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Aki D. Arlia
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Esta era una parada importante. Estaba seria al bajar del barco y encontrar a su contacto sin problemas no le tranquilizó nada. Hacía... dos, casi tres años que no pisaba esa isla. Arabasta, tierra de desiertos, drogas y putas. Un paraíso, sin duda. También hacía casi tres años que no le veía a él, sus caminos no habían vuelto a cruzarse. Aunque por lo que había oído había aprovechado bien el tiempo. No había sido nada fácil conseguir la información y la poca que tenía no era ni de lejos suficiente. Pero tendría que valer, antes de que la bola de nieve rodase más... y lo haría, lo tenía muy claro. Todavía recordaba ese par de ojos.
Sonrió para si, mientras caminaba despacio detrás de su aliada. Aún recordaba todas las dudas que había tenido entonces, sus contradicciones y sus miedos. Tonterías. Había mejorado. Sabía lo que buscaba. Y no encontraba motivos en su cabeza para no conseguirlo. Era una petición bastante afable, en realidad. Seguramente le interesara.
Se alejaron de la ciudad, rodeándola hasta encontrar lo que buscaban.
- Vosotros me acompañaréis. Tú dame las instrucciones y vete, gracias por todo. No, de hecho... tú vete con ella. Si para mañana no he avisado, ya sabes qué hacer.
Había tres hombres al borde del desierto. Uno de ellos se fue con la joven que la había guiado hasta ahí y los otros dos se adentraron en el desierto con la pelirroja, sin hacer preguntas. El camino fue largo y desde luego rebuscado, pero la chica había acertado en todo. Justo frente a ellos tenían una de las cúpulas. Había más, pero con una le llegaba. Se acercaron más y pronto salió un hombre apuntándoles a la cabeza. Aki caminó sin miedo hasta el control de seguridad, sonriéndole con afabilidad al guarda. Al llegar a su altura este se arrodilló ante ella, tirando el arma y besándole los pies. La pelirroja la recogió y con parsimonia le colocó el pie en el cuelo antes de cesar el efecto de su fruta.
- Quiero hablar con Yarmin Prince. Sería muy descortés por mi parte el dejarle sin uno de sus empleados, así que por favor... obedece.
Unos segundos después, el hombre estaba pegado al DDM.
-Dile que la bailarina ha venido a visitarle.
Sonrió para si, mientras caminaba despacio detrás de su aliada. Aún recordaba todas las dudas que había tenido entonces, sus contradicciones y sus miedos. Tonterías. Había mejorado. Sabía lo que buscaba. Y no encontraba motivos en su cabeza para no conseguirlo. Era una petición bastante afable, en realidad. Seguramente le interesara.
Se alejaron de la ciudad, rodeándola hasta encontrar lo que buscaban.
- Vosotros me acompañaréis. Tú dame las instrucciones y vete, gracias por todo. No, de hecho... tú vete con ella. Si para mañana no he avisado, ya sabes qué hacer.
Había tres hombres al borde del desierto. Uno de ellos se fue con la joven que la había guiado hasta ahí y los otros dos se adentraron en el desierto con la pelirroja, sin hacer preguntas. El camino fue largo y desde luego rebuscado, pero la chica había acertado en todo. Justo frente a ellos tenían una de las cúpulas. Había más, pero con una le llegaba. Se acercaron más y pronto salió un hombre apuntándoles a la cabeza. Aki caminó sin miedo hasta el control de seguridad, sonriéndole con afabilidad al guarda. Al llegar a su altura este se arrodilló ante ella, tirando el arma y besándole los pies. La pelirroja la recogió y con parsimonia le colocó el pie en el cuelo antes de cesar el efecto de su fruta.
- Quiero hablar con Yarmin Prince. Sería muy descortés por mi parte el dejarle sin uno de sus empleados, así que por favor... obedece.
Unos segundos después, el hombre estaba pegado al DDM.
-Dile que la bailarina ha venido a visitarle.
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-Bien. Arabasta era el primer paso- Bellatrix mantenía sus ojos clavados en mí, atenta a cada palabra mientras Gellert pelaba una manzana sin hacerme ni caso. Bueno, eso es lo que parecía a simple vista-. Droga. Especialmente los alucinógenos y los estimulantes, la droga mueve el mundo. El segundo paso es el mercado de esclavos. Para eso, el objetivo es- destapé una pizarra a mi espalda, mostrando una isla dividida en infinidad de manglares- Sabaody. Fuerza humana viva lista para trabajar, deseosa de trabajar. Bueno, no deseosa, pero sí que estoy seguro harán un buen...
Algo interrumpió la reunión. El sonido de un den den mushi sonó a mi espalda, era uno de los intercomunicadores de la ciudadela. Al parecer acabábamos de perder a un hombre. O, mejor dicho, a un traidor. Se había tirado a los pies de una mujer pelirroja que pedía algo, algo que el agente no había llegado a realizar porque un disparo atravesó su nuca. La seguridad de la base era perfecta, y el cómo nos hubieran encontrado no importaba, sólo el quién.
-No disparéis contra ella- dije. No podía ser de otra forma, tenía que tratarse de Aki-. Escoltadla hasta el jardín interior.
Mi rostro se veía notablemente turbado. Hacían ya casi tres años, cuando Claire vivía y Fudge vigilaba mis pasos. Una época en la que tuve que hacerme un nombre para de nuevo desaparecer entre las sombras. Naomi había resultado una ayudante muy agradecida, e incluso pese a las malas atenciones de Anthony su talante siempre se había mantenido afable, contra todo pronóstico. Y yo sabía que había sido ella.
Bajé por los ascensores seriamente conmocionado, preguntándome por qué no la había investigado a fondo. De hecho, lo había intentado. Sabía que tuvo en su día una alta recompensa, pero se la dio por muerta en Impel Down; era una presa fugada. El cazador que la había atrapado estaba desaparecido, y no tenía ninguna relación con el bronce o con nada similar. Al menos, no algo que pudiera ser relevante.
Pisé tierra de nuevo con las manos cruzadas tras la espalda, mirando al suelo por un momento, y devolví la vista al mundo para recibirla con una sonrisa. Una vez llegara, simplemente le dedicaría el mejor de mis saludos, y trataría de rememorar los viejos tiempos con un beso bajo la oreja.
-Cuánto tiempo, pequeña- diría, susurrando a su oído-. ¿Me echabas de menos?
Eso si llegaba, claro.
Algo interrumpió la reunión. El sonido de un den den mushi sonó a mi espalda, era uno de los intercomunicadores de la ciudadela. Al parecer acabábamos de perder a un hombre. O, mejor dicho, a un traidor. Se había tirado a los pies de una mujer pelirroja que pedía algo, algo que el agente no había llegado a realizar porque un disparo atravesó su nuca. La seguridad de la base era perfecta, y el cómo nos hubieran encontrado no importaba, sólo el quién.
-No disparéis contra ella- dije. No podía ser de otra forma, tenía que tratarse de Aki-. Escoltadla hasta el jardín interior.
Mi rostro se veía notablemente turbado. Hacían ya casi tres años, cuando Claire vivía y Fudge vigilaba mis pasos. Una época en la que tuve que hacerme un nombre para de nuevo desaparecer entre las sombras. Naomi había resultado una ayudante muy agradecida, e incluso pese a las malas atenciones de Anthony su talante siempre se había mantenido afable, contra todo pronóstico. Y yo sabía que había sido ella.
Bajé por los ascensores seriamente conmocionado, preguntándome por qué no la había investigado a fondo. De hecho, lo había intentado. Sabía que tuvo en su día una alta recompensa, pero se la dio por muerta en Impel Down; era una presa fugada. El cazador que la había atrapado estaba desaparecido, y no tenía ninguna relación con el bronce o con nada similar. Al menos, no algo que pudiera ser relevante.
Pisé tierra de nuevo con las manos cruzadas tras la espalda, mirando al suelo por un momento, y devolví la vista al mundo para recibirla con una sonrisa. Una vez llegara, simplemente le dedicaría el mejor de mis saludos, y trataría de rememorar los viejos tiempos con un beso bajo la oreja.
-Cuánto tiempo, pequeña- diría, susurrando a su oído-. ¿Me echabas de menos?
Eso si llegaba, claro.
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Apartó el cadáver con el pie, suspirando.
- Tendría que haberlo imaginado. Pero sigue siendo más educado así, supongo.
Levantó las manos al ver como más guardas se acercaban. Compuso una amable sonrisa y les siguió sin rechistar. Tampoco le hicieron muchas preguntas, eso le agradaba. ¿Se habría acordado de ella o solo quería saber quién había roto su seguridad? Lo sabría muy pronto. Mientras atravesaban el lugar, notaba su corazón latiéndole en el pecho. Se había metido de lleno en la boca del lobo. Sabía contra quién jugaba y sabía el poder que poseía. Si daba un paso en falso, no saldría de allí con vida. Pero tal y como iban las cosas, había mucho en juego. Y todavía le quedaban demasiados lugares por visitar.
Traspasaron el portón de la pirámide antes de lo que esperaba. Enfrascada en sus propios pensamientos, el tiempo había pasado volando. En seguida un movimiento naranja llamó su atención. Pasando olímpicamente de los guardias, fue a enterrar su cara en el pelaje del tigre más cercano.
- ¡Oh, esto es genial! Sí que ha aprovechado el tiempo.
Abrazada del cuello del felino, terminó de mirar el jardín que los rodeaba. Era una maravilla, había fuentes y toda clase de plantas. Entre los arbustos alcanzó a divisar pumas e incluso algún que otro león. Nunca se habría imaginado un espectáculo semejante, pero bien pensado sí que recordaba a Yarmin como una persona ostentosa. Le sintió con su mantra cuando se acercó a la estancia y se levantó para recibirle. Mantuvo la mano acariciando la cabeza del tigre, que insistía en frotarse contra ella. Le encontraba familiar.
Elegante y sonriente, no parecía alterado por su presencia. Pura fachada, estaba segura. Le recibió con los brazos abiertos, correspondiendo a su sonrisa. Posó una mano en su espalda para atraerle mientras le susurraba. Rió por lo bajo al escucharle; qué pretencioso. E igual de encantador que siempre.
- Solo tanto como tú a mi.
Se apartó un paso, contemplándole. Intentaba ver si había cambiado algo, pero quizás había pasado demasiado tiempo. Le parecía exactamente el mismo... y no sabía si eso era bueno o malo.
- Creo que nos quedaron algunos asuntos pendientes el día en que nos conocimos y... he venido a terminarlos. Todos. - Añadió con una pequeña sonrisa. No había malicia en sus ojos, de hecho parecía completamente sincera.
Seguramente se habría sorprendido de saber que lo era.
- Tendría que haberlo imaginado. Pero sigue siendo más educado así, supongo.
Levantó las manos al ver como más guardas se acercaban. Compuso una amable sonrisa y les siguió sin rechistar. Tampoco le hicieron muchas preguntas, eso le agradaba. ¿Se habría acordado de ella o solo quería saber quién había roto su seguridad? Lo sabría muy pronto. Mientras atravesaban el lugar, notaba su corazón latiéndole en el pecho. Se había metido de lleno en la boca del lobo. Sabía contra quién jugaba y sabía el poder que poseía. Si daba un paso en falso, no saldría de allí con vida. Pero tal y como iban las cosas, había mucho en juego. Y todavía le quedaban demasiados lugares por visitar.
Traspasaron el portón de la pirámide antes de lo que esperaba. Enfrascada en sus propios pensamientos, el tiempo había pasado volando. En seguida un movimiento naranja llamó su atención. Pasando olímpicamente de los guardias, fue a enterrar su cara en el pelaje del tigre más cercano.
- ¡Oh, esto es genial! Sí que ha aprovechado el tiempo.
Abrazada del cuello del felino, terminó de mirar el jardín que los rodeaba. Era una maravilla, había fuentes y toda clase de plantas. Entre los arbustos alcanzó a divisar pumas e incluso algún que otro león. Nunca se habría imaginado un espectáculo semejante, pero bien pensado sí que recordaba a Yarmin como una persona ostentosa. Le sintió con su mantra cuando se acercó a la estancia y se levantó para recibirle. Mantuvo la mano acariciando la cabeza del tigre, que insistía en frotarse contra ella. Le encontraba familiar.
Elegante y sonriente, no parecía alterado por su presencia. Pura fachada, estaba segura. Le recibió con los brazos abiertos, correspondiendo a su sonrisa. Posó una mano en su espalda para atraerle mientras le susurraba. Rió por lo bajo al escucharle; qué pretencioso. E igual de encantador que siempre.
- Solo tanto como tú a mi.
Se apartó un paso, contemplándole. Intentaba ver si había cambiado algo, pero quizás había pasado demasiado tiempo. Le parecía exactamente el mismo... y no sabía si eso era bueno o malo.
- Creo que nos quedaron algunos asuntos pendientes el día en que nos conocimos y... he venido a terminarlos. Todos. - Añadió con una pequeña sonrisa. No había malicia en sus ojos, de hecho parecía completamente sincera.
Seguramente se habría sorprendido de saber que lo era.
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Escuché su voz en mis oídos, y el vello se me erizó. Sensual como siempre, el tiempo no pasaba factura en ella. Congelada en el tiempo, como una estatua, y atractiva como si hubiera sido tallada por las manos de maestros escultores. Sus manos eran firmes y suaves, y su tacto traspasó la tela de mi traje, embriagándome por un momento. Pude sentir su pecho ceder ante la presión del mío, y se me habría formado una sonrisa traviesa de no ser por lo que su visita significaba.
-Entonces debes haberme extrañado un montón- respondí cuando vi esos ojos inocentes y sinceros. Debían mentir por algún lado, pero no lo hacían. Tenía que aprovechar esta oportunidad.
Tras tanto tiempo volvía a tenerla ante mí, con una inocente sonrisa y una mirada limpia, tanto que no podía estar más sucia. Ella quería algo, tal vez a mí, tal vez infiltrarse en mi organización... No pude evitar recordar cómo había rechazado dos veces unirse a mi entonces pequeña organización. Hoy en día, no obstante, las cosas habían cambiado. Estábamos a las puertas de mi pirámide, en mi jardín, vigilados por treinta soldados blancos de guardia y a un botón de distancia de Gellert y los demás. Ahora que lo pensaba, tal vez Anthony se alegrara de verla.
-Nos quedaron muchas cosas que hacer aquella noche, pero estoy seguro de que no esperas que conserve ese vaso a medio beber que dejaste- lo había hecho, en realidad. Puse a Percy a buscar su ADN, pero no pertenecía a nadie relevante, ni se la podía relacionar con nada. Sólo era una pirata de la extinta banda de Sharp D. Drake-. ¿Quieres pasar? Tengo un pequeño apartamento en la cima.
"Pequeño" era una forma exageradamente modesta de llamar a una habitación de más de doscientos metros cuadrados. Tenía una pequeña cocina propia, amplio baño y una biblioteca que ocupaba la mitad del espacio, aunque pequeña en comparación a la que ocupaba todo el piso seis, con más de setenta millones de documentos entre libros, manuscritos y periódicos. Con el orgullo enmarcado en la frente, la invité a subirse en el ascensor conmigo.
Pulsé el botón del último piso, y esperé unos segundos a que la puerta del elevador se cerrara, mirando desde la acristalada cabina el suelo que dejábamos atrás. No podía evitar sentirme algo inseguro cuando me metía en espacios tan pequeños, ¿Pero qué iba a hacerme la encantadora pelirroja? Traté de acariciar su cuello lentamente y bajar por su espalda, intentando acercarla a mí sin que se notara.
-¿Estás interesada en el negocio?- terminé por peguntarle, justo antes de lanzarme a sus labios, pretendiendo besarla.
-Entonces debes haberme extrañado un montón- respondí cuando vi esos ojos inocentes y sinceros. Debían mentir por algún lado, pero no lo hacían. Tenía que aprovechar esta oportunidad.
Tras tanto tiempo volvía a tenerla ante mí, con una inocente sonrisa y una mirada limpia, tanto que no podía estar más sucia. Ella quería algo, tal vez a mí, tal vez infiltrarse en mi organización... No pude evitar recordar cómo había rechazado dos veces unirse a mi entonces pequeña organización. Hoy en día, no obstante, las cosas habían cambiado. Estábamos a las puertas de mi pirámide, en mi jardín, vigilados por treinta soldados blancos de guardia y a un botón de distancia de Gellert y los demás. Ahora que lo pensaba, tal vez Anthony se alegrara de verla.
-Nos quedaron muchas cosas que hacer aquella noche, pero estoy seguro de que no esperas que conserve ese vaso a medio beber que dejaste- lo había hecho, en realidad. Puse a Percy a buscar su ADN, pero no pertenecía a nadie relevante, ni se la podía relacionar con nada. Sólo era una pirata de la extinta banda de Sharp D. Drake-. ¿Quieres pasar? Tengo un pequeño apartamento en la cima.
"Pequeño" era una forma exageradamente modesta de llamar a una habitación de más de doscientos metros cuadrados. Tenía una pequeña cocina propia, amplio baño y una biblioteca que ocupaba la mitad del espacio, aunque pequeña en comparación a la que ocupaba todo el piso seis, con más de setenta millones de documentos entre libros, manuscritos y periódicos. Con el orgullo enmarcado en la frente, la invité a subirse en el ascensor conmigo.
Si lo hacía...
Pulsé el botón del último piso, y esperé unos segundos a que la puerta del elevador se cerrara, mirando desde la acristalada cabina el suelo que dejábamos atrás. No podía evitar sentirme algo inseguro cuando me metía en espacios tan pequeños, ¿Pero qué iba a hacerme la encantadora pelirroja? Traté de acariciar su cuello lentamente y bajar por su espalda, intentando acercarla a mí sin que se notara.
-¿Estás interesada en el negocio?- terminé por peguntarle, justo antes de lanzarme a sus labios, pretendiendo besarla.
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La sonrisa de Aki se volvió traviesa al recordar aquella copa dejada en la última ocasión. Estaba bastante segura de que había terminado rodando por el suelo. En realidad, la situación no podía ser más bizarra. Habían pasado casi tres años desde la única vez que se habían visto y aún así se comportaban como si se conocieran de toda la vida. Pero sabía que ambos tenían muy presente que no era más que una fachada. Conveniente, divertida, pero una sutil mentira.
-Me encantaría.
Le siguió hasta el ascensor, todavía admirando el paisaje. Tanto el bosque como el jardín eran una maravilla; alguien se había esforzado mucho en diseñarlos y hacerlos realidad. Dudaba que hubieran brotado en medio del desierto por arte de magia, al fin y al cabo. Desde luego había aprovechado bien el tiempo. Acarició el pelaje del tigre de manera distraída mientras caminaban. Sus hombres se habían quedado con los guardias, pero tampoco creía que le fueran a servir de mucho si las cosas se torcían. Esperaba que no fueran muy duros con ellos; no sabían gran cosa.
Incluso el ascensor era amplio. Enarcó una ceja al ver la cantidad de botones; desde luego el complejo no era pequeño. Y a juzgar por su expresión, estaba más que orgulloso de su territorio. No se lo reprochaba; Aki también se henchía como un pavo real al pensar en su Fortaleza. Aunque ella no tenía esclavas no estaba nada mal, vaya.
Seguíamos subiendo cuando se acercó a mi. Dejé que su mano terminara en mi espalda, sin ceder espacio. Apoyé una mano en su pecho con una pequeña sonrisa. El tejido era suave, estaba claro que el traje era caro. Se cuidaba bien, se notaba que sabía lo que quería. Se lanzó a conseguirlo y por un momento le dejó creer que era suyo. Sus labios apenas se habían rozado cuando Aki le acarició la cara, apartándole suavemente unos centímetros. Parpadeó, todavía con una pequeña sonrisa en la boca.
- Podrías decirlo así. Aunque me interesas más tú, pero no por los motivos que crees.
Sintió su mano sobre la suya y de repente una corriente de placer cubrió de escalofríos su cuerpo. Jadeó mientras abría los ojos con sorpresa. ¿Cómo? Tan de repente, Aki no era idiota. No sabía qué lo había causado, pero reconocía los estragos de su propio poder. Se mordió el labio y contraatacó intentando no ceder. No iba a ser tan fácil. No quería. Apretó un poco la mano en el pecho de Yarmin, agarrándole la corbata.
- Eres... una caja de sorpresas.
-Me encantaría.
Le siguió hasta el ascensor, todavía admirando el paisaje. Tanto el bosque como el jardín eran una maravilla; alguien se había esforzado mucho en diseñarlos y hacerlos realidad. Dudaba que hubieran brotado en medio del desierto por arte de magia, al fin y al cabo. Desde luego había aprovechado bien el tiempo. Acarició el pelaje del tigre de manera distraída mientras caminaban. Sus hombres se habían quedado con los guardias, pero tampoco creía que le fueran a servir de mucho si las cosas se torcían. Esperaba que no fueran muy duros con ellos; no sabían gran cosa.
Incluso el ascensor era amplio. Enarcó una ceja al ver la cantidad de botones; desde luego el complejo no era pequeño. Y a juzgar por su expresión, estaba más que orgulloso de su territorio. No se lo reprochaba; Aki también se henchía como un pavo real al pensar en su Fortaleza. Aunque ella no tenía esclavas no estaba nada mal, vaya.
Seguíamos subiendo cuando se acercó a mi. Dejé que su mano terminara en mi espalda, sin ceder espacio. Apoyé una mano en su pecho con una pequeña sonrisa. El tejido era suave, estaba claro que el traje era caro. Se cuidaba bien, se notaba que sabía lo que quería. Se lanzó a conseguirlo y por un momento le dejó creer que era suyo. Sus labios apenas se habían rozado cuando Aki le acarició la cara, apartándole suavemente unos centímetros. Parpadeó, todavía con una pequeña sonrisa en la boca.
- Podrías decirlo así. Aunque me interesas más tú, pero no por los motivos que crees.
Sintió su mano sobre la suya y de repente una corriente de placer cubrió de escalofríos su cuerpo. Jadeó mientras abría los ojos con sorpresa. ¿Cómo? Tan de repente, Aki no era idiota. No sabía qué lo había causado, pero reconocía los estragos de su propio poder. Se mordió el labio y contraatacó intentando no ceder. No iba a ser tan fácil. No quería. Apretó un poco la mano en el pecho de Yarmin, agarrándole la corbata.
- Eres... una caja de sorpresas.
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Tras tanto tiempo ese ardor volvía. Era casi antinatural, y en la mano de Aki se iluminaba levemente un brillo rosado. Estaba devolviéndome la jugada, algo muy loable de intentar, pero llevaba años jugando a ese juego. Yo era el encantador, y las mentes se nublaban a mi paso, no al revés. Sin embargo, no era una sensación desagradable ni me impedía pensar por el momento, así que simplemente fui incrementando lentamente el placer que ella debía sentir en cada piso que dejábamos atrás, tratando de hacerla mía como no pude hacía tanto tiempo.
-Hay muchas razones para interesarse por mí- dije entre jadeos, empezando a sudar, cuando íbamos por el cuarto piso. Sin embargo, no solté su mano ni liberé su cintura-. Y, más que una caja de sorpresas, soy alguien preparado.
Intensifiqué al máximo el Sent, tratando de hacerla sentir el mayor orgasmo que nunca hubiera probado. Seguramente era una tarea difícil, pero basándome en mi experiencia busqué un momento clave en mi mente para emularlo. El roce suave en los hombros, tan falso como el cosquilleo en las piernas que debería sentir, y la cabeza turbada en un remolino de placer. El roce en cada pliegue de su piel, el tacto de alguien llenándola por completo... Todo lo que pude alcanzar intenté que se condensara en su mente. Mentira por completo, sucia mentira, pero real para ella.
Cuando llegamos al último piso la solté, exhausto. Sonreí con cierto aire de superioridad y la invité a pasar delante, preparándome para darle la bienvenida como se merecía y ver ese culo perfecto moverse ante mis ojos. Sea como fuere, terminé saliendo del ascensor y guié sus ojos con la mano, haciéndola mirar al gran salón que teníamos frente a nosotros, abierto a la luz de la luna en las acristaladas paredes. Avancé un poco y me puse detrás del minibar, sacando zumo de tomate y vodka. Tenía a mano una lima y un par de salsas que solían hacer acto de presencia en mis cócteles.
-Bloody Mary, ¿Verdad?- pregunté mientras afanosamente preparaba para mí y para ella. Era lo que había tomado hacía tres años, aunque no lo prefiriese seguro que el simbolismo le traía recuerdos.
Derian maulló en la distancia, y no tardó en aparecer por el lugar observando a la desconocida, curioseando con sus enormes ojos las piernas de la muchacha, deseoso por un lado de lamer su pierna y por el otro de mimos. Lo cierto es que los gatos resultaban mucho menos malvados de lo que llegué a pensar de niño, pero eran tan adorables...
-Bienvenida a Oasis, base de L.O.V.E.M.U.F.F.I.N. y el Servicio Secreto- terminé por decir, una vez los cócteles estuvieron listos, acercándole uno-. El sitio más bello del mundo, y desde tu llegada también el mejor.
-Hay muchas razones para interesarse por mí- dije entre jadeos, empezando a sudar, cuando íbamos por el cuarto piso. Sin embargo, no solté su mano ni liberé su cintura-. Y, más que una caja de sorpresas, soy alguien preparado.
Intensifiqué al máximo el Sent, tratando de hacerla sentir el mayor orgasmo que nunca hubiera probado. Seguramente era una tarea difícil, pero basándome en mi experiencia busqué un momento clave en mi mente para emularlo. El roce suave en los hombros, tan falso como el cosquilleo en las piernas que debería sentir, y la cabeza turbada en un remolino de placer. El roce en cada pliegue de su piel, el tacto de alguien llenándola por completo... Todo lo que pude alcanzar intenté que se condensara en su mente. Mentira por completo, sucia mentira, pero real para ella.
Cuando llegamos al último piso la solté, exhausto. Sonreí con cierto aire de superioridad y la invité a pasar delante, preparándome para darle la bienvenida como se merecía y ver ese culo perfecto moverse ante mis ojos. Sea como fuere, terminé saliendo del ascensor y guié sus ojos con la mano, haciéndola mirar al gran salón que teníamos frente a nosotros, abierto a la luz de la luna en las acristaladas paredes. Avancé un poco y me puse detrás del minibar, sacando zumo de tomate y vodka. Tenía a mano una lima y un par de salsas que solían hacer acto de presencia en mis cócteles.
-Bloody Mary, ¿Verdad?- pregunté mientras afanosamente preparaba para mí y para ella. Era lo que había tomado hacía tres años, aunque no lo prefiriese seguro que el simbolismo le traía recuerdos.
Derian maulló en la distancia, y no tardó en aparecer por el lugar observando a la desconocida, curioseando con sus enormes ojos las piernas de la muchacha, deseoso por un lado de lamer su pierna y por el otro de mimos. Lo cierto es que los gatos resultaban mucho menos malvados de lo que llegué a pensar de niño, pero eran tan adorables...
-Bienvenida a Oasis, base de L.O.V.E.M.U.F.F.I.N. y el Servicio Secreto- terminé por decir, una vez los cócteles estuvieron listos, acercándole uno-. El sitio más bello del mundo, y desde tu llegada también el mejor.
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La temperatura subía por momentos... o por pisos. Sentía cada una de las sensaciones que mandaba a por mi. Cada roce, cada cosquilleo. Sabía lo que buscaba, pero no se lo iba a dar. No sería tan fácil. Conocía y controlaba su cuerpo lo suficientemente bien como para disfrutar de sus mentiras sin ceder a ellas. Y aunque jadeaba, aunque quería dejarse llevar, no lo hizo. Aguantó cada embite, cada ola de placer. ¿De qué manera lograba provocar eso? Redobló sus esfuerzos, devolviéndole el placer que quería arrancarle. Quería que sintiera cada cosa que le daba, que se revolcara de placer en aquel diminuto ascensor.
Ninguno apartó las manos, ninguno bajó los ojos. Cuando las puertas se abrieron, ninguno había terminado. Él la soltó primero, pero no era una rendición.
- Ha sido un gran intento.- Le comentó ella con una sonrisa traviesa.
Se giró y sus ojos se abrieron como platos. No se esperaba algo así. El piso era espacioso y elegante, casi algo acogedor. Los muebles justos, unos grandes ventanales al fondo y un precioso salón esperándolos a ambos. La luz de la luna iluminaba la estancia mientras Aki curioseaba por ella. Le gustaba el lugar, entendía por qué estaba tan orgulloso. Sonrió al escuchar el nombre de aquel cóctel. En realidad no era su favorito ni de lejos, pero ahora que lo decía le apetecía volver a probarlo. Le traía tantos recuerdos...
Una pequeña bola peluda se acurrucó entre sus tobillos, llamando su atención. Era un hermoso gatito negro como la noche, diminuto e imponente en su dulzura.Notó su lengua recorrer su piel desnuda y con ternura se agachó para acariciarlo. Tras reducirlo a una bolita de mimos y ronroneos, le inspeccionó en busca del collar. No pudo evitarlo, se echó a reír al ver el nombre.
- Así que te llamas Derian... ¿Tú también te vuelves blanco, pequeño? Yarmin - le preguntó volviéndose con él en brazos.- ¿Le llamaste así por Derian Markov? Le pega y todo al pequeñín.
Lo dejó libre en cuanto él acudió con la bebida en la mano. El gatito volvió a instalarse entre sus tobillos y ella a prestar atención a su anfitrión. Sonrió al escucharle, halagada de sus tonterías.
- Tan exagerado como siempre, mi rey. ¿Sabes? He venido tan lejos para verte. He escuchado rumores de tus andanzas. No sé cómo de lejos has llegado exactamente, pero está claro que te ha ido bien. Me gustaría negociar contigo y ofrecerte... un regalo.
Si le preguntaba el qué, sonreiría con inocencia y probaría la bebida antes de responderle con naturalidad:
- Saciar tu curiosidad.
Ninguno apartó las manos, ninguno bajó los ojos. Cuando las puertas se abrieron, ninguno había terminado. Él la soltó primero, pero no era una rendición.
- Ha sido un gran intento.- Le comentó ella con una sonrisa traviesa.
Se giró y sus ojos se abrieron como platos. No se esperaba algo así. El piso era espacioso y elegante, casi algo acogedor. Los muebles justos, unos grandes ventanales al fondo y un precioso salón esperándolos a ambos. La luz de la luna iluminaba la estancia mientras Aki curioseaba por ella. Le gustaba el lugar, entendía por qué estaba tan orgulloso. Sonrió al escuchar el nombre de aquel cóctel. En realidad no era su favorito ni de lejos, pero ahora que lo decía le apetecía volver a probarlo. Le traía tantos recuerdos...
Una pequeña bola peluda se acurrucó entre sus tobillos, llamando su atención. Era un hermoso gatito negro como la noche, diminuto e imponente en su dulzura.Notó su lengua recorrer su piel desnuda y con ternura se agachó para acariciarlo. Tras reducirlo a una bolita de mimos y ronroneos, le inspeccionó en busca del collar. No pudo evitarlo, se echó a reír al ver el nombre.
- Así que te llamas Derian... ¿Tú también te vuelves blanco, pequeño? Yarmin - le preguntó volviéndose con él en brazos.- ¿Le llamaste así por Derian Markov? Le pega y todo al pequeñín.
Lo dejó libre en cuanto él acudió con la bebida en la mano. El gatito volvió a instalarse entre sus tobillos y ella a prestar atención a su anfitrión. Sonrió al escucharle, halagada de sus tonterías.
- Tan exagerado como siempre, mi rey. ¿Sabes? He venido tan lejos para verte. He escuchado rumores de tus andanzas. No sé cómo de lejos has llegado exactamente, pero está claro que te ha ido bien. Me gustaría negociar contigo y ofrecerte... un regalo.
Si le preguntaba el qué, sonreiría con inocencia y probaría la bebida antes de responderle con naturalidad:
- Saciar tu curiosidad.
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-Lo cierto es que te has esforzado- dije, como sin darle importancia, dedicándole una mirada de soslayo. Había sabido mantenerme el pulso, pero cada vez tenía más cercadas las opciones sobre su poder. Definitivamente tenía que ser o Paramecia o Zoan, y en ambos casos las opciones estaban muy limitadas. ¿Cuántas Akumas podía haber en el libro que consiguieran provocar lujuria y placer? Evidentemente la paramecia de lujuria, una de las que en su momento casi me interesó, aunque sin ser mujer no le habría sacado tanto partido. Los hombres llegaban a ser mucho más estúpidos ante esas cosas.
Aki se había agachado momentáneamente a acariciar al pequeño gato, e incluso me preguntó si su nombre se refería al gran monarca de Hallstat, el que falló en lo más fácil una vez tuvo el mundo a sus pies. No pude evitar sonreír traviesamente mientras mis ojos miraban con cierta inocencia el techo de la estancia, lleno de focos de luz fría.
-A veces se mancha de harina- señalé, con cierta risa. Respecto a lo otro el nombre tenía miga-. Le puse su nombre porque es lo mismo: Malvado e inofensivo. Aún no sé si lujurioso, pero dentro de unos meses lo sabré.
Había investigado un poco. Aunque no sabía cuántos, estimaba que la cifra rondaría los cuarenta y nueve hijos ilegítimos, eso sólo contando mujeres residentes en la vieja ciudad de Markovia. Seguramente a lo largo y ancho de Hallstat, y sobre todo en cada isla, tenía al menos uno o dos más. Los Markov, al fin y al cabo, venían casi de las setas. Ninfómanas setas.
-Bueno, lo cierto es que he estado trabajando a fondo estos últimos años- dije, rezongando, como con cierta modestia-. Tuve que poner mi granito de arena para que la Justicia triunfase una vez más, y mientras tanto una cosa llevó a la otra... Ya ves. Alguien construyó este modesto refugio.
Aki había tomado mi bebida, y me alejé ligeramente, hacia una ventana. La vista del valle desde mi habitación era sublime, con los enormes árboles pequeños al lado del enorme complejo que se levantaba a su alrededor. Cien metros de base militar preparada para resistir un asedio de tres años, fuentes de alimentación y recursos energéticos, así como armas suficientes para acabar con cualquier enemigo a medio kilómetro de distancia. Con los más débiles, tal vez hasta a tres kilómetros.
-Así que saciar mi curiosidad- mi voz sonaba baja y lenta, suave, mientras pensaba en todos los significados de la frase. No había venido a acostarse conmigo, demasiado trabajo, y si sabía dónde estaba también debía ser capaz de localizarme en una misión donde aparecer sin poner en peligro su vida. ¿Pero realmente había peligrado? Aki D. Arlia no había sido famosa por su poder, pero hasta la muerte de Derian Byakuro tampoco había sido considerado así. Del mismo modo, Dexter Black había mantenido un perfil muy bajo, y otros tantos. No, ella había venido por otra cosa-. ¿Cuál es el secreto del anillo?
Aki se había agachado momentáneamente a acariciar al pequeño gato, e incluso me preguntó si su nombre se refería al gran monarca de Hallstat, el que falló en lo más fácil una vez tuvo el mundo a sus pies. No pude evitar sonreír traviesamente mientras mis ojos miraban con cierta inocencia el techo de la estancia, lleno de focos de luz fría.
-A veces se mancha de harina- señalé, con cierta risa. Respecto a lo otro el nombre tenía miga-. Le puse su nombre porque es lo mismo: Malvado e inofensivo. Aún no sé si lujurioso, pero dentro de unos meses lo sabré.
Había investigado un poco. Aunque no sabía cuántos, estimaba que la cifra rondaría los cuarenta y nueve hijos ilegítimos, eso sólo contando mujeres residentes en la vieja ciudad de Markovia. Seguramente a lo largo y ancho de Hallstat, y sobre todo en cada isla, tenía al menos uno o dos más. Los Markov, al fin y al cabo, venían casi de las setas. Ninfómanas setas.
-Bueno, lo cierto es que he estado trabajando a fondo estos últimos años- dije, rezongando, como con cierta modestia-. Tuve que poner mi granito de arena para que la Justicia triunfase una vez más, y mientras tanto una cosa llevó a la otra... Ya ves. Alguien construyó este modesto refugio.
Aki había tomado mi bebida, y me alejé ligeramente, hacia una ventana. La vista del valle desde mi habitación era sublime, con los enormes árboles pequeños al lado del enorme complejo que se levantaba a su alrededor. Cien metros de base militar preparada para resistir un asedio de tres años, fuentes de alimentación y recursos energéticos, así como armas suficientes para acabar con cualquier enemigo a medio kilómetro de distancia. Con los más débiles, tal vez hasta a tres kilómetros.
-Así que saciar mi curiosidad- mi voz sonaba baja y lenta, suave, mientras pensaba en todos los significados de la frase. No había venido a acostarse conmigo, demasiado trabajo, y si sabía dónde estaba también debía ser capaz de localizarme en una misión donde aparecer sin poner en peligro su vida. ¿Pero realmente había peligrado? Aki D. Arlia no había sido famosa por su poder, pero hasta la muerte de Derian Byakuro tampoco había sido considerado así. Del mismo modo, Dexter Black había mantenido un perfil muy bajo, y otros tantos. No, ella había venido por otra cosa-. ¿Cuál es el secreto del anillo?
Aki D. Arlia
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Imaginar al gatito cubierto de harina me arrancó una sonrisa de ternura. Desde luego era mucho más adorable que su tocayo, aunque ese tenía otras cosas buenas. Un castillo. Dinero. Mazmorras oscuras... aunque bien pensado igual incluso el felino tenía un rinconcito para él. Seguro que si rebuscaba en el jardín encontraba alguien a su medida. Mis ojos se oscurecieron un momento al pensarlo, pero dudé de que lo hubiera notado.
- A lo mejor en vez de decírtelo aparece un día con cinco hijos. Yo que tú tendría cuidado.
Le seguí hasta la ventana, admirando todas las vistas y escuchando lo que me decía. La Justicia... ya, claro. De no ser porque todavía recordaba la noche de hace tres años quizás le habría creído. A primera vista, Yarmin parecía alguien completamente confiable. Y era trabajador, desde luego. El espectáculo bajo la luz de la luna era impresionante. De poder me habría dado un paseo volando para explorar cada rincón. Ahora que lo pensaba, de hecho, no era la peor de las ideas. Tomé nota mental para recordárselo cuando sus palabras me sacaron de mis pensamientos.
Le apoyé una mano en la cintura, por detrás, tratando de que se girase para verme. Dejé mi bebida en una mesita cercana y con ambas manos saqué la cadenilla por encima de mi cabeza. En ella, antes ocultos por mi ropa, brillaban dos anillos. El primero, dorado, me pertenecía. El segundo, de cobre, lo había traído para él. Lo desenganché con suavidad e intenté tomar su mano para hacerlo rodar por su palma, acariciándosela al pasar.
- ¿Este anillo, dices? Ten... examínalo a gusto.
Le había pedido a Jester que lo retocara específicamente para él. Entre otras cosas, unas pequeñas y alargadas hojas se hallaban intrincadamente talladas en el cobre, rodeando el símbolo de Xella. Pensé en apartar algo de maquillaje para que pudiera verlo también en mi pecho, pero no había prisa. Teníamos aún mucho tiempo.
- El dorado no puedo regalártelo.- Comenté mientras le soltaba y volvía a colocarme la cadenilla.- Pero por ese... lo mandé hacer solo para ti. Así que quizás podamos llegar a un acuerdo.
Dejé que saciara sus ojos con él y me volví hacia la ventana. Cada vez la idea de salir a dar un paseo me podía más, por mucho que me gustara el piso. Me giré hacia él de nuevo.
- ¿Sabes? Me encantaría conocer este lugar.
- A lo mejor en vez de decírtelo aparece un día con cinco hijos. Yo que tú tendría cuidado.
Le seguí hasta la ventana, admirando todas las vistas y escuchando lo que me decía. La Justicia... ya, claro. De no ser porque todavía recordaba la noche de hace tres años quizás le habría creído. A primera vista, Yarmin parecía alguien completamente confiable. Y era trabajador, desde luego. El espectáculo bajo la luz de la luna era impresionante. De poder me habría dado un paseo volando para explorar cada rincón. Ahora que lo pensaba, de hecho, no era la peor de las ideas. Tomé nota mental para recordárselo cuando sus palabras me sacaron de mis pensamientos.
Le apoyé una mano en la cintura, por detrás, tratando de que se girase para verme. Dejé mi bebida en una mesita cercana y con ambas manos saqué la cadenilla por encima de mi cabeza. En ella, antes ocultos por mi ropa, brillaban dos anillos. El primero, dorado, me pertenecía. El segundo, de cobre, lo había traído para él. Lo desenganché con suavidad e intenté tomar su mano para hacerlo rodar por su palma, acariciándosela al pasar.
- ¿Este anillo, dices? Ten... examínalo a gusto.
Le había pedido a Jester que lo retocara específicamente para él. Entre otras cosas, unas pequeñas y alargadas hojas se hallaban intrincadamente talladas en el cobre, rodeando el símbolo de Xella. Pensé en apartar algo de maquillaje para que pudiera verlo también en mi pecho, pero no había prisa. Teníamos aún mucho tiempo.
- El dorado no puedo regalártelo.- Comenté mientras le soltaba y volvía a colocarme la cadenilla.- Pero por ese... lo mandé hacer solo para ti. Así que quizás podamos llegar a un acuerdo.
Dejé que saciara sus ojos con él y me volví hacia la ventana. Cada vez la idea de salir a dar un paseo me podía más, por mucho que me gustara el piso. Me giré hacia él de nuevo.
- ¿Sabes? Me encantaría conocer este lugar.
Yarmin Prince
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Dejé que el anillo resbalase hasta la palma de mi mano, observándolo con sumo detenimiento. Dos serpientes embarulladas formando un símbolo tribal. Un ocho, un reloj de arena... Una representación arcaica del Uróboros, el dragón sin principio ni fin. Se mordían la cola entre ellas, y aunque era bastante complejo, no pensaba olvidar ese símbolo. De hecho, estaba bastante seguro de haberlo visto en alguna parte, aunque sin darle nunca importancia.
-El oro no me queda bien, tranquila- dije, sosteniendo entre mis dedos el anillo, alzándolo para verlo a la luz de la luna. ¿Tenía algún secreto? Tal vez algo que no pudiera ver a simple vista-. Demasiado ostentoso. Soy más de plateados.
Había sonado tal vez algo cortante, pero en tres años era el momento más cercano a hallar mi respuesta. Sin esperar por ella me dirigí a la biblioteca, estaba seguro de que tenía por ahí algo. Heráldica del North Blue... No, demasiados murciélagos y leones. ¿Oeste? Todo árboles. Abrí un libro del South Blue, pero cada escudo era un simple mar ondeante y peces, muchos peces. Los libros bajaban y subían rápidamente, pasando apenas segundos en una mesa hasta que recordaba de nuevo su contenido y... Registro histórico criminal. ¡Ahí estaba! Página trescientos ocho, segundo párrafo: Xella Corps. Pero era imposible, llevaba más de ochenta años desaparecida.
-Me mientes- susurré, quedamente. Cabía la posibilidad de que se tratara de una organización completamente distinta que hubiese heredado un simple logo, una marca personal. Pero no podía ser, simplemente no podía-. O me mientes, o Xella ha estado ahí todo este tiempo...
Me acerqué a ella, armado con el anillo, amenazante. La tentación de obligarla a hablar estaba ahí, y mis ojos alternaban el rojo y el azul con tanta velocidad que casi parecía tenerlos violeta. Por primera vez en mucho tiempo no sonreía, no sabía si enfadado con ella o conmigo. Tanto tiempo esperando una gran revelación, un secreto digno de pasar entre generaciones, y resultaba ser algo tan aburrido. Casi por un instante quise abofetearme por haber sido tan estúpido. Nada tenía una epifanía como significado. Pero bueno, qué más daba.
-Disculpa esto- dije, meneando la cabeza y agachando la mirada por un instante, sólo para volver a sonreírle con casi naturalidad al instante-. Vamos a dar ese paseo, sí. Creo que te gustará conocer las maravillas de Oasis.
El nombre no era muy original, pero ya lo di todo para crear L.O.V.E.M.U.F.F.I.N. y total, nadie creería que un apelativo tan común ocultaría algo. Sin embargo, Oasis era una pequeña gran ciudad en medio del desierto, un cuartel gigantesco para mis negocios.
-Sígueme, por favor.
Agarré a Derian con cuidado y lo dejé en su cama, al pie de las escaleras de caracol que llevaban a la terraza. Justo en la cima, perfecta para contemplar toda la base, estaba la balconada, y a un lado el aerodeslizador en perfecto negro brillante, esperando en su base a que alguien lo utilizara.
-¿Quieres bajar corriendo o volando?
El ascensor era muy lento, y yo quería divertirme. Tras semejante decepción, qué menos...
-El oro no me queda bien, tranquila- dije, sosteniendo entre mis dedos el anillo, alzándolo para verlo a la luz de la luna. ¿Tenía algún secreto? Tal vez algo que no pudiera ver a simple vista-. Demasiado ostentoso. Soy más de plateados.
Había sonado tal vez algo cortante, pero en tres años era el momento más cercano a hallar mi respuesta. Sin esperar por ella me dirigí a la biblioteca, estaba seguro de que tenía por ahí algo. Heráldica del North Blue... No, demasiados murciélagos y leones. ¿Oeste? Todo árboles. Abrí un libro del South Blue, pero cada escudo era un simple mar ondeante y peces, muchos peces. Los libros bajaban y subían rápidamente, pasando apenas segundos en una mesa hasta que recordaba de nuevo su contenido y... Registro histórico criminal. ¡Ahí estaba! Página trescientos ocho, segundo párrafo: Xella Corps. Pero era imposible, llevaba más de ochenta años desaparecida.
-Me mientes- susurré, quedamente. Cabía la posibilidad de que se tratara de una organización completamente distinta que hubiese heredado un simple logo, una marca personal. Pero no podía ser, simplemente no podía-. O me mientes, o Xella ha estado ahí todo este tiempo...
Me acerqué a ella, armado con el anillo, amenazante. La tentación de obligarla a hablar estaba ahí, y mis ojos alternaban el rojo y el azul con tanta velocidad que casi parecía tenerlos violeta. Por primera vez en mucho tiempo no sonreía, no sabía si enfadado con ella o conmigo. Tanto tiempo esperando una gran revelación, un secreto digno de pasar entre generaciones, y resultaba ser algo tan aburrido. Casi por un instante quise abofetearme por haber sido tan estúpido. Nada tenía una epifanía como significado. Pero bueno, qué más daba.
-Disculpa esto- dije, meneando la cabeza y agachando la mirada por un instante, sólo para volver a sonreírle con casi naturalidad al instante-. Vamos a dar ese paseo, sí. Creo que te gustará conocer las maravillas de Oasis.
El nombre no era muy original, pero ya lo di todo para crear L.O.V.E.M.U.F.F.I.N. y total, nadie creería que un apelativo tan común ocultaría algo. Sin embargo, Oasis era una pequeña gran ciudad en medio del desierto, un cuartel gigantesco para mis negocios.
-Sígueme, por favor.
Agarré a Derian con cuidado y lo dejé en su cama, al pie de las escaleras de caracol que llevaban a la terraza. Justo en la cima, perfecta para contemplar toda la base, estaba la balconada, y a un lado el aerodeslizador en perfecto negro brillante, esperando en su base a que alguien lo utilizara.
-¿Quieres bajar corriendo o volando?
El ascensor era muy lento, y yo quería divertirme. Tras semejante decepción, qué menos...
Aki D. Arlia
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De repente, Yarmin salió corriendo. Le seguí, confusa, para encontrarle rebuscando en una pila de libros. Examiné con ojo crítico la biblioteca, como buenamente podía sin entrometerme; no era de buena educación irrumpir en sus rincones privados sin invitación. Sin embargo, parecía bien surtida y estaba claro que sabía lo que buscaba. A los pocos tomos lo encontró y le oí susurrar claramente:
-Me mientes...
Sonreí, meneando la cabeza. No lo hacía. Fui a explicárselo, pero para cuando le busqué con la mirada le tenía delante de mi. Sus ojos estaban fijos en los míos, cambiando del azul al rojo por momentos. Arqueé una ceja, sorprendida a mi pesar. Eso no era normal y no parecía que lo estuviera controlando. Era casi intimidante, pero lo ignoré por el momento. Pasó tan rápido como había venido, en realidad, y se disculpó casi al instante.
Despacio, con tranquilidad, le apoyé la mano en un hombro. Ladeé la cabeza un poco y hablé con voz suave.
- No te miento. Xella desapareció del mundo por un conflicto interno, pero la red de contactos se mantuvo intacta. Por eso he llegado hoy aquí; quedan algunos hombres de Xella entre tus filas. Estaban ya ahí cuando los reclutaste. Te son fieles, descuida; si pretendiera atacarte no podría utilizarlos; difiere con sus intereses y eso... lo respetamos.
Hice una pequeña pausa para mirarle. Al final, accedí a seguirle. A ambos nos iría bien un poco de aire fresco. La impresionante bolita de pelo negro se quedó acurrucado en su cama mientras nosotros subíamos por la escalera de caracol. Dimos vueltas hasta llegar a la terraza; todo el lugar podía verse a nuestros pies. Y frente a nosotros, dos opciones. Sonreí traviesa al ver el aerodeslizador.
-¿Qué me das si hago ambas sin utilizar tu juguete? O mejor, sígueme con él. Será divertido.
Me subí a la balconada de un salto y me giré para mirarle. Le sonreí y le hice una exagerada reverencia, solo para él:
-He venido aquí esta noche buscando algo, Yarmin Prince, y no me iré sin ello. Pero entre tanto... ven a por mí.
Salté hacia atrás y hacia lo alto. Cerré los ojos una milésima de segundo antes de sacar mis alas y enderezarme en el aire. Aterricé suavemente sobre la superficie de la pirámide y le tendí la mano, aguardando su reacción.
-Me mientes...
Sonreí, meneando la cabeza. No lo hacía. Fui a explicárselo, pero para cuando le busqué con la mirada le tenía delante de mi. Sus ojos estaban fijos en los míos, cambiando del azul al rojo por momentos. Arqueé una ceja, sorprendida a mi pesar. Eso no era normal y no parecía que lo estuviera controlando. Era casi intimidante, pero lo ignoré por el momento. Pasó tan rápido como había venido, en realidad, y se disculpó casi al instante.
Despacio, con tranquilidad, le apoyé la mano en un hombro. Ladeé la cabeza un poco y hablé con voz suave.
- No te miento. Xella desapareció del mundo por un conflicto interno, pero la red de contactos se mantuvo intacta. Por eso he llegado hoy aquí; quedan algunos hombres de Xella entre tus filas. Estaban ya ahí cuando los reclutaste. Te son fieles, descuida; si pretendiera atacarte no podría utilizarlos; difiere con sus intereses y eso... lo respetamos.
Hice una pequeña pausa para mirarle. Al final, accedí a seguirle. A ambos nos iría bien un poco de aire fresco. La impresionante bolita de pelo negro se quedó acurrucado en su cama mientras nosotros subíamos por la escalera de caracol. Dimos vueltas hasta llegar a la terraza; todo el lugar podía verse a nuestros pies. Y frente a nosotros, dos opciones. Sonreí traviesa al ver el aerodeslizador.
-¿Qué me das si hago ambas sin utilizar tu juguete? O mejor, sígueme con él. Será divertido.
Me subí a la balconada de un salto y me giré para mirarle. Le sonreí y le hice una exagerada reverencia, solo para él:
-He venido aquí esta noche buscando algo, Yarmin Prince, y no me iré sin ello. Pero entre tanto... ven a por mí.
Salté hacia atrás y hacia lo alto. Cerré los ojos una milésima de segundo antes de sacar mis alas y enderezarme en el aire. Aterricé suavemente sobre la superficie de la pirámide y le tendí la mano, aguardando su reacción.
Yarmin Prince
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-Súcubo...- fue lo único que alcancé a decir. Poderes de lujuria y placer, alas y un envidiable atractivo que ninguna otra mujer podía superar. Cierto es que bajo esa descripción podría tratarse también de una lamia, pero esencialmente eran lo mismo. Bueno, una más reptiliana que la otra, y la otra endiabladamente malvada... ¿Cuál era ella? Sin duda un apasionado demonio. Al fin y al cabo, Aki no parecía ni de lejos un dragón.
Su invitación, al igual que todos sus gestos desde que la conocía, era desafiante. Me invitaba a seguirla y a cazarla, pero sabiendo que no la atraparía. Por un instante acepté, tomando su mano. Se veía envidiable bajo la luz de la luna, blanca como la nieve con mejillas sonrosadas, enmarcadas por largos bucles de cabello rojo, brillante aun en la noche más oscura. A pesar de que podía ver sus pies en el suelo, parecía flotar en la nada. Sus piernas eran delgadas y estilizadas, rebosantes de vida y fuerza, culminadas en unas caderas amplias protegidas por escueta tela. Habría hecho de nuevo que el placer recorriera su cuerpo, pero no quería repetirme. Podía hacerlo por mí mismo.
Mis ojos saltaban por entre cada detalle, maquinando perversiones a cada cual más macabra mientras ascendía lentamente por su cuerpo. Aún lo recordaba tras tanto tiempo, y es que Aki D. Arlia era totalmente inolvidable, probablemente la mujer más atractiva que nunca había visto. Aunque, si de verdad era un súcubo, jugaba con una ventaja que el resto de personas no tenía. Pero bueno, yo también hacía trampas en algunas cosas, no puedo quejarme.
-No quieres que vaya- respondí yo-. Quieres venir tú. No te resistas, por favor.
Una sonrisa casi malvada asomó en mi cara mientras hacía algo de fuerza, intentando atraerla hacia mí. Si lo lograba, apoyaría la mano libre sobre su cadera y acercaría la otra a su espalda, empujándola hacia mí tanto que pudiera notar mi respiración y su pecho acariciase mi camisa. Tanta gente buscándola durante años, tantos crímenes cometidos y tan... Cerca. Era un peligro para ella venir hasta mí, más aún si sabía, que seguramente supiera, que era Agente del Gobierno. Podía no importarle, estar segura de salir con vida, o...
-Hueles mejor de lo que recordaba- dije, acercando mi nariz a ella, dibujando su silueta con mi cuerpo-. Como un sueño de una noche de verano... ¿Te gusta Shakespeare?
Habría probado un segundo intento, de nuevo mis labios chocando con los suyos, pero dejé que el silencio del momento nos embargase. Quería que sintiese mis manos firmes y cálidas en su piel, pero no amenazantes. Quería que notase mi cuerpo delicado y gentil aunque fuerte, y quería saber si había venido a mí buscando eso...
Su invitación, al igual que todos sus gestos desde que la conocía, era desafiante. Me invitaba a seguirla y a cazarla, pero sabiendo que no la atraparía. Por un instante acepté, tomando su mano. Se veía envidiable bajo la luz de la luna, blanca como la nieve con mejillas sonrosadas, enmarcadas por largos bucles de cabello rojo, brillante aun en la noche más oscura. A pesar de que podía ver sus pies en el suelo, parecía flotar en la nada. Sus piernas eran delgadas y estilizadas, rebosantes de vida y fuerza, culminadas en unas caderas amplias protegidas por escueta tela. Habría hecho de nuevo que el placer recorriera su cuerpo, pero no quería repetirme. Podía hacerlo por mí mismo.
Mis ojos saltaban por entre cada detalle, maquinando perversiones a cada cual más macabra mientras ascendía lentamente por su cuerpo. Aún lo recordaba tras tanto tiempo, y es que Aki D. Arlia era totalmente inolvidable, probablemente la mujer más atractiva que nunca había visto. Aunque, si de verdad era un súcubo, jugaba con una ventaja que el resto de personas no tenía. Pero bueno, yo también hacía trampas en algunas cosas, no puedo quejarme.
-No quieres que vaya- respondí yo-. Quieres venir tú. No te resistas, por favor.
Una sonrisa casi malvada asomó en mi cara mientras hacía algo de fuerza, intentando atraerla hacia mí. Si lo lograba, apoyaría la mano libre sobre su cadera y acercaría la otra a su espalda, empujándola hacia mí tanto que pudiera notar mi respiración y su pecho acariciase mi camisa. Tanta gente buscándola durante años, tantos crímenes cometidos y tan... Cerca. Era un peligro para ella venir hasta mí, más aún si sabía, que seguramente supiera, que era Agente del Gobierno. Podía no importarle, estar segura de salir con vida, o...
-Hueles mejor de lo que recordaba- dije, acercando mi nariz a ella, dibujando su silueta con mi cuerpo-. Como un sueño de una noche de verano... ¿Te gusta Shakespeare?
Habría probado un segundo intento, de nuevo mis labios chocando con los suyos, pero dejé que el silencio del momento nos embargase. Quería que sintiese mis manos firmes y cálidas en su piel, pero no amenazantes. Quería que notase mi cuerpo delicado y gentil aunque fuerte, y quería saber si había venido a mí buscando eso...
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Tomó mi mano y por unos instantes nos miramos bajo la luna. Sus ojos eran de los más expresivos que había visto y estaba claro que me daban el visto bueno. Ahora ya sabía lo que era; no parecía intimidarle. Eso era bueno. Aunque cualquiera que le viera en ese instante adivinaría por un momento todas las cosas que se le pasaban por la mente. Amplié mi sonrisa, examinándole a mi vez.
Incluso en esta postura conservaba el porte elegante y tranquilo que le identificaba. Entre el pelo rubio y la piel de porcelana podría haber pasado por alguien inocente y de hecho lo parecía. Completamente inofensivo, incapaz de hacerle daño a nada o a nadie. Menuda hermosa patraña. Me dejé tentar en cuanto habló, bajando la mirada y aceptando que me acercase a él. ¿De verdad era esto lo que buscaba? Qué frívolo... noté una mano en mi cadera y la otra en mi espalda, atrayéndome ambas hacia él. Cerré los ojos por un instante, casi saboreando la sensación y el deseo en el aire. Delicioso. Volví a abrirlos para encontrarme con los suyos y susurré:
- Amantes y locos tienen mente tan febril y fantasía tan creadora que conciben mucho más de lo que entiende la razón. El lunático, el amante y el poeta están hechos por entero de imaginación. El loco ve más diablos de los que llenan el infierno... sí. Me encanta.
Y era cierto. A Shakespeare lo había encontrado perdido en la biblioteca de la Fortaleza hacía ya varios años. Había releído las obras a su nombre varias veces, encantada con su prosa. Yo no tenía tanta porte al hablar, pero sí buena memoria. Mis manos, que descansaban en sus hombros, se movieron para igualar a las suyas. Le sujeté una y la coloqué en el aire mientras sujetaba su cintura, como si estuviéramos bailando en la nada.
- Tranquilo.
Di un pequeño paso hacia atrás y aleteé para que nos eleváramos en el aire. No tenía pensado soltarle, tan solo sorprenderle. Subimos más y más, hasta que incluso la punta más alta de Oasis estuvo a nuestros pies. Rápida como el rayo, le di la vuelta en el aire. En cuestión de un segundo, mis manos le rodeaban el pecho y la cintura para aguantarle. Quería que disfrutara las vistas.
-¿Qué eres tú, Yarmin? ¿Un loco o un amante? Si tuviera que apostar, diría que lo primero.
Aguardaría a que respondiera antes de volver a tierra. Aterrizaría con cuidado y me separaría un par de pasos, para darle su espacio. Esperaba que le hubiera gustado el paseo, pero nunca se sabe.
Incluso en esta postura conservaba el porte elegante y tranquilo que le identificaba. Entre el pelo rubio y la piel de porcelana podría haber pasado por alguien inocente y de hecho lo parecía. Completamente inofensivo, incapaz de hacerle daño a nada o a nadie. Menuda hermosa patraña. Me dejé tentar en cuanto habló, bajando la mirada y aceptando que me acercase a él. ¿De verdad era esto lo que buscaba? Qué frívolo... noté una mano en mi cadera y la otra en mi espalda, atrayéndome ambas hacia él. Cerré los ojos por un instante, casi saboreando la sensación y el deseo en el aire. Delicioso. Volví a abrirlos para encontrarme con los suyos y susurré:
- Amantes y locos tienen mente tan febril y fantasía tan creadora que conciben mucho más de lo que entiende la razón. El lunático, el amante y el poeta están hechos por entero de imaginación. El loco ve más diablos de los que llenan el infierno... sí. Me encanta.
Y era cierto. A Shakespeare lo había encontrado perdido en la biblioteca de la Fortaleza hacía ya varios años. Había releído las obras a su nombre varias veces, encantada con su prosa. Yo no tenía tanta porte al hablar, pero sí buena memoria. Mis manos, que descansaban en sus hombros, se movieron para igualar a las suyas. Le sujeté una y la coloqué en el aire mientras sujetaba su cintura, como si estuviéramos bailando en la nada.
- Tranquilo.
Di un pequeño paso hacia atrás y aleteé para que nos eleváramos en el aire. No tenía pensado soltarle, tan solo sorprenderle. Subimos más y más, hasta que incluso la punta más alta de Oasis estuvo a nuestros pies. Rápida como el rayo, le di la vuelta en el aire. En cuestión de un segundo, mis manos le rodeaban el pecho y la cintura para aguantarle. Quería que disfrutara las vistas.
-¿Qué eres tú, Yarmin? ¿Un loco o un amante? Si tuviera que apostar, diría que lo primero.
Aguardaría a que respondiera antes de volver a tierra. Aterrizaría con cuidado y me separaría un par de pasos, para darle su espacio. Esperaba que le hubiera gustado el paseo, pero nunca se sabe.
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Su voz era cautivadora, como una canción infantil escrita para adultos. Dulce, sugerente, suave y mágica. Cada vez que alzaba el tono, en cada coma y con cada punto, me dejaba embelesado. ¿Era ella o su poder? Quién lo podía saber de un demonio, y quién querría saberlo mientras me elevaba al son de Teseo en unos labios más febriles que los de Hipólita.
Sentí cómo mis pies dejaban la seguridad del suelo, y por una milésima de segundo, como por acto reflejo, traté de revolverme, pero me detuve sin dejar de sonreír. ¿Qué peligro corría en el aire más del que ya había asumido en tierra? Había probado labios de quien se alimentaba de lujuria, y alimentado con sangre ajena ese cuerpo de demonio... ¿Quería más? Podía haber venido buscando eso, pero no parecía que quisiese estropear la noche pidiéndome una nueva carnicería. Una matanza que, por otro lado, no serviría a ningún propósito. Ambos sabían que la barbarie no era mi estilo, así que obviamente no estaba allí por eso.
-El ojo del poeta, en divino frenesí, mira del cielo a la tierra, de la tierra al cielo- respondí cuando me preguntó si era amante o loco. Ella sabía qué iba a responder, y no oculté mi sonrisa mientras recitaba muy cerca de su oído, casi en un susurro, la continuación de su monólogo-. Y, mientras su imaginación va dando al cuerpo a objetos desconocidos, su pluma los convierte en formas y da a la nada impalpable un nombre y un espacio de existencia.
Señalé con la mano abierta el mundo que había bajo nuestros pies, una fortaleza llegada desde lo más profundo de mi imaginación, un pequeño paraíso en medio del desierto; La tierra prometida. Oasis estaba muy cerca, Aki podía verlo, y yo lo sentía más y más mientras mis pies volvían a pisar tierra firme. Un paseo corto, un vuelo agradable, una conversación inesperada de una visita inesperada.
Ella se separó tantos pasos como yo acorté en la distancia, tratando de volver a tenerla entre mis manos. La presa del día, una cazadora experta que había decidido entrar en mis dominios, en donde yo estaba casi completamente seguro. Lo único que podía representar un peligro, de hecho, era ella. Ella era el peligro.
-Aki, hieres mi alma de poeta- dije, suavemente, casi paladeando cada letra en mi boca antes de decirla-. ¿Qué buscas hoy aquí?
Ella venía por Xella, no por mí. Sin embargo yo mantenía la conversación por ella, y no por Xella. Estaba seguro de que ambos éramos conscientes de la situación. Ella no quería terminar en mi cama como otras tantas, ella quería hacer negocios conmigo. Y por eso era tan importante que acabase en ella. Varias veces.
Sentí cómo mis pies dejaban la seguridad del suelo, y por una milésima de segundo, como por acto reflejo, traté de revolverme, pero me detuve sin dejar de sonreír. ¿Qué peligro corría en el aire más del que ya había asumido en tierra? Había probado labios de quien se alimentaba de lujuria, y alimentado con sangre ajena ese cuerpo de demonio... ¿Quería más? Podía haber venido buscando eso, pero no parecía que quisiese estropear la noche pidiéndome una nueva carnicería. Una matanza que, por otro lado, no serviría a ningún propósito. Ambos sabían que la barbarie no era mi estilo, así que obviamente no estaba allí por eso.
-El ojo del poeta, en divino frenesí, mira del cielo a la tierra, de la tierra al cielo- respondí cuando me preguntó si era amante o loco. Ella sabía qué iba a responder, y no oculté mi sonrisa mientras recitaba muy cerca de su oído, casi en un susurro, la continuación de su monólogo-. Y, mientras su imaginación va dando al cuerpo a objetos desconocidos, su pluma los convierte en formas y da a la nada impalpable un nombre y un espacio de existencia.
Señalé con la mano abierta el mundo que había bajo nuestros pies, una fortaleza llegada desde lo más profundo de mi imaginación, un pequeño paraíso en medio del desierto; La tierra prometida. Oasis estaba muy cerca, Aki podía verlo, y yo lo sentía más y más mientras mis pies volvían a pisar tierra firme. Un paseo corto, un vuelo agradable, una conversación inesperada de una visita inesperada.
Ella se separó tantos pasos como yo acorté en la distancia, tratando de volver a tenerla entre mis manos. La presa del día, una cazadora experta que había decidido entrar en mis dominios, en donde yo estaba casi completamente seguro. Lo único que podía representar un peligro, de hecho, era ella. Ella era el peligro.
-Aki, hieres mi alma de poeta- dije, suavemente, casi paladeando cada letra en mi boca antes de decirla-. ¿Qué buscas hoy aquí?
Ella venía por Xella, no por mí. Sin embargo yo mantenía la conversación por ella, y no por Xella. Estaba seguro de que ambos éramos conscientes de la situación. Ella no quería terminar en mi cama como otras tantas, ella quería hacer negocios conmigo. Y por eso era tan importante que acabase en ella. Varias veces.
Aki D. Arlia
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Arqueé una ceja, aunque él no pudiera verme la cara. Sus labios estaban ocupados sonriendo cerca de mi oído. Podía notarlo solo de oírle hablar. Siguió el monólogo con voz suave, imperturbable. Sonreí a mi vez sin evitarlo; era justo la opción que se le ajustaba. Pero no podía negarme que había locura en sus actos. Las mejores cosas, los peores sucesos, siempre están teñidos de una pizca de locura que los hace más deseables.
Persiguió mis pasos para atraparme de nuevo. Suspiré falsa y dramáticamente, sin dejar de reírme con la mirada. Los dos sabíamos que no iba a acabar como un trofeo entre sus sábanas. Sería divertido, pero el coste demasiado caro. Pero mientras no dejase de buscarme, quizá pudiera colarme entre las palabras de caramelo y los ojos ansiosos. Si me daba lo que quería, si escuchaba ese ''sí'', me quedaría mucho más tranquila. Sería otro cabo arreglado, una muralla más levantada para los míos. Me habló y de alguna parte saqué como pude el coraje para pedírselo.
- Me temo que te va a aburrir, mi rey. Busco protección para los míos; de ti. Para los que porten mis anillos y para los que se refugian en...- por un segundo, vacilé. Tras tanto tiempo, llamarlo hogar seguía sonando demasiado íntimo. Ni siquiera solía quedarme demasiado y aún con eso... terminé de responder algo ruborizada, esperando que no lo malinterpretase. - en mi hogar. Samirn no está muy lejos de aquí; es una isla maravillosa.
Posé una mano en su pecho y le rodeé hasta abrazarle por detrás, apoyando la cabeza en su hombro. Teníamos Oasis ante nosotros, reluciendo bajo la luna.
- Quiero que seas un aliado de Xella. No necesito que me obedezcas, pero sí que no me ataques. Es todo lo que busco; no nos meteremos en tu camino. Sea cual sea ese... estoy segura de que te iría bien algo de información; mis pequeños se meten a pie de calle, allá a donde no llegan las fuentes del Gobierno.
Ya estaba, una de tantas cartas sobre la mesa. No dejaría que notara mi inquietud, de eso estaba segura. Cerré los ojos un momento, escuchándole respirar debajo de mi. Era muy consciente de su cercanía en ese momento; en cuestión de segundos podía negarse. El calor de su cuerpo, el tacto de su ropa y la pequeña sonrisa que sabía que tenía pintada en el rostro. Ninguna de estas cosas me daba la respuesta que necesitaba, pero aún así no podía dejar de notarlas. Suave como el aleteo de una mariposa, dejé un beso en su cuello.
-No es un trato complicado... ¿Verdad?
Persiguió mis pasos para atraparme de nuevo. Suspiré falsa y dramáticamente, sin dejar de reírme con la mirada. Los dos sabíamos que no iba a acabar como un trofeo entre sus sábanas. Sería divertido, pero el coste demasiado caro. Pero mientras no dejase de buscarme, quizá pudiera colarme entre las palabras de caramelo y los ojos ansiosos. Si me daba lo que quería, si escuchaba ese ''sí'', me quedaría mucho más tranquila. Sería otro cabo arreglado, una muralla más levantada para los míos. Me habló y de alguna parte saqué como pude el coraje para pedírselo.
- Me temo que te va a aburrir, mi rey. Busco protección para los míos; de ti. Para los que porten mis anillos y para los que se refugian en...- por un segundo, vacilé. Tras tanto tiempo, llamarlo hogar seguía sonando demasiado íntimo. Ni siquiera solía quedarme demasiado y aún con eso... terminé de responder algo ruborizada, esperando que no lo malinterpretase. - en mi hogar. Samirn no está muy lejos de aquí; es una isla maravillosa.
Posé una mano en su pecho y le rodeé hasta abrazarle por detrás, apoyando la cabeza en su hombro. Teníamos Oasis ante nosotros, reluciendo bajo la luna.
- Quiero que seas un aliado de Xella. No necesito que me obedezcas, pero sí que no me ataques. Es todo lo que busco; no nos meteremos en tu camino. Sea cual sea ese... estoy segura de que te iría bien algo de información; mis pequeños se meten a pie de calle, allá a donde no llegan las fuentes del Gobierno.
Ya estaba, una de tantas cartas sobre la mesa. No dejaría que notara mi inquietud, de eso estaba segura. Cerré los ojos un momento, escuchándole respirar debajo de mi. Era muy consciente de su cercanía en ese momento; en cuestión de segundos podía negarse. El calor de su cuerpo, el tacto de su ropa y la pequeña sonrisa que sabía que tenía pintada en el rostro. Ninguna de estas cosas me daba la respuesta que necesitaba, pero aún así no podía dejar de notarlas. Suave como el aleteo de una mariposa, dejé un beso en su cuello.
-No es un trato complicado... ¿Verdad?
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-¿Tanto miedo me tienes, mi Reina?- pregunté, sonriendo mientras alzaba una ceja, entre divertido y honrado. Aki D. Arlia, la excompañera de ese estúpido diablo afeminado, me temía. Aunque obviamente estaba ante una persona valiente que encaraba sus problemas desde el inicio, y me proponía una alianza-. Lo cierto es que eso explica el anillo.
Saqué la joya del bolsillo y me paré a mirarla de nuevo. Lo cierto es que resultaba increíblemente bonito como metáfora del ciclo infinito. ¿Representaba el tiempo o sólo un motivo casual? Tenía muchas preguntas sobre Xella que estaba seguro Aki no sería capaz de responder, aunque estaba claro que no todo el mundo tenía la necesidad de información exacta y concreta que yo tenía. Lo cierto es que la historia siempre me pareció muy interesante en cuanto a los grandes errores de los generales, y esas divisiones internas que mencionó la pelirroja hacía un rato eran dignas de estudiarse. Al fin y al cabo, pretendía crear una vasta red como lo fue en su momento la Xella original y, por lo que había entendido, empezaba a ser la nueva era.
-¿Sabes? Soy una persona de principios- terminé diciendo, separándome de ella en una vuelta tan dramática como tantos gestos mutuos aquella noche, y apoyé ambas manos sobre la baranda, hincándome ligeramente en ella-. Nunca mato si no es con un propósito. No te equivoques, soy malo- bufé, riendo-. Me encanta matar, torturar, violar... Pero no lo hago sin motivo.
Volví a mirarla, y acercándome a ella traté de tomar su cuello con la mano derecha, justo bajo el mentón, siguiendo la línea de la mandíbula. Mi mirada serena y mi sonrisa cómplice acompañaban a unos dedos que trataban de posarse con suavidad, sin herirla, y me quedé durante un instante callado, simplemente mirándola. Durante una fracción de segundo mis ojos se volvieron dorados. Lo pude ver en los suyos.
-Aquel día... Tenía que matar a cuatro personas, y utilicé un cebo. Por desgracia, el cebo no podía contar nada tampoco. Como entenderás, valoro muy poco la vida humana- del cuello subí hacia su mejilla, tratando de hundir la mano en su denso cabello, empujándola de nuevo hacia mí, suavemente-. No me importa si alguien vive o muere mientras mis propósitos no se vean truncados, Mi Reina, pero tú...
Un beso en la mejilla, si ella no lo evitaba, y seguiría susurrándole al oído.
-Tú no tienes que temerme. Cualquiera que busque el poder por el poder es un estúpido- seguí, hablando muy despacio. Como siempre, cada frase formaba parte de un puzle que ella debía ordenar en su mente-. Sé que cuando consiga mi objetivo tendré que ser mejor, hacer felices a algunos... Y aplastar a los que se entrometan. Pero tú no te vas a entrometer, e incluso me vas a ayudar. Puedo verlo en tus ojos. No eres mala, pero tampoco sufres matando. Es liberador, ¿Verdad?
Traté de apoyar mi mano libre por su hombro, descendiendo lentamente por él hasta dar con su mano, poniéndole en la palma el anillo.
-No somos aliados, Aki D. Arlia. Somos compañeros, te guste o no. Buscas lo que yo, quieres lo que yo, y mis métodos no te resultan escalofriantes. De hecho, te he visto divertirte en medio de ellos. Yo no voy a atacarte, pequeña- de mi manga se deslizó una tarjeta de Love-. En eso consiste la organización que dirijo. Colaboración sin rivalidad. Las mentes más grandes del mundo reunidas en un mismo lugar, sin ponerse la zancadilla unos a otros. ¿Qué me dices? ¿Sigues sin querer dar el paso y aceptar tu papel?
Traté de no separarme de ella, de mantenerla contra mí hasta que me contestara. No podía hacerle daño, pero podía dejar claro nuestro lugar. Ella Reina y yo Rey en un ajedrez que ya había empezado.
Saqué la joya del bolsillo y me paré a mirarla de nuevo. Lo cierto es que resultaba increíblemente bonito como metáfora del ciclo infinito. ¿Representaba el tiempo o sólo un motivo casual? Tenía muchas preguntas sobre Xella que estaba seguro Aki no sería capaz de responder, aunque estaba claro que no todo el mundo tenía la necesidad de información exacta y concreta que yo tenía. Lo cierto es que la historia siempre me pareció muy interesante en cuanto a los grandes errores de los generales, y esas divisiones internas que mencionó la pelirroja hacía un rato eran dignas de estudiarse. Al fin y al cabo, pretendía crear una vasta red como lo fue en su momento la Xella original y, por lo que había entendido, empezaba a ser la nueva era.
-¿Sabes? Soy una persona de principios- terminé diciendo, separándome de ella en una vuelta tan dramática como tantos gestos mutuos aquella noche, y apoyé ambas manos sobre la baranda, hincándome ligeramente en ella-. Nunca mato si no es con un propósito. No te equivoques, soy malo- bufé, riendo-. Me encanta matar, torturar, violar... Pero no lo hago sin motivo.
Volví a mirarla, y acercándome a ella traté de tomar su cuello con la mano derecha, justo bajo el mentón, siguiendo la línea de la mandíbula. Mi mirada serena y mi sonrisa cómplice acompañaban a unos dedos que trataban de posarse con suavidad, sin herirla, y me quedé durante un instante callado, simplemente mirándola. Durante una fracción de segundo mis ojos se volvieron dorados. Lo pude ver en los suyos.
-Aquel día... Tenía que matar a cuatro personas, y utilicé un cebo. Por desgracia, el cebo no podía contar nada tampoco. Como entenderás, valoro muy poco la vida humana- del cuello subí hacia su mejilla, tratando de hundir la mano en su denso cabello, empujándola de nuevo hacia mí, suavemente-. No me importa si alguien vive o muere mientras mis propósitos no se vean truncados, Mi Reina, pero tú...
Un beso en la mejilla, si ella no lo evitaba, y seguiría susurrándole al oído.
-Tú no tienes que temerme. Cualquiera que busque el poder por el poder es un estúpido- seguí, hablando muy despacio. Como siempre, cada frase formaba parte de un puzle que ella debía ordenar en su mente-. Sé que cuando consiga mi objetivo tendré que ser mejor, hacer felices a algunos... Y aplastar a los que se entrometan. Pero tú no te vas a entrometer, e incluso me vas a ayudar. Puedo verlo en tus ojos. No eres mala, pero tampoco sufres matando. Es liberador, ¿Verdad?
Traté de apoyar mi mano libre por su hombro, descendiendo lentamente por él hasta dar con su mano, poniéndole en la palma el anillo.
-No somos aliados, Aki D. Arlia. Somos compañeros, te guste o no. Buscas lo que yo, quieres lo que yo, y mis métodos no te resultan escalofriantes. De hecho, te he visto divertirte en medio de ellos. Yo no voy a atacarte, pequeña- de mi manga se deslizó una tarjeta de Love-. En eso consiste la organización que dirijo. Colaboración sin rivalidad. Las mentes más grandes del mundo reunidas en un mismo lugar, sin ponerse la zancadilla unos a otros. ¿Qué me dices? ¿Sigues sin querer dar el paso y aceptar tu papel?
Traté de no separarme de ella, de mantenerla contra mí hasta que me contestara. No podía hacerle daño, pero podía dejar claro nuestro lugar. Ella Reina y yo Rey en un ajedrez que ya había empezado.
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Me quedé quieta, observándole. Puedes aprender mucho de cómo una persona habla de si misma. El se movió a mi alrededor, apoyándose en la barandilla, volviendo, acariciándome y hablándome de él. Reconocía que era malo, era un buen principio. Parecía dispuesto a ser sincero de momento. Y tenía razón en lo que decía; yo no tenía intención de entrometerme en su camino. Si los míos estaban a salvo, no pensaba moverme para ayudar a desconocidos. Era mucho más seguro apostar al caballo ganador y tenía al corcel justo delante de mí. Pero incluso él cometía errores.
Noté sus labios acariciando mi mejilla y su mano deslizándose hasta la mía. Rocé su cuello con los dedos, distraída.
- Te has confundido, Yarmin... yo no te temo. Si quisieras matarme, ya lo habrías hecho. Estoy en tu casa, en medio de la nada, completamente sola. Si te temiera jamás habría venido. A mi no me interesa el poder; tan solo lo necesito para hacer mi trabajo. Y quizás... sea más una virtud que un defecto, de momento. Peleo por algo que me importa más que eso.
El anillo estaba frío cuando me lo puso en la palma. Cerré mis dedos a su alrededor, como un acto reflejo. Guardé también la tarjeta que me tendía, reprimiendo una sonrisa. Aún guardaba la última. Sin embargo, las cosas no eran tan sencillas.
-No puedo unirme a vosotros, mi Rey. Al fin y al cabo...
Guié su mano hasta la base de mi cuello, sobre mis pechos. Mirándole a los ojos, dejé que sus dedos resbalaran despacio por mi piel. Sabía lo que él estaba viendo. Sus dedos se mancharian de maquillaje y el rojo aparecería debajo, formando el símbolo que ahora era parte de mí.
- Al fin y al cabo, ya me he entregado por completo.
Volví a coger su mano, si me lo permitía, e intentaría que volviera a coger el anillo.
-Me parece un buen acuerdo, pero de todas formas quiero que te lo quedes. Así podrás venir a visitarme.
No era la única razón por la que quería que lo tuviera, pero sospechaba que no descubriría la otra hasta que yo estuviera lejos. Mejor; había contado con ello. Sonreí y con infinita delicadeza dejé otro beso en su mejilla, como una respuesta.
-Colaboración sin rivalidad. Suena bien para empezar.
Noté sus labios acariciando mi mejilla y su mano deslizándose hasta la mía. Rocé su cuello con los dedos, distraída.
- Te has confundido, Yarmin... yo no te temo. Si quisieras matarme, ya lo habrías hecho. Estoy en tu casa, en medio de la nada, completamente sola. Si te temiera jamás habría venido. A mi no me interesa el poder; tan solo lo necesito para hacer mi trabajo. Y quizás... sea más una virtud que un defecto, de momento. Peleo por algo que me importa más que eso.
El anillo estaba frío cuando me lo puso en la palma. Cerré mis dedos a su alrededor, como un acto reflejo. Guardé también la tarjeta que me tendía, reprimiendo una sonrisa. Aún guardaba la última. Sin embargo, las cosas no eran tan sencillas.
-No puedo unirme a vosotros, mi Rey. Al fin y al cabo...
Guié su mano hasta la base de mi cuello, sobre mis pechos. Mirándole a los ojos, dejé que sus dedos resbalaran despacio por mi piel. Sabía lo que él estaba viendo. Sus dedos se mancharian de maquillaje y el rojo aparecería debajo, formando el símbolo que ahora era parte de mí.
- Al fin y al cabo, ya me he entregado por completo.
Volví a coger su mano, si me lo permitía, e intentaría que volviera a coger el anillo.
-Me parece un buen acuerdo, pero de todas formas quiero que te lo quedes. Así podrás venir a visitarme.
No era la única razón por la que quería que lo tuviera, pero sospechaba que no descubriría la otra hasta que yo estuviera lejos. Mejor; había contado con ello. Sonreí y con infinita delicadeza dejé otro beso en su mejilla, como una respuesta.
-Colaboración sin rivalidad. Suena bien para empezar.
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Ella estaba muy interesada en que tomara el anillo, y del mismo modo guardó la tarjeta, pero no me temía. Bueno, tal vez no me temía a mí como persona o puede que no pasase miedo por sí misma, pero sí había gente por la que luchaba, aquellos a los que protegía. El miedo era una de esas emociones que se podía sentir de una infinidad de maneras, una infinidad de aristas y formas de provocarlo, reacciones en cadena por notar el inquieto ardor en tu interior... Y que hubiera venido a mí era la mayor demostración de miedo que había visto. Miedo y valor, pero resultaría irónico pensar en la infinidad de veces que ambas van de la mano. Vencer los miedos, enfrentar los temores... Sin miedo no habría valor.
Me distraje en sus ojos mientras pensaba, y ella no perdió el tiempo. Mi mano poco a poco resbaló por su cabello y rodeó su nuca, bajándole por el cuello hasta el hombro. Habría intentado acariciarla, pero la seguridad de sus movimientos me hizo quedarme quieto, sin moverme. Tan sólo esperé mientras con la yema del índice recorría una serpiente invisible, una serpiente que conocía. Y cuando llegué a su cola, la boca de otra. No pude evitar sentirme algo excitado ante la cercanía de sus pechos, y quise lanzarme por un segundo pero no debía. Tan sólo esperé a que la pelirroja hiciese su siguiente movimiento.
-Has mutilado tu cuerpo- fue lo único que llegué a decir. Según mis dedos habían recorrido la serpiente ésta dejó de ser invisible, y un rojo símbolo de Xella se formó en su pecho antes de que me diese cuenta. ¿Hasta ese grado llegaba su lealtad? Había destrozado su cuerpo perfecto por un ideal, y ni siquiera un gran ideal. Tan sólo una organización, una organización por la que estaba dispuesta a sufrir... Tal vez no fuésemos tan distintos al fin y al cabo. Volví la mirada a sus ojos-. Tu belleza prístina...
Por un lado me entristeció ver su figura hermosa rota por una escarificación, pero por el otro me llenó de curiosidad. ¿Por qué lo había hecho? Había muchas otras formas de demostrar su lealtad a una organización, no tenía por qué herirse. Un tatuaje en la espalda, o en el hombro, algo que no significase sufrir por haberlo hecho. ¿Por qué? Simplemente, ¿Por qué?
-¿Acaso quieres llevar Xella como una herida?
No era asunto mío, pero no podía evitar cuestionarme tantas cosas al respecto... Apreté el anillo con fuerza por un momento, y lo guardé en el bolsillo. Si se había tomado la molestia de personalizármelo, lo mejor sería mantenerlo cerca por el momento, hasta que pudiera dejarlo en algún lugar rimbombante. Saqué el Den Den mushi carmesí y tecleé el número de Gellert.
-Reúne en el patio principal a todos los habitantes de Oasis con anillos de plata o cobre- dije, una vez contestó-. Y manda de vuelta a sus camas a todos los que en el anillo no tengan dos serpientes entrecruzadas. Tienes quince minutos.
Colgué y tendí la mano a Aki, pretendiendo acercarme a las escaleras.
-Ven conmigo, por favor. Quiero que veas una cosa...
Si me acompañaba, bajaría y me dirigiría hacia la entrada norte, en cuyo interior estaba la única plaza de losa entre los bosques del jardín exterior.
Me distraje en sus ojos mientras pensaba, y ella no perdió el tiempo. Mi mano poco a poco resbaló por su cabello y rodeó su nuca, bajándole por el cuello hasta el hombro. Habría intentado acariciarla, pero la seguridad de sus movimientos me hizo quedarme quieto, sin moverme. Tan sólo esperé mientras con la yema del índice recorría una serpiente invisible, una serpiente que conocía. Y cuando llegué a su cola, la boca de otra. No pude evitar sentirme algo excitado ante la cercanía de sus pechos, y quise lanzarme por un segundo pero no debía. Tan sólo esperé a que la pelirroja hiciese su siguiente movimiento.
-Has mutilado tu cuerpo- fue lo único que llegué a decir. Según mis dedos habían recorrido la serpiente ésta dejó de ser invisible, y un rojo símbolo de Xella se formó en su pecho antes de que me diese cuenta. ¿Hasta ese grado llegaba su lealtad? Había destrozado su cuerpo perfecto por un ideal, y ni siquiera un gran ideal. Tan sólo una organización, una organización por la que estaba dispuesta a sufrir... Tal vez no fuésemos tan distintos al fin y al cabo. Volví la mirada a sus ojos-. Tu belleza prístina...
Por un lado me entristeció ver su figura hermosa rota por una escarificación, pero por el otro me llenó de curiosidad. ¿Por qué lo había hecho? Había muchas otras formas de demostrar su lealtad a una organización, no tenía por qué herirse. Un tatuaje en la espalda, o en el hombro, algo que no significase sufrir por haberlo hecho. ¿Por qué? Simplemente, ¿Por qué?
-¿Acaso quieres llevar Xella como una herida?
No era asunto mío, pero no podía evitar cuestionarme tantas cosas al respecto... Apreté el anillo con fuerza por un momento, y lo guardé en el bolsillo. Si se había tomado la molestia de personalizármelo, lo mejor sería mantenerlo cerca por el momento, hasta que pudiera dejarlo en algún lugar rimbombante. Saqué el Den Den mushi carmesí y tecleé el número de Gellert.
-Reúne en el patio principal a todos los habitantes de Oasis con anillos de plata o cobre- dije, una vez contestó-. Y manda de vuelta a sus camas a todos los que en el anillo no tengan dos serpientes entrecruzadas. Tienes quince minutos.
Colgué y tendí la mano a Aki, pretendiendo acercarme a las escaleras.
-Ven conmigo, por favor. Quiero que veas una cosa...
Si me acompañaba, bajaría y me dirigiría hacia la entrada norte, en cuyo interior estaba la única plaza de losa entre los bosques del jardín exterior.
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Asentí en silencio, dejando que asimilara lo que sus ojos veían. No era algo pequeño. Esbocé una pequeña sonrisa al escuchar el comienzo de su halago. ¿Tanto le había sorprendido que no sabía qué decir? Solté su mano, todavía posada encima de las dos serpientes. Con delicadeza le recoloqué un mechón de pelo, mientras ordenaba mis ideas. Había sido hacía tanto tiempo...
-Hace años, cuando era joven y alocada...- paré para dedicarle una sonrisa. Todavía era ambas cosas.- me metí en un buen lío. O quizás sería más exacto decir que me metieron. La gente ahí fuera puede hacer las más monumentales estupideces por ideales que ni siquiera existen de verdad. La cosa escaló y me vi atrapada. Tras varios meses de tortura, acceder a que me hicieran esto se convirtió en una rendija de esperanza para mi. A menudo los festejos grandilocuentes son los que más probabilidades tienen de salir mal. Yo lo sabía.
Lo recordaba, sin embargo. Todavía recordaba al bueno de Rodrigo a mi lado, limpiándome las heridas con sumo cuidado. Lo había hecho tantas veces... pero no había sido bonito. Me recorrió un pequeño escalofrío al recordar la droga nublando mis sentidos, haciéndome creer quimeras que se desvanecían con la resaca. Pasaron unos segundos hasta que volví a abrir la boca. Acaricié lentamente su mandíbula con un dedo, perdida en mis pensamientos.
-Podía escoger el diseño; ella solo quería marcarme. Para ella este dibujo no significaba nada, pero para mí... si tenía que dejar que me hirieran, llevaría la victoria como una marca permanente. No llevo a Xella como una herida.- Clave mis ojos en los suyos, algo desafiante.- Es mi orgullo y mi decisión. El recuerdo de que el juego pasó a pertenecerme.
Aguardé su reacción con calma, tratando de espantar los jirones restantes de los recuerdos a mi alrededor. Cuando le oí hablar con alguien, alcé la cabeza alarmada. ¿Qué era lo que pretendía? Tomé su mano, sin vacilar, y le seguí. Casi por acto reflejo, me aseguré de que todavía sentía mis armas contra mí. Bien. No me valdrían de nada, pero bien. Respiré hondo y comenzamos a caminar.
En silencio, recorrimos Oasis. Bajamos y nos dirigimos al norte mientras la luna nos juzgaba. Terminamos en una plazoleta de losa rodeada de bosques. Solté su mano, pero me quedé rozando sus dedos. Y en ese momento... esperé.
-Hace años, cuando era joven y alocada...- paré para dedicarle una sonrisa. Todavía era ambas cosas.- me metí en un buen lío. O quizás sería más exacto decir que me metieron. La gente ahí fuera puede hacer las más monumentales estupideces por ideales que ni siquiera existen de verdad. La cosa escaló y me vi atrapada. Tras varios meses de tortura, acceder a que me hicieran esto se convirtió en una rendija de esperanza para mi. A menudo los festejos grandilocuentes son los que más probabilidades tienen de salir mal. Yo lo sabía.
Lo recordaba, sin embargo. Todavía recordaba al bueno de Rodrigo a mi lado, limpiándome las heridas con sumo cuidado. Lo había hecho tantas veces... pero no había sido bonito. Me recorrió un pequeño escalofrío al recordar la droga nublando mis sentidos, haciéndome creer quimeras que se desvanecían con la resaca. Pasaron unos segundos hasta que volví a abrir la boca. Acaricié lentamente su mandíbula con un dedo, perdida en mis pensamientos.
-Podía escoger el diseño; ella solo quería marcarme. Para ella este dibujo no significaba nada, pero para mí... si tenía que dejar que me hirieran, llevaría la victoria como una marca permanente. No llevo a Xella como una herida.- Clave mis ojos en los suyos, algo desafiante.- Es mi orgullo y mi decisión. El recuerdo de que el juego pasó a pertenecerme.
Aguardé su reacción con calma, tratando de espantar los jirones restantes de los recuerdos a mi alrededor. Cuando le oí hablar con alguien, alcé la cabeza alarmada. ¿Qué era lo que pretendía? Tomé su mano, sin vacilar, y le seguí. Casi por acto reflejo, me aseguré de que todavía sentía mis armas contra mí. Bien. No me valdrían de nada, pero bien. Respiré hondo y comenzamos a caminar.
En silencio, recorrimos Oasis. Bajamos y nos dirigimos al norte mientras la luna nos juzgaba. Terminamos en una plazoleta de losa rodeada de bosques. Solté su mano, pero me quedé rozando sus dedos. Y en ese momento... esperé.
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Poco a poco recorrimos la pirámide, tomando en ese momento las escaleras y no el ascensor. No por nada, sino porque recorrer los diez pisos lentamente daba tiempo a que la gente se fuese agrupando en el punto de reunión, y a mí una excusa para pasar por el tercer piso. Hasta una mente despistada podría haberse fijado en que estaba dividido en tres plantas comunicadas sólo por ascensores y escaleras internas. Realmente no me interesaba demasiado pasar por el último nivel del área burocrática, pero cogí tres papeles grapados que había sobre una mesa. Ya los había visto mil veces, aunque en aquella ocasión no había firmas en él.
-Esto nos hará falta- fue lo único que dije, reanudando el viaje.
Pasamos por el segundo piso sin vacilar, y tras el primero llegamos a una planta baja desierta, donde apenas un par de personas con uniforme blanco daban vueltas. En el exterior varios agentes vigilaban las puertas, y otros tantos, ya de negro, el exterior de la muralla. Avancé con decisión hacia la entrada norte, la destinada a recibimientos importantes como los de Naomi o Su Majestad Molly, y según me acercaba pude ver cómo hasta veinte personas se iban arremolinando con notable inseguridad en el interior de la plaza. Sólo uno de ellos iba de blanco, y quince ni siquiera formaban parte del cuerpo militar. En total, dos médicos, diez prostitutas, tres azafatas, un soldado blanco y cuatro agentes. Por su indicador tres Cardinales de noveno nivel y una cifra suboficial, una Decena... Podría haber sido peor.
Seguí esperando unos minutos, sin decir nada. Los soldados ya me conocían y una de las asistentas era la jefa de planta diez, mi dormitorio. Pocos me conocían, menos sabían que yo no era la cara del Servicio sino el cerebro, pero era preocupante. Muy preocupante. Pasó uno, y nadie apareció. A los dos ya supuse que no llegaría ninguno, y en un silencio sólo interrumpido por el constante tictac de mi reloj y las respiraciones agitadas, sólo los agentes de guardia se acercaron momentáneamente.
-Buenas noches, damas y caballeros- dije, finalmente, avanzando un par de pasos intentando que Aki me siguiera. Su belleza era abrumadora, pero incluso eso se volvía insignificante cuando su pecho estaba marcado con una visible cicatriz. Una cicatriz que muchos reconocieron-. El Director Ejecutivo del Servicio Secreto me envía con una importante tarea. Al parecer hay varios miembros de una organización llamada Xella Corps en la Agencia, y eso no es admisible.
Acerqué las páginas a mis ojos. En la primera página lo dejaba bastante claro.
-¿Alguien se molestó en leerse el contrato?- pregunté, alzando el documento para que todos lo vieran-. Punto número uno: Exclusividad. La organización paga unos cuantiosos salarios a cada uno de vosotros, ¿Y así lo pagáis? En fin... Como sabéis, hay una cláusula final que todos aceptasteis. Lo sé porque yo me encargué de leérosla personalmente: Una falta grave contra los intereses del Servicio Secreto, así como cualquier error que comprometa su seguridad, se salda con la vida.
Muchos se estremecieron, y una de las putas hasta rompió a llorar. Si no recuerdo mal, su hija había sobrevivido y ya había comenzado el adiestramiento. Sentía cierto orgullo y quería verla crecer, lo había escuchado alguna vez en boca de Bellatrix. ¿Y aun así se arriesgaba rompiendo mis normas?
-En fin, todos sois muy valiosos para la organización, así que por esta vez los Directivos han decidido dejarlo pasar- saqué mi anillo del bolsillo con la mano libre, tirando el contrato en blanco al aire-. No obstante la ejecutiva me ha dicho que tengo que escarmentaros, así que debo pediros que devolváis al Servicio Secreto la mitad de todo lo que habéis recibido. Y... Vuestros sueldos a partir de ahora son la mitad. Mañana de diez a once en el bloque once nivel dos pasad a por vuestros nuevos contratos.
Me di la vuelta, sin despedirme, y puse dirección al pequeño jardín de Gellert. Era la parte más bonita de Oasis, sobre todo a esas horas de la noche. Esperaba que Aki me acompañase.
-Esto nos hará falta- fue lo único que dije, reanudando el viaje.
Pasamos por el segundo piso sin vacilar, y tras el primero llegamos a una planta baja desierta, donde apenas un par de personas con uniforme blanco daban vueltas. En el exterior varios agentes vigilaban las puertas, y otros tantos, ya de negro, el exterior de la muralla. Avancé con decisión hacia la entrada norte, la destinada a recibimientos importantes como los de Naomi o Su Majestad Molly, y según me acercaba pude ver cómo hasta veinte personas se iban arremolinando con notable inseguridad en el interior de la plaza. Sólo uno de ellos iba de blanco, y quince ni siquiera formaban parte del cuerpo militar. En total, dos médicos, diez prostitutas, tres azafatas, un soldado blanco y cuatro agentes. Por su indicador tres Cardinales de noveno nivel y una cifra suboficial, una Decena... Podría haber sido peor.
Seguí esperando unos minutos, sin decir nada. Los soldados ya me conocían y una de las asistentas era la jefa de planta diez, mi dormitorio. Pocos me conocían, menos sabían que yo no era la cara del Servicio sino el cerebro, pero era preocupante. Muy preocupante. Pasó uno, y nadie apareció. A los dos ya supuse que no llegaría ninguno, y en un silencio sólo interrumpido por el constante tictac de mi reloj y las respiraciones agitadas, sólo los agentes de guardia se acercaron momentáneamente.
-Buenas noches, damas y caballeros- dije, finalmente, avanzando un par de pasos intentando que Aki me siguiera. Su belleza era abrumadora, pero incluso eso se volvía insignificante cuando su pecho estaba marcado con una visible cicatriz. Una cicatriz que muchos reconocieron-. El Director Ejecutivo del Servicio Secreto me envía con una importante tarea. Al parecer hay varios miembros de una organización llamada Xella Corps en la Agencia, y eso no es admisible.
Acerqué las páginas a mis ojos. En la primera página lo dejaba bastante claro.
-¿Alguien se molestó en leerse el contrato?- pregunté, alzando el documento para que todos lo vieran-. Punto número uno: Exclusividad. La organización paga unos cuantiosos salarios a cada uno de vosotros, ¿Y así lo pagáis? En fin... Como sabéis, hay una cláusula final que todos aceptasteis. Lo sé porque yo me encargué de leérosla personalmente: Una falta grave contra los intereses del Servicio Secreto, así como cualquier error que comprometa su seguridad, se salda con la vida.
Muchos se estremecieron, y una de las putas hasta rompió a llorar. Si no recuerdo mal, su hija había sobrevivido y ya había comenzado el adiestramiento. Sentía cierto orgullo y quería verla crecer, lo había escuchado alguna vez en boca de Bellatrix. ¿Y aun así se arriesgaba rompiendo mis normas?
-En fin, todos sois muy valiosos para la organización, así que por esta vez los Directivos han decidido dejarlo pasar- saqué mi anillo del bolsillo con la mano libre, tirando el contrato en blanco al aire-. No obstante la ejecutiva me ha dicho que tengo que escarmentaros, así que debo pediros que devolváis al Servicio Secreto la mitad de todo lo que habéis recibido. Y... Vuestros sueldos a partir de ahora son la mitad. Mañana de diez a once en el bloque once nivel dos pasad a por vuestros nuevos contratos.
Me di la vuelta, sin despedirme, y puse dirección al pequeño jardín de Gellert. Era la parte más bonita de Oasis, sobre todo a esas horas de la noche. Esperaba que Aki me acompañase.
Aki D. Arlia
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Estaba intrigada por los papeles en su mano y a la vez no estaba segura de querer conocerlos. Era una sensación curiosa, de nerviosismo y a la vez de negación. No querer hablar, no querer preguntar ni saber nada que pueda inclinar la balanza hacia el lado equivocado. Incluso sin saber qué lado era cuál en la balanza. O si había una siquiera. ¿Me fiaba de él? No, pero cumplía sus palabras. Hasta ahora al menos, lo había hecho.
Había unas veinte personas reunidas. Quién más quién menos, todos reaccionaron al verme. No me había vuelto a tapar la marca, de hecho había terminado yo misma de quitar el maquillaje discretamente. Algunos parecían asustados, otros simplemente sorprendidos. Dos me sostuvieron la mirada mientras el silencio se hacía más y más insoportable. En ese momento, pensé que no era justo. Muchos de ellos seguramente poseían el anillo desde hacía años, antes de entrar a la Organización de Yarmin. Quizás no pensaban que volverían a ser llamados, pero aquí estaban y no en acto de servicio.
Al fin, Yarmin habló. Les recordó las cláusulas de su contrato mientras yo le escuchaba impertérrita a su lado. No podía mostrar sorpresa ni debilidad en este momento. Nuevamente, había de esperar. Me mordí el labio ligeramente, sin que nadie lo notase. Respiré una, dos y tres veces y presté atención a cada palabra. Cuando los papeles volaron en el aire, parpadeé incrédula. ¿Dinero? No, no era dinero. Era un reparto y un aviso. Si volvía a suceder sin su conocimiento habría más que palabras, pero de momento era una palmadita en la espalda. Aliviada, me permití esbozar una discreta sonrisa a los presentes. Una de las chicas se secó las lágrimas, intentando serenarse. Yarmin se alejó, pero me rezagué un poco en seguirle. Le puse la mano en el hombro a la mujer y se lo apreté con firmeza. Quería darle ánimos. A todos. Lo habían hecho bien.
Aceleré para alcanzarle y pronto retornamos a nuestro paso tranquilo, casi despreocupado. Caminábamos por en medio de un hermoso jardín, pero lo cierto es que no era capaz de prestarle mucha atención. Al final le posé la mano en el brazo, apenas rozándole.
- Gracias. Por demostrarme que hice bien en venir aquí.
Había unas veinte personas reunidas. Quién más quién menos, todos reaccionaron al verme. No me había vuelto a tapar la marca, de hecho había terminado yo misma de quitar el maquillaje discretamente. Algunos parecían asustados, otros simplemente sorprendidos. Dos me sostuvieron la mirada mientras el silencio se hacía más y más insoportable. En ese momento, pensé que no era justo. Muchos de ellos seguramente poseían el anillo desde hacía años, antes de entrar a la Organización de Yarmin. Quizás no pensaban que volverían a ser llamados, pero aquí estaban y no en acto de servicio.
Al fin, Yarmin habló. Les recordó las cláusulas de su contrato mientras yo le escuchaba impertérrita a su lado. No podía mostrar sorpresa ni debilidad en este momento. Nuevamente, había de esperar. Me mordí el labio ligeramente, sin que nadie lo notase. Respiré una, dos y tres veces y presté atención a cada palabra. Cuando los papeles volaron en el aire, parpadeé incrédula. ¿Dinero? No, no era dinero. Era un reparto y un aviso. Si volvía a suceder sin su conocimiento habría más que palabras, pero de momento era una palmadita en la espalda. Aliviada, me permití esbozar una discreta sonrisa a los presentes. Una de las chicas se secó las lágrimas, intentando serenarse. Yarmin se alejó, pero me rezagué un poco en seguirle. Le puse la mano en el hombro a la mujer y se lo apreté con firmeza. Quería darle ánimos. A todos. Lo habían hecho bien.
Aceleré para alcanzarle y pronto retornamos a nuestro paso tranquilo, casi despreocupado. Caminábamos por en medio de un hermoso jardín, pero lo cierto es que no era capaz de prestarle mucha atención. Al final le posé la mano en el brazo, apenas rozándole.
- Gracias. Por demostrarme que hice bien en venir aquí.
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El bosque era tan espeso que apenas sí se veía la luz de la Luna, y sólo gracias a los mínimos farolillos que Gellert me había recomendado instalar podía ver mi camino. No es que mi orientación fuese mala, pero no quería estamparme contra un árbol mientras seguía mi instinto de navegante. Además, el encanto de la noche era ver la naturaleza dormida en penumbra, no tratar de orientarme en medio de un sendero negro.
Lo cierto era que me gustaba ver los nudosos robles que habíamos traído de islas más fértiles, y escuchar el ulular de los búhos salvajes mientras salían a cazar algún pequeño roedor. De vez en cuando se escuchaban cuervos o la carrera nerviosa de los animalejos moviendo ramas secas y hojas caídas. Casi me habría distraído si el roce de una mujer no me hubiera devuelto a la realidad. Me detuve en seco y dejé que me alcanzara, sin dejar de mirarla. Iluminada tenuemente seguía siendo hermosa, casi más. Los ojos resplandecían entre las luminarias, y su cabello rojo parecía casi violeta en su brillo azul.
-La gratitud es una herramienta mucho mejor que el miedo- dije, tratando de tomarla de la cintura y empezando a caminar-. Si hubiera matado a uno de ellos los demás tal vez me temerían, ¿Pero de qué me sirve eso? Les pago bien, más de lo que muchos agentes del Cipher Pol sueñan con ganar. Ahora saben que sé lo que hicieron mal, y son conscientes de que he sido magnánimo. Lo que pierden... Bueno, en realidad pierden una cantidad ingente de dinero, pero en Oasis todo lo que necesitan es gratis. Sólo se paga por los vicios en la línea tres, y la verdad es que habría que gastar mucho.
Seguí caminando, acompañado por el arrullo de los animales hasta el pequeño claro donde Gellert se dedicaba a la botánica. Tenía plantados un montón de geranios que ocultaban las plantas venenosas bajo ellos, y alrededor del jardín los árboles estaban llenos de enredaderas entrelazadas que daban un aspecto mágico al lugar. Lo cierto es que el Rey tenía talento para estas cosas, y tras maravillarme por un instante me acerqué al banco donde solía tumbarse él a echar la siesta.
-El poder en Oasis se reparte de forma binaria- comenté-. De todas formas, para los que no están en la esfera mi labor es la de enlace de la Dirección. Porque, como es lógico, no es seguro que los Directivos muestren su rostro- no sabíamos a quién nos podíamos enfrentar, y había o podía haber muchos traidores entre nuestras filas. La única seguridad que teníamos era un rostro anónimo-. Los agentes que van de blanco son los únicos que conocen nuestra identidad real, y han sido compañeros míos durante mucho tiempo. En el Cipher Pol, me refiero.
Miré al cielo. La Luna estaba sobre nosotros.
-Pero, lo que te decía antes, es que el miedo no es una buena estrategia. Puede funcionar bien cuando tienes poder para defender tu posición, y amedrentar con tu sola presencia. Sin embargo, hacer amigos... ¿Te lo has planteado? Cuando tu servidumbre te quiere daría la vida por ti, y ningún poder será capaz de hacer a nadie tu amigo. Por eso existe la línea tres, básicamente- respiré hondo-. La gente en Oasis tiene que ser feliz. Mientras me sea fiel, tengo que asegurar su felicidad para que sigan siéndolo. Y al mismo tiempo tengo que recordarles por qué prefieren ser amigos de sus jefes. Lo cierto es que tu visita ha sido de mucha ayuda para eso, la verdad.
Traté de atraerla hacia mí y apoyarla contra mi cuerpo. Quería tenerla, deseaba hacerla mía. La caza aún no había terminado.
Lo cierto era que me gustaba ver los nudosos robles que habíamos traído de islas más fértiles, y escuchar el ulular de los búhos salvajes mientras salían a cazar algún pequeño roedor. De vez en cuando se escuchaban cuervos o la carrera nerviosa de los animalejos moviendo ramas secas y hojas caídas. Casi me habría distraído si el roce de una mujer no me hubiera devuelto a la realidad. Me detuve en seco y dejé que me alcanzara, sin dejar de mirarla. Iluminada tenuemente seguía siendo hermosa, casi más. Los ojos resplandecían entre las luminarias, y su cabello rojo parecía casi violeta en su brillo azul.
-La gratitud es una herramienta mucho mejor que el miedo- dije, tratando de tomarla de la cintura y empezando a caminar-. Si hubiera matado a uno de ellos los demás tal vez me temerían, ¿Pero de qué me sirve eso? Les pago bien, más de lo que muchos agentes del Cipher Pol sueñan con ganar. Ahora saben que sé lo que hicieron mal, y son conscientes de que he sido magnánimo. Lo que pierden... Bueno, en realidad pierden una cantidad ingente de dinero, pero en Oasis todo lo que necesitan es gratis. Sólo se paga por los vicios en la línea tres, y la verdad es que habría que gastar mucho.
Seguí caminando, acompañado por el arrullo de los animales hasta el pequeño claro donde Gellert se dedicaba a la botánica. Tenía plantados un montón de geranios que ocultaban las plantas venenosas bajo ellos, y alrededor del jardín los árboles estaban llenos de enredaderas entrelazadas que daban un aspecto mágico al lugar. Lo cierto es que el Rey tenía talento para estas cosas, y tras maravillarme por un instante me acerqué al banco donde solía tumbarse él a echar la siesta.
-El poder en Oasis se reparte de forma binaria- comenté-. De todas formas, para los que no están en la esfera mi labor es la de enlace de la Dirección. Porque, como es lógico, no es seguro que los Directivos muestren su rostro- no sabíamos a quién nos podíamos enfrentar, y había o podía haber muchos traidores entre nuestras filas. La única seguridad que teníamos era un rostro anónimo-. Los agentes que van de blanco son los únicos que conocen nuestra identidad real, y han sido compañeros míos durante mucho tiempo. En el Cipher Pol, me refiero.
Miré al cielo. La Luna estaba sobre nosotros.
-Pero, lo que te decía antes, es que el miedo no es una buena estrategia. Puede funcionar bien cuando tienes poder para defender tu posición, y amedrentar con tu sola presencia. Sin embargo, hacer amigos... ¿Te lo has planteado? Cuando tu servidumbre te quiere daría la vida por ti, y ningún poder será capaz de hacer a nadie tu amigo. Por eso existe la línea tres, básicamente- respiré hondo-. La gente en Oasis tiene que ser feliz. Mientras me sea fiel, tengo que asegurar su felicidad para que sigan siéndolo. Y al mismo tiempo tengo que recordarles por qué prefieren ser amigos de sus jefes. Lo cierto es que tu visita ha sido de mucha ayuda para eso, la verdad.
Traté de atraerla hacia mí y apoyarla contra mi cuerpo. Quería tenerla, deseaba hacerla mía. La caza aún no había terminado.
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Me tomó de la cintura mientras caminábamos y poco a poco sincronizamos nuestros pasos. ¿Cómo había acabado ahí? Sin embargo la noche había ido bien. Comenzó a hablarme acerca de la gratitud y a explicarme por qué lo había hecho de esa manera. Asentí quedamente, escuchándole con atención. Me encontraba bastante más tranquila que hace unos minutos y empecé a fijarme en el bosque que teníamos a nuestro alrededor.
En realidad ahora que lo pensaba habían hecho un trabajo increíble; muchas de las especies que intuía en la penumbra no eran originarias de Arabasta, ni podrían aspirar a sobrevivir aquí sin expertos cuidados. Fuera quien fuera el encargado, sabía muy bien lo que hacía. Y el efecto general era perfecto; podía escuchar incluso a los búhos ululando en la lejanía. No habían descuidado ningún detalle.
Pronto llegamos a un pequeño claro. Tenía un banco en el centro que parecía perfecto para tumbarse a dormir o dar de comer a los pájaros. Había enredaderas en los árboles a nuestro alrededor y el suelo estaba plagado de geranios. Violetas, rojos, blancos, rosas... apenas se intuían bajo la luz de los farolillos, pero a pleno día estaba segura de que eran todo un espectáculo.
-Sí, comprendo lo que dices. Podría traicionarte quien menos lo esperas; es lógico mantener las distancias de ser posible.
Yarmin se sentó en el banco. Le seguí despacio, todavía mirando a nuestro alrededor. Acaricié la madera del respaldo con los dedos, distraída. Era un buen líder, o por lo menos alguien lo bastante inteligente como para llegar a esa conclusión y ponerla en práctica. En realidad, a ambos nos era útil tener al otro de nuestra parte. El acuerdo, aunque pudiera parecer frágil ya que no era nada oficial, duraría. Lo sabía, y eso me reconfortaba.
- Me alegro de haber venido, la verdad. Tomé la decisión correcta.
Por toda respuesta, me atrajo hacia él. Esbocé una sonrisa, dejándome llevar lo justo. Quedé sentada a su lado, inclinada como un junco. Mi pelo rozaba su hombro, mis manos notaban el calor de su pecho. Le miré, sin hacer ningún movimiento.
-Han pasado tres años y tus manos son igual de largas. ¿Por qué iba a darte lo que buscas?
Volví a recolocarle un mechón travieso, pensando. No establecería un precedente acostándome con él; no era lo que había venido a hacer aquí y lo tenía muy presente. Me incliné un poco más y tras rozarle la mejilla con los labios, le susurré en el oído.
-No soy tan fácil como pueda usted pensar, Señor Yarmin...
En realidad ahora que lo pensaba habían hecho un trabajo increíble; muchas de las especies que intuía en la penumbra no eran originarias de Arabasta, ni podrían aspirar a sobrevivir aquí sin expertos cuidados. Fuera quien fuera el encargado, sabía muy bien lo que hacía. Y el efecto general era perfecto; podía escuchar incluso a los búhos ululando en la lejanía. No habían descuidado ningún detalle.
Pronto llegamos a un pequeño claro. Tenía un banco en el centro que parecía perfecto para tumbarse a dormir o dar de comer a los pájaros. Había enredaderas en los árboles a nuestro alrededor y el suelo estaba plagado de geranios. Violetas, rojos, blancos, rosas... apenas se intuían bajo la luz de los farolillos, pero a pleno día estaba segura de que eran todo un espectáculo.
-Sí, comprendo lo que dices. Podría traicionarte quien menos lo esperas; es lógico mantener las distancias de ser posible.
Yarmin se sentó en el banco. Le seguí despacio, todavía mirando a nuestro alrededor. Acaricié la madera del respaldo con los dedos, distraída. Era un buen líder, o por lo menos alguien lo bastante inteligente como para llegar a esa conclusión y ponerla en práctica. En realidad, a ambos nos era útil tener al otro de nuestra parte. El acuerdo, aunque pudiera parecer frágil ya que no era nada oficial, duraría. Lo sabía, y eso me reconfortaba.
- Me alegro de haber venido, la verdad. Tomé la decisión correcta.
Por toda respuesta, me atrajo hacia él. Esbocé una sonrisa, dejándome llevar lo justo. Quedé sentada a su lado, inclinada como un junco. Mi pelo rozaba su hombro, mis manos notaban el calor de su pecho. Le miré, sin hacer ningún movimiento.
-Han pasado tres años y tus manos son igual de largas. ¿Por qué iba a darte lo que buscas?
Volví a recolocarle un mechón travieso, pensando. No establecería un precedente acostándome con él; no era lo que había venido a hacer aquí y lo tenía muy presente. Me incliné un poco más y tras rozarle la mejilla con los labios, le susurré en el oído.
-No soy tan fácil como pueda usted pensar, Señor Yarmin...
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Se acomodó a mi lado, pegada a mí. Podía sentir su respiración contra mí y hasta el frágil roce de sus dedos contra mi pecho. Su cabello jugueteaba revoltoso mientras terminaba de colocarse junto a mi cuello, y ella rozó mi mejilla con los labios, asegurando que no era tan fácil como yo pudiera creer. Sin embargo la pregunta resultaba mucho más interesante: ¿Por qué darme lo que buscaba? Una respuesta muy sencilla habría sido "quid pro quo", aunque acabando de explicarle que no había querido matar a esas veinte personas seguramente me contestase que no le había hecho ningún favor. También podría haberle dicho que era un amante dedicado y complaciente, pero la más importante estaba muy clara.
-Busco tantas cosas, pequeña Aki...- respondí, acariciando suavemente su costado. El tacto aterciopelado de la ropa se sentía como si ella no llevara nada. Le quedaba como un perfecto guante, ajustado pero no demasiado, resaltando su voluptuoso cuerpo sin mostrar más de lo necesario, invitando a curiosear-. Pagué por ti aquella noche una suma incalculable; Me habían prometido a la mejor. Supongo que no sabías eso cuando viniste, pero de ese día yo no obtuve ni tus labios, ni tu cuerpo, ni tu vida.
Una mariposa volaba a nuestro alrededor trazando círculos perfectos, aleteando con pasión mientras los demás sonidos de la noche nos arrullaban. Me habría encantado tener alas, la verdad, y volar surcando el cielo. Sin embargo el poder que perseguía estaba lejos de los pájaros. Al fin y al cabo, podía caminar por los aires y levitar en mi pequeño sillón... Pero Aki volaba. Aún estaba muy en mi mente su cabello rojo azotar el cielo como un látigo mientras dos alas más negras que la noche batían calmadamente, y me sería difícil olvidar la seguridad de su rostro en aquellos momentos.
-Evidentemente tu vida no voy a cobrarla. Muerta no me sirves de nada y, además, me caes bien- reí un poco mientras me recolocaba el mechón revoltoso con el que tras tanto tiempo la pelirroja volvía a juguetear-. Tus labios y tu cuerpo, no obstante, aún tienen una deuda conmigo. No creo que seas fácil, pero sí una chica de palabra- a veces-. Por eso persigo algo que es mío, nada que no me haya ganado o pagado a un precio justo.
La mariposa se posó en mi pelo. Quedaba bonita en cierto modo, pero la espanté con delicadeza. No era la clase de belleza que buscaba en mis complementos.
-Y... Si lo buscara de verdad, ya estarías a mis pies, ardiendo en deseos de que te hiciese mía- era hora de recuperar un poder que llevaba tiempo sin utilizar: La sugestión-. Además, ¿No te apetece ligar conmigo?
La había observado suficiente tiempo para saber que le encantaba tontear. Probablemente fuese una sugestión estúpida, pero si mentía en su cabeza la idea de conquistarme aunque no quisiera nada sería más fácil demostrarle lo que decía. Y, sólo por esa vez, Aki sabría que no había sido totalmente por su propia voluntad.
-Busco tantas cosas, pequeña Aki...- respondí, acariciando suavemente su costado. El tacto aterciopelado de la ropa se sentía como si ella no llevara nada. Le quedaba como un perfecto guante, ajustado pero no demasiado, resaltando su voluptuoso cuerpo sin mostrar más de lo necesario, invitando a curiosear-. Pagué por ti aquella noche una suma incalculable; Me habían prometido a la mejor. Supongo que no sabías eso cuando viniste, pero de ese día yo no obtuve ni tus labios, ni tu cuerpo, ni tu vida.
Una mariposa volaba a nuestro alrededor trazando círculos perfectos, aleteando con pasión mientras los demás sonidos de la noche nos arrullaban. Me habría encantado tener alas, la verdad, y volar surcando el cielo. Sin embargo el poder que perseguía estaba lejos de los pájaros. Al fin y al cabo, podía caminar por los aires y levitar en mi pequeño sillón... Pero Aki volaba. Aún estaba muy en mi mente su cabello rojo azotar el cielo como un látigo mientras dos alas más negras que la noche batían calmadamente, y me sería difícil olvidar la seguridad de su rostro en aquellos momentos.
-Evidentemente tu vida no voy a cobrarla. Muerta no me sirves de nada y, además, me caes bien- reí un poco mientras me recolocaba el mechón revoltoso con el que tras tanto tiempo la pelirroja volvía a juguetear-. Tus labios y tu cuerpo, no obstante, aún tienen una deuda conmigo. No creo que seas fácil, pero sí una chica de palabra- a veces-. Por eso persigo algo que es mío, nada que no me haya ganado o pagado a un precio justo.
La mariposa se posó en mi pelo. Quedaba bonita en cierto modo, pero la espanté con delicadeza. No era la clase de belleza que buscaba en mis complementos.
-Y... Si lo buscara de verdad, ya estarías a mis pies, ardiendo en deseos de que te hiciese mía- era hora de recuperar un poder que llevaba tiempo sin utilizar: La sugestión-. Además, ¿No te apetece ligar conmigo?
La había observado suficiente tiempo para saber que le encantaba tontear. Probablemente fuese una sugestión estúpida, pero si mentía en su cabeza la idea de conquistarme aunque no quisiera nada sería más fácil demostrarle lo que decía. Y, sólo por esa vez, Aki sabría que no había sido totalmente por su propia voluntad.
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Reí quedamente. Estaba segura de que él era más joven que yo, y aún así no era la primera vez que me llamaba pequeña. Aunque tampoco tenía ningún interés en aparentar mi edad; prefería mi físico perfecto. Ventajas como esa nadie debería desaprovecharlas. Cerré los ojos mientras disfrutaba de sus sutiles caricias. Estaba relajada, tranquila. Era agradable.
Volví a sonreír con ganas al escucharle. La mejor... qué cierto era eso. Y me había tenido a su lado toda la noche; no muchos podían decir eso. Además, había vuelto después de tantos años. Quizá él aparentara ser igual, quizá yo lo aparentase, pero lo cierto era que las cosas habían cambiado. Abrí los ojos para ver los suyos. Seguían siendo rojos, hacía mucho que no veía una mirada tan intensa. Era encantadora; fascinante. Apoyé la cabeza en una mano mientras trazaba círculos en su camisa con la otra.
- Siempre podría devolverte el dinero. No es que me falte precisamente.
Sabía que no le valdría, pero si lo que le importaba era saldar la deuda era una manera más que justa. Dejé caer la mano que le acariciaba y parpadeé con inocencia. Había una mariposa trazando círculos alrededor de su cabeza, como encaprichada. Pobrecita.
- Además, mis labios te hablan y yo estoy hoy aquí. Si hubieras pagado por cualquier otra chica, no habrías conseguido mi presencia ni las sorpresas que suelen acompañarla. No es un mal trato.
Espantó a la mariposa y habló con una voz tan delicada que por un momento no entendí lo que yacía bajo sus palabras. Pero después sentí el cambio y un escalofrío me recorrió. Había sido repentino, en cuanto la última sílaba se desvaneció en el aire me pareció una excelente idea. Pero esta vez era consciente de que algo había ocurrido. De que hace dos segundos, jamás le habría mirado así. Habría cortado el contacto visual al cabo de un rato y desde luego no habría alzado la mano hasta su cuello. No habría acariciado la piel desnuda con la yema de los dedos ni me habría mordido el labio intentando... ¿Qué?
Pero mientras analizaba todo lo que estaba sucediendo, una pregunta iba cobrando importancia en mi mente. La forma en la que él se sentaba, en la que me miraba y las incógnitas acerca de cómo sería cazarle estaban en un segundo plano, siendo atendidas sin que realmente les prestara atención. Como un juego que yo no había elegido jugar, mi mente y mi cuerpo corrían a un nivel diferente de el de mis pensamientos. Tragué saliva y sonreí antes de abrir la boca para preguntarle en un tono demasiado meloso:
- Yarmin... ¿Qué es lo que me has hecho? Quiero que me lo digas... por favor.
Pararía en cuanto supiera la respuesta, pensé para mi misma. Lo dejaría estar en cuanto estuviera segura de lo que sucedía. Tenía que averiguarlo.
Volví a sonreír con ganas al escucharle. La mejor... qué cierto era eso. Y me había tenido a su lado toda la noche; no muchos podían decir eso. Además, había vuelto después de tantos años. Quizá él aparentara ser igual, quizá yo lo aparentase, pero lo cierto era que las cosas habían cambiado. Abrí los ojos para ver los suyos. Seguían siendo rojos, hacía mucho que no veía una mirada tan intensa. Era encantadora; fascinante. Apoyé la cabeza en una mano mientras trazaba círculos en su camisa con la otra.
- Siempre podría devolverte el dinero. No es que me falte precisamente.
Sabía que no le valdría, pero si lo que le importaba era saldar la deuda era una manera más que justa. Dejé caer la mano que le acariciaba y parpadeé con inocencia. Había una mariposa trazando círculos alrededor de su cabeza, como encaprichada. Pobrecita.
- Además, mis labios te hablan y yo estoy hoy aquí. Si hubieras pagado por cualquier otra chica, no habrías conseguido mi presencia ni las sorpresas que suelen acompañarla. No es un mal trato.
Espantó a la mariposa y habló con una voz tan delicada que por un momento no entendí lo que yacía bajo sus palabras. Pero después sentí el cambio y un escalofrío me recorrió. Había sido repentino, en cuanto la última sílaba se desvaneció en el aire me pareció una excelente idea. Pero esta vez era consciente de que algo había ocurrido. De que hace dos segundos, jamás le habría mirado así. Habría cortado el contacto visual al cabo de un rato y desde luego no habría alzado la mano hasta su cuello. No habría acariciado la piel desnuda con la yema de los dedos ni me habría mordido el labio intentando... ¿Qué?
Pero mientras analizaba todo lo que estaba sucediendo, una pregunta iba cobrando importancia en mi mente. La forma en la que él se sentaba, en la que me miraba y las incógnitas acerca de cómo sería cazarle estaban en un segundo plano, siendo atendidas sin que realmente les prestara atención. Como un juego que yo no había elegido jugar, mi mente y mi cuerpo corrían a un nivel diferente de el de mis pensamientos. Tragué saliva y sonreí antes de abrir la boca para preguntarle en un tono demasiado meloso:
- Yarmin... ¿Qué es lo que me has hecho? Quiero que me lo digas... por favor.
Pararía en cuanto supiera la respuesta, pensé para mi misma. Lo dejaría estar en cuanto estuviera segura de lo que sucedía. Tenía que averiguarlo.
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