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-Me tomaré eso como un "tú primero, por favor" -dije mientras me adentraba en el camino que me habían abierto. Uno de los tipos caminaba delante de mí y el otro iba a mis espaldas. Casi podía notar su aliento en mi nuca, pero no sabría decir a qué olía. La humedad y el olor a cerrado reinaban en aquellas escaleras, y una luz tenue -siendo generoso- era lo único que me permitía ver dónde ponía los pies.
Unos cuantos escalones me bastaron para comprobar que tendría que andarme con ojo si no quería partirme la crisma. Descendí con cuidado, apoyando la mano en la pared y siendo consciente de lo deplorable de su estado. «Éste no parece un lugar en el que se escondería una señora mayor... Eso suponiendo que realmente esté aquí», pensé. El ambiente era incómodo, similar al que se respiraba en el barco de Lorenzzo cuando se veían nubes de tormenta a lo lejos. Era algo que iba más allá de la evidente clandestinidad del lugar. No. No era eso. Era como una indigestión de las que ya no se veían o una resaca causada por el más barato de los rones.
¿Cuántos escalones había pisado ya? Lo cierto era que, pendiente como estaba de mis dos escoltas, había perdido la cuenta. En ningún momento se habían mostrado amigables. El que marchaba delante de mí no parecía tener nada que decir. Simplemente ponía un pie tras otro de la forma menos delicada posible, tal y como lo haría un armario al que le acabasen de dar vida. En cambio, el de atrás gruñía sin descanso como una bestia maleducada, respirando de forma tan pesada como sonora.
«No puede quedar mucho», me dije al oír un lento pero constante goteo. Las escaleras que habían descendido trazando una espiral llegaban a su fin, y cada uno de mis pasos se acompañaba por el débil eco de una diminuta lágrima que caía desde algún lugar en el techo. Tragué saliva. Normalmente no habría aguantado más de una docena de escalones sin romper el silencio que nos había acompañado durante todo el descenso, pero aquello era diferente.
Dos gotas cayeron cuando el primero de mis pies tocó el suelo de una estancia de pequeñas dimensiones, poblada únicamente por tres puertas y mucha, muchísima tensión. Volví a tragar saliva y, entonces, al dar otro paso, ninguna gota sonó. ¿Qué fue lo que me sucedió? En aquel momento no habría sabido describirlo, pero percibí cómo una brisa me rodeaba por detrás tratando de atraparme.
Enseguida desapareció, como si jamás hubiera existido, pero por algún motivo ya me encontraba alerta. Era como si supiera lo que estaba por venir. Sin siquiera girarme, lancé un cabezazo hacia atrás, tratando de impactar con fuerza en la nariz de quien intuía me quería inmovilizar. Mientras lo hacía no pude evitar que un fugaz recuerdo apareciera en mi mente. En él, la sensación que acababa de experimentar se me hizo sorprendentemente similar a otra que ya había vivido; aquélla que había experimentado cuando el vigía del barco de Lorenzzo, tratando de despertar en mí eso que ellos llamaban el "Ojo", había pasado varios días acosándome con patatas tan duras como piedras.
Suponiendo que mi idea diese sus frutos, al ver al otro tipo intentando darme un puñetazo emplearía una de mis manos libres para detener su golpe, posicionando la almohadilla de manera que pudiese repeler su puñetazo y, si fuese posible, a él. Mi siguiente movimiento dependería de esto. Si saliese despedido tras el bloqueo usaría la mano libre para propinarle un fuerte bofetón al sujeto que habría quedado a mis espaldas, buscando darle también con la almohadilla para lanzarlo contra la pared. De no ser así, esta acción iría dirigida al que me había intentado golpear en la barriga.
Sucediese lo que sucediese me alejaría, desenroscaría la cadena de mi torso y me colocaría en una posición en la que pudiese ver a ambos. Llevaría la mayor parte de ella enroscada en torno al brazo izquierdo, y aferraría con manos firmes el resto. En torno a un metro y medio de la misma trazaría una circunferencia vertical a mi derecha, movimiento que yo mismo provocaría al agitar la mano derecha.
Unos cuantos escalones me bastaron para comprobar que tendría que andarme con ojo si no quería partirme la crisma. Descendí con cuidado, apoyando la mano en la pared y siendo consciente de lo deplorable de su estado. «Éste no parece un lugar en el que se escondería una señora mayor... Eso suponiendo que realmente esté aquí», pensé. El ambiente era incómodo, similar al que se respiraba en el barco de Lorenzzo cuando se veían nubes de tormenta a lo lejos. Era algo que iba más allá de la evidente clandestinidad del lugar. No. No era eso. Era como una indigestión de las que ya no se veían o una resaca causada por el más barato de los rones.
¿Cuántos escalones había pisado ya? Lo cierto era que, pendiente como estaba de mis dos escoltas, había perdido la cuenta. En ningún momento se habían mostrado amigables. El que marchaba delante de mí no parecía tener nada que decir. Simplemente ponía un pie tras otro de la forma menos delicada posible, tal y como lo haría un armario al que le acabasen de dar vida. En cambio, el de atrás gruñía sin descanso como una bestia maleducada, respirando de forma tan pesada como sonora.
«No puede quedar mucho», me dije al oír un lento pero constante goteo. Las escaleras que habían descendido trazando una espiral llegaban a su fin, y cada uno de mis pasos se acompañaba por el débil eco de una diminuta lágrima que caía desde algún lugar en el techo. Tragué saliva. Normalmente no habría aguantado más de una docena de escalones sin romper el silencio que nos había acompañado durante todo el descenso, pero aquello era diferente.
Dos gotas cayeron cuando el primero de mis pies tocó el suelo de una estancia de pequeñas dimensiones, poblada únicamente por tres puertas y mucha, muchísima tensión. Volví a tragar saliva y, entonces, al dar otro paso, ninguna gota sonó. ¿Qué fue lo que me sucedió? En aquel momento no habría sabido describirlo, pero percibí cómo una brisa me rodeaba por detrás tratando de atraparme.
Enseguida desapareció, como si jamás hubiera existido, pero por algún motivo ya me encontraba alerta. Era como si supiera lo que estaba por venir. Sin siquiera girarme, lancé un cabezazo hacia atrás, tratando de impactar con fuerza en la nariz de quien intuía me quería inmovilizar. Mientras lo hacía no pude evitar que un fugaz recuerdo apareciera en mi mente. En él, la sensación que acababa de experimentar se me hizo sorprendentemente similar a otra que ya había vivido; aquélla que había experimentado cuando el vigía del barco de Lorenzzo, tratando de despertar en mí eso que ellos llamaban el "Ojo", había pasado varios días acosándome con patatas tan duras como piedras.
Suponiendo que mi idea diese sus frutos, al ver al otro tipo intentando darme un puñetazo emplearía una de mis manos libres para detener su golpe, posicionando la almohadilla de manera que pudiese repeler su puñetazo y, si fuese posible, a él. Mi siguiente movimiento dependería de esto. Si saliese despedido tras el bloqueo usaría la mano libre para propinarle un fuerte bofetón al sujeto que habría quedado a mis espaldas, buscando darle también con la almohadilla para lanzarlo contra la pared. De no ser así, esta acción iría dirigida al que me había intentado golpear en la barriga.
Sucediese lo que sucediese me alejaría, desenroscaría la cadena de mi torso y me colocaría en una posición en la que pudiese ver a ambos. Llevaría la mayor parte de ella enroscada en torno al brazo izquierdo, y aferraría con manos firmes el resto. En torno a un metro y medio de la misma trazaría una circunferencia vertical a mi derecha, movimiento que yo mismo provocaría al agitar la mano derecha.
- Una cosilla:
- He intentado describir el uso del Haki de observación a nivel despertado, y cualquier adición a la moderación ha sido para tratar de ambientarlo mejor y, por supuesto, meramente escénica. Obviamente, queda a juicio del moderador aceptar este uso o no.
Abby
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Tus movimientos surtieron efecto y lograste descolocarle la nariz al hombre que te intentó agarrar por detrás. Este se llevó la mano a la cara, limpiándose la sangre que habías provocado. Mientras tu te centraste en el hombre que te intentó dar un puñetazo imbuido en energía, este se apartó un poco. Logras tener a los dos en tu campo de visión, sin perder a ninguno de vista. Ambos parecen bastante heridos, pero lo ideal sería dejarlos inconscientes aunque a lo mejor deberías hacer menos ruido, no vaya a ser que en la taberna o a través de esas otras puertas escuchen el jaleo.
Las sonrisas que tenían anteriormente en sus rostros se habían desvanecido para dar paso a una mirada llena de ira. Iaren, apoyado en la pared, se despega jadeando y pone sus brazos en forma de equis para luego liberar una energía que hace retumbar todo. El movimiento conlleva una gran presión que hizo incluso que su hermano se tambaleara. En cuanto este se recupera, estira su mano y crea una hilera de cinco bolas azules de pequeño tamaño cuyo objetivo eres tu.
Las sonrisas que tenían anteriormente en sus rostros se habían desvanecido para dar paso a una mirada llena de ira. Iaren, apoyado en la pared, se despega jadeando y pone sus brazos en forma de equis para luego liberar una energía que hace retumbar todo. El movimiento conlleva una gran presión que hizo incluso que su hermano se tambaleara. En cuanto este se recupera, estira su mano y crea una hilera de cinco bolas azules de pequeño tamaño cuyo objetivo eres tu.
-Ésa no es forma de tratar a un invitado -comenté en tono de burla mientras miraba a mis oponentes alternativamente-. Y eso de hacer un dos contra uno y atacar por la espalda está muy feo, que lo sepáis -añadí, sin perder de vista ninguno de sus movimientos.
Lo más probable era que no esperasen que fuese capaz de reaccionar a aquello, pero no volvería a tener tanta suerte. El factor sorpresa ya no jugaría más a mi favor, mientras que la superioridad numérica seguía patente. Tragué saliva de forma casi imperceptible. Las dimensiones del lugar no eran demasiado grandes, lo que sin duda dificultaría mi manejo de la cadena. No obstante, eso también implicaba que sería difícil que salieran del alcance de ésta -al menos eso esperaba-. «Tengo que jugar muy bien mis cartas», me dije unos instantes antes de que quien me había intentado golpear hiciese retumbar todo el lugar. Por puros reflejos dejé de aferrar la cadena con la mano izquierda. La derecha seguía agitándola en el aire, trazando círculos verticales, y la mayoría de los eslabones se enroscaban en torno a mi brazo izquierdo -aunque la mano estuviese libre-.
-No creo que este sitio pueda aguantar muchas sacudidas como ésa. Deberías pensar mejor lo que haces -dije, buscando sacarles de sus casillas con la incesante verborrea que me caracterizaba. "Un cazador desquiciado a menudo se convierte en la presa", solía decir mi padre, y yo hacía mía cada una de esas palabras-. Por cierto, ¿cómo os llamabais?
No obtuve respuesta. En vez de eso, el que acababa de agitar aquella especie de sótano lanzó una serie de esferas en mi dirección. ¿Que cuál era su naturaleza? No tenía ni la menor idea, pero no estaba dispuesto a recibirlas para comprobarlo. Moví mi mano izquierda hacia delante, casi como si pretendiese dar un palmada al aire. Al detenerse, una burbuja anaranjada en forma de zarpa emergió de ella. Flotó como una pompa de jabón en dirección al ataque de mi oponente. Mi intención con ello era que, al entrar en contacto, el campo de repulsión generado me mantuviera a salvo.
Mi siguiente movimiento sería claro: lanzaría la cadena en dirección al cuello del que había permanecido quieto. Buscaría enroscarla en torno a él para, justo después, tirar con fuerza con idea de lanzarlo de cabeza contra la pared. Si lo lograse me precipitaría en dirección al que se había mostrado más activo. Con mi mano derecha ya liberada -aunque con buena parte de la cadena aún rodeando mi brazo izquierdo- intentaría golpearle la cara con la palma, tratando de hacer que saliese despedido de nuevo.
Si todo saliese según lo previsto recogería la cadena y adoptaría una postura similar a la anterior, asegurándome de mantener en mi campo de visión a ambos sujetos.
Lo más probable era que no esperasen que fuese capaz de reaccionar a aquello, pero no volvería a tener tanta suerte. El factor sorpresa ya no jugaría más a mi favor, mientras que la superioridad numérica seguía patente. Tragué saliva de forma casi imperceptible. Las dimensiones del lugar no eran demasiado grandes, lo que sin duda dificultaría mi manejo de la cadena. No obstante, eso también implicaba que sería difícil que salieran del alcance de ésta -al menos eso esperaba-. «Tengo que jugar muy bien mis cartas», me dije unos instantes antes de que quien me había intentado golpear hiciese retumbar todo el lugar. Por puros reflejos dejé de aferrar la cadena con la mano izquierda. La derecha seguía agitándola en el aire, trazando círculos verticales, y la mayoría de los eslabones se enroscaban en torno a mi brazo izquierdo -aunque la mano estuviese libre-.
-No creo que este sitio pueda aguantar muchas sacudidas como ésa. Deberías pensar mejor lo que haces -dije, buscando sacarles de sus casillas con la incesante verborrea que me caracterizaba. "Un cazador desquiciado a menudo se convierte en la presa", solía decir mi padre, y yo hacía mía cada una de esas palabras-. Por cierto, ¿cómo os llamabais?
No obtuve respuesta. En vez de eso, el que acababa de agitar aquella especie de sótano lanzó una serie de esferas en mi dirección. ¿Que cuál era su naturaleza? No tenía ni la menor idea, pero no estaba dispuesto a recibirlas para comprobarlo. Moví mi mano izquierda hacia delante, casi como si pretendiese dar un palmada al aire. Al detenerse, una burbuja anaranjada en forma de zarpa emergió de ella. Flotó como una pompa de jabón en dirección al ataque de mi oponente. Mi intención con ello era que, al entrar en contacto, el campo de repulsión generado me mantuviera a salvo.
Mi siguiente movimiento sería claro: lanzaría la cadena en dirección al cuello del que había permanecido quieto. Buscaría enroscarla en torno a él para, justo después, tirar con fuerza con idea de lanzarlo de cabeza contra la pared. Si lo lograse me precipitaría en dirección al que se había mostrado más activo. Con mi mano derecha ya liberada -aunque con buena parte de la cadena aún rodeando mi brazo izquierdo- intentaría golpearle la cara con la palma, tratando de hacer que saliese despedido de nuevo.
Si todo saliese según lo previsto recogería la cadena y adoptaría una postura similar a la anterior, asegurándome de mantener en mi campo de visión a ambos sujetos.
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El ataque de los dos te resultó fácil de esquivar y, como ambos estaban en condiciones peores que las tuyas se dejaron atrapar fácilmente. El primero por tu pompa, hizo que saliera disparado contra la pared, cuyo choque fue tan fuerte que al caer hacia delante parecía haber quedado un poco abollada la pared. Quedó tendido en suelo y, de vez en cuando, le daba algún espasmo. El otro hombre, en un momento de distracción trató de pensar una nueva estrategia, pero lograste defenderte antes de que preparase nada. Al principio se resistió con la cadena, pero finalmente lo atrajiste hacia ti y, cuando pusiste la palma de tu mano en su cara el puso los brazos en forma de cruz haciendo que una energía lo separara de ti. Esta energía te empujó hacia la pared el menor intensidad que al hombre, puesto que tu distancia era menos.
Él quedó inconsciente al chocar fuertemente contra la pared. Tu pareces cansado y exhausto, quizás deberías tomarte un respiro. Parece que el peligro ya ha acabado del todo, aunque no te fíes. Cuando logras recuperar el aliento escuchas más jaleo, golpes fuertes que hacen retumbar las paredes y gritos, gritos femeninos. Volver por donde has regresado sería inútil, ya que el dueño del bar sabría tus intenciones. Puedes probar a continuar por una de las tres puertas o ir junto a esos gritos desgarradores.
Él quedó inconsciente al chocar fuertemente contra la pared. Tu pareces cansado y exhausto, quizás deberías tomarte un respiro. Parece que el peligro ya ha acabado del todo, aunque no te fíes. Cuando logras recuperar el aliento escuchas más jaleo, golpes fuertes que hacen retumbar las paredes y gritos, gritos femeninos. Volver por donde has regresado sería inútil, ya que el dueño del bar sabría tus intenciones. Puedes probar a continuar por una de las tres puertas o ir junto a esos gritos desgarradores.
La situación se desarrolló lo mejor que podía esperar dadas las circunstancias. Choqué con bastante violencia contra la pared situada a mis espaldas, deslizándome a continuación hasta dar con mi trasero en el suelo. Permanecí allí durante unos instantes. El goteo que había acompañado mi entrada en aquel sótano propio de matones de tercera reapareció. Pude identificar el punto en el que caían las gotas, situado junto a las escaleras que me habían llevado hasta allí.
Intenté encontrar una postura en la que la espalda me doliera menos y, al encontrarla, llevé la cabeza hacia atrás hasta pegarla a la pared. El silencio únicamente era roto por la intermitente columna de agua que colmaba mis oídos. «Creo que debería irme de aquí», pensé tras la vigésimo sexta gota. Terminarían por darse cuenta de que los matones no volvían, y no quería encontrarme allí cuando aquello sucediese. ¿Qué opciones tenía? Subir no entraba en mis planes. Si no recordaba mal había otros dos sujetos junto a los que yacían a unos metros de mí. Eso suponiendo que no hubiese llegado alguien más.
Dirigí mi vista hacia las tres puertas que había en el pequeño trastero. Debería elegir alguna de ellas, ¿pero cuál? Algo más recuperado, me levanté para examinar las alternativas que tenía. Ese gesto fue acompañado por un perturbador sonido que eclipsó por completo el goteo que había estado oyendo hasta hacía unos instantes. Ya no había agua chocando contra el suelo, sólo gritos y paredes retumbando. ¿Qué demonios era aquello? ¿La vieja lasciva tal vez? Podía ser, aunque lo dudaba. Tampoco era capaz de distinguir si venían de alguna de las puertas que había a mi alrededor, así que me acerqué a la situada a la izquierda y traté de abrirla.
Lo haría con cuidado de no precipitarme hacia el interior. ¿Quién sabía que podía esperarme tras ella? De no abrirse trataría de encontrar alguna llave entre los cuerpos inconscientes de mis oponente o intentaría abrir otra de las puertas.
Intenté encontrar una postura en la que la espalda me doliera menos y, al encontrarla, llevé la cabeza hacia atrás hasta pegarla a la pared. El silencio únicamente era roto por la intermitente columna de agua que colmaba mis oídos. «Creo que debería irme de aquí», pensé tras la vigésimo sexta gota. Terminarían por darse cuenta de que los matones no volvían, y no quería encontrarme allí cuando aquello sucediese. ¿Qué opciones tenía? Subir no entraba en mis planes. Si no recordaba mal había otros dos sujetos junto a los que yacían a unos metros de mí. Eso suponiendo que no hubiese llegado alguien más.
Dirigí mi vista hacia las tres puertas que había en el pequeño trastero. Debería elegir alguna de ellas, ¿pero cuál? Algo más recuperado, me levanté para examinar las alternativas que tenía. Ese gesto fue acompañado por un perturbador sonido que eclipsó por completo el goteo que había estado oyendo hasta hacía unos instantes. Ya no había agua chocando contra el suelo, sólo gritos y paredes retumbando. ¿Qué demonios era aquello? ¿La vieja lasciva tal vez? Podía ser, aunque lo dudaba. Tampoco era capaz de distinguir si venían de alguna de las puertas que había a mi alrededor, así que me acerqué a la situada a la izquierda y traté de abrirla.
Lo haría con cuidado de no precipitarme hacia el interior. ¿Quién sabía que podía esperarme tras ella? De no abrirse trataría de encontrar alguna llave entre los cuerpos inconscientes de mis oponente o intentaría abrir otra de las puertas.
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La puerta está abierta, aunque se traba un poco cuando está a medias, pero con unos empujones debería bastar para que se abra del todo. Cuando miras hacia delante te encuentras a una muchacha bajita, de cabello negro azabache y con un traje... extravagante, parece una mujer que lleva un uniforme. A sus pies hay otra mujer de una edad avanzada inconsciente en el suelo y, a su lado, se enfrenta a un energúmeno a punto de destrozarlo todo. Sin embargo, la señorita consigue defenderse de él mediante ágiles movimientos y golpes en partes como la entrepierna y el cuello para dejarlo inconsciente. En cuanto termina, se echa el cabello hacia atrás y revisa sus cuerpos.
Si sigues hacia delante, ella se da cuenta de tu presencia y se te queda mirando. Se pone de pie rápidamente y te señala.
-¡Y tú quién eres! ¿También te envían para eliminarme? ¡Habla! - Su voz es muy repipi y ella se acerca hacia ti. Te observa detenidamente y arquea las cejas. - No eres como los demás matones... ¿eres un participante de la prueba?
Tras ese breve interrogatorio guarda silencio y se cruza de brazos. Creo que va siendo hora de saber qué está pasando aquí y esta muchacha debe tener todas las respuestas. Sin embargo, no hay mucho tiempo para hablar. Deberías darte prisa.
Si sigues hacia delante, ella se da cuenta de tu presencia y se te queda mirando. Se pone de pie rápidamente y te señala.
-¡Y tú quién eres! ¿También te envían para eliminarme? ¡Habla! - Su voz es muy repipi y ella se acerca hacia ti. Te observa detenidamente y arquea las cejas. - No eres como los demás matones... ¿eres un participante de la prueba?
Tras ese breve interrogatorio guarda silencio y se cruza de brazos. Creo que va siendo hora de saber qué está pasando aquí y esta muchacha debe tener todas las respuestas. Sin embargo, no hay mucho tiempo para hablar. Deberías darte prisa.
Pese a no estar muy por la labor, la puerta terminó por abrirse. «Hasta con las puertas tengo que pelearme», me quejé tras dar el tercer empujón. El motivo de los gritos que había oído quedó claro en cuanto fui capaz de ver qué ocurría... o no. ¿Sería la chica morena que había frente a mí la causante de los mismos? Todo apuntaba a ello, aunque no podía asegurarlo. Contemplé con asombró cómo tumbaba al tipo al que se estaba enfrentando, no pudiendo evitar torcer el gesto al presenciar un golpe en la entrepierna. "Eso está feo", me sentí tentado de decir, mas opté por callarme.
En vez de eso di algunos pasos hacia ella. Enseguida reaccionó a mi movimiento, poniéndose alerta y dirigiéndome una serie de preguntas que más bien parecían amenazas. «Demasiadas preguntas seguidas», me quejé en mi fuero interno, dejándome caer sobre mi trasero y cruzando las piernas antes de responder.
-Ruffo -dije sin más, dirigiendo mi mirada por un momento a la anciana que yacía en el suelo. ¿Sería la misma vieja lasciva que me había pedido ayuda? En la penumbra era incapaz de distinguirlo. ¿Acaso era la chica que tenía frente a mí su famosa sobrina? De ser así no habría motivo para que hubiera solicitado mi ayuda; la morena sabía defenderse perfectamente. Permanecí en silencio un par de segundos, tomando aire y pensando cuál debía ser mi respuesta-. No sé quién eres, pero no me envía nadie para hacer nada... De hecho estoy intentando averiguar qué debo hacer para que me dejen tranquilo. Una señora me dijo que le ayudase con algo de su nieta, pero no sé si creérmela. No suelo desconfiar de la gente porque sí, ¿sabes?, pero desde que hablé con ella no paran de ocurrirme cosas raras. He venido a buscarla y me he encontrado con dos matones de tercera intentando darme una paliza... No me preguntes por qué, porque no lo sé. Por si no fuera suficiente, escucho gritos y al abrir una puerta me encuentro con una chica vestida de un modo rarísimo y acabando con la descendencia de un hombre que no conozco de nada. Por cierto, ¿quién eres? -emití un leve suspiro, tratando de dejar tiempo para que la muchacha asimilase lo que acababa de decirle-. Que yo sepa no estoy en ningún concurso... ¿de qué va eso? Por cierto, ¿me dejas verle la cara a esa señora? Necesito saber si es quien venía buscando.
Tras eso me recliné hacia atrás, apoyando mis manos en el suelo y esperando que la muchacha tuviese a bien responder a mis preguntas. Aquello del concurso era muy interesante. Tal vez fuese la clave de por qué me estaban mareando del modo en que lo hacían. ¿Qué tendrían que ver los tipos que me habían dado la clave de la nota con todo aquello?
En vez de eso di algunos pasos hacia ella. Enseguida reaccionó a mi movimiento, poniéndose alerta y dirigiéndome una serie de preguntas que más bien parecían amenazas. «Demasiadas preguntas seguidas», me quejé en mi fuero interno, dejándome caer sobre mi trasero y cruzando las piernas antes de responder.
-Ruffo -dije sin más, dirigiendo mi mirada por un momento a la anciana que yacía en el suelo. ¿Sería la misma vieja lasciva que me había pedido ayuda? En la penumbra era incapaz de distinguirlo. ¿Acaso era la chica que tenía frente a mí su famosa sobrina? De ser así no habría motivo para que hubiera solicitado mi ayuda; la morena sabía defenderse perfectamente. Permanecí en silencio un par de segundos, tomando aire y pensando cuál debía ser mi respuesta-. No sé quién eres, pero no me envía nadie para hacer nada... De hecho estoy intentando averiguar qué debo hacer para que me dejen tranquilo. Una señora me dijo que le ayudase con algo de su nieta, pero no sé si creérmela. No suelo desconfiar de la gente porque sí, ¿sabes?, pero desde que hablé con ella no paran de ocurrirme cosas raras. He venido a buscarla y me he encontrado con dos matones de tercera intentando darme una paliza... No me preguntes por qué, porque no lo sé. Por si no fuera suficiente, escucho gritos y al abrir una puerta me encuentro con una chica vestida de un modo rarísimo y acabando con la descendencia de un hombre que no conozco de nada. Por cierto, ¿quién eres? -emití un leve suspiro, tratando de dejar tiempo para que la muchacha asimilase lo que acababa de decirle-. Que yo sepa no estoy en ningún concurso... ¿de qué va eso? Por cierto, ¿me dejas verle la cara a esa señora? Necesito saber si es quien venía buscando.
Tras eso me recliné hacia atrás, apoyando mis manos en el suelo y esperando que la muchacha tuviese a bien responder a mis preguntas. Aquello del concurso era muy interesante. Tal vez fuese la clave de por qué me estaban mareando del modo en que lo hacían. ¿Qué tendrían que ver los tipos que me habían dado la clave de la nota con todo aquello?
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La muchacha chasqueó la lengua y se cruzó de brazos, mirándote de arriba abajo y luego negó con la cabeza decepcionada. Era una muchacha bajita, con una melena larga de color castaño. Como apreciaste antes, sus ropajes parecían estar hechos para esta situación, completamente negros y con numerosas cadenas y botones en la parte superior.
-Soy Oswin - Comentó apoyándose de espaldas en la pared - Al parecer eres como alguno más que me he encontrado. Las pistas no os ayudan para daros cuenta de que esto es una competición secreta del gobierno para captar nuevas promesas entre sus filas. - Sus ojos se iluminaron en cuanto mencionaste a la anciana -. Oh, ¿contactaste con la anciana? ¡Pero eso es casi imposible! Nunca da la cara y su sobrina no es más que una tapadera para llamar la atención. Es una mafiosa retirada que controla la mitad de los bajos fondos de Arabasta, por eso la gente se comporta rara cuando se habla de ella. Al menos ya estamos en la boca del lobo así que debemos darnos prisa para encontrarla, no vaya ser que algún otro miembro se nos adelante.
La muchacha se dio la vuelta y miró los cuerpos inconscientes de los matones. Comenzó a caminar hacia delante y dio un salto para seguir recta por el pasillo.
-Puedes comprobar si quieres quienes son, pero esta no es la anciana. Hagamos un trato, lleguemos juntos hasta esa mujer y así superaremos mejor los obstáculos, ¿qué te parece?
Si decides seguirla, avanzareis hasta un pasillo amplio y muy iluminado, decorado con numerosas estatuas de animales exóticos como serpientes o escorpiones y, en el centro, una gran alfombra de terciopelo rojo.
-Soy Oswin - Comentó apoyándose de espaldas en la pared - Al parecer eres como alguno más que me he encontrado. Las pistas no os ayudan para daros cuenta de que esto es una competición secreta del gobierno para captar nuevas promesas entre sus filas. - Sus ojos se iluminaron en cuanto mencionaste a la anciana -. Oh, ¿contactaste con la anciana? ¡Pero eso es casi imposible! Nunca da la cara y su sobrina no es más que una tapadera para llamar la atención. Es una mafiosa retirada que controla la mitad de los bajos fondos de Arabasta, por eso la gente se comporta rara cuando se habla de ella. Al menos ya estamos en la boca del lobo así que debemos darnos prisa para encontrarla, no vaya ser que algún otro miembro se nos adelante.
La muchacha se dio la vuelta y miró los cuerpos inconscientes de los matones. Comenzó a caminar hacia delante y dio un salto para seguir recta por el pasillo.
-Puedes comprobar si quieres quienes son, pero esta no es la anciana. Hagamos un trato, lleguemos juntos hasta esa mujer y así superaremos mejor los obstáculos, ¿qué te parece?
Si decides seguirla, avanzareis hasta un pasillo amplio y muy iluminado, decorado con numerosas estatuas de animales exóticos como serpientes o escorpiones y, en el centro, una gran alfombra de terciopelo rojo.
«¿Pero qué coño?», me pregunté mientras escuchaba a la chica. Las palabras que salían de su boca se me antojaron casi imposibles en un primer momento. Aquello se parecía más a alguna historia fruto de la imaginación que a algo que realmente pudiera estar sucediendo. Traté de digerir sus palabras y contrastarlas con lo poco que sabía -o creía saber-.
¿Una prueba secreta? ¿Acaso los tipos que me habían dado la clave acerca de la nota eran los organizadores o algo por el estilo? No podía asegurarlo, pero, de ser así, que me hubiesen tenido que ayudar no debería jugar demasiado a mi favor. La vieja, una mafiosa prejubilada, y su nieta, una simple y burda mentira. ¿Cierto o falso? De nuevo no lo sabía, ni creía tener en mi mano herramientas para comprobarlo en aquellos momentos.
Hice hueco como pude para toda la nueva información en mi cabeza y me aseguré de que la mujer que había en el suelo no era la anciana -¿otra "concursante" tal vez?-. «Nunca está de más asegurarse», me dije con convencimiento. Una vez lo hube comprobado y mis ideas se encontraron mínimamente organizadas, respiré hondo y lancé algunas preguntas que necesitaban ser respondidas.
-¿Cómo que el Gobierno? La Marina tiene sus mecanismos para incorporar reclutas, ¿no? Además, ¿de dónde se sacan que tú o yo podamos ser nuevas promesas? -me refería a mí, evidentemente, pero no sabía si era buena idea excluir a Orwin sin saber cómo se lo tomaría o quién era realmente-. Y lo más importante, ¿para qué nos quieren?, ¿cómo saben que querremos unirnos a...? Bueno, a lo que sea.
No sabía si sería capaz de responderme o no, pero ya no me sentía capaz de discernir quién formaba parte de aquel extraño juego y quién no. De un modo u otro, mi situación era similar a la anterior. No podía subir por las escaleras y no tenía muchas más alternativas aparte de seguir a la muchacha. «Que pase lo que tenga que pasar», me dije, asintiendo con una seguridad que no tenía y siguiendo a Orwin hasta un pasillo. Su estética rompía con el descuidado estado de las instalaciones por las que me había movido hasta el momento.
Observé las diferentes figuras que había en el corredor, procurando no tocarlas ante la posibilidad de que sucediese algo que no me gustase. Al mismo tiempo, me mostraba alerta ante cualquier acción hostil por parte de mi acompañante. Sentía que no debía fiarme ni de mi propia sombra.
¿Una prueba secreta? ¿Acaso los tipos que me habían dado la clave acerca de la nota eran los organizadores o algo por el estilo? No podía asegurarlo, pero, de ser así, que me hubiesen tenido que ayudar no debería jugar demasiado a mi favor. La vieja, una mafiosa prejubilada, y su nieta, una simple y burda mentira. ¿Cierto o falso? De nuevo no lo sabía, ni creía tener en mi mano herramientas para comprobarlo en aquellos momentos.
Hice hueco como pude para toda la nueva información en mi cabeza y me aseguré de que la mujer que había en el suelo no era la anciana -¿otra "concursante" tal vez?-. «Nunca está de más asegurarse», me dije con convencimiento. Una vez lo hube comprobado y mis ideas se encontraron mínimamente organizadas, respiré hondo y lancé algunas preguntas que necesitaban ser respondidas.
-¿Cómo que el Gobierno? La Marina tiene sus mecanismos para incorporar reclutas, ¿no? Además, ¿de dónde se sacan que tú o yo podamos ser nuevas promesas? -me refería a mí, evidentemente, pero no sabía si era buena idea excluir a Orwin sin saber cómo se lo tomaría o quién era realmente-. Y lo más importante, ¿para qué nos quieren?, ¿cómo saben que querremos unirnos a...? Bueno, a lo que sea.
No sabía si sería capaz de responderme o no, pero ya no me sentía capaz de discernir quién formaba parte de aquel extraño juego y quién no. De un modo u otro, mi situación era similar a la anterior. No podía subir por las escaleras y no tenía muchas más alternativas aparte de seguir a la muchacha. «Que pase lo que tenga que pasar», me dije, asintiendo con una seguridad que no tenía y siguiendo a Orwin hasta un pasillo. Su estética rompía con el descuidado estado de las instalaciones por las que me había movido hasta el momento.
Observé las diferentes figuras que había en el corredor, procurando no tocarlas ante la posibilidad de que sucediese algo que no me gustase. Al mismo tiempo, me mostraba alerta ante cualquier acción hostil por parte de mi acompañante. Sentía que no debía fiarme ni de mi propia sombra.
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Oswin guardó silencio hasta que llegasteis a la lujosa sala. Ella observó las estatuas desde su posición y luego se dirigió a ti.
-Parece que no sabes nada de la vida, el gobierno tiene ojos en cualquier parte. ¿Es que acabas de llegar al mundo ahora o qué? Déjate de preguntas, en cuanto lleguemos hasta la anciana todo terminará. Estoy deseando salir de aquí.
Avanzáis por toda la sala con cuidado, fijándoos en las extrañas estatuas de piedra, cuyo rostro parece demoníaco y apenas superan el metro cincuenta. Tienes la sensación como si te estuvieran siguiendo con la mirada, pero si te giras y las observas detenidamente no notas nada extraño. Cuando llegas a la gran puerta te das cuenta de que está cerrada con unos grandes mecanismos de hierro. Intentas abrirla, empujando con fuerza, pero un sonido cayendo al suelo capta vuestra atención. Cuando te giras ves una de las estatuas de pie acercándose a vosotros y en cuestión de segundos, el resto de estatuas se unen a ella. En total hay unas seis.
Oswin se te adelanta y se aleja con movimientos acrobáticos por un lateral para llamar desde la otra punta a tres estatuas. Ahora solo quedan otras tres ante ti y se acercan a un ritmo normal, como si quisieran acorralarte.
-Parece que no sabes nada de la vida, el gobierno tiene ojos en cualquier parte. ¿Es que acabas de llegar al mundo ahora o qué? Déjate de preguntas, en cuanto lleguemos hasta la anciana todo terminará. Estoy deseando salir de aquí.
Avanzáis por toda la sala con cuidado, fijándoos en las extrañas estatuas de piedra, cuyo rostro parece demoníaco y apenas superan el metro cincuenta. Tienes la sensación como si te estuvieran siguiendo con la mirada, pero si te giras y las observas detenidamente no notas nada extraño. Cuando llegas a la gran puerta te das cuenta de que está cerrada con unos grandes mecanismos de hierro. Intentas abrirla, empujando con fuerza, pero un sonido cayendo al suelo capta vuestra atención. Cuando te giras ves una de las estatuas de pie acercándose a vosotros y en cuestión de segundos, el resto de estatuas se unen a ella. En total hay unas seis.
Oswin se te adelanta y se aleja con movimientos acrobáticos por un lateral para llamar desde la otra punta a tres estatuas. Ahora solo quedan otras tres ante ti y se acercan a un ritmo normal, como si quisieran acorralarte.
No había muchas opciones. La chica no lo sabía, y si lo sabía no quería decírmelo. Sin importar cuál fuese la opción acertada, el resultado sería el mismo por el momento. Recorrí la sala a la que había llegado intentando decidir si podía confiar en ella o no. No la conocía de nada, ¡claro que no podía! ¿Qué relación tendría con todo lo que me estaba sucediendo? ¿Me habría dicho la verdad o estaría implicada también? A saber, pero no pensaba quitarle el ojo de encima.
«No puedo confiar en nadie. Al menos no por el momento», me dije mientras me detenía un instante a contemplar una de las estatuas que había en la estancia. Tenían un aspecto tétrico, más propio de las antiguas construcciones que aparecían en los aburridos libros de historia que mi madre me hacía leer de pequeño. ¿Cómo se llamaban aquellas cosas? Tenían un nombre que no recordaba, pero que estuvieran allí me hacían pensar acerca de la antigüedad de la habitación.
Fuera como fuere, no tenía tiempo que perder en valorar detalles tan nimios como aquél. Mi pausa duró sólo unos instantes, tras los cuales continué con mi camino hasta llegar a una puerta con aspecto de ser terriblemente pesada. Mostraba unos recios mecanismos de hierro que su constructor no se había molestado en ocultar, lo que orientaba acerca de cuál sería la dificultad que encontraría para abrirla a la fuerza. Aun así, ¿qué perdía por intentarlo?
Me aproximé a ella, tanteándola con cuidado y, finalmente, poniendo ambas manos sobre ella para empujar con todas mis fuerzas. No se movió ni un ápice y, aunque no había esperado otra cosa en ningún momento, cierta frustración se apoderó de mí. «¿Y si...?», me pregunté, acariciando las almohadillas de las palmas de mis manos con la punta de los dedos. ¿Sería capaz de abrirla de ese modo? Más importante aún, ¿quería abrirla?
Un sinfín de preguntas comenzó a agolparse en mi mente, llenándome de interrogantes para los que no encontraba respuesta. Entonces, sacándome por completo de mi ensimismamiento, un extraño sonido llamó mi atención. Provenía de algún lugar a mis espaldas o, mejor dicho, de varios lugares. Aquello no era un buen presagio, de eso no cabía duda, y mis suposiciones se confirmaron al comprobar qué era lo que aguardaba tras de mí.
Orwin ya se había alejado -sin duda se sentiría más segura combatiendo en solitario-, y frente a mí se movían tres de las extrañas estatuas que había estado contemplando anteriormente.
-¿Y vosotros quiénes sois? -inquirí, empuñando mi cadena y cuestionándome el sexo de aquellas cosas -si es que tenían-. No había muchas opciones que considerar y, de haberlas habido, seguramente tampoco las habría tenido en cuenta. Tras agitar brevemente mi arma, la lancé en dirección a la cabeza de una de las estatuas... ¿Gárgolas? ¿Era ése su nombre? Tal vez. ¿Por qué no podía dejar de pensar en eso?
De alcanzar a la criatura de piedra, se produciría una explosión acompañada de un potente estallido. ¿Sería aquello suficiente para acabar con aquellas criaturas? No lo sabía. Probablemente no, pero no tenía muchas más armas a mi disposición. ¿Qué podía hacer?
«No puedo confiar en nadie. Al menos no por el momento», me dije mientras me detenía un instante a contemplar una de las estatuas que había en la estancia. Tenían un aspecto tétrico, más propio de las antiguas construcciones que aparecían en los aburridos libros de historia que mi madre me hacía leer de pequeño. ¿Cómo se llamaban aquellas cosas? Tenían un nombre que no recordaba, pero que estuvieran allí me hacían pensar acerca de la antigüedad de la habitación.
Fuera como fuere, no tenía tiempo que perder en valorar detalles tan nimios como aquél. Mi pausa duró sólo unos instantes, tras los cuales continué con mi camino hasta llegar a una puerta con aspecto de ser terriblemente pesada. Mostraba unos recios mecanismos de hierro que su constructor no se había molestado en ocultar, lo que orientaba acerca de cuál sería la dificultad que encontraría para abrirla a la fuerza. Aun así, ¿qué perdía por intentarlo?
Me aproximé a ella, tanteándola con cuidado y, finalmente, poniendo ambas manos sobre ella para empujar con todas mis fuerzas. No se movió ni un ápice y, aunque no había esperado otra cosa en ningún momento, cierta frustración se apoderó de mí. «¿Y si...?», me pregunté, acariciando las almohadillas de las palmas de mis manos con la punta de los dedos. ¿Sería capaz de abrirla de ese modo? Más importante aún, ¿quería abrirla?
Un sinfín de preguntas comenzó a agolparse en mi mente, llenándome de interrogantes para los que no encontraba respuesta. Entonces, sacándome por completo de mi ensimismamiento, un extraño sonido llamó mi atención. Provenía de algún lugar a mis espaldas o, mejor dicho, de varios lugares. Aquello no era un buen presagio, de eso no cabía duda, y mis suposiciones se confirmaron al comprobar qué era lo que aguardaba tras de mí.
Orwin ya se había alejado -sin duda se sentiría más segura combatiendo en solitario-, y frente a mí se movían tres de las extrañas estatuas que había estado contemplando anteriormente.
-¿Y vosotros quiénes sois? -inquirí, empuñando mi cadena y cuestionándome el sexo de aquellas cosas -si es que tenían-. No había muchas opciones que considerar y, de haberlas habido, seguramente tampoco las habría tenido en cuenta. Tras agitar brevemente mi arma, la lancé en dirección a la cabeza de una de las estatuas... ¿Gárgolas? ¿Era ése su nombre? Tal vez. ¿Por qué no podía dejar de pensar en eso?
De alcanzar a la criatura de piedra, se produciría una explosión acompañada de un potente estallido. ¿Sería aquello suficiente para acabar con aquellas criaturas? No lo sabía. Probablemente no, pero no tenía muchas más armas a mi disposición. ¿Qué podía hacer?
- Cosas usadas:
- TNT - Nivel II:de forma pasiva, el estallido es algo más fuerte, pudiendo molestar o sorprender a quien no esté acostumbrado a él. De forma activa, cuando la cadena impacta con algo provoca una explosión, la cual no tiene consecuencias directas sobre el objetivo más que un aumento de fuerza de +200% durante 2 posts, con una recarga de uso de otros 2.
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Precisión
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Las gárgolas ignoraron tu pregunta, parecían seres sin alma, preparados para enfrentarse a cualquier cosa que intentara atravesar la gran puerta cerrada. La gárgola a la que intentaste golpear con tu cadena, logró saltar hacia atrás antes de tiempo; sin embargo, esta incidió contra el suelo provocando la explosión violenta que hizo tambalear las figuras. Ahora solo había dos frente a ti, pues la otra estaba tras ellas.
Estas no se acercaron más, mantuvieron las distancias y empezaron a golpear el suelo con sus puños de piedra, con la intención de hacerte perder el equilibrio. La fuerza que poseían para realizar tal acto debía ser inmensa y, del techo comenzaban a caer virutas de piedra. ¿No es un poco peligroso que intenten golpear el suelo? ¿Y si todo se viene abajo? Mientras las dos siguen a lo suyo, la otra gárgola golpeando con fuerza el suelo levanta un gran trozo de piedra del tamaño de un metro, dispuesto a lanzarlo contra tu posición.
Estas no se acercaron más, mantuvieron las distancias y empezaron a golpear el suelo con sus puños de piedra, con la intención de hacerte perder el equilibrio. La fuerza que poseían para realizar tal acto debía ser inmensa y, del techo comenzaban a caer virutas de piedra. ¿No es un poco peligroso que intenten golpear el suelo? ¿Y si todo se viene abajo? Mientras las dos siguen a lo suyo, la otra gárgola golpeando con fuerza el suelo levanta un gran trozo de piedra del tamaño de un metro, dispuesto a lanzarlo contra tu posición.
Aquellas criaturas -si podían ser calificadas de ese modo- estaban dispuestas a darme más problemas de los que jamás hubiera deseado encontrar. Mi ofensiva inicial no había dado resultado y, aunque desde el primer momento había sido consciente de que no sería suficiente, no pude evitar chasquear la lengua en señal de desagrado.
No obstante, no tuve demasiado tiempo para revolcarme en mi propia frustración, pues las estatuas no tardaron en comenzar a moverse de nuevo. Me puse en guardia al ver que dos de ellas alzaban los puños, preparado para hacerme a un lado o tratar de bloquear de algún modo el golpe que me lanzasen. Cuál fue mi sorpresa al comprobar que me ignoraban. En vez de lanzarse a por mí comenzaron a golpear al suelo. Eran puñetazos rítmicos, lanzados siempre con la misma potencia hacia la piedra que pisábamos. ¿Acaso se habían vuelto locas?
«Mejor una que tres», me dije, contento al comprobar que sólo uno de mis inertes enemigos parecía seguir centrado en mí. De algún modo que no alcanzaba a comprender, la gárgola había extraído un bloque de piedra del suelo y amenazaba con lanzarlo en mi dirección. Flexioné las rodillas, en parte para estar preparado en caso de que me lanzase la roca y en parte para mantener el equilibrio. No cabía duda de que aquellas cosas tenían una fuerza endemoniada, porque el terreno bajo mis pies se agitaba casi tanto como el barco de Lorenzzo en un día de tormenta. ¿Algo de inestabilidad a cambio de disminuir el número de enemigos? No estaba mal.
Sin embargo, cualquier visión optimista se esfumó unos instantes después, cuando fragmentos minúsculos del techo golpearon mi cabeza. Súbitamente recordé el lamentable estado en que se encontraba todo el lugar, plagado de humedades y con toda certeza en el límite entre lo poco seguro y el suicidio garantizado. No podía permitir que me sepultasen allí... ¿En qué estaban pensando? Si es que podían hacerlo, claro. ¿No cumplían la función de guardianes de aquel lugar? ¿Qué podían hacer allí si no?
Fuera como fuere, lo cierto era que mis opciones no eran demasiadas. Una única idea me vino a la mente en los breves instantes que duró mi debate interno. ¿Que era posiblemente lo más arriesgado que se me podría haber ocurrido? De acuerdo, pero yo nunca había dedicado demasiado tiempo a considerar y valorar minuciosamente todas las alternativas.
Aguardé en espera de que me lanzasen la roca para, justo en ese momento, saltar y apartarme de su trayectoria. No sabía qué fuerza llevaría el improvisado proyectil, pero con algo de suerte podría echar abajo la puerta que seguía a mis espaldas. De un modo u otro, aquél no era mi problema principal.
Volví a lanzar la cadena hacia mis enemigos, yendo dirigida a una de los seres de piedra que aporreaban el suelo. Lo hice con toda la fuerza que pude reunir, tratando de crear la explosión más grande que jamás hubiera hecho para así dañar a ambas criaturas. Necesitaba una detonación de esas características, y creía percibir que no iba mal encaminado. ¿Sería suficiente para lograr lo que pretendía? No lo sabía, aunque lo dudaba; algo en mi interior me decía que aún podía dar un poco más.
Por otro lado, era consciente de que el temblor que la explosión generaría podría llegar a ser contraproducente, pero era un riesgo que debía correr. Mejor una sacudida más, aunque fuera algo más marcada, que permitir que demoliesen el lugar poco a poco.
No obstante, no tuve demasiado tiempo para revolcarme en mi propia frustración, pues las estatuas no tardaron en comenzar a moverse de nuevo. Me puse en guardia al ver que dos de ellas alzaban los puños, preparado para hacerme a un lado o tratar de bloquear de algún modo el golpe que me lanzasen. Cuál fue mi sorpresa al comprobar que me ignoraban. En vez de lanzarse a por mí comenzaron a golpear al suelo. Eran puñetazos rítmicos, lanzados siempre con la misma potencia hacia la piedra que pisábamos. ¿Acaso se habían vuelto locas?
«Mejor una que tres», me dije, contento al comprobar que sólo uno de mis inertes enemigos parecía seguir centrado en mí. De algún modo que no alcanzaba a comprender, la gárgola había extraído un bloque de piedra del suelo y amenazaba con lanzarlo en mi dirección. Flexioné las rodillas, en parte para estar preparado en caso de que me lanzase la roca y en parte para mantener el equilibrio. No cabía duda de que aquellas cosas tenían una fuerza endemoniada, porque el terreno bajo mis pies se agitaba casi tanto como el barco de Lorenzzo en un día de tormenta. ¿Algo de inestabilidad a cambio de disminuir el número de enemigos? No estaba mal.
Sin embargo, cualquier visión optimista se esfumó unos instantes después, cuando fragmentos minúsculos del techo golpearon mi cabeza. Súbitamente recordé el lamentable estado en que se encontraba todo el lugar, plagado de humedades y con toda certeza en el límite entre lo poco seguro y el suicidio garantizado. No podía permitir que me sepultasen allí... ¿En qué estaban pensando? Si es que podían hacerlo, claro. ¿No cumplían la función de guardianes de aquel lugar? ¿Qué podían hacer allí si no?
Fuera como fuere, lo cierto era que mis opciones no eran demasiadas. Una única idea me vino a la mente en los breves instantes que duró mi debate interno. ¿Que era posiblemente lo más arriesgado que se me podría haber ocurrido? De acuerdo, pero yo nunca había dedicado demasiado tiempo a considerar y valorar minuciosamente todas las alternativas.
Aguardé en espera de que me lanzasen la roca para, justo en ese momento, saltar y apartarme de su trayectoria. No sabía qué fuerza llevaría el improvisado proyectil, pero con algo de suerte podría echar abajo la puerta que seguía a mis espaldas. De un modo u otro, aquél no era mi problema principal.
Volví a lanzar la cadena hacia mis enemigos, yendo dirigida a una de los seres de piedra que aporreaban el suelo. Lo hice con toda la fuerza que pude reunir, tratando de crear la explosión más grande que jamás hubiera hecho para así dañar a ambas criaturas. Necesitaba una detonación de esas características, y creía percibir que no iba mal encaminado. ¿Sería suficiente para lograr lo que pretendía? No lo sabía, aunque lo dudaba; algo en mi interior me decía que aún podía dar un poco más.
Por otro lado, era consciente de que el temblor que la explosión generaría podría llegar a ser contraproducente, pero era un riesgo que debía correr. Mejor una sacudida más, aunque fuera algo más marcada, que permitir que demoliesen el lugar poco a poco.
- Cosilla:
- TNT - Nivel II: de forma pasiva, el estallido es algo más fuerte, pudiendo molestar o sorprender a quien no esté acostumbrado a él. De forma activa, cuando la cadena impacta con algo provoca una explosión, la cual no tiene consecuencias directas sobre el objetivo más que un aumento de fuerza de +200% durante 2 posts, con una recarga de uso de otros 2. [2º post]
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