Un viaje y extraños sucesos[Ruffo-Moderado nivel 3]

Me froté nerviosamente las manos mientras contemplaba por cuarta vez a la señora que se sentaba junto a mí... No cabía duda de que era alguien vehemente cuanto menos. Al llegar me había sentado en el extremo de la barra opuesto al que me encontraba ahora, pero la incansable señora había decidido sentarse junto a mí. Cada vez que pasaba a uno de los taburetes adyacentes, tras esperar unos segundos, ella hacía lo propio y se desplazaba hasta el que yo había dejado desocupado. Ya no me quedaban más asientos libres, y la situación comenzaba a resultarme agobiante. «Mierda, me ha arrinconado», me dije al comprobar que no podía alejarme más.

Decidí tratar de ignorarla por el momento, así que llevé una de mis manos al bolsillo trasero de mi pantalón celeste y saqué la nota que me había llevado hasta allí. No había sido fácil llegar en el plazo de tiempo indicado, ya que el viaje desde el West Blue era largo y me había visto obligado a hacer transbordo más de lo que me gustaría. Afortunadamente, aún conservaba casi todo el dinero que me dieron Lorenzzo y los demás.

La carta era de lo más desconcertante. No daba ningún detalle específico, pero se aseguraba de generar la suficiente curiosidad como para hacerme desplazarme hasta Arabasta. Mientras releía la carta cogí la jarra de cerveza y me la llevé a los labios. No obstante, me pareció percibir un olor extraño.

-Perdona -dije en dirección al camarero-. Creo que esta cerveza huele raro. ¿Te importaría ponerme otra? Las pagaré las dos si hace falta -añadí con una sonrisa.

Entonces volví a centrarme en la misiva. Me invitaba a un restaurante cuyo nombre no podía pronunciar bien, o al menos eso creía yo. De nuevo comencé a frotarme las manos mientras pensaba en cómo podría encontrarlo... tal vez pudiese preguntarle a algún lugareño. Al deslizar una mano sobre la otra, una idea que de vez en cuando asomaba en mi mente hizo acto de presencia: tenía que hacerme con unos guantes para tapar las dichosas almohadillas... la gente me miraba raro al verlas.

-Disculpe -diría en cuanto el camarero pasase cerca de mí, asegurándome de dejar un hueco por si la anciana podía responder a mi pregunta-. ¿Sabría decirme dónde se encuentra este lugar? -Doblaría el papel de modo que únicamente fuera legible el nombre del local al que me habían invitado. Eso sería lo que le mostrase al camarero y, en caso de que fuese necesario, a la anciana.

-Señora, tápese un poco, por favor -dije al ver lo que hacía la mujer. «A ver si además de salida va a estar loca», pensé mientras me giraba para dar un breve vistazo al grupo que entraba. Los sujetos no tenían muy buen aspecto y, aparte de su desastroso pelo, les vendría bien que alguien les explicase que los trapos no son para vestir, sino para limpiar.

Dejando a un lado esa idea, di un sorbo de mi nueva cerveza y releí la carta una vez más, grabándome el nombre del local que estaba allí escrito y asegurándome de que no se me olvidaría. Tal vez hubiera algún detalle o una pista que no hubiera sido capaz de ver. No obstante, seguía sin ser capaz de identificar nada que pudiese ayudarme.

La respuesta del camarero fue cuanto menos desconcertante. ¿Por qué no debía acercarme por allí? Cada vez sentía más curiosidad, pero por otro lado no creía que fuese buena idea desoír un consejo como aquél. La mueca que había aparecido en la cara del hombre parecía bastante real, lo que me hacía pensar que realmente era peligroso ir hasta allí. Entonces la abuela decidió pasar a la ofensiva, desconcentrándome y sacándome de mi mundo de conjeturas y elucubraciones.

-Señora, que podría ser mi bisabuela, por Dios... Seguro que por aquí hay algún hombre más apropiado para usted -dije sin darme la vuelta al tiempo que señalaba a mi alrededor con la mano. Creía saber a lo que se refería la mujer, y prefería recorrerme Alubarna yo solo en busca del local que satisfacer a la vieja.

Un jaleo a mis espaldas me dio la oportunidad perfecta para romper el contacto visual con la desagradable anciana, pero lo que encontré tampoco prometía ser mucho más agradable.

-Una carta... -dije al tiempo que la miraba y se la ofrecía al tipo. Si yo no había sido capaz de encontrar nada oculto en ella dudaba mucho que él pudiese, ya que su aspecto no orientaba a que fuera precisamente un genio. Por otro lado, el gesto de terror que había esbozado el camarero me había indicado que era un lugar cuanto menos peligroso... y los tipos que estaban montando el escándalo también lo eran -o lo aparentaban-. Tal vez ellos supiesen dónde se encontraba aquel lugar y pudiesen darme información de un modo u otro.

«Mierda, otra vez la vieja de los huevos», pensé al notar el roce de su mano por mi muslo. No obstante la sensación era extraña, como si hubiese algo entre los dedos de la señora y mi pierna. Aquella no parecía la mejor situación para montar una escena a causa de la insistencia de la abuela, así que opté por callarme mientras le seguía mostrando la carta al zoquete con complejo de matón.

Entonces, sin decir nada, la mujer se marchó. No obstante, la presión de mi muslo no desapareció del todo. Disimuladamente llevé una mano hacia el mismo y tapé la nota que me había dejado.

-Claro, claro. Me voy -dije mientras retiraba la carta de la cara del tipo y colocaba la nota de la vieja detrás con disimulo. Sin decir nada más, me levanté de mi taburete y me dirigí hacia la salida con paso rápido pero firme. Aquél era un asunto que no me afectaba en lo más mínimo y no tenía por qué verme involucrado en él.

Una vez fuera, en cuanto me creí lo suficientemente lejos del bar, abrí la nota que me había dejado la mujer. Allí parado en medio de la calle, con un considerable gentío haciéndose a un lado para no chocar conmigo, leí su contenido. «Hmmm... Voy o no voy», me pregunté. Por un lado, aunque albergaba la esperanza de que no fuera así, sabía que la mujer seguiría esperando algo a cambio de esa información... No pensaba dárselo, pero por otro lado no tenía ni una pista acerca del lugar aparte de que era peligroso. No tenía otra opción más que intentar obtener algún tipo de información de la insistente señora, así que seguí las indicaciones de la nota.

Tras unos minutos alcancé una posada que, si bien no sabía si era la referida en el mensaje, se encontraba a calles de la taberna. «A ver si hay suerte», pensé mientras me adentraba en su interior. En cuanto traspasase el umbral de la puerta buscaría con la vista a la promiscua anciana. En caso de que no se encontrase allí, abandonaría el local y seguiría buscando alguna posada en las cercanía en la que pudiera hallarse.

Posé mi mirada sobre todas y cada una de las personas que allí había en busca de la anciana, lo que no me tomó demasiado tiempo debido a la escasa clientela. Sabía que era poco probable, pero albergaba la esperanza de encontrar el lugar indicado a la primera. ¡Pobre iluso! «¿Qué esperaba? Sería demasiada suerte dar con ella tan pronto... Podría haber sido más concreta en la maldita nota», me dije mientras me disponía a darme la vuelta para abandonar el local y continuar con mi búsqueda.

Sin embargo, cuando completé mi giro atiné a ver un rostro familiar por el rabillo del ojo. Allí, en una de las esquinas de la estancia principal de aquella posada, una puerta abierta me separaba de la obscena vieja. «Vaya... pues sí que he tenido un poco de suerte», pensé al tiempo que me encaminaba en esa dirección. No terminaba de decidir si me gustaba o no haberla encontrado tan rápido, ya que sospechaba que seguiría demandando algo de mí que yo no pensaba darle.

-Muy buenas -dije tras dar un par de golpes con los nudillos en el marco-. ¿Puedo pasar?

En caso de que me dejara me adentraría en la estancia y permanecería unos segundos observando cómo preparaba el té. El inconfundible olor me transportaría a todas y cada una de la sobremesas en mi isla natal. Mi padre acostumbraba a dejar que pasasen unos minutos tras las comidas para servirnos una taza de té a cada uno, y se aseguraba de no repetir el tipo de un día para otro. Detalles nimios como aquél eran los encargados de romper la abrumadora monotonía de una isla habitada por una única familia.

-Antes de nada, quiero decirle que no pienso... bueno, ya sabe -comenzaría de forma educada una vez la melancolía hubiese desaparecido de mi mente-. Aún así, si hay alguna otra cosa en la que le pueda ayudar puede comentármela para que vea si puedo hacer algo... A cambio, si puedo ayudarla, me gustaría que me indicase dónde está ese lugar -finalizaría, llevándome la mano al bolsillo en el que guardaba la carta de invitación al local y la nota de la lasciva anciana.

Sonreí ante el mudo permiso que me daba la anciana para acceder a la estancia, y en cuanto me encontré en su interior cerré la puerta con cuidado de no dar un portazo. Acto seguido, me dirigí a la mesa en la que me serviría el té y escuché en silencio y con atención lo que tenía que decirme. No pude reprimir un suspiro de alivio al comprobar que, al contrario de lo que había estado haciendo en el bar, no se insinuaba de una forma tan tosca y desagradable.

«Curiosa forma de "no decir algo abiertamente"», me dije al escuchar la primera frase que la señora pronunciaba. No obstante, no dije nada y me esforcé porque ninguna emoción se reflejase en mi rostro. En su lugar, me centré en todas y cada una de las palabras que salían de su boca. Parecía sincera, pero por algún motivo no terminaba de fiarme de lo que me decía. Me parecía un cambio de actitud demasiado radical en muy poco tiempo, y la forma en que se había presentado -por decirlo suavemente- no terminaba de concordar con la petición que tenía que hacerme.

Permanecí en silencio una vez hubo terminado de hablar, tratando de distinguir un gesto delator en su rostro que decantase mis sospechas hacia un lado u otro en el último momento. No obstante, no fui capaz de identificar nada, así que opté por repasar mentalmente la información que acababa de obtener.

-Hmmm... Antes querría preguntarle un par de cosas -diría unos instantes más tarde-. ¿Ese tipo se ha hecho finalmente con el control de la isla? En caso de que lo haya hecho, ¿cómo lo hizo?, ¿cuál es su nombre?, ¿qué puede decirme de él?, ¿qué pretendía? -Trataría de obtener toda la información que la anciana pudiera darme sobre ese tipo, la isla en sí, el secuestro de su nieta y todo lo que pudiera tener alguna relación o repercusión sobre lo que me estaba pidiendo.

Una vez me respondiese, aceptaría su oferta. Necesitaba llegar a aquel lugar; se había convertido en algo personal. Una vez allí, podría decidir hasta qué punto la vieja había sido sincera conmigo y si debería ayudarle con su nieta o no.

Escuché atentamente las palabras de la señora, aunque no podía evitar dejar de pensar en cómo nos habíamos conocido. No terminaba de cuadrarme que una persona tan lasciva pudiese cambiar su actitud de un modo tan radical en tan poco tiempo, ni que hubiese visto necesario recurrir a ese método -por llamarlo de algún modo- para atraer mi atención. «¿Por qué yo?, ¿por qué no cualquier otro?», me preguntaba una y otra vez al tiempo que jugueteaba con mi cadena en un gesto de nerviosismo.

Fuera como fuere, la mujer no parecía disponer de información de utilidad, y si la tenía no parecía dispuesta a dármela. La acompañé hasta el exterior por una salida bastante escondida, y mi guía recorrió las calles de Alubarna durante un buen rato. Yo caminaba dócilmente detrás de ella, asegurándome de no distanciarme demasiado pero atento a las personas con las que nos cruzábamos. Desde luego, en aquel lugar la gente vestía del modo más extraño imaginable. En más de una ocasión estuve a punto de detenerme para reprender a algún transeúnte a causa de su pésimo estilismo, pero logré reprimirme y continuar con mi camino en silencio.

Nos detuvimos frente a una construcción bastante diferente de las que había en los alrededores. "La fe liberadora", pude leer en un letrero que había esn la entrada. Dirigí un rápido vistazo a la anciana, que se había detenido y no daba ni un paso más. «Así que aquí se encuentra ese tipo», me dije, dirigiéndome hacia la puerta y acercando un poco la cabeza.

En el interior no se podía escuchar nada parecido a oraciones o rezos. En su lugar, el inconfundible sonido metálico de las monedas colmaba el interior del recinto, y los gritos de "quién da más" y "todo o nada" aseguraban que al único dios que se adoraba en el interior era al dinero.

Me di la vuelta y me dirigí hacia la mujer. Mi intención era preguntarle si sabía qué clase de actividad se desarrollaba allí y si realmente aquél era nuestro destino.

Una vez me respondiese a la primera pregunta, si me decía que ése era el lugar, me acercaría y llamaría a la puerta con la invitación que había recibido en la mano. Si me habían citado allí sería por algo y, además, tenía curiosidad por conocer al misterioso sujeto que se había hecho con el control local y a la nieta de la anciana.

Cuál fue mi sorpresa al comprobar que la maldita anciana no estaba, se había esfumado sin decir nada y sin hacer el más mínimo ruido. «Por si no tuviera bastante con lo de obscena, encima desaparece y me deja aquí», pensé mientras miraba a mi alrededor en busca de algo que delatase su posición. Sin embargo, no encontré nada ni nadie con aspecto de conducirme hasta ella. «Como me la encuentre vamos a tener una charlita ella y yo...», aseveré en mi fuero interno.

Sin embargo, no pude evitar reparar en las indiscretas miradas que me dirigían un par de sujetos situados no demasiado lejos de mí. Dados mis antecedentes en aquel lugar, no pude evitar cuestionarme si sus intenciones podrían asemejarse a las que tenía la anciana en un primer momento. No obstante, no había lascivia ni deseo en sus miradas... o al menos eso me parecía. Me observaban intermitente, y llevaban un maletín que no pegaba nada con el atuendo que llevaban. ¿Nadie en todo Alubarna era capaz de vestirse decentemente? «¡Si no es tan difícil, por Dios!», me quejé.

Permanecí unos segundos quieto, evaluando qué podía hacer. El hecho de que la maldita vieja hubiera desaparecido de ese modo hacía que el local junto al que me encontraba no me inspirase mucha confianza. Por otro lado, no tenía una excusa clara para acercarme a los tipos y tratar de averiguar si me miraban o no, y en caso de que lo hicieran el motivo por el que lo hacían. Aunque... Me llevé la mano a mi bolsillo y tanteé la nota que me había llevado hasta allí. Tal vez fuese un buen motivo para acercarme a ellos. «Yo no me meto ahí dentro hasta que sepa qué demonios pasa con el lugar, la vieja, su nieta, el tío que controla esto y la madre que los parió a todos», me convencí para, acto seguido, sacarla y aproximarme a los sujetos desplegando todo mi encanto.

-Disculpen, veo que parece que están esperando algo y me gustaría hacerles una pregunta. Si no es inconveniente, claro -comencé, exhibiendo la más amplia de mis sonrisas y mostrándoles la nota. Mi intención no era dársela ni mucho menos, así que procuré mantenerme alerta por si intentaban quitármela-. ¿Sabrían decirme si éste es el local que se indica aquí, y qué es eso que va a tener lugar en su interior? -añadiría, acercándoles el papel para que pudieran leerlo.

Por primera vez desde que tenía uso de razón me quedé mudo. ¿Quiénes eran aquellos tipos? Enseguida comencé a elaborar teorías de todo tipo, a cada cual más improbable y estrambótica. Mi mirada pasaba una y otra vez de la carta que sostenía a la esquina por la que habían desaparecido. No me habían dado tiempo a hacer ni una pregunta más, aunque lo más probable era que no hubieran respondido en caso de haberla formulado.

- ¿Por la parte de atrás? -musité al tiempo que le daba la vuelta una y otra vez al papel, como si esperase que un mensaje oculto se mostrase por arte de magia-. No, es obvio que no va a salir por gusto.

Me apoyé en la pared y comencé a pensar en posibles mecanismos para ocultar información de miradas indiscretas. A mi mente acudieron los recuerdos de mis hermanos, que acostumbraban a enviarse mensajes ocultos de las formas más variadas para molestarme. No pude evitar esbozar una sonrisa al recordar los asombrosamente similares rostros de Iulio y Tyrano. ¿Qué tal les iría?

Fuera como fuere, el hecho era que conocía bastantes modos de escribir sin teñir la hoja de ningún modo. Lo primero que hice fue orientar el papel directamente hacia el sol, ya que podrían haber adelgazado el papel en diversas zonas. De ser así, la luz debería atravesar con mayor facilidad esas zonas, revelando cualquier trazo realizado sobre la nota.

Si no diese resultado me agacharía y arrojaría un puñado de arena sobre el reverso de la misiva. Si se hubiese escrito simplemente apretando con intensidad algo fino sobre el papel, el relieve debería evidenciarse y podría leer el mensaje oculto. ¿Acaso estarían burlándose de mí los tipos?

Aún acuclillado, dirigí mi vista de nuevo hacia la esquina por la que habían desaparecido los sujetos del maletín. ¿Qué habría en su interior? Probablemente fuese algo insignificante... o tal vez no. De cualquier modo, eso era algo que no me afectaba en absoluto.

Tras suspirar, me volví a erguir para intentar emplear el otro método que tenía en mente. Si ninguna estrategia de las anteriores hubiese dado resultado, me guardaría la carta y preguntaría a las personas cercanas si podían prestarme un mechero o algo que produjese fuego. En caso de que alguien me lo prestase, me alejaría un poco y, tras encenderlo, pasaría el papel a una distancia prudencial de él. Tal vez así apareciese el mensaje.

Ocurriese lo que ocurriese, le devolvería el encendedor a su dueño con un sincero "gracias" y la mayor de mis sonrisas.

Tuve que releer el mensaje oculto varias veces. No porque no comprendiera su contenido, sino porque no terminaba de asimilar cómo encajaban todos los sucesos transcurridos entre sí. «Kyo y Youta», me repetí, tratando de asegurarme con ello de que recordaría esos nombres. Quería pensar que así se llamaban los dos tipos con los que había hablado hacía apenas unos instantes y, con sus rostros en la cabeza, volví a dirigir mi vista hacia la esquina en la que se encontraban. Vi sus rostros durante un momento antes de que volvieran a desaparecer.

No cabía duda de que ellos eran los agentes que me seguían... ¿pero qué clase de agentes? ¿A qué agencia pertenecían? Y, lo más importante, ¿por qué me vigilaban a mí? No era más que un muchacho que había salido al mundo real hacía apenas unos meses, habiendo pasado dos décadas completas viviendo aislado del mundo. Todo era muy extraño. Primero una extraña y excesivamente lasciva anciana se me había insinuado para, poco después, pedirme que rescatase a su nieta y poco menos que salvase Alubarna de las manos de un tirano conspirador. ¿Explicaciones acerca del tipo y lo que sucedía allí? Las justas, por no decir ninguna.

Simplemente me había soltado frente a un establecimiento en cuyo interior debía encontrarse el sujeto, y después había desaparecido sin decir nada más. Como si no albergase dudas de por sí, aquel maldito mensaje oculto avivaba más aún el fuego de la sospecha. Fuera como fuere, con dos pares de ojos vigilando mi nuca y a saber qué o quién más siguiendo mis pasos, precipitarme no era ni de lejos la mejor de las ideas.

Era seguro que no iba a entrar en aquel antro a ciegas y sin ningún tipo de información, así que opté por hacerle caso al mensaje... al menos por el momento. Puse rumbo al local donde me había encontrado con la vieja después de abandonar la primera taberna, albergando la esperanza de que hubiese vuelto allí. De cualquier modo, si no lo hubiese hecho podría preguntarle a alguien de la zona si la conocía o si podía indicarme cómo llegar hasta ella.

No seguiría el mismo camino que me había llevado hasta el casino o lo que quiera que fuese aquello, sino que optaría por emplear una calle paralela. Mientras caminase, me detendría de vez en cuando a preguntar con una gran sonrisa y rostro inocente a algunos viandantes. Trataría de buscar adultos que caminasen junto a niños pequeños o, en su defecto, que estuviesen realizando un trabajo completamente opuesto a lo que parecía ocurrir en el interior del tugurio del que me alejaba. ¿El motivo? Consideraría que ese perfil de personas trataría de alejarse de ese tipo de ambientes, sobre todo en el primer caso. ¿Qué clase de padre o madre querría que su hijo creciese inmerso en ese mundo? En consecuencia, esperaría no ir a preguntar a un empleado del supuesto caudillo local.

Serían preguntas simples que me pudiesen dar información sobre el dueño del establecimiento y, al parecer, de la población. "¿Puede entrar cualquiera o necesito cumplir algún requisito? Etiqueta, cantidad mínima en efectivo, invitación...", sería lo primero que preguntaría en caso de poder, no sin antes interesarme por un local que cumpliese las características del que dejaba a mis espaldas. En todo momento estaría atento por si detectaba algún movimiento sospechoso a mi alrededor, aunque con toda seguridad no sabría si achacarlo a mis ya conocidos vigilantes o a alguna nueva mirada indiscreta.

Escuché atentamente las palabras que me dirigía el hombre que se dignó a atenderme, buscando con ello asegurarme de que no se me olvidarían. ¿Quién sabía si me serían útiles más adelante? De cualquier modo, para bien o para mal aquello no era lo que más interés me generaba en ese instante... ¿Por qué demonios la gente me miraba de una forma tan rara?

Seguí caminando en dirección a la posada donde la abuela me había pedido que ayudase a su nieta y, mientras lo hacía, planteaba en mi fuero interno diversas posibilidades por las que la gente podría mirarme. Podía ser que viesen extraño que no me vistiese de la misma forma que ellos. De hecho, de haber sido ése el motivo incluso me hubiera sentido halagado. «¿Quién demonios les ha enseñado a combinar los colores de ese modo?», me pregunté por infinitésima vez desde que llegase a Alubarna. No obstante, dudaba mucho que me observasen por esa razón.

En un primer momento, antes de hablar con el albañil, probablemente fuese por la dirección de la que venía. Tras hablar con el peón de obra, quedaba claro que el establecimiento en el que -afortunadamente, según parecía- no había entrado no gozaba de la mejor reputación, por decirlo de un modo suave. Dejando eso de lado, la más que evidente reacción de los niños de la zona al oír la clase de preguntas que hacía revelaba mucha información. Más allá de si era partícipe de las actividades que allí se desarrollaban o si, por el contrario, estaba allí para oponerme a ellas, tenían claro que era mejor mantenerse lejos.

«Al menos he encontrado a alguien dispuesto a hablar. Cosas de la edad, supongo», reflexioné mientras caminaba, recordando cómo cambiaba el semblante del resto de personas a las que había preguntado y cómo, a pesar de haber accedido a hablar conmigo en un primer momento, el viejo había rehusado seguir con el tema poco después.

Definitivamente, la lasciva y misteriosa anciana tenía mucho que aclarar. Más aún si seguía pretendiendo que pusiese un pie dentro de... ¿cómo se llamaba el local? Realmente tampoco importaba mucho, aunque "el sitio de Alubarna en el que menos me convendría meterme" probablemente fuera un buen nombre.

Entre cavilaciones y pensamientos, me encontré frente a la puerta de la taberna en la que me había reunido con la anciana por segunda vez. ¿Habría vuelto allí? No lo sabía. Con algo de suerte, quizás fuese un negocio familiar o algo del estilo. Si ése fuese el caso deberían poder ayudarme a llegar hasta ella. Un escalofrío recorrió mi espalda antes de poner el primer pie en el interior. «Eso si no deciden intentar darte una paliza», me dije.

Sin embargo, necesitaba más información y aquél se me antojaba como el único lugar en el que podría conseguirla. Recorrería el lugar en busca de la anciana y, de no encontrarla, me acercaría a la barra. Mi reunión con ella se había producido en una pequeña sala lateral, la cual no me había parecido que estuviera abierta al público. En consecuencia, debía tener alguna relación con el dueño del establecimiento más allá de la que se tiene con un cliente al uso. Atento a todo lo que sucedía a mi alrededor -¿me estaría volviendo paranoico con tanto misterio?-, optaría por preguntar de forma directa.

-Disculpe, ¿sabe dónde puedo encontrar a la señora con la que me reuní hace un rato? Me pidió un favor y ha desaparecido sin dejar ningún rastro. Estoy un poco preocupado -diría, bailando entre la mentira y la verdad para preguntar por ella.

No había mucha gente en el local. Casi lo agradecí en un primer momento. Un bajo número de personas indicaba menos oídos indiscretos, o al menos eso pensaba yo. Enseguida cambié de opinión. El recargado ambiente que había percibido al adentrarme en la taberna se tensó aún más cuando tuve la feliz idea de abrir la boca. «Piensa rápido», me dije. Necesitaba la información si quería salir del círculo de incomprensión en el que me encontraba, pero no podía -o no debía- ir enfrentándome a todo el que me escuchaba hablar.

No pensaba abandonar aquel lugar. Los tipos que me seguían me habían dado a entender que no me dirían nada más, la gente era reticente a comentar lo que sucedía en su pueblo y me negaba a entrar en aquel antro de mala muerte a ciegas. En consecuencia, mi única alternativa era intentar conseguir algo de información del hombre que acaba de apoyar sus manos en la barra. ¿Podría hacerlo sin que los amenazantes sujetos que había en el lugar se abalanzasen sobre mí? Habría que comprobarlo ya que, aunque no sabía qué ideas rondaban sus mentes, su actitud no era muy esperanzadora al respecto.

-Verá, me dijo que me pagaría por hacerle el favor de hacerle unos arreglos en su casa. Sólo quiero reclamar mi pago y continuar con mi camino -mentí, tratando de retorcer mis palabras anteriores para dar una nueva versión creíble-. ¿Me puede ayudar? Si no es así no le molestaré más.

No tenía la menor idea de si funcionaría o no, pero debía intentarlo. Atento a mis alrededores pero tratando de aparentar normalidad, busqué un taburete en el que sentarme frente al tabernero. Al mismo tiempo, llevé mi mano libre a la cadena que llevaba enroscada en torno a torso formando una cruz. Lo hice de un modo relajado y lento, como quien tiene la costumbre de colocar ahí la mano cada vez que se sienta.

-Ya que está, ¿podría ponerme una cerveza, por favor? -añadí mientras sonreía. Tal vez si aparentaba normalidad mi farsa fuera más creíble. «Por probar», pensé.

Fingiendo un gesto para comprobar que nada se me había caído del bolsillo, pude comprobar cómo los tipos parecían relajarse y se sentaban de nuevo. «Me he librado de ésta», pensé de forma casi inconsciente para, acto seguido, volver a centrarme en el camarero. No obstante, permanecí alerta por si era capaz de detectar algo a mis espaldas: algún movimiento, carraspeos delatores o un mensaje divino que me advirtiese de las intenciones de mis nuevos vigilantes.

Respiré hondo, manteniendo un semblante neutro y relajado en todo momento -o intentándolo al menos-. Pese a esforzarme por aparentar normalidad -algo que bajo mi punto de vista estaba haciendo de un modo excelente-, la tensión cada vez era más elevada en mi interior y, de forma casi inconsciente, estaba pendiente de todo y de nada a la vez... o eso pretendía.

Mientras divagaba con la mirada fija en el individuo que había tras la barra, éste sacó una copa y la cerveza que le había pedido. Tras hacerlo, manipuló una diana que, a juzgar por los efectos de su movimiento, no era más que llave y cerradura para una habitación oculta. «Estupendo. ¿Dónde me he metido? Con lo a gusto que estaba yo buscando bambú», me recriminé, dejando la copa a un lado y apurando el botellín entero sin despegarlo de mis labios.

El tabernero se dirigió a mí mientras lo hacía, y un sonido de sillas siendo arrastradas me confirmó lo que en cierto modo había intuido antes de que el anfitrión me lo confirmase: tendría niñeras. Ya estaba allí. Tratar de escabullirme sólo levantaría más sospechas sobre mí, arruinando la endeble coartada que había improvisado unos instantes atrás. Además... ¿por qué negarlo? Cada vez sentía más curiosidad acerca de lo que sucedía en el lugar.

-Genial. Pues vamos a ello -dije con tono jovial, intentando que mi voz no dejase ver desconfianza. Me dirigí hacia las escaleras que parecían internarse en las profundidades de Alubarna y, antes de dar un paso dentro del pasadizo, me dirigí al gorila que se había erigido como custodio del mismo-. ¿Quién va primero de los dos? Yo soy muy de tropezarme, pero no me importa ir en primer o último lugar.

Me dijesen lo que me dijesen, haría caso a las instrucciones y descendería por las escaleras. A pesar de ello, permanecería alerta en todo momento a mi alrededor, ya que aquella situación me inspiraba de todo menos confianza.