Zábalam. El astro rey parece tener predilección por el cielo de la isla, porque un calor abrasador se extiende por las calles como si de un gas tóxico se tratara, arrebatando la energía a quienes las transitan e incitándoles a que se alejen del lugar. Por si no fuera poco, la hora elegida por Therax aquel día para salir a explorar la ciudad junto a su pequeño lobezno, Tib, no fue la más apropiada, ya que coincidió con el momento del día en que la mayoría de los comercios cerraban debido a la poca concurrencia de clientes. Normal, ¿a quién se le ocurriría salir a la calle para comerse de pleno una bocanada de fuego?
De todos modos, el rubio no tenía muchas más opciones, ya que había perdido los pocos ahorros que tenía jugándoselos a las cartas en un tugurio de mala muerte en los suburbios de la ciudad, y no podía permitirse rentar ni el más cochambroso de los apartamentos. Hacía tiempo que no se veía tan mal de dinero.
Mientras tanto el pobre Tib, con su grueso pelaje de un blanco impoluto, caminaba pesadamente junto a él mientras jadeaba y sacaba la lengua tanto que poco le faltaba para ir limpiando el suelo. Cansado de caminar sin rumbo y hastiado de soportar semejante calor, el chico se sentó bajo el toldo de un comercio, cuyo dueño probablemente habría olvidado recoger. Por una vez tenía un poco de suerte. Tib se tumbó junto a él, tratando de localizar un punto donde el sofocante bochorno le diese un respiro, aunque parecía que eso no iba a pasar en un futuro cercano.
Lo cierto era que habían llegado allí sin buscar nada en concreto. Después de la muerte de Joy, tras encargarse de darle una adecuada sepultura al que había sido su ángel de la guarda después de que... aquello pasara, había recogido sus cosas y, tras comprobar cuál era el próximo barco que zarpaba de Baterilla, lo había tomado sin preocuparse de cuál era el destino. Una vez allí decidiría qué hacer con su vida.
Lástima que el azar le hubiera mandado a aquel infierno donde, si no te encontrabas bajo el abrasador sol de la ciudad o, peor aún, del desierto, era porque estabas en una pegajosa y húmeda jungla, rodeado de bichos de todo tipo. La verdad era que nunca había sentido especial repulsión por esos animales, pero por algún motivo aquella imagen mental le produjo un tremendo asco.
Unos pasos correteando le sacaron de su ensimismamiento. Unos niños aún más locos o, probablemente, aún más pobres que él jugaban en la pequeña y redonda plaza donde se situaba el comercio. Eran cuatro, y corrían detrás de un trozo de cuero redondo que pretendía parecerse a un balón.
-Por lo menos rueda... o lo intenta -pensó el domador, al tiempo que rascaba suavemente la oreja izquierda de su mascota.
La pelota daba pequeños botes mientras rodaba por el suelo, lo que provocaba que los niños no atinasen con el lugar del impacto más veces de las que les gustaría admitir. En una de aquella ocasiones, tras un bote exageradamente aleatorio, el puntapié que el mayor de los niños le propinó al esférico provocó que este se dirigiera a gran velocidad a la cara del espadachín. Sorprendido por la trayectoria del balón, en un acto reflejo, le dio una contundente patada con la intención de desviarlo, con la mala suerte -¿cómo no?- de que fue a impactar en la cabeza de una voluptuosa mujer que casualmente pasaba por el otro extremo de la angosta glorieta.
-¡Vaya por Dios! -se dijo el muchacho, al tiempo que miraba a su mascota en un intento por disimular lo ocurrido.
De todos modos, el rubio no tenía muchas más opciones, ya que había perdido los pocos ahorros que tenía jugándoselos a las cartas en un tugurio de mala muerte en los suburbios de la ciudad, y no podía permitirse rentar ni el más cochambroso de los apartamentos. Hacía tiempo que no se veía tan mal de dinero.
Mientras tanto el pobre Tib, con su grueso pelaje de un blanco impoluto, caminaba pesadamente junto a él mientras jadeaba y sacaba la lengua tanto que poco le faltaba para ir limpiando el suelo. Cansado de caminar sin rumbo y hastiado de soportar semejante calor, el chico se sentó bajo el toldo de un comercio, cuyo dueño probablemente habría olvidado recoger. Por una vez tenía un poco de suerte. Tib se tumbó junto a él, tratando de localizar un punto donde el sofocante bochorno le diese un respiro, aunque parecía que eso no iba a pasar en un futuro cercano.
Lo cierto era que habían llegado allí sin buscar nada en concreto. Después de la muerte de Joy, tras encargarse de darle una adecuada sepultura al que había sido su ángel de la guarda después de que... aquello pasara, había recogido sus cosas y, tras comprobar cuál era el próximo barco que zarpaba de Baterilla, lo había tomado sin preocuparse de cuál era el destino. Una vez allí decidiría qué hacer con su vida.
Lástima que el azar le hubiera mandado a aquel infierno donde, si no te encontrabas bajo el abrasador sol de la ciudad o, peor aún, del desierto, era porque estabas en una pegajosa y húmeda jungla, rodeado de bichos de todo tipo. La verdad era que nunca había sentido especial repulsión por esos animales, pero por algún motivo aquella imagen mental le produjo un tremendo asco.
Unos pasos correteando le sacaron de su ensimismamiento. Unos niños aún más locos o, probablemente, aún más pobres que él jugaban en la pequeña y redonda plaza donde se situaba el comercio. Eran cuatro, y corrían detrás de un trozo de cuero redondo que pretendía parecerse a un balón.
-Por lo menos rueda... o lo intenta -pensó el domador, al tiempo que rascaba suavemente la oreja izquierda de su mascota.
La pelota daba pequeños botes mientras rodaba por el suelo, lo que provocaba que los niños no atinasen con el lugar del impacto más veces de las que les gustaría admitir. En una de aquella ocasiones, tras un bote exageradamente aleatorio, el puntapié que el mayor de los niños le propinó al esférico provocó que este se dirigiera a gran velocidad a la cara del espadachín. Sorprendido por la trayectoria del balón, en un acto reflejo, le dio una contundente patada con la intención de desviarlo, con la mala suerte -¿cómo no?- de que fue a impactar en la cabeza de una voluptuosa mujer que casualmente pasaba por el otro extremo de la angosta glorieta.
-¡Vaya por Dios! -se dijo el muchacho, al tiempo que miraba a su mascota en un intento por disimular lo ocurrido.
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Pasé el cepillo por última vez por mi pelo y me miré al espejo, vestido negro con un precioso estampado de rosas rojas, era muy ajustado al cuerpo con un precioso escote palabra de honor, también destacaban los tacones de aguja negros y las medias del mismo color que tras un ligero de encaje dejaban ver mi piel pálida que se perdía en las profundidades del vestido. Solo faltaba una cosa, recogí de encima de la cama mi sombrero y lo coloqué sobre mi cabeza, perfecta y justo a tiempo pues pude oír una voz que anunciaba que ya habíamos llegaba al puerto.
Al salir del barco mis anillos y mis collares relucieron, el sol incidía con fuerza en aquella isla, había hecho bien en ponerme ropa fresca para la ocasión. Comencé a caminar, solo se oía resonar el golpe de mis tacones al chocar con el pavimento, las calles estaban totalmente desiertas y no me costo mucho averiguar el porqué, ni siquiera los originarios de esa ciudad aguantaban tanto calor, nuevo objetivo prioritario: Encontrar un bar y tomar una buena copa de Bourbon antes de morir por un golpe de calor.
Por desgracia casi todos los establecimientos que me encontraba a mi paso estaban cerrados, Vivir para ver, normal que aquella isla no tuviera más visitantes si trataban así a los turistas, ¿Donde se había visto que fuese tan complicado encontrar un maldito burdel? Cuando yo salía del club solo tenia que mirar a un lado y al otro de la calle y ya había cientos de garitos haciéndome la competencia, bueno, si lo miraba por otro lado tal vez debía abrir otro establecimiento en aquel lugar, seguro que había demanda de sobra y con tan poca oferta lo tenía fácil para atraer clientela...
Un golpe me sacó de mis pensamientos, me giré con furia y vi a mis pies una especie de bola deforme de lo que supuse que era cuero, enfrente había un tio que era lo más típico a matón de Serie B que había visto en mucho tiempo con un lobo de lo más bonito a sus pies y una panda de críos impacientes que me miraban con atención, como si esperasen que les devolviese aquel jugetito, Já, ingenuos. Ya que me moría de calor y que no encontraba ningún sitio donde poder refugiarme me divertiría un poco, me agaché y recogí el objeto de cuero del suelo.
Sonreí a los niños para acto seguido hacer que esa cosa que intentaba ser una pelota reventara en mi mano. -Upss.- Me reí, sabía que ellos solo veían el enorme agujero que había causado en el objeto, ya que a causa de mis guantes negros no habían podido ser testigos de la transformación de mi mano y de las casi garras que habían sustituido a mis dedos durante apenas unos segundos, lo malo de aquel espectáculo había sido que mis guantes se habían rotos "Otro par a la mierda", lo bueno es que los niños huyeron llorando despavoridos mientras yo sonreía aún más y mis ojos se posaban en el rubito de antes, ¿Me iba a dar un poco de diversión o iba a huir también de mi como muy sensatamente habían hecho aquellos mocosos?
Al salir del barco mis anillos y mis collares relucieron, el sol incidía con fuerza en aquella isla, había hecho bien en ponerme ropa fresca para la ocasión. Comencé a caminar, solo se oía resonar el golpe de mis tacones al chocar con el pavimento, las calles estaban totalmente desiertas y no me costo mucho averiguar el porqué, ni siquiera los originarios de esa ciudad aguantaban tanto calor, nuevo objetivo prioritario: Encontrar un bar y tomar una buena copa de Bourbon antes de morir por un golpe de calor.
Por desgracia casi todos los establecimientos que me encontraba a mi paso estaban cerrados, Vivir para ver, normal que aquella isla no tuviera más visitantes si trataban así a los turistas, ¿Donde se había visto que fuese tan complicado encontrar un maldito burdel? Cuando yo salía del club solo tenia que mirar a un lado y al otro de la calle y ya había cientos de garitos haciéndome la competencia, bueno, si lo miraba por otro lado tal vez debía abrir otro establecimiento en aquel lugar, seguro que había demanda de sobra y con tan poca oferta lo tenía fácil para atraer clientela...
Un golpe me sacó de mis pensamientos, me giré con furia y vi a mis pies una especie de bola deforme de lo que supuse que era cuero, enfrente había un tio que era lo más típico a matón de Serie B que había visto en mucho tiempo con un lobo de lo más bonito a sus pies y una panda de críos impacientes que me miraban con atención, como si esperasen que les devolviese aquel jugetito, Já, ingenuos. Ya que me moría de calor y que no encontraba ningún sitio donde poder refugiarme me divertiría un poco, me agaché y recogí el objeto de cuero del suelo.
Sonreí a los niños para acto seguido hacer que esa cosa que intentaba ser una pelota reventara en mi mano. -Upss.- Me reí, sabía que ellos solo veían el enorme agujero que había causado en el objeto, ya que a causa de mis guantes negros no habían podido ser testigos de la transformación de mi mano y de las casi garras que habían sustituido a mis dedos durante apenas unos segundos, lo malo de aquel espectáculo había sido que mis guantes se habían rotos "Otro par a la mierda", lo bueno es que los niños huyeron llorando despavoridos mientras yo sonreía aún más y mis ojos se posaban en el rubito de antes, ¿Me iba a dar un poco de diversión o iba a huir también de mi como muy sensatamente habían hecho aquellos mocosos?
Desde su sombreado trono urbano, Therax contempló cómo la exuberante mujer -que, al parecer, no se había dado cuenta de quién le había lanzado el trozo de cuero rodante- se giraba visiblemente enfadada y recogía el juguete de los niños del suelo. Estos la miraban esperando que se la devolviese cuando, sin mediar palabra, hizo que estallara en sus manos. Los pequeños, asustados, emprendieron la huida de la plaza, dejándola desierta. ¿Cómo la habría roto? Las señoritas acomodadas como aquella no acostumbran a tener tanta fuerza en las manos... A menos que no lo fuera. Quizás sería conveniente permanecer alerta.
Entonces el rubio se paró a contemplar a la mujer. Llevaba un ajustado vestido negro con algún tipo de estampado que no podía distinguir bien. Adornando su cabeza, un sombrero del mismo color que el vestido le daba algo de sombra a su cara. Por el tipo de ropa que vestía y los tacones que llevaba, era evidente que aquella mujer pretendía llamar la atención de la gente a su alrededor. Nunca le habían gustado las personas que se esforzaban por atraer miradas y levantar pasiones. ¿A quién se le ocurriría ponerse eso para salir a la calle con semejante calor aprisionando los pulmones?
Tras contemplar -al parecer, divertida- cómo los niños se perdían entre sollozos por una de las callejuelas que daban a la desierta plaza, la del vestido oscuro detuvo en él su mirada. El espadachín supuso que esperaba algún tipo de reacción por su parte, similar a la de los niños o no, por lo que en un primer momento simplemente la ignoró.
-¡Cuántas ínfulas acumuladas en una sola persona! -pensó el chico, al tiempo que continuaba rascando la oreja izquierda de su mascota. Aunque, pensándolo bien, probablemente ese fuera el tipo de reacción que andaba buscando: la mirada huidiza e incómoda que interpretaría como reconocimiento de su superioridad.
Con esta idea rondándole la mente, decidió volver a clavar la mirada en la mujer. Ignorando las más que llamativas curvas de la del sombrero -cosa que, todo sea dicho, requería del temple de un faquir-, se centró en taladrar su arrogante mirada con sus ojos azules. No pensaba dejar que nadie le intimidase a esas alturas.
Entonces el rubio se paró a contemplar a la mujer. Llevaba un ajustado vestido negro con algún tipo de estampado que no podía distinguir bien. Adornando su cabeza, un sombrero del mismo color que el vestido le daba algo de sombra a su cara. Por el tipo de ropa que vestía y los tacones que llevaba, era evidente que aquella mujer pretendía llamar la atención de la gente a su alrededor. Nunca le habían gustado las personas que se esforzaban por atraer miradas y levantar pasiones. ¿A quién se le ocurriría ponerse eso para salir a la calle con semejante calor aprisionando los pulmones?
Tras contemplar -al parecer, divertida- cómo los niños se perdían entre sollozos por una de las callejuelas que daban a la desierta plaza, la del vestido oscuro detuvo en él su mirada. El espadachín supuso que esperaba algún tipo de reacción por su parte, similar a la de los niños o no, por lo que en un primer momento simplemente la ignoró.
-¡Cuántas ínfulas acumuladas en una sola persona! -pensó el chico, al tiempo que continuaba rascando la oreja izquierda de su mascota. Aunque, pensándolo bien, probablemente ese fuera el tipo de reacción que andaba buscando: la mirada huidiza e incómoda que interpretaría como reconocimiento de su superioridad.
Con esta idea rondándole la mente, decidió volver a clavar la mirada en la mujer. Ignorando las más que llamativas curvas de la del sombrero -cosa que, todo sea dicho, requería del temple de un faquir-, se centró en taladrar su arrogante mirada con sus ojos azules. No pensaba dejar que nadie le intimidase a esas alturas.
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En un principio parecía que aquel joven de los cabellos rubios se intimidó con mi presencia pues en cuanto le miré se dedico a agachar la cabeza y a acariciar a aquella preciosidad salvaje que tenia como mascota. Patético, como un simple humano podía haber sometido a una criatura tan bella y salvaje, era patético tanto para él como para la criatura que se había dejado domar, por un momento pensé en hacerme con aquel animal, seguro que me quedaba perfecto en un abrigo de piel blanco, tenia pinta de tener el pelaje tan suave y sedoso...
Refugiada a la sombra de mi sombrero y sin quitar el ojo de encima tanto al muchachillo como a su animal, ya estaba planeando la nueva prenda de ropa que podría confeccionar. Como lo cortaría, que patrones utilizaría, a quien se lo encargaría (No me iba a ensuciar yo las manos por supuesto) e incluso ya le busque modelito con el que poder conjuntarlo.
De mis pensamientos me sacó un ligero movimiento del chico que no me esperaba, en cierto momento dejo de reunir mi mirada y paso a una táctica más ofensiva, levantó la cabeza y me miro directamente a los ojos, sonreí satisfecha.
Parecía que había cambiado de táctica, había decidido enfrentarse a mi. Aunque bueno, lo de enfrentarse era muy relativo por que seguramente si me fuera de allí ahora mismo sin hacer ni decir nada más el chico no me seguiría, yo me iría por mi lado y jamás le volvería a ver. Esto quería decir que tampoco le había impresionado demasiado mi espectáculo, no era ese típico héroe como se las daban muchos muchachos de hoy en día que solían caer rendidos ante tres palabras bonitas y zalameras pero se las daban de salvadores de la humanidad. Tampoco parecía un recto y serio marine que había jurado proteger a los demás, que seguramente se habría escandalizado ante tal espectáculo con unos pequeños y asquerosos niños.
Así decidí acercarme a aquel hombre. No parecía peligroso, no parecía un Marine y no parecía un chiquillo que pretendía jugar a los héroes, en resumen que podría tolerar su presencia, además como ya había demostrado no iba a perder ninguna oportunidad de divertirme que se me presentara. Con dos zancadas ya estaba enfrente suyo, con mi sonrisa que no había desaparecido en ningún momento desde que había explotado el juguete a aquellos mocosos. -Rubito.- Le saludé con voz suave y aterciopelada. -¿Sabes donde puedo encontrar un bar abierto por aquí?- Si era de la ciudad me serviría para calmar por fin mi sed de alcohol y refrescarme y aún así aquella excusa me valdría para evaluar cuanto me podía divertir con él. Moví un poco mi mirada al animal que estaba al lado de mi interlocutor, aquellas bestias podían ser demasiado impulsivas y me negaba a apartar la mirada de él y que me diera alguna sorpresa desagradable.
Refugiada a la sombra de mi sombrero y sin quitar el ojo de encima tanto al muchachillo como a su animal, ya estaba planeando la nueva prenda de ropa que podría confeccionar. Como lo cortaría, que patrones utilizaría, a quien se lo encargaría (No me iba a ensuciar yo las manos por supuesto) e incluso ya le busque modelito con el que poder conjuntarlo.
De mis pensamientos me sacó un ligero movimiento del chico que no me esperaba, en cierto momento dejo de reunir mi mirada y paso a una táctica más ofensiva, levantó la cabeza y me miro directamente a los ojos, sonreí satisfecha.
Parecía que había cambiado de táctica, había decidido enfrentarse a mi. Aunque bueno, lo de enfrentarse era muy relativo por que seguramente si me fuera de allí ahora mismo sin hacer ni decir nada más el chico no me seguiría, yo me iría por mi lado y jamás le volvería a ver. Esto quería decir que tampoco le había impresionado demasiado mi espectáculo, no era ese típico héroe como se las daban muchos muchachos de hoy en día que solían caer rendidos ante tres palabras bonitas y zalameras pero se las daban de salvadores de la humanidad. Tampoco parecía un recto y serio marine que había jurado proteger a los demás, que seguramente se habría escandalizado ante tal espectáculo con unos pequeños y asquerosos niños.
Así decidí acercarme a aquel hombre. No parecía peligroso, no parecía un Marine y no parecía un chiquillo que pretendía jugar a los héroes, en resumen que podría tolerar su presencia, además como ya había demostrado no iba a perder ninguna oportunidad de divertirme que se me presentara. Con dos zancadas ya estaba enfrente suyo, con mi sonrisa que no había desaparecido en ningún momento desde que había explotado el juguete a aquellos mocosos. -Rubito.- Le saludé con voz suave y aterciopelada. -¿Sabes donde puedo encontrar un bar abierto por aquí?- Si era de la ciudad me serviría para calmar por fin mi sed de alcohol y refrescarme y aún así aquella excusa me valdría para evaluar cuanto me podía divertir con él. Moví un poco mi mirada al animal que estaba al lado de mi interlocutor, aquellas bestias podían ser demasiado impulsivas y me negaba a apartar la mirada de él y que me diera alguna sorpresa desagradable.
Como esperaba desde el momento en que decidió levantar la mirada y fijarla en la exuberante mujer, esta no pareció plantearse ni por un instante apartar la vista de él. Parecía contemplarlos alternativamente, a pesar de que desde la distancia -aunque no fuera mucha- era difícil distinguir dónde o en qué se estaba fijando.
Tras unos instantes en los que pareció que los evaluaba, tomó la decisión de acercarse al sombreado lugar donde se habían sentado en un inútil intento de escapar del sofocante calor. La mujer le preguntó si conocía algún bar que estuviera abierto por la zona, pero parecía estar más atenta a Tib que a su interlocutor.
Therax estaba acostumbrado a que la gente analizase a su pequeño amigo sin ningún tipo de disimulo, consciente de lo inusual que era. La inmensa mayoría de las personas lo contemplaba con algo de miedo y, los que menos, con cautelosa curiosidad. No obstante, todos se hacían a un lado cuando veían al extraño animal caminar junto a él entre el gentío, como si la pareja creara un campo magnético que repeliera a los transeúntes.
En cambio, la forma en que la voluptuosa mujer contemplaba a Tib era distinta... Era precavida, sí, pero eso era algo normal viendo al cachorro. Sin embargo, no parecía "temer" que el pequeño hiciese algo, sino que "estaba alerta" por si lo hacía, cosa bastante diferente. El espadachín no sabía si interpretar aquello como algo positivo o como algo negativo. De cualquier modo, le había hecho una pregunta y no tenía por qué ignorarla, ya que el hecho de que se hubiese comportado como una arpía con los niños era algo que no se salía de las cosas que cualquier persona de mal humor podría hacer.
-Pues justo por esta zona está todo cerrado. La mayoría de los habitantes de esta parte de la ciudad es gente acomodada y los dueños de los negocios pueden permitirse cerrar hasta que las temperaturas bajan un poco -dijo con un leve encogimiento de hombros mientras seguía rascando la oreja de su compañero-. Sin embargo, en los lugares menos familiares, por decirlo de algún modo, la mayoría de las tabernas y cantinas están abiertas durante todo el día y la mayor parte de la noche... Aunque tu apariencia no concuerda mucho con la de la gente que frecuenta esos lugares -añadió, perfectamente consciente de que el aspecto de aquella mujer probablemente tampoco se corresponderían con lo que realmente era.
Mientras tanto, Tib contemplaba a la interlocutora de su dueño con la cabeza apoyada entre sus dos patas, que tenía cruzadas delante de él. El pobre no parecía encontrar alivio a la sombra de aquel toldo, y continuaba respirando agitada y sonoramente mientras su tórax se inflaba y desinflaba con rapidez.
Tras unos instantes en los que pareció que los evaluaba, tomó la decisión de acercarse al sombreado lugar donde se habían sentado en un inútil intento de escapar del sofocante calor. La mujer le preguntó si conocía algún bar que estuviera abierto por la zona, pero parecía estar más atenta a Tib que a su interlocutor.
Therax estaba acostumbrado a que la gente analizase a su pequeño amigo sin ningún tipo de disimulo, consciente de lo inusual que era. La inmensa mayoría de las personas lo contemplaba con algo de miedo y, los que menos, con cautelosa curiosidad. No obstante, todos se hacían a un lado cuando veían al extraño animal caminar junto a él entre el gentío, como si la pareja creara un campo magnético que repeliera a los transeúntes.
En cambio, la forma en que la voluptuosa mujer contemplaba a Tib era distinta... Era precavida, sí, pero eso era algo normal viendo al cachorro. Sin embargo, no parecía "temer" que el pequeño hiciese algo, sino que "estaba alerta" por si lo hacía, cosa bastante diferente. El espadachín no sabía si interpretar aquello como algo positivo o como algo negativo. De cualquier modo, le había hecho una pregunta y no tenía por qué ignorarla, ya que el hecho de que se hubiese comportado como una arpía con los niños era algo que no se salía de las cosas que cualquier persona de mal humor podría hacer.
-Pues justo por esta zona está todo cerrado. La mayoría de los habitantes de esta parte de la ciudad es gente acomodada y los dueños de los negocios pueden permitirse cerrar hasta que las temperaturas bajan un poco -dijo con un leve encogimiento de hombros mientras seguía rascando la oreja de su compañero-. Sin embargo, en los lugares menos familiares, por decirlo de algún modo, la mayoría de las tabernas y cantinas están abiertas durante todo el día y la mayor parte de la noche... Aunque tu apariencia no concuerda mucho con la de la gente que frecuenta esos lugares -añadió, perfectamente consciente de que el aspecto de aquella mujer probablemente tampoco se corresponderían con lo que realmente era.
Mientras tanto, Tib contemplaba a la interlocutora de su dueño con la cabeza apoyada entre sus dos patas, que tenía cruzadas delante de él. El pobre no parecía encontrar alivio a la sombra de aquel toldo, y continuaba respirando agitada y sonoramente mientras su tórax se inflaba y desinflaba con rapidez.
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El chico tardó unos segundos en contestarme mientras me miraba, era normal mi presencia podía dejar sin respiración a muchas personas, le dejé su tiempo hasta que se dignó a contestarme. Se dirigió a mi de forma que podía calificar hasta amable, esto confirmaba mis sospechas de que le había dado igual la escenita de los niños, bien ya tenía que admitirlo, me gustaba aquel muchacho, íbamos a divertirnos mucho, o bueno, al menos yo me iba a divertir mucho.
La verdad es que me dio información muy interesante, que aquella era la parte rica de la ciudad y que por eso la mayoría de los comercios no abrían, preferían hacerlo cuando hacía menos calor y la verdad es que me pareció de lo más lógicos, si mi club estuviese en esta isla abriría a todas horas pero cuando hiciera tanto calor yo estaría dormida para que negarlo. Otro pensamiento que se me vino a la mente fue que si esa parte era la rica de la ciudad la economía no les iba muy bien, era una lastima me había quedado sin mi lejano jeque del desierto que me colmara de joyas y de caprichos exóticos inimaginables.
También me dijo que por supuesto en las zonas más ruines de la ciudad estaba todo abierto a aquellas horas, normal no podían hacer nada contra eso unos pobres de hambre que necesitaban dinero a toda costa, así era la vida. No pude evitar reírme estridentemente ante uno de los comentarios finales del rubito, que mi apariencia no era como la de la gente que frecuentaba aquellos lugares. -Ay cariño, Yo es que a esa gente me la cena casi todos los días, pero una no puede negar sus origines pequeño, esos siempre serán mis lugares quieras o no. Los lugares menos familiares son los más oscuros y a mi me encanta la oscuridad.
Dicho esto me agaché a donde estaba la pequeña bestia domesticada y dejé que me oliera la mano, si finalmente aceptaba mi presencia le tocaría y sentiría como su pelaje blanco era efectivamente tan suave como yo había supuesto, tan perfecto para un abrigo nuevo como yo creía. Si no me dejaba tocaba simplemente apartaría la mano y me volvería a poner de pies, sin quitar mi sonrisa de la cara y pensando que al menos algo de salvaje le quedaba, no era un desperdicio del todo.
Volví a dirigir mi atención al rubito para volver más que a pedirle ayuda, a exigirle una ayuda. -Supongo que si sabes tanto de este lugar, también sabrás como llegar hasta a él. Te concedo el honor de ser mi guía. ¡Vayámonos!- Me giré en una dirección aleatoria esperando que el se pusiera en marcha para seguirlo.
-Tranquilo, se recompensar a los que me ayudan. De momento te invito a algo cuando lleguemos, luego ya veremos.- Le guiño un ojo y me vuelvo a echar a reír melodicamente. Le ofrecí aquella especie de recompensa por que sabía que mucha gente no actuaba tan altruistamente sin algo a cambio, yo por ejemplo y si todo salia como tenía planeado ganaría mucho más de lo que iba a perder con él.
La verdad es que me dio información muy interesante, que aquella era la parte rica de la ciudad y que por eso la mayoría de los comercios no abrían, preferían hacerlo cuando hacía menos calor y la verdad es que me pareció de lo más lógicos, si mi club estuviese en esta isla abriría a todas horas pero cuando hiciera tanto calor yo estaría dormida para que negarlo. Otro pensamiento que se me vino a la mente fue que si esa parte era la rica de la ciudad la economía no les iba muy bien, era una lastima me había quedado sin mi lejano jeque del desierto que me colmara de joyas y de caprichos exóticos inimaginables.
También me dijo que por supuesto en las zonas más ruines de la ciudad estaba todo abierto a aquellas horas, normal no podían hacer nada contra eso unos pobres de hambre que necesitaban dinero a toda costa, así era la vida. No pude evitar reírme estridentemente ante uno de los comentarios finales del rubito, que mi apariencia no era como la de la gente que frecuentaba aquellos lugares. -Ay cariño, Yo es que a esa gente me la cena casi todos los días, pero una no puede negar sus origines pequeño, esos siempre serán mis lugares quieras o no. Los lugares menos familiares son los más oscuros y a mi me encanta la oscuridad.
Dicho esto me agaché a donde estaba la pequeña bestia domesticada y dejé que me oliera la mano, si finalmente aceptaba mi presencia le tocaría y sentiría como su pelaje blanco era efectivamente tan suave como yo había supuesto, tan perfecto para un abrigo nuevo como yo creía. Si no me dejaba tocaba simplemente apartaría la mano y me volvería a poner de pies, sin quitar mi sonrisa de la cara y pensando que al menos algo de salvaje le quedaba, no era un desperdicio del todo.
Volví a dirigir mi atención al rubito para volver más que a pedirle ayuda, a exigirle una ayuda. -Supongo que si sabes tanto de este lugar, también sabrás como llegar hasta a él. Te concedo el honor de ser mi guía. ¡Vayámonos!- Me giré en una dirección aleatoria esperando que el se pusiera en marcha para seguirlo.
-Tranquilo, se recompensar a los que me ayudan. De momento te invito a algo cuando lleguemos, luego ya veremos.- Le guiño un ojo y me vuelvo a echar a reír melodicamente. Le ofrecí aquella especie de recompensa por que sabía que mucha gente no actuaba tan altruistamente sin algo a cambio, yo por ejemplo y si todo salia como tenía planeado ganaría mucho más de lo que iba a perder con él.
Therax recibió el primer comentario de la mujer enarcando levemente una ceja. Por lo visto, la soberbia que le había presupuesto al analizarla desde la distancia se correspondía con la realidad. No obstante, si lo que decía era cierto, la que se encontraba ante él no sería la típica ricachona que se creía superior simplemente por haber tenido la suerte de nacer en una buena familia. El rubio no podía evitar estar alerta ante su presencia y la actitud cauta de Tib, que normalmente dejaba claro desde el principio si los demás le agradaban o no, no ayudaba.
La extraña acercó entonces la mano al cachorro, al parecer buscando que se la oliera. El domador observó la reacción de su mascota. Lo cierto era que el lobezno tenía una personalidad un tanto extrema: si alguien le agradaba, se comportaba como poco menos que un perrito faldero; pero si quien fuera le daba mala espina, no solía pensárselo mucho antes de lanzarse al ataque. Por eso, cuando le olió la mano y sencillamente se limitó a reposar la cabeza sobre sus patas, el muchacho se extrañó profundamente, ya que aquella neutra forma de actuar no era propia de él. La curiosidad que sentía crecía por momentos.
La manera en que le ordenó que hiciese de guía no entusiasmó mucho al chico. «¿Quién se habrá creído que es?», pensó el espadachín. No obstante, la intriga por lo que escondería la mujer era cada vez más fuerte. Además, quienes le habían limpiado los bolsillos en aquel tugurio ya debían haber guardado sus armas tras el... ¿amable intercambio de opiniones? que habían tenido cuando les había acusado de hacer trampas.
Therax estaba seguro de que el mellado sujeto que hacía las veces de dealer repartía las cartas para favorecer a sus oponentes, que se reían sospechosamente cuando las recibían. Nada más abandonar el antro de mala muerte, había decidido que volvería en un rato a recuperar lo que era suyo, y aquella mujer le estaba proporcionando un buen motivo para regresar al lugar. Además, el hecho de que le ofreciera una recompensa le resultaba extremadamente atractivo.
Tras valorar unos segundos otras opciones -entre las que buscar un sitio fresco era una de las que más le atraían-, se decidió a zanjar aquel asunto de una vez y se levantó. Tib hizo lo propio y echó a andar detrás de él. Sin esperar a ver si la mujer lo seguía, enfiló la calle por la que había llegado a aquel lugar, tanteando levemente la posición de sus katanas. «Yo solo quería jugar a las cartas», se dijo para sí mientras giraba en la primera esquina que encontró y miraba hacia atrás -ahora sí- para comprobar si le seguían.
La extraña acercó entonces la mano al cachorro, al parecer buscando que se la oliera. El domador observó la reacción de su mascota. Lo cierto era que el lobezno tenía una personalidad un tanto extrema: si alguien le agradaba, se comportaba como poco menos que un perrito faldero; pero si quien fuera le daba mala espina, no solía pensárselo mucho antes de lanzarse al ataque. Por eso, cuando le olió la mano y sencillamente se limitó a reposar la cabeza sobre sus patas, el muchacho se extrañó profundamente, ya que aquella neutra forma de actuar no era propia de él. La curiosidad que sentía crecía por momentos.
La manera en que le ordenó que hiciese de guía no entusiasmó mucho al chico. «¿Quién se habrá creído que es?», pensó el espadachín. No obstante, la intriga por lo que escondería la mujer era cada vez más fuerte. Además, quienes le habían limpiado los bolsillos en aquel tugurio ya debían haber guardado sus armas tras el... ¿amable intercambio de opiniones? que habían tenido cuando les había acusado de hacer trampas.
Therax estaba seguro de que el mellado sujeto que hacía las veces de dealer repartía las cartas para favorecer a sus oponentes, que se reían sospechosamente cuando las recibían. Nada más abandonar el antro de mala muerte, había decidido que volvería en un rato a recuperar lo que era suyo, y aquella mujer le estaba proporcionando un buen motivo para regresar al lugar. Además, el hecho de que le ofreciera una recompensa le resultaba extremadamente atractivo.
Tras valorar unos segundos otras opciones -entre las que buscar un sitio fresco era una de las que más le atraían-, se decidió a zanjar aquel asunto de una vez y se levantó. Tib hizo lo propio y echó a andar detrás de él. Sin esperar a ver si la mujer lo seguía, enfiló la calle por la que había llegado a aquel lugar, tanteando levemente la posición de sus katanas. «Yo solo quería jugar a las cartas», se dijo para sí mientras giraba en la primera esquina que encontró y miraba hacia atrás -ahora sí- para comprobar si le seguían.
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El chico no me volvió a dirigir la palabra, no contestó a mis palabras, no reaccionó a mi algo autoritaria petición ni a mi coqueteo descarado. Simplemente se levantó y hecho a andar a prácticamente la dirección contraria a la que yo había tomado, el lobo/perrito se apresuro a seguirlo, en serio, demasiado domesticado para mi gusto, maldita criatura que se había dejado someter a la mano del hombre y encima a la mano de aquel hombre. Que a mi me tuviera miedo o respeto debido a la naturaleza que me otorgaba mi fruta era normal pues los perros olían esas cosas... ¿No? Pero a aquel hombre... no se me ocurría ninguna explicación para que le tuviera tanto afecto ni respeto, pero a saber, a lo mejor el pobre animal simplemente era imbécil.
Les seguí sin mucha prisa pero procurando no perderles de vista en ningún momento, ahora que había encontrado un guía que encima parecía más o menos fiable y la verdad es que bastante atractivo no quería dejarle ir. El chico no parecía dar mucha importancia a si le seguía o no, parecía bastante pasota, no era un rasgo que me desagradara a veces hasta lo contrario así no se metía en cosas que no le incumbían. Aún así al girar una esquina si que se giró para comprobar si le seguía, o si nos seguían alguien más, la verdad es que me daba igual yo solo quería mi vaso de alcohol, me lo había ganado por ir a aquel lugar desierto y lleno de pobreza.
Después de recorrer callejones al cual más pobre y más sucio nos detuvimos enfrente de un pequeño tugurio. No rea nada elegante y tenía pinta de caerse al suelo en cualquier momento, era una edificación vieja, igual que las que tenía alrededor, no tenía ningún ápice de personalidad por ningún lado y la verdad es que si yo fuera la dueña de ese lugar no lo diría demasiado alto. Ni que decir tiene que yo no hubiese elegido ese lugar adrede pero al parecer mi compañero si pues por el camino ya nos habíamos encontrado otros bares abiertos y él había ignorado todos y se había dirigido a aquel lugar sin pensárselo dos veces, como si tuviera interés especial por aquel lugar.
Estaba claro que su atractivo físico no era lo que había provocado la decisión del rubio así que me quedaban dos opciones, o era una joya oculta con el mejor Bourbon que había bebido en mi vida (Que lo dudaba) O aquel jovencito tenía unos motivos ocultos que yo desconocía. Me apetecía mucho un gran Bourbon peor ojala fuera la segunda, me encantan los secretos y siempre son demasiado divertidos de descubrir y aún más divertidos de afrontar. Me quedé enfrente de la puerta cerrada esperando a que el hombre la abriera y me invitara a pasar, era demasiado señorita en muchos aspectos, tenía una imagen que mantener, no me iba a manchar las manos en aquel lugar o al menos no abriendo puertas, si tenía que abrir a alguien en canal ya era otra historia.
Les seguí sin mucha prisa pero procurando no perderles de vista en ningún momento, ahora que había encontrado un guía que encima parecía más o menos fiable y la verdad es que bastante atractivo no quería dejarle ir. El chico no parecía dar mucha importancia a si le seguía o no, parecía bastante pasota, no era un rasgo que me desagradara a veces hasta lo contrario así no se metía en cosas que no le incumbían. Aún así al girar una esquina si que se giró para comprobar si le seguía, o si nos seguían alguien más, la verdad es que me daba igual yo solo quería mi vaso de alcohol, me lo había ganado por ir a aquel lugar desierto y lleno de pobreza.
Después de recorrer callejones al cual más pobre y más sucio nos detuvimos enfrente de un pequeño tugurio. No rea nada elegante y tenía pinta de caerse al suelo en cualquier momento, era una edificación vieja, igual que las que tenía alrededor, no tenía ningún ápice de personalidad por ningún lado y la verdad es que si yo fuera la dueña de ese lugar no lo diría demasiado alto. Ni que decir tiene que yo no hubiese elegido ese lugar adrede pero al parecer mi compañero si pues por el camino ya nos habíamos encontrado otros bares abiertos y él había ignorado todos y se había dirigido a aquel lugar sin pensárselo dos veces, como si tuviera interés especial por aquel lugar.
Estaba claro que su atractivo físico no era lo que había provocado la decisión del rubio así que me quedaban dos opciones, o era una joya oculta con el mejor Bourbon que había bebido en mi vida (Que lo dudaba) O aquel jovencito tenía unos motivos ocultos que yo desconocía. Me apetecía mucho un gran Bourbon peor ojala fuera la segunda, me encantan los secretos y siempre son demasiado divertidos de descubrir y aún más divertidos de afrontar. Me quedé enfrente de la puerta cerrada esperando a que el hombre la abriera y me invitara a pasar, era demasiado señorita en muchos aspectos, tenía una imagen que mantener, no me iba a manchar las manos en aquel lugar o al menos no abriendo puertas, si tenía que abrir a alguien en canal ya era otra historia.
Tras comprobar que la mujer lo seguía, continuó andando por las calles de uno de los barrios más pobres de la ciudad. No conocía muy bien el lugar, pero, al marcharse de la taberna, se había asegurado de grabar el camino en su memoria. En consecuencia, pasando de largo por la puerta de varios bares con un aspecto decente, se detuvo frente al tugurio con peor pinta de la zona. En el interior, tras dos simples puertas que trataban de emular a las del lejano oeste -una de las cuales, por cierto, se encontraba descolgada y casi rozaba el suelo-, un ensordecedor alboroto acompañado de un repelente hedor a alcohol barato se encargaba de disuadir a las pocas personas que parecían animarse a entrar.
Therax volvió a mirar hacia atrás para comprobar que la desconocida continuaba siguiéndolo, hecho que, en cierto modo, le sorprendió. Era cierto que tanto la actitud de la exuberante mujer como la de Tib le habían hecho pensar que escondía algo, pero, aún así, no esperaba que se mostrara tan dispuesta a ir tras él por un lugar tan cutre. El rubio esbozó una leve sonrisa cuando un par de borrachos le lanzaron un par de piropos -aunque eran más bien comentarios de mal gusto- desde la puerta del local que se situaba en la otra acera. Desde luego, la indumentaria de la mujer no concordaba para nada con el barrio, lo que atraía aún más la atención de todos los transeúntes, sobre todo varones.
«A lo mejor va siendo hora de que me presente, ya que ella parece demasiado importante para hacerlo... A fin de cuentas, se puede liar una gorda ahí dentro y estaría feo que no supiera al menos de quién es la culpa», pensó el chico, divertido. El garito de mala reputación que se alzaba frente a ellos era la base de operaciones de un mafioso local del tres al cuarto. El tipo que lo regentaba controlaba la droga que circulaba en aquella región de la ciudad, pero, como allí había poco más que muertos de hambre y drogadictos, las autoridades hacían como que no pasaba nada.
El espadachín había llegado al cochambroso antro casi por error, siguiendo las indicaciones y los consejos de gente que transmitían muchas cosas, pero no confianza... Lo cierto era que había pecado de inocente... No, de imbécil. La verdad era que poco le importaba el escaso dinero que había perdido, pero se negaba a tolerar que un matón de poca monta con complejo de gangster se riera de él en su cara y se quedara tan tranquilo.
-La mayoría de lo que sirven ahí es matarratas -comenzó Therax-. No sé qué sueles beber, pero lo único decente que he probado ahí dentro es el "Marie's Hook". La etiqueta de la botella es un poco grotesca y no es el mejor bourbon del mundo, pero al menos se deja beber -prosiguió-. De todos modos, si sigues hasta el final de la calle y giras a la izquierda encontrarás el "Seven Roses". Tampoco es el mejor de los locales, pero no encontrarás nada mejor abierto a estas horas y el trato es más que aceptable.
Acto seguido, se introdujo en la taberna seguido por Tib, el cual dejó de agitar el rabo y se pegó a sus talones, poniéndose alerta y cambiando radicalmente su actitud. Al entrar, una docena de miradas pertenecientes al mismo número de hombres lo contemplaron en silencio desde las mesas más cercanas a la puerta. Haciendo como el que las ignoraba, avanzó hasta la barra y pidió un "Marie's Hook" solo. Necesitaba entrar en calor para lo que probablemente vendría a continuación.
-Por cierto, mi nombre es Therax -diría si la mujer decidía seguirlo al interior-. Y el cachorro se llama Tib. Seguramente, dentro de poco se armará un buen lío aquí dentro, así que puedes salir si quieres... Creo que te da tiempo -concluiría mostrando una pícara sonrisa, consciente de que la desconocida, si se iba, no lo haría como una damisela asustada precisamente. De hecho, dudaría que se fuera, aunque cualquier cosa podría pasar.
En caso de que no entrase tras él, pediría la copa y esperaría el casi obligatorio comentario amenazante de parte del dueño del bar y, en realidad, de toda la zona.
Therax volvió a mirar hacia atrás para comprobar que la desconocida continuaba siguiéndolo, hecho que, en cierto modo, le sorprendió. Era cierto que tanto la actitud de la exuberante mujer como la de Tib le habían hecho pensar que escondía algo, pero, aún así, no esperaba que se mostrara tan dispuesta a ir tras él por un lugar tan cutre. El rubio esbozó una leve sonrisa cuando un par de borrachos le lanzaron un par de piropos -aunque eran más bien comentarios de mal gusto- desde la puerta del local que se situaba en la otra acera. Desde luego, la indumentaria de la mujer no concordaba para nada con el barrio, lo que atraía aún más la atención de todos los transeúntes, sobre todo varones.
«A lo mejor va siendo hora de que me presente, ya que ella parece demasiado importante para hacerlo... A fin de cuentas, se puede liar una gorda ahí dentro y estaría feo que no supiera al menos de quién es la culpa», pensó el chico, divertido. El garito de mala reputación que se alzaba frente a ellos era la base de operaciones de un mafioso local del tres al cuarto. El tipo que lo regentaba controlaba la droga que circulaba en aquella región de la ciudad, pero, como allí había poco más que muertos de hambre y drogadictos, las autoridades hacían como que no pasaba nada.
El espadachín había llegado al cochambroso antro casi por error, siguiendo las indicaciones y los consejos de gente que transmitían muchas cosas, pero no confianza... Lo cierto era que había pecado de inocente... No, de imbécil. La verdad era que poco le importaba el escaso dinero que había perdido, pero se negaba a tolerar que un matón de poca monta con complejo de gangster se riera de él en su cara y se quedara tan tranquilo.
-La mayoría de lo que sirven ahí es matarratas -comenzó Therax-. No sé qué sueles beber, pero lo único decente que he probado ahí dentro es el "Marie's Hook". La etiqueta de la botella es un poco grotesca y no es el mejor bourbon del mundo, pero al menos se deja beber -prosiguió-. De todos modos, si sigues hasta el final de la calle y giras a la izquierda encontrarás el "Seven Roses". Tampoco es el mejor de los locales, pero no encontrarás nada mejor abierto a estas horas y el trato es más que aceptable.
Acto seguido, se introdujo en la taberna seguido por Tib, el cual dejó de agitar el rabo y se pegó a sus talones, poniéndose alerta y cambiando radicalmente su actitud. Al entrar, una docena de miradas pertenecientes al mismo número de hombres lo contemplaron en silencio desde las mesas más cercanas a la puerta. Haciendo como el que las ignoraba, avanzó hasta la barra y pidió un "Marie's Hook" solo. Necesitaba entrar en calor para lo que probablemente vendría a continuación.
-Por cierto, mi nombre es Therax -diría si la mujer decidía seguirlo al interior-. Y el cachorro se llama Tib. Seguramente, dentro de poco se armará un buen lío aquí dentro, así que puedes salir si quieres... Creo que te da tiempo -concluiría mostrando una pícara sonrisa, consciente de que la desconocida, si se iba, no lo haría como una damisela asustada precisamente. De hecho, dudaría que se fuera, aunque cualquier cosa podría pasar.
En caso de que no entrase tras él, pediría la copa y esperaría el casi obligatorio comentario amenazante de parte del dueño del bar y, en realidad, de toda la zona.
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Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
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Akuma no mi
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El chico se detuvo frente a la puerta junto conmigo, era una escena gracioso vernos a los dos parados enfrente de aquel tugurio, como si nos estuviéramos pensando dos veces el entrar o no, como si nos diera miedo internarnos en las calles más oscuras o vernos las caras con borrachos grotescos, cuando era todo lo contrario. La cara del rubio no vacilaba y menos la de su perrito que se mantenía siempre alerta, en cuanto a mi estaba convencida de poder llevarme a la cama a todos aquellos hombres si así era mi intención y de clavarles una daga en el cuello mientras lo hacíamos también. Estaba claro que quien viera a una pareja asustada, en un mal barrio y titubeantes a la hora de elegir bar estaban muy ciego.
Antes de que entrara en el interior me advirtió. Me dijo que lo único bueno de ahí era el Bourbon y que realmente no era nada del otro mundo, es más conocía perfectamente la marca y realmente no se lo serviría a mi gato. Aunque bueno, el pobre había fallecido así que ya no podía decidir si se lo daba o no, a lo mejor habría sido divertido observar que le pasa a un gato borracho... espera eso ya lo comprobé, ¿No murió así mi gato?
Bueno dejando de lado mis asuntos felinos tras sus escuetas indicaciones el matoncillo entro en el local seguido por su perrito, ni siquiera me sujetó la puerta, a ese hombre había que enseñarle modales y urgentemente y a como vestir, que ahora que me fijaba necesitaba urgentemente un cambio de ropa, no podía ir por la vida con ropaje propia de un abusón de escuela.
Centrándonos en cosas más importantes, según me había indicado tenía dos opciones, me largaba a un lugar mucho más acogedor a beber y cerca de allí o le seguía dentro y averiguaba porqué tanta insistencia en venir a aquel lugar. La respuesta estaba claro y aunque el nombre de "Seven Roses" era demasiado de mi agrado el día que yo rechace un poco de diversión que alguien me pegue un tiro... si puede.
Le seguí al interior del bar sin un ápice de duda en mis gestos, una vez dentro toda la atención pasó a nosotros, estaba acostumbrada a ser el centro de atención pero pronto descubrí que por una vez no era yo el flanco de todas mis miradas si no mi querido rubito y la verdad es que no parecía que quisieran invitarle a una cena romántica ni nada por el estilo.
Me acomodé en un asiento al lado del joven y pedí lo mismo que él, ese Bourbon mata gatos. Sin venir a cuento el hombre se presentó ante mi como Therax, un nombre bonito aunque tampoco lo había echado en falta, no conocía el nombre de la mayoría de las personas con las que hablaba y la verdad es que tampoco me moría por hacerlo. Eso si, maldito bribón, se había presentado para que supiera a quien maldecir por meterme en la boca del lobo o mirándolo desde otra perspectiva a quien agradecer un poco de fortuna y entretenimiento gratuito pues según dejó caer se iba a armar una gorda y en breve, las caras de los presentes me lo confirmaban.
-¿Estas loco? ¿Como iba a perderme la diversión?- Le sonreí y como un rayo vino el camarero a servirnos las copas, le había estado observando todo el rato con el rabillo del ojo, no me fiaba de que no nos introdujera nada en las bebidas pero por suerte no se le ocurrió aquella practica, mejor, no me apetecía matar sin haber bebido antes. -A este caballero le invito yo.- Pronuncié las palabras bien alto, lo que llamó la atención de todo el garito y pareció enfurecer a un más a su club de fans, saldé mi cuenta y la de Therax.
-Bueno Rubito en estos...- Miré en mi muñeca un pequeño reloj negro de acero negro y pedrería, mucha pedrería. -Tres minutos que nos quedan de tranquilidad te diré que mi nombre e Vyane, aunque todos me suelen llamar Bruja o Bruja roja ¿Divertido no crees?- Reí y di un sorbo a mi vaso de mata gatos, los hombres ya se empezaban a levantar de la mesa. Yo me limité a poner cara de asco. -Tenias razón, esto está horrible, si algún día vienes a mi club te enseñaré lo que es un buen Bourbon de verdad, aunque claro ya no te saldrá gratis.- Le guiñé un ojo, los hombres se acercaban cada vez más a nosotros pero yo seguía sin prestarles atención. -¿Crees que en este minuto que nos queda te da tiempo a contarme porqué esta gente te quiere muerto mi querido Therax?- Otro trago al vaso, si, definitivamente aquella bebida estaba asquerosa.
Antes de que entrara en el interior me advirtió. Me dijo que lo único bueno de ahí era el Bourbon y que realmente no era nada del otro mundo, es más conocía perfectamente la marca y realmente no se lo serviría a mi gato. Aunque bueno, el pobre había fallecido así que ya no podía decidir si se lo daba o no, a lo mejor habría sido divertido observar que le pasa a un gato borracho... espera eso ya lo comprobé, ¿No murió así mi gato?
Bueno dejando de lado mis asuntos felinos tras sus escuetas indicaciones el matoncillo entro en el local seguido por su perrito, ni siquiera me sujetó la puerta, a ese hombre había que enseñarle modales y urgentemente y a como vestir, que ahora que me fijaba necesitaba urgentemente un cambio de ropa, no podía ir por la vida con ropaje propia de un abusón de escuela.
Centrándonos en cosas más importantes, según me había indicado tenía dos opciones, me largaba a un lugar mucho más acogedor a beber y cerca de allí o le seguía dentro y averiguaba porqué tanta insistencia en venir a aquel lugar. La respuesta estaba claro y aunque el nombre de "Seven Roses" era demasiado de mi agrado el día que yo rechace un poco de diversión que alguien me pegue un tiro... si puede.
Le seguí al interior del bar sin un ápice de duda en mis gestos, una vez dentro toda la atención pasó a nosotros, estaba acostumbrada a ser el centro de atención pero pronto descubrí que por una vez no era yo el flanco de todas mis miradas si no mi querido rubito y la verdad es que no parecía que quisieran invitarle a una cena romántica ni nada por el estilo.
Me acomodé en un asiento al lado del joven y pedí lo mismo que él, ese Bourbon mata gatos. Sin venir a cuento el hombre se presentó ante mi como Therax, un nombre bonito aunque tampoco lo había echado en falta, no conocía el nombre de la mayoría de las personas con las que hablaba y la verdad es que tampoco me moría por hacerlo. Eso si, maldito bribón, se había presentado para que supiera a quien maldecir por meterme en la boca del lobo o mirándolo desde otra perspectiva a quien agradecer un poco de fortuna y entretenimiento gratuito pues según dejó caer se iba a armar una gorda y en breve, las caras de los presentes me lo confirmaban.
-¿Estas loco? ¿Como iba a perderme la diversión?- Le sonreí y como un rayo vino el camarero a servirnos las copas, le había estado observando todo el rato con el rabillo del ojo, no me fiaba de que no nos introdujera nada en las bebidas pero por suerte no se le ocurrió aquella practica, mejor, no me apetecía matar sin haber bebido antes. -A este caballero le invito yo.- Pronuncié las palabras bien alto, lo que llamó la atención de todo el garito y pareció enfurecer a un más a su club de fans, saldé mi cuenta y la de Therax.
-Bueno Rubito en estos...- Miré en mi muñeca un pequeño reloj negro de acero negro y pedrería, mucha pedrería. -Tres minutos que nos quedan de tranquilidad te diré que mi nombre e Vyane, aunque todos me suelen llamar Bruja o Bruja roja ¿Divertido no crees?- Reí y di un sorbo a mi vaso de mata gatos, los hombres ya se empezaban a levantar de la mesa. Yo me limité a poner cara de asco. -Tenias razón, esto está horrible, si algún día vienes a mi club te enseñaré lo que es un buen Bourbon de verdad, aunque claro ya no te saldrá gratis.- Le guiñé un ojo, los hombres se acercaban cada vez más a nosotros pero yo seguía sin prestarles atención. -¿Crees que en este minuto que nos queda te da tiempo a contarme porqué esta gente te quiere muerto mi querido Therax?- Otro trago al vaso, si, definitivamente aquella bebida estaba asquerosa.
La tensión en el ambiente crecía por momentos mientras la mujer charlaba con él y, curiosamente, parecía encontrar divertida la situación. «Creo que será Vyane... Eso de las brujas de colores es demasiado pedante para mí», pensó el rubio mientras daba un largo trago del gastado vaso. Tras eso, se suponía que vendría la explicación del... ¿encendido? intercambio de opiniones que había tenido lugar entre el molesto anfitrión y él cuando, en toda su cara y en medio de su bar -si aquello podía llegar a llamarse así-, le había bautizado con los calificativos más desagradables que se le habían ocurrido. Entre ellos "tramposo", pese a ser el más suave, parecía ser el que peor le había sentado, causando que todos sus hombres dirigieran inmediatamente sus armas contra él. No obstante, el tipo no le dejó explicar la situación a su nueva conocida y, cuando Therax iba a abrir la boca, le interrumpió:
-¡Tú, trozo de mierda, te dije que no volvieras a poner un pie en mi territorio! -Cuando el espadachín se disponía a replicar, todos los individuos que se habían levantado llevaron una de sus manos a la parte trasera de su pantalón. Consciente de lo que se avecinaba, corrió hacia la mesa más cercana y, aprovechando que se apoyaba exclusivamente sobre una pata central ensanchada en su extremo inferior, se la colocó bajo el brazo como un escudo e hincó la rodilla en el suelo.
No sabía si Vyane necesitaría de esa protección hasta que los mafiosillos dejasen de disparar, pero Tib, el cual se encontraba junto a ella, sí. En consecuencia, dado que las mesas tenían un diámetro más que aceptable, se aseguró de que ambos quedaran tras la cobertura. «Vaya, por fin encuentro algo útil en esta pocilga», se dijo para sí mientras su brazo derecho, del que se valía para sostener el improvisado parapeto, se sacudía con cada impacto de bala.
Tras varias descargas más, los matones se vieron obligados a dejar de disparar para recargar sus armas. Aprovechando la situación, se incorporó y cargó con la mesa contra ellos. No podía ver mucho de lo que tenía delante, pero sí lo suficiente para apreciar cómo tres de los seis hombres contra los que se había abalanzado reaccionaban tarde y acababan aplastados entre la mesa y la pared para, acto seguido, caer inconscientes al suelo. «Demasiado blanditos...» murmuró en su fuero interno.
Mientras tanto, los tres que habían conseguido evadir la embestida habían terminado de cargar sus armas y comenzaban a levantarlas en dirección a él. Al grito de "Tib", el cachorro se abalanzó contra la cara de uno de ellos, provocando que perdiese de vista al rubio y haciendo que la bala saliese disparada hacia el techo. Al mismo tiempo, consciente de que el pobre no tenía mucho que hacer, Therax le había dado la espalda a ese sujeto y, desenvainando sus sables con toda la velocidad que podía, había provocado un tajo en el pecho de los otros dos. Los tipos cayeron al suelo, pero la herida que les había infligido no parecía mortal... En fin, ellos se lo habían buscado.
Con tanto ajetreo, había perdido completamente de vista a Vyane, pero el hecho de que nadie le hubiera pegado un tiro por la espalda le hacía pensar que los seis matones que se encontraban en el otro lado de la puerta estaban ocupados con algo. Conforme se giraba para comprobar qué tal le había ido a la atractiva mujer, pudo oír como un creciente ruido de pies subiendo escaleras se acercaba a ellos desde detrás de una carcomida puerta, la cual se hallaba semicamuflada junto a la barra, lo que había impedido que reparase en ella en un primer momento. «Quizás mi visita se alargue un poco», pensó el rubio, preguntándose si guardarían algo allí mientras Tib se colocaba junto a él, completamente alerta.
-¡Tú, trozo de mierda, te dije que no volvieras a poner un pie en mi territorio! -Cuando el espadachín se disponía a replicar, todos los individuos que se habían levantado llevaron una de sus manos a la parte trasera de su pantalón. Consciente de lo que se avecinaba, corrió hacia la mesa más cercana y, aprovechando que se apoyaba exclusivamente sobre una pata central ensanchada en su extremo inferior, se la colocó bajo el brazo como un escudo e hincó la rodilla en el suelo.
No sabía si Vyane necesitaría de esa protección hasta que los mafiosillos dejasen de disparar, pero Tib, el cual se encontraba junto a ella, sí. En consecuencia, dado que las mesas tenían un diámetro más que aceptable, se aseguró de que ambos quedaran tras la cobertura. «Vaya, por fin encuentro algo útil en esta pocilga», se dijo para sí mientras su brazo derecho, del que se valía para sostener el improvisado parapeto, se sacudía con cada impacto de bala.
Tras varias descargas más, los matones se vieron obligados a dejar de disparar para recargar sus armas. Aprovechando la situación, se incorporó y cargó con la mesa contra ellos. No podía ver mucho de lo que tenía delante, pero sí lo suficiente para apreciar cómo tres de los seis hombres contra los que se había abalanzado reaccionaban tarde y acababan aplastados entre la mesa y la pared para, acto seguido, caer inconscientes al suelo. «Demasiado blanditos...» murmuró en su fuero interno.
Mientras tanto, los tres que habían conseguido evadir la embestida habían terminado de cargar sus armas y comenzaban a levantarlas en dirección a él. Al grito de "Tib", el cachorro se abalanzó contra la cara de uno de ellos, provocando que perdiese de vista al rubio y haciendo que la bala saliese disparada hacia el techo. Al mismo tiempo, consciente de que el pobre no tenía mucho que hacer, Therax le había dado la espalda a ese sujeto y, desenvainando sus sables con toda la velocidad que podía, había provocado un tajo en el pecho de los otros dos. Los tipos cayeron al suelo, pero la herida que les había infligido no parecía mortal... En fin, ellos se lo habían buscado.
Con tanto ajetreo, había perdido completamente de vista a Vyane, pero el hecho de que nadie le hubiera pegado un tiro por la espalda le hacía pensar que los seis matones que se encontraban en el otro lado de la puerta estaban ocupados con algo. Conforme se giraba para comprobar qué tal le había ido a la atractiva mujer, pudo oír como un creciente ruido de pies subiendo escaleras se acercaba a ellos desde detrás de una carcomida puerta, la cual se hallaba semicamuflada junto a la barra, lo que había impedido que reparase en ella en un primer momento. «Quizás mi visita se alargue un poco», pensó el rubio, preguntándose si guardarían algo allí mientras Tib se colocaba junto a él, completamente alerta.
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