaya un lugar mucho más animado de lo que se había imaginado. Nada mal para la llamada "Isla más Libre del Mundo". Ciertamente, tenían bastante más albedrío que un esclavo, y él podía dar buena cuenta de este hecho. Sin embargo, no todo lo que reluce es oro -salvo aquellas monedas que había podido granjearse-, pues si bien el sitio carecía de ley alguna, todos parecían estar más preocupados de proteger sus pertenencias y su reputación que de disfrutar de esto mismo. Mejor para él, sin duda. Así podría echarse unas risas ya que estaba. Ensanchó la sonrisa y se encogió de hombros, justo antes de permitirse el lujo de estirarse. El chico vestía con prendas bastante simples, adquiridas Dios sabe dónde y de qué forma. Apenas una prenda oscura y algo gastada cubría su torso, mientras que un pantalón largo se encargaba de la mitad inferior. El calzado era inexistente, pues no podía ser de otra forma. Tantos años habían pasado desde la última vez que pudo llevar algo en sus pies que se había acostumbrado a andar así, siendo lo otro algo incómodo. Podría decirse que había olvidado caminar con zapatos como quien olvida montar correctamente en bicicleta, tan solo tras mucho tiempo sin practicar.
- Qué haaaambre... -se quejaba al tiempo que su estómago rugía, pidiéndole algo con lo que alimentarse.
Seguramente podría encontrar muchos sitios donde le sirvieran una cerveza, una jarra de ron o cualquier otro licor habido y por haber en el mundo. Pese a ello, a la hora de buscar un lugar donde comer algo decente, la cosa se complicaba un poco. Quizá los piratas hubieran aprendido a subsistir a base de alcohol. ¿Le tocaría a él hacer lo mismo? Esperaba que no... Ahora que podía comer lo que quisiera y cuanto le viniera en gana no iba a cerrarse esa puerta. No pedía mucho. Un filete, pollo asado, cordero... ¡Algo de pescado al menos!
Había comenzado a desesperarse tras dar muchas vueltas por la zona. Tan solo bares, tabernas y más bares... Oh, y piratas, piratas y piratas, los cuales bebían y apostaban. Si al menos apostaran comida... Sin embargo, tras mucho andar, algo logró captar la atención del joven. Parecía haber algo de alboroto en una de las calles y, visto lo visto, quizá hubiera dado con el único lugar de la isla donde conseguir comida. Tendría sentido, pues, que estuvieran armando ese escándalo. Así, con toda la ilusión del mundo y un intenso brillo en sus ojos, salió corriendo en aquella dirección. Mas no pudo sentirse más decepcionado cuando vio que, tras ilusionarse, tan solo había dado con una pelea más. Un gordinflón que parecía cabreado con un viejo calvo. Se habría marchado en cualquier otra situación, pero Hou no pudo evitar fijarse en que el tipo no parecía amedrentado ante el grandullón, sino que incluso pensaba plantarle cara. ¿No sabía que a su edad no debía hacer tonterías como esa? ¿Qué pasaría si le daba lumbago o algo por el estilo? El otro lo iba a tener demasiado fácil.
- Vamos a ver qué pasa -concluyó, colándose ágilmente entre los espectadores para situarse en una posición de buenas vistas, justo entre un hombre y una mujer que se ponían ojitos... Y que parecían algo molestos con que se hubiera situado justo en medio de ambos.
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El monje se movió a un lado sin apartar la mirada de su contrincante y sin abandonar su postura. Sus pasos eran sus pies siendo arrastrados con cuidado por el suelo, moviendo la tierra y dejando surcos. El hombre gordo lo observaba en su propia posición inexperta. Claramente era un pirata grande que confiaba en su gran tamaño y fuerza. La clave en aquel combate sería la agilidad. El pirata dio un paso adelante. Claramente estaba borracho. Empezó a correr, bastante lentamente de hecho, hasta el monje y dirigió un puñetazo directo a su rostro. El movimiento de respuesta del monje fue claro. Se movió hacia atrás, doblando la cintura y apartándose de la trayectoria del puño. Entonces, sin parar de moverse hacia atrás, cayó de espaldas. Sus manos se posaron en la tierra y sus pies se alzaron hacia arriba, golpeando al hombre en la barbilla. El monje se mantuvo haciendo el pino.
El gordo gritó de rabia y dirigió un segundo ataque. Sin embargo, antes de que pudiese siquiera llegar hasta él, el monje bajó las piernas y atacó a los tobillos del hombre con un barrido de pies, acompañados de una onda ígnea. Ni siquiera creía tener fuerza suficiente para tumbar a aquel hombre, pero su inutilizado sentido del equilibrio gracias al alcohol hizo el resto. El hombre dio un paso hacia atrás, se desestabilizó y cayó al suelo de espaldas. Parecía respirar profundamente, soltando quejidos de dolor. Shieng volvió a poner sus pies en el suelo y se irguió. El "público" pareció encantado por aquella filigrana, rompiendo en gritos, aplausos y burlas al hombre gordo. Shieng intentó hacerse oír sobre la muchedumbre.
- ¡Estoy buscando a Hou! ¡¿Alguien conoce a Hou?!
El gordo gritó de rabia y dirigió un segundo ataque. Sin embargo, antes de que pudiese siquiera llegar hasta él, el monje bajó las piernas y atacó a los tobillos del hombre con un barrido de pies, acompañados de una onda ígnea. Ni siquiera creía tener fuerza suficiente para tumbar a aquel hombre, pero su inutilizado sentido del equilibrio gracias al alcohol hizo el resto. El hombre dio un paso hacia atrás, se desestabilizó y cayó al suelo de espaldas. Parecía respirar profundamente, soltando quejidos de dolor. Shieng volvió a poner sus pies en el suelo y se irguió. El "público" pareció encantado por aquella filigrana, rompiendo en gritos, aplausos y burlas al hombre gordo. Shieng intentó hacerse oír sobre la muchedumbre.
- ¡Estoy buscando a Hou! ¡¿Alguien conoce a Hou?!
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El hambre se había desvanecido en Hou, dejando en su lugar curiosidad e interés por ver qué le daba a ese hombre la confianza que demostraba en sus movimientos. Hombres y mujeres murmuraban a su alrededor, probablemente no apostándose ni un mísero berrie a que el calvo tuviera la más mínima oportunidad contra aquella pelota de grasa. Pero él no lo veía así. Él ya había visto al ganador. La agilidad que demostró fue, como poco, impresionante, casi inalcanzable para la gente ordinaria. No tenía ni idea de quién era, ni cómo había sido su vida, ni tampoco su lugar de procedencia, pero estaba claro que no era alguien normal. Había mucho más de lo que parecía, y esto era algo de lo que podía darse cuenta hasta él. El gordinflón no tardó en ceder ante las florituras del otro quien, con la misma facilidad con la que había concluído el combate, volvió a erguirse como si nada. Los demás aplaudían, vitoreaban y se reían del grandullón, que había enrojecido súbitamente, ya fuera por el colocón que debía llevar o por la vergüenza del momento. Poco importaba. Incluso la parejita feliz parecía haberse olvidado del joven, centrando ahora su atención en el hombre que se encontraba en el centro de aquel círculo.
- ¿Eh? -apenas un murmullo, el cual fue ensordecido por las preguntas y cuchicheos que comenzaron a surgir a su alrededor.
Acababa de preguntar por Hou. Por él mismo. ¿Quién diablos era ese tío? No le sonaba de nada, y eso era algo extraño teniendo en cuenta que se había pasado los últimos años de su vida rodeado de la misma gente. No podía haberle visto durante su esclavitud, eso estaba claro, a no ser que se dedicara a espiar a las mascotas de los nobles sin que estos se enterasen. Aun así, que no le conociera personalmente no implicaba que no pudiera haber sido mandado por estos. ¿Era acaso una broma? ¿Sus ahora ex-amos habían mandado a alguien a buscarle? El chico apretó los puños y maldijo en voz baja. Si ese tipo perteneciera a alguna de las agencias del gobierno se explicaría su destreza a la hora de moverse. Tenía que pensar algo... O mejor, salir de allí pitando. Sí, esa sería la mejor opción. Sin embargo, antes de que pudiera dar más de dos pasos seguidos, sintió una mano posándose en su hombro de una palmada.
- Oye, chaval. ¿Estás bien? -preguntó un hombre algo avanzado en años, que parecía haberse fijado en aquella expresión preocupada que se había dibujado en su rostro.
- ¿¡QUÉ!? -dijo gritando, pegando un brinco y haciendo que todo el círculo de espectadores dejase al calvo para centrar su atención en él- ¿¡Qué Hou ni qué Hou!? ¡Yo no conozco a ninguno! ¡Seguro que ni siquiera se parece a nadie que haya podido ver nunca! ¡Como poco debe de ser rubio, de ojos azules y más feo que los gallumbos de un gyojin!
Mientras hablaba hacía gestos exagerados con brazos, manos e incluso piernas, dando saltitos en el sitio. Cada palabra que decía sonaba cada vez menos y menos creíble, hasta el punto de que parecía haber quedado en evidencia que el tal Hou era él. No, lo cierto es que la discreción no era lo suyo especialmente, y esto era probablemente el principal motivo por el que acostumbraba a meterse en líos. La respuesta de los distintos criminales que allí se encontraban fue un incómodo silencio, así como un montón de caras inexpresivas. Incluso creyó ver a alguien llevándose la mano al rostro, aunque no estaba seguro, se encontraba extremadamente nervioso. Sin más se giró, encarándose al monje, y le señaló con el dedo.
- No sé quién es ese Hou del que hablas. ¡Seguro que se han confundido al decirte el nombre! Algo como Zou, Kou, Sou, Rou, Bou, Tou... ¿Pero Hou? -se encogió de hombros, de nuevo, exagerando el gesto y negó repetidas veces con la cabeza- Ni idea, ni idea...
- ¿Eh? -apenas un murmullo, el cual fue ensordecido por las preguntas y cuchicheos que comenzaron a surgir a su alrededor.
Acababa de preguntar por Hou. Por él mismo. ¿Quién diablos era ese tío? No le sonaba de nada, y eso era algo extraño teniendo en cuenta que se había pasado los últimos años de su vida rodeado de la misma gente. No podía haberle visto durante su esclavitud, eso estaba claro, a no ser que se dedicara a espiar a las mascotas de los nobles sin que estos se enterasen. Aun así, que no le conociera personalmente no implicaba que no pudiera haber sido mandado por estos. ¿Era acaso una broma? ¿Sus ahora ex-amos habían mandado a alguien a buscarle? El chico apretó los puños y maldijo en voz baja. Si ese tipo perteneciera a alguna de las agencias del gobierno se explicaría su destreza a la hora de moverse. Tenía que pensar algo... O mejor, salir de allí pitando. Sí, esa sería la mejor opción. Sin embargo, antes de que pudiera dar más de dos pasos seguidos, sintió una mano posándose en su hombro de una palmada.
- Oye, chaval. ¿Estás bien? -preguntó un hombre algo avanzado en años, que parecía haberse fijado en aquella expresión preocupada que se había dibujado en su rostro.
- ¿¡QUÉ!? -dijo gritando, pegando un brinco y haciendo que todo el círculo de espectadores dejase al calvo para centrar su atención en él- ¿¡Qué Hou ni qué Hou!? ¡Yo no conozco a ninguno! ¡Seguro que ni siquiera se parece a nadie que haya podido ver nunca! ¡Como poco debe de ser rubio, de ojos azules y más feo que los gallumbos de un gyojin!
Mientras hablaba hacía gestos exagerados con brazos, manos e incluso piernas, dando saltitos en el sitio. Cada palabra que decía sonaba cada vez menos y menos creíble, hasta el punto de que parecía haber quedado en evidencia que el tal Hou era él. No, lo cierto es que la discreción no era lo suyo especialmente, y esto era probablemente el principal motivo por el que acostumbraba a meterse en líos. La respuesta de los distintos criminales que allí se encontraban fue un incómodo silencio, así como un montón de caras inexpresivas. Incluso creyó ver a alguien llevándose la mano al rostro, aunque no estaba seguro, se encontraba extremadamente nervioso. Sin más se giró, encarándose al monje, y le señaló con el dedo.
- No sé quién es ese Hou del que hablas. ¡Seguro que se han confundido al decirte el nombre! Algo como Zou, Kou, Sou, Rou, Bou, Tou... ¿Pero Hou? -se encogió de hombros, de nuevo, exagerando el gesto y negó repetidas veces con la cabeza- Ni idea, ni idea...
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Por un momento parecía que sus llamamientos eran ignorados y pasaban desapercibidos bajo el griterío de la gente. Sin embargo, otros gritos consiguieron silenciar a la muchedumbre. El monje se llevó una mano a la cara de decepción al escuchar lo que este decía. Claramente él era Hou. Debería haberse esperado una reacción de no querer ser encontrado. Si se encontraba en una isla tan solo habitada por criminales era por algo. Aunque no parecía llegar a entender que alguien del gobierno no pisaría jamás aquel sitio. No, demasiada gente, demasiados enemigos. El monje caminó hacia delante hasta el muchacho y le colocó una mano en el hombro.
- Perdona si te he asustado, me gustaría que hablásemos un momento.
Dicho aquello miró a su alrededor. La gente tenía la vista clavada en ellos, expectantes para ver lo ocurrido. Entonces Shieng empezó a agitar la mano mientras gritaba.
- ¡No queda nada que ver por aquí, largaos ya!
El grupo pareció llenarse de bufidos de decepción cuando el gentío empezó a esparcirse, habiendo unos cuantos que ayudaron al gordo a levantarse y alejarse del lugar. Cuando por fin la atención hubo sido desviada de ellos dos, el monje volvió a mirar al joven. Lo cierto es que era bastante parecido a lo que vio en su visión, aunque esta tan solo le proporcionó un nombre y una figura ensombrecida. Sin embargo, en su visión Hou llevaba puesta la túnica de la orden. No se imaginaba que el joven tuviese un vestir tan... pobre.
- Me llamo Shieng. Dime... ¿Eres Hou Goukazaru?
- Perdona si te he asustado, me gustaría que hablásemos un momento.
Dicho aquello miró a su alrededor. La gente tenía la vista clavada en ellos, expectantes para ver lo ocurrido. Entonces Shieng empezó a agitar la mano mientras gritaba.
- ¡No queda nada que ver por aquí, largaos ya!
El grupo pareció llenarse de bufidos de decepción cuando el gentío empezó a esparcirse, habiendo unos cuantos que ayudaron al gordo a levantarse y alejarse del lugar. Cuando por fin la atención hubo sido desviada de ellos dos, el monje volvió a mirar al joven. Lo cierto es que era bastante parecido a lo que vio en su visión, aunque esta tan solo le proporcionó un nombre y una figura ensombrecida. Sin embargo, en su visión Hou llevaba puesta la túnica de la orden. No se imaginaba que el joven tuviese un vestir tan... pobre.
- Me llamo Shieng. Dime... ¿Eres Hou Goukazaru?
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Sí, definitivamente debía de haber funcionado. Todo había salido a pedir de boca, claramente... Se podía ver en la expresión del tipo duro, en sus gestos, en cómo había comenzado a acercarse a él... Espera, ¿Qué? ¿Por qué hacía eso? ¿Habría podido destapar su perfecta interpretación tan rápido? Mierda. Quizá le hubiera venido bien ensayar un poco, aunque fuera mentalmente, pero no pudo evitar soltar todas aquellas tonterías al momento que le vinieron a la mente. Sí, se había puesto nervioso... Era humano, al menos en parte, ¿No? Fuera como fuere, aquel misterioso tipejo se había plantado frente a él y, justo cuando Hou se preparaba para defenderse de un posible ataque, posó una mano sobre su hombro, con gesto calmado, disculpándose.
- ¿Eh? -el chico ladeó la cabeza sin entender lo que estaba ocurriendo. ¿Era acaso alguna especie de plan para ganarse su confianza? ¿Para pillarle desprevenido? Quizá, pero ahora que se fijaba... No parecía tan mala gente. De hecho, aquella ropa que llevaba no tenía nada que ver con lo que sabía de los agentes del gobierno. Tal vez se hubiera equivocado, tal vez no- Sí... Supongo que sí -terminó respondiendo.
El contrario se apresuró a echar a toda esa chusma de allí con gesto autoritario, lo que por un momento le inspiró algo de respeto. No porque le tuviera miedo ni nada por el estilo, sino porque bajo aquella imagen afable y amigable se encontraba alguien que, como poco, debía ser tratado con precaución. Al menos esperaba que sus habilidades fueran más que suficientes para poder defenderse si la cosa se ponía fea. Siempre habían servido, así que no existía motivo alguno para pesar lo contrario. Hou soltó un pesado suspiro mientras observaba cómo el resto comenzaba a alejarse. Gestos de decepción, algún abucheo... Pero nadie parecía verse con ganas o con valor de contrariar al señor bombilla. "Je, Señor Bombilla... Esa tengo que apuntármela", pensó, dejando escapar una pequeña risa, de nuevo encontrándose en las nubes.
Ignoró por completo que el monje le estuviera analizando con la mirada y, de hecho, ni siquiera volvió a la Tierra hasta que este comenzó a hablar de nuevo. Tenía un nombre un tanto extraño, aunque supuso que no era el más indicado para decir aquello. Eso sí, sin duda el suyo era mucho más sencillo de pronunciar.
- Sí, así me llamo -contestó tras pensárselo un poco, cruzándose de brazos y mirando al contrario con gesto desafiante-. ¿Qué quieres exactamente de mí? ¿Por qué me conoces? ¿Cómo sabías que ibas a encontrarme aquí? ¿Por qué...? -se vio obligado a parar, pues su estómago había comenzado a rugir de nuevo, hambriento. Ya casi se había olvidado de lo que estaba haciendo antes de encontrarse con su nuevo amigo- ¿Por qué no... Hay ningún sitio para comer en esta puñetera isla?
De nuevo parecía haber perdido el hilo y, en esta ocasión, se le veía realmente abatido. No era así en realidad, pero Hou era un experto en exagerarlo todo y aquello no iba a ser ninguna excepción. Debían de haber pasado como poco seis horas desde la última vez que comió, cosa que supuso que su atención dejara de estar centrada del todo en Shieng. Suspiró con pesadez y le miró de nuevo, dejando ahora las manos en la cintura y mirándole con los labios torcidos.
- Vale, hacemos una cosa. Yo escucho todo lo que quieras decirme si me llevas a algún sitio donde pueda comer. ¿Qué te parece?
- ¿Eh? -el chico ladeó la cabeza sin entender lo que estaba ocurriendo. ¿Era acaso alguna especie de plan para ganarse su confianza? ¿Para pillarle desprevenido? Quizá, pero ahora que se fijaba... No parecía tan mala gente. De hecho, aquella ropa que llevaba no tenía nada que ver con lo que sabía de los agentes del gobierno. Tal vez se hubiera equivocado, tal vez no- Sí... Supongo que sí -terminó respondiendo.
El contrario se apresuró a echar a toda esa chusma de allí con gesto autoritario, lo que por un momento le inspiró algo de respeto. No porque le tuviera miedo ni nada por el estilo, sino porque bajo aquella imagen afable y amigable se encontraba alguien que, como poco, debía ser tratado con precaución. Al menos esperaba que sus habilidades fueran más que suficientes para poder defenderse si la cosa se ponía fea. Siempre habían servido, así que no existía motivo alguno para pesar lo contrario. Hou soltó un pesado suspiro mientras observaba cómo el resto comenzaba a alejarse. Gestos de decepción, algún abucheo... Pero nadie parecía verse con ganas o con valor de contrariar al señor bombilla. "Je, Señor Bombilla... Esa tengo que apuntármela", pensó, dejando escapar una pequeña risa, de nuevo encontrándose en las nubes.
Ignoró por completo que el monje le estuviera analizando con la mirada y, de hecho, ni siquiera volvió a la Tierra hasta que este comenzó a hablar de nuevo. Tenía un nombre un tanto extraño, aunque supuso que no era el más indicado para decir aquello. Eso sí, sin duda el suyo era mucho más sencillo de pronunciar.
- Sí, así me llamo -contestó tras pensárselo un poco, cruzándose de brazos y mirando al contrario con gesto desafiante-. ¿Qué quieres exactamente de mí? ¿Por qué me conoces? ¿Cómo sabías que ibas a encontrarme aquí? ¿Por qué...? -se vio obligado a parar, pues su estómago había comenzado a rugir de nuevo, hambriento. Ya casi se había olvidado de lo que estaba haciendo antes de encontrarse con su nuevo amigo- ¿Por qué no... Hay ningún sitio para comer en esta puñetera isla?
De nuevo parecía haber perdido el hilo y, en esta ocasión, se le veía realmente abatido. No era así en realidad, pero Hou era un experto en exagerarlo todo y aquello no iba a ser ninguna excepción. Debían de haber pasado como poco seis horas desde la última vez que comió, cosa que supuso que su atención dejara de estar centrada del todo en Shieng. Suspiró con pesadez y le miró de nuevo, dejando ahora las manos en la cintura y mirándole con los labios torcidos.
- Vale, hacemos una cosa. Yo escucho todo lo que quieras decirme si me llevas a algún sitio donde pueda comer. ¿Qué te parece?
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Las preguntas que el muchacho hacía eran lógicas, sin embargo... ¿Cómo podía contestarle? Nadie se creería que conocía de su existencia gracias a una visión otorgada por espíritus animales. Nadie se creería que dicha visión le dijo donde se iban a encontrar ellos dos y él tan solo tuvo que acudir en el momento exacto. Por suerte el hambre del muchacho habló por él antes de que pudiera responderle. El monje se llevó entonces la mano al interior de la túnica y sacó una hogaja de pan. Por suerte esta no se había roto durante la pelea con el borracho, sin embargo si que se había aplastado un poco. No importaba, aún servía para comer.
Le tendió el trozo de pan al chico y, con un gesto, le indicó que lo siguiera en camino. Se dirigiría hasta puerto, donde lo esperaban los mercantes que lo habían traído a cambio de una suma de dinero bastante alta, pues se veían rehacios a venir a Jaya. Sin embargo, el monje consiguió convencerles de que bajarán un poco el precio pues tendrían que estar muy poco tiempo en la isla. No tendrían ni que salir del barco. Por el camino habló:
- ¿Conoces el chi, Hou? El chi es lo que nos permite movernos, es lo que mantiene junto nuestro cuerpo, lo que lo une en un único ser. Sangre, órganos... pensamiento y alma. Es algo abstracto, todo hay que decirlo, perfectamente explicable gracias a las leyes de la naturaleza y la ciencia, sin embargo hay algo que no se puede negar. Y es que el chi nos hace poderosos. ¿Has visto ese fuego que he utilizado contra el pirata? Fuego, aire y tierra son los elementos que el chi nos permite controlar con esfuerzo y dedicación para, con el tiempo, encontrar el equilibrio interno con la mente. Tengo mis motivos para pensar, Hou que... Tú, tu cuerpo... es un recipiente enorme de chi. Tu potencial para controlarlo es brillante y no es algo que pueda ser desperdiciado, sin embargo... es tu decisión.
Cuando hubo terminado de hablar ya habían llegado a puerto. El barco mercante estaba allí, y uno de los marineros en cubierta pareció ver al monje desde arriba. El alivio podía verse en su cara. Se notaba que no le gustaba nada aquella isla.
- Puedo enseñarte a encontrar el equilibrio, lo que te dará un techo y comida. Lo único que tendrás que hacer es... aprender. Tú decides, Hou Goukazaru. Después de todo... nadie más que tú mismo puede elegir tu destino.
Le tendió el trozo de pan al chico y, con un gesto, le indicó que lo siguiera en camino. Se dirigiría hasta puerto, donde lo esperaban los mercantes que lo habían traído a cambio de una suma de dinero bastante alta, pues se veían rehacios a venir a Jaya. Sin embargo, el monje consiguió convencerles de que bajarán un poco el precio pues tendrían que estar muy poco tiempo en la isla. No tendrían ni que salir del barco. Por el camino habló:
- ¿Conoces el chi, Hou? El chi es lo que nos permite movernos, es lo que mantiene junto nuestro cuerpo, lo que lo une en un único ser. Sangre, órganos... pensamiento y alma. Es algo abstracto, todo hay que decirlo, perfectamente explicable gracias a las leyes de la naturaleza y la ciencia, sin embargo hay algo que no se puede negar. Y es que el chi nos hace poderosos. ¿Has visto ese fuego que he utilizado contra el pirata? Fuego, aire y tierra son los elementos que el chi nos permite controlar con esfuerzo y dedicación para, con el tiempo, encontrar el equilibrio interno con la mente. Tengo mis motivos para pensar, Hou que... Tú, tu cuerpo... es un recipiente enorme de chi. Tu potencial para controlarlo es brillante y no es algo que pueda ser desperdiciado, sin embargo... es tu decisión.
Cuando hubo terminado de hablar ya habían llegado a puerto. El barco mercante estaba allí, y uno de los marineros en cubierta pareció ver al monje desde arriba. El alivio podía verse en su cara. Se notaba que no le gustaba nada aquella isla.
- Puedo enseñarte a encontrar el equilibrio, lo que te dará un techo y comida. Lo único que tendrás que hacer es... aprender. Tú decides, Hou Goukazaru. Después de todo... nadie más que tú mismo puede elegir tu destino.
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El chico se había quedado observando al monje fijamente, esperando una respuesta afirmativa a la proposición de ir a comer. De hecho, en su interior ardía el deseo de que aquel tipo le invitara, de modo que no tuviera que gastar ni una sola de las monedas que con tanto esfuerzo, sudor y lágrimas había obtenido. Bueno, quizá esto último no fuera del todo cierto, pero sí que quería conservar el dinero. Nunca se sabe cuándo puede surgir algún gasto inesperado... Aunque, ¿La comida no sería un gasto inesperado en ese momento? Sí, quizá sí, pero si este corría a cargo de la cuenta del calvo mejor que mejor. Sus ojos brillaron de emoción en cuanto vio la hogaza de pan. Apenas vio cómo se la ofrecía extendió el brazo y la aferró con una rapidez inhumana. No era mucho, ni lo más delicioso que hubiera probado en su vida, por no decir que estaba bastante alejado de ser una buena comida, aunque era mucho más decente que lo que le daban sus amos en los calabozos. Aquella masa pastosa e insípida... Sí, definitivamente el pan sería mucho más delicioso que esa cosa.
- Fale -comenzó mientras masticaba-. Ze figo -concluyó, expresando su voluntad de hacerle caso y acompañarle por el momento.
Cuando Shieng comenzó a hablar Hou trató de prestarle toda la atención posible. Sin embargo, el hecho de hablar de cosas tan místicas y espirituales como lo era el "chi" hizo que rápidamente perdiera la concentración. Eso y que estaba muy ocupado engullendo el trozo de pan. No había que ser muy listo para darse cuenta de lo que quería. Pretendía que se uniera a alguna clase de secta disciplinada y aburrida, seguro. ¿Por qué iba a querer hacer él algo así? ¿Pretendía que renunciara a su libertad cuando apenas acababa de recuperarla? Ese tío había perdido la cabeza. Nadie en su sano juicio...
- ¡Espera! -gritó, deteniéndose en seco, casi atragantándose- ¿Me estás diciendo que podría aprender a controlar el fuego como tú? ¿Y la tierra? -su expresión era ahora más cercana a la de un niño al que le han regalado un juguete nuevo- ¿Es eso cierto? ¿Podría?
Había ignorado por completo casi todo el discurso, obviando los detalles de ser un gran "recipiente de chi", lo referente a su posible potencial e incluso a la oferta de techo y alimento. De hecho, se había olvidado por completo de lo que podría implicar ingresar en lo que fuera que pretendía meterle el Señor Bombilla. Ni siquiera se había parado a pensar si sería capaz de obedecer las normas que pudieran tener... Porque alguna habría, ¿No? Claro que sí, siempre las había, nadie daba algo sin esperar otra cosa a cambio y, probablemente, por su parte fuera un poco de disciplina y obediencia. Al menos no sería tan exagerado como la esclavitud, con un poco de suerte.
- No sé qué esperas lograr conmigo, viejo -prosiguió, adoptando una actitud un tanto más seria que antes-. Ni siquiera sé por qué crees ver tanto de ese Chi en mí. De hecho, creo que tampoco he llegado a entender demasiado bien lo que es. Si lo he entendido bien... ¿Pretendes volverme más fuerte? -parecía una forma bastante plana y básica de resumirlo, pero más o menos eso era lo que había entendido- No me considero alguien débil, pero podría ser interesante ver hasta dónde podría llegar... Y divertido -ahora sonrió ampliamente, satisfecho con el rumbo de la conversación-. Si es así, entonces pondré mi destino en tus manos.
Asintió repetidas veces, posando una mano en la cintura y cerrando los ojos. Poco después los abrió y alzó una mano, con el dedo índice apuntando hacia el cielo.
- Pero -cortó-. Yo no le pertenezco a nadie. Ya no. Así que, aunque te siga, pienso tener completa libertad para ir y venir cuando quiera, aunque puedas mandarme llamar de ser necesario -se cruzó de brazos-. Esas son mis condiciones si quieres que vaya contigo. Si las aceptas... ¿Qué me tocará obedecer? Hasta yo sé que siempre hay normas. Más aún cuando me ofreces conocimientos tan chachis. Venga, habla, habla.
- Fale -comenzó mientras masticaba-. Ze figo -concluyó, expresando su voluntad de hacerle caso y acompañarle por el momento.
Cuando Shieng comenzó a hablar Hou trató de prestarle toda la atención posible. Sin embargo, el hecho de hablar de cosas tan místicas y espirituales como lo era el "chi" hizo que rápidamente perdiera la concentración. Eso y que estaba muy ocupado engullendo el trozo de pan. No había que ser muy listo para darse cuenta de lo que quería. Pretendía que se uniera a alguna clase de secta disciplinada y aburrida, seguro. ¿Por qué iba a querer hacer él algo así? ¿Pretendía que renunciara a su libertad cuando apenas acababa de recuperarla? Ese tío había perdido la cabeza. Nadie en su sano juicio...
- ¡Espera! -gritó, deteniéndose en seco, casi atragantándose- ¿Me estás diciendo que podría aprender a controlar el fuego como tú? ¿Y la tierra? -su expresión era ahora más cercana a la de un niño al que le han regalado un juguete nuevo- ¿Es eso cierto? ¿Podría?
Había ignorado por completo casi todo el discurso, obviando los detalles de ser un gran "recipiente de chi", lo referente a su posible potencial e incluso a la oferta de techo y alimento. De hecho, se había olvidado por completo de lo que podría implicar ingresar en lo que fuera que pretendía meterle el Señor Bombilla. Ni siquiera se había parado a pensar si sería capaz de obedecer las normas que pudieran tener... Porque alguna habría, ¿No? Claro que sí, siempre las había, nadie daba algo sin esperar otra cosa a cambio y, probablemente, por su parte fuera un poco de disciplina y obediencia. Al menos no sería tan exagerado como la esclavitud, con un poco de suerte.
- No sé qué esperas lograr conmigo, viejo -prosiguió, adoptando una actitud un tanto más seria que antes-. Ni siquiera sé por qué crees ver tanto de ese Chi en mí. De hecho, creo que tampoco he llegado a entender demasiado bien lo que es. Si lo he entendido bien... ¿Pretendes volverme más fuerte? -parecía una forma bastante plana y básica de resumirlo, pero más o menos eso era lo que había entendido- No me considero alguien débil, pero podría ser interesante ver hasta dónde podría llegar... Y divertido -ahora sonrió ampliamente, satisfecho con el rumbo de la conversación-. Si es así, entonces pondré mi destino en tus manos.
Asintió repetidas veces, posando una mano en la cintura y cerrando los ojos. Poco después los abrió y alzó una mano, con el dedo índice apuntando hacia el cielo.
- Pero -cortó-. Yo no le pertenezco a nadie. Ya no. Así que, aunque te siga, pienso tener completa libertad para ir y venir cuando quiera, aunque puedas mandarme llamar de ser necesario -se cruzó de brazos-. Esas son mis condiciones si quieres que vaya contigo. Si las aceptas... ¿Qué me tocará obedecer? Hasta yo sé que siempre hay normas. Más aún cuando me ofreces conocimientos tan chachis. Venga, habla, habla.
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Una sonrisa se dibujó en el rostro del monje cuando el muchacho aceptó. Parecía más entusiasmado por el hecho de controlar los elementos que por otra cosa. Es más, parecía no haber prestado atención al asunto del chi. ¿Qué se le va a hacer? Todo había sido más sencillo de lo que Shieng esperaba. Tan solo esperaba que el mensaje de los espíritus del panteón fuese acertado y ser capaz de llevar a Hou por el buen camino. Porque si el no lo conseguía... tal vez termine como Zaheer. No, nadie más puede terminar como Zaheer. El monje se había propuesto aquello. Alejando esos pensamientos de su cabeza, se dirigió de nuevo al chico para responder a su última condición.
- Por supuesto. Nadie es esclavo de nadie en el Loto Blanco. Las almas libres son las que mejor se desenvuelven, pues las cadenas limitan nuestro potencial. En cuanto a las normas... Hay un credo. Una serie de mandamientos que ya te contaré con detalle. Si bien no son algo obligatorio de seguir, hay una que de ser incumplida manchará por completo tu alma y consciencia, evitando incluso que tu poder llegue al máximo potencial... actuando como las propias cadenas de un esclavo. Cada vida es sagrada, Hou. Recuerda eso. La compasión y el perdón es lo que hace al alma pura y grande. Si eres capaz de perdonar la vida al peor de los hombres... Serás capaz de alcanzar el más completo equilibrio.
Se dispuso a indicar el camino hasta el barco al joven cuando de golpe algo golpeó su espalda. Algo que provocó el ruido de cristal quebrándose y mojó su espalda. El olor a alcohol y cerveza llegó hasta él. Se giró para ver al pirata gordo de antes con tres personas detrás. ¿Era esa su banda?
- ¿Creías que te ibas a ir así como así después de humillarme de esa forma, calvo?
- Por supuesto. Nadie es esclavo de nadie en el Loto Blanco. Las almas libres son las que mejor se desenvuelven, pues las cadenas limitan nuestro potencial. En cuanto a las normas... Hay un credo. Una serie de mandamientos que ya te contaré con detalle. Si bien no son algo obligatorio de seguir, hay una que de ser incumplida manchará por completo tu alma y consciencia, evitando incluso que tu poder llegue al máximo potencial... actuando como las propias cadenas de un esclavo. Cada vida es sagrada, Hou. Recuerda eso. La compasión y el perdón es lo que hace al alma pura y grande. Si eres capaz de perdonar la vida al peor de los hombres... Serás capaz de alcanzar el más completo equilibrio.
Se dispuso a indicar el camino hasta el barco al joven cuando de golpe algo golpeó su espalda. Algo que provocó el ruido de cristal quebrándose y mojó su espalda. El olor a alcohol y cerveza llegó hasta él. Se giró para ver al pirata gordo de antes con tres personas detrás. ¿Era esa su banda?
- ¿Creías que te ibas a ir así como así después de humillarme de esa forma, calvo?
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Hou ladeó la cabeza ante el último discurso del monje. Perdonar vidas... No recordaba haber quitado una nunca, y de haberlo hecho sería en aquel tramo que no era capaz de rememorar. Lo dudaba, pues prácticamente ocupaba solo su infancia y pre-adolescencia. Si esa era la única condición que debía obedecer a rajatabla no debería haber ningún problema. El odio no era algo que tuviera cabida en su forma de ser. Si nunca había llegado a mostrarlo contra sus amos, pese al trato infrahumano que recibía, dudaba que alguien pudiera hacerle llegar hasta ese punto. Vivir bien es tomarse la vida con el punto de vista adecuado, y eso era lo que hacía él. ¿Para qué llenarse de preocupaciones cuando podías, simplemente, cuidarte a ti mismo? La venganza tan solo traía problemas... Y era aburrida. No. Estaba seguro de que podría cumplir con ello.
- Muy bien, en ese caso acepto -respondió finalmente, en un tono alegre y cordial- ¿Dónde vamos, entonces?
Ese tipo le había caído bien, cosa que de por sí no era muy difícil, pero en cierto sentido lo logró de forma especial. Era distinto y parecía ser buena persona, aunque quizá fuera demasiado pronto para asegurarlo. En cualquier caso, pese a que no era lo más prudente, Hou confiaba plenamente en lo que le había dicho, así que más le valía que no fuera todo una treta... O estaría en problemas. Aunque quizá estos llegasen antes de lo esperado.
- ¡Ey! -exclamó, notablemente molesto, mirando de lado al tipo gordinflón de antes y a unos cuantos tipejos más- ¿No sabéis que es de mala educación tirarle cosas por la espalda a los calvos? ¡No respetáis su problema! -negó con la cabeza mientras hacía sonidos de desaprobación con la lengua- Si estás cabreado porque has perdido el juego practica más. Venir con amigos es trampa.
Los integrantes de aquel grupo criminal de poca monta se miraron entre sí, algo confusos porque alguien tan joven se mostrase despreocupado ante la inminente pelea que iba a tener lugar allí. Uno de ellos empezó a reírse, mientras que el gordo, que parecía ser quien más cabreado estaba, sacó un cuchillo de entre sus andrajosas ropas.
- Mira, crío... No te metas donde no te llamas. Esto es entre el calvo y yo, así que no te metas si no quieres irte calentito a casa -gruñó, arrugando la nariz más y más con cada palabra que pronunciaba. Parecía seguir aún algo ebrio.
Hou, sin embargo, había dejado de prestarle atención al triste grupo y ahora se encontraba analizando con la mirada la ropa Shieng. Apestaba de la misma forma que los esos piratas, y probablemente aquella mancha no saliera con facilidad. Una pena, pues el hombre parecía ser una persona bastante humilde pese a todo, así que quizá tuviera que resignarse a intentar limpiarla lo mejor que pudiera. Lástima.
- ¿¡Pero me estás escuchando, mocoso!? -bramó el fofo de nuevo al ver que no le estaba prestando atención.
- Que sí, pesado... -la mirada del castaño se clavó sobre la del cabecilla, quien se sobresaltó al momento. Su expresión ya no era tan risueña como antes, pues sus ojos ahora parecían desafiar al grupo. Tenía el ceño fruncido y sus labios habían dibujado una sonrisa que denotaba una confianza y seguridad absolutas- Muy bien, si queréis jugar yo haré equipo con él. Cuatro contra dos será un poco más justo, ¿no creéis?
Comenzó a avanzar hacia ellos con calma, casi sin parpadear y, por supuesto, sin cortar el contacto visual. El gorila parecía haberse puesto un tanto nervioso ante aquel cambio de actitud tan repentino, por lo que precisó unos pocos segundos para recuperarse del shock. La gente de la zona había vuelto a centrar su atención en ellos, para variar, al intuir el inicio de una nueva pelea. ¿Cuántas irían ya en lo que llevaban de día?
- T-tú, ve a por él. No quiero tener que estar pendiente de un crío, tengo cosas más importantes de las que ocuparme -ordenó, con palpable inseguridad en su tono, ante lo que uno de los otros tres, armado con un palo grueso, avanzó rápidamente hacia el castaño.
"Supongo que es una buena oportunidad para mostrarle lo que sé hacer", se dijo a sí mismo, deteniendo su avance y esperando a que su agresor estuviera más cerca. No había que ser muy listo para prever lo que pretendía, y en cuanto el pirata alzó el palo para atacarle desde arriba, Hou se limitó a extender el brazo y sujetarlo con la mano, parando el golpe en seco. El contrario abrió los ojos como platos, casi sin llegar a creerse que aquel mocoso hubiera podido detener eso con tanta facilidad. La mano del chico comenzó a apretar más y más la madera, haciéndola crujir en el interior.
- Mi turno.
Comenzó a girar sobre sí mismo, dando un fuerte tirón para arrebatarle el arma a su oponente, quien se vio obligado a soltarla y ver cómo salía por los aires. Aún girando Hou dio un salto en el sitio y, aprovechando la inercia de su movimiento, estiró la pierna en una patada que alcanzó de lleno al pirata, quien le sacaba como poco dos cabezas. Tras trastabillar, retrocediendo, cayó de espaldas al suelo con la nariz rota, gimiendo de dolor. Los inesperados espectadores enmudecieron al ver esto.
- ¡Bien! -gritó, animado- Hou uno, Gordinflon cero. ¿Quién es el siguiente?
- Muy bien, en ese caso acepto -respondió finalmente, en un tono alegre y cordial- ¿Dónde vamos, entonces?
Ese tipo le había caído bien, cosa que de por sí no era muy difícil, pero en cierto sentido lo logró de forma especial. Era distinto y parecía ser buena persona, aunque quizá fuera demasiado pronto para asegurarlo. En cualquier caso, pese a que no era lo más prudente, Hou confiaba plenamente en lo que le había dicho, así que más le valía que no fuera todo una treta... O estaría en problemas. Aunque quizá estos llegasen antes de lo esperado.
- ¡Ey! -exclamó, notablemente molesto, mirando de lado al tipo gordinflón de antes y a unos cuantos tipejos más- ¿No sabéis que es de mala educación tirarle cosas por la espalda a los calvos? ¡No respetáis su problema! -negó con la cabeza mientras hacía sonidos de desaprobación con la lengua- Si estás cabreado porque has perdido el juego practica más. Venir con amigos es trampa.
Los integrantes de aquel grupo criminal de poca monta se miraron entre sí, algo confusos porque alguien tan joven se mostrase despreocupado ante la inminente pelea que iba a tener lugar allí. Uno de ellos empezó a reírse, mientras que el gordo, que parecía ser quien más cabreado estaba, sacó un cuchillo de entre sus andrajosas ropas.
- Mira, crío... No te metas donde no te llamas. Esto es entre el calvo y yo, así que no te metas si no quieres irte calentito a casa -gruñó, arrugando la nariz más y más con cada palabra que pronunciaba. Parecía seguir aún algo ebrio.
Hou, sin embargo, había dejado de prestarle atención al triste grupo y ahora se encontraba analizando con la mirada la ropa Shieng. Apestaba de la misma forma que los esos piratas, y probablemente aquella mancha no saliera con facilidad. Una pena, pues el hombre parecía ser una persona bastante humilde pese a todo, así que quizá tuviera que resignarse a intentar limpiarla lo mejor que pudiera. Lástima.
- ¿¡Pero me estás escuchando, mocoso!? -bramó el fofo de nuevo al ver que no le estaba prestando atención.
- Que sí, pesado... -la mirada del castaño se clavó sobre la del cabecilla, quien se sobresaltó al momento. Su expresión ya no era tan risueña como antes, pues sus ojos ahora parecían desafiar al grupo. Tenía el ceño fruncido y sus labios habían dibujado una sonrisa que denotaba una confianza y seguridad absolutas- Muy bien, si queréis jugar yo haré equipo con él. Cuatro contra dos será un poco más justo, ¿no creéis?
Comenzó a avanzar hacia ellos con calma, casi sin parpadear y, por supuesto, sin cortar el contacto visual. El gorila parecía haberse puesto un tanto nervioso ante aquel cambio de actitud tan repentino, por lo que precisó unos pocos segundos para recuperarse del shock. La gente de la zona había vuelto a centrar su atención en ellos, para variar, al intuir el inicio de una nueva pelea. ¿Cuántas irían ya en lo que llevaban de día?
- T-tú, ve a por él. No quiero tener que estar pendiente de un crío, tengo cosas más importantes de las que ocuparme -ordenó, con palpable inseguridad en su tono, ante lo que uno de los otros tres, armado con un palo grueso, avanzó rápidamente hacia el castaño.
"Supongo que es una buena oportunidad para mostrarle lo que sé hacer", se dijo a sí mismo, deteniendo su avance y esperando a que su agresor estuviera más cerca. No había que ser muy listo para prever lo que pretendía, y en cuanto el pirata alzó el palo para atacarle desde arriba, Hou se limitó a extender el brazo y sujetarlo con la mano, parando el golpe en seco. El contrario abrió los ojos como platos, casi sin llegar a creerse que aquel mocoso hubiera podido detener eso con tanta facilidad. La mano del chico comenzó a apretar más y más la madera, haciéndola crujir en el interior.
- Mi turno.
Comenzó a girar sobre sí mismo, dando un fuerte tirón para arrebatarle el arma a su oponente, quien se vio obligado a soltarla y ver cómo salía por los aires. Aún girando Hou dio un salto en el sitio y, aprovechando la inercia de su movimiento, estiró la pierna en una patada que alcanzó de lleno al pirata, quien le sacaba como poco dos cabezas. Tras trastabillar, retrocediendo, cayó de espaldas al suelo con la nariz rota, gimiendo de dolor. Los inesperados espectadores enmudecieron al ver esto.
- ¡Bien! -gritó, animado- Hou uno, Gordinflon cero. ¿Quién es el siguiente?
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Shieng sonrió al ver como el muchacho se desenvolvía en combate. Sin duda, parecía alguien que ya había probado ese estilo de vida. El cuerpo del pirata golpeó el suelo por segunda vez aquel día, como si el propio destino no quisiese que las humillaciones del pobre hombre terminaran. Todos enmudecieron ante aquello, pero no tardaron en ponerse de nuevo al ataque.
"Debería haber traído mi bastón..."
Mientras uno de los hombres se dirigía hacia Hou dispuesto a vengar a su líder, el cual estaba empezando a levantarse, los otros dos fueron directos hacia Shieng. Uno de ellos tenía puesto un recubrimiento de metal en los nudillos mientras que el otro llevaba un enorme garrote de madera en la mano, el cual alzaba de forma amenazante. El puño de metal fue dirigido, como no, a su pecho, por el único y simple motivo de que el monje era demasiado alto para que el pirata llegara a su rostro. El monje se movió ligeramente hacia atrás, haciendo que el pirata golpease nada y estuviese a punto de caer hacia delante por su propio peso.
El monje aprovechó y agarró la muñeca del pirata. Giró sobre si mismo hasta poner el brazo de su atacante justo en su espalda. Después giró sin soltarlo y... El garrote, originalmente dirigido a atacar al monje, golpeó la cabeza del pirata con fuerza dejándolo inconsciente. De una patada, el monje lanzó el cuerpo inconsciente del pirata contra el que blandía el garrote, el cual cayó trastabillando con sus propios pies. Cayó al suelo quedando debajo de su compañero y el garrote dejó su mano. Empezó a arrastrarse con el propósito de recuperarlo, pero Shieng fue más rápido. De su puño salió una llama de fuego que impactó en el suelo, justo entre la mano el garrote, a modo de advertencia para que el pirata no se levantara. Después alejó el garrote de allí de una patada. Tan solo esperaba que Hou se estuviese defendiendo bien.
"Debería haber traído mi bastón..."
Mientras uno de los hombres se dirigía hacia Hou dispuesto a vengar a su líder, el cual estaba empezando a levantarse, los otros dos fueron directos hacia Shieng. Uno de ellos tenía puesto un recubrimiento de metal en los nudillos mientras que el otro llevaba un enorme garrote de madera en la mano, el cual alzaba de forma amenazante. El puño de metal fue dirigido, como no, a su pecho, por el único y simple motivo de que el monje era demasiado alto para que el pirata llegara a su rostro. El monje se movió ligeramente hacia atrás, haciendo que el pirata golpease nada y estuviese a punto de caer hacia delante por su propio peso.
El monje aprovechó y agarró la muñeca del pirata. Giró sobre si mismo hasta poner el brazo de su atacante justo en su espalda. Después giró sin soltarlo y... El garrote, originalmente dirigido a atacar al monje, golpeó la cabeza del pirata con fuerza dejándolo inconsciente. De una patada, el monje lanzó el cuerpo inconsciente del pirata contra el que blandía el garrote, el cual cayó trastabillando con sus propios pies. Cayó al suelo quedando debajo de su compañero y el garrote dejó su mano. Empezó a arrastrarse con el propósito de recuperarlo, pero Shieng fue más rápido. De su puño salió una llama de fuego que impactó en el suelo, justo entre la mano el garrote, a modo de advertencia para que el pirata no se levantara. Después alejó el garrote de allí de una patada. Tan solo esperaba que Hou se estuviese defendiendo bien.
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El chico alzó una ceja al ver cómo, pese al golpe que había propinado a uno del grupo, no parecían haber perdido la voluntad de seguir combatiendo. ¿Esa gente no sabía cuándo se debe tirar la toalla? Por lo visto, la respuesta era un claro y tajante "no". Su nuevo oponente no blandía un palo, sino un sable de hierro, lo cual solo aumentaba la emoción del momento. Por su parte, Shieng parecía estar lidiando con dos de los piratas, cuyo número no parecía resultar una ventaja contra el monje, sino todo lo contrario. Estaba haciéndoles bailar al son de sus movimientos, ayudándose de sus propias armas y ataques para dejarles fuera de combate. Era bastante bueno, debía reconocerlo, y...
- ¡Ey! -exclamó, retrocediendo apenas una fracción de segundo antes de que el filo de un sable pasara por el mismo lugar donde se encontraba su cuello un parpadeo atrás- ¿Estás loco? ¿No ves que podrías haberme matado?
El contrario ni siquiera respondió, pues se limitó a continuar su ofensiva, lanzando tajos a diestro y siniestro, intentando pillar a Hou con la guardia baja. El castaño, sin embargo, había vuelto a centrar su atención en él y, pese a que era notablemente más habilidoso que el matón al que ya había tumbado, pudo predecir sin mucha dificultad sus ataques, evadiendo todos y cada uno de ellos. Se había salvado por un pelo. Quizá debía dejar de dejarse impresionar por las habilidades del calvo de momento y esperar a haberse deshecho de aquellos borrachos. Probablemente evitaría tener una muerte estúpida de forma tan precipitada... Especialmente cuando apenas llevaba un tiempo lejos del yugo de la esclavitud.
- Oye, ¿no crees que es injusto que tú lleves armas y yo no? -comenzó a quejarse, aún evadiendo los ataques del otro, quien parecía especialmente interesado en ensartarle con aquella cosa. Tal vez sintiera atracción hacia él, viendo aquella obsesión en su mirada... Lo mismo podía convencerle de detener la pelea si le proponía alguna cosa subida de tono. Aunque, pensándolo bien... No era precisamente su tipo. Muy poco pecho y demasiado hombre, me temo. Aún perdido en ese pensamiento, durante el movimiento derivado del combate, el chico pudo percibir el palo que había arrancado de las manos del anterior pirata y, tras esquivar un último tajo, se ayudó del pie para alzarlo y tomarlo con una mano- Muy bien. Ahora voy en serio.
Apenas era un trozo de madera, por lo que debía evitar a toda costa el filo del sable si quería evitar ser desarmado o quedarse con un arma inservible. Hou la hizo girar entre sus manos, realizando movimientos rápidos para distraer al contrario y volver sus golpes mucho más torpes. Vio venir una estocada y, adelantándose a esta, ladeó el cuerpo y golpeó el acero por la parte roma, desviando el golpe y desequilibrando al pirata. Lo que siguió fue ni más ni menos que una tormenta de golpes. Primero arremetió con su improvisada arma hacia el estómago, cortándole la respiración al pobre hombre. Justo después le hizo volver a erguirse con un golpe directo en el rostro, ascendente, para continuar moviéndose a su alrededor atacando con rapidez desde distintos ángulos, manteniéndole prácticamente en el mismo sitio. Tras unos segundos, durante los cuales su oponente soltó el arma por falta de fuerzas, el castaño apoyó el palo en el suelo, impulsándose hacia el frente a modo de pértiga corta, y concluyó la pelea con una doble patada en el torso del enemigo, quien retrocedió un par de metros por los aires antes de desplomarse en el suelo.
- No está mal, ¿eh? -presumió, haciendo girar de nuevo el arma y apoyándola en su hombro antes de volver su atención hacia Shieng. No parecía tener muchos problemas.
- ¡Ey! -exclamó, retrocediendo apenas una fracción de segundo antes de que el filo de un sable pasara por el mismo lugar donde se encontraba su cuello un parpadeo atrás- ¿Estás loco? ¿No ves que podrías haberme matado?
El contrario ni siquiera respondió, pues se limitó a continuar su ofensiva, lanzando tajos a diestro y siniestro, intentando pillar a Hou con la guardia baja. El castaño, sin embargo, había vuelto a centrar su atención en él y, pese a que era notablemente más habilidoso que el matón al que ya había tumbado, pudo predecir sin mucha dificultad sus ataques, evadiendo todos y cada uno de ellos. Se había salvado por un pelo. Quizá debía dejar de dejarse impresionar por las habilidades del calvo de momento y esperar a haberse deshecho de aquellos borrachos. Probablemente evitaría tener una muerte estúpida de forma tan precipitada... Especialmente cuando apenas llevaba un tiempo lejos del yugo de la esclavitud.
- Oye, ¿no crees que es injusto que tú lleves armas y yo no? -comenzó a quejarse, aún evadiendo los ataques del otro, quien parecía especialmente interesado en ensartarle con aquella cosa. Tal vez sintiera atracción hacia él, viendo aquella obsesión en su mirada... Lo mismo podía convencerle de detener la pelea si le proponía alguna cosa subida de tono. Aunque, pensándolo bien... No era precisamente su tipo. Muy poco pecho y demasiado hombre, me temo. Aún perdido en ese pensamiento, durante el movimiento derivado del combate, el chico pudo percibir el palo que había arrancado de las manos del anterior pirata y, tras esquivar un último tajo, se ayudó del pie para alzarlo y tomarlo con una mano- Muy bien. Ahora voy en serio.
Apenas era un trozo de madera, por lo que debía evitar a toda costa el filo del sable si quería evitar ser desarmado o quedarse con un arma inservible. Hou la hizo girar entre sus manos, realizando movimientos rápidos para distraer al contrario y volver sus golpes mucho más torpes. Vio venir una estocada y, adelantándose a esta, ladeó el cuerpo y golpeó el acero por la parte roma, desviando el golpe y desequilibrando al pirata. Lo que siguió fue ni más ni menos que una tormenta de golpes. Primero arremetió con su improvisada arma hacia el estómago, cortándole la respiración al pobre hombre. Justo después le hizo volver a erguirse con un golpe directo en el rostro, ascendente, para continuar moviéndose a su alrededor atacando con rapidez desde distintos ángulos, manteniéndole prácticamente en el mismo sitio. Tras unos segundos, durante los cuales su oponente soltó el arma por falta de fuerzas, el castaño apoyó el palo en el suelo, impulsándose hacia el frente a modo de pértiga corta, y concluyó la pelea con una doble patada en el torso del enemigo, quien retrocedió un par de metros por los aires antes de desplomarse en el suelo.
- No está mal, ¿eh? -presumió, haciendo girar de nuevo el arma y apoyándola en su hombro antes de volver su atención hacia Shieng. No parecía tener muchos problemas.
Shieng Long
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El monje golpeó en el estómago con el pie a uno de los piratas que venía a por él, para después girar sobre su propio talón y, con el mismo pie, golpear en la cara a uno que se acercaba por su derecha. Se mantuvo en una posición de lucha con una pierna levantada, observando a su alrededor. Los piratas lo rodeaban y parecía que la idea de querer atacarle se desvanecía poco a poco, al ver como el monje se desenvolvía en combate. El monje sabía que aquel era el momento. Giró sobre si mismo y saltó, dando un giro sobre su propio cuerpo en el aire expulsando llamas con el pie para después aterrizar con un puño alzado, expulsando llamas a su alrededor.
Los piratas parecieron captar el mensaje, pues pronto empezaron a correr para alejarse del lugar, casi tropezándose ellos solos. El hombre gordo que parecía liderarlos los perseguía, casi exhausto.
- ¡Esperad! -gritaba, algo desesperado.
Shieng se levantó con cuidado mientras las llamas se extinguían. Hizo un gesto con el cuello, como intentando quitarse la molestia de un mal gesto. No estaba acostumbrado a pelear, debido a las pacíficas sendas de la orden. Se acercó a Hou, el cual parecía llevar un palo que, muy posiblemente, hubiese quitado a alguno de los piratas.
- Lamento la interrupción, Hou... ¿Nos vamos? -dijo, señalando al barco.
Los piratas parecieron captar el mensaje, pues pronto empezaron a correr para alejarse del lugar, casi tropezándose ellos solos. El hombre gordo que parecía liderarlos los perseguía, casi exhausto.
- ¡Esperad! -gritaba, algo desesperado.
Shieng se levantó con cuidado mientras las llamas se extinguían. Hizo un gesto con el cuello, como intentando quitarse la molestia de un mal gesto. No estaba acostumbrado a pelear, debido a las pacíficas sendas de la orden. Se acercó a Hou, el cual parecía llevar un palo que, muy posiblemente, hubiese quitado a alguno de los piratas.
- Lamento la interrupción, Hou... ¿Nos vamos? -dijo, señalando al barco.
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Hou se limitó, tras haberse quitado de encima a ese último pirata, a observar el combate del monje. Al igual que en el anterior asalto nada parecía indicar que Shieng se encontrase en problemas, sino todo lo contrario; aquellos tipos comenzaban a darse cuenta del lío en el que se estaban metiendo por desafiar a ese hombre. Ni siquiera pudo disimular su sonrisa mientras miraba a todos, emocionado, ante la posibilidad de llegar a ser capaz de hacer gala de aquellas extrañas habilidades que gastaba el monje. Sus ojos se abrieron como platos cuando, finalmente, el contrario concluyó el combate con un despliegue de fuego que llegó a intimidar al propio Hou por un instante. Los piratas no tardaron en darse a la fuga tras las llamaradas y, de forma un tanto más torpe, el jefe gordinflón salió tras ellos.
- Así que... Ese es el fuego que me enseñará a usar, ¿eh? -murmuró para sí mismo, claramente emocionado.
La gente de alrededor parecía igualmente sorprendida e incluso intimidada. Tanto que el círculo que se había formado por los espontáneos espectadores, ahora roto tras la huida de los piratas, se expandió unos cuantos metros, disolviéndose poco después. No parecían querer tener nada que ver ni con el castaño ni con su inminente tutor. Algunos dirigieron hacia ellos miradas de desconcierto mientras que, otros, cargaban sus ojos de temor o desprecio. Quizá porque les considerasen bichos raros... O sujetos de los cuales es mejor mantener cierta distancia, solo por si acaso. No iba a culparles por ello, y mucho menos después de aquella pequeña exhibición. En cierto sentido Hou se sentía un tanto decepcionado. Estaba en el paraíso, pero la gente no parecía tan exageradamente fuerte como escuchó durante su cautiverio. Tal vez porque había ido a dar con un grupo de incompetentes, pero igualmente se sentía algo vacío. Al menos Shieng parecía cumplir bastante bien con sus expectativas, lo cual era realmente alentador. Si iba a estar bajo las directrices de alguien que podía comandar el propio fuego... ¿Hasta qué punto sería capaz de llegar él?
- ¿Ah? -ladeó la cabeza al escuchar las palabras del monje, dedicándole una amplia sonrisa- ¡Claro!
Bajó el palo que le había arrebatado a uno de los piratas, manteniéndose pensativo por un momento. Se había dejado llevar por su instinto, pero estaba claro que no era casualidad. Nadie maneja así un arma por tener suerte. ¿Cuándo y dónde habría aprendido a pelear con ese tipo de instrumento? ¿Quizá en aquella etapa de su vida que no era capaz de recordar? Dejó escapar un suspiro de sus labios y soltó el trozo de madera, dejándolo caer al suelo. ¿Qué más daba? Su pasado poco importaba ya. Tenía una nueva vida y, tras lo ocurrido durante aquel día, prometía bastante.
- Oye, Shieng -su mirada se había clavado en la pequeña embarcación de mercaderes que permanecía amarrada en los muelles de Jaya, la cual parecía ser su transporte-. Tienes que enseñarme a hacer eso con el fuego. Forma parte del trato, ¿eh?
- Así que... Ese es el fuego que me enseñará a usar, ¿eh? -murmuró para sí mismo, claramente emocionado.
La gente de alrededor parecía igualmente sorprendida e incluso intimidada. Tanto que el círculo que se había formado por los espontáneos espectadores, ahora roto tras la huida de los piratas, se expandió unos cuantos metros, disolviéndose poco después. No parecían querer tener nada que ver ni con el castaño ni con su inminente tutor. Algunos dirigieron hacia ellos miradas de desconcierto mientras que, otros, cargaban sus ojos de temor o desprecio. Quizá porque les considerasen bichos raros... O sujetos de los cuales es mejor mantener cierta distancia, solo por si acaso. No iba a culparles por ello, y mucho menos después de aquella pequeña exhibición. En cierto sentido Hou se sentía un tanto decepcionado. Estaba en el paraíso, pero la gente no parecía tan exageradamente fuerte como escuchó durante su cautiverio. Tal vez porque había ido a dar con un grupo de incompetentes, pero igualmente se sentía algo vacío. Al menos Shieng parecía cumplir bastante bien con sus expectativas, lo cual era realmente alentador. Si iba a estar bajo las directrices de alguien que podía comandar el propio fuego... ¿Hasta qué punto sería capaz de llegar él?
- ¿Ah? -ladeó la cabeza al escuchar las palabras del monje, dedicándole una amplia sonrisa- ¡Claro!
Bajó el palo que le había arrebatado a uno de los piratas, manteniéndose pensativo por un momento. Se había dejado llevar por su instinto, pero estaba claro que no era casualidad. Nadie maneja así un arma por tener suerte. ¿Cuándo y dónde habría aprendido a pelear con ese tipo de instrumento? ¿Quizá en aquella etapa de su vida que no era capaz de recordar? Dejó escapar un suspiro de sus labios y soltó el trozo de madera, dejándolo caer al suelo. ¿Qué más daba? Su pasado poco importaba ya. Tenía una nueva vida y, tras lo ocurrido durante aquel día, prometía bastante.
- Oye, Shieng -su mirada se había clavado en la pequeña embarcación de mercaderes que permanecía amarrada en los muelles de Jaya, la cual parecía ser su transporte-. Tienes que enseñarme a hacer eso con el fuego. Forma parte del trato, ¿eh?
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