Tenebrex
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Akuma no mi
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Por mucho que Edward enfrentara o viera, seguía sintiéndose muy extraño al tener personas bajo su mando. –Tss… ¿Por qué tuve que ascender? –Se preguntaba el demonio dorado en voz baja. Le habían asignado una misión un tanto peligrosa; la de capturar a un miembro del Cipher Pol que se había infiltrado en la Revolución y, al verse a punto de ser descubierto, huyó en dirección a una pequeña isla pobremente poblada. Como “ayuda” le habían dado a un muchacho de más o menos su misma edad, un Soldado que había demostrado cierto dominio de las armas de fuego y tenía algunas máquinas de su propia invención que, según le habían dicho a Ed, podían ser de mucha utilidad.
Tras un suspiro, el joven de ojos dorados detuvo su submarino en la costa de la isla. Su acompañante, con el pelo oscuro y largo y constitución delgada, estaba terminando sus preparativos.
-A ver, explícame: ¿Qué pueden hacer esos cacharros? –Dijo Edward, girándose hacia el otro joven, que hacía extraños ruidos metálicos al montar sus artefactos.
-Pues, aunque esté feo que yo lo diga, ¡son unas magníficas invenciones! Este de aquí lo he bautizado como “El Ojo de Dios”, ¡qué gran nombre! ¿Verdad? –Sin darle tiempo a responder, siguió con su discurso. –Básicamente nos va a permitir mirar la Isla desde la distancia para localizar a nuestro objetivo. El otro es… -Añadió un intento de pausa dramática mientras le colocaba la última pieza y le daba al botón de encendido. -¡Chan chan chan! ¡”Cerbero”! Nos avisará si alguien se acerca demasiado al submarino mientras no estamos mandándome un aviso al reloj. Sé lo que estás pensando, soy un genio, lo sé. Todos recordarán el nombre de Jiga, el mayor inventor de la Revolución.
Los delirios de grandeza de este chico hicieron que Edward cabeceara de un lado a otro, mostrándose claramente decepcionado. Sus “maravillosos” inventos no eran más que una mira telescópica exageradamente aparatosa y una alarma, pero para no hundirlo intentó ser comprensivo y tolerante, aunque odiaba esa clase de personas, con el ego subido y que solo hablan de sí mismos.
-Me conformo con que tengas cuidado. Si nuestras fuentes no se equivocan, incluso podría tener cierta altura en la jerarquía, no podemos ser temerarios
Ambos jóvenes salieron del vehículo y, tras la activación de “Cerbero”, se colocaron en lo alto de un risco para intentar localizar a su objetivo. Mientras Jiga usaba “El Ojo de Dios”, aparato que no dejaba de emitir pitidos cada vez que se reajustaba el enfoque o la dirección, Edward se concentró para usar su Haki de Observación. Ya tenía un alcance considerable y, puesto que el pequeño pueblo no estaba a más de treinta metros, era muy probable que pudiera sentir al CP. Tras unos segundos, Edward abrió los ojos y miró a su acompañante.
-Hecho, se encuentra en aquel edificio junto al puerto, el que tiene el tejado marrón.
-¿…Qué? –Preguntó Jiga, incrédulo, apartando la vista de su máquina y mirando fijamente a su superior. –Pe-pero… si no se ve nada… -Aturdido, miraba una y otra vez al lugar que Edward había dicho. -¿Cómo lo sabes?
-No sé cómo ha llegado hasta aquí. –Murmuró el rubio, tapándose la cara con la mano, sintiendo vergüenza ajena. –Chico, ¿te suena el Haki? Pues eso, a ver si te pones las pilas. –Edward no solía hablar así de seco, pero ya le estaba sacando de sus casillas. –No te muevas de aquí. A no ser que tengas la oportunidad perfecta, no dispares ni intervengas. En caso de que quiera huir, podrás atacarle desde la distancia una vez se aleje de la población. ¿Está claro? –Sus palabras sonaban duras, intentaba acostumbrarse a mostrar su autoridad, pero le costaba muchísimo y se ponía demasiado tenso y serio. El moreno se mostraba frustrado, quería tomar más protagonismo en la misión, pero asintió y se tumbó de nuevo, mirando a través de su invento.
Edward se dirigió rápidamente hacia la zona, un puerto con mucha actividad pesquera y comercial, que era de lo que vivía aquella gente. Entre los múltiples cargamentos que traían los barcos mercantes y las cajas llenas de peces, se había formado casi un almacén al aire libre. Dirigiéndose a una mujer de mediana edad, el demonio intentó obtener algo de información.
-¡Buenas tardes, señorita! ¿Le importa que le haga una pregunta? –Dijo, con una pequeña reverencia y una amplia sonrisa.
-¡Oh! Señorita dice, que galán y que guapo es este chico ¿no creéis? –Preguntó a las dos vecinas que estaban a su lado. –Claro, claro, ¿en qué te puedo ayudar? Jojojojojo.
-Pues me ha llamado la atención aquel edificio de allí… Quería saber para qué se usa y si han visto alguien entrar, me han dicho que… eh… está en venta y no sé si algún otro interesado se me habrá adelantado… ¿Quizás un forastero? –Carraspeó un poco y miró hacia otro lado, nervioso. Esto de mentir jamás se le había dado bien.
-¿A la venta? No he escuchado nada de eso, ese almacén está abandonado ¿no?… -Miró a sus vecinas en busca de confirmación.
-Pues ahora que lo dices… -Añadió la más mayor.- Yo también pensaba eso, pero esta mañana me pareció ver a alguien… Pero vamos, que si está en venta, mejor ve en otro momento, ya pronto va a oscurecer y no creo que te atiendan. Aquí la gente se recoge en sus casas alrededor de las 8, que es cuando suele empezar a llover con fuerza, así que o te das prisa o lo intentas mañana.
El joven se sorprendió al escuchar el detalle del extraño clima de la isla y de inmediato pensó en su compañero, que nada sabía al respecto. Sin embargo, no había tiempo de avisarlo, había que darse prisa para estar el menos tiempo posible bajo ese temporal. -¡Muchísimas gracias! –Exclamó, mientras corría en dirección al almacén y se despedía moviendo la mano.
Una vez allí, intentó ser lo más sigiloso posible, pero notó que su objetivo se movía en su dirección, por lo que supuso que tenía Haki o lo había detectado de alguna otra forma. Puesto que de nada le iba a servir seguir escondido, se decidió finalmente a entrar.
-Baesin, ¿cierto? Aunque dudo que sea tu verdadero nombre. Sabes por qué estoy aquí, no me hagas perder el tiempo. –Dijo, intentando aparentar nervios de acero.
El hombre, de pelo canoso, se encontraba de pie, apoyando su espada con la punta en el suelo y cogiendo un cigarro con la otra mano. –Mandar a alguien tan joven a morir… La Revolución no tiene escrúpulos. –Dijo, soltando al final algo de humo al final. -¿Sabes? No quiero pelear, así que podemos hacer un trato. Tú te largas por donde has venido y yo entrego mi informe sin mayor percance. ¿Hecho?
El rubio miró fijamente a su oponente, mientras se esforzaba por no mostrar claramente su enfado. Apretaba la mandíbula y los puños, cerró los ojos, inspiró lentamente y espiró. Inspiró una vez más y… -No.- Soltó una breve negación y al instante sopló con gran fuerza, liberando lo que él llamaba el Soplo del Dragón. Aunque el hombre resistió el viento, retrocediendo solo un par de metros, hubo algo que le molestó en demasía.
-…Tú… Vale que quisieras luchar, eres libre de morir si quieres, pero no tenías derecho. Nadie me impide ¡FUMAR! –Estas últimas cuatro palabras las marcó pausadamente, y nada más terminar se lanzó a atacar al revolucionario, que de un salto hacia atrás salió del edificio y esquivó el espadazo.
-¡Hebi Kōsen!- Gritó el joven, lanzando una descarga en forma de cobra que se abalanzó contra el agente del gobierno. En ese momento, Edward notó algo que le hizo mirar hacia arriba. Estaba empezando a llover, lo cual haría más potente sus ataques eléctricos, pero sería un arma de doble filo.
Cuando el rubio volvió a mirar a su contrincante, se llevó una sorpresa, pues este se había recuperado y pretendía atacar de nuevo. En el último segundo, el ataque que iba dirigido a Edward cambió de dirección, bloqueando la bala que se dirigía hacia el fumador. -¿Y eso? –Se preguntó el demonio, mirando al lugar del que provenía la bala. Como supuso, era imposible que la bala viniera desde el risco, pues estaba demasiado lejos… Jiga había desobedecido sus órdenes.
-¡Jiga, aléjate de aquí! –Le gritó el rubio. La lluvia se hacía cada vez más intensa y el agente del gobierno, empapado, se cabreaba más y más. ¿Quién era este otro chico y por qué venía a molestarlo? Se lanzó contra él y entonces…
-¡NO! –Gritó Edward. Cubriéndose por completo de rayos, embistió al hombre con fuerza, protegiendo al moreno. Una vez en el suelo con su oponente, le lanzó otra descarga, dejándolo completamente fuera de combate.
Algo chamuscado y echando humo, el joven se levantó, cargando con su objetivo, jadeando. Usar electricidad no había sido una buena idea... o quizás sí. Con dificultad, se apoyó en su compañero.
-Chico… Misión cumplida.
Tras un suspiro, el joven de ojos dorados detuvo su submarino en la costa de la isla. Su acompañante, con el pelo oscuro y largo y constitución delgada, estaba terminando sus preparativos.
-A ver, explícame: ¿Qué pueden hacer esos cacharros? –Dijo Edward, girándose hacia el otro joven, que hacía extraños ruidos metálicos al montar sus artefactos.
-Pues, aunque esté feo que yo lo diga, ¡son unas magníficas invenciones! Este de aquí lo he bautizado como “El Ojo de Dios”, ¡qué gran nombre! ¿Verdad? –Sin darle tiempo a responder, siguió con su discurso. –Básicamente nos va a permitir mirar la Isla desde la distancia para localizar a nuestro objetivo. El otro es… -Añadió un intento de pausa dramática mientras le colocaba la última pieza y le daba al botón de encendido. -¡Chan chan chan! ¡”Cerbero”! Nos avisará si alguien se acerca demasiado al submarino mientras no estamos mandándome un aviso al reloj. Sé lo que estás pensando, soy un genio, lo sé. Todos recordarán el nombre de Jiga, el mayor inventor de la Revolución.
Los delirios de grandeza de este chico hicieron que Edward cabeceara de un lado a otro, mostrándose claramente decepcionado. Sus “maravillosos” inventos no eran más que una mira telescópica exageradamente aparatosa y una alarma, pero para no hundirlo intentó ser comprensivo y tolerante, aunque odiaba esa clase de personas, con el ego subido y que solo hablan de sí mismos.
-Me conformo con que tengas cuidado. Si nuestras fuentes no se equivocan, incluso podría tener cierta altura en la jerarquía, no podemos ser temerarios
Ambos jóvenes salieron del vehículo y, tras la activación de “Cerbero”, se colocaron en lo alto de un risco para intentar localizar a su objetivo. Mientras Jiga usaba “El Ojo de Dios”, aparato que no dejaba de emitir pitidos cada vez que se reajustaba el enfoque o la dirección, Edward se concentró para usar su Haki de Observación. Ya tenía un alcance considerable y, puesto que el pequeño pueblo no estaba a más de treinta metros, era muy probable que pudiera sentir al CP. Tras unos segundos, Edward abrió los ojos y miró a su acompañante.
-Hecho, se encuentra en aquel edificio junto al puerto, el que tiene el tejado marrón.
-¿…Qué? –Preguntó Jiga, incrédulo, apartando la vista de su máquina y mirando fijamente a su superior. –Pe-pero… si no se ve nada… -Aturdido, miraba una y otra vez al lugar que Edward había dicho. -¿Cómo lo sabes?
-No sé cómo ha llegado hasta aquí. –Murmuró el rubio, tapándose la cara con la mano, sintiendo vergüenza ajena. –Chico, ¿te suena el Haki? Pues eso, a ver si te pones las pilas. –Edward no solía hablar así de seco, pero ya le estaba sacando de sus casillas. –No te muevas de aquí. A no ser que tengas la oportunidad perfecta, no dispares ni intervengas. En caso de que quiera huir, podrás atacarle desde la distancia una vez se aleje de la población. ¿Está claro? –Sus palabras sonaban duras, intentaba acostumbrarse a mostrar su autoridad, pero le costaba muchísimo y se ponía demasiado tenso y serio. El moreno se mostraba frustrado, quería tomar más protagonismo en la misión, pero asintió y se tumbó de nuevo, mirando a través de su invento.
Edward se dirigió rápidamente hacia la zona, un puerto con mucha actividad pesquera y comercial, que era de lo que vivía aquella gente. Entre los múltiples cargamentos que traían los barcos mercantes y las cajas llenas de peces, se había formado casi un almacén al aire libre. Dirigiéndose a una mujer de mediana edad, el demonio intentó obtener algo de información.
-¡Buenas tardes, señorita! ¿Le importa que le haga una pregunta? –Dijo, con una pequeña reverencia y una amplia sonrisa.
-¡Oh! Señorita dice, que galán y que guapo es este chico ¿no creéis? –Preguntó a las dos vecinas que estaban a su lado. –Claro, claro, ¿en qué te puedo ayudar? Jojojojojo.
-Pues me ha llamado la atención aquel edificio de allí… Quería saber para qué se usa y si han visto alguien entrar, me han dicho que… eh… está en venta y no sé si algún otro interesado se me habrá adelantado… ¿Quizás un forastero? –Carraspeó un poco y miró hacia otro lado, nervioso. Esto de mentir jamás se le había dado bien.
-¿A la venta? No he escuchado nada de eso, ese almacén está abandonado ¿no?… -Miró a sus vecinas en busca de confirmación.
-Pues ahora que lo dices… -Añadió la más mayor.- Yo también pensaba eso, pero esta mañana me pareció ver a alguien… Pero vamos, que si está en venta, mejor ve en otro momento, ya pronto va a oscurecer y no creo que te atiendan. Aquí la gente se recoge en sus casas alrededor de las 8, que es cuando suele empezar a llover con fuerza, así que o te das prisa o lo intentas mañana.
El joven se sorprendió al escuchar el detalle del extraño clima de la isla y de inmediato pensó en su compañero, que nada sabía al respecto. Sin embargo, no había tiempo de avisarlo, había que darse prisa para estar el menos tiempo posible bajo ese temporal. -¡Muchísimas gracias! –Exclamó, mientras corría en dirección al almacén y se despedía moviendo la mano.
Una vez allí, intentó ser lo más sigiloso posible, pero notó que su objetivo se movía en su dirección, por lo que supuso que tenía Haki o lo había detectado de alguna otra forma. Puesto que de nada le iba a servir seguir escondido, se decidió finalmente a entrar.
-Baesin, ¿cierto? Aunque dudo que sea tu verdadero nombre. Sabes por qué estoy aquí, no me hagas perder el tiempo. –Dijo, intentando aparentar nervios de acero.
El hombre, de pelo canoso, se encontraba de pie, apoyando su espada con la punta en el suelo y cogiendo un cigarro con la otra mano. –Mandar a alguien tan joven a morir… La Revolución no tiene escrúpulos. –Dijo, soltando al final algo de humo al final. -¿Sabes? No quiero pelear, así que podemos hacer un trato. Tú te largas por donde has venido y yo entrego mi informe sin mayor percance. ¿Hecho?
El rubio miró fijamente a su oponente, mientras se esforzaba por no mostrar claramente su enfado. Apretaba la mandíbula y los puños, cerró los ojos, inspiró lentamente y espiró. Inspiró una vez más y… -No.- Soltó una breve negación y al instante sopló con gran fuerza, liberando lo que él llamaba el Soplo del Dragón. Aunque el hombre resistió el viento, retrocediendo solo un par de metros, hubo algo que le molestó en demasía.
-…Tú… Vale que quisieras luchar, eres libre de morir si quieres, pero no tenías derecho. Nadie me impide ¡FUMAR! –Estas últimas cuatro palabras las marcó pausadamente, y nada más terminar se lanzó a atacar al revolucionario, que de un salto hacia atrás salió del edificio y esquivó el espadazo.
-¡Hebi Kōsen!- Gritó el joven, lanzando una descarga en forma de cobra que se abalanzó contra el agente del gobierno. En ese momento, Edward notó algo que le hizo mirar hacia arriba. Estaba empezando a llover, lo cual haría más potente sus ataques eléctricos, pero sería un arma de doble filo.
Cuando el rubio volvió a mirar a su contrincante, se llevó una sorpresa, pues este se había recuperado y pretendía atacar de nuevo. En el último segundo, el ataque que iba dirigido a Edward cambió de dirección, bloqueando la bala que se dirigía hacia el fumador. -¿Y eso? –Se preguntó el demonio, mirando al lugar del que provenía la bala. Como supuso, era imposible que la bala viniera desde el risco, pues estaba demasiado lejos… Jiga había desobedecido sus órdenes.
-¡Jiga, aléjate de aquí! –Le gritó el rubio. La lluvia se hacía cada vez más intensa y el agente del gobierno, empapado, se cabreaba más y más. ¿Quién era este otro chico y por qué venía a molestarlo? Se lanzó contra él y entonces…
-¡NO! –Gritó Edward. Cubriéndose por completo de rayos, embistió al hombre con fuerza, protegiendo al moreno. Una vez en el suelo con su oponente, le lanzó otra descarga, dejándolo completamente fuera de combate.
Algo chamuscado y echando humo, el joven se levantó, cargando con su objetivo, jadeando. Usar electricidad no había sido una buena idea... o quizás sí. Con dificultad, se apoyó en su compañero.
-Chico… Misión cumplida.
- Nota:
- Si word no miente, justo 1500 palabras. :lol:
Gareth Silverwing
Fama
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Características
fuerza
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Destreza
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Agudeza
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Akuma no mi
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Buenas soy Arthur y estás suspenso. O eso te diría de no ser por que he leído el diario.
Pasas a la siguiente fase.
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