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Paseo por la ciudad, es una mañana fría y con mucha nieve. Mis cabellos ondean con la brisa de la mañana, fresca. Mi chaquetón de ante, con pelo de borrego por dentro, y la capucha peluda, me protegen del tenaz frio, mis botas no me abandonan, aunque tengo los pies un poco fríos. Los guantes me dan calor, pero no tanto como ver niños tirándose bolas de nieve, y haciendo muñecos.
Por el camino me encuentro con gente que me saluda. A la mayoría los conozco, pues he estado un tiempo de vacaciones, y por algunas cosas soy conocida. Voy a un bar cercano, observo a mi alrededor, los niños quieren jugar con Anat y Amunet*, evidentemente no les dejo, pero si dejo que jugueteen a mi alrededor, eso no me molesta. Me siento en una de las mesas, observando a la gente pasar con bolsas de hacer compras.
-Buenos días, ¿que va a tomar? -me pregunta una mujer ya entrada en años.
-Un café con leche bien calentito con dos tostadas por favor - le pido a la mujer con educación, poniendo mi bolsa con dinero por dentro de mi chaqueta, no estaba dispuesta a que un ratero se me llevase el dinero.
Después de un rato, aparece la mujer con lo que pedí en una bandeja. Me lo pone delante, mientras veo pasar a un chico, de forma acelerada, no me gusta demasiado como va andando, parece que esconde algo.
-¿Conoce a ese muchacho? -le pregunto a la mujer mientras deja por último el plato con las tostadas, y 3 tarritos de mermelada casera.
-No, no le conozco, al menos no pasando a esa velocidad -me indica la mujer -pero quizás aquel otro chico con el que habla sepa algo, buen provecho señorita -se va con una sonrisa.
-Gracias -digo devolviéndole la sonrisa.
-No me inspira confianza aquel chico, pasó a una velocidad que cualquiera podría pensar que acababa de robar algo, tendré que indagar más, pero ahora mismo no -pienso mientras miro mi desayuno, que me llama a gritos -necesito desayunar -pensaba mientras tomaba un sorbo de aquel maravilloso café.
Por el camino me encuentro con gente que me saluda. A la mayoría los conozco, pues he estado un tiempo de vacaciones, y por algunas cosas soy conocida. Voy a un bar cercano, observo a mi alrededor, los niños quieren jugar con Anat y Amunet*, evidentemente no les dejo, pero si dejo que jugueteen a mi alrededor, eso no me molesta. Me siento en una de las mesas, observando a la gente pasar con bolsas de hacer compras.
-Buenos días, ¿que va a tomar? -me pregunta una mujer ya entrada en años.
-Un café con leche bien calentito con dos tostadas por favor - le pido a la mujer con educación, poniendo mi bolsa con dinero por dentro de mi chaqueta, no estaba dispuesta a que un ratero se me llevase el dinero.
Después de un rato, aparece la mujer con lo que pedí en una bandeja. Me lo pone delante, mientras veo pasar a un chico, de forma acelerada, no me gusta demasiado como va andando, parece que esconde algo.
-¿Conoce a ese muchacho? -le pregunto a la mujer mientras deja por último el plato con las tostadas, y 3 tarritos de mermelada casera.
-No, no le conozco, al menos no pasando a esa velocidad -me indica la mujer -pero quizás aquel otro chico con el que habla sepa algo, buen provecho señorita -se va con una sonrisa.
-Gracias -digo devolviéndole la sonrisa.
-No me inspira confianza aquel chico, pasó a una velocidad que cualquiera podría pensar que acababa de robar algo, tendré que indagar más, pero ahora mismo no -pienso mientras miro mi desayuno, que me llama a gritos -necesito desayunar -pensaba mientras tomaba un sorbo de aquel maravilloso café.
- Anat y Amunet*:
- Con 18 años me apoderé de mis dos primeras pistolas, ambas gemelas, Anat y Amunet, ambas de color negro, con la culata de color marrón, cubierto con una cuerda de color blanco.
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Aquel pequeño anuncio en la búsqueda de compositores para un villancico fue la excusa perfecta para encaminarme a la famosa Isla Navideña. Por desgracia, cuando supe que la finalidad de aquella pieza, cuya melodía ya había compuesto en el camino, era el vender unas muñecas prefabricadas con la simple y vulgar intención de hacer el mayor número de ventas sin tener en cuenta a los niños, me desilusioné terriblemente. No tardé en darle un vuelco satírico a la letra.
Abandoné el almacén Costamontón despidéndome de otros muchos jóvenes que habían llegado con sus maletines repletos de canciones y esperanzas. Quedé mirando el pasar de las gentes del pueblo, las luces y las decoraciones destinadas a atraer los ojos y el dinero de los turistas procedentes de todo el West Blue.
Caminé por las calles, recordando con añoranza mis primeras y verdaderas navidades en la mansión Capone. Que a un niño tarde 12 años en regalarle algo Papá Noel era un acto cruel, pero mucho más cruel era darle carbón y decirle que era un mal hijo… Qué estúpido fui al llorar, al esforzarme cada año por mejorar mi conducta, por ser más útil a mi madre.
Algunas personas no deberían ser padres.
El choque con el apresurado muchacho me sacó de mi ensoñación, sacudiéndome de vuelta a la realidad. Aquel zagal había caído al suelo, agarrándose la cabeza y mascullando gruñidos de dolor. Ni que se hubiera chocado contra un edificio… aunque si él supiera…
-¿Se encuentra bien?- dije respetuoso, tendiéndole la mano para levantarle del frío suelo.
-¡¿Es que no miras por dónde vas?!- me espeta, levantándose y sacudiéndose con una mirada de desafío.
No debía superar los quince años; ya había tenido suficiente tiempo para aprender modales, así que yo no tenía que dejar pasar esa osadía.
-Estoy caminando tranquilamente por la acera, por el lado derecho a un paso tranquilo y pausado… y tú… tú estabas corriendo. Soy yo quien merece una disculpa; dos si consideramos que me ha alzado la voz.
Quería huir, buscaba una salida por encima de mis hombros, pero se inclinó arrepentido.
-Discúlpeme, por favor. Tenga, por las molestias.- me tendió, sino más bien me obligó a coger, un reloj de bolsillo antes de desaparecer calle abajo a paso ligero.
Observé la pieza de fina artesanía: un grueso reloj plateado que por su parte trasera, tras abrir una tapa, servía de cronómetro. No tenía grabado alguno, ¿pero quién era yo para cuestionar los regalos apresurados de un arrepentido muchacho? Si llegaba su verdadero dueño ya se lo devolvería, y muy probablemente fuera yo mismo a la policía tras un merecido y cálido desayuno. Era la hora perfecta para desayunar, eso marcaba el reloj.
Me senté en una oportuna cafetería, observando a los niños jugar con la nieve. Coloqué mi maleta a mi lado, dejando el reloj abierto sobre la mesa con el cronómetro activado. ¿Cuánto tiempo tardarían en atenderme? Ahora podría saberlo con total exactitud.
- Villancico:
- Las muñecas de Pamosa se dirigen al portal,
para asesinar al niño y-a todos los que están allá,
y el niño Jesús to’avía está alegre,
porque no sabe la que le viene…
Navidades desastrosas.
Son las entidades diabólicas
de las muñecas
de Pamosa~~~- Referencias:
Abandoné el almacén Costamontón despidéndome de otros muchos jóvenes que habían llegado con sus maletines repletos de canciones y esperanzas. Quedé mirando el pasar de las gentes del pueblo, las luces y las decoraciones destinadas a atraer los ojos y el dinero de los turistas procedentes de todo el West Blue.
Caminé por las calles, recordando con añoranza mis primeras y verdaderas navidades en la mansión Capone. Que a un niño tarde 12 años en regalarle algo Papá Noel era un acto cruel, pero mucho más cruel era darle carbón y decirle que era un mal hijo… Qué estúpido fui al llorar, al esforzarme cada año por mejorar mi conducta, por ser más útil a mi madre.
Algunas personas no deberían ser padres.
El choque con el apresurado muchacho me sacó de mi ensoñación, sacudiéndome de vuelta a la realidad. Aquel zagal había caído al suelo, agarrándose la cabeza y mascullando gruñidos de dolor. Ni que se hubiera chocado contra un edificio… aunque si él supiera…
-¿Se encuentra bien?- dije respetuoso, tendiéndole la mano para levantarle del frío suelo.
-¡¿Es que no miras por dónde vas?!- me espeta, levantándose y sacudiéndose con una mirada de desafío.
No debía superar los quince años; ya había tenido suficiente tiempo para aprender modales, así que yo no tenía que dejar pasar esa osadía.
-Estoy caminando tranquilamente por la acera, por el lado derecho a un paso tranquilo y pausado… y tú… tú estabas corriendo. Soy yo quien merece una disculpa; dos si consideramos que me ha alzado la voz.
Quería huir, buscaba una salida por encima de mis hombros, pero se inclinó arrepentido.
-Discúlpeme, por favor. Tenga, por las molestias.- me tendió, sino más bien me obligó a coger, un reloj de bolsillo antes de desaparecer calle abajo a paso ligero.
Observé la pieza de fina artesanía: un grueso reloj plateado que por su parte trasera, tras abrir una tapa, servía de cronómetro. No tenía grabado alguno, ¿pero quién era yo para cuestionar los regalos apresurados de un arrepentido muchacho? Si llegaba su verdadero dueño ya se lo devolvería, y muy probablemente fuera yo mismo a la policía tras un merecido y cálido desayuno. Era la hora perfecta para desayunar, eso marcaba el reloj.
Me senté en una oportuna cafetería, observando a los niños jugar con la nieve. Coloqué mi maleta a mi lado, dejando el reloj abierto sobre la mesa con el cronómetro activado. ¿Cuánto tiempo tardarían en atenderme? Ahora podría saberlo con total exactitud.
- Notas geográficas:
- La ciudad se encuentra en el CENtro de la isla, por lo que no tiene acceso a puerto. No he hecho alusiones pertinentes al mismo.
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Sentada desde la terraza me fijaba en un chico que sentó, cerca de mi mesa, había fuera poca gente, debido al frio que hacía, pero me gustaba estar en ese ambiente. Comencé a saborear el café, con lo que había pedido, tan sabroso como recordaba.
Volvía a fijar la vista en el chico sentado cerca de mí, tenía un reloj de bolsillo sobre la mesa, aun que, tal y como lo miraba, no me daba la impresión de que fuese suyo. Observaba su pelo, su ropa, todo de él, no le conocía, pero tenía intención de hacerlo.
-Buenos días -le dije amablemente, desde donde estaba sentada, con una sonrisa, quería parecerle educada y simpática, no pretendía que llevase de mí una mala impresión.
Esperaba fervientemente que no fuese él el maleducado, y que respondiese, aunque mientras seguía saboreando mi café, y por lo visto, él esperaba que alguien le atendiese. La mujer que me atendió pasaba cerca de mí, y la detuve un segundo, haciéndole una señal para que se agachara.
-Lo que pida ese chico, cóbramelo a mí, por favor -le dije, agradeciendo con una sonrisa, y una mirada cómplice. Finalmente se dirigió al chico, el pobre dejaría de esperar que alguien le atendiese.
Volvía a fijar la vista en el chico sentado cerca de mí, tenía un reloj de bolsillo sobre la mesa, aun que, tal y como lo miraba, no me daba la impresión de que fuese suyo. Observaba su pelo, su ropa, todo de él, no le conocía, pero tenía intención de hacerlo.
-Buenos días -le dije amablemente, desde donde estaba sentada, con una sonrisa, quería parecerle educada y simpática, no pretendía que llevase de mí una mala impresión.
Esperaba fervientemente que no fuese él el maleducado, y que respondiese, aunque mientras seguía saboreando mi café, y por lo visto, él esperaba que alguien le atendiese. La mujer que me atendió pasaba cerca de mí, y la detuve un segundo, haciéndole una señal para que se agachara.
-Lo que pida ese chico, cóbramelo a mí, por favor -le dije, agradeciendo con una sonrisa, y una mirada cómplice. Finalmente se dirigió al chico, el pobre dejaría de esperar que alguien le atendiese.
- OFFROL:
- Sí, lo sé, no hay puerto, así que ahora lo cambio ese detallito
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El amable saludo de la dama sentada en una de las mesas próximas me sorprendió, aunque no demasiado gratamente.
-Buenos días- le respondí alegremente.
Me preguntaba quién era aquella morena, y, sobretodo, qué clase de interés podía tener en mí. No era costumbre que fueran las damas las que repararan en mi persona, no al menos desde hace mucho, y eso me hacía sentir una ligera desconfianza. Uno nunca sabía con quién podía toparse, ni quién podía tener un puñal preparado para clavártelo en la espalda.
Por supuesto no le dediqué más que una mirada, aunque mi oído estaba pendiente de futuras aproximaciones. Por fin, la camarera se acercó con la intención de servirme tras dos minutos y diecisiete segundos de espera. Cerré el cronómetro.
-Buenos días, ¿en qué puedo atenderle?- me dijo con una sonrisa y un deje de risa en su tono. ¿Qué demonios le hacía gracia?
-Buenos días- comencé-. Tomaré un cappuccino y un par de croissanes rellenos de mermelada. Si tuviera un bizcocho casero, sustitúyalo por uno de los bollos.
-¿Algo más, señor?
-Si no le es molestia de traerme el periódico...
Ella asintió, y se marchó para volver al poco con mi comanda. Le di las gracias por su servicio y comencé mi desayuno intentando ignorar la presencia de la mujer que me había saludado sin poder llegar a concentrarme en las noticias impresas.
Una patrulla compuesta por tres guardias de rojo y dos monos blancos armados apareció al final de la calle con el torpe zagal que se chocó contra mi, problabemente se lo llevarían preso.
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-Espero no haberte molestado, solo quería ser agradable -dije con educación, y sin perder la sonrisa. La mujer se acercó finalmente a él. La chica se acercó a él, sonriendo, y casi riéndose, eso tampoco me gustó demasiado, denotaba algo que no me gustaba.
Le pidió lo que quería, y fue a buscarlo, por supuesto, a la mujer la avisé de que lo que pidiese iría de mi cuenta, no creo que esté de más ser educada. El chico me ignoraba, era evidente que no quería saber nada de mí, pero eso no impediría que siguiese sonriendo. ``Has dado con hueso duro de roer´´ , pensé mientras seguía con mi café, mirando alrededor, hasta que vi pasar a dos guardias, que llevar arrestado a alguien, mira tú por donde, el que vi pasar corriendo mientras me atendía la mujer.
-Por fin, algo habrá hecho para que lo arresten, bien merecido lo tiene -dije, en un tono bajo, para que se oyese poco, pues tampoco quería dar impresión de estar juzgando al chico.
Le pidió lo que quería, y fue a buscarlo, por supuesto, a la mujer la avisé de que lo que pidiese iría de mi cuenta, no creo que esté de más ser educada. El chico me ignoraba, era evidente que no quería saber nada de mí, pero eso no impediría que siguiese sonriendo. ``Has dado con hueso duro de roer´´ , pensé mientras seguía con mi café, mirando alrededor, hasta que vi pasar a dos guardias, que llevar arrestado a alguien, mira tú por donde, el que vi pasar corriendo mientras me atendía la mujer.
-Por fin, algo habrá hecho para que lo arresten, bien merecido lo tiene -dije, en un tono bajo, para que se oyese poco, pues tampoco quería dar impresión de estar juzgando al chico.
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Su declaración no tenía nada de malo, aunque su insistencia me hacía sentirme particularmente nervioso. Quizás me estaba imaginando cosas, tan sólo me había dado los buenos días… ¿no? Que no esté acostumbrado a que la gente sea tan amable conmigo como yo lo soy con ellos no significa que esto sea algún tipo de trampa. ¿Parecerán así de peligrosos mis buenos días y mis deseos de buenaventura a oídos ajenos? Tendría que replantearme mis formalismos.
-Todo lo contrario, señorita; siempre es bueno que a uno le den los buenos días- le dije con una pequeña sonrisa, mientras dejaba el periódico doblado sobre el preciado objeto.
Mi oído, aún alerta ante posibles traiciones, desenfrascó sus palabras de odio y prejuicio.
-Aún no sabe que ha hecho, ¿no? Quizás se trate todo de un gran malentendido- sugerí, levantando mi taza de té y alargando la mano al periódico, o mejor dicho, bajo el periódico. Coloqué el artefacto bajo la doblez del diario, entre sus hojas, y volví a abrir una de las páginas principales para continuar leyendo mientras disfrutaba de mi café-. Que un chico tan joven se meta en problemas…-añadí, moviendo la cabeza en un gesto de desaprobación.
-Todo lo contrario, señorita; siempre es bueno que a uno le den los buenos días- le dije con una pequeña sonrisa, mientras dejaba el periódico doblado sobre el preciado objeto.
Mi oído, aún alerta ante posibles traiciones, desenfrascó sus palabras de odio y prejuicio.
-Aún no sabe que ha hecho, ¿no? Quizás se trate todo de un gran malentendido- sugerí, levantando mi taza de té y alargando la mano al periódico, o mejor dicho, bajo el periódico. Coloqué el artefacto bajo la doblez del diario, entre sus hojas, y volví a abrir una de las páginas principales para continuar leyendo mientras disfrutaba de mi café-. Que un chico tan joven se meta en problemas…-añadí, moviendo la cabeza en un gesto de desaprobación.
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Al chico lo notaba un poco nervioso, no sabía si por mí, o porque notaba algo extraño en el ambiente. Igualmente seguía sin ser asunto mío, así que simplemente le dediqué una sonrisa mientras contestaba a lo que le había dicho.
-Me alegra que por fin sonrías, es bueno ver a una persona risueña -comenté, mientras ya acababa mi desayuno, pasaba el chico, agarrado de los dos guardias. El otro chico que estaba sentado desayunando cerca de mí, escuchó lo que dije, y respondió.
-No, es evidente que no lo sé -dije enrojeciéndome un poco por el comentario, no esperaba que lo hubiese oído. Quise que la tierra me tragase, pero pronto se fue ese sentimiento, cuando vi que el chico tampoco aprobaba que el otro se fuese arrestado, y menos siendo tan joven.
-Ciertamente, es un chico demasiado joven, tienes pinta de saber lo que ocurrió, pero quizás yo no deba saberlo -dije, hasta que llegó la mujer, y finalmente me trajo la cuenta mía, le di para mi desayuno, y dinero de sobra para pagar el que aquel muchacho.
-Disculpa amigo, voy a la tienda de al lado a comprar un poco de fruta, espero no parecerte maleducada, y por favor, háblame de tú, me hace mayor que me hablen de usted -dije sonriendo, y yendo a la tienda de al lado de la cafetería, se veía en mi espalda la katana, y en mis cartucheras a Anat y Amunet.
-Tengo que inventar balas de más tipos, las convencionales se me quedan cortas -hablaba para mí, mientras acariciaba la culata de Anat (cartuchera izquierda).
-Me alegra que por fin sonrías, es bueno ver a una persona risueña -comenté, mientras ya acababa mi desayuno, pasaba el chico, agarrado de los dos guardias. El otro chico que estaba sentado desayunando cerca de mí, escuchó lo que dije, y respondió.
-No, es evidente que no lo sé -dije enrojeciéndome un poco por el comentario, no esperaba que lo hubiese oído. Quise que la tierra me tragase, pero pronto se fue ese sentimiento, cuando vi que el chico tampoco aprobaba que el otro se fuese arrestado, y menos siendo tan joven.
-Ciertamente, es un chico demasiado joven, tienes pinta de saber lo que ocurrió, pero quizás yo no deba saberlo -dije, hasta que llegó la mujer, y finalmente me trajo la cuenta mía, le di para mi desayuno, y dinero de sobra para pagar el que aquel muchacho.
-Disculpa amigo, voy a la tienda de al lado a comprar un poco de fruta, espero no parecerte maleducada, y por favor, háblame de tú, me hace mayor que me hablen de usted -dije sonriendo, y yendo a la tienda de al lado de la cafetería, se veía en mi espalda la katana, y en mis cartucheras a Anat y Amunet.
-Tengo que inventar balas de más tipos, las convencionales se me quedan cortas -hablaba para mí, mientras acariciaba la culata de Anat (cartuchera izquierda).
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Su sugerencia era peligrosa, demasiado peligrosa y afilada como para ignorarla. ¿Acaso me había visto aquella mujer chocarme con ese zagal? Y, de ser así, ¿qué había visto? Estaba claro que tendría que deshacerme del reloj de alguna forma.
El comentario sobre la frutería me pareció un tanto extraño, ¿acaso sugería que debía de seguirla? ¿Pensaba extorsionarme? Sus andares, acotados por un par de pistolas y cruzados por una vaina de katana, eran, sin duda alguna, peligrosos. No tenía nada en contra de las mujeres armadas, más bien recelaba de ciertas personas armadas.
Para cuando fui a pagar mi cuenta, la muchacha me informó de que la señorita de la mesa de al lado había pagado por mi desayuno. Sí, estaba claro que quería algo.
-Muchas gracias…-saqué un billete y pagué de todas formas-. Esto es su propina, y no le importará que me quede con el periódico, ¿verdad?
Por supuesto, no cometió la imprudencia de negar a un poderoso caballero, al más poderoso de los caballeros de este cruel y avaro mundo. Coloqué la prensa como un paquete, que contenía el preciado tesoro, bajo mi brazo y tomé mi maleta para ir en la búsqueda de fruta y la pistolera. Al ver pasar una de las patrullas me acerqué a un cubo de basura para “tirar” el periódico, aunque realmente el gesto y el inclinarme eran meras floritura para lanzar el objeto, protegido por su caparazón de papel, a mi interior a través de mi mano con el simple agarre.
Tardé un poco en alcanzarla, cuando había entrado ya a la tienda de víveres exportados. La fruta, cómo no, era un bien escaso y tremendamente caro… menos el sin fin de bayas de densos y sabrosos colores.
-Le… Te- odiaba la cercanía que me veía obligado a decir, sobretodo cuando esta no era real- pido disculpas, siempre intento hablar desde el respeto, y eso me exige utilizar unas formas verbales de distanciamiento- dije mínimamente arrepentido, con un leve movimiento de cabeza-. Mi nombre es Alphonse Capone, y le agradezco la… invitación a desayunar- dije con educación y nobiliaria cortesía.
Siquiera había sido una invitación, había sido un gesto sin respeto ni conversación previa para hacerme sentir en deuda con su persona; para que fuera arrastrándome a pagar aquella maldita mancha en mi perfecto historial de honor; para que la siguiera a mantener una conversación más privada, y posiblemente ilegal. En mi mente se arremolinaban tramas políticas, juegos de tronos y juicios orquestados para hundir mi preciado futuro. ¿Acaso estaba aquella fémina relacionada con el ladrón?
El comentario sobre la frutería me pareció un tanto extraño, ¿acaso sugería que debía de seguirla? ¿Pensaba extorsionarme? Sus andares, acotados por un par de pistolas y cruzados por una vaina de katana, eran, sin duda alguna, peligrosos. No tenía nada en contra de las mujeres armadas, más bien recelaba de ciertas personas armadas.
Para cuando fui a pagar mi cuenta, la muchacha me informó de que la señorita de la mesa de al lado había pagado por mi desayuno. Sí, estaba claro que quería algo.
-Muchas gracias…-saqué un billete y pagué de todas formas-. Esto es su propina, y no le importará que me quede con el periódico, ¿verdad?
Por supuesto, no cometió la imprudencia de negar a un poderoso caballero, al más poderoso de los caballeros de este cruel y avaro mundo. Coloqué la prensa como un paquete, que contenía el preciado tesoro, bajo mi brazo y tomé mi maleta para ir en la búsqueda de fruta y la pistolera. Al ver pasar una de las patrullas me acerqué a un cubo de basura para “tirar” el periódico, aunque realmente el gesto y el inclinarme eran meras floritura para lanzar el objeto, protegido por su caparazón de papel, a mi interior a través de mi mano con el simple agarre.
Tardé un poco en alcanzarla, cuando había entrado ya a la tienda de víveres exportados. La fruta, cómo no, era un bien escaso y tremendamente caro… menos el sin fin de bayas de densos y sabrosos colores.
-Le… Te- odiaba la cercanía que me veía obligado a decir, sobretodo cuando esta no era real- pido disculpas, siempre intento hablar desde el respeto, y eso me exige utilizar unas formas verbales de distanciamiento- dije mínimamente arrepentido, con un leve movimiento de cabeza-. Mi nombre es Alphonse Capone, y le agradezco la… invitación a desayunar- dije con educación y nobiliaria cortesía.
Siquiera había sido una invitación, había sido un gesto sin respeto ni conversación previa para hacerme sentir en deuda con su persona; para que fuera arrastrándome a pagar aquella maldita mancha en mi perfecto historial de honor; para que la siguiera a mantener una conversación más privada, y posiblemente ilegal. En mi mente se arremolinaban tramas políticas, juegos de tronos y juicios orquestados para hundir mi preciado futuro. ¿Acaso estaba aquella fémina relacionada con el ladrón?
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El chico al fin se daba cuenta de lo que pretendía, que me siguiese a la frutería. Mientras esperaba a por él, obviamente si compraba fruta, manzanas, naranjas, plátanos y melocotones. Todo envasado en bolsas de papel y luego de plástico.
El chico entonces entró, intento hablarme de tu, pero fue imposible, pues nada, de usted todo el tiempo, no quería ser irrespetuosa, así que haría lo mismo.
-No se preocupe, lo hice con un propósito, me he fijado en como miró al chico que llevaban preso, ¿sabe algo? -le pregunté, mirando a sus ojos, hablando todo de forma susurrada.
Pagué a la mujer, e iba a salir por la puerta.
-Por favor, acompáñeme, quiero charlar con usted de forma más… anónima -dije, mientras salía por la puerta, cogí una manzana de la bolsa, la abrí, y la puse delante del chico.
-¿Quiere una fruta?, es un poco cara, pero deliciosa -dije dando un buen mordisco a la manzana, el sabor inundaba mi boca, mis sentidos enloquecieron con el dulce sabor de la fruta.
El chico entonces entró, intento hablarme de tu, pero fue imposible, pues nada, de usted todo el tiempo, no quería ser irrespetuosa, así que haría lo mismo.
-No se preocupe, lo hice con un propósito, me he fijado en como miró al chico que llevaban preso, ¿sabe algo? -le pregunté, mirando a sus ojos, hablando todo de forma susurrada.
Pagué a la mujer, e iba a salir por la puerta.
-Por favor, acompáñeme, quiero charlar con usted de forma más… anónima -dije, mientras salía por la puerta, cogí una manzana de la bolsa, la abrí, y la puse delante del chico.
-¿Quiere una fruta?, es un poco cara, pero deliciosa -dije dando un buen mordisco a la manzana, el sabor inundaba mi boca, mis sentidos enloquecieron con el dulce sabor de la fruta.
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Su susurro era una clara declaración de intenciones. La vil mujer que tenía ante mí quería sacar algún tipo de tajada de todo esto… Una pena que no fuera a obtener nada, al menos nada bueno.
-Se chocó contra mí el muy maleducado. No sé mucho más- dije sin rebajar el cordial tono, bastante igual me daba que oyeran esa conversación-¿Y usted? Parece bastante interesada en aquel mozo detenido.
No había deuda que pagar, no había mancha en un historial cuando esta había sido lanzada con tal viles intenciones. Siquiera iba a satisfacer su petición que tanto me costaba imponerme. Esa mala mujer debería jugar muy bien sus cartas si no quería ganarse una ira largo tiempo reprimida.
La seguí cuando salió, en silencio y con mis posesiones agarradas con cierto recelo. Negué su ofrecimiento con un leve gesto mientras acuchillaba sus ojos con mis tormentas. La seriedad de mi adusto rostro mostraba una pregunta muy clara: ¿Qué quiere?
Y pensar que al principio me sentía nervioso como un colegial por el interés de una voluptuosa mujer. Patético.
-Se chocó contra mí el muy maleducado. No sé mucho más- dije sin rebajar el cordial tono, bastante igual me daba que oyeran esa conversación-¿Y usted? Parece bastante interesada en aquel mozo detenido.
No había deuda que pagar, no había mancha en un historial cuando esta había sido lanzada con tal viles intenciones. Siquiera iba a satisfacer su petición que tanto me costaba imponerme. Esa mala mujer debería jugar muy bien sus cartas si no quería ganarse una ira largo tiempo reprimida.
La seguí cuando salió, en silencio y con mis posesiones agarradas con cierto recelo. Negué su ofrecimiento con un leve gesto mientras acuchillaba sus ojos con mis tormentas. La seriedad de mi adusto rostro mostraba una pregunta muy clara: ¿Qué quiere?
Y pensar que al principio me sentía nervioso como un colegial por el interés de una voluptuosa mujer. Patético.
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Casi me siento fulminada por su mirada, pensé en dejarle allí, sin decirle nada, pues me siento juzgada.
-Solo era curiosidad, no pretendía decir nada, por cierto, me llamo Gaia, perdone que no me presentase antes -digo, acercando mi mano para apretar la suya si me la da.
Siento que no conseguiré nada, busco otra alternativa.
-¿A que se dedica? -le pregunto, de forma amistosa -no tengo intención de molestarle, solo es curiosidad, no me juzgue -digo de forma más tirante de la que me gustaría.
Tiene algo, diría que poder, y no me gusta demasiado tratar con una persona que impone tanto.
-Solo era curiosidad, no pretendía decir nada, por cierto, me llamo Gaia, perdone que no me presentase antes -digo, acercando mi mano para apretar la suya si me la da.
Siento que no conseguiré nada, busco otra alternativa.
-¿A que se dedica? -le pregunto, de forma amistosa -no tengo intención de molestarle, solo es curiosidad, no me juzgue -digo de forma más tirante de la que me gustaría.
Tiene algo, diría que poder, y no me gusta demasiado tratar con una persona que impone tanto.
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Su presentación, aunque es un leve y amable respiro en la vileza de sus actos, supuestos actos, no me hizo cambiar de juicio. ¿Estaba resentido con ella por su actitud? Sí. ¿Lo estaba también conmigo mismo, con mi propia y hormonal debilidad? Sin duda alguna.
Poco después continua rebajando sus formas a una banal pero ligeramente cordial pregunta; el interesarse por otros era la manera idónea para empezar una conversación. Una verdadera lástima que la impresión que había dejado aún no había sido borrada, y quizás nunca lo haría.
-Soy un creador- declaré solemnemente como la verdad más sincera de todas-. Soy un hacedor de hogares y un conmovedor de corazones. Soy un líder y un verdugo; soy el bien y el mal encerrados en un cuerpo de carne, hueso y odio. Soy… un actor- dije rebajando el glorioso y terrible tono más propio de un orador de iglesia hasta la humilde cordialidad del hombre común-. Aparte de eso tan sólo soy un mero turista, un viajero empedernido, un tipo corriente- sonreí amable, empezando a caminar por las calles animando a que me siguiera en mi tranquilo paseo-. Y usted, ¿qué es? Aunque realmente lo que uno es no suele importar mucho, sino lo que quiere ser.
Hacía ya rato, desde que opté por interpretar a un cordial paisano, que había dejardo de acosarla con mi mirada, vacilando mis ojos entre la nieve, las gentes, los escaparates… Había tantas cosas que mirar en aquella isla, tantos caminos que recorrer para intentar huir del frío.
Ah, el frío. Por mucho que quisiese ocupar mi mente en otros pensamientos este empezaba a tener la voz cantante, tanteando con sus colmillos el túetano de mis pobres huesecillos. Ahora no tenía ninguna bebida caliente a la que aferrarme, y, poco a poco, la molestia comenzaba a volverse prioridad.
Tantas tiendas, tantos malditos escaparates… ¿Dónde estaban los abrigos?
Poco después continua rebajando sus formas a una banal pero ligeramente cordial pregunta; el interesarse por otros era la manera idónea para empezar una conversación. Una verdadera lástima que la impresión que había dejado aún no había sido borrada, y quizás nunca lo haría.
-Soy un creador- declaré solemnemente como la verdad más sincera de todas-. Soy un hacedor de hogares y un conmovedor de corazones. Soy un líder y un verdugo; soy el bien y el mal encerrados en un cuerpo de carne, hueso y odio. Soy… un actor- dije rebajando el glorioso y terrible tono más propio de un orador de iglesia hasta la humilde cordialidad del hombre común-. Aparte de eso tan sólo soy un mero turista, un viajero empedernido, un tipo corriente- sonreí amable, empezando a caminar por las calles animando a que me siguiera en mi tranquilo paseo-. Y usted, ¿qué es? Aunque realmente lo que uno es no suele importar mucho, sino lo que quiere ser.
Hacía ya rato, desde que opté por interpretar a un cordial paisano, que había dejardo de acosarla con mi mirada, vacilando mis ojos entre la nieve, las gentes, los escaparates… Había tantas cosas que mirar en aquella isla, tantos caminos que recorrer para intentar huir del frío.
Ah, el frío. Por mucho que quisiese ocupar mi mente en otros pensamientos este empezaba a tener la voz cantante, tanteando con sus colmillos el túetano de mis pobres huesecillos. Ahora no tenía ninguna bebida caliente a la que aferrarme, y, poco a poco, la molestia comenzaba a volverse prioridad.
Tantas tiendas, tantos malditos escaparates… ¿Dónde estaban los abrigos?
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Sentía ante esa presentación, que ya no me fulminaba con la mirada, al menos, no del todo. Se mostraba algo más amigable. Comenzó a contarme a que se dedicaba.
-Me deja más aliviada, por un momento pensé que me atravesaría el cuerpo con la mirada como si fuese una daga -comenté sonriendo, en modo de broma.
Después de su airoso relato, comenzó a mirar los alrededores, sin prestarme mucha atención. Lo notaba molesto, como si buscase algo en concreto.
-¿Está buscando algo?, le noto mirar mucho a su alrededor, y no sé si es por que busca a alguien, o algo, si puedo ayudarle… -dejé la frase abierta, intentando sondear con la pregunta que intenta hacer.
El chico desde luego es bastante llamativo, y cuanto menos curioso.
-Me deja más aliviada, por un momento pensé que me atravesaría el cuerpo con la mirada como si fuese una daga -comenté sonriendo, en modo de broma.
Después de su airoso relato, comenzó a mirar los alrededores, sin prestarme mucha atención. Lo notaba molesto, como si buscase algo en concreto.
-¿Está buscando algo?, le noto mirar mucho a su alrededor, y no sé si es por que busca a alguien, o algo, si puedo ayudarle… -dejé la frase abierta, intentando sondear con la pregunta que intenta hacer.
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¿Atravesar a alguien por sólo mirarlo? Seguro que tenía que haber alguna akuma no mi con ese poder. Si yo mismo podía ser una fortaleza viviente, alguien podría lanzar dagas con el simple acto de lanzarte una fría mirada de odio. Tal y como había obviado mi pregunta, casi me daban ganas de intercambiar mi poder por ese.
-Busco un sastre, tengo la intención de comprar un abrigo- le dije, fijándome en una pequeña tienda con un huso y aguja en su cartel medio descolgado al final de un oscuro, en comparación con los rojos y dorados del resto de la calle, callejón.
Fui directo a la tienda, sorteando rítmicamente a la marabunta de viandantes que cruzaban la larga calle comercial de derecha a izquierda. Era un ejercicio entretenido, presentando la reconfortante dificultad que suponía coordinar los compases de cada grupo. Atravesada la calle en un vals clásico, me acerqué con desánimo al escaparate vacío de todo menos polvo.
-Vaya, qué contratiempo- dije frunciendo el ceño.
La ruinosa sala parecía haber sido en otro tiempo un pequeño taller familiar, un recodo de la vida moderna y la fabricación en masa; un lugar al que, probablemente, llamar hogar. Abandonada gracias a la injusta competencia de las calles principales, el humilde edificio ahora…
-¡CLIENTES!- El grito, y el ahogado impacto contra el cristal de un pequeño rostro me hizo dar un traspiés de la impresión. Acabé en el suelo con la cadera dolorida de la caída.
Empezaba a odiar el frío, la nieve y las resbalosas aceras cubiertas de hielo. Las calles accesorias no habrían sido cubiertas de sal para impedir que los torpes turistas, como yo, acabaran con sus huesos rotos.
El corazón me palpitaba en allegro, preparándome para una lucha que no era necesaria. Empecé a levantarme y sacudirme la nieve, pensando que aquel rostro de muñeca que había vislumbrado era, tan sólo, una alucinación. Esa idea tampoco fue mucho más reconfortante.
-¡Pasen, pasen!- dijo la aguda voz tras la puerta, ahora entreabierta.
-Busco un sastre, tengo la intención de comprar un abrigo- le dije, fijándome en una pequeña tienda con un huso y aguja en su cartel medio descolgado al final de un oscuro, en comparación con los rojos y dorados del resto de la calle, callejón.
Fui directo a la tienda, sorteando rítmicamente a la marabunta de viandantes que cruzaban la larga calle comercial de derecha a izquierda. Era un ejercicio entretenido, presentando la reconfortante dificultad que suponía coordinar los compases de cada grupo. Atravesada la calle en un vals clásico, me acerqué con desánimo al escaparate vacío de todo menos polvo.
-Vaya, qué contratiempo- dije frunciendo el ceño.
La ruinosa sala parecía haber sido en otro tiempo un pequeño taller familiar, un recodo de la vida moderna y la fabricación en masa; un lugar al que, probablemente, llamar hogar. Abandonada gracias a la injusta competencia de las calles principales, el humilde edificio ahora…
-¡CLIENTES!- El grito, y el ahogado impacto contra el cristal de un pequeño rostro me hizo dar un traspiés de la impresión. Acabé en el suelo con la cadera dolorida de la caída.
Empezaba a odiar el frío, la nieve y las resbalosas aceras cubiertas de hielo. Las calles accesorias no habrían sido cubiertas de sal para impedir que los torpes turistas, como yo, acabaran con sus huesos rotos.
El corazón me palpitaba en allegro, preparándome para una lucha que no era necesaria. Empecé a levantarme y sacudirme la nieve, pensando que aquel rostro de muñeca que había vislumbrado era, tan sólo, una alucinación. Esa idea tampoco fue mucho más reconfortante.
-¡Pasen, pasen!- dijo la aguda voz tras la puerta, ahora entreabierta.
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Así que busca un sastre, interesante, yo compré justo antes de conocerle este abrigo en una tienda, pero veo que tiene otro plan.
-Bueno, pues busquemos pues, es cierto que va vestido un poco fresco para el frío que hace aquí -digo sonriendo, intentando verle sonreír, pero creo que es una persona demasiado seria para eso.
Yendo por un camino, vio una sastrería, perfectamente identificada con una rueca y una aguja colganderas, a medio caer. Según miramos para dentro, creo que pensamos lo mismo, este lugar estaba desolado, probablemente porque no va nadie a pedir un traje hecho o lo que sea a medida.
Mirando por la ventana, nos sorprendió una cara, gritando algo, yo me eché ligeramente para atrás, pero Alphonse… cuando vi donde estaba me sonreí tapándome la boca, quizás le molestase si me veía sonriéndome así. Le acerqué mi mano.
-¿Le ayudo? -le pregunté ofreciéndole mi mano para ayudarse, pero finalmente pudo él solo, se le veía cara de enfadado, incluso dolorido.
-¿Se ha hecho daño?, espero que no mucho -le pregunté, mirándole, sin tocarle, me daba la sensación de que eso era algo que no le gustaba en absoluto, ni de mí, ni de nadie.
En cuanto se levantó, comenzó a sacudirse la nieve, notaba como si maldijera al viento por el frío. De nuevo, una voz nos invitaba a entrar en la tienda, con la puerta a medio abrir.
Que frío hace fuera, aunque dentro ya se está un poco mejor, me quedé de pie, esperando a que Alphonse le dijera a la señora lo que quería, yo me dediqué a mirar por la tienda, un poco llena de polvo, pero nada importante.
-Bueno, pues busquemos pues, es cierto que va vestido un poco fresco para el frío que hace aquí -digo sonriendo, intentando verle sonreír, pero creo que es una persona demasiado seria para eso.
Yendo por un camino, vio una sastrería, perfectamente identificada con una rueca y una aguja colganderas, a medio caer. Según miramos para dentro, creo que pensamos lo mismo, este lugar estaba desolado, probablemente porque no va nadie a pedir un traje hecho o lo que sea a medida.
Mirando por la ventana, nos sorprendió una cara, gritando algo, yo me eché ligeramente para atrás, pero Alphonse… cuando vi donde estaba me sonreí tapándome la boca, quizás le molestase si me veía sonriéndome así. Le acerqué mi mano.
-¿Le ayudo? -le pregunté ofreciéndole mi mano para ayudarse, pero finalmente pudo él solo, se le veía cara de enfadado, incluso dolorido.
-¿Se ha hecho daño?, espero que no mucho -le pregunté, mirándole, sin tocarle, me daba la sensación de que eso era algo que no le gustaba en absoluto, ni de mí, ni de nadie.
En cuanto se levantó, comenzó a sacudirse la nieve, notaba como si maldijera al viento por el frío. De nuevo, una voz nos invitaba a entrar en la tienda, con la puerta a medio abrir.
Que frío hace fuera, aunque dentro ya se está un poco mejor, me quedé de pie, esperando a que Alphonse le dijera a la señora lo que quería, yo me dediqué a mirar por la tienda, un poco llena de polvo, pero nada importante.
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No tomé la mano que se me ofrecía, no por la risa que había intentado ocultar, sino porque no tenía intención alguna de que corriera el mismo destino.
-Puedo solo, no se preocupe-aclaré, levantándome con cuidado de la fría superficie que mordía mi trasero con estalactitas de hielo. ¿O eran estalagmitas? Tampoco importaba mucho mientras fueran largas espadas de invierno.
Cojeé, arrastrando mis pertenencias por la nieve hasta entrar al seco, aunque no mucho menos frío establecimiento. No pude evitar llevarme la mano a la cadera, intentando ahogar el calambre que me subía hasta la ciática.
La abuela no levantaba del metro veinte, encogida por la edad y arrugada como una pasa al sol. Su rostro caído y sus ojillos brillantes brillaban con la bondad que tan sólo alguien al cuidado de tres generaciones podía tener. Animó a tomar asiento en unos viejos y destartalados sillones, sorprendentemente cómodos. Pero, con respecto al suelo, todo era bastante cómodo.
-¿Qué desean? ¿Puedo ofrecerles una taza de té?- sugirió, intentando volverse hacia la parte de atrás a la búsqueda de algo que hacernos llevar a la boca.
Sonreí reconfortado ante su amabilidad. Tan sólo había conocido la bondad de las abuelas en historias, chistes y relatos, y estos no podían hacer justicia a la cándida luz que brotaba de su alma. ¿Cómo podía un ser tan benévolo retorcerse en un agujero tan inmundo?
-Gracias, pero no tiene porqué molestarse. Me gustaría comprar un abrigo, las calles son frías en esta perpetua época del año- dije con una sonrisa verdadera, por primera vez en mucho tiempo.
-Claro, claro, hay que protegerse del frío. Por eso le traeré también el té, para que se caliente- añadió la mujer, asintiendo repetidas veces. Miró a mi acompañante, repitiendo la pregunta-. ¿Y usted, desea algo?
Recorrí la estancia con la mirada, fijándome en las altas humedades de los muros y la pintura resquebrajada de las esquinas. Sin duda, necesitaba un lavado de cara. Un marco, a medio descolgar, contenía la foto de una familia intergeneracional: dos felices abuelos que agarraban a un pequeño nieto, no conforme con tomarse la instantánea para la que le habían obligado a vestir un ridículo trajecillo de reno. Qué adorable… y… vagamente familiar.
-Puedo solo, no se preocupe-aclaré, levantándome con cuidado de la fría superficie que mordía mi trasero con estalactitas de hielo. ¿O eran estalagmitas? Tampoco importaba mucho mientras fueran largas espadas de invierno.
Cojeé, arrastrando mis pertenencias por la nieve hasta entrar al seco, aunque no mucho menos frío establecimiento. No pude evitar llevarme la mano a la cadera, intentando ahogar el calambre que me subía hasta la ciática.
La abuela no levantaba del metro veinte, encogida por la edad y arrugada como una pasa al sol. Su rostro caído y sus ojillos brillantes brillaban con la bondad que tan sólo alguien al cuidado de tres generaciones podía tener. Animó a tomar asiento en unos viejos y destartalados sillones, sorprendentemente cómodos. Pero, con respecto al suelo, todo era bastante cómodo.
-¿Qué desean? ¿Puedo ofrecerles una taza de té?- sugirió, intentando volverse hacia la parte de atrás a la búsqueda de algo que hacernos llevar a la boca.
Sonreí reconfortado ante su amabilidad. Tan sólo había conocido la bondad de las abuelas en historias, chistes y relatos, y estos no podían hacer justicia a la cándida luz que brotaba de su alma. ¿Cómo podía un ser tan benévolo retorcerse en un agujero tan inmundo?
-Gracias, pero no tiene porqué molestarse. Me gustaría comprar un abrigo, las calles son frías en esta perpetua época del año- dije con una sonrisa verdadera, por primera vez en mucho tiempo.
-Claro, claro, hay que protegerse del frío. Por eso le traeré también el té, para que se caliente- añadió la mujer, asintiendo repetidas veces. Miró a mi acompañante, repitiendo la pregunta-. ¿Y usted, desea algo?
Recorrí la estancia con la mirada, fijándome en las altas humedades de los muros y la pintura resquebrajada de las esquinas. Sin duda, necesitaba un lavado de cara. Un marco, a medio descolgar, contenía la foto de una familia intergeneracional: dos felices abuelos que agarraban a un pequeño nieto, no conforme con tomarse la instantánea para la que le habían obligado a vestir un ridículo trajecillo de reno. Qué adorable… y… vagamente familiar.
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El chico, que en mi opinión era muy orgulloso, negó mi ayuda, no dejé de sonreír, pues después el pobre chico iba casi cojo, agarrándose la cadera, el pobre llevó un buen trastazo.
Al entrar, la mujer se veía muy bajita, tanto, que ambos debíamos mirar hacia abajo. Una señora bastante mayor, arrugada por los años de experiencia en este trasto mundo. Aunque me sorprendía que tenía unos ojos muy brillantes, una mirada bondadosa, y muy tierna.
La mujer nos propuso sentarnos en unos sillones, que no parecían tan cómodos como realmente eran.
-Vaya, sorprendente -comenté para mí misma, con la esperanza de que Alphonse no me oyese, y la marchitada mujer tampoco.
Nos preguntó si queríamos tomar algo, Alphonse dijo que no, y yo negué con el cabeza como si fuese una mudita. A continuación, Alphonse le hizo saber a la mujer que quería un abrigo, la mujer asintió y afirmo que debía protegerse del frío, de nuevo la mujer, ignoró por completo que Aphonse ya le había dicho que no a la invitación del té, que la señora le había hecho antes.
Luego me preguntó a mí.
-No, muchas gracias, no se molesté por favor -dije sonriendo, con la idea de que era una anciana muy simpática, y agradable, lo mismo que si fuese nuestra propia abuela, al menos la mía. Miraba a mi alrededor, el lugar estaba bastante descuidado, paredes con humedad, un cuadro con una foto descolgada, de lo que parecían unos orgullosos abuelos portando a un pequeño niño, supongo que su nieto, vestido de reno.
-Que tierno -dije mirando la foto, cerca de Alphonse, lo que acababa de decir, me salió de forma natural, no pude contener esa frase en mi interior, me gustaban demasiado los niños, y desde luego ese, era bien guapo.
-¿Ve algo que le guste? -me dirigí a Alphonse, que miraba todo a su alrededor.
Al entrar, la mujer se veía muy bajita, tanto, que ambos debíamos mirar hacia abajo. Una señora bastante mayor, arrugada por los años de experiencia en este trasto mundo. Aunque me sorprendía que tenía unos ojos muy brillantes, una mirada bondadosa, y muy tierna.
La mujer nos propuso sentarnos en unos sillones, que no parecían tan cómodos como realmente eran.
-Vaya, sorprendente -comenté para mí misma, con la esperanza de que Alphonse no me oyese, y la marchitada mujer tampoco.
Nos preguntó si queríamos tomar algo, Alphonse dijo que no, y yo negué con el cabeza como si fuese una mudita. A continuación, Alphonse le hizo saber a la mujer que quería un abrigo, la mujer asintió y afirmo que debía protegerse del frío, de nuevo la mujer, ignoró por completo que Aphonse ya le había dicho que no a la invitación del té, que la señora le había hecho antes.
Luego me preguntó a mí.
-No, muchas gracias, no se molesté por favor -dije sonriendo, con la idea de que era una anciana muy simpática, y agradable, lo mismo que si fuese nuestra propia abuela, al menos la mía. Miraba a mi alrededor, el lugar estaba bastante descuidado, paredes con humedad, un cuadro con una foto descolgada, de lo que parecían unos orgullosos abuelos portando a un pequeño niño, supongo que su nieto, vestido de reno.
-Que tierno -dije mirando la foto, cerca de Alphonse, lo que acababa de decir, me salió de forma natural, no pude contener esa frase en mi interior, me gustaban demasiado los niños, y desde luego ese, era bien guapo.
-¿Ve algo que le guste? -me dirigí a Alphonse, que miraba todo a su alrededor.
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Deseé por unos segundos tener algún recuerdo como el que allí estaba colgado, pero uno no puede cambiar el pasado. Quizás el futuro me traerá memorias que yo mismo pudiera exponer en las paredes de mi hogar, de mi corazón, fotos a las que mirar con orgullo y cariño.
¿Era ese niño…? No, demasiada coincidencia. Por mucho que nos guste soñarlo, cantarlo y escribirlo, la vida no suele estar tan bellamente entrelazada como para que todo, al final, se arregle.
La pregunta de la morena me hace pasar de contemplar el decadente establecimiento para mirarla a ella de arriba abajo, con una ceja alzada. Una vez la anciana estaba ausente, no había razón alguna para seguir siendo tan amable, no con aquella tipeja que había intentado evadir mis preguntas y que hubo intentado, o al menos sugerido, extorsionarme. Me obligé, por el bien de mi venganza, a seguir interpretando mi papel.
-¿Acaso hay algo en exposición? No hay nada aquí cuya belleza pueda ser admirada…- ¿Se lo tomaría como un insulto? Bueno, seguramente, las malas mujeres suelen trastocar las palabras de uno, así que de perdidos al río-. Oh, claro… la amabilidad de la señora es algo digno de admiración… - Asentiría, como si no la hubiera insultado conscientemente y la contemplaría unos segundos, bajando progresivamente mis ojos hasta llegar al peligro de sus caderas. Volvería, cómo no, a mirarla a los ojos para seguir dirigiéndome a ella-. Aún no me ha dicho a qué se dedica. Es extraño ver a una mujer armada, cuando las damas ya tienen un arsenal bastante completo- terminaría, aún sonriendo.
Esperaría la respuesta que debió darme hace mucho tiempo. Aquella falsedad, aquellos modales con mala intención, le habían hecho ganarse un enemigo aún no muy poderoso, pero tremendamente rencoroso.
¿Era ese niño…? No, demasiada coincidencia. Por mucho que nos guste soñarlo, cantarlo y escribirlo, la vida no suele estar tan bellamente entrelazada como para que todo, al final, se arregle.
La pregunta de la morena me hace pasar de contemplar el decadente establecimiento para mirarla a ella de arriba abajo, con una ceja alzada. Una vez la anciana estaba ausente, no había razón alguna para seguir siendo tan amable, no con aquella tipeja que había intentado evadir mis preguntas y que hubo intentado, o al menos sugerido, extorsionarme. Me obligé, por el bien de mi venganza, a seguir interpretando mi papel.
-¿Acaso hay algo en exposición? No hay nada aquí cuya belleza pueda ser admirada…- ¿Se lo tomaría como un insulto? Bueno, seguramente, las malas mujeres suelen trastocar las palabras de uno, así que de perdidos al río-. Oh, claro… la amabilidad de la señora es algo digno de admiración… - Asentiría, como si no la hubiera insultado conscientemente y la contemplaría unos segundos, bajando progresivamente mis ojos hasta llegar al peligro de sus caderas. Volvería, cómo no, a mirarla a los ojos para seguir dirigiéndome a ella-. Aún no me ha dicho a qué se dedica. Es extraño ver a una mujer armada, cuando las damas ya tienen un arsenal bastante completo- terminaría, aún sonriendo.
Esperaría la respuesta que debió darme hace mucho tiempo. Aquella falsedad, aquellos modales con mala intención, le habían hecho ganarse un enemigo aún no muy poderoso, pero tremendamente rencoroso.
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A Alphonse lo notaba un poco melancólico, como si sintiera algo al ver aquella foto, como si una parte de su mente se hubiera trasladado a la foto, algo que, en parte, me conmovía.
La forma en la que dijo lo siguiente, me pareció agresiva, pero no le di importancia, bien puede ser que hable el dolor de su trasero, o bien puede ser que el frio le haya congelado las neuronas. En cualquier caso, yo era una persona simpática y agradable, no me iba a dejar poner de mal humor por su repentino cambio de polaridad.
-No me malinterprete, me refería a la foto, por como la miraba, o bien por lo que hay alrededor -dije levantándome, para luego apoyarme sobre una columna, -si, la mujer desde luego es la dulcificación personificada, y no, no estoy hablando de mí -dije con una sonrisa sincera, y una mirada completamente amable, sin intención de buscar ningún tipo de conflicto.
Después de esas palabras me miró de arriba abajo, haciendo una parada en mis caderas, si, mis gemelas son llamativas, es lo que tiene. Me preguntó a que me dedicaba, era cierto, aun no se lo había dicho.
-Ciertamente, aun no se lo he dicho, discúlpeme el despiste, soy… -miré a mi alrededor, fijándome que la señora estuviese lejos para que no me oyera -soy una cazarecompensas, por eso llevo estas armas, nunca se sabe cuándo vendrán bien -dije en voz baja, de forma que el pudiera oírlo.
Sentía la sensación de que por momento no le caía bien.
-He sido educada junto con mi hermana melliza, nos entrenó mi padre, él era marine, yo no quise serlo, así que me uní a los cazarecompensas, y mi hermano al mundo de la música -dije, para satisfacer una pregunta que supongo que tenía en mente.
-No tema, no debe buscar en mí una enemiga, a fin de cuentas, si quisiera hacerle daño ya lo hubiera hecho, le he invitado al desayuno, y he sido educada con usted -le dije, con una mirada sincera, no quería caerle mal, a pesar de que él es muy orgulloso, yo soy una buena persona, no debería ponerse así por que una persona le invite a un desayuno.
La forma en la que dijo lo siguiente, me pareció agresiva, pero no le di importancia, bien puede ser que hable el dolor de su trasero, o bien puede ser que el frio le haya congelado las neuronas. En cualquier caso, yo era una persona simpática y agradable, no me iba a dejar poner de mal humor por su repentino cambio de polaridad.
-No me malinterprete, me refería a la foto, por como la miraba, o bien por lo que hay alrededor -dije levantándome, para luego apoyarme sobre una columna, -si, la mujer desde luego es la dulcificación personificada, y no, no estoy hablando de mí -dije con una sonrisa sincera, y una mirada completamente amable, sin intención de buscar ningún tipo de conflicto.
Después de esas palabras me miró de arriba abajo, haciendo una parada en mis caderas, si, mis gemelas son llamativas, es lo que tiene. Me preguntó a que me dedicaba, era cierto, aun no se lo había dicho.
-Ciertamente, aun no se lo he dicho, discúlpeme el despiste, soy… -miré a mi alrededor, fijándome que la señora estuviese lejos para que no me oyera -soy una cazarecompensas, por eso llevo estas armas, nunca se sabe cuándo vendrán bien -dije en voz baja, de forma que el pudiera oírlo.
Sentía la sensación de que por momento no le caía bien.
-He sido educada junto con mi hermana melliza, nos entrenó mi padre, él era marine, yo no quise serlo, así que me uní a los cazarecompensas, y mi hermano al mundo de la música -dije, para satisfacer una pregunta que supongo que tenía en mente.
-No tema, no debe buscar en mí una enemiga, a fin de cuentas, si quisiera hacerle daño ya lo hubiera hecho, le he invitado al desayuno, y he sido educada con usted -le dije, con una mirada sincera, no quería caerle mal, a pesar de que él es muy orgulloso, yo soy una buena persona, no debería ponerse así por que una persona le invite a un desayuno.
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¿Ella era un agente de la justicia? Bueno, su propia justicia. ¿Qué empujaba a los mortales a unirse al credo de los cazarrecompensas? Dinero, fama, sed de sangre… Me preguntaba los motivos por los que aquella mujer había decidido tomar ese camino en la vida. Justo cuando empezaba a tranquilizarme con la idea de que tan sólo había intentado parar un crímen, ella continuó con su relato, revelando una información demasiado… demasiado…
Repulsiva.
Había traicionado la confianza de su familia, nada menos que tras ser criada para servir a un propósito justo. Su hermana había hecho bien en servir con su padre, pero ella… No me extrañaba nada que nada más vio al muchacho siquiera se preguntara si su crimen era más cuestión de legalidad que de justicia. Odiaba a ese tipo de personas, siempre lo haría. Una cosa era no buscarse problemas con los sistemas establecidos, no teniendo el valor suficiente para quebrar sus injusticias, un acto sumamente horrible, pero totalmente entendible. ¿Acusar de ser malvado a un pobre hombre sin prueba alguna? ¿Deleitarse con de los castigos infligidos sin conocer qué les habían empujado a cometer los crímenes? Por gente como ella el mundo era poco más que un vertedero para los pobres desgraciados con mala suerte. Y, lo peor de todo…
-Si usted hubiese querido hacerme daño, estaría muerta- declaré tajante-. Usted no me había invitado con buenas intenciones, sino que simplemente quería comprobar, de una manera bastante poco amable, si tenía alguna relación con el crimen. Miéntase a sí misma todo lo que quiera, miéntale a quien le dé la gana, pero no a mí. Ahora, si no va a comprar nada en este humilde establecimiento, y dado que su presencia me es non grata, por favor, desaparezca de mi vista. A menos, claro está, que quiera considerarse mi enemiga… más que una persona que, lejos de ser mi amiga, no me importe.
Si tan sólo hubiera podido decir eso. Pero no, debía relegarme a mi cordial papel y dije lo que la gente suele decir cuando no sabe qué decir, especialmente en el mundo artístico.
-Muy interesante…
La anciana volvió con té, habiendo hecho caso omiso a la negativa de aquella dama a la que también había puesto una taza. Con pastas incluidas, empezó a enseñarme los pocos abrigos que tenía guardados. Uno a uno, haciéndome sentir incómodo por el continuo ir y venir de la pobre señora al interior de la tienda, me los enseñó todos. Hasta que, por fin, al octavo, encontré una textura tan suave y algodonosa que creí haber muerto y ascendido a los cielos.
-Vaya- dije, poniéndome aquel blanco, aunque de corte algo ridículo, abrigo largo-. Hmm me gusta, ¿podríamos coserle unos botones negros delante?
-Claro, por supuesto, en un plis plás. Ese es uno de los más raros, el abrigo de pelo de mono.
¿Cómo que de mono?
Cuando volvió con la aguja, el hilo y los grandes botones negros, que juraría que escogió porque ya no veía demasiado bien, siguió explicando.
-Ya estos abrigos no se hacen, requieren mucho trabajo y cariño. Cuando el mono se va haciendo viejo, su pelo se va volviendo más y más débil, pero más y más suave. Había que cepillarlos todos los días, cosa que les gustaba mucho- rió-, y luego se va hilando todo poquito a poco. Ahora… bueno, la situación es bien distinta- suspiró con tristeza-. Los monos de la ciudad son tratados como guerreros, pero cuando ya no luchan bien… son abandonados los pobrecillos.
A pesar del extraño y desagradable origen, decidí quedármelo.
-¿Cuánto es?
-Son dosmil… no, veintemil berries.
Su mente quizás seguía en los antiguos tiempos en los que, por ese dinero, podría haber vivido todo un año. Ella necesitaba más, y, con lo corta de vista que era, no se daría cuenta de un cero de más en los billetes.
-Aquí tiene- le dije, haciéndole entrega del fajo de doscientos mil. Tan grande era su confianza en la bondad humana que siquiera lo contó...
Acto seguido me marcharía, pensando en si algún dia encontraría al hermano de aquella mujer, para tener una charla sobre el mundo musical.
Repulsiva.
Había traicionado la confianza de su familia, nada menos que tras ser criada para servir a un propósito justo. Su hermana había hecho bien en servir con su padre, pero ella… No me extrañaba nada que nada más vio al muchacho siquiera se preguntara si su crimen era más cuestión de legalidad que de justicia. Odiaba a ese tipo de personas, siempre lo haría. Una cosa era no buscarse problemas con los sistemas establecidos, no teniendo el valor suficiente para quebrar sus injusticias, un acto sumamente horrible, pero totalmente entendible. ¿Acusar de ser malvado a un pobre hombre sin prueba alguna? ¿Deleitarse con de los castigos infligidos sin conocer qué les habían empujado a cometer los crímenes? Por gente como ella el mundo era poco más que un vertedero para los pobres desgraciados con mala suerte. Y, lo peor de todo…
-Si usted hubiese querido hacerme daño, estaría muerta- declaré tajante-. Usted no me había invitado con buenas intenciones, sino que simplemente quería comprobar, de una manera bastante poco amable, si tenía alguna relación con el crimen. Miéntase a sí misma todo lo que quiera, miéntale a quien le dé la gana, pero no a mí. Ahora, si no va a comprar nada en este humilde establecimiento, y dado que su presencia me es non grata, por favor, desaparezca de mi vista. A menos, claro está, que quiera considerarse mi enemiga… más que una persona que, lejos de ser mi amiga, no me importe.
Si tan sólo hubiera podido decir eso. Pero no, debía relegarme a mi cordial papel y dije lo que la gente suele decir cuando no sabe qué decir, especialmente en el mundo artístico.
-Muy interesante…
La anciana volvió con té, habiendo hecho caso omiso a la negativa de aquella dama a la que también había puesto una taza. Con pastas incluidas, empezó a enseñarme los pocos abrigos que tenía guardados. Uno a uno, haciéndome sentir incómodo por el continuo ir y venir de la pobre señora al interior de la tienda, me los enseñó todos. Hasta que, por fin, al octavo, encontré una textura tan suave y algodonosa que creí haber muerto y ascendido a los cielos.
-Vaya- dije, poniéndome aquel blanco, aunque de corte algo ridículo, abrigo largo-. Hmm me gusta, ¿podríamos coserle unos botones negros delante?
-Claro, por supuesto, en un plis plás. Ese es uno de los más raros, el abrigo de pelo de mono.
¿Cómo que de mono?
Cuando volvió con la aguja, el hilo y los grandes botones negros, que juraría que escogió porque ya no veía demasiado bien, siguió explicando.
-Ya estos abrigos no se hacen, requieren mucho trabajo y cariño. Cuando el mono se va haciendo viejo, su pelo se va volviendo más y más débil, pero más y más suave. Había que cepillarlos todos los días, cosa que les gustaba mucho- rió-, y luego se va hilando todo poquito a poco. Ahora… bueno, la situación es bien distinta- suspiró con tristeza-. Los monos de la ciudad son tratados como guerreros, pero cuando ya no luchan bien… son abandonados los pobrecillos.
A pesar del extraño y desagradable origen, decidí quedármelo.
-¿Cuánto es?
-Son dosmil… no, veintemil berries.
Su mente quizás seguía en los antiguos tiempos en los que, por ese dinero, podría haber vivido todo un año. Ella necesitaba más, y, con lo corta de vista que era, no se daría cuenta de un cero de más en los billetes.
-Aquí tiene- le dije, haciéndole entrega del fajo de doscientos mil. Tan grande era su confianza en la bondad humana que siquiera lo contó...
Acto seguido me marcharía, pensando en si algún dia encontraría al hermano de aquella mujer, para tener una charla sobre el mundo musical.
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