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Yarmin Prince
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Disfruté de ver su expresión entre cándida y sorprendida mientras me acariciaba la nuca. Se mordía el labio con sensualidad y aun así sus ojos mostraban más curiosidad que otra cosa. Que se hubiera dado cuenta no era lo ideal, pero en ese momento sin duda lo más divertido. Si aún tenía memoria de aquel día saliendo de la mansión, tal vez recordase el momento en que se desnudó sólo porque yo se lo pedí o lo tranquilizador que había resultado para todo el mundo hasta el final. Puede que incluso aquella chica que no dijo nada y tampoco lo diría sobre el asesinato de su amiga incluso rondase todavía la mente de Aki, pero en lugar de centrarme en eso simplemente me estiré para dejar que sus dedos recorriesen más a fondo mi cuello.
-No creo que tengas ni la mitad de lo que vales- respondí, ignorando por un instante sus demás palabras. Tal vez ella entendiese que lo importante para mí no era lo que yo pagué, sino lo que había ganado en el intercambio. Había ciertas... Diferencias entre lo que tasaban los esclavistas y lo que yo veía, y ella era sensacional. Desde el primer momento se veía que era distinta, y con cada segundo de baile y cada minuto de la noche su valor se había incrementado exponencialmente. Ni siquiera los verdaderos reyes de los bajos fondos tenían tanto dinero, pero esa cantidad Aki me la adeudaba-. ¿Te he dicho alguna vez que soy mago?
Como por arte de magia el Fragmento del Edén apareció en mi mano, en medio de una nube de humo. La larga varita apuntaba al cielo nocturno, y aunque no podía hacer nada a la luna, sí había algunas cosas que era capaz de realizar. Eran rutinas sencillas, pero muy impresionantes si el efecto era depurado. Y la teatralidad y el engaño eran mi especialidad.
-Para que veas bien que no llevo nada bajo la manga- dije, quitándome con antinatural soltura la chaqueta y remangándome la camisa-. Nada aquí y nada allá, pero en tu oído...
Acerqué ambas manos y la varita, rozando con ella apenas el lóbulo de la oreja, y cuando devolví la punta a su campo visual un pañuelo rojo la decoraba, un pañuelo que cogí rápidamente con la mano, bajo el cual, cuando lo retiré, había tres cartas.
-Una de estas tres es tu número favorito, así que piensa muy fuerte en él- por el momento iba a ignorar su pregunta. Si la curiosidad por la magia aplacaba su deseo de información me ahorraría una conversación no muy amena-. Bien, ¿Es ésta?
Mostré un As de corazones. Podía acertar o no, pero en cualquier caso tenía un as en la manga. No literalmente, claro. Me había remangado.
-No creo que tengas ni la mitad de lo que vales- respondí, ignorando por un instante sus demás palabras. Tal vez ella entendiese que lo importante para mí no era lo que yo pagué, sino lo que había ganado en el intercambio. Había ciertas... Diferencias entre lo que tasaban los esclavistas y lo que yo veía, y ella era sensacional. Desde el primer momento se veía que era distinta, y con cada segundo de baile y cada minuto de la noche su valor se había incrementado exponencialmente. Ni siquiera los verdaderos reyes de los bajos fondos tenían tanto dinero, pero esa cantidad Aki me la adeudaba-. ¿Te he dicho alguna vez que soy mago?
Como por arte de magia el Fragmento del Edén apareció en mi mano, en medio de una nube de humo. La larga varita apuntaba al cielo nocturno, y aunque no podía hacer nada a la luna, sí había algunas cosas que era capaz de realizar. Eran rutinas sencillas, pero muy impresionantes si el efecto era depurado. Y la teatralidad y el engaño eran mi especialidad.
-Para que veas bien que no llevo nada bajo la manga- dije, quitándome con antinatural soltura la chaqueta y remangándome la camisa-. Nada aquí y nada allá, pero en tu oído...
Acerqué ambas manos y la varita, rozando con ella apenas el lóbulo de la oreja, y cuando devolví la punta a su campo visual un pañuelo rojo la decoraba, un pañuelo que cogí rápidamente con la mano, bajo el cual, cuando lo retiré, había tres cartas.
-Una de estas tres es tu número favorito, así que piensa muy fuerte en él- por el momento iba a ignorar su pregunta. Si la curiosidad por la magia aplacaba su deseo de información me ahorraría una conversación no muy amena-. Bien, ¿Es ésta?
Mostré un As de corazones. Podía acertar o no, pero en cualquier caso tenía un as en la manga. No literalmente, claro. Me había remangado.
Aki D. Arlia
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Sonrió como si estuviera disfrutando de mis acciones o quizás burlándose de haberlas causado. Bajé la mano, mientras él ignoraba mi cuestión. Alcé la ceja y le miré escéptica; eso solo tenía una respuesta.
- Si valgo más de lo que has pagado en ese caso eres tú quien me debe algo a mi.
En realidad, deudas y dinero no eran una representación fiel de nuestros motivos para estar ahí. Los berries que había pagado por mi presencia de seguro habían pasado a un segundo plano hacía ya casi tres años antes. Una puta hace bien sus servicios, puede bailar y hasta morir por ti. Pero hay cosas que no tienen precio y sin precio no hay deuda posible.
Que si me gustaba la magia, preguntaba. Sonreí con melancolía, posando los ojos en el banco por un momento. Me encantaba y hacía demasiado que no la veía o practicaba. Recordaba colarme en el carromato de los magos, muchos años atrás, para disfrazarme y enredar entre las cosas de sus trucos. Eran buenos recuerdos, pero no eran más que eso; no valían la pena. Cuando volví a mirarle tenía una varita en la mano. Era esbelta, negra y había aparecido entre el humo. Mi sonrisa se ensanchó mientras me arrebujaba en el banco dispuesta a ver el truco. Se quitó la chaqueta y se arremangó la camisa, pero yo sabía que eso no significaba nada. Alguien de manos rápidas,como yo, podía hacer aparecer con soltura cosas de la nada. Hacer ver lo que no está y desaparecer lo que si está. De todas formas, no me gustaba en exceso investigar cada truco.
La tela me rozó la oreja, haciéndome cosquillas y robándome una sonrisa. Observé las tres cartas con atención, pensando en mi favorita. Era poco probable que la acertase y me dio la razón al sacar el As de corazones. Qué típico.
- Te equivocas, pero te daré otra oportunidad de adivinarla. Mi carta favorita es aquella que es dos veces reina.
Recordaba la voz de Akon, explicándome qué significaba cada carta. Aquella tarde habíamos jugado una y otra vez hasta que el sol se había escondido. Hacía falta una mente ágil para adelantarse al contrincante y manos rápidas para confundirlo y sembrar el juego de trampas. Era un buen ejercicio.
-De todas formas, no creas que me olvido de lo otro, mi Rey. Y tarde o temprano lo averiguaré.
- Si valgo más de lo que has pagado en ese caso eres tú quien me debe algo a mi.
En realidad, deudas y dinero no eran una representación fiel de nuestros motivos para estar ahí. Los berries que había pagado por mi presencia de seguro habían pasado a un segundo plano hacía ya casi tres años antes. Una puta hace bien sus servicios, puede bailar y hasta morir por ti. Pero hay cosas que no tienen precio y sin precio no hay deuda posible.
Que si me gustaba la magia, preguntaba. Sonreí con melancolía, posando los ojos en el banco por un momento. Me encantaba y hacía demasiado que no la veía o practicaba. Recordaba colarme en el carromato de los magos, muchos años atrás, para disfrazarme y enredar entre las cosas de sus trucos. Eran buenos recuerdos, pero no eran más que eso; no valían la pena. Cuando volví a mirarle tenía una varita en la mano. Era esbelta, negra y había aparecido entre el humo. Mi sonrisa se ensanchó mientras me arrebujaba en el banco dispuesta a ver el truco. Se quitó la chaqueta y se arremangó la camisa, pero yo sabía que eso no significaba nada. Alguien de manos rápidas,
La tela me rozó la oreja, haciéndome cosquillas y robándome una sonrisa. Observé las tres cartas con atención, pensando en mi favorita. Era poco probable que la acertase y me dio la razón al sacar el As de corazones. Qué típico.
- Te equivocas, pero te daré otra oportunidad de adivinarla. Mi carta favorita es aquella que es dos veces reina.
Recordaba la voz de Akon, explicándome qué significaba cada carta. Aquella tarde habíamos jugado una y otra vez hasta que el sol se había escondido. Hacía falta una mente ágil para adelantarse al contrincante y manos rápidas para confundirlo y sembrar el juego de trampas. Era un buen ejercicio.
-De todas formas, no creas que me olvido de lo otro, mi Rey. Y tarde o temprano lo averiguaré.
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-No sabes cuánto pagué por ti- dije, sonriente. Aunque lo hubiera entendido tan deprisa no debía dejar que se lo creyese. Al menos, no por el momento.
Me dejó hacer el truco, curioseando con la mirada más de lo que pretendía investigar, y pareció gustarle. Sin embargo no había acertado su carta. Qué mal, ¿No? Su carta favorita era una especial, la reina que lo era dos veces. No obstante, la respuesta a eso estaba en que todas lo eran. La reina de corazones era de título y por su dominio, el amor; La reina de diamantes tenía título y riqueza; La de picas tenía el poder; mientras que, la de tréboles, gobernaba sobre la suerte.
-No me llegan las cartas para darte tu favorita si mi única pista es ésa- comenté, como alicaído-. Y mira que podría intentar lo obvio, como sacar una reina, y después otra...
Cuando lancé ambas cartas cayeron al suelo, pero en mi mano seguía habiendo tres. Tímidamente sonreí por un instante, disfrutando del momento.
-Podría sacar las otras dos- dije, lanzándolas al aire, y cayeron al suelo formando un rombo en el suelo junto a sus compañeras. En mi mano aún había tres cartas-. Pero hay reinas sin corona, igual que coronas sin reina. Podríamos hablar de ases- saqué los cuatro, y sólo quedó una carta en mi mano. Un toque de varita y otra vez fueron tres-. Podría sacar, una a una, cada carta de la baraja- y con mi voz una a una iba lanzándolas, sin que dejase de haber tres en todo momento, dejando la cuenta tras el primer rey-. Ahora sólo deberían quedar tres. Y todos son reyes- se los mostré. No eran reyes, sino tres reinas, y traté de acercar lentamente la mano a su escote. Si me dejaba, sacaría de ella la cuarta-. Todas son dos veces reina.
Existían barajas de todas clases y tantos palos en sus diversas variantes que reconocerlos todos era imposible. Incluso me enfrentaba a la posibilidad de que su reina favorita no estuviese entre nosotros. Así pues, agité las cartas hasta que en su lugar volvió a aparecer el pañuelo rojo.
-Yo no leo la mente, y el acertijo tiene muy pocos datos- terminé respondiendo-. Sin embargo, todos con las pistas suficientes podemos resolver cualquier problema. ¿Una pista por otra?
con un rápido movimiento recogí todas las cartas, barajándolas con una mano, sin dejar de prestar atención a la joven de cabello pelirrojo. La caza que dio comienzo aquel mes de octubre seguía en pie, pero ya no estaba claro quién era presa y quién cazador.
Me dejó hacer el truco, curioseando con la mirada más de lo que pretendía investigar, y pareció gustarle. Sin embargo no había acertado su carta. Qué mal, ¿No? Su carta favorita era una especial, la reina que lo era dos veces. No obstante, la respuesta a eso estaba en que todas lo eran. La reina de corazones era de título y por su dominio, el amor; La reina de diamantes tenía título y riqueza; La de picas tenía el poder; mientras que, la de tréboles, gobernaba sobre la suerte.
-No me llegan las cartas para darte tu favorita si mi única pista es ésa- comenté, como alicaído-. Y mira que podría intentar lo obvio, como sacar una reina, y después otra...
Cuando lancé ambas cartas cayeron al suelo, pero en mi mano seguía habiendo tres. Tímidamente sonreí por un instante, disfrutando del momento.
-Podría sacar las otras dos- dije, lanzándolas al aire, y cayeron al suelo formando un rombo en el suelo junto a sus compañeras. En mi mano aún había tres cartas-. Pero hay reinas sin corona, igual que coronas sin reina. Podríamos hablar de ases- saqué los cuatro, y sólo quedó una carta en mi mano. Un toque de varita y otra vez fueron tres-. Podría sacar, una a una, cada carta de la baraja- y con mi voz una a una iba lanzándolas, sin que dejase de haber tres en todo momento, dejando la cuenta tras el primer rey-. Ahora sólo deberían quedar tres. Y todos son reyes- se los mostré. No eran reyes, sino tres reinas, y traté de acercar lentamente la mano a su escote. Si me dejaba, sacaría de ella la cuarta-. Todas son dos veces reina.
Existían barajas de todas clases y tantos palos en sus diversas variantes que reconocerlos todos era imposible. Incluso me enfrentaba a la posibilidad de que su reina favorita no estuviese entre nosotros. Así pues, agité las cartas hasta que en su lugar volvió a aparecer el pañuelo rojo.
-Yo no leo la mente, y el acertijo tiene muy pocos datos- terminé respondiendo-. Sin embargo, todos con las pistas suficientes podemos resolver cualquier problema. ¿Una pista por otra?
con un rápido movimiento recogí todas las cartas, barajándolas con una mano, sin dejar de prestar atención a la joven de cabello pelirrojo. La caza que dio comienzo aquel mes de octubre seguía en pie, pero ya no estaba claro quién era presa y quién cazador.
Aki D. Arlia
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- Aw, pero ¿no decías que ese precio no importaba? - Parpadeé con inocencia, riéndome a medias.
Fingió estar decepcionado de no haber encontrado mi carta, pero tan solo me hallaba a las puertas de un truco aún mayor. Y dicho sea de paso, uno de mis favoritos. Las cartas volaron de aquí para allá en toda su majestuosidad mientras él las iba nombrando pausadamente, como si no estuviera haciendo nada del otro mundo. Sin embargo, sus manos volaban.
Poco a poco todas las reinas habidas y por haber iban apareciendo y cayendo al suelo entre nosotros. Él sonreía, yo le escuchaba entretenida. Ninguna de esas era la que yo quería. Yacía en el suelo, entre las otras. Acercó la mano, buscando una más. Le dejé acceso con un sutil movimiento, mirándole a los ojos. Era un privilegio y quería que lo supiera. Me rozó la piel antes de sacar la carta, apenas un instante. Como un malentendido. Sin decir nada, dejé que terminara. Recogió todas las cartas de un rápido movimiento, un visto y no visto. Entre ellas un pañuelo rojo que aparecía y desaparecía a ratos. Mi sonrisa se ensanchó con los recuerdos. Era igual de divertido que la primera vez, y mis ojos brillaban.
Al final, los trucos cesaron y me pidió una pista... a cambio de otra. Estuve a punto de decirle la respuesta, pero eso me hizo pensármelo mejor. Sin duda era un juego interesante, si sumaba ese acertijo. Me incorporé despacio y le pedí la baraja con un mudo gesto. Si me la dejaba, comenzaría a barajarla distraídamente, examinándola. A primera vista no parecía trucada, pero nunca lo parecían. Me encantaba.
-Verás... es algo muy sencillo, mi Rey.
Se la volvería a dejar en la mano al tiempo que me inclinaba para apartar algo inexistente de su cuello, rozándolo de abajo arriba.
-Esta traviesa lleva su nombre tatuado en el papel.
Sonreí apartándome de nuevo y volviendo a sentarme en el banco como una perfecta señorita. ¿Acaso no lo era? Le señalé con el dedo.
-Su turno, mi señor.
Fingió estar decepcionado de no haber encontrado mi carta, pero tan solo me hallaba a las puertas de un truco aún mayor. Y dicho sea de paso, uno de mis favoritos. Las cartas volaron de aquí para allá en toda su majestuosidad mientras él las iba nombrando pausadamente, como si no estuviera haciendo nada del otro mundo. Sin embargo, sus manos volaban.
Poco a poco todas las reinas habidas y por haber iban apareciendo y cayendo al suelo entre nosotros. Él sonreía, yo le escuchaba entretenida. Ninguna de esas era la que yo quería. Yacía en el suelo, entre las otras. Acercó la mano, buscando una más. Le dejé acceso con un sutil movimiento, mirándole a los ojos. Era un privilegio y quería que lo supiera. Me rozó la piel antes de sacar la carta, apenas un instante. Como un malentendido. Sin decir nada, dejé que terminara. Recogió todas las cartas de un rápido movimiento, un visto y no visto. Entre ellas un pañuelo rojo que aparecía y desaparecía a ratos. Mi sonrisa se ensanchó con los recuerdos. Era igual de divertido que la primera vez, y mis ojos brillaban.
Al final, los trucos cesaron y me pidió una pista... a cambio de otra. Estuve a punto de decirle la respuesta, pero eso me hizo pensármelo mejor. Sin duda era un juego interesante, si sumaba ese acertijo. Me incorporé despacio y le pedí la baraja con un mudo gesto. Si me la dejaba, comenzaría a barajarla distraídamente, examinándola. A primera vista no parecía trucada, pero nunca lo parecían. Me encantaba.
-Verás... es algo muy sencillo, mi Rey.
Se la volvería a dejar en la mano al tiempo que me inclinaba para apartar algo inexistente de su cuello, rozándolo de abajo arriba.
-Esta traviesa lleva su nombre tatuado en el papel.
Sonreí apartándome de nuevo y volviendo a sentarme en el banco como una perfecta señorita. ¿Acaso no lo era? Le señalé con el dedo.
-Su turno, mi señor.
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-El dinero, los intereses, los años de inquietud preguntándome si realmente valías lo que pagué por ti... ¿Estás segura de que vales tanto?- ni yo había sufrido tanto ni ella tenía poco valor, pero si estaba intentando equilibrar la balanza iba a necesitar más peso-. Puede que hubiese conocido otra chica tan exuberante y, sin duda, más dispuesta. Aunque no dudo que aceptarías una propuesta educada.
Sonreí con candidez, como si no estuviese diciendo nada importante, y atendí casi hechizado la pista que Aki me estaba dando, evitando mostrar una sonrisa condescendiente. Una reina con su nombre tatuado no era una reina. De hecho, en la baraja francesa no había reinas ahora que lo pensaba, sino mujeres. No obstante, todo el mundo las llamaba reinas y, sin duda, Argine era la clave de todo. ¿Qué tendrían los tréboles?
-¿Tan mala suerte tienes?- pregunté, finalmente, mientras del suelo recogía una a una todas las cartas de la baraja. Cuidadosamente, ordenándolas mientras separaba los palos. Estaban todas.
Me había cerciorado mientras las cogía, una a una, pensando para mí cuándo sería el momento ideal para realizar el truco, pero no tenía momento. Así las cartas con gravedad, tratando de encontrar la carta que Aki prefería. Sin embargo, daba igual cuántas veces hubiese contado, la reina de tréboles parecía no querer aparecer.
-No te la habrás guardado por ahí, ¿Verdad?- inquirí con tono preocupado. Sabía perfectamente dónde estaba, pero era mejor no desvelarlo por el momento. Tan sólo mantuve la expectación mientras esperaba la reacción de la pelirroja, a la que finalmente insté a levantarse-: Levántate un momento, que igual te has sentado encima.
Le tendí la mano para que lo hiciese, y una vez estuviera de pie y su mano libre, la carta habría aparecido.
-Oh, ¿Qué es eso?- preguntaría, señalando el naipe que habría ido a parar a su vestido en la parte del escote-. Parece que le gustas.
Puse la mano a palma alzada, esperando que me lo devolviese. Mientras tanto, en mi cabeza sobrevenía la pregunta más importante de la noche: ¿Qué debía decirle sin desvelar nada? Una pista que no dijese nada era, de hecho, mentir. Había prometido darle una pista, pero debía asegurarme de que no se diese cuenta... Eso era sencillo. Aki era inteligente, pero sin duda no estaba ante una mente brillante. Al menos, en principio no lo parecía. Era descuidada y caótica, y aunque ambos eran complementarios a la genialidad muchas veces si el metodismo y la razón clínica no se sobreponían una persona inteligente podía, simplemente, quedarse en eso. No obstante, eso no significaba que pudiera menospreciarla: Para sobrevivir tanto tiempo en Grand Line, la pirata necesitaba más que un pecho exuberante y una mano siempre dispuesta a la bragueta. Y, hasta ahora, parecía tener algo más. Pero no sabía el qué.
-Tu pista... Ahora que me has dado la mía, está en todas las cosas- respondí-. El universo tiene un plan para todos. La naturaleza, aunque pueda parecer basta y letal, maneja el destino con aguja fina y dedos ágiles. Nadie la ve, ni la oye. Es el susurro del viento el que ruge los designios del verdadero rey. Y así funciona todo en este lugar.
Me quedé mirándola con cierta placidez, esperando una respuesta, pero de pronto Gellert llamó. Tenía órdenes de no molestar, por lo que debía ser algo importante.
-¡¿Qué?!- no era posible. Simplemente, no lo era-. Tengo que atender unos asuntos.
Le di la espalda, sin invitarla a acompañarme. Si quería vendría, pero prefería resolver esto a solas. El mismo día tenía que pasar todo. Otra brecha en la seguridad, y encima tenía que enfrentarme a alguien que había vendido mi secreto...
Sonreí con candidez, como si no estuviese diciendo nada importante, y atendí casi hechizado la pista que Aki me estaba dando, evitando mostrar una sonrisa condescendiente. Una reina con su nombre tatuado no era una reina. De hecho, en la baraja francesa no había reinas ahora que lo pensaba, sino mujeres. No obstante, todo el mundo las llamaba reinas y, sin duda, Argine era la clave de todo. ¿Qué tendrían los tréboles?
-¿Tan mala suerte tienes?- pregunté, finalmente, mientras del suelo recogía una a una todas las cartas de la baraja. Cuidadosamente, ordenándolas mientras separaba los palos. Estaban todas.
Me había cerciorado mientras las cogía, una a una, pensando para mí cuándo sería el momento ideal para realizar el truco, pero no tenía momento. Así las cartas con gravedad, tratando de encontrar la carta que Aki prefería. Sin embargo, daba igual cuántas veces hubiese contado, la reina de tréboles parecía no querer aparecer.
-No te la habrás guardado por ahí, ¿Verdad?- inquirí con tono preocupado. Sabía perfectamente dónde estaba, pero era mejor no desvelarlo por el momento. Tan sólo mantuve la expectación mientras esperaba la reacción de la pelirroja, a la que finalmente insté a levantarse-: Levántate un momento, que igual te has sentado encima.
Le tendí la mano para que lo hiciese, y una vez estuviera de pie y su mano libre, la carta habría aparecido.
-Oh, ¿Qué es eso?- preguntaría, señalando el naipe que habría ido a parar a su vestido en la parte del escote-. Parece que le gustas.
Puse la mano a palma alzada, esperando que me lo devolviese. Mientras tanto, en mi cabeza sobrevenía la pregunta más importante de la noche: ¿Qué debía decirle sin desvelar nada? Una pista que no dijese nada era, de hecho, mentir. Había prometido darle una pista, pero debía asegurarme de que no se diese cuenta... Eso era sencillo. Aki era inteligente, pero sin duda no estaba ante una mente brillante. Al menos, en principio no lo parecía. Era descuidada y caótica, y aunque ambos eran complementarios a la genialidad muchas veces si el metodismo y la razón clínica no se sobreponían una persona inteligente podía, simplemente, quedarse en eso. No obstante, eso no significaba que pudiera menospreciarla: Para sobrevivir tanto tiempo en Grand Line, la pirata necesitaba más que un pecho exuberante y una mano siempre dispuesta a la bragueta. Y, hasta ahora, parecía tener algo más. Pero no sabía el qué.
-Tu pista... Ahora que me has dado la mía, está en todas las cosas- respondí-. El universo tiene un plan para todos. La naturaleza, aunque pueda parecer basta y letal, maneja el destino con aguja fina y dedos ágiles. Nadie la ve, ni la oye. Es el susurro del viento el que ruge los designios del verdadero rey. Y así funciona todo en este lugar.
Me quedé mirándola con cierta placidez, esperando una respuesta, pero de pronto Gellert llamó. Tenía órdenes de no molestar, por lo que debía ser algo importante.
-¡¿Qué?!- no era posible. Simplemente, no lo era-. Tengo que atender unos asuntos.
Le di la espalda, sin invitarla a acompañarme. Si quería vendría, pero prefería resolver esto a solas. El mismo día tenía que pasar todo. Otra brecha en la seguridad, y encima tenía que enfrentarme a alguien que había vendido mi secreto...
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