Si cierras los ojos... [Priv. Pasado][Abby & Giotto]

La llegada a Lvneel había sido antes de lo previsto. Aquel pequeño reino era nuevo para la pelirroja y ante ella se abría un nuevo mundo digno de ser investigado y manipulado. Reconoció numerosas caras que tenían que ver con Johota. Los Claveles se expandían rápido por el mundo, como si de una epidemia se tratara. Si sus seguidores eran fieles y ninguno traicionaba a la orden pronto dominarían el mundo, incluso los rincones más alejados y nunca vistos. Abby acarició su minifalda tratando de quitarle unas arrugas y bajó del carromato en el que iba de un salto.

Pasó la mano por la cabeza, tratando de acomodar su cabello y con parsimonia caminó por uno de los laterales de la calle. Esta estab llena de viandantes que iban a trabajar a primera hora de la mañana para ganarse el pan de cada día. La pelirroja arrugó la nariz ante un olor peculiar, a panadería. El pan recién horneado y los dulces hacían agua al paladar, pero no podía perder el tiempo. Había tenido un largo viaje para encontrarse con aquel famoso pirata cuyo nombre no venía ahora a la mente. Sin embargo, hasta que fuera de noche tenía tiempo y tiempo de sobra.

Entró en el local y compró un gran cruasán cuyo olor se expandía por todo su alrededor atrayendo miradas de envidia de algunos niños. Abigail le dio un pequeño bocado y cerró los ojos mientras lo masticaba. ¡Estaba muy dulce! Hacía años que no disfrutaba así de una delicia, desde que los Verney perdieron todo su dinero por culpa de Mamá.

Abrió los ojos y cuando se dio cuenta estaba en el suelo por culpa de hombre de cabellos naranjas. Este estaba de espaldas. Esta le echó una mirada fría y esperó a que se disculpase. La educación era muy importante y ella no iba a ser menos. No podía permitirse que la trataran como a un objeto que puede recomponerse, no, ella era muy delicada.

En cuanto el hombre se dio la vuelta la expresión de Abigail se desvaneció. Enfadada no iba a conseguir nada y lo único que llamaría sería la atención y... suficiente la había llamado ya con aquella estúpida caída. Seguro que algunos enviados de Johota la vieron y se estarían riendo en secreto. La muchacha aceptó gentilmente la cálida mano del caballero y se levantó. Sacudió de la ropa todo el polvo que se adhirió a sus ropajes y luego miró el bollo que había comprado anteriormente, ahora ensuciado en el suelo.

Chasqueó con la lengua y escuchó lo que el rubio tenía que decir. En un primer momento tuvo la apariencia de ser alguien muy educado y realmente importante. Aquella presencia y serenidad, junto con los buenos modales no pertenecían a las clases bajas carentes de educación. Sin duda, Abby, sentía que el chocar contra él había sido un golpe de suerte.

-Perdona, ha sido culpa mía... No miré por donde iba - Dijo mordiéndose el labio inferior con cierta timidez -, pero acepto la invitación encantada.

La pelirroja esbozó una dulce sonrisa e inclinó ligeramente la cabeza para asentir. No necesitó cambiar su comportamiento como solía hacer con otras personas cuando necesitaba algo. De momento actuaría con naturalidad, conocerle y averiguar un poco más sobre él. Ella iría tras él en cuanto este decidiera pedir el nuevo pastel y, mientras tanto, aprovecharía para romper el hielo.

-De nuevo, discúlpame, acabo de llegar a este bello reino y estoy con la cabeza en las nubes. Las maravillas que hay aquí escondidas me hacen perder la noción del tiempo y, también, perderme - rio.

-No le culpo, señorita… -hizo una ligera pausa para que la joven se presentara-. Yo me crie en un pueblo más sencillo que este basto reino y también me costó adaptarme a él- comentó con una sonrisa en el rostro-. Pero no creo que le sea difícil. Por cierto, mi nombre es Leblanc, Giotto Leblanc –hizo una pequeña reverencia y le agarró la mano con delicadeza, para luego posar sus labios sobre el dorso de la misma. Era un saludo clásico y muy formal que no a todo el mundo le gustaba, pero eso le daba igual.

Al soltársela se fijó en la muchacha, era bella como ninguna otra mujer que hubiera visto en mucho tiempo. Tenía rasgos que le hacían parecerse a su amada Bianca, pero también tenía una picaresca que jamás había visto en otra mujer que no fuera Arwen. Era una estimulante combinación entre inocencia y picardía. Una mujer que, posiblemente, podría prender a cualquier hombre que quisiera, desde un humilde panadero hasta al más poderoso de los nobles. Y ahí estaba, junto a él tomando un café una berlina rellena de chocolate y cubierta por una fina capa de azúcar de vainilla.

-Ha sido un placer señorita, pero he de irme. Sin embargo, si le apetece podríamos tomar algo esta noche. Claro está que invito yo. ¿Le gusta la comida italiana? Bueno, da igual. Quedamos en la puerta de este mismo establecimiento sobre las diez de la noche, ¿le parece bien?

La señorita inclinó la cabeza mientras el joven besaba el dorso de su mano con delicadeza. Asintió ante las palabras de Giotto, que así se llamaba el muchacho. La verdad, le daba bastante igual adaptarse o no a Lvneel. Su estancia duraría poco y no le resultaba agradable quedarse mucho tiempo en un mismo sitio, pues para ella significaba coger reputación y ser conocida aunque fuese para bien o para mal. Ya había escarmentado con pasar toda su vida en Johota y nunca más, nunca.

-Yo soy Abigail Verney, pero todos me llaman Abby.

Sin embargo, la charla no duró demasiado. Al parecer Giotto debía irse por alguna especie de contratiempo y ella no tenía nada que hacer hasta la noche. Pensándolo bien, dejó su interés personal para mañana, estaba segura de que al pirata no le importaría esperar un poco más, al fin y al cabo, ya estaría acostumbrado a las descortesías por parte de la gente como él.

-Claro, seré puntual e intentaré no perderme.

La pelirroja esbozó una dulce sonrisa y vio como se marchaba. Tras eso, miró hacia los lados por curiosidad y decidió regresar al buque de los Claveles. Allí le enviaría una carta al capitán Syxel para decirle que su encuentro debería retrasarse un día por motivos que no eran de su incumbencia. En el gran buque pasó las horas en su camarote planeando cosas y leyendo documentos importantes. A veces incluso estaba cansada de todo lo que le mandaban investigar e informar y muchas veces se preguntaba cuanto tardaría en subir escalones de aquella extraña organización.

No era más que una simple informante y siempre debía actuar para mantener una imagen limpia y buena, a veces le gustaría mostrar como era ella misma ante alguna persona, pero sabía que eso sería imposible. Estaba destinada a comportarse ante el mundo de una manera y, para ella misma, tal y como era.

Bostezó y miró por la escotilla de su camarote. Ya estaba anocheciendo así que cogió su vestido favorito de seda roja recubierto de telas negras. Abandonó el barco y se puso en camino del local en el que se habían encontrado de día. El reino, de noche, ganaba mucho más a la vista. Era una vista realmente hermosa. Abby se fijó en las familias felices que paseaban por la calle, le daban asco. Que aversión más profunda hacia las personas, si hacía ese tipo de cosas era por intentar ser como ellos.

Como si el alma de una decena de difuntos fuera tras él para llevárselo al inframundo, salió corriendo de aquella pastelería en dirección al castillo de Lyvnell. ¿Qué tenía que hacer allí? Pues lo de siempre, tocar para la hija menor del gobernante de la isla. Una joven locuela amante de la música clásica que adoraba escuchar a Giotto.

Ese día llegó tarde y Lady Claire estaba impaciente.

-¿Por qué has tardado tanto?

-He tenido un contratiempo a mitad de camino. Nada importante –le respondió Giotto.

La muchacha era una joven de unos tiernos catorce años, cuyas facciones estaban en pleno tránsito entre la niñez y la adultez. De cabellos castaños y piel pálida con algunas pecas, tenía unos grandes y tristes ojos negros, muy expresivos. Mentiría si no dijera que la joven estaba algo colada por el bueno del agente, pero que él mantenía la distancia, no por la edad pues solo había cuatro años de diferencia, sino porque en su corazón solo había cabida para su amada Bianca.

Como era costumbre pasó todo el día allí, tocando su música y conversando con la joven. Salieron al jardín trasero, pues el buen tiempo les acompañaba. Estaba soleado y apenas hacía viento, solo una brisa agradable que mecía sus cabellos. Cuando dieron las nueve de la noche, Giotto se fue raudo hacia la residencia donde se hospedaba. Se duchó, cambió de ropa y fue a la puerta de la pastelería. Faltaban cinco minutos para la hora acordada. ¿Llegaría la joven? No lo sabía. Aunque siempre podía ir a cenar e ir a tomar algo por su cuenta.

Al final de la calle pudo distinguir su silueta de las demás personas, él ya estaba esperándolo a pesar de que aun no era la hora. Que puntual, pensó Abigail extrañada, normalmente la gente no solía tener ningún tipo de concienciación a la hora de ser puntuales, era digno de ver y admirar. Abby se dio un poco más de brío y apareció rápidamente a su lado con su típica sonrisa encantadora.

-¿Tienes alguna idea de adónde ir? Me gustan los sitios lujosos.

Le encantaban, le hacían sentirse como si fuera una mujer de alta clase y, sobre todo, superior a los demás. A pesar de que en Johota pertenecía a una respetada familia adinerada tuvo que crecer en la pobreza por culpa de su madre. Los Claveles desperdiciaron todo el dinero de su familia y en ese momento supo que nunca más querría volver a ser pobre. El dinero era el poder para atraer a las personas. El dinero movía su mundo.

Abigail siguió a Giotto hasta un restaurante cuya fachada resultaba atractiva a la vista y muy llamativo, la elegancia demostraba ser la principal cualidad de aquel lugar. La pelirroja entró primera con aires de grandeza y miró el interior del local. Gente rica disfrutando de una buena cena y de la música relajante que proveía el local.

-Una mesa para dos - Se adelantó Abigail en cuanto el camarero se acercó a ambos.

Tras eso los llevó hasta una mesa alejada de la entrada, había más personas a su alrededor y Abigail se sentó disfrutando de todo lo que la rodeaba. A veces se sentía como una niña pequeña disfrutando de cosas de las que nunca tuvo oportunidad, pero esos momentos se desvanecían en cuanto tenía que soportar a las personas, las cuales aumentaban su aversión por la sociedad.

-¡Buenas noches, señorita Verney! –le dije, agarrando su mano y posando levemente sus labios sobre ella-. He pensado que podríamos ir al restaurante de un buen amigo mío, el Chef Rat A. Tui. Hace un solomillo de pez luchador al horno que está exquisito.

La joven no puso pega alguna a la propuesta del músico, así que, sin esperar más, pusieron rumbo hacia la zona más céntrica de la ciudad. Mantuvieron una banal conversación mientras se alejaban de la periferia. Se podía contemplar como el nivel adquisitivo de las personas que vivían en la zona céntrica era mucho mayor: mejores tiendas, mejor ropa, mejores transportes y, sobre todo, edificaciones más ricas en ornamentación y detalles arquitectónicos. Al llegar al restaurante, el joven le abrió la puerta y Abigail se adelantó y pidió una mesa. Giotto, que conocía al maître, asintió y los sentaron al final del restaurante, al lado de una estantería con fotos y premios de todo tipo.

-¿Les puedo ofrecer a los señores una botella de espumoso reserva de hace once cosechas? Es lo mejor que nos ha llegado.

El sumiller era un hombre entrado en años, rondando los sesenta años como muy poco. Él conocía los gustos del agente, pero siempre guardaba discreción cuando alguien llevaba a una joven al restaurante, actuando como si no le conociera; aunque eso no le gustaba al rubio.

-Por mí encantado, Michelet –le dijo, sonriente-. Pero sabes que no me gusta que me hables de usted.

-Lo sé, señorito Leblanc, pero en el trabajo se ha de tener unas formas concretas, y más en un lugar como en el que nos encontramos.

Giotto asintió, mostrándole una sonrisa.

-Abigail, ¿te gusta el espumoso o prefieres beber otra cosa?

Una vez la joven dijera sus preferencias, al cabo de pocos minutos se les acercaría el chef, el gran Rat A. Tui.

-¡Giotto, amigo! –alzó la voz cuando le vislumbró al otro lado de la sala-. ¡Cuánto tiempo sin verte! -Y te veo bien acompañado –añadió, al ver a la pelirroja. El agente se levantó y se dieron un abrazo.

-Es una amiga, Abigail este es señor A. Tui, el dueño del restaurante.

-Puede llamarme Rat, señorita –le dijo, mostrando una sonrisa-. He salido para decirte que el nuevo menú degustación es, sencillamente, increíble. Quizás con él me den una nueva luna de caucho para la colección –carcajeó, llamando la atención de la gente.

-¡Sorpréndenos! –dijo Giotto, sin nada más que añadir.

Tras irse el cocinero, volvió la calma al local.

-Es un individuo un tanto peculiar, pero es buena gente.

Michelet vino con la botella de champagne y nos sirvió una copa a ambos.

-Por las caídas estrepitosas en las pastelerías –alzó su copa para brindar con la joven.

El interior del local estaba lleno de gente distinguida, incluso los trabajadores del lugar parecían haber recibido otro tipo de educación para tratar con las personas. La pelirroja sonrió al ver como la recibían con una cálida bienvenida por parte de los amigos de Giotto. Nunca la habían tratado así nada más entrar en un local. Miró a Giotto de reojo y prestó atención a la conversación, tener a ese hombre a su lado sería un buen contacto sin duda. En cuanto le preguntó por el champán se encogió de hombros.

-El espumoso valdrá.

En cuanto se marchó el camarero, al cabo de un rato llegó otro hombre que por sus apariencias parecía ser el chef. Al parecer también conocía al muchacho, pero Abby simplemente se limitó a sonreír y a inclinar la cabeza educadamente a modo de saludo.

-Encantada señor Rat.

La calma volvió con la ida del chef, que parecía muy contento con su menú de degustación y enseguida regresó Michelet con la famosa botella de champán espumoso. Al abrirlo el tapón casi sale volando hacia el techo y la pelirroja se sobresaltó por un momento. Aquellos sustos le aceleraban el corazón. El camarero sirvió con delicadeza el champán en cada copa y después se retiró.

-¡Por las caídas! - Exclamó Abigail contenta alzando su copa y haciéndola tintinear nada más chocar contra la copa del chico.

La muchacha le dio un gran trago, dejando un poco en el fondo de la copa y relamiéndose de los labios. Estaba bastante bueno para ser de hace once cosechas. La pelirroja posó la copa y entrelazó las manos.

-Estoy segura de que esta no será nuestra única caída, la próxima vez nos veamos será en una cafetería o quizás una tienda de ropa - rio por lo bajo.

Tras eso, miró a los alrededores a las demás personas. Algunas no parecían encontrarse del todo bien, se llevaban la mano a los ojos y poco a poco se iban quedando dormidos. ¿Qué estaba pasando? Abigail al levantar su brazo sintió un gran cansancio, se sentía pesada y agotada. Cuando quiso hablarle a Giotto no tenía las fuerzas suficientes para vocalizar y su cabeza acabó cayendo sobre el brazo derecho. Fuese lo que fuese, se había dormido profundamente y no era dueña de sus movimientos ni pensamientos.

-Dudo que sea en una tienda de ropa –sonrió, colocando la copa de vino sobre la mesa-. No suelo frecuentar ese tipo de…

Un sueño terrible comenzó a invadir su cuerpo, haciendo que no pudiera ser dueño de su cuerpo, que permanecía inmutable sobre la cómoda silla caoba del restaurante de su amigo Rat A. Tui. Sus parpados caían lentamente, aunque él no quería que pasara, pero, inevitablemente, cayó dormido. Al despertar estaba esposado de pies y manos sobre un húmedo y andrajoso suelo de madera. ¿Dónde estaba? A saber, pero no estaba solo. Aun inconsciente estaba Abigail, y algunos hombres más. Era de noche y estaban en un barco, pues el vaivén de las olas chocando contra el casco así se lo hizo ver.

-¿Dónde estamos? –dijo a duras penas, levantándose con cierto malestar y yendo hacia las rejas metálicas que conformaban la puerta, donde un hombre pasaba.

-De camino a sabaody para ser vendidos al mejor postor, muchacho –le respondió, yéndose entre risas.

Abigail dormía plácidamente en aquel inhóspito lugar. Tardó un buen lugar en despertarse hasta que vio a Giotto a su lado y más gente durmiendo. Sentía las muñecas muy apretadas hasta que se dio cuenta de que tenía unas esposas en ellas y en los pies igual. ¿Pero qué? ¿Cómo había pasado todo eso? Si simplemente había bebido un poco de vino, ¿quién les había traicionado? Abby bufó intentando soltarse de las esposas, pero no tenía la suficiente fuerza para aquello.

En cuanto escuchó que iban de camino a Sabaody sus ojos se abrieron como platos. Por lo poco que sabía de geografía, desconocía la distancia exacta, pero no era precisamente cerca. De hecho, había que atravesar un mar y la Reverse Mountain. Solo esperaba que no hubieran abandonado todavía el North Blue, sino estaría perdida. Ya no podría tener ayuda de los Claveles y sus hermanos no volverían a saber de ella.

Se arrastró hasta las rejas y miró que había afuera. Por la escotilla apenas entraba la claridad de la luna y no permitía ver lo suficiente. El barco se mecía suavemente con las olas chocando y, desde dentro, se podía escuchar como rompían.

-Tenemos que hacer algo, no pienso quedarme a que me vendan cual objeto - estaba furiosa, tanto que no pensó en lo que haría.

Se transformó en el animal que odiaba y sus esposas terminaron por romperse con la fuerza. Se rompieron en mil pedazos esparciéndose por toda la celda y, en cuanto estuvo liberada, no regresó a su forma normal. Miró al muchacho y le dio con la pata a la celda. Quizás pretendía tirarla abajo con tanta fuerza.

La joven de cabellos rojizos despertó de pronto, y se levantó casi de un salto, añadiendo algo que con lo que Giotto estaba totalmente de acuerdo: había que salir de allí. Entre tanto, casi sin darle tiempo a decir nada. Abby se transformó en una bestia dejando de lado su aspecto picaresco y atractivo. «¿Una usuaria?» discurrió, mostrando una sonrisa, casi al mismo tiempo que se volvía etéreo y las esposas caían al suelo.

-No eres la única con trucos bajo la manga, querida.

Giotto atravesó la puerta volviéndose fuego, y entonces un hombre hizo sonar una campana, al mismo tiempo que avisaba a sus compañeros de que intentábamos huir. «Los prisioneros se escapan» decía una y otra vez. Ante aquello, aprovechando que la pelirroja también se las había apañado para escapar, lanzó una bola de fuego al hombre, haciendo que cayera al suelo. Tras ello, subió a la cubierta, recibiendo un espadazo que atravesó su cuerpo.

-¿Eso es todo lo que tiene caballero? –le preguntó, golpeándole con fuerza en la cara, creando una llamarada para derribarlo de golpe-. ¿El siguiente?

La situación era escamosa, cuanto menos. Estuvo rodeado por más de una decena de hombres, todos armados con pistolas y armas de fijo; incluso pudo ver que uno luchaba con unos extraños cuchillos de tres hojas. Con miedo a quemar el barco y morir ahogado, se concentró en dar golpes directos y con el fuego mínimo, acabando con casi todos sus oponentes de golpe.

Abigail retiró la pata de la puerta al ver como Giotto se transformaba en fuego. ¿Qué más escondes? Pensó interesada en su habilidad. En cuanto este estuvo fuera, ella se echó hacia atrás y cogió el suficiente impulso como para echar abajo la puerta de la celda. Aparte de poseer fuerza bruta en aquella forma, se notaba que el barco ya tenía sus años y estaba bastante desgastado, sobre todo por el hecho de transportar siempre esclavos que tratarían de escapar de las garras de los hombres superiores.

Ella se alejó del muchacho y continuó en la misma zona enfrentándose a unos cuantos marineros que se acercaban rápidamente. Era dócil y lograba esquivar los golpes para luego saltar sobre ellos hasta que uno le hizo un ligero corte en el lomo. Aulló de dolor y luego se dio, la vuelta, provocándole un zarpazo en todo el vientre y haciendo que floreciese la sangre -y lo que no era sangre-.

En cuanto hubo terminado allí abajo corrió hacia la cubierta, pero para su sorpresa cuando llegó Giotto había conseguido librarse de los esclavistas. Abby regresó a su forma humana, jadeando. Odiaba que la vieran transformada, era una imagen que nublaba la vista de las personas casi siempre y por eso debía mantener oculta su fruta siempre. Se acercó hasta el muchacho y se cruzó de brazos, esbozando una leve sonrisa por haber salido victoriosos.

-Al menos no ha habido muchas pérdidas - comentó con cierta ironía -. Ahora solo debemos regresar a Lvneel de nuevo. Ah, y para la próxima vez escojo yo el lugar para cenar, por lo menos no intentarán vendernos como esclavos.

Allí estaban, un rubio en llamas y una pelirroja que aguardaba un monstruo en su interior, sobre dos docenas de hombres malheridos e inconscientes en un barco en mitad de ninguna parte. El resto de presos salieron hacia la cubierta, algunos asustados, otros sin saber que ocurría. Giotto enseñó su identificación del gobierno mundial, y pidió que les ayudasen a amarrar a los esclavistas. Todos hicieron casos y uno de ellos, que se presentó como un antiguo capitán de barco mercante, se encargó de llevarlos a todos hacia el reino del mar del norte.

-La próxima vez quedamos para merendar en el parque, creo que será más factible –bromeó, observando el amanecer desde la cubierta del barco. Al llegar al reino se despidió de la muchacha y fue hacia el lugar donde se hospedaba. Tomó el desayuno que tanto le gustaba, pero en lugar de aprovechar el día se acostó. Se metió dentro de la cama y durmió durante horas, sabiendo que dentro de poco tendría que ir a Ennies Lobbies para ser destinado a una división de forma permanente.