Dexter Black
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-¿Estás seguro de esto?- le preguntó Secretaria. La Inteligencia Artificial del barco hacía las veces de niñera para todos los miembros de la tripulación, y aquel día le había tocado recibir la asistencia a él. No era que lo disgustase, y en parte la había programado para eso, pero necesitaba descansar un poco de todas esas cosas; de hecho, necesitaba descansar de la propia voz del barco.
-No me queda más remedio. Al fin y al cabo no tengo un método mejor para pasar desapercibido- dijo, sin molestarse en argumentar algo mejor, metiéndose una pastilla en la boca. En un minuto tendría el aspecto de una mujer, y hasta su presencia sería diferente; desbordante, pero no la misma. ¿De verdad estaba haciendo algo tan cobarde? Puede ser, pero tras tanto tiempo siendo valiente no le quedaban ganas de seguir con ello. A veces sólo quería correr al amparo de alguien, aunque no tenía adónde huir. Así era la vida de los adultos; menos mal que tenía otra salida...
Su altura se iba reduciendo, mientras su cuerpo iba cambiando hasta que Sapphire ocupó el espejo que antes reinaba Dexter. En poco tiempo, casi sin darse cuenta, sintió un escalofrío en su espalda y se dio cuenta de lo que sucedía: Con aquel cuerpo la ropa de Dexter le quedaba grande. Era obvio, pero aún no había caído. ¿Qué se pondría aquel día? "Algo discreto, eso seguro. Holgado, sin escotes...". Finalmente acabó vistiendo un largo jersey azul marino, casi llegándole hasta la rodilla, con unos pantalones negros ajustados y unas bailarinas a juego, con unos preciosos lacitos rojos sobre el puente. Así iba mona, pero no destacaría demasiado. La cuestión ahora era ver cómo llegaba sin ir en el barco... ¿No tenía la Joya original en el propio barco? Estaba justo en la parte de atrás, ciertamente...
Llegó a la isla Panapple en la Joya, un pequeño barco con mascarón de dragón, pero mucho menos ostentoso que el segundo, una nave para una sola persona que, aunque hermosa, no destacaba tanto como la magnífica Segunda. La Joya II era, indudablemente, mejor; y más llamativa, grande y reconocible. "Ay, cuánto tiempo sin usar esto", pensaba, manejando con cierta dificultad aquel barco; tras tanto tiempo había perdido la costumbre de manejar manualmente aquello...
"En fin, no ha ido tan mal", pensaba mientras arribaba al puerto, amarrando el barco a uno de los muelles y... Mentira. No eran muelles. Eran algo así como cachos de pedra que recordaban lejanamente a un muelle, y de pura chiripa se podía dejar el barco.
Comenzó a avanzar por la isla Piña, tratando de no distraerse demasiado con... ¿Monos? ¿Había tomado una de esas pastillas para evitar que MONOS lo reconocieran? En fin, era idiota. Qué se le iba a hacer. Al menos iba mona.
-No me queda más remedio. Al fin y al cabo no tengo un método mejor para pasar desapercibido- dijo, sin molestarse en argumentar algo mejor, metiéndose una pastilla en la boca. En un minuto tendría el aspecto de una mujer, y hasta su presencia sería diferente; desbordante, pero no la misma. ¿De verdad estaba haciendo algo tan cobarde? Puede ser, pero tras tanto tiempo siendo valiente no le quedaban ganas de seguir con ello. A veces sólo quería correr al amparo de alguien, aunque no tenía adónde huir. Así era la vida de los adultos; menos mal que tenía otra salida...
Su altura se iba reduciendo, mientras su cuerpo iba cambiando hasta que Sapphire ocupó el espejo que antes reinaba Dexter. En poco tiempo, casi sin darse cuenta, sintió un escalofrío en su espalda y se dio cuenta de lo que sucedía: Con aquel cuerpo la ropa de Dexter le quedaba grande. Era obvio, pero aún no había caído. ¿Qué se pondría aquel día? "Algo discreto, eso seguro. Holgado, sin escotes...". Finalmente acabó vistiendo un largo jersey azul marino, casi llegándole hasta la rodilla, con unos pantalones negros ajustados y unas bailarinas a juego, con unos preciosos lacitos rojos sobre el puente. Así iba mona, pero no destacaría demasiado. La cuestión ahora era ver cómo llegaba sin ir en el barco... ¿No tenía la Joya original en el propio barco? Estaba justo en la parte de atrás, ciertamente...
Llegó a la isla Panapple en la Joya, un pequeño barco con mascarón de dragón, pero mucho menos ostentoso que el segundo, una nave para una sola persona que, aunque hermosa, no destacaba tanto como la magnífica Segunda. La Joya II era, indudablemente, mejor; y más llamativa, grande y reconocible. "Ay, cuánto tiempo sin usar esto", pensaba, manejando con cierta dificultad aquel barco; tras tanto tiempo había perdido la costumbre de manejar manualmente aquello...
"En fin, no ha ido tan mal", pensaba mientras arribaba al puerto, amarrando el barco a uno de los muelles y... Mentira. No eran muelles. Eran algo así como cachos de pedra que recordaban lejanamente a un muelle, y de pura chiripa se podía dejar el barco.
Comenzó a avanzar por la isla Piña, tratando de no distraerse demasiado con... ¿Monos? ¿Había tomado una de esas pastillas para evitar que MONOS lo reconocieran? En fin, era idiota. Qué se le iba a hacer. Al menos iba mona.
Abby
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Apoyé la cabeza sobre mi muñeca y resoplé. Estaba rodeada de inútiles que no sabían llevar un barco. Temblorosos vinieron hacia mí solo para decirme que el barco había sufrido un golpe contra una roca y que debíamos atracar lo antes posible. Según ellos, no les llevaría más de dos horas tardar en arreglarlo puesto que tenían todo lo que necesitaban en el propio barco. Ser previsores era una cualidad que poseíamos los habitantes de Reddo Teikoku. De todas formas esto atrasaba la misión que me encomendara padre y, quizás, se enfadase al ver que la cumplía con retraso.
Me levanté del trono y a medida que pasaba los soldados me hacían una reverencia. Me apoyé en la barandilla mirando a ver si había alguna isla, pero todo lo que había era el mar meciendo nuestro barco. Fui hasta la zona del timón y a lo lejos me pareció ver algo de tierra. Mandé al navegante que lo comprobase y este me dio la razón. Tras esto fui a la cubierta.
-¿Cuánto tiempo podremos seguir navegando? – Inquirí seriamente.
-Con el amaño que hemos hecho nos dará para un par de horas, pero en nada llegaremos a aquella isla.
-Bien, retírate. – Le ordené al hombre. Mientras este hacía una reverencia yo me fui hacia el trono y me senté. Tocaba esperar llegar hasta aquel lugar. No entendía como un barco tan bueno podía estropearse. Tendría que pedirle a padre que me hiciese uno y mucho más acorde para mí. Nunca sabía cuándo podían atacarme, pero ¿y si todo era una trampa? Miré hacia todos lados y los soldados estaban haciendo su trabajo normal. Claro que podía ser una trampa, por favor, era la futura emperatriz. Era demasiado valiosa como para permitir que me hiciesen algo, pero bueno, sabría defenderme.
Tras todas mis divagaciones el tiempo pasó rápido y llegamos a una isla un tanto extraña. Parecía deshabitada de no ser por el barco que había. El barco atracó aunque con dificultades debido a la forma de acceso que tenía. Extendieron una pasarela y bajé de primera. Aquel barco era enorme y grandioso.
-Que alguien vigile ese barco –Dije señalándolo. – Y vosotros arreglad el desperfecto ya. Voy a ver que hay por aquí.
Caminé observando los árboles y… los monos que había, los cuales tenían unas caras un tanto raras. Di una vuelta mirando todo a mí alrededor con las manos apoyadas en la cadera. No parecía ser muy grande la isla, igual convencía al emperador de que me la regalase por mi cumpleaños. Tener un dominio para mi sola estaría genial. Ventajas de ser la favorita.
Me levanté del trono y a medida que pasaba los soldados me hacían una reverencia. Me apoyé en la barandilla mirando a ver si había alguna isla, pero todo lo que había era el mar meciendo nuestro barco. Fui hasta la zona del timón y a lo lejos me pareció ver algo de tierra. Mandé al navegante que lo comprobase y este me dio la razón. Tras esto fui a la cubierta.
-¿Cuánto tiempo podremos seguir navegando? – Inquirí seriamente.
-Con el amaño que hemos hecho nos dará para un par de horas, pero en nada llegaremos a aquella isla.
-Bien, retírate. – Le ordené al hombre. Mientras este hacía una reverencia yo me fui hacia el trono y me senté. Tocaba esperar llegar hasta aquel lugar. No entendía como un barco tan bueno podía estropearse. Tendría que pedirle a padre que me hiciese uno y mucho más acorde para mí. Nunca sabía cuándo podían atacarme, pero ¿y si todo era una trampa? Miré hacia todos lados y los soldados estaban haciendo su trabajo normal. Claro que podía ser una trampa, por favor, era la futura emperatriz. Era demasiado valiosa como para permitir que me hiciesen algo, pero bueno, sabría defenderme.
Tras todas mis divagaciones el tiempo pasó rápido y llegamos a una isla un tanto extraña. Parecía deshabitada de no ser por el barco que había. El barco atracó aunque con dificultades debido a la forma de acceso que tenía. Extendieron una pasarela y bajé de primera. Aquel barco era enorme y grandioso.
-Que alguien vigile ese barco –Dije señalándolo. – Y vosotros arreglad el desperfecto ya. Voy a ver que hay por aquí.
Caminé observando los árboles y… los monos que había, los cuales tenían unas caras un tanto raras. Di una vuelta mirando todo a mí alrededor con las manos apoyadas en la cadera. No parecía ser muy grande la isla, igual convencía al emperador de que me la regalase por mi cumpleaños. Tener un dominio para mi sola estaría genial. Ventajas de ser la favorita.
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Tenía que reconocer cómo, pese a todo, la isla era preciosa. Era un pequeño paraíso de naturaleza salvaje, donde todos los animales parecían convivir en la mayor de las armonías. Un pequeño conejo se cruzó en su camino, y los pájaros cantaban sutilmente mientras los monos canturreaban y gruñían, según el ánimo. “Parece que se parecen a nosotros”, pensó, llevando su mano a la chaqueta para sacar… No llevaba chaqueta, cierto. Le empezaban a traicionar los gestos que habitualmente realizaba, y había olvidado sus bártulos del día a día para explorar la isla con tranquilidad y calma…
De pronto, cayó ante él ¿Ella? Un pequeño vidrio con forma lenticular, de ahumado azul y con una convexidad mayor en el centro… ¿Eso era un cacho de gafa de aumento? Miró hacia arriba y vio cómo los chimpancés jugueteaban con una bolsa negra y letras bordadas en un profundo azul. “Mierda”. Sobre su cabeza los animales estaban trasteando con sus cacharros. ¡Se podían hacer daño!
El problema se solucionó solo. Encendieron un rayo maestro y, asustados por el zumbido, huyeron, dejando el arma y la mochila caer. Recogió la mochila, y con la mano sobrante el arma, que apagó según la alcanzó. “Malditos bichos”, se dijo, pensando en cómo demonios habían saqueado su pequeño balandro… Ahora tendría que retrasar su avance por el lugar para examinar si le habían robado algo más, cuando vio algo... ¿Era gente?
Se ocultó entre la maleza, aunque se dio cuenta de que el mejor de los camuflajes no podía ocultar los dos pechos que sobresalían entre las hojas de helecho... Aunque tal vez no se había dado cuenta, aquella muchacha de pelo negro y ¿Mirada cruel? se enteraría de su presencia por culpa de la piña que calló. No era tanto el ruido seco de la fruta, sino el aullido demasiado agudo que profirió cuando le dio en la cabeza. ¿De verdad sonaba tan aguda su voz? Llevaba demasiado tiempo sin escucharse a sí mismo como mujer, la verdad es que era muy raro.
-Esto... ¡Hola!- dijo, saliendo de su "escondite", con una sonrisa simpática y las mejillas bastante rojas, notablemente avergonzada por haber sido descubierta-. ¿Hace un buen día, verdad?
Esperaba que no fuese hostil. ¿Tal vez la invitara a tomar el té? Si se mostraba simpática, tal vez... Ocultó con mucho cuidado las iniciales de su bolsa, evitando que la viera.
De pronto, cayó ante él ¿Ella? Un pequeño vidrio con forma lenticular, de ahumado azul y con una convexidad mayor en el centro… ¿Eso era un cacho de gafa de aumento? Miró hacia arriba y vio cómo los chimpancés jugueteaban con una bolsa negra y letras bordadas en un profundo azul. “Mierda”. Sobre su cabeza los animales estaban trasteando con sus cacharros. ¡Se podían hacer daño!
El problema se solucionó solo. Encendieron un rayo maestro y, asustados por el zumbido, huyeron, dejando el arma y la mochila caer. Recogió la mochila, y con la mano sobrante el arma, que apagó según la alcanzó. “Malditos bichos”, se dijo, pensando en cómo demonios habían saqueado su pequeño balandro… Ahora tendría que retrasar su avance por el lugar para examinar si le habían robado algo más, cuando vio algo... ¿Era gente?
Se ocultó entre la maleza, aunque se dio cuenta de que el mejor de los camuflajes no podía ocultar los dos pechos que sobresalían entre las hojas de helecho... Aunque tal vez no se había dado cuenta, aquella muchacha de pelo negro y ¿Mirada cruel? se enteraría de su presencia por culpa de la piña que calló. No era tanto el ruido seco de la fruta, sino el aullido demasiado agudo que profirió cuando le dio en la cabeza. ¿De verdad sonaba tan aguda su voz? Llevaba demasiado tiempo sin escucharse a sí mismo como mujer, la verdad es que era muy raro.
-Esto... ¡Hola!- dijo, saliendo de su "escondite", con una sonrisa simpática y las mejillas bastante rojas, notablemente avergonzada por haber sido descubierta-. ¿Hace un buen día, verdad?
Esperaba que no fuese hostil. ¿Tal vez la invitara a tomar el té? Si se mostraba simpática, tal vez... Ocultó con mucho cuidado las iniciales de su bolsa, evitando que la viera.
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