-¿Está rico? -dijo Therax tras soltar una carcajada. Desde luego, el aspecto que lucían sus mascotas no merecía menos. Después de lo acontecido en Ireos, Mura había accedido a llevarle a Skyros, otra isla del North Blue. El chico había oído hablar de ella durante su estancia en el Reino de Lvneel y había decidido ir a explorarla. Sabía que más tarde o más temprano tendría que volver al South a ocuparse de sus cosas, pero aún podía aprovechar para explorar algo más del North.
La ínsula se encontraba visiblemente atrasada con respecto a... bueno, con respecto a casi cualquier lugar en el que hubiera estado. No obstante, no dejaba de apreciar cierto parecido con Valstone. Tal vez fueran imaginaciones suyas, pero era indudable que el hedor que anegaba las calles estaba cerca de alcanzar la categoría de tóxico. Tib y César llevaban ya varios minutos torciendo el hocico y arrugando el gesto ante el fétido olor que podían percibir.
-Vale, vale. Vamos a intentar salir de aquí antes de que os dé un chungo -comentó el rubio mientras se detenía y lanzaba un rápido vistazo a los alrededores. Un gran número de pequeñas casas se repartía a ambos lados de una calle que discurría tortuosamente. «Parece que aquí no ha llegado aún la línea recta», se dijo el espadachín mientras dejaba que una sonrisa aflorase en su rostro.
La mayoría de los viandantes caminaban de un lugar a otro con prisa, mientras que otros -los que menos- sencillamente daban un paseo. Todos sin excepción andaban lo más cerca posible de las paredes de las viviendas, ya que el centro de la calzada era ocupado frecuentemente por carruajes y jinetes que pasaban rápidamente y sin clemencia. Therax y sus acompañantes habían aprendido la lección la tercera vez que habían estado cerca de ser arrollados, así que se movían dejando suficiente espacio para que cualquiera pasase.
Por otro lado, el suelo se encontraba completamente empapado gracias a los cubos de aguas residuales que la gente lanzaba desde sus casas. «Otro motivo más para no ir por el centro», pensó el rubio al ver cómo una señora lanzaba con fuerza el contenido de un cubo desde un segundo piso.
-¡Paso! -gritó de repente alguien a sus espaldas. La exclamación fue acompañada por un inconfundible crujido de madera y el sonido de unas ruedas al girar a gran velocidad. El domador se hizo a un lado en el último momento, pero el carruaje pasó sobre un charco y lo empapó por completo de... ¿qué era aquello? Tenía un color marrón, pero era incapaz de distinguir si era por el barro o por los excrementos que los caballos soltaban de vez en cuando y que nadie limpiaba.
-¡Me cago en...! -comenzó a decir el domador al tiempo que giraba la cabeza en dirección al del carruaje, pero se calló al ver que, junto a él, otro hombre se encontraba cubierto de aquella sustancia.
La ínsula se encontraba visiblemente atrasada con respecto a... bueno, con respecto a casi cualquier lugar en el que hubiera estado. No obstante, no dejaba de apreciar cierto parecido con Valstone. Tal vez fueran imaginaciones suyas, pero era indudable que el hedor que anegaba las calles estaba cerca de alcanzar la categoría de tóxico. Tib y César llevaban ya varios minutos torciendo el hocico y arrugando el gesto ante el fétido olor que podían percibir.
-Vale, vale. Vamos a intentar salir de aquí antes de que os dé un chungo -comentó el rubio mientras se detenía y lanzaba un rápido vistazo a los alrededores. Un gran número de pequeñas casas se repartía a ambos lados de una calle que discurría tortuosamente. «Parece que aquí no ha llegado aún la línea recta», se dijo el espadachín mientras dejaba que una sonrisa aflorase en su rostro.
La mayoría de los viandantes caminaban de un lugar a otro con prisa, mientras que otros -los que menos- sencillamente daban un paseo. Todos sin excepción andaban lo más cerca posible de las paredes de las viviendas, ya que el centro de la calzada era ocupado frecuentemente por carruajes y jinetes que pasaban rápidamente y sin clemencia. Therax y sus acompañantes habían aprendido la lección la tercera vez que habían estado cerca de ser arrollados, así que se movían dejando suficiente espacio para que cualquiera pasase.
Por otro lado, el suelo se encontraba completamente empapado gracias a los cubos de aguas residuales que la gente lanzaba desde sus casas. «Otro motivo más para no ir por el centro», pensó el rubio al ver cómo una señora lanzaba con fuerza el contenido de un cubo desde un segundo piso.
-¡Paso! -gritó de repente alguien a sus espaldas. La exclamación fue acompañada por un inconfundible crujido de madera y el sonido de unas ruedas al girar a gran velocidad. El domador se hizo a un lado en el último momento, pero el carruaje pasó sobre un charco y lo empapó por completo de... ¿qué era aquello? Tenía un color marrón, pero era incapaz de distinguir si era por el barro o por los excrementos que los caballos soltaban de vez en cuando y que nadie limpiaba.
-¡Me cago en...! -comenzó a decir el domador al tiempo que giraba la cabeza en dirección al del carruaje, pero se calló al ver que, junto a él, otro hombre se encontraba cubierto de aquella sustancia.
Therax alcanzó a ver cómo el compañero del tipo detenía el movimiento que éste empezaba a hacer. ¿Qué demonios era lo que había sacado? Jamás había visto algo como aquello, pero visto que lo había dirigido hacia el de la carreta no había duda de que era un arma... o al menos eso suponía.
La sucesión de "cosas extrañas" continuó cuando el sujeto se quitó lo que llevaba puesto y dejó a la vista una... ¿armadura? Tal vez, pero lo cierto era que el espadachín tampoco había contemplado nada así nunca... y mucho menos a su extraño acompañante. «Definitivamente, este tipo de gente me persigue», pensó mientras se hacía a un lado para que el tipo pasara.
Lo vio alejarse varios metros, pero cuando se dio la vuelta para continuar con su camino un inconfundible sonido le obligó a volver a girarse. Tib también sentía curiosidad por el compañero del sujeto, pero en lugar de seguir a su dueño y olvidarse del tema había optado por resolver sus dudas. Para cuando el rubio fue plenamente consciente de lo que sucedía, el Muryn había alcanzado a la pareja de tres potentes saltos y trataba de introducir su hocico bajo la túnica -o lo que fuese- que llevaba el más bajo de los dos. Aquello era muy raro; hacía mucho que su compañero no se comportaba de ese modo.
-No me lo puedo creer -dijo en voz alta Therax-. Cuando no me meto en problemas yo solo tiene que aparecer éste. -A su lado, César soltó un resoplido en el que se mezclaban reproche y condescendencia-. ¿Es que tienes que responder a todo del mismo modo? -preguntó mientras se dirigía hacia donde se encontraba Tib. Al ser consciente de que su dueño se acercaba, el joven Muryn se había apartado del individuo-. Perdona, hacía mucho que no hacía nada así. Espero que no os haya molestado -comentó al llegar a la altura del de la armadura.
La sucesión de "cosas extrañas" continuó cuando el sujeto se quitó lo que llevaba puesto y dejó a la vista una... ¿armadura? Tal vez, pero lo cierto era que el espadachín tampoco había contemplado nada así nunca... y mucho menos a su extraño acompañante. «Definitivamente, este tipo de gente me persigue», pensó mientras se hacía a un lado para que el tipo pasara.
Lo vio alejarse varios metros, pero cuando se dio la vuelta para continuar con su camino un inconfundible sonido le obligó a volver a girarse. Tib también sentía curiosidad por el compañero del sujeto, pero en lugar de seguir a su dueño y olvidarse del tema había optado por resolver sus dudas. Para cuando el rubio fue plenamente consciente de lo que sucedía, el Muryn había alcanzado a la pareja de tres potentes saltos y trataba de introducir su hocico bajo la túnica -o lo que fuese- que llevaba el más bajo de los dos. Aquello era muy raro; hacía mucho que su compañero no se comportaba de ese modo.
-No me lo puedo creer -dijo en voz alta Therax-. Cuando no me meto en problemas yo solo tiene que aparecer éste. -A su lado, César soltó un resoplido en el que se mezclaban reproche y condescendencia-. ¿Es que tienes que responder a todo del mismo modo? -preguntó mientras se dirigía hacia donde se encontraba Tib. Al ser consciente de que su dueño se acercaba, el joven Muryn se había apartado del individuo-. Perdona, hacía mucho que no hacía nada así. Espero que no os haya molestado -comentó al llegar a la altura del de la armadura.
El tipo no se molestó por el inoportuno impulso de Tib, algo que no era nada habitual... No recordaba la última vez que su mascota se había comportado de ese modo, pero sí la manera en que la gente solía comenzar a increparle cada vez que se acercaba a pedir disculpas. «Vaya, por una vez no me van a poner en evidencia en medio de la calle», se dijo el domador al tiempo que se relajaba.
No obstante, cualquier pensamiento que rondara su mente desapareció cuando reparó en el motivo por el que Tib le había desobedecido. ¿Qué era aquella criatura tan... rosa? Poco después recibió una dosis extra de desconcierto, ya que el que debía ser su dueño o compañero llamó la atención de la criatura con un dulce. El tipo lo llamó "muffin", pero Therax no pudo evitar pensar "magdalena" al verlo. ¿Habría alguna diferencia? Desde luego, si la había debía encontrarse en el sabor, porque la apariencia era idéntica.
El rubio hizo un gesto con la mano en señal de despedida cuando el sujeto comenzó alejarse. La actitud del hombre no era muy normal, parecía preocupado por algo. «Serán imaginaciones mías... Además, ¿en qué me afecta eso a mí?», se dijo el espadachín al tiempo que le daba la espalda al tipo por segunda vez con intención de alejarse.
-Vamos, Tib. Deja de hacer el tonto y ven -dijo en voz baja mientras emprendía la marcha. Sin embargo, se detuvo en cuanto se dio cuenta de que sólo escuchaba las pisadas de uno de los cánidos. Temiéndose lo que estaba por venir, se detuvo para mirar a su lado y encontrar únicamente a César, que le dirigía una mirada cargada de diversión.
-Eso, tú ríete. El día que nos metamos en un lío gordo por su culpa no te hará tanta gracia -comentó mientras comenzaba a buscar al Muryn con la mirada-. No entiendo qué le pasa; hacía muchísimo que no se comportaba de ese modo -añadió, recordando cómo habían estado cerca de lincharles en Domica tiempo atrás.
Por fin, un inconfundible aullido de júbilo le indicó dónde se encontraba su mascota. En cuanto su dueño se había dado la vuelta, Tib había aprovechado para volver a lanzarse en dirección a... ¿Fluffle? No recordaba bien el nombre con el que el sujeto había llamado a aquella criatura, pero el hecho era que el Muryn se había vuelto a abalanzar sobre ella en un intento de hacerla rodar por el suelo y seguir jugando. «Cualquier día me intentan matar por su culpa», pensó mientras desandaba sus pasos en dirección al hombre de la armadura.
No obstante, cualquier pensamiento que rondara su mente desapareció cuando reparó en el motivo por el que Tib le había desobedecido. ¿Qué era aquella criatura tan... rosa? Poco después recibió una dosis extra de desconcierto, ya que el que debía ser su dueño o compañero llamó la atención de la criatura con un dulce. El tipo lo llamó "muffin", pero Therax no pudo evitar pensar "magdalena" al verlo. ¿Habría alguna diferencia? Desde luego, si la había debía encontrarse en el sabor, porque la apariencia era idéntica.
El rubio hizo un gesto con la mano en señal de despedida cuando el sujeto comenzó alejarse. La actitud del hombre no era muy normal, parecía preocupado por algo. «Serán imaginaciones mías... Además, ¿en qué me afecta eso a mí?», se dijo el espadachín al tiempo que le daba la espalda al tipo por segunda vez con intención de alejarse.
-Vamos, Tib. Deja de hacer el tonto y ven -dijo en voz baja mientras emprendía la marcha. Sin embargo, se detuvo en cuanto se dio cuenta de que sólo escuchaba las pisadas de uno de los cánidos. Temiéndose lo que estaba por venir, se detuvo para mirar a su lado y encontrar únicamente a César, que le dirigía una mirada cargada de diversión.
-Eso, tú ríete. El día que nos metamos en un lío gordo por su culpa no te hará tanta gracia -comentó mientras comenzaba a buscar al Muryn con la mirada-. No entiendo qué le pasa; hacía muchísimo que no se comportaba de ese modo -añadió, recordando cómo habían estado cerca de lincharles en Domica tiempo atrás.
Por fin, un inconfundible aullido de júbilo le indicó dónde se encontraba su mascota. En cuanto su dueño se había dado la vuelta, Tib había aprovechado para volver a lanzarse en dirección a... ¿Fluffle? No recordaba bien el nombre con el que el sujeto había llamado a aquella criatura, pero el hecho era que el Muryn se había vuelto a abalanzar sobre ella en un intento de hacerla rodar por el suelo y seguir jugando. «Cualquier día me intentan matar por su culpa», pensó mientras desandaba sus pasos en dirección al hombre de la armadura.
Mientras se aproximaba a la posición del desconocido, Therax alcanzó a ver cómo su extraña criatura le hacía caer. «Mierda», pensó, siendo consciente de que el responsable último de aquel golpe no era otro que Tib. El Muryn continuaba jugando con la mascota del hombre, la cual hacía algo muy extraño que divertía sobremanera al cánido. ¿Cómo demonios hacía aquello?
-Se acabó, Tib. Deja de molestarle -ordenó el rubio de forma autoritaria. Su mascota le dirigió una mirada cargada de culpa, pero continuó aullando al ver que la rosada criatura era separada de él a la fuerza. Entonces volvió a hacer un amago de lanzarse en su persecución. «¿Qué demonios tiene ese bicho?», se preguntó el domador al tiempo que aferraba a Tib para que no se volviese a separar de él. El animal gemía y trataba de zafarse de él-. Vale, vale... A ver qué puedo hacer, pero si se niega te dejas de tonterías y vienes conmigo, ¿vale?
Tras eso, soltó a su mascota sabiendo que en esa ocasión cumpliría sus órdenes y se dirigió al sujeto que se marchaba por tercera vez. A su lado, César volvió a soltar un bufido de hastío y comenzó a caminar pesadamente, lanzando algún que otro gruñido de reproche al Muryn. Tib, en cambio, siguió a su dueño con un trote alegre.
-Disculpe -dijo el espadachín cuando alcanzó al tipo, dándole un par de toques en el hombro-. No sé qué le pasa a mi mascota, pero no parece que tenga en mente dejar perseguir a... ¿su compañero? -Therax esbozó un gesto de duda al contemplar el ser que el sujeto llevaba en el hombro-. ¿Qué es? -inquirió a continuación-. De cualquier modo, querría saber si puedo acompañarle al lugar al que se dirija; estoy seguro de que los dos podremos continuar antes con nuestro camino... Eso de tener que darse la vuelta porque este cabezón no sabe estarse quieto quita mucho tiempo -añadió mientras pasaba una mano por la cabeza de Tib y mostraba una sonrisa.
Esperaba que el sujeto no se tomase su ofrecimiento como una ofensa y, por encima de todo, que no fuese muy lejos. El nauseabundo olor que imperaba en la mayoría de las calles por las que había pasado hacía que, desde lo más hondo de su alma, ansiase encontrar un alojamiento en el que se pudiese respirar sin dar una arcada.
-Se acabó, Tib. Deja de molestarle -ordenó el rubio de forma autoritaria. Su mascota le dirigió una mirada cargada de culpa, pero continuó aullando al ver que la rosada criatura era separada de él a la fuerza. Entonces volvió a hacer un amago de lanzarse en su persecución. «¿Qué demonios tiene ese bicho?», se preguntó el domador al tiempo que aferraba a Tib para que no se volviese a separar de él. El animal gemía y trataba de zafarse de él-. Vale, vale... A ver qué puedo hacer, pero si se niega te dejas de tonterías y vienes conmigo, ¿vale?
Tras eso, soltó a su mascota sabiendo que en esa ocasión cumpliría sus órdenes y se dirigió al sujeto que se marchaba por tercera vez. A su lado, César volvió a soltar un bufido de hastío y comenzó a caminar pesadamente, lanzando algún que otro gruñido de reproche al Muryn. Tib, en cambio, siguió a su dueño con un trote alegre.
-Disculpe -dijo el espadachín cuando alcanzó al tipo, dándole un par de toques en el hombro-. No sé qué le pasa a mi mascota, pero no parece que tenga en mente dejar perseguir a... ¿su compañero? -Therax esbozó un gesto de duda al contemplar el ser que el sujeto llevaba en el hombro-. ¿Qué es? -inquirió a continuación-. De cualquier modo, querría saber si puedo acompañarle al lugar al que se dirija; estoy seguro de que los dos podremos continuar antes con nuestro camino... Eso de tener que darse la vuelta porque este cabezón no sabe estarse quieto quita mucho tiempo -añadió mientras pasaba una mano por la cabeza de Tib y mostraba una sonrisa.
Esperaba que el sujeto no se tomase su ofrecimiento como una ofensa y, por encima de todo, que no fuese muy lejos. El nauseabundo olor que imperaba en la mayoría de las calles por las que había pasado hacía que, desde lo más hondo de su alma, ansiase encontrar un alojamiento en el que se pudiese respirar sin dar una arcada.
César profirió un sonoro resoplido de hastío, como si no pudiese concebir que el Muryn finalmente se hubiera salido con la suya. La cuestión era que así había sido, tal y como demostraba el hecho de que Therax se encontrase caminando junto a un completo desconocido por un mero capricho del miembro más joven del grupo.
Tib continuaba acosando a la criatura rosa, que había sido agarrada por su dueño y se encontraba lejos del alcance del joven cánido. Aullaba en voz baja, reprimiendo los gemidos porque recordaba cuál había sido la advertencia de su dueño: debía comportarse. A lo largo de sus viajes se habían visto inmersos en multitud de problemas únicamente por su curiosidad y su falta de autocontrol. Poco a poco iba creciendo y se iba haciendo más consciente de las repercusiones que sus actos podían traer. No sólo a él, sino también a quienes le acompañaban.
El desconocido no puso problema en que le acompañaran, lo que tranquilizó en gran medida al espadachín. Estaba harto de que la impulsividad de su mascota le buscase líos allá donde iba, pero parecía que por una vez se libraría de enfrentarse a alguien, pedir perdón o, lo más frecuente, salir corriendo entre aullidos de júbilo del Muryn. El tipo hizo el amago de presentarse, pero enseguida pareció arrepentirse. «Tampoco tengo una dirección», se dijo, divertido, al escuchar el siguiente comentario del sujeto de la armadura.
-¿Y cómo es que hay tanta prisa por coger ese barco?- preguntó tras pasar un tiempo sin decir nada. Él nunca había sido muy hablador; de hecho el silencio era algo que nunca le había incomodado. Seguía sin hacerlo, pero había aprendido con el paso del tiempo que a la mayoría de la gente no le ocurría lo mismo que a él. Tal vez ese sujeto fuera ese tipo de persona y, por otro lado, realmente tenía curiosidad por saber qué llevaba a alguien con una apariencia tan estrambótica a tener tanta prisa por coger un barco.
Desde luego, su comportamiento no era para nada común. «Siempre salta un cojo», se sorprendió pensando. Esbozó una sonrisa mientras esperaba la respuesta del hombre. Cualquiera que le viese sonreír así, por las buenas y sin motivo aparente, probablemente le miraría con cara de estar contemplando a un demente.
Tib continuaba acosando a la criatura rosa, que había sido agarrada por su dueño y se encontraba lejos del alcance del joven cánido. Aullaba en voz baja, reprimiendo los gemidos porque recordaba cuál había sido la advertencia de su dueño: debía comportarse. A lo largo de sus viajes se habían visto inmersos en multitud de problemas únicamente por su curiosidad y su falta de autocontrol. Poco a poco iba creciendo y se iba haciendo más consciente de las repercusiones que sus actos podían traer. No sólo a él, sino también a quienes le acompañaban.
El desconocido no puso problema en que le acompañaran, lo que tranquilizó en gran medida al espadachín. Estaba harto de que la impulsividad de su mascota le buscase líos allá donde iba, pero parecía que por una vez se libraría de enfrentarse a alguien, pedir perdón o, lo más frecuente, salir corriendo entre aullidos de júbilo del Muryn. El tipo hizo el amago de presentarse, pero enseguida pareció arrepentirse. «Tampoco tengo una dirección», se dijo, divertido, al escuchar el siguiente comentario del sujeto de la armadura.
-¿Y cómo es que hay tanta prisa por coger ese barco?- preguntó tras pasar un tiempo sin decir nada. Él nunca había sido muy hablador; de hecho el silencio era algo que nunca le había incomodado. Seguía sin hacerlo, pero había aprendido con el paso del tiempo que a la mayoría de la gente no le ocurría lo mismo que a él. Tal vez ese sujeto fuera ese tipo de persona y, por otro lado, realmente tenía curiosidad por saber qué llevaba a alguien con una apariencia tan estrambótica a tener tanta prisa por coger un barco.
Desde luego, su comportamiento no era para nada común. «Siempre salta un cojo», se sorprendió pensando. Esbozó una sonrisa mientras esperaba la respuesta del hombre. Cualquiera que le viese sonreír así, por las buenas y sin motivo aparente, probablemente le miraría con cara de estar contemplando a un demente.
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