A la caza del alborotador [Mitch y Yuu] [Privado]

– ¿Estás seguro que la información es correcta? – Le preguntó al único que la acompañaba.

– Sí, la información entregada por el que exige sus servicios es fidedigna. El hombre que busca eliminar si existe y, una vez entregue el cadáver, la otra mitad le será entregada. – Le confirmó mientras él le mostraba un maletín negro. La joven agente lo abrió y miró su contenido: 2 millones de berries.

– Vale. Una vez lleguemos, iré sola. No necesitaré ayuda, tu cuida del dinero. – Le dijo con una sonrisa.


Entró al bar con calma. Por fin, luego de un tiempo de inactividad, había recibido un llamado. Alguien quería usar los servicios de la Karasu. Por fin, podría hacer algo más que… bueno… Hacer nada. Suspiró mientras bebía del vaso de agua que había pedido hace unos instantes atrás. No sabía mucho del tipo o tipa, que la quería contratar, solo la habían citado a una isla cercana a Cactus Island y eso era todo. Le habían ofrecido cuatro millones y dos de ello los recibiría de forma inmediata. Un negocio más que redondo para todos. ”Aunque, sea quien sea, viene tarde” – pensó mientras miraba la hora. El tipo o tipa, ya llevaba media hora de retraso y no era algo que le gustara. Suspiró, en su cabeza ya se formaba la idea de irse de ese lugar y que solo había sido una mala broma. ”Con lo difícil que es llegar de Ennies Lobby a casi el inicio del Grand Line” – terminó su vaso de agua y pidió que lo rellenaran.

– Perdón por la espera – escuchó a sus espaldas. Era una voz dulce, bastante tranquilizadora. La miró de reojo y vio que llevaba su rostro cubierto. Solo podía ver sus ojos pardos que, con la poca luz del bar, brillaban con intensidad. Dejó un maletín sobre la mesa y la miró. – El tipo que necesito que elimines, es este – para su sorpresa, era un tipo buscado. Un tal Akihiko. Su recompensa era de cincuenta millones de berries. – Como prometí, tus dos millones están en el maletín. Una vez entregues el cadáver, te daré los otros dos. ¿Te parece bien? – Le preguntó. Se notaba nerviosa y que haya venido con el rostro cubierto, podía significar que tenía miedo. Sonrió de forma calmada mientras agarraba el maletín con su dinero.

– Es curioso que me pides que elimine a un revolucionario, ¿sabes? No es nada de otro mundo y… – su tono fue un poco más serio. – Como me hagas esperar alguna otra vez, me negaré y que tus problemas serán solo tuyos. Yo solo hago esto por diversión. – Le dijo de forma tajante.

– ¿Cómo puedes hablarle así a la que te contrata? – Dijo bastante enfadada. Kaori sonrió.

– Tú fuiste la que contactó conmigo… No te confundas, yo soy la que pone las reglas de este negocio. Tú solo eres la que no quiere mancharse las manos. En fin, ¿sabes dónde está? – Le preguntó.

– Cactus Island, es lo último que sé. – Le comentó. Kaori solo asintió y se fue de ese bar, dejando a la extravagante mujer adentro y sola.


El pequeño barco tocó la isla. Kaori dio un suave salto y llegó a tierra. Era hora de buscar a ese tipo que, según había investigado en el camino a la isla, era un revolucionario. No sabía y tampoco le interesaba, saber por qué una mujer de la alta alcurnia, querría eliminarlo. Había varias opciones, pero no era algo que necesitaba conocer. Solo debía cumplir con lo que le había pedido. Suspiró y respiró el fresco aire de la isla. La conocía, de nombre, era una donde en las montañas estaban llenas de tumbas de los piratas que fueron cazados por los cazadores de recompensa que se esconden en lo largo y ancho de Whisky Peak.

– Por cierto, si lo haces bien, puedes llegar a ascender. Lo sabes, ¿no? – Le preguntó su acompañante y el que le dio toda la información que necesitaba.

– Sí, lo sé. Por eso no pienso fallar. Si me pagan y asciendo por esto, es algo muy conveniente. No pienso fallar – le respondió. – Si en dos horas no regreso, ahí ve a buscarme. Nos vemos. – Se despidió con la mano y empezó a caminar por la isla. Era hora de empezar.

—Veamos—susurró —. Si yo fuera un revolucionario, ¿dónde me escondería?—

La joven agente miraba todo a su alrededor, caminaba con ambas manos apoyadas en la cabeza… Un poco descuidada, sí, pero rebosaba de confianza. Desde hace un tiempo que había tomado la decisión de seguir – mejor dicho, empezar – ascendiendo dentro de la jerarquía del Cipher Pol. Sabía que en su división un rango no importaba, pero entre más poder e influencia tuviera dentro del propio Gobierno Mundial, más sencillo, en parte, sería cumplir su único deseo y anhelo. Suspiró con cierto desaire, quizás le iba a tardar mucho más tiempo del esperado el encontrarlo y no quería que su compañero tuviera que moverse. No tenían algún medio de comunicación entre ellos y, mucho menos, algún poder entre ellos para encontrarse. ”Quizás debí pensar mejor antes de llegar y aceptar. Maldita sea” – pensó en silencio mientras seguía caminando por las desiertas calles de la isla.

—Me sorprende que no haya salido nadie a recibir al foráneo o escuchar el típico ajetreo de una isla.—  Sus conocimientos de las islas eran pocos, por no decir ninguno, no sabía mucho de todas las islas del Grand Line y… Para qué mentirse, a ella no le interesaba tampoco saberlo.

No contaba con algún plan de acción y aunque improvisar no se le daba mal, no quería llegar a hacerlo en algo que debería ser sencillo. ¿Estarían solo ella y él? ¿Él tendría compañeros? ¿Contaría con algún apoyo? Eran preguntas que, para su desgracia, la señora que la había contratado no sabía o bien no encontró relevante contar esos detalles. ”Quizás debí preguntar más” – se encogió de hombros y siguió su camino. No tenía idea de hacía dónde tenía que caminar, pero a algún lugar iba a llegar y esperaba encontrar gente para poder preguntar si han visto al tipo del cartel que tenía en su mano. ¿Habría gente viviendo en la isla? Por momentos, lo dudaba. No escuchaba nada… Nada. Solo el suave sonido de sus pies mientras ella caminaba Había dos opciones: La primera, esos tipos eran muy buenos escondiéndose y en cualquier momento la emboscaban o bien, la segunda opción, es que estaba deshabitado. Respiró hondo y ahí fue cuando lo olió… Un olor muy familiar, un olor que no podría olvidar fácilmente.

—¿Qué hace aquí?— Sonrió con delicadeza.

Si bien no estaba dentro de sus planes encontrarlo a él en esta isla mientras estaba en un trabajo diferente a… Capturarlo, no sería mala idea matar el rato con él hasta encontrar a su verdadero objetivo. Cambió de curso y se empezó a dirigir rumbo al parcheado. ¿Qué tanto habría cambiado? ¿Cuánto habría pasado desde su último y único encuentro? Quizás un buen par de meses. Por alguna razón, apresuró el paso… Se sentía tan sola que cualquier tipo de compañía iba a ser bien recibida. Solo esperaba que el pirata fuera capaz de no atacarla a la primera de cambio tras verla, pero si quería volver a luchar y, obviamente, ser forzado a tener que escapar ella no se iba a negar. Siguió el olor para poder interceptarlo, pero… Pensaba sorprenderlo de alguna forma, al menos, intentarlo. Una vez notó que estaba cerca de él, entró a una casa, para su no sorpresa, desocupada y subió hasta el techo. Se sentó en el barandal de este y se quedó jugando dando pequeñas y suaves pataditas al aire.

—Hola, Yuu—mencionó con una suave sonrisa. Quizá el brillo del sol a sus espaldas le dificultaría reconocerla, al menos, de vista. Contaba con que, al menos, la pudiera reconocer con el tono de su voz. —¿Qué te trae a una isla abandonada? Oh… Tranquilo, esta vez no vengo por ti. Tienes suerte.—Puntualizó.

No pudo evitar sonreír al verlo venir hacia ella. Físicamente, no había cambiado mucho, la verdad. Seguía siendo el mismo por fuera y, por unos instantes, se preguntó si habría cambiado por dentro. ¿Seguiría siendo el mismo de aquella vez? Desde aquella pelea que no se veían y ahora, el destino, casualidad, el viento o lo que sea, los volvían a juntar. No había olvidado su misión, pero no tenía algún plazo para cumplirla, no tenía ninguna clase de tiempo que respetar. Así que podría darse unos minutos u horas conversando con el pirata que ya estaba justo a su lado.

Parecía molesto o eso le hizo entender sus palabras. No le interesaba ocultarle la verdad, de hecho, quizás hasta la ayudaba a cumplir con su pequeña misión que, para ser algo tan importante para ella, era un poco mal pagada. ¿Debió exigir más? Era probable, pero estaba aburrida y tener mucho dinero no era su mejor motivación para hacer las cosas. Si era algo para matar el aburrimiento… Aceptaría lo que fuera. Suspiró con calma y se levantó para mirar a los ojos a Yuu. Se estiró con cierto ánimo y pensó en qué decirle… Aunque ya lo tenía claro desde el momento en que, literalmente, había olfateado su olor.

—Pues… Es complicado, Yuu—le comentó. —. Estoy aquí por una misión, tengo que matar a este tipo.—Sacó de, entre sus ropas, el cartel de Akihiko y lo desplegó frente a Yuu.

Lo guardó de nuevo para no perderlo y suspiró resignada. No lo había podido encontrar y Whisky Peak no es que fuera una isla tan chica como para encontrarlo tan fácilmente. Deseaba, desde el fondo del corazón, que ese tipo apareciera justo en frente de sus narices y así ahorrarse tiempo, esfuerzo y ganas. Había aceptado, sí, pero si no lo encontraba no podía hacer nada y la culpa sería de aquella señora por no darle correctamente la información que Kaori requería. Cruzó sus manos detrás de su espalda y entrelazó sus dedos. Dio una vuelta, dándole la espalda a Yuu, confiando en que no la iba a atacar. Miró al horizonte, a las grandes montañas llenas de cruces simbolizando los piratas caídos por los cazadores de recompensa hace un tiempo atrás.

—Una señora de la alta alcurnia lo quiere muerto, me va a pagar una vez entregue su cadáver.—prosiguió. No tenía muy claro lo que él haría, pero, al menos, no iba a estar tan sola. Y bien podría jugar un rato con él y luego seguir con lo suyo. Fueran como fueran las cosas, ya no iba a estar tan aburrida. —¿Quieres ayudarme a encontrarlo?— Preguntó.

Mitch siseaba a la víctima del robo que estaba llevando entre manos, mientras deslizaba sus hilos de energía alrededor de su cuello para evitar que hablara. Se suponía que la casa debía estar sola, sin nadie en ella para que él pudiera abrir la caja fuerte tranquilamente y llevarse todo el dinero que hubiera en ella. Sin embargo, no fue así. Cuando se coló en ella, el dueño estaba tomando una copa de vino con una meretriz del barrio sur que conocía muy bien, Betty la ciclista, apodo otorgado no precisamente por haber montado en bicicleta, Mitch hubiera jurado que en la vida ella había montado en una, aunque eso solo eran delirios de un delincuente. La muchacha en cuanto vio a su viejo conocido huyó por patas y dejó a su nuevo cliente ahí, solo, enfrentándose al matón de primera categoría que era Mitch. Cuando de repente, escuchó unos ruidos en el techo, los cuales le obligaron a apretar demasiado sus cuerdas y acabar con su cliente.

-Le dije que te mantuvieras callado, señor Pompero –dijo, dejando caer el cuerpo inerte del hombre sobre el suelo. Con toda la tranquilidad del mundo, buscó la caja fuerte y la abrió con la contraseña que le habían dado, pero no funcionó. Aquella no era la caja fuerte. Entonces, escuchó un sonido en el techo, el ruido de dos personas, un hombre y una mujer. ¿Estaría dándole al tema? Era muy bien, quizás dos empleados que buscaran algo de intimidad al aire libre aprovechando que su amo debería estar frunjiendo en el piso inferior. Con ligera curiosidad, subió hacia el techo y contempló como una mujer deshacía en una nube de polvo mientras un tuerto la miraba absorto.

-Ojala mi exnovia se hubiera deshecho así –comentó Mitch, mirando al joven.

-Un pueblo abandonado… Tienes aún mucho que aprender, novato -le dijo, cruzándose de brazos-. Puede que en la superficie parezca deshabitado, pero en realidad todo se cuece bajo nuestros pies. El tejado sobre el que estamos pertenece a Juan Pompero, y se supone que es un pez gordo. Sin embargo, ahora está muerto.

La voz de Mitch parecía preocupada y algo inquieta. Se suponía que tenía que robar el interior de la caja fuerte, ir en busca de su contratante a las afueras de la ciudad y cobrar. Una empresa simple y sencilla, sin apenas margen de fallo. Pero, como de costumbre, todo había salido mal. La contraseña de la caja fuerte no funcionaba y había matado al padre de uno de los capos de aquella isla. ¿Y a quien iba a perseguir? Pues a él. Y entonces miró al joven que tenía enfrente. Como amante de las espadas sabía apreciar la katana que tenía en su cinta, si no era de la mejor calidad posible, era de una calidad aproximada, lo que implicaba que era un tipo fuerte. Intentar asociarse con él sería una buena baza, ¿pero el tuerto accedería? Tendría que usar su mejor labia para ello, y eso se propuso.

-Por cierto, yo soy Mitch Buerganor, pero me conocen como dedos mágicos, y por lo que hago con las damas -bromeó, teniéndole la mano-. Sé que nos acabamos de conocer, pero algo me dice que eres de esos hombres que saben apreciar un buen negocio, ¿cierto? Te vistes bien, usando ropa de marca, y llevas en tu cinturón unas buenas armas. ¿Te interesa? -le pregunté, mostrando una media sonrisa-. Solo si aceptas te diré en que consiste, no pienso dejar que sepas mis planes y luego intentes hacerlo por tu cuenta. Aunque nada me asegura que no lo hagas después…