Shieng Long
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Saberes
Akuma no mi
Varios
- ¿Y dice que con estas hojas de jazmín se puede hacer el mejor té del país?
- Por supuesto, señor. Elegidas por el mismísimo General Iroh. Usted no es de aquí, así que supongo que no lo conocerá. Puede confiar en mi palabra de que el General Iroh es el mayor entusiasta del té que existe en el imperio. El té de jazmín es receta suya.
- Vaya, interesante. Póngame unas pocas, por favor.
El monje salió de la tetería con una pequeña caja de madera entre las manos. La abrió ligeramente y se la acercó a la nariz, inhalando el suave aroma del jazmín que acababa de comprar. Aquel hombre le había dicho la verdad. Eran las hojas favoritas de su padre. El monje aún no sabía muy bien porque había decidido volver a Reddo. Estaba seguro al cien por cien de que nadie le reconocería, a menos que fuese alguien muy conocido y lo viese de cerca. Y aún así debería intentar ser capaz de ver más allá de la cabeza afeitada y su edad, pues cuando el príncipe Kazemaru desapareció rondaba la veintena. Miró a lo lejos como se alzaba el palacio que una vez llamó hogar. Sonrió y se dirigió hacia allí. Sabía que los jardines eran de acceso público para todo aquel que quisiese pasearse entre su belleza. Tenía pensado pararse por allí y preparar su té al aire libre, impregnado por la nostalgia. ¿Quién sabe? Tenía el presentimiento de que todo iba a salir bien.
Llegó hasta los jardines y entró, saludando a los guardias apostados en la entrada. Los cerezos se alzaban, dejando escapar varias de sus rosadas hojas. Se acercó a uno de los árboles y abrió su mochila, sacando de esta un mantel que extendió en el suelo. Se sentó encima y, junto al mantel, empezó a juntar unos cuantos trozos de madera y colocar una estructura metálica. Con un dedo disparó una pequeña bola de fuego que creó una pequeña llama en la madera. Entonces colocó encima del fuego, colgando de la estructura metálica, su tetera. Vació la bota de agua que llevaba en esta. En cuanto empezase a hervir, sería el momento de echar el jazmín.
- Por supuesto, señor. Elegidas por el mismísimo General Iroh. Usted no es de aquí, así que supongo que no lo conocerá. Puede confiar en mi palabra de que el General Iroh es el mayor entusiasta del té que existe en el imperio. El té de jazmín es receta suya.
- Vaya, interesante. Póngame unas pocas, por favor.
El monje salió de la tetería con una pequeña caja de madera entre las manos. La abrió ligeramente y se la acercó a la nariz, inhalando el suave aroma del jazmín que acababa de comprar. Aquel hombre le había dicho la verdad. Eran las hojas favoritas de su padre. El monje aún no sabía muy bien porque había decidido volver a Reddo. Estaba seguro al cien por cien de que nadie le reconocería, a menos que fuese alguien muy conocido y lo viese de cerca. Y aún así debería intentar ser capaz de ver más allá de la cabeza afeitada y su edad, pues cuando el príncipe Kazemaru desapareció rondaba la veintena. Miró a lo lejos como se alzaba el palacio que una vez llamó hogar. Sonrió y se dirigió hacia allí. Sabía que los jardines eran de acceso público para todo aquel que quisiese pasearse entre su belleza. Tenía pensado pararse por allí y preparar su té al aire libre, impregnado por la nostalgia. ¿Quién sabe? Tenía el presentimiento de que todo iba a salir bien.
Llegó hasta los jardines y entró, saludando a los guardias apostados en la entrada. Los cerezos se alzaban, dejando escapar varias de sus rosadas hojas. Se acercó a uno de los árboles y abrió su mochila, sacando de esta un mantel que extendió en el suelo. Se sentó encima y, junto al mantel, empezó a juntar unos cuantos trozos de madera y colocar una estructura metálica. Con un dedo disparó una pequeña bola de fuego que creó una pequeña llama en la madera. Entonces colocó encima del fuego, colgando de la estructura metálica, su tetera. Vació la bota de agua que llevaba en esta. En cuanto empezase a hervir, sería el momento de echar el jazmín.
Abby
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Akuma no mi
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Todo iba bien para Azula. Todo. En sus manos controlaba quien entraba y quién salía del imperio. Su familia estaba bien. ¿Qué podría ir mal? La princesa, envuelta en un albornoz rojo de seda, salió hacia el balcón de sus aposentos e inhaló el fresco aire que cernía sobre Reddo Teikoku. Le encantaba el olor de humo de las chimeneas mezclado con una suave fragancia de mar. Era un buen día, incluso hacía sol y los pájaros cantaban en el cielo. Quizás demasiado bueno...
La princesa abandonó el balcón y desechó su albornoz para vestir las típicas vestimentas del imperio. En este caso su armadura de cuero. Se colocó la corona frente al espejo. Le encantaba mirarse durante horas, siempre se embelesaba con su propia belleza. Llamaron a la puerta con premura. Acercó hasta ella y la abrió, cruzándose de brazos mientras un guardia le hacía una reverencia.
-¿Qué ocurre? - Inquirió.
-Alteza, en los jardines hay un señor preparando té.
-¿Y qué? ¿Los jardines son de uso público por desgracia, qué queréis que haga?
-Solo la advertimos de que podría ser peligroso, nadie prepara té en medio de unos jardines. Podría ser uno de los últimos revolucionarios que pertenecía a la banda que mandó a prisión.
La princesa rodó los ojos y salió de la habitación.
-Fuera de mi vista - Ordenó -. Yo misma me encargaré.
Abandonó el palacio real con prisa hasta adentrarse en los bellos jardines llenos de vida y allí estaba, encontró a un peculiar hombre preparando té. Azula se quedó tan solo a unos metros de distancia, observándolo. Probablemente él se hubiese dado cuenta de que la vio, pero la princesa prefirió guardar silencio.
La princesa abandonó el balcón y desechó su albornoz para vestir las típicas vestimentas del imperio. En este caso su armadura de cuero. Se colocó la corona frente al espejo. Le encantaba mirarse durante horas, siempre se embelesaba con su propia belleza. Llamaron a la puerta con premura. Acercó hasta ella y la abrió, cruzándose de brazos mientras un guardia le hacía una reverencia.
-¿Qué ocurre? - Inquirió.
-Alteza, en los jardines hay un señor preparando té.
-¿Y qué? ¿Los jardines son de uso público por desgracia, qué queréis que haga?
-Solo la advertimos de que podría ser peligroso, nadie prepara té en medio de unos jardines. Podría ser uno de los últimos revolucionarios que pertenecía a la banda que mandó a prisión.
La princesa rodó los ojos y salió de la habitación.
-Fuera de mi vista - Ordenó -. Yo misma me encargaré.
Abandonó el palacio real con prisa hasta adentrarse en los bellos jardines llenos de vida y allí estaba, encontró a un peculiar hombre preparando té. Azula se quedó tan solo a unos metros de distancia, observándolo. Probablemente él se hubiese dado cuenta de que la vio, pero la princesa prefirió guardar silencio.
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