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Kaito Takumi
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- Nota para el corrector:
- Luka quiso decir una sala de 40x40 metros (que son más de 40 metros cuadrados), pero lo he consultado antes porque daba esa sensación. Serían 160 metros cuadrados.
Ignorado… No, mucho peor: reprochado y frustrado. Mis palabras no solo habían tenido poca importancia, sino que gran parte de ellas habían sido ignoradas y torcidas de tal forma que no les había sacado ningún beneficio propio. Ahí estaba mi brazo para probarlo: tenso, ardiendo de dolor y con un hematoma que lentamente iría oscureciéndose para recordarme en qué posición estaba y con qué clase de gente estaba tratando. Tenía que aprender a mantener la boca cerrada con tipejos así.
Las sonrisas, los títulos y las promesas de respuestas no debían significar nada para mí, nada en absoluto, como tampoco debían hacerlo los dientes apretados, los bufidos y las ganas de cerrarme la boca de un ostiazo…. Pero obviamente lo hacían. ¿Cómo no iban a hacerlo? Era un miembro más de aquella sociedad, y no me quedaba otra que intentar hacer que sobreviviese para seguir parasitándola. El tiempo pasó y “mis” hombres empezaron con los preparativos. ¿Qué tendrían tramado?
Cuando el hombre pulpo me hizo entrega del artilugio mecánico, alcé una ceja con cierta incertidumbre mezclada con tres tazas de interés. ¿Aquello era un den-den? Si acaso era una máquina que los imitaba, o incluso puede que contuviese un espécimen diminuto encerrado dentro de su armazón, pero desde luego aquel chisme metálico no era un caracol como el de la mesa. Supuse que era ventajoso contar con el trasto dada la conocida, y a veces obviada, repulsión de los moluscos por la sal. Asentí, comenzando a seguirles, pero mis tentáculos se detuvieron.
—Antes de marcharnos, sería una estupidez dejar al niñato este, a Pnem —rectifiqué a destiempo—, solo. Por no mencionar que podría utilizar el caracolófono de la mesa para liarla en un descuido —Me acerqué al mueble y me llevé al animal no sin antes tener el cuidado de que no hubiese humedad salada sobre mi hombro, donde lo coloqué—. Así está mejor, sigamos. Y ponedle una niñera, o dos, para que no la líe –mandé a Knep, que había estado muy callado, para que se encargase antes de continuar con la excursión.
Kwerp nos llevó escaleras arriba, todas las que habíamos bajado para llegar a la profunda mazmorra, hasta llegar a la última. La primera parte del plan había sido bien diseñada; dejar que los que llegasen cargasen el botín en cubierta y recuperasen levemente el aliento les daría un primer momento de confianza que explotar con el ataque sorpresa –por no mencionar el plus que eran los tesoros saqueados que podrían traer si venían los gyojin. No tenía nada que objetar, aunque había una posible y grave falla en aquella estrategia.
—Puff... –dije con preocupación, tras lo cual solté un resoplo equino.
Si lo pensábamos bien, a pesar de la seguridad con la que el octópodo hablaba, colocar ahí a los menos fieles era un problema. Esos tipos podrían traicionarnos, y dejarles liderar la línea de vanguardia era poco sabio. Si alguno de ellos se planteaba cambiar de bando, algo probable en el inicio del entuerto, estábamos bien jodidos. Necesitábamos eliminar esa opción, hacerles saber que no dispondrían de ella y fomentar el que peleasen por su vida. ¿Cómo? Fácil, con un catalizador que iniciara el combate.
—Cambia a tres de ascendencia no privilegiada de los de aquí por el duendecillo sonriente. Ese tipo tiene espíritu, y su tamaño y agilidad le hace ideal para este tipo de trabajos. Si la morena estaba –Aunque esperaba que ninguno del trío de predadores fuese rebelde, que suficiente tenía ya con haber perdido al niño palma de fuego—, quítala. Su tamaño y robustez no son aprovechables aquí, incluso si su ascendencia está hecha para ataques desde las rocas, los hijos del mar somos más que nuestro animal —Miré al anciano—. ¿Algo que objetar o añadir?
Y si el gnomo no decía nada, o tras escuchar y aceptar los cambios que sugiriese –siempre que estos no fuesen una trampa o prueba a mi buen juicio—, le haría un gesto al luchador para que continuase con sus explicaciones.
Mientras íbamos a la siguiente área, pondría especial atención a la conformación, el contenido y decorado de los pasillos, midiendo su extensión con cuidado y anotando mentalmente los requiebros visibles y las puertas que encontrase. Conocer el territorio era crucial para salir con vida y algo de provecho.
La segunda etapa del plan de defensa no era en absoluto de mi agrado. De hecho, sentí tal frustración y decepción que solté un largo gañido más propio de un ganso. Tras aquel atroz sonido, exhalé harto de tanta tontería.
—Y tú eras el estratega. Genial —gruñí sarcásticamente—. Dame el puto veneno de una vez y escucha. Ya es tarde, muy tarde, para poner esta balista en un pasillo más recto. Que sí, que el de frente a la puerta tiene su trecho, pero podrías haber escogido una sala que tuviese solo una puerta de entrada y salida. Si esto sale mal, morís. Todos –expliqué—. Y esto es un cuadrado, uno que no permite hacer un embudo correctamente para aprovechar la ventaja. ¿Y lo del aceite? ¿Qué pasa, que no vais a batallar aquí todos? Voy a suponer que colocáis la olla para que se vierta hacia afuera por el borde del marco, porque si no, me faltan insultos —Me apreté el tabique nasal sin encontrar consuelo entre tanta tontería junta—. Y lo de desperdiciar un proyectil y lo de hundir el barco es lo peor de todo. Colgad al puto pepino de mar con cuerdas como vais a hacer con la olla. Ese desgraciado no va a poder luchar por su discapacidad, y para tenerlo de tumor o escudo humano, mejor que sea el encargado de accionar la trampa. ¿Y qué cojones es eso de disparar al suelo? Son humanos. Su media general es irisoria comparada con la nuestra. Una cosa es no querer ser racista y otra muy distinta no estar ciego ante la evidencia y la estadística. Me cago en la mar —maldecí.
El hermano de aquel subnormal contactó entonces por el aparato. Suspiré, su presentimiento no valía mucho, pero no hubiese sido inteligente ignorar las sensaciones tan complejas que no podían concretarse con otra palabra.
—¿Me escuchas? —dije al cacharro. Pwero y Kwerp levantó señalaron el botón de mayor tamaño a punto de decir algo—. Va, ya.—Lo pulsé—. A ver, sal del agua lo primero y no contactes bajo agua con el cacharro.
Tras un breve instante en el que se escuchó el inconfundible sonido del agua correr hacia abajo, volvió a contactar.
—Listo.
¡Por fin alguien que acataba mis órdenes como se le decían! ¡Maravilloso! ¡Y sin hacer preguntas! Con toda la rabia que tenía acumulada y me borboteaba por la piel, aquel breve e insignificante acto de obediencia era lo que necesitaba. Sonreí.
—Ve mirando bajo y sobre el mar para identificar qué visitantes tendremos. No uses ni hables dentro del agua, no podemos arriesgarnos a que el oído del capitán ballena nos descubra. Contacta cuando tengas nueva información, y no te muevas de allí, podrían tener perseguidores. Iremos a por ti cuando todo se solucione, escóndete entre los restos y cadáveres mientras –Solté el comunicador—. Tiene comida para sobrevivir mucho tiempo, y ya está acostumbrado a no comer… le irá bien.
Me di un rápido paseíllo por la sala, no teníamos tiempo que perder, pero no iba a desaprovechar la oportunidad de sustituir algunos de los trozos de cerámica por un arma de verdad. Tomaría el cuchillo más firme y resistente de los usados para señalar las posiciones, y usaría una de las mancuernas para mantener el periódico en el mismo sitio. Ahí había muchos trastos de ejercicio que estaban siendo… desaprovechados. Volví con el dúo.
—Kwerp, si alguno de tus soldados quiere armas largas, le recomiendo quitar los pesos de esas pesas tan grandes y usar el palo, si aguantan tanto esfuerzo pueden servir. Podríais dejarle alguno en uno de los extremos para improvisar una maza, como tú veas. ¿Y qué tal va ese venenito? –preguntaría algo de mejor humor tras hablar con su hermano.
Tras decir aquello me dirigiría hacia Pwero para preguntarle con un movimiento de mano y una ceja alzada si tenía algo que decir o aconsejar al respecto. Tras escucharle, si es que se pronunciaba, continuaría hablando para dar unos últimos detalles.
—No hay tiempo ni personas suficientes para hacer una tijera y acosar al tumulto que llega desde algún pasillo lateral. La estrategia está hecha y no puede cambiarse drásticamente, solo seguir ciertas recomendaciones. Necesito saber cosas que vosotros ya conocéis, y es mejor que contestéis a mis dudas por el bien de todos –recalqué mirando de reojo al diminuto anciano—. ¿Cuántos miembros tiene la tripulación enemiga? Sé que habrán muerto algunos en el ataque, pero necesito una valoración a la alza. De los tipos que se han ido con el tiburón, incluido este, ¿cuántos necesitamos para poner en marcha el barco? Necesitamos movernos cuanto antes, y si el grandullón puede volver para repartir candela, mejor que mejor, incluso cubre el coste de llevarme a un navegante de aquí si hiciese falta. De la gente que me encontré antes de llegar aquí, había un ingeniero que había reducido un explosivo a un dispositivo que cabía dentro de un brazo, ¿hay alguien de nuestra tropa que pueda… saber al respecto? Seguro que habrán gastado todas las cargas en esas últimas explosiones que se han escuchado, pero por prevenir… Y, por último… ¿Qué va a hacer nuestro patrón? Porque preferiría que me acompañase cuando fuese a la sala de mandos.
Aunque no contaba con ello. Probablemente el anciano se quedaría con su gente para inspirarla o alguna monserga similar, obligándome a volver a por ellos y asegurarme de que salían con vida... ¿cómo iba a obtener mis respuestas si no? Entonces esperaría las contestciones, el veneno, el devenir de los acontecimientos y la inevitable llamada del explorador. Darme a mí el falso caracolófono no había sido la opción correcta, porque dudaba que la megafonía del barco fuese en dos sentidos y me permitiese escuchar lo que pasaba en las zonas, lo único que hubiera resultado de provecho dado mi poco don de gentes y capacidad para hablar en público. Además, ¿de qué servía hablar con las zonas? Al menos, si acababa usando aquello no tendría que decir mucho.
—Cuando llame tu hermano, espero que todo esté preparado. Luego me iré y me quedaré en la sala de mandos, donde estaré probablemente toda la batalla e informaré si vuelve a contactar. No hago nada en primera línea excepto perder el tiempo.
Y arriesgar innecesariamente el cuello.
Luka Rooney
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Ante tu primera pregunta, el viejo no hace ningún gesto, parece estar pensando y finalmente tras unos segundos asiente con la cabeza. Parece que está de acuerdo con tu pequeño matiz. Kwerp hace lo propio, y manda a un par de subordinados a que avisen de tu propuesta.
La cosa cambia cuando subís. Tus improperios no son nada bien recibidos por parte de Kwerp, que te mira con ira, algo que no habías visto en él desde el principio. Parece que te has vuelto a pasar. El gyojin te observa y, cuando acabas, se dirige a tí.
- Claro, señor. A mí también me hubiera gustado tener una sala mejor, pero esta es la única en la que cabremos todos sin molestarnos entre nosotros. El resto o son más pequeñas, o tienen muros en medio, como las mazmorras -Kwerp silba y un hermano se acerca, dándote lo que pides-. Creo que no sabes a qué te estás enfrentando, pero por respeto a Pwero, seguiré confiando en tí. ¿Que si esto sale mal morimos todos? Es que eso es lo normal, idiota. No sabes lo que puede hacer la gente que está atacando la isla ahora mismo… Militarmente estamos a años luz, no podemos equipararnos ni en fuerza, ni en armas, ni en nada. Lo único que tenemos es el factor sorpresa, y con eso estoy jugando. Esta sala es la última en la que mirarán… Por eso no se lo esperarán. Sé cómo piensan, y creen que nos esconderemos en los lugares más lúgubres… Tampoco me parece bien sacrificar a un hermano, haciéndolo un blanco fácil e inamovible para cortar una cuerda. Es inútil.
El habitante del mar te mira de nuevo, suelta un bufido, intentando imitar tu resoplo.
- A veces tienes buenas ideas, pero esta no es una de ellas -comenta con un tono calmado-. No pienso hacer caso a ninguna de tus peticiones en esta ocasión. Si lo estimas oportuno, aún estás a tiempo de encargarte de mi trabajo.
Tienes la opción de elegir si quieres cargar con el peso estratégico o seguir confiando en Kwerp. Lo cierto es que tiene el respaldo de Pwero y parece hablar siempre con una seguridad que transmite confianza, pero puede que no sean suficientes valores como para otorgarle tal responsabilidad. Estás a tiempo de elegir.
Tras ello, hablas con el hermano que se encuentra fuera del barco. Acata tus órdenes sin rechistar, sube hasta la cubierta y, una vez ahí, escucha tus palabras. Cuando acabas, no pasan más de quince segundos y se vuelve a abrir la comunicación.
- ¡La ciudad arde! -comenta, haciendo una pausa quizá excesiva- Y… creo… creo que…
La comunicación se corta, no sin antes oír cómo algo corta el viento.
- Me dieron -dice el gyojin con una voz muy débil, tanto que os cuesta oírla-. Van hacia allí… Unos veinte, o treinta, o… No podéis hacer nada.
Parece que llega la hora de la verdad. Pwero recomienda no decir nada aún, hasta que acabas de hablar, entonces contesta y manda a tres gyojins a avisar a todo el mundo.
- La tripulación cuenta con unos ochenta o noventa miembros. Quitando los que estamos aquí, se quedará en unos cincuenta y algo. No sé a qué se habrán enfrentado, pero considero que deberíamos contar con que no tendrán muchas bajas. Siempre es mejor ponerse en el peor de los escenarios. Respecto al barco… Confía en el gyojin tiburón, él y los que se ha llevado podrán poner el barco en funcionamiento solos. Una vez se ponga en funcionamiento y esté en movimiento, es tarea de un par de nosotros, cualquiera podría, aunque recomiendo que sea gente cercana y con algo de experiencia. Alguien tendrá que contarles el plan si les queremos usar después… Yo diría que se viniese el tiburón únicamente.
- Mis hombres ya están listos, han cogido algún palo y cuerdas de las máquinas, pero volveré a preguntarles para estar listos -comenta Kwerp ante tus palabras-. Ya no queda nada.
- Esas habilidades serían de gran ayuda, pero me temo que nadie de los aquí presentes es capaz de jugar con explosivos.
Kwerp sale corriendo intentando organizar todo -siempre y cuando no le hayas desautorizado, sino, te tocará a tí-, y tras ello, Pwero vuelve a responderte.
- Esta es mi gente, y me debo a ella. Pelearé como cualquiera de ellos, aunque la edad pasa factura. Si he de morir, que sea aquí, y no en una lúgubre jaula llena de orín y tristeza. Creo que cometes un grave error quedándote aquí. Nadie te respetará… Pero es tu decisión. Si es lo que deseas, y dado que no nos ayudarás con nada más… Aquí tienes un panel con cuatro cámaras -comenta a la par que abre una pantalla en la sala de mandos-. La primera enfoca a la cubierta, la segunda a la primera sala de nuestro plan, la tercera al pasillo y la cuarta a la sala donde está la ballesta. Nuestros hermanos han reubicado las cámaras a los lugares donde más nos ayudarán, excepto la de la cubierta, esa ya estaba ahí. Si ves algo raro, avísanos. Suerte.
Pwero coge tu den den y habla pulsando el botón.
- Diez segundos para que lleguen a cubierta, chicos. Han sido años pensando en esta venganza, ¡A por ellos!
Y, tras sus palabras, el anciano sale corriendo hacia la puerta, cerrándola con llave después. Te has encerrado, con tu den den y una pantalla, mientras el resto de los gyojins que apenas te conocen lucharán por tu vida. Quizá sea buena idea rezar por su victoria, y más aún para que entiendan qué hacías encerrado mientras ellos arriesgaban sus vidas.
Ganéis o perdáis, tendrás que dar explicaciones.
La cosa cambia cuando subís. Tus improperios no son nada bien recibidos por parte de Kwerp, que te mira con ira, algo que no habías visto en él desde el principio. Parece que te has vuelto a pasar. El gyojin te observa y, cuando acabas, se dirige a tí.
- Claro, señor. A mí también me hubiera gustado tener una sala mejor, pero esta es la única en la que cabremos todos sin molestarnos entre nosotros. El resto o son más pequeñas, o tienen muros en medio, como las mazmorras -Kwerp silba y un hermano se acerca, dándote lo que pides-. Creo que no sabes a qué te estás enfrentando, pero por respeto a Pwero, seguiré confiando en tí. ¿Que si esto sale mal morimos todos? Es que eso es lo normal, idiota. No sabes lo que puede hacer la gente que está atacando la isla ahora mismo… Militarmente estamos a años luz, no podemos equipararnos ni en fuerza, ni en armas, ni en nada. Lo único que tenemos es el factor sorpresa, y con eso estoy jugando. Esta sala es la última en la que mirarán… Por eso no se lo esperarán. Sé cómo piensan, y creen que nos esconderemos en los lugares más lúgubres… Tampoco me parece bien sacrificar a un hermano, haciéndolo un blanco fácil e inamovible para cortar una cuerda. Es inútil.
El habitante del mar te mira de nuevo, suelta un bufido, intentando imitar tu resoplo.
- A veces tienes buenas ideas, pero esta no es una de ellas -comenta con un tono calmado-. No pienso hacer caso a ninguna de tus peticiones en esta ocasión. Si lo estimas oportuno, aún estás a tiempo de encargarte de mi trabajo.
Tienes la opción de elegir si quieres cargar con el peso estratégico o seguir confiando en Kwerp. Lo cierto es que tiene el respaldo de Pwero y parece hablar siempre con una seguridad que transmite confianza, pero puede que no sean suficientes valores como para otorgarle tal responsabilidad. Estás a tiempo de elegir.
Tras ello, hablas con el hermano que se encuentra fuera del barco. Acata tus órdenes sin rechistar, sube hasta la cubierta y, una vez ahí, escucha tus palabras. Cuando acabas, no pasan más de quince segundos y se vuelve a abrir la comunicación.
- ¡La ciudad arde! -comenta, haciendo una pausa quizá excesiva- Y… creo… creo que…
La comunicación se corta, no sin antes oír cómo algo corta el viento.
- Me dieron -dice el gyojin con una voz muy débil, tanto que os cuesta oírla-. Van hacia allí… Unos veinte, o treinta, o… No podéis hacer nada.
Parece que llega la hora de la verdad. Pwero recomienda no decir nada aún, hasta que acabas de hablar, entonces contesta y manda a tres gyojins a avisar a todo el mundo.
- La tripulación cuenta con unos ochenta o noventa miembros. Quitando los que estamos aquí, se quedará en unos cincuenta y algo. No sé a qué se habrán enfrentado, pero considero que deberíamos contar con que no tendrán muchas bajas. Siempre es mejor ponerse en el peor de los escenarios. Respecto al barco… Confía en el gyojin tiburón, él y los que se ha llevado podrán poner el barco en funcionamiento solos. Una vez se ponga en funcionamiento y esté en movimiento, es tarea de un par de nosotros, cualquiera podría, aunque recomiendo que sea gente cercana y con algo de experiencia. Alguien tendrá que contarles el plan si les queremos usar después… Yo diría que se viniese el tiburón únicamente.
- Mis hombres ya están listos, han cogido algún palo y cuerdas de las máquinas, pero volveré a preguntarles para estar listos -comenta Kwerp ante tus palabras-. Ya no queda nada.
- Esas habilidades serían de gran ayuda, pero me temo que nadie de los aquí presentes es capaz de jugar con explosivos.
Kwerp sale corriendo intentando organizar todo -siempre y cuando no le hayas desautorizado, sino, te tocará a tí-, y tras ello, Pwero vuelve a responderte.
- Esta es mi gente, y me debo a ella. Pelearé como cualquiera de ellos, aunque la edad pasa factura. Si he de morir, que sea aquí, y no en una lúgubre jaula llena de orín y tristeza. Creo que cometes un grave error quedándote aquí. Nadie te respetará… Pero es tu decisión. Si es lo que deseas, y dado que no nos ayudarás con nada más… Aquí tienes un panel con cuatro cámaras -comenta a la par que abre una pantalla en la sala de mandos-. La primera enfoca a la cubierta, la segunda a la primera sala de nuestro plan, la tercera al pasillo y la cuarta a la sala donde está la ballesta. Nuestros hermanos han reubicado las cámaras a los lugares donde más nos ayudarán, excepto la de la cubierta, esa ya estaba ahí. Si ves algo raro, avísanos. Suerte.
Pwero coge tu den den y habla pulsando el botón.
- Diez segundos para que lleguen a cubierta, chicos. Han sido años pensando en esta venganza, ¡A por ellos!
Y, tras sus palabras, el anciano sale corriendo hacia la puerta, cerrándola con llave después. Te has encerrado, con tu den den y una pantalla, mientras el resto de los gyojins que apenas te conocen lucharán por tu vida. Quizá sea buena idea rezar por su victoria, y más aún para que entiendan qué hacías encerrado mientras ellos arriesgaban sus vidas.
Ganéis o perdáis, tendrás que dar explicaciones.
Kaito Takumi
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Que tanto Kwerp como Pwero estuviesen conformes con los cambios para la primera fase del plan fue un alivio, pero desgraciadamente aquella sensación no duró mucho. Mis palabras fueron como retorcidas dagas que se clavaron en los puntos débiles de aquel plan de mierda, y en vez de decidir reforzar aquellas flaquezas, Kwerp retrocedió y gruñó con su orgullo herido. Era demasiado idiota como para ver que mi tono y desconsideración no iban destinadas a herirle a él, sino a sus estúpidas decisiones y a su estúpida insistencia por luchar. Deberíamos habernos ido de ahí, huyendo vilmente para dejar todo atrás. ¿Qué importaban estas gentes y su causa si no podíamos salir con vida? ¡Si yo no podía salir con vida! ¡Maldita sea mi curiosidad y las preguntas que seguían atándome a aquellos idiotas!
—Inútil… tsk.—repetí con ironía tras el pulpo, pero me mordí la lengua antes de seguir. Inútil era el maldito pepino y él por no usarlo para lo único que podría servirnos.
Entonces todo pasó demasiado rápido. Ya no teníamos explorador, ni manera de saber qué ni cuántos demonios se nos acercaban verdaderamente por la mar. Y había algo que no terminaba de encajar. Ese siseo… ese zumbido antes del corte en la comunicación… No tenía sentido. Fruncí el ceño sin pararme a lamentar la muerte del único hijo del mar que me había hecho caso del todo en aquella jodida jornada.
—¿Y cargar yo con la culpa de tu desaguisado? Paso —respondí sin siquiera mirarle mientras continuaba con sus explicaciones.
¿Qué iba mal? Escuché sus explicaciones exprimiendo cada detalle de la información contenida, pero la sensación de que algo se me escapaba seguía ahí, zumbando como una molesta conclusión que no terminaba de plasmarse. Agité lentamente la lata llena de vinagre que me habían dado lamentando que no fuese de puro veneno.
Gruñí una inteligible respuesta que pretendía ser un “No, si te parece mando a los cadáveres andantes para que ayuden”. Tras eso, marché con el anciano hacia la sala de mandos mientras el pulpo se encargaba de su parte del plan. El enano me explicó por el camino la decisión estúpida y honorable que había tomado, y mientras lo hacía llegué a una conclusión.
No podían ser gyojines. Eran humanos. Unos demasiado especiales. Unos monstruos. Porque si hubieran sido humanos normales, nuestro vigía habría visto el barco antes de morir, y no habría informado de su número. Y si había sido atacado por hijos del mar, habría dicho que volvían, y, sobretodo, aquella onda no se hubiera propagado por el aire, sino desde el agua, concluyendo al menos con un sonido de salpicón. ¿¡Pero qué clase de humanos podían moverse por el mar sin un barco?! ¿Acaso eran capaces de volar?
—Cuatro cámaras, claro —dije viendo como el viejo encendía alguno de los monitores de la oscura y angosta sala. Dejé la lata sobre la mesa auxiliar—, ¿pero por qué no más? Perdemos mucha información si no…
Cuando mi mano fue hacia el den-den para informar a la vanguardia de que debían usar su veneno, Pwero, tan pequeño como ágil, cogió el artilugio e hinchó el corazón de sus subordinados con un grito de guerra. Lanzó el artilugio, y lo cogí tras un par de manotazos en el aire. ¿Había dicho diez años? Había esperado diez años. Entonces me quedó claro que mi suposición había sido correcta, pero que esta se quedaba corta…
Ahí entraban los revolucionarios y ese tal Rob que habían mentado al principio de todo. Iban en contra del Gobierno Mundial, la institución más extendida y poderosa de todo el mundo… y todo por una venganza. Y ahora tendríamos que enfrentarnos a un cuerpo de élite del que no sabía nada más que su misión: Matarnos a todos. Tenía que salir de allí, pero ya.
Corrí hacia la puerta, mas aquel rápido duendecillo me llevaba más de dos metros de ventaja, y de un salto se enganchó al pomo y cerró mi única salida con llave. A pesar de todo continué con la carrera y reboté contra la firme y reforzada madera dando un pequeño grito de dolor.
—¡Hijo de puta! ¡Maldito viejo pellejo! ¡Déjame salir! —Aporreé la puerta, pero su correteo ya apenas se oía… y el tiempo se acababa.
Tenía siete segundos para actuar y solo una opción para cumplir el único propósito que verdaderamente importaba. Cogí el caracolófono mecánico que Pwero había abandonado en su carrera y pulsé lo más rápidamente posible el código bajo la desagradable luz de las pantallas: “111”. Entonces me congelé a pesar de la gravedad del momento y de que sabía qué debía decir. Malgasté dos segundos en un largo y grave “Eeh” y tragué saliva.
—Humanos… son… humanos —Dos segundos—. En…venénalos.
Colgué. No podía arriesgarme a que el enemigo me oyera. Confiaba en la profecía y los instintos del anciano, al fin y al cabo, había planeado todo esto; o al menos la mayor parte. Mientras miraba las pantallas intentando buscar a los enemigos que no tardarían en aparecer en los primeros paneles, presioné el segundo código para hablar con la sala en la que acababa de entrar el pequeño gendarme de estrafalaria chaqueta. Justo cuando apareciesen los enemigos, y solo si estos no pertenecían a Los hijos de la Tormenta, daría el mensaje.
—Ne… necesitamos a… a… al niño este… Que se llamaba…—¡¿Qué importaba el nombre en ese momento?!—. La quisquilla. Si… si está encerrado –Había demasiados en aquel enorme cuarto como para pararme a contarlos, y menos cuando sentía que hacerlo solo reafirmaría mi nerviosismo—. Ehmm… Porque golpes… y… si no.... morís… Mucho enemigo suelto, muy, muy fuertes.
Aunque creía que mis razonamientos eran correctos, existía la posibilidad de que los que volvían fuesen los seguidores de Bjorr. De ser así, dudaba que el pulpo de anillos azules se decidiese a luchar si utilizaba su veneno, convirtiendo la primera “criba” en algo bastante más inútil de lo que ya era. En cambio, si eran humanos, el factor de la toxina jugaría muy a nuestro favor. Siempre que Kwerp acatase mi consejo, claro, algo muy improbable tras mis comentarios a su trabajo –o más bien su respuesta hacia estos. Pero aquello dependía ya de él, y no podía hacer más ni contactar con aquella zona a riesgo de acabar con el ataque sorpresa.
El segundo mensaje estaba condicionado por lo que encontrara en la pantalla de cubierta. Si eran humanos, avisar a Pnem para que estuviese listo para el combate, o para que lo sacaran de su hipotético re-encierro en las mazmorras, era algo esencial. Cada soldado contaba, y más uno tan poderoso como él, para cumplir aquella importante misión. Por otro lado, si debíamos enfrentarnos a otros hijos del mar, el que siguiese donde quiera que Knep lo hubiese metido para que no molestase estaba bien y no hacía falta que hablase con la sala.
Permanecí atento a los monitores, pendiente de cada cambio en las imágenes contenidas en ellos. Entonces, justo antes de la calma que precedía a la terrible tormenta que debíamos enfrentar, germinó una idea. Pulsé el código de la segunda sala, esta vez para dar un mensaje muy importante y que no dependía de ningún posible escenario.
—¿Eh... Esto… número de… Tibutonto?
No iba a ponerme a probar números como un idiota para buscarle en cada zona y arriesgarme a que el enemigo me oyese por megafonía. Pero lo que sí intenté, y con cuidado de poner a buen resguardo la lata lejos de cualquier aparatejo eléctrico, fue imitar los gestos que había hecho Pwero con la estación para intentar encender algún otro compendio de pantallas que pudiese darme más información. Tenía muchas hipótesis sobre los enemigos que se acercaban, y quería tener toda la información a mi disposición para desmentirlas o corroborarlas.
—Deben de haber rastreado al explorador por alguna señal de radio… O quizás ya estaban esperando en los restos flotantes… No entrarán solo por un lado.
—Inútil… tsk.—repetí con ironía tras el pulpo, pero me mordí la lengua antes de seguir. Inútil era el maldito pepino y él por no usarlo para lo único que podría servirnos.
Entonces todo pasó demasiado rápido. Ya no teníamos explorador, ni manera de saber qué ni cuántos demonios se nos acercaban verdaderamente por la mar. Y había algo que no terminaba de encajar. Ese siseo… ese zumbido antes del corte en la comunicación… No tenía sentido. Fruncí el ceño sin pararme a lamentar la muerte del único hijo del mar que me había hecho caso del todo en aquella jodida jornada.
—¿Y cargar yo con la culpa de tu desaguisado? Paso —respondí sin siquiera mirarle mientras continuaba con sus explicaciones.
¿Qué iba mal? Escuché sus explicaciones exprimiendo cada detalle de la información contenida, pero la sensación de que algo se me escapaba seguía ahí, zumbando como una molesta conclusión que no terminaba de plasmarse. Agité lentamente la lata llena de vinagre que me habían dado lamentando que no fuese de puro veneno.
Gruñí una inteligible respuesta que pretendía ser un “No, si te parece mando a los cadáveres andantes para que ayuden”. Tras eso, marché con el anciano hacia la sala de mandos mientras el pulpo se encargaba de su parte del plan. El enano me explicó por el camino la decisión estúpida y honorable que había tomado, y mientras lo hacía llegué a una conclusión.
No podían ser gyojines. Eran humanos. Unos demasiado especiales. Unos monstruos. Porque si hubieran sido humanos normales, nuestro vigía habría visto el barco antes de morir, y no habría informado de su número. Y si había sido atacado por hijos del mar, habría dicho que volvían, y, sobretodo, aquella onda no se hubiera propagado por el aire, sino desde el agua, concluyendo al menos con un sonido de salpicón. ¿¡Pero qué clase de humanos podían moverse por el mar sin un barco?! ¿Acaso eran capaces de volar?
—Cuatro cámaras, claro —dije viendo como el viejo encendía alguno de los monitores de la oscura y angosta sala. Dejé la lata sobre la mesa auxiliar—, ¿pero por qué no más? Perdemos mucha información si no…
Cuando mi mano fue hacia el den-den para informar a la vanguardia de que debían usar su veneno, Pwero, tan pequeño como ágil, cogió el artilugio e hinchó el corazón de sus subordinados con un grito de guerra. Lanzó el artilugio, y lo cogí tras un par de manotazos en el aire. ¿Había dicho diez años? Había esperado diez años. Entonces me quedó claro que mi suposición había sido correcta, pero que esta se quedaba corta…
Ahí entraban los revolucionarios y ese tal Rob que habían mentado al principio de todo. Iban en contra del Gobierno Mundial, la institución más extendida y poderosa de todo el mundo… y todo por una venganza. Y ahora tendríamos que enfrentarnos a un cuerpo de élite del que no sabía nada más que su misión: Matarnos a todos. Tenía que salir de allí, pero ya.
Corrí hacia la puerta, mas aquel rápido duendecillo me llevaba más de dos metros de ventaja, y de un salto se enganchó al pomo y cerró mi única salida con llave. A pesar de todo continué con la carrera y reboté contra la firme y reforzada madera dando un pequeño grito de dolor.
—¡Hijo de puta! ¡Maldito viejo pellejo! ¡Déjame salir! —Aporreé la puerta, pero su correteo ya apenas se oía… y el tiempo se acababa.
Tenía siete segundos para actuar y solo una opción para cumplir el único propósito que verdaderamente importaba. Cogí el caracolófono mecánico que Pwero había abandonado en su carrera y pulsé lo más rápidamente posible el código bajo la desagradable luz de las pantallas: “111”. Entonces me congelé a pesar de la gravedad del momento y de que sabía qué debía decir. Malgasté dos segundos en un largo y grave “Eeh” y tragué saliva.
—Humanos… son… humanos —Dos segundos—. En…venénalos.
Colgué. No podía arriesgarme a que el enemigo me oyera. Confiaba en la profecía y los instintos del anciano, al fin y al cabo, había planeado todo esto; o al menos la mayor parte. Mientras miraba las pantallas intentando buscar a los enemigos que no tardarían en aparecer en los primeros paneles, presioné el segundo código para hablar con la sala en la que acababa de entrar el pequeño gendarme de estrafalaria chaqueta. Justo cuando apareciesen los enemigos, y solo si estos no pertenecían a Los hijos de la Tormenta, daría el mensaje.
—Ne… necesitamos a… a… al niño este… Que se llamaba…—¡¿Qué importaba el nombre en ese momento?!—. La quisquilla. Si… si está encerrado –Había demasiados en aquel enorme cuarto como para pararme a contarlos, y menos cuando sentía que hacerlo solo reafirmaría mi nerviosismo—. Ehmm… Porque golpes… y… si no.... morís… Mucho enemigo suelto, muy, muy fuertes.
Aunque creía que mis razonamientos eran correctos, existía la posibilidad de que los que volvían fuesen los seguidores de Bjorr. De ser así, dudaba que el pulpo de anillos azules se decidiese a luchar si utilizaba su veneno, convirtiendo la primera “criba” en algo bastante más inútil de lo que ya era. En cambio, si eran humanos, el factor de la toxina jugaría muy a nuestro favor. Siempre que Kwerp acatase mi consejo, claro, algo muy improbable tras mis comentarios a su trabajo –o más bien su respuesta hacia estos. Pero aquello dependía ya de él, y no podía hacer más ni contactar con aquella zona a riesgo de acabar con el ataque sorpresa.
El segundo mensaje estaba condicionado por lo que encontrara en la pantalla de cubierta. Si eran humanos, avisar a Pnem para que estuviese listo para el combate, o para que lo sacaran de su hipotético re-encierro en las mazmorras, era algo esencial. Cada soldado contaba, y más uno tan poderoso como él, para cumplir aquella importante misión. Por otro lado, si debíamos enfrentarnos a otros hijos del mar, el que siguiese donde quiera que Knep lo hubiese metido para que no molestase estaba bien y no hacía falta que hablase con la sala.
Permanecí atento a los monitores, pendiente de cada cambio en las imágenes contenidas en ellos. Entonces, justo antes de la calma que precedía a la terrible tormenta que debíamos enfrentar, germinó una idea. Pulsé el código de la segunda sala, esta vez para dar un mensaje muy importante y que no dependía de ningún posible escenario.
—¿Eh... Esto… número de… Tibutonto?
No iba a ponerme a probar números como un idiota para buscarle en cada zona y arriesgarme a que el enemigo me oyese por megafonía. Pero lo que sí intenté, y con cuidado de poner a buen resguardo la lata lejos de cualquier aparatejo eléctrico, fue imitar los gestos que había hecho Pwero con la estación para intentar encender algún otro compendio de pantallas que pudiese darme más información. Tenía muchas hipótesis sobre los enemigos que se acercaban, y quería tener toda la información a mi disposición para desmentirlas o corroborarlas.
—Deben de haber rastreado al explorador por alguna señal de radio… O quizás ya estaban esperando en los restos flotantes… No entrarán solo por un lado.
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El viejo te mira y suspira. Le haces una pregunta que parece entender como estúpida, al menos eso puedes juzgar a raíz de su rostro.
- Ya te dije que ya estaban instaladas, no hemos tenido tiempo de poner ninguna más… No creo que nadie pensara en quedarse ahí dentro. Ya sabes, el honor y eso -finaliza clavando su mirada en la tuya.
El tiempo transcurre, y una vez Pwero se ha marchado y estás solo, poco más puedes hacer que ojear las cámaras. En una de ellas, la que cubre la parte superior del barco, empiezas a ver enemigos llegar. Lo hacen justo después de que asumas que son humanos, y afortunadamente para ti, el mensaje acaba llegando a los gyojins, que te hacen gestos mirando a cámara. Aunque… espera. ¿Eso son escamas? Y ese de ahí… ¿No era el gyojin que te había cogido?
Ah, pues no. No se parece tanto si lo ves de cerca. Tienes un mando a la derecha de cada pantalla para mover la cámara y aplicar un zoom (de x3 máximo), quizá si la acercas te puedes dar cuenta que gyojins no son. ¿Y humanos? Pues puede ser, la verdad es que van bien cubiertos por unos extraños trajes que no dejan nada a la vista. Todos son iguales, aunque los hay de varios colores. Parece una tela impermeable a juzgar por la cantidad de agua que cae cuando llegan a cubierta. Y luce bastante liviana, todos se mueven con soltura. Puede que también sea resistente, pero eso no lo podrás comprobar tú. Al menos por ahora. Ah, y los seres que os quieren hacer pupa llevan un casco que parece bastante duro, además, tiene a su vez una especie de cristal que puedes llegar a suponer que utilizan para ver.
Todos los gyojins están preparados y escondidos, y la pelea está tan próxima que parecen ignorar la parte en la que pides a la quisquilla. Igual deberías haber pensado en ello antes. Aunque hay uno que parece responderte a la parte en la que pides el número del Gyojin tiburón. Usando los dedos de la manera más intuitiva posible, te marca un 3, seguido de un 2 y finalmente un 5. Ya podían seguir alguna relación los números.
A través de las cámaras observas como algunos enemigos inspeccionan la parte superior del barco. Mientras tanto, otros bajan, pero no parecen ser conscientes de la que les espera.
El primer grupo que baja es de unos diez o doce hombres. Bajan un poco desorientados, y ante la poca luz que hay, usan unas linternas de mano. Caminan unos segundos, hasta que Kwerp da la señal y los gyojins del primer grupo se abalanzan sobre los enemigos.
Puedes ver puñetazos, patadas, cortes, llaves… Todos los golpes dados con rabia y con mala intención. Durante un primer instante los gyojins parecen ganar por goleada. Ves algún casco caer, y efectivamente puedes confirmar que los enemigos son humanos. Sin embargo… Es un poco extraño que nadie más baje a ayudar. Tras un par de minutos, los gyojins terminan de reducir a todos los humanos, un total de diez. Si te fijas, podrás observar que hay dos gyojins que han perdido la vida, aunque no los reconoces porque no llegaste a entablar conversación directa con ninguno de ellos. El resto parecen lesionados, algunos de mayor gravedad que otros, pero todos pueden continuar. La mayoría miran a la cámara a la par que alzan el pulgar.
Sin embargo… hay algo que se os ha pasado. Una parte del plan -de mierda, como tú dirías- se va al garete. Y es que, los humanos están tunelando la cubierta del barco, justo en la dirección que menos te gustará escuchar. La sala 2. ¿Por qué justo ahí? ¿Acaso sabían dónde estábais?
No llegas a ver cómo han traído semejante máquina al barco -una taladradora con broca de un metro y medio de grosor-, pero poco importa eso ahora. Tienes exactamente seis segundos para hacer algo antes de que el resto de humanos se antepongan a vuestro plan.
Tic, tac, tic, tac.
Por cierto, ¿qué hace la quisquilla en el centro de la sala 2?
- Ya te dije que ya estaban instaladas, no hemos tenido tiempo de poner ninguna más… No creo que nadie pensara en quedarse ahí dentro. Ya sabes, el honor y eso -finaliza clavando su mirada en la tuya.
El tiempo transcurre, y una vez Pwero se ha marchado y estás solo, poco más puedes hacer que ojear las cámaras. En una de ellas, la que cubre la parte superior del barco, empiezas a ver enemigos llegar. Lo hacen justo después de que asumas que son humanos, y afortunadamente para ti, el mensaje acaba llegando a los gyojins, que te hacen gestos mirando a cámara. Aunque… espera. ¿Eso son escamas? Y ese de ahí… ¿No era el gyojin que te había cogido?
Ah, pues no. No se parece tanto si lo ves de cerca. Tienes un mando a la derecha de cada pantalla para mover la cámara y aplicar un zoom (de x3 máximo), quizá si la acercas te puedes dar cuenta que gyojins no son. ¿Y humanos? Pues puede ser, la verdad es que van bien cubiertos por unos extraños trajes que no dejan nada a la vista. Todos son iguales, aunque los hay de varios colores. Parece una tela impermeable a juzgar por la cantidad de agua que cae cuando llegan a cubierta. Y luce bastante liviana, todos se mueven con soltura. Puede que también sea resistente, pero eso no lo podrás comprobar tú. Al menos por ahora. Ah, y los seres que os quieren hacer pupa llevan un casco que parece bastante duro, además, tiene a su vez una especie de cristal que puedes llegar a suponer que utilizan para ver.
Todos los gyojins están preparados y escondidos, y la pelea está tan próxima que parecen ignorar la parte en la que pides a la quisquilla. Igual deberías haber pensado en ello antes. Aunque hay uno que parece responderte a la parte en la que pides el número del Gyojin tiburón. Usando los dedos de la manera más intuitiva posible, te marca un 3, seguido de un 2 y finalmente un 5. Ya podían seguir alguna relación los números.
A través de las cámaras observas como algunos enemigos inspeccionan la parte superior del barco. Mientras tanto, otros bajan, pero no parecen ser conscientes de la que les espera.
El primer grupo que baja es de unos diez o doce hombres. Bajan un poco desorientados, y ante la poca luz que hay, usan unas linternas de mano. Caminan unos segundos, hasta que Kwerp da la señal y los gyojins del primer grupo se abalanzan sobre los enemigos.
Puedes ver puñetazos, patadas, cortes, llaves… Todos los golpes dados con rabia y con mala intención. Durante un primer instante los gyojins parecen ganar por goleada. Ves algún casco caer, y efectivamente puedes confirmar que los enemigos son humanos. Sin embargo… Es un poco extraño que nadie más baje a ayudar. Tras un par de minutos, los gyojins terminan de reducir a todos los humanos, un total de diez. Si te fijas, podrás observar que hay dos gyojins que han perdido la vida, aunque no los reconoces porque no llegaste a entablar conversación directa con ninguno de ellos. El resto parecen lesionados, algunos de mayor gravedad que otros, pero todos pueden continuar. La mayoría miran a la cámara a la par que alzan el pulgar.
Sin embargo… hay algo que se os ha pasado. Una parte del plan -de mierda, como tú dirías- se va al garete. Y es que, los humanos están tunelando la cubierta del barco, justo en la dirección que menos te gustará escuchar. La sala 2. ¿Por qué justo ahí? ¿Acaso sabían dónde estábais?
No llegas a ver cómo han traído semejante máquina al barco -una taladradora con broca de un metro y medio de grosor-, pero poco importa eso ahora. Tienes exactamente seis segundos para hacer algo antes de que el resto de humanos se antepongan a vuestro plan.
Tic, tac, tic, tac.
Por cierto, ¿qué hace la quisquilla en el centro de la sala 2?
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Imitar al anciano para encender más monitores no tuvo resultado, pero de tanto toquetear aquellos aparatos descubrí un par de funcionalidades extra de las cámaras que iban a venirme de perlas para cumplir mi labor. Decidí no mover demasiado evidentemente la de cubierta para ver a aquellas figuras que habían abordado la nave, no fuese a ser que los movimientos la cámara en sí fueran detectados.
Ladeé la cabeza al ver a aquellos humanoides extrañamente uniformados que se movían con la precisión de un entrenado enjambre. Todos tenían ropajes similares, plásticos y brillantes de la humedad que se arrastraba hasta el suelo de madera, pero las variaciones en sus patrones de color parecían asignarles una desconocida función. Eran veintitantos, la mayoría vistiendo monos y escafandras negros, pero había cuatro colores más en aquella peligrosa paleta: rojo, azul, amarillo y blanco.
Mi vista pasó de monitor en monitor mientras balbuceaba para repartir la apropiada atención y los mensajes en las cámaras que podía vigilar. Analicé los gestos, la situación y el estilo de combate de la decena de pobres desgraciados que se habían enfrentado a los ocho hijos del mar, y aunque el ataque furtivo tuvo éxito, la cosa no pintaba nada bien. Dos de nuestros soldados habían caído a pesar de la ventaja táctica y de raza, y lo peor de todo es que el resto no habían salido todo lo bien parados que mostraba su entusiasmado pulgar hacia la cámara. Supuse las razones, pero no malgasté tiempo verbalizarlas y me quedé solo con la idea y el mal presentimiento que se agolpaba en mi nuca.
—Te-te-techo —dije tras pulsar rápidamente la combinación “222”. Esperaba que aquel tartamudeo fuese suficiente para contrarrestar el taladro de asedio. Pwero debía ser lo suficientemente listo como para traducírselo a sus hombres.
No me paré a apreciar la ironía de que el único que contestase a mi petición fuese el patético pepino de mar, y contacté inmediatamente con el área del tiburón sin nombre. Permanecí en silencio unos segundos, pero esta vez no era por ningún tipo de nerviosismo; cuatro personas no eran una multitud. Pensé… Al fin y al cabo, ¿qué beneficios traería su presencia en el campo de combate comparada con su verdadera función? No, no debía mandarle directamente allí.
—Una vez pongas en marcha el barco, sal de la sala y séllala para que tus hombres continúen sin ningún problema. Pero antes escucha todo lo que tengo que decir. Todo. En cubierta hay unos quince miembros de élite humana, altamente peligrosos, por las heridas de nuestros hombres y su estado —Eché un vistazo adicional a los cuerpos de los caídos, sin heridas visibles en aquella resolución—, dudo que ataquen solo por potencia física. El plástico no solo es impermeable, también aísla de la electricidad —Que iba muy de la mano con sus linternas y la ingeniería necesaria para sus trajes y el trompo—, así que usa madera o ataque no físico para matarles. Sus trajes probablemente les ofrezcan protección, pero al estar adaptados a sus cuerpos y a la movilidad deben sacrificarla en las articulaciones. No se giran para mirar, pero la escafandra de la cabeza no parece totalmente fija; parte cuellos hacia atrás o delante, no hacia los lados. Si hay zonas accesibles desde mar al barco además de cubierta, pasa por allí como tú ya sabes y limpia antes de… —Suspiré, no era buena idea lo que tenía planeado decir, así que lo cambié—. Ir a ayudar a tus compañeros. Resumo: Barco, cierra y sella, madera o distancia para electricidad, rompe las articulaciones, repasa si hay infiltrados en zonas accesibles desde el mar que no sean cubierta, ayuda.
Colgué y volví a suspirar. Si tan solo pudiera comunicarme así de fácil con aquella panda de inútiles al cargo de Pwero y Kwerp, podría hacer algo más que limitarme a mirar y soltar cortos enigmas que tendrían que interpretar correctamente... Y si no estuviese encerrado podría haberme ido, aunque probablemente el estarlo tras aquel pedazo de puerta era la opción más segura. Nuestros enemigos sabían demasiado, y las conjeturas de cómo habían conseguido aquel conocimiento me ponían en un muy mal lugar.
En un principio había pensado, y me había asustado al hacerlo, que aquel niñato pajero y su traición ignota nos había puesto en aquella situación, pero saber que nos enfrentábamos a humanos desmantelaba bastante dicha hipótesis. Aparte de esto, el anciano sabía antes que nadie a quiénes íbamos a enfrentarnos y en cuántos segundos llegarían, pero que tuviese que alertarle de que iban a entrar por el techo significaba que aquella experta milicia había encontrado alguna forma de sortear su instinto sobre las corrientes del mundo… algo tremendamente interesante para un cuerpo de infiltración y asalto y sumamente peligroso para todos nosotros. Pero no habían sido capaces de prever la primera trampa, y sumábamos eso al nivel tecnológico del que hacían gala, todo apuntaba a que habían rastreado de alguna manera la posición relativa de las comunicaciones a partir del den-den mecánico del explorador caído, triangulando el lugar desde el que hablé con él para utilizarlo como punto de “excavación”. Saber, o más bien teorizar, que el instinto de aquellos humanos no era lo suficientemente elevado como para detectar las presencias a través de la madera o la oscuridad era reconfortante, pero conocer que sus artilugios podían estar ya calibrados para determinar mi posición me… asustaba. Estaba atrapado, y mi propio encierro era lo único que podía separarme de una muerte más que segura.
Deseaba desaparecer. Deseaba ser uno con las sombras que me abrazaban en aquella sala sólo iluminada por el desagradable brillo catódico. Deseaba no arrepentirme de no decirle a Tibutonto que fuese a abrirme para huir de allí. Deseaba que aquella sensación de hormigueo que recorría cada centímetro de mi piel desapareciese. Y entonces recordé… Recordé el abismo. Recordé que desear algo no llevaba a nada.
Esperé. Esperé porque en aquella situación no había montaña que escalar, ni monstruos de los que huir ni enfrentar, ni oscuras aguas en las que ahogarse, ni nada más útil que hacer que permanecer atento a las deliciosas oportunidades que se pusiesen a mi alcance. Así cazaba un pulpo.
Ladeé la cabeza al ver a aquellos humanoides extrañamente uniformados que se movían con la precisión de un entrenado enjambre. Todos tenían ropajes similares, plásticos y brillantes de la humedad que se arrastraba hasta el suelo de madera, pero las variaciones en sus patrones de color parecían asignarles una desconocida función. Eran veintitantos, la mayoría vistiendo monos y escafandras negros, pero había cuatro colores más en aquella peligrosa paleta: rojo, azul, amarillo y blanco.
Mi vista pasó de monitor en monitor mientras balbuceaba para repartir la apropiada atención y los mensajes en las cámaras que podía vigilar. Analicé los gestos, la situación y el estilo de combate de la decena de pobres desgraciados que se habían enfrentado a los ocho hijos del mar, y aunque el ataque furtivo tuvo éxito, la cosa no pintaba nada bien. Dos de nuestros soldados habían caído a pesar de la ventaja táctica y de raza, y lo peor de todo es que el resto no habían salido todo lo bien parados que mostraba su entusiasmado pulgar hacia la cámara. Supuse las razones, pero no malgasté tiempo verbalizarlas y me quedé solo con la idea y el mal presentimiento que se agolpaba en mi nuca.
—Te-te-techo —dije tras pulsar rápidamente la combinación “222”. Esperaba que aquel tartamudeo fuese suficiente para contrarrestar el taladro de asedio. Pwero debía ser lo suficientemente listo como para traducírselo a sus hombres.
No me paré a apreciar la ironía de que el único que contestase a mi petición fuese el patético pepino de mar, y contacté inmediatamente con el área del tiburón sin nombre. Permanecí en silencio unos segundos, pero esta vez no era por ningún tipo de nerviosismo; cuatro personas no eran una multitud. Pensé… Al fin y al cabo, ¿qué beneficios traería su presencia en el campo de combate comparada con su verdadera función? No, no debía mandarle directamente allí.
—Una vez pongas en marcha el barco, sal de la sala y séllala para que tus hombres continúen sin ningún problema. Pero antes escucha todo lo que tengo que decir. Todo. En cubierta hay unos quince miembros de élite humana, altamente peligrosos, por las heridas de nuestros hombres y su estado —Eché un vistazo adicional a los cuerpos de los caídos, sin heridas visibles en aquella resolución—, dudo que ataquen solo por potencia física. El plástico no solo es impermeable, también aísla de la electricidad —Que iba muy de la mano con sus linternas y la ingeniería necesaria para sus trajes y el trompo—, así que usa madera o ataque no físico para matarles. Sus trajes probablemente les ofrezcan protección, pero al estar adaptados a sus cuerpos y a la movilidad deben sacrificarla en las articulaciones. No se giran para mirar, pero la escafandra de la cabeza no parece totalmente fija; parte cuellos hacia atrás o delante, no hacia los lados. Si hay zonas accesibles desde mar al barco además de cubierta, pasa por allí como tú ya sabes y limpia antes de… —Suspiré, no era buena idea lo que tenía planeado decir, así que lo cambié—. Ir a ayudar a tus compañeros. Resumo: Barco, cierra y sella, madera o distancia para electricidad, rompe las articulaciones, repasa si hay infiltrados en zonas accesibles desde el mar que no sean cubierta, ayuda.
Colgué y volví a suspirar. Si tan solo pudiera comunicarme así de fácil con aquella panda de inútiles al cargo de Pwero y Kwerp, podría hacer algo más que limitarme a mirar y soltar cortos enigmas que tendrían que interpretar correctamente... Y si no estuviese encerrado podría haberme ido, aunque probablemente el estarlo tras aquel pedazo de puerta era la opción más segura. Nuestros enemigos sabían demasiado, y las conjeturas de cómo habían conseguido aquel conocimiento me ponían en un muy mal lugar.
En un principio había pensado, y me había asustado al hacerlo, que aquel niñato pajero y su traición ignota nos había puesto en aquella situación, pero saber que nos enfrentábamos a humanos desmantelaba bastante dicha hipótesis. Aparte de esto, el anciano sabía antes que nadie a quiénes íbamos a enfrentarnos y en cuántos segundos llegarían, pero que tuviese que alertarle de que iban a entrar por el techo significaba que aquella experta milicia había encontrado alguna forma de sortear su instinto sobre las corrientes del mundo… algo tremendamente interesante para un cuerpo de infiltración y asalto y sumamente peligroso para todos nosotros. Pero no habían sido capaces de prever la primera trampa, y sumábamos eso al nivel tecnológico del que hacían gala, todo apuntaba a que habían rastreado de alguna manera la posición relativa de las comunicaciones a partir del den-den mecánico del explorador caído, triangulando el lugar desde el que hablé con él para utilizarlo como punto de “excavación”. Saber, o más bien teorizar, que el instinto de aquellos humanos no era lo suficientemente elevado como para detectar las presencias a través de la madera o la oscuridad era reconfortante, pero conocer que sus artilugios podían estar ya calibrados para determinar mi posición me… asustaba. Estaba atrapado, y mi propio encierro era lo único que podía separarme de una muerte más que segura.
Deseaba desaparecer. Deseaba ser uno con las sombras que me abrazaban en aquella sala sólo iluminada por el desagradable brillo catódico. Deseaba no arrepentirme de no decirle a Tibutonto que fuese a abrirme para huir de allí. Deseaba que aquella sensación de hormigueo que recorría cada centímetro de mi piel desapareciese. Y entonces recordé… Recordé el abismo. Recordé que desear algo no llevaba a nada.
Esperé. Esperé porque en aquella situación no había montaña que escalar, ni monstruos de los que huir ni enfrentar, ni oscuras aguas en las que ahogarse, ni nada más útil que hacer que permanecer atento a las deliciosas oportunidades que se pusiesen a mi alcance. Así cazaba un pulpo.
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Pwero escucha tu palabra, se toma un par de segundos y mira hacia el techo. Parece bloqueado, como si algo no hubiera salido tal y como pensaba, como si hubiera visto un fantasma. Parece como si tuviese todo calculado al detalle y se hubiera jodido en el último momento. Como la fragilidad de un castillo de arena, su plan acaba de sucumbir ante una imponente ola de viento.
Pero allí también está Kwerp, y es gracias a su rapidez que la gente parece moverse. Se pone en la posición de Pwero y lo desplaza hasta otro gyojin, que es quien lo aleja de la escena. Ordena a todos formar un círculo alrededor de donde cree que está el taladro. Ágilmente se desplaza hasta el gyojin tirador, y le ordena apuntar a un sitio en concreto. Parece serio, incluso podrías pensar que le está echando una bronca. Pero no, le está confiando una gran parte de la vida de los que le rodean, y simplemente le está dando la importancia que merece. Entonces, se acerca al epicentro del círculo formado por gyojins, y espera un par de segundos.
El tiburón cierra tu discurso con un seco “ok”, que quizá te sepa a poco. Da unas instrucciones a sus hermanos, les desea suerte y sale de la sala, sellando la puerta con gran rapidez. Al cabo de unos segundos, el tiburón se encuentra en la sala 2, y va directo a hablar con Pwero. No puedes oír lo que dicen, pero por sus gestos, parece que está trasmitiendo tus consejos sobre él, ya que el viejo se gira y dice lo mismo al resto de gyojins.
Y… el taladro hace un primer intento por taladrar la cubierta. El sonido llega hasta tus oidos a pesar de la distancia, y viene acompañado por una fuerte vibración que se da en casi todo el barco. Ves como Kwerp hace una señal y… La ballesta dispara un arpón que atraviesa la madera. Si eres lo suficientemente ágil, podrás ver a través de la cámara que cubre la cubierta que el arpón perfora el cuerpo de dos de los humanos, a los cuales pilla desprevenidos. Además, el taladro recibe parte del impacto del arpón, y se desplaza ligeramente, haciendo que el primer intento quede en balde, ya que ahora hay que taladrar la madera de 0. El factor sorpresa de los humanos se ha ido a la mierda, y parecen reorganizarse de nuevo, ¿qué intentarán? Parece que a tus aliados les da igual, se encargan de coger tablones de madera caídos sobre la sala para atacar con ellos. ¿Será buena idea?
Desafortunadamente para tí, no tendrás tiempo de ver qué intentan o de brindarles alguna ayuda. Una pequeña explosión justo encima de tí te hace sobresaltarte. Hay un boquete de unos 50 centímetros de diámetro en el techo. ¿Cómo…? No te dará tiempo a pensar mucho, dos segundos después de ver el boquete, un humano salta, agrandando el diámetro del agujero a su paso.
El ser mide unos dos metros, es de complexión fuerte -o eso llegas a juzgar, tampoco le puedes ver bien con el traje-, y se encuentra a sesenta centímetros de ti. Empieza a hablar con lo que parece ser su jefe, aunque puede que sea un compañero.
- Nos han estado viendo en todo momento, tienen una sala de control atrás. Yo me encargo del que hay aquí. El grupo 1 ha caído -comenta a la par que mira las pantallas-, y los culpables se están moviendo hacia el resto. Plan 2b, que baje Pe y libere a los soldados, no podrán cubrir dos flancos. Ah, y tienen una puta ballesta, encargaos de eso. Si no os hablo en un minuto, encargáos de las cámaras, os mando foto de lo que muestran.
Pero el humano no saca una cámara, ni hace ningún movimiento raro. No sería una locura pensar que el casco que llevan tiene alguna función de mandar capturas al resto. Tras ello, el hombre sale disparado hacia tí a una velocidad de 20m/s, aunque dudo que seas capaz de calcularla. Se posiciona en tu costado derecho y lanza una patada en la cadera, un puñetazo con la zurda sobre el estómago y con la diestra a la altura de la cara.
Parece que empieza fuerte.
Por cierto, oyes un sonoro crujido de madera y el barco empieza a tambalearse. Que el dios del mar te pille confesado.
Pero allí también está Kwerp, y es gracias a su rapidez que la gente parece moverse. Se pone en la posición de Pwero y lo desplaza hasta otro gyojin, que es quien lo aleja de la escena. Ordena a todos formar un círculo alrededor de donde cree que está el taladro. Ágilmente se desplaza hasta el gyojin tirador, y le ordena apuntar a un sitio en concreto. Parece serio, incluso podrías pensar que le está echando una bronca. Pero no, le está confiando una gran parte de la vida de los que le rodean, y simplemente le está dando la importancia que merece. Entonces, se acerca al epicentro del círculo formado por gyojins, y espera un par de segundos.
El tiburón cierra tu discurso con un seco “ok”, que quizá te sepa a poco. Da unas instrucciones a sus hermanos, les desea suerte y sale de la sala, sellando la puerta con gran rapidez. Al cabo de unos segundos, el tiburón se encuentra en la sala 2, y va directo a hablar con Pwero. No puedes oír lo que dicen, pero por sus gestos, parece que está trasmitiendo tus consejos sobre él, ya que el viejo se gira y dice lo mismo al resto de gyojins.
Y… el taladro hace un primer intento por taladrar la cubierta. El sonido llega hasta tus oidos a pesar de la distancia, y viene acompañado por una fuerte vibración que se da en casi todo el barco. Ves como Kwerp hace una señal y… La ballesta dispara un arpón que atraviesa la madera. Si eres lo suficientemente ágil, podrás ver a través de la cámara que cubre la cubierta que el arpón perfora el cuerpo de dos de los humanos, a los cuales pilla desprevenidos. Además, el taladro recibe parte del impacto del arpón, y se desplaza ligeramente, haciendo que el primer intento quede en balde, ya que ahora hay que taladrar la madera de 0. El factor sorpresa de los humanos se ha ido a la mierda, y parecen reorganizarse de nuevo, ¿qué intentarán? Parece que a tus aliados les da igual, se encargan de coger tablones de madera caídos sobre la sala para atacar con ellos. ¿Será buena idea?
Desafortunadamente para tí, no tendrás tiempo de ver qué intentan o de brindarles alguna ayuda. Una pequeña explosión justo encima de tí te hace sobresaltarte. Hay un boquete de unos 50 centímetros de diámetro en el techo. ¿Cómo…? No te dará tiempo a pensar mucho, dos segundos después de ver el boquete, un humano salta, agrandando el diámetro del agujero a su paso.
El ser mide unos dos metros, es de complexión fuerte -o eso llegas a juzgar, tampoco le puedes ver bien con el traje-, y se encuentra a sesenta centímetros de ti. Empieza a hablar con lo que parece ser su jefe, aunque puede que sea un compañero.
- Nos han estado viendo en todo momento, tienen una sala de control atrás. Yo me encargo del que hay aquí. El grupo 1 ha caído -comenta a la par que mira las pantallas-, y los culpables se están moviendo hacia el resto. Plan 2b, que baje Pe y libere a los soldados, no podrán cubrir dos flancos. Ah, y tienen una puta ballesta, encargaos de eso. Si no os hablo en un minuto, encargáos de las cámaras, os mando foto de lo que muestran.
Pero el humano no saca una cámara, ni hace ningún movimiento raro. No sería una locura pensar que el casco que llevan tiene alguna función de mandar capturas al resto. Tras ello, el hombre sale disparado hacia tí a una velocidad de 20m/s, aunque dudo que seas capaz de calcularla. Se posiciona en tu costado derecho y lanza una patada en la cadera, un puñetazo con la zurda sobre el estómago y con la diestra a la altura de la cara.
Parece que empieza fuerte.
Por cierto, oyes un sonoro crujido de madera y el barco empieza a tambalearse. Que el dios del mar te pille confesado.
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Tal y como estaban saliendo las cosas, me había equivocado al sospechar de aquella medusa. Knep había conseguido relevar al anciano líder tras su repentina indisposición, y la situación, aunque todavía grave, había mejorado notablemente. Con dos humanos de amarillo menos, nuestras tropas en estado de alerta y la balista recargándose para volver a disparar casi parecía que podíamos ganar. Casi.
Entonces el maldito e imbécil tiburón contestó demasiado rápidamente. Dudaba, por no decir que estaba seguro, de que hubiese seguido mis indicaciones, especialmente cuando le vi aparecer por la cámara del pasillo hacia la sala dos. Quizás podría haber sellado la habitación de donde quiera que hubiese salido, pero ni de coña había revisado en busca de enemigos infiltrados. Pulsé la combinación que me habían dado para contactar con él sin pensar demasiado en que esta podría ser de la sala; al fin y al cabo, me había contestado él de vuelta… Marqué el código y descolgué el aparato para comunicarme justo cuando la explosión me hizo agacharme por puro instinto de autoconservación. Salté hacia atrás para huir del peligro, prácticamente chocando contra la pared. Entonces me percaté que había dejado el den-den mecánico en la estación, y no sabía si la llamada había llegado a término o no.
El enemigo se reveló justo después de aquello, dejándose caer por el agujero que había excavado, terminando de abrir aquel orificio con el poderío de su figura. El traje de aquel humano era gris oscuro, y no negro, y venía en talla extragrande. De complexión hercúlea y la suficiente confianza en sí mismo como para prácticamente ignorarme mientras daba la información a sus compañeros, aquel enemigo cometió el error de darme el tiempo suficiente para trazar varios planes y adoptar una pose más defensiva. Retrocedí hasta poco más allá de la linde que creaban las brillantes pantallas.
Me preparé para el combate. Levanté mis dos tentáculos anteriores como los quelíceros de una agresiva araña y me acuclillé sosteniendo mi bichero con los brazos, en posición diagonal y con el garfio apuntando hacia su entrepierna. No había mucho hueco para luchar, pero incluso con las limitaciones de tener la pared hasta la que había retrocedido a mi izquierda, seguía habiendo un pasillo libre de trastos y monitores a mi espalda por el que podía discurrir cuando aquel tipo comenzase su ofensiva. O al menos eso creía.
Aquel tipo apareció frente a mí sin más previo aviso que un zumbido que cortaba el aire. Su pierna se precipitó hacia mi manto a una velocidad endiablada, dispuesta a aprovechar su posición para acosarme contra la pared. Recibí el primer golpe girando el cuerpo para enfrentarlo, usando mi rejo derecho para amortiguar el impacto y castigarlo con los afilados guijarros de cerámica que había agarrado previamente con mis ventosas. Dolió, sentí que mi cuerpo entero se doblaba hacia atrás y la izquierda, pero por suerte mis ventosas y su peculiar agarre impidieron que una defensa que podría haber sido de doble filo no me perjudicase. Retrocedí, lo había hecho a la vez que aceptaba su ataque, y lo hice hacia la dirección que solo mi ascendencia me permitía hacerlo: hacia la propia pared. Pegándome a esta con mis seis tentáculos posteriores, sacrificando sus correspondientes guijarros –aunque no el cuchillo-, evité el resto de ataques por muy poco. Y creo que lo hice porque mi enemigo desconocía qué era, algo por lo que por desgracia ya no contaba. No había muchos seres del mar capaces de trepar, y mi animal era de los más comunes que se servían en la mesa.
Desde aquella estrafalaria posición, en alto, doblado y dolorido contra el techo, hice lo propio que habría hecho cualquiera con mi ascendencia y en mi situación: huir. Pero claro, no sin antes respetar lo propio de enfrentarse a un depredador mucho más poderoso: cagarle encima. Porque independientemente de que parte de mis reservas de tinta bucal estuviesen menguadas por los eventos de una hora antes, las de abajo, y especialmente temiendo tanto como lo hacía por mi vida, estaban a reventar.
Sostendría el bichero contra mí preparado para intentar bloquear cualquier posible voltereta, chilena o simple puñetazo, girando mi ser en mi avance por el techo con la omnidireccionalidad que me permitían mis muchos miembros para jamás darle la espalda.
Estaba seguro de que no llegaría al agujero antes que él, pero quizás no me haría falta hacerlo… Si había conseguido mancharle la escafandra y aquella figura cometía el error de desprenderse de su casco para recuperar el don de la vista, aquella estupidez me daría una oportunidad que no malgastaría. De ser así, y poniendo todo mi empeño en adelantarme a sus actos, lanzaría el garfio contra su cuello para utilizar mi inusual arma con su funcionalidad original. No me importaba si se clavaba en su quijada, en el hueco de sus mandíbulas, en su clavícula o en su yugular -aunque prefería esta última-, ya que sabía que el dolor que me inundaba desde la pierna hasta el brazo y el odio que no había hecho más que crecer en todo aquel día me darían las fuerzas que necesitaba para que las consecuencias de aquel ataque fuesen fatales. Y si conseguía agarrarle por aquella herida, cambiaría mi recta trayectoria hacia el agujero por una que pasase por el resto de estaciones de vigilancia para hacerle chocar contra estas con la intención de hacerle tropezar y que el daño causado fuese mayor al dejar caer su peso libremente. Aquello, sumado al repentino temblor del barco debía ser suficiente para equilibrar la balanza a mi favor, ya que no debía afectarme dada mi particular forma de desplazarme, y solo le dejaba una opción viable de contrataque y defensa -tirar del bichero- para la que ya tenía contemplada varias respuestas apropiadas.
Por otro lado, si no se desprendía de su casco, la única opción que tenía era huir a la máxima velocidad que me permitían mis ventosas y esperar que el temblor le hiciese tropezarse lo suficiente como para salir de allí. En este caso, saldría a toda velocidad y de espaldas por el hueco para aprovechar la limitación espacial del boquete para atacarle con todo lo que tenía si salía tras de mí.
Entonces el maldito e imbécil tiburón contestó demasiado rápidamente. Dudaba, por no decir que estaba seguro, de que hubiese seguido mis indicaciones, especialmente cuando le vi aparecer por la cámara del pasillo hacia la sala dos. Quizás podría haber sellado la habitación de donde quiera que hubiese salido, pero ni de coña había revisado en busca de enemigos infiltrados. Pulsé la combinación que me habían dado para contactar con él sin pensar demasiado en que esta podría ser de la sala; al fin y al cabo, me había contestado él de vuelta… Marqué el código y descolgué el aparato para comunicarme justo cuando la explosión me hizo agacharme por puro instinto de autoconservación. Salté hacia atrás para huir del peligro, prácticamente chocando contra la pared. Entonces me percaté que había dejado el den-den mecánico en la estación, y no sabía si la llamada había llegado a término o no.
El enemigo se reveló justo después de aquello, dejándose caer por el agujero que había excavado, terminando de abrir aquel orificio con el poderío de su figura. El traje de aquel humano era gris oscuro, y no negro, y venía en talla extragrande. De complexión hercúlea y la suficiente confianza en sí mismo como para prácticamente ignorarme mientras daba la información a sus compañeros, aquel enemigo cometió el error de darme el tiempo suficiente para trazar varios planes y adoptar una pose más defensiva. Retrocedí hasta poco más allá de la linde que creaban las brillantes pantallas.
Me preparé para el combate. Levanté mis dos tentáculos anteriores como los quelíceros de una agresiva araña y me acuclillé sosteniendo mi bichero con los brazos, en posición diagonal y con el garfio apuntando hacia su entrepierna. No había mucho hueco para luchar, pero incluso con las limitaciones de tener la pared hasta la que había retrocedido a mi izquierda, seguía habiendo un pasillo libre de trastos y monitores a mi espalda por el que podía discurrir cuando aquel tipo comenzase su ofensiva. O al menos eso creía.
Aquel tipo apareció frente a mí sin más previo aviso que un zumbido que cortaba el aire. Su pierna se precipitó hacia mi manto a una velocidad endiablada, dispuesta a aprovechar su posición para acosarme contra la pared. Recibí el primer golpe girando el cuerpo para enfrentarlo, usando mi rejo derecho para amortiguar el impacto y castigarlo con los afilados guijarros de cerámica que había agarrado previamente con mis ventosas. Dolió, sentí que mi cuerpo entero se doblaba hacia atrás y la izquierda, pero por suerte mis ventosas y su peculiar agarre impidieron que una defensa que podría haber sido de doble filo no me perjudicase. Retrocedí, lo había hecho a la vez que aceptaba su ataque, y lo hice hacia la dirección que solo mi ascendencia me permitía hacerlo: hacia la propia pared. Pegándome a esta con mis seis tentáculos posteriores, sacrificando sus correspondientes guijarros –aunque no el cuchillo-, evité el resto de ataques por muy poco. Y creo que lo hice porque mi enemigo desconocía qué era, algo por lo que por desgracia ya no contaba. No había muchos seres del mar capaces de trepar, y mi animal era de los más comunes que se servían en la mesa.
Desde aquella estrafalaria posición, en alto, doblado y dolorido contra el techo, hice lo propio que habría hecho cualquiera con mi ascendencia y en mi situación: huir. Pero claro, no sin antes respetar lo propio de enfrentarse a un depredador mucho más poderoso: cagarle encima. Porque independientemente de que parte de mis reservas de tinta bucal estuviesen menguadas por los eventos de una hora antes, las de abajo, y especialmente temiendo tanto como lo hacía por mi vida, estaban a reventar.
Sostendría el bichero contra mí preparado para intentar bloquear cualquier posible voltereta, chilena o simple puñetazo, girando mi ser en mi avance por el techo con la omnidireccionalidad que me permitían mis muchos miembros para jamás darle la espalda.
Estaba seguro de que no llegaría al agujero antes que él, pero quizás no me haría falta hacerlo… Si había conseguido mancharle la escafandra y aquella figura cometía el error de desprenderse de su casco para recuperar el don de la vista, aquella estupidez me daría una oportunidad que no malgastaría. De ser así, y poniendo todo mi empeño en adelantarme a sus actos, lanzaría el garfio contra su cuello para utilizar mi inusual arma con su funcionalidad original. No me importaba si se clavaba en su quijada, en el hueco de sus mandíbulas, en su clavícula o en su yugular -aunque prefería esta última-, ya que sabía que el dolor que me inundaba desde la pierna hasta el brazo y el odio que no había hecho más que crecer en todo aquel día me darían las fuerzas que necesitaba para que las consecuencias de aquel ataque fuesen fatales. Y si conseguía agarrarle por aquella herida, cambiaría mi recta trayectoria hacia el agujero por una que pasase por el resto de estaciones de vigilancia para hacerle chocar contra estas con la intención de hacerle tropezar y que el daño causado fuese mayor al dejar caer su peso libremente. Aquello, sumado al repentino temblor del barco debía ser suficiente para equilibrar la balanza a mi favor, ya que no debía afectarme dada mi particular forma de desplazarme, y solo le dejaba una opción viable de contrataque y defensa -tirar del bichero- para la que ya tenía contemplada varias respuestas apropiadas.
Por otro lado, si no se desprendía de su casco, la única opción que tenía era huir a la máxima velocidad que me permitían mis ventosas y esperar que el temblor le hiciese tropezarse lo suficiente como para salir de allí. En este caso, saldría a toda velocidad y de espaldas por el hueco para aprovechar la limitación espacial del boquete para atacarle con todo lo que tenía si salía tras de mí.
- Explicaciones:
Como no tengo las técnicas sacadas, lo único explotable son los rasgos de pulpo y las técnicas básicas del estilo de lucha (que son por cambio en las guías del foro, que cogió a mitad del moderado). De la misma manera, me ajusto más hacia el +3 a Agilidad y Resistencia por sireno, en lugar de Fuerza y Resistencia como estaba antes.
Las opciones de ataque con bichero van con mi Haki de observación y armadura despertado (Intentar preveer sus movimientos+el odio acumulado), lo cual aclaro aquí porque Kaito conoce estos "dones" con otro nombre tipo: Instinto, La fuerza del mar, El poder ver las corrientes del mundo, La voluntad de vivir etc.
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El humano se sorprende por tu agilidad. Pese a que recibes el primer impacto, eres capaz de evitar un golpe lleno en el segundo y evadir completamente el tercero.
Notas un fuerte y constante dolor en la zona golpeada por el primer impacto. Pese a que tu rejo hace mella en el humano, el brusco giro parece que no te ha ido demasiado bien. Por otro lado, no tienes por qué preocuparte por el segundo golpe, no ha sido más que un roce.
Y entonces, llega el show del pulpo. Te adaptas bastante bien pese al miedo que sientes, trepas ágilmente y llegas hasta ponerte encima de tu rival, que flexiona las piernas ligeramente, dándote a entender que va a impulsarse en ese preciso momento. Pero con lo que él no cuenta es con lo que se le viene encima. Y, literalmente, le cae una mierda de un tamaño considerable. De lo que tengo miedo es de tu miedo, decía un proverbio de algún famoso escritor. Y vaya si yo tendría miedo de tu miedo, con semejante mierda le dejas el casco sucio, bastante sucio. Aquello te da dos segundos de ventaja en los que te posicionas justo en el agujero. Con una última mirada, observas cómo tu rival no se ha quitado el casco, sino que está limpiándolo con las manos -afortunadamente para él, lleva guantes-, sin embargo, tu regalito es un poco denso, y parece que está manchando aún más la zona de visión, por lo que quizá tengas unos segundos más para huír.
Una vez fuera, verás que el ejército de rivales a unos diez metros, y está lanzándose en la sala, han debido conseguir hacer el maldito agujero. Se tiran en grupos de dos y cada dos o tres segundos, y lo hacen gritando como si se tratase de una cruel guerra, aunque si lo piensas bien, viene a ser lo mismo.
Estás en una posición complicada, pero a la vez privilegiada. Eres libre, nadie tiene la vista fijada en ti, tu rival estará entretenido unos segundos más, y justo enfrente tienes como a ocho o diez rivales distraídos, más centrados en la incursión que en sus alrededores. Lamentablemente no tienes información sobre cómo está yendo la cosa ahí abajo, pero… Puedes hacer cuentas, saber cuantos rivales habrá abajo viendo los de arriba y… Mierda, no has avisado del humano que iba a liberar al resto, y ahora no tienes manera de hacerlo, o sí. O puede que simplemente quieras lanzarte al mar y huír.
Qué dilema.
Notas un fuerte y constante dolor en la zona golpeada por el primer impacto. Pese a que tu rejo hace mella en el humano, el brusco giro parece que no te ha ido demasiado bien. Por otro lado, no tienes por qué preocuparte por el segundo golpe, no ha sido más que un roce.
Y entonces, llega el show del pulpo. Te adaptas bastante bien pese al miedo que sientes, trepas ágilmente y llegas hasta ponerte encima de tu rival, que flexiona las piernas ligeramente, dándote a entender que va a impulsarse en ese preciso momento. Pero con lo que él no cuenta es con lo que se le viene encima. Y, literalmente, le cae una mierda de un tamaño considerable. De lo que tengo miedo es de tu miedo, decía un proverbio de algún famoso escritor. Y vaya si yo tendría miedo de tu miedo, con semejante mierda le dejas el casco sucio, bastante sucio. Aquello te da dos segundos de ventaja en los que te posicionas justo en el agujero. Con una última mirada, observas cómo tu rival no se ha quitado el casco, sino que está limpiándolo con las manos -afortunadamente para él, lleva guantes-, sin embargo, tu regalito es un poco denso, y parece que está manchando aún más la zona de visión, por lo que quizá tengas unos segundos más para huír.
Una vez fuera, verás que el ejército de rivales a unos diez metros, y está lanzándose en la sala, han debido conseguir hacer el maldito agujero. Se tiran en grupos de dos y cada dos o tres segundos, y lo hacen gritando como si se tratase de una cruel guerra, aunque si lo piensas bien, viene a ser lo mismo.
Estás en una posición complicada, pero a la vez privilegiada. Eres libre, nadie tiene la vista fijada en ti, tu rival estará entretenido unos segundos más, y justo enfrente tienes como a ocho o diez rivales distraídos, más centrados en la incursión que en sus alrededores. Lamentablemente no tienes información sobre cómo está yendo la cosa ahí abajo, pero… Puedes hacer cuentas, saber cuantos rivales habrá abajo viendo los de arriba y… Mierda, no has avisado del humano que iba a liberar al resto, y ahora no tienes manera de hacerlo, o sí. O puede que simplemente quieras lanzarte al mar y huír.
Qué dilema.
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Dejando a mi rival con la imposible tarea de limpiar su visor de aquella mezcla casera de guano y tinta, me escurrí con rapidez fuera del hueco. Sin esperarme aparecer en la cubierta y a la espalda de los enemigos que se lanzaban hacia la batalla, me acuclillé con cuidado y dolor de patas para no llamar la atención. Debía tomar una decisión, una que tuviese en cuenta todos los aspectos de la horrible situación en la que me encontraba y que me sacase de allí con vida.
Debía lanzarme por la borda, dejar que todos esos inconscientes murieran y desaparecer bajo las aguas del West Blue para vivir otro día más en tranquilidad y muy lejos de allí. Eso es lo que debía hacer. Y eso es lo que debería haber hecho.
Pero ahí estaba, avanzando rápidamente hacia la cola de enemigos que acababan de dejar de ser ocho para ser seis, con la intención de lanzarme como ellos al interior del navío y alertar a los estúpidos hijos del mar que me habían amargado el día. Y todo en pos a ganar para que aquel diminuto viejo contestase las preguntas que de otra manera me hubieran impedido conciliar el sueño.
Repté lo más rápidamente que pude con mis seis patas libres y aproveché el agua del suelo que habían traído con aquellos trajes impermeables para aumentar aún más mi celeridad. Pegué mi cuerpo a la tarima todo lo posible, arrastrándome como un pingüino que se lanzaba por una pendiente de hielo. Girando sobre mi costado sano, no sin sufrir las consecuencias del desgarro de mi cadera, intenté colarme entre el hueco que dejaban las parejas de soldados en fila. Con mi bichero como punta de lanza y elemento aerodinámico, procuraría aprovechar al máximo posible mi impulso y reforzarlo, una vez pasados los dos primeros soldados, usándolos como apoyo de mis muchas piernas. Aquello debía darme una velocidad considerable, bastante como para que los distraídos soldados no tuviesen tiempo de reaccionar, y la suficiente como para usar mi tentáculo posterior armado con el cuchillo para anclarme a la corva del último y girar para dejarme caer por el hueco… ¿Verdad?
Tenía pocas posibilidades de que aquello tuviese éxito, pero era el plan menos malo. Realmente, además de la imposibilidad de huir, no tenía muchas opciones viables. El soldado que me había encontrado no tardaría mucho en salir del agujero, y probablemente disponía aún del mismo método que uso para entrar y volvería a cubierta desde otro punto de la sala de control con una explosión para evitar que explotara el pequeño hueco por el que tenía que salir. Además, era mucho más rápido que yo, por lo que no tardaría en darme caza si optaba por bajar por el acceso mundano al interior del navío para alertar a los muchachos de Kwerp. Y quedarme ahí esperando en medio da cubierta o esconderme de los muchachos era simplemente una estupidez, pues de un vistazo a las cámaras el infiltrado no tardaría en localizarme.
Estaba siendo uno de los peores días de mi vida, aunque esperaba que no fuese el último.
Debía lanzarme por la borda, dejar que todos esos inconscientes murieran y desaparecer bajo las aguas del West Blue para vivir otro día más en tranquilidad y muy lejos de allí. Eso es lo que debía hacer. Y eso es lo que debería haber hecho.
Pero ahí estaba, avanzando rápidamente hacia la cola de enemigos que acababan de dejar de ser ocho para ser seis, con la intención de lanzarme como ellos al interior del navío y alertar a los estúpidos hijos del mar que me habían amargado el día. Y todo en pos a ganar para que aquel diminuto viejo contestase las preguntas que de otra manera me hubieran impedido conciliar el sueño.
Repté lo más rápidamente que pude con mis seis patas libres y aproveché el agua del suelo que habían traído con aquellos trajes impermeables para aumentar aún más mi celeridad. Pegué mi cuerpo a la tarima todo lo posible, arrastrándome como un pingüino que se lanzaba por una pendiente de hielo. Girando sobre mi costado sano, no sin sufrir las consecuencias del desgarro de mi cadera, intenté colarme entre el hueco que dejaban las parejas de soldados en fila. Con mi bichero como punta de lanza y elemento aerodinámico, procuraría aprovechar al máximo posible mi impulso y reforzarlo, una vez pasados los dos primeros soldados, usándolos como apoyo de mis muchas piernas. Aquello debía darme una velocidad considerable, bastante como para que los distraídos soldados no tuviesen tiempo de reaccionar, y la suficiente como para usar mi tentáculo posterior armado con el cuchillo para anclarme a la corva del último y girar para dejarme caer por el hueco… ¿Verdad?
Tenía pocas posibilidades de que aquello tuviese éxito, pero era el plan menos malo. Realmente, además de la imposibilidad de huir, no tenía muchas opciones viables. El soldado que me había encontrado no tardaría mucho en salir del agujero, y probablemente disponía aún del mismo método que uso para entrar y volvería a cubierta desde otro punto de la sala de control con una explosión para evitar que explotara el pequeño hueco por el que tenía que salir. Además, era mucho más rápido que yo, por lo que no tardaría en darme caza si optaba por bajar por el acceso mundano al interior del navío para alertar a los muchachos de Kwerp. Y quedarme ahí esperando en medio da cubierta o esconderme de los muchachos era simplemente una estupidez, pues de un vistazo a las cámaras el infiltrado no tardaría en localizarme.
Estaba siendo uno de los peores días de mi vida, aunque esperaba que no fuese el último.
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Te sientes como un motero en la carretera, como un surfista cogiendo la ola de su vida. La brisa te golpea, y el latido de tu corazón hace que te sientas vivo. Más vivo que nunca.
Una vez llegas al agujero, los trajeados seres se dan cuenta de tu presencia, sin embargo, tu velocidad es lo suficientemente alta como para no darles opción de atraparte. Caes ayudándote de tus patas y los dos enemigos, cayendo estos contra la madera y, cuando se reincorporan, ya es demasiado tarde.
Corres intentando alertar al resto de los gyojins -rezando porque también estén vivos-, y entonces oyes un par de golpes contundentes, y tras ellos, un ruido de algo chocando contra la madera del barco. Es la puerta de la habitación de la que has huído, y al otro lado está tu primer enemigo. Pero aún no hace acto de presencia.
Una vez caes en la sala, podrás ver a una gran cantidad de hermanos tendidos en el suelo. Algunos se mueven, otros yacen inconscientes. Quedan seis humanos en pie, Kwerp, el anciano y el gyojin tiburón son tus únicos aliados presentes. Kwerp luce con bastantes heridas, y hay un pequeño charco de sangre en su posición, mientras que el gyojin tiburón está más entero. Ambos cubren al anciano, que parece no haberse movido en toda la batalla, o al menos no tiene heridas visibles. Una vez llegues hasta su posición -si es lo que quieres, en caso contrario será un par de segundos después de caer-, Pwero te observará y sonreirá.
- Así que al final has decidido unirte… Justo a tiempo para el espectáculo. Va siendo hora de que haga algo.
El anciano golpea un par de veces el suelo con su bastón, rompiendo un trozo de madera que deja ver el afilado filo de una impresionante y reluciente hoja. Ladea el cuello y desaparece. Puedes contar dos segundos, y el gyojin vuelve a estar en su posición. El filo chorrea sangre y los humanos caen al suelo. Pwero inca la rodilla derecha, víctima del agotamiento, y agarra al gyojin tiburón.
- La medicina -comenta a la par que tose-. Necesito la medicina.
Ah, mientras observas la escena, ves a la quisquilla en una esquina, jugando con el cuerpo inerte de uno de los humanos. ¿Acaso ha estado ahí desde el principio?
Por cierto, el humano de la sala de control llegará en… Nah, acaba de llegar. Su casco parece igual de manchado que al principio, pero sus movimientos dicen lo contrario, quizá pueda ver a través de algún sitio. Dos humanos se unen a la fiesta saltando por la cubierta. Parecen ser los últimos, y tu destino está cerca de cumplirse... ¿No? Tres enemigos para cinco gyojins, aunque yo no contaría con el viejo, parece bastante afectado tras su ataque. Y la puta quisquilla sigue con su maldito juego. En cualquier caso, en el peor de los escenarios será un 3vs3. Eso contando con que quieras arriesgar tu vida. Aunque teniendo en cuenta que parece ser el último escollo… Igual merece la pena. Tú sabrás.
Una vez llegas al agujero, los trajeados seres se dan cuenta de tu presencia, sin embargo, tu velocidad es lo suficientemente alta como para no darles opción de atraparte. Caes ayudándote de tus patas y los dos enemigos, cayendo estos contra la madera y, cuando se reincorporan, ya es demasiado tarde.
Corres intentando alertar al resto de los gyojins -rezando porque también estén vivos-, y entonces oyes un par de golpes contundentes, y tras ellos, un ruido de algo chocando contra la madera del barco. Es la puerta de la habitación de la que has huído, y al otro lado está tu primer enemigo. Pero aún no hace acto de presencia.
Una vez caes en la sala, podrás ver a una gran cantidad de hermanos tendidos en el suelo. Algunos se mueven, otros yacen inconscientes. Quedan seis humanos en pie, Kwerp, el anciano y el gyojin tiburón son tus únicos aliados presentes. Kwerp luce con bastantes heridas, y hay un pequeño charco de sangre en su posición, mientras que el gyojin tiburón está más entero. Ambos cubren al anciano, que parece no haberse movido en toda la batalla, o al menos no tiene heridas visibles. Una vez llegues hasta su posición -si es lo que quieres, en caso contrario será un par de segundos después de caer-, Pwero te observará y sonreirá.
- Así que al final has decidido unirte… Justo a tiempo para el espectáculo. Va siendo hora de que haga algo.
El anciano golpea un par de veces el suelo con su bastón, rompiendo un trozo de madera que deja ver el afilado filo de una impresionante y reluciente hoja. Ladea el cuello y desaparece. Puedes contar dos segundos, y el gyojin vuelve a estar en su posición. El filo chorrea sangre y los humanos caen al suelo. Pwero inca la rodilla derecha, víctima del agotamiento, y agarra al gyojin tiburón.
- La medicina -comenta a la par que tose-. Necesito la medicina.
Ah, mientras observas la escena, ves a la quisquilla en una esquina, jugando con el cuerpo inerte de uno de los humanos. ¿Acaso ha estado ahí desde el principio?
Por cierto, el humano de la sala de control llegará en… Nah, acaba de llegar. Su casco parece igual de manchado que al principio, pero sus movimientos dicen lo contrario, quizá pueda ver a través de algún sitio. Dos humanos se unen a la fiesta saltando por la cubierta. Parecen ser los últimos, y tu destino está cerca de cumplirse... ¿No? Tres enemigos para cinco gyojins, aunque yo no contaría con el viejo, parece bastante afectado tras su ataque. Y la puta quisquilla sigue con su maldito juego. En cualquier caso, en el peor de los escenarios será un 3vs3. Eso contando con que quieras arriesgar tu vida. Aunque teniendo en cuenta que parece ser el último escollo… Igual merece la pena. Tú sabrás.
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Mi cuerpo se deslizo por cubierta a velocidad de vértigo. Impulsado por mis tentáculos, el agua y los dos soldados, iba más rápido de lo que nunca había ido. Era genial…. Y lo fue hasta que, obviamente, necesité frenar. Sin poder reaccionar a tiempo, el cuchillo no se clavó en la corva del último soldado y arañó desesperadamente la dura madera de cubierta sin frenarme todo lo que debería. Me precipitaba a la sala, y los tres o cuatro metros del techo adaptado para dar cobijo a las máquinas y los miembros más grandes de la tripulación no estaban a mi favor. Intenté anclarme al techo, pero el agua que rodeaba mi cuerpo impidió que mis ventosas encontraran el agarre que tan desesperadamente necesitaba, y seguí volando. Pensándolo bien, quizás si hubiera conseguido hacerlo, la velocidad me hubiera arrancado de cuajo los muchos órganos adhesivos, y aquello hubiera sido bastante peor que lo que la gravedad me deparaba.
Tras el fuerte impacto, en el que a pesar de prepararme para él y cubrirme como podía la cabeza no fue menor, rodé lo menos diez metros sobre los muchos cadáveres esparcidos por el suelo. Aunque estos habían acolchado mi impacto, realmente ni lo noté. Todo me dolía, y estaba doblado sobre mi propia columna con las patas y el sifón al aire. De no haber sido por mi innata flexibilidad, apostaría a que me hubiera quedado parapléjico.
—Me cago en la mar —gruñí de dolor, desenredándome para ponerme en pie y coger el bichero que había caído a un par de metros. El cuchillo y el pobre molusco habían salido volando a saber dónde y no podía permitirme estar desarmado.
Para mayor desgracia, parecía que habíamos perdido. Miré a mi alrededor, dándome cuenta de la terrible situación en la que me había metido. Quedaban seis de ellos, mientras que todos los hijos del mar salvo cinco quedábamos en pie, y eso sin contar al que me perseguía con suficiente ímpetu como para que escuchásemos cómo rompía la férrea madera del navío, a los que aún quedaban por bajar y, por supuesto, a los refuerzos que habían llamado. Con todo lo vivido en el día y la adrenalina recorriendo cada capilar de mi ser, pensé qué posibilidades teníamos, o más bien tenía, de salir de allí con vida y mis respuestas. No muchas, y no podía depender de las estúpidas y remotas posibilidades de ictus localizados y en serie sobre los cerebros de la gente de tierra.
Entonces el viejo hizo lo impensable… Y para su edad, lo imposible. Nuestras probabilidades de supervivencia aumentaban, pero todo estaba muy lejos de estar bien. Seguíamos de mierda hasta el cuello. Las ideas se arremolinaron en mi cerebro sin que me hiciera falta verbalizarlas, aunque para algunas debía hacerlo.
—¡Pnem, niñato desgraciado, aún hay trabajo que hacer! —le grité al preadolescente—. ¡Déjate de tonterías! —Miré hacia los adultos que atendían al bendito anciano que había sacrificado su salud para mantenernos con vida—. Tenemos que salir de aquí antes de que llegue el resto. Han llamado refuerzos.
A pesar del peligro y de la sombra de la muerte acechándonos, tenía que reconocer que era un gusto poder hablar de una maldita vez. Que sí, que era una pena que casi todos los hijos del mar estuviesen inconscientes, muertos o demasiado ocupados para escucharme con su sufrimiento, pero aquello no me venía mal. Y ahí se acabaron las buenas noticias. Dos nuevos enemigos caían por el hueco y el tercero se presentaba por la única puerta de la sala con su casco aún manchado de mi digerido desayuno. ¿Cómo demonios había sido capaz de llegar allí tan rápido sin ver qué le rodeaba?, me pregunté. Había varias respuestas posibles para aquello, y no podía ir comprobándolas todas para que pudiésemos vencerle.
Pero primero, y mientras me ponía en guardia y mis tentáculos se familiarizaban con el abrupto entorno circundante, debía priorizar el análisis de la situación global.
Kwerp estaba con nosotros y cubierto de heridas que lentamente formaban un charco a sus pies, y eso solo podía significar una cosa… Bueno, varias en realidad, pero que no pudiera luchar tan bien como antes era demasiado obvio. Lo importante aquí era que había sobrevivido a su grupo y que había vuelto, todo a costa de estar mucho más herido que la última vez que lo vi tras las pantallas, por lo que había tenido que luchar con alguien a su vuelta y, por supuesto, ganar. Podía tachar al “resto” que había referenciado el hombre de gris, pero probablemente por el ratio de caídos de ambos bandos, no a los refuerzos.
Pnem no estaba, y como dudaba mucho de que con los pocos soldados de los que disponíamos alguien se hubiera ido, eso significaba que su cuerpo, o cadáver, yacía tirado en algún sitio de la sala.
Tibutonto estaba bien, y quizás hubiera sido el causante de uno de los grandes golpes que había mecido el barco, pero a saber. Él era el único que podía encargarse de lidiar con los soldados, al menos realmente, aunque el resto le sirviéramos de apoyo. Al fin y al cabo teníamos a un niño con un tornillo de menos, un ninja herido, un pulpo de anillos azules a medio romper y un anciano roto por el peso de su edad. Y teníamos que ser rápidos si queríamos marcharnos de allí antes de que llegase ese tal Pe con sus chicos.
Todo aquello era una simple y melancólica idea que tardó en elaborarse una ínfima fracción de lo que hubiera tardado en plasmarse con palabras, y tras esta y con el vistazo ocular y tentacular al entorno, le siguieron el resto, aprovechando el rastro sináptico de las ya pensadas y las medio a formular.
—Pared, suelo, agua y sangre. Débil, débil, débil, fuertes —murmuré deslizando la afilada punta de mi bichero para abrir aún más las heridas de los que yacían bajo mis pies. Mi caída me había convertido en la vanguardia, y aquel era un puesto en el que no quería estar—. Muerte, armas, plástico, madera y cristal.
La sala era un cuadrado de cuarenta por cuarenta en los que la zona de despliegue gyojin había sido reducida a apenas un tercio debido al acoso enemigo y al borde de máquinas apiladas. Al otro lado de la habitación, entrando por la puerta, el infiltrado que me había hecho jirones los músculos de tres de mis caderas tardaría apenas unos segundos en adelantar a los que acababan de caer por el hueco. El suelo repleto de cuerpos, tanto aún vivos como no, estaba lleno de trampas de tablones rotos, cristales y ocultos cuchillos de cocina cuyo filo podría o no apuntar hacia el cielo, por no mencionar la sangre de los caídos, el agua que había traído conmigo, un den-den mareado que hacía poco había estado en mi hombro y unos tentáculos escondidos llenos de veneno.
Necesitaba ir hacia el fondo de la sala para que el único plan que podía salir bien tuviese éxito. Plegué mis tentáculos sobre mi ser, acuclillando mi altura hasta que me vi forzado a inclinar el bichero hacia atrás para seguir bajando, y esperé a mis enemigos mientras mis rejos buscaban verdadero suelo sobre el que apoyarse. Sentía el agua vibrar con cada palpitar de las tres cámaras de mi asustado corazón que tan solo eran igualados por los rápidos pasos de mis muchos enemigos.
—¡Knep, levántate! —grité con toda la potencia de mis pulmones a la vez que daba una fuerte palmada con mis reos sobre el charco de agua ensangrentada que había a mi alrededor. El jutsu gyojin “Huída del cangrejo-pulpo” levantaría una cortina del líquido por la que huir corriendo de lado.
Desgraciadamente, con mi tentáculo derecho anterior dañado tras el golpe, esto solo me permitía escurrirme hacia la diagonal trasera izquierda mientras mis enemigos, o su mayor parte, perdían mi silueta. ¿Qué porqué la mayor parte? Porque la única posibilidad para que el plan que acababa de dar comienzo tuviese éxito, era que la razón por la que el infiltrado de gris podía ver era porque estaba usando un acceso remoto de las cámaras de la sala que habíamos abandonado para recibir las imágenes, y esta estaba a nuestra espalda y en el techo, orientada hacia la puerta. Aunque aún quedaban bastantes metros que nos separaban, lo que en tiempo no era mucho por su exagerada velocidad, era el momento para que el tipejo lleno de mierda tomase una decisión: ¿Iría a por mí? ¿Caería en la distracción que podría ser Knep, si es que se levantaba, e iría a por él? ¿Iría a por el niñato apartado? ¿O quizás se enfrentaría a los otros dos guerreros que protegían al anciano?
Fuese cual fuese lo que me deparaba la suerte, el destino y, sobretodo, las elecciones y acciones de otros, tenía claro mi papel en aquel combate. Yo no era un héroe —Nunca lo había sido ni nunca lo sería— sino un parásito. Y como tal iba a actuar, ayudando a mis huéspedes a sobrevivir mientras, probablemente, había condenado a uno a una muerte que ya era bastante segura. Algo me decía que aquella traición, si llegaba a término, y realmente esperaba contar con Knep alzándose, o más bien haciendo el intento de ello antes de caer para siempre, acabaría yendo en mi contra. Pero peor era morir, ¿no? Y peor era morir pronto.
Retrocedería pues, todo lo rápido que tentáculos y el terreno me permitían, intentando alejarme todo los posible del eje central del combate para llegar hasta alguna pared cercana a donde, por las imágenes que había visto y la posición relativa de la puerta, debía estar la infame cámara. Todo aquello intentando pisar solo los cuerpos enfundados en plástico para evitar posibles el posible contacto con los dañinos nematocistos del cadáver, o no tan cadáver, de posición desconocida. Mejor eran los cortes de cristal y madera, aunque siempre intentaría evitarlos, que una toxina que me mataría en pocos segundos. A lo que debía sumar el intentar protegerme en mi maltrecho estado usando el bichero para bloquear posibles ataques enemigos...
Así era el plan menos malo.
Tras el fuerte impacto, en el que a pesar de prepararme para él y cubrirme como podía la cabeza no fue menor, rodé lo menos diez metros sobre los muchos cadáveres esparcidos por el suelo. Aunque estos habían acolchado mi impacto, realmente ni lo noté. Todo me dolía, y estaba doblado sobre mi propia columna con las patas y el sifón al aire. De no haber sido por mi innata flexibilidad, apostaría a que me hubiera quedado parapléjico.
—Me cago en la mar —gruñí de dolor, desenredándome para ponerme en pie y coger el bichero que había caído a un par de metros. El cuchillo y el pobre molusco habían salido volando a saber dónde y no podía permitirme estar desarmado.
Para mayor desgracia, parecía que habíamos perdido. Miré a mi alrededor, dándome cuenta de la terrible situación en la que me había metido. Quedaban seis de ellos, mientras que todos los hijos del mar salvo cinco quedábamos en pie, y eso sin contar al que me perseguía con suficiente ímpetu como para que escuchásemos cómo rompía la férrea madera del navío, a los que aún quedaban por bajar y, por supuesto, a los refuerzos que habían llamado. Con todo lo vivido en el día y la adrenalina recorriendo cada capilar de mi ser, pensé qué posibilidades teníamos, o más bien tenía, de salir de allí con vida y mis respuestas. No muchas, y no podía depender de las estúpidas y remotas posibilidades de ictus localizados y en serie sobre los cerebros de la gente de tierra.
Entonces el viejo hizo lo impensable… Y para su edad, lo imposible. Nuestras probabilidades de supervivencia aumentaban, pero todo estaba muy lejos de estar bien. Seguíamos de mierda hasta el cuello. Las ideas se arremolinaron en mi cerebro sin que me hiciera falta verbalizarlas, aunque para algunas debía hacerlo.
—¡Pnem, niñato desgraciado, aún hay trabajo que hacer! —le grité al preadolescente—. ¡Déjate de tonterías! —Miré hacia los adultos que atendían al bendito anciano que había sacrificado su salud para mantenernos con vida—. Tenemos que salir de aquí antes de que llegue el resto. Han llamado refuerzos.
A pesar del peligro y de la sombra de la muerte acechándonos, tenía que reconocer que era un gusto poder hablar de una maldita vez. Que sí, que era una pena que casi todos los hijos del mar estuviesen inconscientes, muertos o demasiado ocupados para escucharme con su sufrimiento, pero aquello no me venía mal. Y ahí se acabaron las buenas noticias. Dos nuevos enemigos caían por el hueco y el tercero se presentaba por la única puerta de la sala con su casco aún manchado de mi digerido desayuno. ¿Cómo demonios había sido capaz de llegar allí tan rápido sin ver qué le rodeaba?, me pregunté. Había varias respuestas posibles para aquello, y no podía ir comprobándolas todas para que pudiésemos vencerle.
Pero primero, y mientras me ponía en guardia y mis tentáculos se familiarizaban con el abrupto entorno circundante, debía priorizar el análisis de la situación global.
Kwerp estaba con nosotros y cubierto de heridas que lentamente formaban un charco a sus pies, y eso solo podía significar una cosa… Bueno, varias en realidad, pero que no pudiera luchar tan bien como antes era demasiado obvio. Lo importante aquí era que había sobrevivido a su grupo y que había vuelto, todo a costa de estar mucho más herido que la última vez que lo vi tras las pantallas, por lo que había tenido que luchar con alguien a su vuelta y, por supuesto, ganar. Podía tachar al “resto” que había referenciado el hombre de gris, pero probablemente por el ratio de caídos de ambos bandos, no a los refuerzos.
Pnem no estaba, y como dudaba mucho de que con los pocos soldados de los que disponíamos alguien se hubiera ido, eso significaba que su cuerpo, o cadáver, yacía tirado en algún sitio de la sala.
Tibutonto estaba bien, y quizás hubiera sido el causante de uno de los grandes golpes que había mecido el barco, pero a saber. Él era el único que podía encargarse de lidiar con los soldados, al menos realmente, aunque el resto le sirviéramos de apoyo. Al fin y al cabo teníamos a un niño con un tornillo de menos, un ninja herido, un pulpo de anillos azules a medio romper y un anciano roto por el peso de su edad. Y teníamos que ser rápidos si queríamos marcharnos de allí antes de que llegase ese tal Pe con sus chicos.
Todo aquello era una simple y melancólica idea que tardó en elaborarse una ínfima fracción de lo que hubiera tardado en plasmarse con palabras, y tras esta y con el vistazo ocular y tentacular al entorno, le siguieron el resto, aprovechando el rastro sináptico de las ya pensadas y las medio a formular.
—Pared, suelo, agua y sangre. Débil, débil, débil, fuertes —murmuré deslizando la afilada punta de mi bichero para abrir aún más las heridas de los que yacían bajo mis pies. Mi caída me había convertido en la vanguardia, y aquel era un puesto en el que no quería estar—. Muerte, armas, plástico, madera y cristal.
La sala era un cuadrado de cuarenta por cuarenta en los que la zona de despliegue gyojin había sido reducida a apenas un tercio debido al acoso enemigo y al borde de máquinas apiladas. Al otro lado de la habitación, entrando por la puerta, el infiltrado que me había hecho jirones los músculos de tres de mis caderas tardaría apenas unos segundos en adelantar a los que acababan de caer por el hueco. El suelo repleto de cuerpos, tanto aún vivos como no, estaba lleno de trampas de tablones rotos, cristales y ocultos cuchillos de cocina cuyo filo podría o no apuntar hacia el cielo, por no mencionar la sangre de los caídos, el agua que había traído conmigo, un den-den mareado que hacía poco había estado en mi hombro y unos tentáculos escondidos llenos de veneno.
Necesitaba ir hacia el fondo de la sala para que el único plan que podía salir bien tuviese éxito. Plegué mis tentáculos sobre mi ser, acuclillando mi altura hasta que me vi forzado a inclinar el bichero hacia atrás para seguir bajando, y esperé a mis enemigos mientras mis rejos buscaban verdadero suelo sobre el que apoyarse. Sentía el agua vibrar con cada palpitar de las tres cámaras de mi asustado corazón que tan solo eran igualados por los rápidos pasos de mis muchos enemigos.
—¡Knep, levántate! —grité con toda la potencia de mis pulmones a la vez que daba una fuerte palmada con mis reos sobre el charco de agua ensangrentada que había a mi alrededor. El jutsu gyojin “Huída del cangrejo-pulpo” levantaría una cortina del líquido por la que huir corriendo de lado.
Desgraciadamente, con mi tentáculo derecho anterior dañado tras el golpe, esto solo me permitía escurrirme hacia la diagonal trasera izquierda mientras mis enemigos, o su mayor parte, perdían mi silueta. ¿Qué porqué la mayor parte? Porque la única posibilidad para que el plan que acababa de dar comienzo tuviese éxito, era que la razón por la que el infiltrado de gris podía ver era porque estaba usando un acceso remoto de las cámaras de la sala que habíamos abandonado para recibir las imágenes, y esta estaba a nuestra espalda y en el techo, orientada hacia la puerta. Aunque aún quedaban bastantes metros que nos separaban, lo que en tiempo no era mucho por su exagerada velocidad, era el momento para que el tipejo lleno de mierda tomase una decisión: ¿Iría a por mí? ¿Caería en la distracción que podría ser Knep, si es que se levantaba, e iría a por él? ¿Iría a por el niñato apartado? ¿O quizás se enfrentaría a los otros dos guerreros que protegían al anciano?
Fuese cual fuese lo que me deparaba la suerte, el destino y, sobretodo, las elecciones y acciones de otros, tenía claro mi papel en aquel combate. Yo no era un héroe —Nunca lo había sido ni nunca lo sería— sino un parásito. Y como tal iba a actuar, ayudando a mis huéspedes a sobrevivir mientras, probablemente, había condenado a uno a una muerte que ya era bastante segura. Algo me decía que aquella traición, si llegaba a término, y realmente esperaba contar con Knep alzándose, o más bien haciendo el intento de ello antes de caer para siempre, acabaría yendo en mi contra. Pero peor era morir, ¿no? Y peor era morir pronto.
Retrocedería pues, todo lo rápido que tentáculos y el terreno me permitían, intentando alejarme todo los posible del eje central del combate para llegar hasta alguna pared cercana a donde, por las imágenes que había visto y la posición relativa de la puerta, debía estar la infame cámara. Todo aquello intentando pisar solo los cuerpos enfundados en plástico para evitar posibles el posible contacto con los dañinos nematocistos del cadáver, o no tan cadáver, de posición desconocida. Mejor eran los cortes de cristal y madera, aunque siempre intentaría evitarlos, que una toxina que me mataría en pocos segundos. A lo que debía sumar el intentar protegerme en mi maltrecho estado usando el bichero para bloquear posibles ataques enemigos...
Así era el plan menos malo.
- Mapa:
- Técnica:
-Nombre de la técnica: Huída del cangrejo-pulpo.
Naturaleza de la técnica: Física-Elemental - Básica
Descripción de la técnica: El usuario hace chocar sus pies bajo el agua o sus manos, haciendo que el agua a su alrededor vibre y libere los gases para crear una nube por la que, aprovechando la distracción huye vilmente. Bajo el agua y, en el suelo, se usa conjunto a la arena para levantar una nube, y en tierra húmeda se usa para proyectar los charcos hacia delante o hacia arriba para crear la cortina por la que huir. El gyojin, de esta manera, aprende a caminar de lado o desplazarse para no perder tiempo en girarse (ni darle la espalda a su rival hasta que lo tenga más lejos de lo que quiere), y luego sigue corriendo o nadando para vivir otro día más.
Tiempo de canalización: 1 Segundo
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Suelen decir que, antes de la tormenta, hay un sorprendente silencio que avisa de su llegada. Tras la caída temporal de Pwero, el silencio te hace intuir que algo malo viene. Aunque quizá no sea el silencio, sino la situación en sí, quién sabe.
El caso es que cuando estáis todos en posición, decides ejecutar tu plan, y el resto de gyojins presentes te miran mal, pero quizá no seas consciente en el momento. Knerp, que había estado viendo todo desde el suelo, tuerce el rostro al oírte. Murmura algo, pero no tiene fuerzas para decir algo entendible. Intenta levantarse, pero fracasa. Hace una nueva intentona… Pero es tarde. Mientras te desplazas, el hombre gris pierde la atención en tí, se mueve a una velocidad endiablada y, durante el camino, agarra un machete del suelo, atravesando el cuerpo de Knerp en dos y realizando un corte bastante limpio. A decir verdad, no debe ser muy complicado cortar a alguien por la mitad si tienes la fuerza suficiente y el objetivo está quieto.
Pwero grita, el tiburón entra en cólera y empieza a golpearse el pecho, y la quisquilla suelta el cadáver. Y parece despertar.
- ¡¡¡PAPÁ!!! -grita, con un volumen de voz increíble- NO TE VAYAS
Y, antes de que toques la pared, el gyojin quisquilla está a medio metro del hombre gris, alzando con fuerza su enorme quela, con el rostro lleno de ira. Su rival se tapa con ambos brazos envueltos en haki, pero la voluntad de la quisquilla es indeterminable. Con un potentísimo golpe derriba la defensa a la par que destroza su casco, creando una línea casi totalmente recta de sangre. La dimensión de la línea va de más a menos grosor, y mide unos seis metros de largo. Con la pinza ensangrentada, el gyojin se acerca hasta su padre, para intentar unirle de alguna manera.
Con la sorprendente facilidad con la que el adolescente ha acabado con su rival, quizá, de haber empleado su fuerza al principio, no hubiera habido tantas bajas.
De cualquier manera, Kwerp adopta una pose de karateka, mientras desplaza hacia atrás el puño derecho para, después, llevarlo al frente. El gyojin crea una onda de choque que lanza hacia atrás a los dos humanos. Tras ello vuelve a hacer lo mismo que Pwero, hincar la rodilla en pos del esfuerzo mientras emite un ligero sollozo.
A su vez, el tiburón corre hacia los enemigos, que chocan contra la pared. Y se ensaña. Les muerde, golpea, patea, incluso lanza a uno al mar. Tras un par de minutos, trae la cabeza del otro, y te la pone justo enfrente.
- Tú… Maldito bastardo -comenta con ira, agarrándote y desplazándote hacia la pared-. Tú has matado a Knerp. Has sido tú.
- Haya paz -comenta Pwero, reincorporado y acercándose hacia tí-. No solucionemos esto con violencia. Hay cosas más importantes.
- ¿Más importantes que mi padre? -comenta la quisquilla, levantándose y cogiendo las dos partes del cuerpo del inerte gyojin- ¿Qué hago yo ahora con esto?
- Tranquilo, hijo. Todo llegará en su momento. Kwerp, ¿estás bien?
- Sí -miente-. ¿Qué necesitas?
- Junta a todo herido de guerra, les trataremos. Pero antes de nada… El tiburón y yo nos vamos a ayudar a los encargados de poner esto en marcha. Nos vamos cagando hostias. Ah, por cierto -comenta mientras toca el hombro de la quisquilla-, encárgate tú del pulpo.
Pwero te lanza una última mirada de desaprobación, y acaba por largarse. Tras ello, la quisquilla te ojea. Puedes notar una mirada de odio. Tiene ganas de matarte, de apalearte hasta que pierdas el conocimiento. Incluso de romper cada hueso que tienes. Pero por alguna razón no lo hace, simplemente realiza tres preguntas.
- ¿Por qué? ¿Por qué mi padre? ¿Por qué ese plan?
El caso es que cuando estáis todos en posición, decides ejecutar tu plan, y el resto de gyojins presentes te miran mal, pero quizá no seas consciente en el momento. Knerp, que había estado viendo todo desde el suelo, tuerce el rostro al oírte. Murmura algo, pero no tiene fuerzas para decir algo entendible. Intenta levantarse, pero fracasa. Hace una nueva intentona… Pero es tarde. Mientras te desplazas, el hombre gris pierde la atención en tí, se mueve a una velocidad endiablada y, durante el camino, agarra un machete del suelo, atravesando el cuerpo de Knerp en dos y realizando un corte bastante limpio. A decir verdad, no debe ser muy complicado cortar a alguien por la mitad si tienes la fuerza suficiente y el objetivo está quieto.
Pwero grita, el tiburón entra en cólera y empieza a golpearse el pecho, y la quisquilla suelta el cadáver. Y parece despertar.
- ¡¡¡PAPÁ!!! -grita, con un volumen de voz increíble- NO TE VAYAS
Y, antes de que toques la pared, el gyojin quisquilla está a medio metro del hombre gris, alzando con fuerza su enorme quela, con el rostro lleno de ira. Su rival se tapa con ambos brazos envueltos en haki, pero la voluntad de la quisquilla es indeterminable. Con un potentísimo golpe derriba la defensa a la par que destroza su casco, creando una línea casi totalmente recta de sangre. La dimensión de la línea va de más a menos grosor, y mide unos seis metros de largo. Con la pinza ensangrentada, el gyojin se acerca hasta su padre, para intentar unirle de alguna manera.
Con la sorprendente facilidad con la que el adolescente ha acabado con su rival, quizá, de haber empleado su fuerza al principio, no hubiera habido tantas bajas.
De cualquier manera, Kwerp adopta una pose de karateka, mientras desplaza hacia atrás el puño derecho para, después, llevarlo al frente. El gyojin crea una onda de choque que lanza hacia atrás a los dos humanos. Tras ello vuelve a hacer lo mismo que Pwero, hincar la rodilla en pos del esfuerzo mientras emite un ligero sollozo.
A su vez, el tiburón corre hacia los enemigos, que chocan contra la pared. Y se ensaña. Les muerde, golpea, patea, incluso lanza a uno al mar. Tras un par de minutos, trae la cabeza del otro, y te la pone justo enfrente.
- Tú… Maldito bastardo -comenta con ira, agarrándote y desplazándote hacia la pared-. Tú has matado a Knerp. Has sido tú.
- Haya paz -comenta Pwero, reincorporado y acercándose hacia tí-. No solucionemos esto con violencia. Hay cosas más importantes.
- ¿Más importantes que mi padre? -comenta la quisquilla, levantándose y cogiendo las dos partes del cuerpo del inerte gyojin- ¿Qué hago yo ahora con esto?
- Tranquilo, hijo. Todo llegará en su momento. Kwerp, ¿estás bien?
- Sí -miente-. ¿Qué necesitas?
- Junta a todo herido de guerra, les trataremos. Pero antes de nada… El tiburón y yo nos vamos a ayudar a los encargados de poner esto en marcha. Nos vamos cagando hostias. Ah, por cierto -comenta mientras toca el hombro de la quisquilla-, encárgate tú del pulpo.
Pwero te lanza una última mirada de desaprobación, y acaba por largarse. Tras ello, la quisquilla te ojea. Puedes notar una mirada de odio. Tiene ganas de matarte, de apalearte hasta que pierdas el conocimiento. Incluso de romper cada hueso que tienes. Pero por alguna razón no lo hace, simplemente realiza tres preguntas.
- ¿Por qué? ¿Por qué mi padre? ¿Por qué ese plan?
Kaito Takumi
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Tras la ola de distracción, llegó la distracción de verdad. Escurriéndome sobre los cuerpos caídos como un ágil cangrejo de arena que huía del oleaje, vi como Knep, allá lejos por la derecha de la sala, intentaba levantarse. Y aunque su gesto fue sincero y su intención honorable, creo que ambos sabíamos que no podía llegar a hacer nada… O quizá vivió aquellos pocos segundos antes de ser cortado por la mitad con la dulce ilusión de ser un héroe, quién sabe. Lo importante era que había cumplido su propósito, el que le había lanzado como un saco de mierda, para que yo pudiese continuar mi carrera hacia la cámara de vigilancia.
Pero lo que pasó entonces no me lo esperé en absoluto. Claro que suponía que afloraría un sentimiento de ira que impulsase al resto de hijos del mar a contratacar con todas sus fuerzas para vengar a su amigo caído, ante el cual luego tendría que responder yo mismo más tarde, pero lo del padre… No, aquella era una variable con la que no había contado, y aunque seguiría ayudando a la causa, luego se transformaría en una amenaza mucho peor.
Ahí estaba yo, al lado de la pared, justo en el momento en que el casco y cráneo del hombre de gris se pulverizaban y diseminaban como una espora eclosionada. No había necesidad de que apagase las cámaras, así que fui acercándome a Pwero reptando bajo la protección de los hierros de las máquinas del gimnasio mientras todo se desarrollaba. La batalla no duró mucho, pero sí lo suficiente para darme tiempo a diseccionar pequeños detalles de la historia en la que me había visto atrapado.
—Pwero…—susurré escurriéndome sobre el último montón de pesas amontonadas. Él había…
Entonces vi como el tiburón cubierto de sangre se giraba para enfrentar a su último enemigo...Yo. Cambié de dirección apresuradamente, y en lugar de ir hacia el anciano, fui hacia la pared donde se amontonaban los relativamente mullidos sacos de boxeo. Las intenciones del maldito hijo del mar, que aún no había hecho gala de sus demoníacos poderes, estaban bien claras, y prefería que si iba a atacarme lo hiciera rodeado de tela y arena, y no de hierro. Agarrándome por el cuello y arrastrándome hasta hacerme chocar por la pared, aquel tipo empezó a ahogarme sin encontrar resistencia. ¿Para qué iba a darle con el bichero o invertir mis esfuerzos en algo que no fuera contener la respiración? Si quería matarme, que quería, y encima avivaba aquello con golpes, acabaría haciéndolo. Evité hasta mirarle, refugiándome en la horrible sensación de ahogo y en los ojos muertos de la cabeza que había traído consigo. Empecé a quedarme sin oxígeno...
El comentario del anciano le hizo soltarme, tras lo cual me quedé tosiendo con una mano puesta sobre mi dolorida garganta. Escuché recuperando el aliento cómo el devenir de los acontecimientos provocados por mis crueles decisiones me ponía en una situación de la que pocos podrían salir. Estaba herido y cansado, y eso le importaba tanto al mundo como a mí la vida de todos los que habían muerto. Bueno, no de todos. Había cometido un error del que ahora era plenamente consciente. Del cual me lamentaba sobre todos los demás. “Lo siento”, pensé sabiendo que aquello importaba aún menos.
—Era el único del que me sabía el nombre —respondí encogiéndome de hombros mientras el arrepentimiento se hacía hueco en mi rostro. Me levanté apoyándome en el bichero para seguir hablando-. Y tú no hiciste nada cuando te llamé —dije firme, entregándole la culpa que legítimamente le pertenecía—. Ahora suelta eso antes de que sigas absorbiendo veneno, idiota. ¿No crees que ya han muerto muchos hoy? —continué espetando… con el mismo tono con el que mi padre me hablaba—. Voy a coger el vinagre de la otra sala antes de que los nematocistos que tienes ya anclados sigan bombardeando. Si quieres matarme deberías esperar a que vuelva —me giré con la intención de trepar por la pared para llegar al hueco, pero fui consciente de lo que acababa de decir y emití un largo suspiro. Volví a encararle y me acerqué a él tendiéndole mi fiel bichero—. Guárdame esto. Volveré… ¿vale? —Intenté sonreír como lo hubiera hecho mi padre, pero nunca le había visto hacerlo—. Ya te dije que no te mentiría.
Si todo salía bien y el luto del pobre den-den que había matado al inundarlo de agua salada en mi deslizar pasaba por uno de esos momentos tan sumamente clichés como para que me dejara irme, me marcharía por el hueco cogiendo una de las armas de filo que habían desperdigadas por el suelo. Necesitaba un cuchillo, fuese de la forma que fuese, para cortar las cuerdas de los botes salvavidas que Pwero y el tiburón habían mencionado en nuestra corta estancia en la cárcel. ¡De aquel barco no se iba a ir ni un percebe que tuviese que responder a mis preguntas!
Hecho esto, y sin ninguna consideración por la vida de ningún hijo del mar que no fuese el anciano o un servidor, bajaría a la sala de cámaras y cogería el den-den mecánico para llamar a la extensión del escualo.
—Tibutonto, si no te necesitan en el puente de mando ese, o como quiera que se llame a la sala, vente para cubierta. Tenemos cosas de las que hablar… Como tu nombre, por ejemplo —comentaría mientras miraba de reojo la lata de vinagre—. Y si haces el favor de encerrar, por su protección, claro está, a los tripulantes y a Pwero, y te tomas la molestia de realmente ver si alguien más sigue infiltrado en el barco, como que mejor. Hay…—reconsideré cómo quería decirlo—. Ya habrá tiempo para ese combate singular en respeto a tus tradiciones.
Acto seguido, y mientras mi mente estaba ocupada en mil posibles estrategias, opté por contactar con el destrozado gimnasio en el que había tenido lugar la gran batalla de una guerra que, sin duda, no ganaríamos.
—Pwero, ¿te importaría decirme el número de tu hermano? Sé que estás ocupado estabilizando a tus compis, pero mientras llego…—diría atento a las cámaras.
Bueno, lo diría si es que todo hasta ese punto fluía como la seda, el vinagre no se había caído y el soldado de gris había priorizado la caza a la destrucción de la vigilancia.
Pero lo que pasó entonces no me lo esperé en absoluto. Claro que suponía que afloraría un sentimiento de ira que impulsase al resto de hijos del mar a contratacar con todas sus fuerzas para vengar a su amigo caído, ante el cual luego tendría que responder yo mismo más tarde, pero lo del padre… No, aquella era una variable con la que no había contado, y aunque seguiría ayudando a la causa, luego se transformaría en una amenaza mucho peor.
Ahí estaba yo, al lado de la pared, justo en el momento en que el casco y cráneo del hombre de gris se pulverizaban y diseminaban como una espora eclosionada. No había necesidad de que apagase las cámaras, así que fui acercándome a Pwero reptando bajo la protección de los hierros de las máquinas del gimnasio mientras todo se desarrollaba. La batalla no duró mucho, pero sí lo suficiente para darme tiempo a diseccionar pequeños detalles de la historia en la que me había visto atrapado.
—Pwero…—susurré escurriéndome sobre el último montón de pesas amontonadas. Él había…
Entonces vi como el tiburón cubierto de sangre se giraba para enfrentar a su último enemigo...Yo. Cambié de dirección apresuradamente, y en lugar de ir hacia el anciano, fui hacia la pared donde se amontonaban los relativamente mullidos sacos de boxeo. Las intenciones del maldito hijo del mar, que aún no había hecho gala de sus demoníacos poderes, estaban bien claras, y prefería que si iba a atacarme lo hiciera rodeado de tela y arena, y no de hierro. Agarrándome por el cuello y arrastrándome hasta hacerme chocar por la pared, aquel tipo empezó a ahogarme sin encontrar resistencia. ¿Para qué iba a darle con el bichero o invertir mis esfuerzos en algo que no fuera contener la respiración? Si quería matarme, que quería, y encima avivaba aquello con golpes, acabaría haciéndolo. Evité hasta mirarle, refugiándome en la horrible sensación de ahogo y en los ojos muertos de la cabeza que había traído consigo. Empecé a quedarme sin oxígeno...
El comentario del anciano le hizo soltarme, tras lo cual me quedé tosiendo con una mano puesta sobre mi dolorida garganta. Escuché recuperando el aliento cómo el devenir de los acontecimientos provocados por mis crueles decisiones me ponía en una situación de la que pocos podrían salir. Estaba herido y cansado, y eso le importaba tanto al mundo como a mí la vida de todos los que habían muerto. Bueno, no de todos. Había cometido un error del que ahora era plenamente consciente. Del cual me lamentaba sobre todos los demás. “Lo siento”, pensé sabiendo que aquello importaba aún menos.
—Era el único del que me sabía el nombre —respondí encogiéndome de hombros mientras el arrepentimiento se hacía hueco en mi rostro. Me levanté apoyándome en el bichero para seguir hablando-. Y tú no hiciste nada cuando te llamé —dije firme, entregándole la culpa que legítimamente le pertenecía—. Ahora suelta eso antes de que sigas absorbiendo veneno, idiota. ¿No crees que ya han muerto muchos hoy? —continué espetando… con el mismo tono con el que mi padre me hablaba—. Voy a coger el vinagre de la otra sala antes de que los nematocistos que tienes ya anclados sigan bombardeando. Si quieres matarme deberías esperar a que vuelva —me giré con la intención de trepar por la pared para llegar al hueco, pero fui consciente de lo que acababa de decir y emití un largo suspiro. Volví a encararle y me acerqué a él tendiéndole mi fiel bichero—. Guárdame esto. Volveré… ¿vale? —Intenté sonreír como lo hubiera hecho mi padre, pero nunca le había visto hacerlo—. Ya te dije que no te mentiría.
Si todo salía bien y el luto del pobre den-den que había matado al inundarlo de agua salada en mi deslizar pasaba por uno de esos momentos tan sumamente clichés como para que me dejara irme, me marcharía por el hueco cogiendo una de las armas de filo que habían desperdigadas por el suelo. Necesitaba un cuchillo, fuese de la forma que fuese, para cortar las cuerdas de los botes salvavidas que Pwero y el tiburón habían mencionado en nuestra corta estancia en la cárcel. ¡De aquel barco no se iba a ir ni un percebe que tuviese que responder a mis preguntas!
Hecho esto, y sin ninguna consideración por la vida de ningún hijo del mar que no fuese el anciano o un servidor, bajaría a la sala de cámaras y cogería el den-den mecánico para llamar a la extensión del escualo.
—Tibutonto, si no te necesitan en el puente de mando ese, o como quiera que se llame a la sala, vente para cubierta. Tenemos cosas de las que hablar… Como tu nombre, por ejemplo —comentaría mientras miraba de reojo la lata de vinagre—. Y si haces el favor de encerrar, por su protección, claro está, a los tripulantes y a Pwero, y te tomas la molestia de realmente ver si alguien más sigue infiltrado en el barco, como que mejor. Hay…—reconsideré cómo quería decirlo—. Ya habrá tiempo para ese combate singular en respeto a tus tradiciones.
Acto seguido, y mientras mi mente estaba ocupada en mil posibles estrategias, opté por contactar con el destrozado gimnasio en el que había tenido lugar la gran batalla de una guerra que, sin duda, no ganaríamos.
—Pwero, ¿te importaría decirme el número de tu hermano? Sé que estás ocupado estabilizando a tus compis, pero mientras llego…—diría atento a las cámaras.
Bueno, lo diría si es que todo hasta ese punto fluía como la seda, el vinagre no se había caído y el soldado de gris había priorizado la caza a la destrucción de la vigilancia.
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Notas la mirada de pena de la quisquilla. Hay odio en ella, pero indudablemente más pena que odio. Esa pena que solo alguien que acaba de perder a un ser querido sufre. Y es ese sentimiento el que se apodera de él, más aún cuando le das una contundente bofetada en forma de dosis de realidad. Él podía haber evitado todo aquello, sin embargo, había optado por tomar un camino que había traído unas consecuencias ya inevitables.
Cuando le comentas lo del cuerpo de su padre, lo ojea y te mira después, pero no se desprende de él. Y cuando le dices que te marcharás, tampoco le parece importar mucho, vuelve la mirada hacia el cuerpo de su padre de nuevo. Parece que está viviendo un complicado momento, y no le parece importar nada de lo que hay a su alrededor. Tienes que dejarle el bíchero en la mano, ya que no la tiende para recogerlo.
Una vez te marchas, recoges una especie de afilado machete, con el cual cortas las cuerdas de todo bote salvavidas del barco.
Una vez llegas a la sala de control, ves que todo está tal y como lo dejaste. A excepción de la puerta, claro, que está reventada por varios sitios, haciendo mención especial a la zona de la cerradura, más abollada que el resto. Cuando usas el den den y te pones en contacto con el gyojin tiburón, podrás ver -si así lo deseas- a través de la cámara que parece ignorar tus “órdenes”. Igual deberías darte cuenta que ya no estás al mando, y después de lo que has hecho, no confiarán mucho en tí. Incluso puede que no confíen nada.
El tiburón hace unas señas a los dos gyojins que permanecieron todo el rato en la sala, y estos salen fuera corriendo. A saber qué traman.
Pwero también escucha tus palabras, pero también las ignora, y no solo eso. Mira cada esquina de la sala, hasta dar con la cámara. Se acerca lentamente, y una vez está en posición, salta y le da un bastonazo. Has perdido la señal del gimnasio, aunque sigues teniendo la megafonía… Por ahora.
Gyojins heridos se van sumando a la fila de habitantes del mar que identifican heridos y muertos. En la sala del gimnasio -la cual no puedes ver- crean dos montones, y un par de médicos tratan a los más graves. Transcurren unos minutos hasta que el barco se pone en movimiento. Aunque parece no alcanzar una velocidad aceptable aún. Puede que tengan algún tipo de problema, o simplemente que al barco le cueste alcanzar una velocidad alta estable.
Pinta tan negro como la tinta que puedas expulsar. Tienes poco tiempo para revertir la situación, aunque francamente, lo tienes complicado.
Cuando le comentas lo del cuerpo de su padre, lo ojea y te mira después, pero no se desprende de él. Y cuando le dices que te marcharás, tampoco le parece importar mucho, vuelve la mirada hacia el cuerpo de su padre de nuevo. Parece que está viviendo un complicado momento, y no le parece importar nada de lo que hay a su alrededor. Tienes que dejarle el bíchero en la mano, ya que no la tiende para recogerlo.
Una vez te marchas, recoges una especie de afilado machete, con el cual cortas las cuerdas de todo bote salvavidas del barco.
Una vez llegas a la sala de control, ves que todo está tal y como lo dejaste. A excepción de la puerta, claro, que está reventada por varios sitios, haciendo mención especial a la zona de la cerradura, más abollada que el resto. Cuando usas el den den y te pones en contacto con el gyojin tiburón, podrás ver -si así lo deseas- a través de la cámara que parece ignorar tus “órdenes”. Igual deberías darte cuenta que ya no estás al mando, y después de lo que has hecho, no confiarán mucho en tí. Incluso puede que no confíen nada.
El tiburón hace unas señas a los dos gyojins que permanecieron todo el rato en la sala, y estos salen fuera corriendo. A saber qué traman.
Pwero también escucha tus palabras, pero también las ignora, y no solo eso. Mira cada esquina de la sala, hasta dar con la cámara. Se acerca lentamente, y una vez está en posición, salta y le da un bastonazo. Has perdido la señal del gimnasio, aunque sigues teniendo la megafonía… Por ahora.
Gyojins heridos se van sumando a la fila de habitantes del mar que identifican heridos y muertos. En la sala del gimnasio -la cual no puedes ver- crean dos montones, y un par de médicos tratan a los más graves. Transcurren unos minutos hasta que el barco se pone en movimiento. Aunque parece no alcanzar una velocidad aceptable aún. Puede que tengan algún tipo de problema, o simplemente que al barco le cueste alcanzar una velocidad alta estable.
Pinta tan negro como la tinta que puedas expulsar. Tienes poco tiempo para revertir la situación, aunque francamente, lo tienes complicado.
Kaito Takumi
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Tras haber destruido cualquier método de escape que no fuera el fiel y confiable nado, purgando así cualquier probabilidad de que Pwero se marchase con el tiburón como tenían pensado hacer en un principio, continué con el resto de mi plan. Sobraba decir que aquello fue lo único que había salido bien, ya que, como estaba empezando a acostumbrarme, el resto iba en mi contra.
—Pues nada, oye. Tendrá que ser por las malas —me dije cuando mis sospechas fueron confirmadas por el ataque del anciano hacia la cámara—. O quizás me valga más unirme al traidor, yo qué sé.
Al fin y al cabo, todo aquello me había olido a chamusquina desde el comienzo. El viejales no solo había intentado irse de allí desde un principio mostrando una falta total de honor, sino que había convencido al resto de hijos del mar que realmente tenía. Y todo, poco a poco, comenzaba a tener cada vez más y más sentido… Aunque parte de mí temía que mis razonamientos simplemente siguiesen el proverbio de “Cree el ladrón que todos son de su condición”, tenía mis buenas razones para sospechar.
Cogiendo la lata de vinagre, que milagrosamente seguía en pie tras el bruto acto de cerrajería, con las manos y el cuchillo con mi tentáculo anterior sano, volví al gimnasio dándole vueltas a todo aquello una vez más con cuidado de no derramar el preciado contenido, especialmente cuando tuviese que ir bocaabajo.
Pasando el primer y vil plan de huida al que pretendían aferrarse los encarcelados, el resto de acciones de Pwero, así como los desagradables acontecimientos de aquel día, parecían tener una extraña relación. En primer lugar, aquel enano sabiondo había revelado con su grito de guerra de vuelta al gimnasio que conocía quién iba a venir antes de tiempo, lo que sumado a que los soldados fuesen directamente a la sala en la que estaba con un taladro solo daba cabida a un puñado de condicionales. Y si metíamos en la operación mi encierro, el grito tan rápido que dio al morir la medusa en vez de verse afectado y retardado por sus emociones como sus compañeros, y el deshacerse de la cámara al ver qué significaban mis palabras dirigidas al tiburón… Estaba claro que Pwero era un traidor a su raza, uno que se lo había montado tan bien que se había convertido en un maldito héroe.
Cuando llegué donde estaba Pnem, este seguía igual de ido que al dejarle mi arma, la cual yacía en el suelo porque ni siquiera se había molestado en cerrar la mano. Aquel estúpido crío continuaba aferrado al venenoso cuerpo de su padre, y al haberme entretenido con los botes, probablemente el vinagre apenas serviría. Suspiré, manchándome las manos del líquido con restos de encurtidos, cogí mi arma, y luego le arrojé el contenido de la lata encima. Si aún no reaccionaba, lo cual era bastante probable, intentaría separarle de los restos mortales con la ayuda de mi bichero procurando no tocar el tóxico cadáver sin una avinagrada protección, y luego arrastraría al niñato por el pie hasta los médicos, informándoles de la razón de su patético estado con “Se ha abrazado a Knep, si no creéis que pueda sobrellevar el veneno a pesar del vinagre, ponedlo vosotros en el montón. Yo paso.” En cambio, si estaba consciente, le mostraría una pequeña sonrisa de orgullo, una que nunca me había regalado mi padre, antes de susurrarle un “Ya te dije que volvería, ¿no?”, y silbaría a uno de los reconocedores señalándole para que le llevase a recibir atención médica. Que se la dieran o no, ya caía sobre sus consciencias.
Y hecho aquello, me molestaría en invertir parte de mi tiempo en lo que nadie estaba haciendo: buscar supervivientes del bando enemigo de camino a la puerta. Dada mi situación, y con el frente gyojin reducido a escombros, no me venía mal ir labrando mi deserción hacia una rotunda y fría traición. Además, todo pintaba que no iba a conseguir respuestas del anciano, así que tenía que ir a buscármelas por otro lado, ¿qué mejor que salvarle la vida a un soldado? Por supuesto, y teniendo en cuenta la utilidad del fanatismo en la milicia, el cuello del afortunado estaría firmemente sujeto con la punta de mi cuchillo, para lo que le desprendería de su casco previamente.
—Me gustaría que habláramos un rato, siempre que no haya problema en recurrir a la diplomacia —le susurraría al humano que hubiera encontrado consciente amenazándole con el tacto del frío acero.
Pero conociendo la brutalidad con la que la mitad más primal de los hijos del mar actuaban, dudaba que pudiese encontrar a alguno de ellos en un estado que me permitiese interrogarles. Si de todas formas tenía esa suerte, arrastraría como pudiera al susodicho en mi búsqueda del elenco principal mientras mantenía una cordial charla con él. Por supuesto, para sacarle de allí con una excusa, diría a los que tuvieran el nervio de preguntarme que era mejor deshacerse de los cuerpos cuanto antes, y que a eso iba. En lo que esperaría que el humano me siguiera la corriente haciéndose el inconsciente.
De darse el caso de no encontrar ningún hijo de la tierra en condiciones, saldría de allí con las mismas intenciones, dirigiéndome antes a uno de los que comprobaban los cuerpos para instarle a que rematase o bien atase a los humanos que encontrara, por asegurarnos. La idea no era mala, en ambas formas, e incluso desde mi posición como lacra social estaba seguro de que sería considerada. De esta manera cubría todas las posibles opciones a considerar, y aunque estaba seguro que no podía enmendar lo hecho aquel día, lo que llegara a hacer iba encaminado, de nuevo, a ser el plan menos malo.
—A ver cómo se las están arreglando con los sabotajes…—farfullaría de estar solo, y de no estarlo lo pensaría—. Si el idiota del tiburón me hubiera hecho caso y hubiera buscado a los infiltrados no hubiera pasado esto…
Encontrarles iba a ser un problema, uno que me había creado yo solo al ganarme el desprecio de los idiotas del barco y por no preguntar antes de salir. Uno que probablemente se complicase más arrastrando el peso de un soldado herido.
—Pues nada, oye. Tendrá que ser por las malas —me dije cuando mis sospechas fueron confirmadas por el ataque del anciano hacia la cámara—. O quizás me valga más unirme al traidor, yo qué sé.
Al fin y al cabo, todo aquello me había olido a chamusquina desde el comienzo. El viejales no solo había intentado irse de allí desde un principio mostrando una falta total de honor, sino que había convencido al resto de hijos del mar que realmente tenía. Y todo, poco a poco, comenzaba a tener cada vez más y más sentido… Aunque parte de mí temía que mis razonamientos simplemente siguiesen el proverbio de “Cree el ladrón que todos son de su condición”, tenía mis buenas razones para sospechar.
Cogiendo la lata de vinagre, que milagrosamente seguía en pie tras el bruto acto de cerrajería, con las manos y el cuchillo con mi tentáculo anterior sano, volví al gimnasio dándole vueltas a todo aquello una vez más con cuidado de no derramar el preciado contenido, especialmente cuando tuviese que ir bocaabajo.
Pasando el primer y vil plan de huida al que pretendían aferrarse los encarcelados, el resto de acciones de Pwero, así como los desagradables acontecimientos de aquel día, parecían tener una extraña relación. En primer lugar, aquel enano sabiondo había revelado con su grito de guerra de vuelta al gimnasio que conocía quién iba a venir antes de tiempo, lo que sumado a que los soldados fuesen directamente a la sala en la que estaba con un taladro solo daba cabida a un puñado de condicionales. Y si metíamos en la operación mi encierro, el grito tan rápido que dio al morir la medusa en vez de verse afectado y retardado por sus emociones como sus compañeros, y el deshacerse de la cámara al ver qué significaban mis palabras dirigidas al tiburón… Estaba claro que Pwero era un traidor a su raza, uno que se lo había montado tan bien que se había convertido en un maldito héroe.
Cuando llegué donde estaba Pnem, este seguía igual de ido que al dejarle mi arma, la cual yacía en el suelo porque ni siquiera se había molestado en cerrar la mano. Aquel estúpido crío continuaba aferrado al venenoso cuerpo de su padre, y al haberme entretenido con los botes, probablemente el vinagre apenas serviría. Suspiré, manchándome las manos del líquido con restos de encurtidos, cogí mi arma, y luego le arrojé el contenido de la lata encima. Si aún no reaccionaba, lo cual era bastante probable, intentaría separarle de los restos mortales con la ayuda de mi bichero procurando no tocar el tóxico cadáver sin una avinagrada protección, y luego arrastraría al niñato por el pie hasta los médicos, informándoles de la razón de su patético estado con “Se ha abrazado a Knep, si no creéis que pueda sobrellevar el veneno a pesar del vinagre, ponedlo vosotros en el montón. Yo paso.” En cambio, si estaba consciente, le mostraría una pequeña sonrisa de orgullo, una que nunca me había regalado mi padre, antes de susurrarle un “Ya te dije que volvería, ¿no?”, y silbaría a uno de los reconocedores señalándole para que le llevase a recibir atención médica. Que se la dieran o no, ya caía sobre sus consciencias.
Y hecho aquello, me molestaría en invertir parte de mi tiempo en lo que nadie estaba haciendo: buscar supervivientes del bando enemigo de camino a la puerta. Dada mi situación, y con el frente gyojin reducido a escombros, no me venía mal ir labrando mi deserción hacia una rotunda y fría traición. Además, todo pintaba que no iba a conseguir respuestas del anciano, así que tenía que ir a buscármelas por otro lado, ¿qué mejor que salvarle la vida a un soldado? Por supuesto, y teniendo en cuenta la utilidad del fanatismo en la milicia, el cuello del afortunado estaría firmemente sujeto con la punta de mi cuchillo, para lo que le desprendería de su casco previamente.
—Me gustaría que habláramos un rato, siempre que no haya problema en recurrir a la diplomacia —le susurraría al humano que hubiera encontrado consciente amenazándole con el tacto del frío acero.
Pero conociendo la brutalidad con la que la mitad más primal de los hijos del mar actuaban, dudaba que pudiese encontrar a alguno de ellos en un estado que me permitiese interrogarles. Si de todas formas tenía esa suerte, arrastraría como pudiera al susodicho en mi búsqueda del elenco principal mientras mantenía una cordial charla con él. Por supuesto, para sacarle de allí con una excusa, diría a los que tuvieran el nervio de preguntarme que era mejor deshacerse de los cuerpos cuanto antes, y que a eso iba. En lo que esperaría que el humano me siguiera la corriente haciéndose el inconsciente.
De darse el caso de no encontrar ningún hijo de la tierra en condiciones, saldría de allí con las mismas intenciones, dirigiéndome antes a uno de los que comprobaban los cuerpos para instarle a que rematase o bien atase a los humanos que encontrara, por asegurarnos. La idea no era mala, en ambas formas, e incluso desde mi posición como lacra social estaba seguro de que sería considerada. De esta manera cubría todas las posibles opciones a considerar, y aunque estaba seguro que no podía enmendar lo hecho aquel día, lo que llegara a hacer iba encaminado, de nuevo, a ser el plan menos malo.
—A ver cómo se las están arreglando con los sabotajes…—farfullaría de estar solo, y de no estarlo lo pensaría—. Si el idiota del tiburón me hubiera hecho caso y hubiera buscado a los infiltrados no hubiera pasado esto…
Encontrarles iba a ser un problema, uno que me había creado yo solo al ganarme el desprecio de los idiotas del barco y por no preguntar antes de salir. Uno que probablemente se complicase más arrastrando el peso de un soldado herido.
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Cuando llegas hasta la quisquilla, observas cómo ya se ha movido, y el cuerpo de su padre se encuentra en el suelo. Aún parece estar en shock, algo que puedes deducir por sus erráticos movimientos. Le rocías de vinagre y te mira a los ojos, sin soltar ni una palabra. Cuando le dices que has vuelto, tal y como le dijiste, su rostro apenas cambia. Los médicos vienen y te escuchan, se llevan al adolescente y Pwero se acerca hacia ti.
- Parece que no entiendes las cosas… Hace tiempo que ya no eres bienvenido aquí, justo desde el momento en el que sacrificaste a uno de los nuestros. Tienes hasta que organicemos todo para marcharte, si no lo haces… La ira del mar recaerá sobre ti.
Pwero parece bastante cabreado, incluso le notas alguna vena en el rostro que no le habías visto hasta ahora. Una vez te alejas en la búsqueda de un humano, puedes ver como la mayoría de los que están tendidos en el suelo están totalmente muertos. Algunos tienen el cráneo partido en dos, a otros les faltan partes del cuerpo… Incluso ves algún dedo tirado por ahí.
Cuando estás a punto de darte por vencido, oyes un ligero ruido que te llama la atención. Parece ser una respiración algo más fuerte de lo normal. Inspeccionas un poco a los humanos que te quedan y ves a uno con un leve movimiento de respiración. Te lo llevas, y algún que otro gyojin te pregunta que qué haces con él, y pese a tu respuesta, nadie parece creerte. Ves a alguno cuchichear con otros mientras te miran. Hay demasiados humanos como para fijarse en uno en concreto. Y, de empezar por él, ¿por qué solo se encarga un gyojin de esa tarea?
En cualquier caso, consigues sacarle de la sala con éxito, y una vez estáis fuera y le preguntas, sonríe mirándote a los ojos y te contesta, con un evidente esfuerzo por pronunciar cada palabra, para acabar mirando tu arma.
- Tú dirás.
- Parece que no entiendes las cosas… Hace tiempo que ya no eres bienvenido aquí, justo desde el momento en el que sacrificaste a uno de los nuestros. Tienes hasta que organicemos todo para marcharte, si no lo haces… La ira del mar recaerá sobre ti.
Pwero parece bastante cabreado, incluso le notas alguna vena en el rostro que no le habías visto hasta ahora. Una vez te alejas en la búsqueda de un humano, puedes ver como la mayoría de los que están tendidos en el suelo están totalmente muertos. Algunos tienen el cráneo partido en dos, a otros les faltan partes del cuerpo… Incluso ves algún dedo tirado por ahí.
Cuando estás a punto de darte por vencido, oyes un ligero ruido que te llama la atención. Parece ser una respiración algo más fuerte de lo normal. Inspeccionas un poco a los humanos que te quedan y ves a uno con un leve movimiento de respiración. Te lo llevas, y algún que otro gyojin te pregunta que qué haces con él, y pese a tu respuesta, nadie parece creerte. Ves a alguno cuchichear con otros mientras te miran. Hay demasiados humanos como para fijarse en uno en concreto. Y, de empezar por él, ¿por qué solo se encarga un gyojin de esa tarea?
En cualquier caso, consigues sacarle de la sala con éxito, y una vez estáis fuera y le preguntas, sonríe mirándote a los ojos y te contesta, con un evidente esfuerzo por pronunciar cada palabra, para acabar mirando tu arma.
- Tú dirás.
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- “Paso a paso”:
- Pues nada, iré poco a poco para enterarme bien de las cosas porque todo se tuerce mucho. Voy a hacer un primer post de preguntas a Pwero, que a lo mejor ni se digna a contestarme nada, y luego lo que pasa con el humano
No tenía ocho años. No iba a tolerar que nadie más me hablase con ese tono de superioridad moral, como si hubiese hecho algo que me diferenciase del resto de hijos del mar que había en la sala. De él. No era mi padre. Y si lo fuera, me quedaría más a gusto tras gritarle. Pero antes, debía darle una última oportunidad… o dármela a mí para obtener mis respuestas.
—Me iré cuando tenga lo que me prometiste: todas las repuestas a mis preguntas. Cuando todo esté aclarado, no volveréis a verme.
Pero por supuesto, ante una negativa, no tendría otra opción que insistir.
—¿Disculpa? —diría más irónico que ofendido. Lo que pensaran aquellos imbéciles de mí no me importaba si obtenía lo que quería—. Perdona, Pwero, pero me estás escupiendo una excusa hiperhipócrita. ¿No habéis hecho todos lo mismo? Porque la culpa de los muertos no es solo mía… Y que haya escogido un plan de sacrificar a un solo guerrero para permitir al resto sobrevivir, era la opción menos mala. Esos tipos iban a matarnos, o a entretenernos lo suficiente para que llegaran los que nos iban a matar. ¿Y me hechas en cara lo que hecho? ¿Con todo lo que ha pasado? Dijiste que habías estado en mi situación muchas veces, y dudo mucho que no hayas hecho algo similar. ¿Sabes lo que creo? Que lo que no te gusta de mí es que lo que creías una honorable franqueza, sea algo que va mucho más allá. Creo que ves que realmente tengo razón, pero que responda tan fríamente, sin ese sufrimiento, congoja o estúpido remordimiento, te toca los cojones a dos manos —diría aquello sin rabia, simplemente como una desagradable y soez observación—. Por eso me puteas, ¿verdad? Para joderme porque desmonto todo lo que crees y lo que eres bajo el falso pretexto de que esto es una lección de superioridad moral —le acusé, seriamente—. Te preguntaré una vez más, muy amablemente…—De nuevo, no había rastro de amenaza en mi tono a pesar de la selección de las palabras—. ¿Vas a cumplir tu promesa y resolver mis muchas dudas?
Y ante una negativa, volvería a contestar
—¿Y hay algo que pueda hacer para que cambies de puta opinión? Porque me amenazas así muy dramáticamente dejándote llevar por el odio e ignorando todo el bien que he hecho.
Con aquello podría darle, y a la vez obtener, una última oportunidad… pero si volvía a negarse, no me quedaba otra que recurrir a la segunda parte de mi plan. Si no podía unirme al que creía traidor, debía traicionarle en pos a obtener la verdad.
Por supuesto, intentaría que me viesen menos gente posible intentar sacar al humano, especialmente el enano cabrón, y de tener éxito ejecutaría las cosas como había pensado.
************************
—Estos piratas hijos de la grandísima puta me habían capturado en contra de mi voluntad. ¿Puedo unirme a vuestro bando? —Lo mejor era darles respuestas de sí y no. Si aceptaba, quitaría el cuchillo de su cuello, y si no lo dejaría. Independientemente de ello, continuaría con la siguiente pregunta y comenzaría a arrastrarle para movernos. No podíamos quedarnos allí más tiempo—. ¿Puedes llamar a casa? Si quieres hablo yo, que va a ser más rápido.
Me dirigiría por uno de los pasillos que no había visto reflejado en las cámaras a las que había tenido acceso e iría con la intención de acercarme lo máximo posible a uno de los costados del barco. Necesitaba encontrar una sala con ventanas lo antes posible, preferiblemente una habitación con cama de agua.
- Nota:
- He marcado bien las dos posibles escenas para separarlas. La segunda parte solo tiene lugar si no me dan mis respuestas, que es lo único que quiero de allí.
Si hay algo, coméntame por Discord, que había entendido mal lo que me dijiste por allí de que estaba igual en el mismo sitio la quisquilla
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Pwero te mira de arriba a abajo. Puedes denotar una mirada de odio, desprecio, o cualquier sinónimo que se te ocurra, pero ante todo, observas que no le gustas nada. Ya no.
- Te irás ahora, porque yo te lo digo -comenta, más serio que antes-. Y si no, te irás a la fuerza -finaliza, fijando su mirada en ti.
Y tras ello, llega tu discurso de despechado, que no le pilla por sorpresa. Ante todo lo que escupes con odio, solo le ves esbozar una pequeña sonrisa mientras se acerca hacia ti, quedándose a veinte centímetros de distancia. Una vez finalizas suspira y vuelve a fijar el contacto visual contigo.
- Me he equivocado un millón de veces -sentencia, con la voz ligeramente apagada-, mis equivocaciones han causado muertes, muertes evitables de haber tomado otro plan. Pero jamás, jamás, jamás, he mandado a uno de mis hombres a una misión suicida, ni lo he usado para salvar a nadie más. Eso es de ratas, de cobardes, y, desde luego, es algo que no pienso tolerar, ni yo ni nadie en este barco. Antes morimos todos que dejar que maten a uno de nosotros.
Puedes notar cómo su mirada empieza a denotar rabia, la vena de su cuello incrementa de tamaño, y cuando vuelve a mirarte tuerce el rostro.
- Me equivoqué contigo, y me costará mucho hacerles entender a todos nuestros -hace una mueca-. A todos mis -remarca el mis- hermanos que la muerte de nuestro gran guerrero fue honorable. Porque no, no lo ha sido. Has sentenciado a alguien que aún tenía esperanza. Has matado a uno de nuestros hermanos indirectamente… No te lo volveré a repetir. Considérate afortunado porque te deje ir, en cualquier otra circunstancia, la muerte de un guerrero se pagaría con la de otro, aunque tú tienes poco de guerrero. Tienes más de rata- finaliza, escupiendo al suelo y girándose.
Pero tu tercera pregunta parece sacar de sus casillas a Pwero, que se queda unos segundos dándote la espalda, girándose lentamente. Te mira, se acerca, y te abofetea. Con la mano abierta. En el momento notarás un fuerte calor, que te durará unos minutos, aunque afortunadamente, no dejará marca en tí más allá de lo que te afecte psicológicamente.
- Te he dicho que te vayas -comenta desenvainando su arma-. O te mato ahora mismo.
Parece que todo se ha torcido tanto, que no te conviene seguir hablando con Pwero. Desde la primera pregunta pudiste deducir que no te haría caso, pero tras tres intentonas, no te queda más remedio que huir. Y volver a jugarte la vida.
- ¿Nuestro bando? -pregunta, riéndose a la par que tose- Hay que estar desesperado para unirse a un bando del cual quedo… ¿solo yo? -finaliza, rieńdose algo más y a un volumen más alto.
Asiente ante tu pregunta sobre si podría llamar a “casa”. Cuando te mueves por los pasillos, ves que todas las salas están selladas, y las pocas que no lo están tienen gyojins dentro. Sin embargo, consigues entrar a una habitación con ventanas, aunque en el interior no hay más que una estantería con utensilios varios, herramientas algo deterioradas y algún que otro listón de madera.
En el momento en el que entras, notas cómo el barco comienza a moverse. Parece ser que ya han puesto rumbo a alguna parte.
- Te irás ahora, porque yo te lo digo -comenta, más serio que antes-. Y si no, te irás a la fuerza -finaliza, fijando su mirada en ti.
Y tras ello, llega tu discurso de despechado, que no le pilla por sorpresa. Ante todo lo que escupes con odio, solo le ves esbozar una pequeña sonrisa mientras se acerca hacia ti, quedándose a veinte centímetros de distancia. Una vez finalizas suspira y vuelve a fijar el contacto visual contigo.
- Me he equivocado un millón de veces -sentencia, con la voz ligeramente apagada-, mis equivocaciones han causado muertes, muertes evitables de haber tomado otro plan. Pero jamás, jamás, jamás, he mandado a uno de mis hombres a una misión suicida, ni lo he usado para salvar a nadie más. Eso es de ratas, de cobardes, y, desde luego, es algo que no pienso tolerar, ni yo ni nadie en este barco. Antes morimos todos que dejar que maten a uno de nosotros.
Puedes notar cómo su mirada empieza a denotar rabia, la vena de su cuello incrementa de tamaño, y cuando vuelve a mirarte tuerce el rostro.
- Me equivoqué contigo, y me costará mucho hacerles entender a todos nuestros -hace una mueca-. A todos mis -remarca el mis- hermanos que la muerte de nuestro gran guerrero fue honorable. Porque no, no lo ha sido. Has sentenciado a alguien que aún tenía esperanza. Has matado a uno de nuestros hermanos indirectamente… No te lo volveré a repetir. Considérate afortunado porque te deje ir, en cualquier otra circunstancia, la muerte de un guerrero se pagaría con la de otro, aunque tú tienes poco de guerrero. Tienes más de rata- finaliza, escupiendo al suelo y girándose.
Pero tu tercera pregunta parece sacar de sus casillas a Pwero, que se queda unos segundos dándote la espalda, girándose lentamente. Te mira, se acerca, y te abofetea. Con la mano abierta. En el momento notarás un fuerte calor, que te durará unos minutos, aunque afortunadamente, no dejará marca en tí más allá de lo que te afecte psicológicamente.
- Te he dicho que te vayas -comenta desenvainando su arma-. O te mato ahora mismo.
Parece que todo se ha torcido tanto, que no te conviene seguir hablando con Pwero. Desde la primera pregunta pudiste deducir que no te haría caso, pero tras tres intentonas, no te queda más remedio que huir. Y volver a jugarte la vida.
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- ¿Nuestro bando? -pregunta, riéndose a la par que tose- Hay que estar desesperado para unirse a un bando del cual quedo… ¿solo yo? -finaliza, rieńdose algo más y a un volumen más alto.
Asiente ante tu pregunta sobre si podría llamar a “casa”. Cuando te mueves por los pasillos, ves que todas las salas están selladas, y las pocas que no lo están tienen gyojins dentro. Sin embargo, consigues entrar a una habitación con ventanas, aunque en el interior no hay más que una estantería con utensilios varios, herramientas algo deterioradas y algún que otro listón de madera.
En el momento en el que entras, notas cómo el barco comienza a moverse. Parece ser que ya han puesto rumbo a alguna parte.
- Recuerda:
Ya hubo un gyojin que te vio sacar al humano en el post anterior.
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- “Nota”:
- Hago lo mismo que antes para distinguir ambas partes. Y respecto a lo del hijo del mar lo había tenido en cuenta (y que había ido cuchicheando), pero tenía que ver como se desarrollaba la parte con Pwero, por si acaso llegaba a una situación de no total traición. Se ve que no.
Una y otra vez Pwero continuó amenazándome, despreciando la verdad que portaba bajo la pulcra idealización del honor al que tan desesperadamente pretendía aferrarse. “Pero el problema de los conceptos tan pulidos es que no existen lugares que no resbalen”, pensé para mis adentros maldiciendo las continuas negativas. En ese momento me había dejado llevar por la ansiosa sed de respuestas, pero por suerte aquel viejo dominado por sus emociones me sacó del trance de una bofetada.
Entonces todo se volvió mucho más claro. Tan claro como las pequeñas lágrimas que amenazaron con correr por mi rostro. Cerré los ojos notando su calor y el de la marca de la pequeña mano. La respuesta estaba ahí, oculta tras mis párpados y su tono. Bajo capas de dolor pasado.
Miré a la nada cuando el anciano dejó a la luz el brillo de su bastón-cuchillo. Comencé a irme, alejándome como un fantasma que arrastraba las pesadas cadenas de sus recuerdos. Dudé de mis acciones, mi forma actuar y de mi nueva vida al completo, y todo porque aquel añejo enano había cruzado mi rostro con la misma emoción con la que lo había hecho antaño mi padre. Aquel simple gesto me hizo darle vueltas a todo cuanto había hecho aquel día. Me di cuenta de que quizás mis razonamientos se habían visto teñidos por una impresión subconsciente…
Mas debía tener claro que todos cuantos había allí no eran mis hermanos, que Pwero no era mi padre, y que no debía envidiar aquella camaradería que les cobijaba de la inherente crueldad del mundo. Debía dejar mi odio, mi despecho y mi tristeza a un lado hasta que fuese el momento adecuado para aceptarlas de nuevo. Respiré hondo tragándome el principio de aquel llanto cortado. Volví a evaluar la situación en la que me encontraba para hallar una verdad que mantenía guardada en un cercano cajón.
Volví en mí y al plan al que Pwero me había obligado a recurrir con su secretismo.
****************************************************************
Cuando el soldado medio muerto comenzó a reírse le miré con rostro serio y severo con la intención de que cesase aquel vil sonido que mi garganta, o quizás mi alma, no era capaz de producir. Debíamos ir en silencio, y las carcajadas de una hiena herida no harían más que atraer al resto de carnívoros. Aunque aquel sonido no duró mucho y el hombre continuó en silencio tras asentir durante todo el largo trecho que le fui arrastrando. Bueno, al menos se mantuvo todo lo silencioso que podía estar alguien que de vez en cuando no era capaz de reprimir un gruñidito de dolor. No me quedaba otra que conformarme con aquello.
En mi búsqueda por una sala por la que poder irnos, ya que el plan de quedarme con él para que contestase mis preguntas quedaba del todo anulado con la última fría advertencia, revelé mi presencia a los hijos del mar heridos al asomarme a las habitaciones a las que habían sido rápidamente trasladados. Por suerte, acabé encontrando un pequeño taller de… ¿carpintería? La sala disponía de una buena ventana que daba luz natural a la estación de trabajo, perfecta para saltar por ahí con el buzo.
Antes de hacerlo, cerré la puerta y miré a mi alrededor buscando la existencia de alguna posible cámara oculta. De no haberla, miraría a mi fardo y me daría tres toques con el índice sobre los labios para indicarle que no hablara pasase lo que pasase. Los hombres de Pwero no tardarían mucho en seguirnos, si no es que venían ya de camino, y no deseaba tener que explicar nada a gente que de todas formas no iba a escucharme. Y mucho menos contra el tiburón que probablemente había conseguido volver a poner en marcha el navío.
Aún arrastrando mi carga y con el oído atento a posibles interrupciones, abrí la ventana y me asomé para comprobar la altura entre esta y la superficie del mar. Si la distancia era más allá de un par de metros, o mejor dicho más de uno dado el inexplicable aumento de densidad alrededor del navío, no podría arrojar al humano, que ya estaba suficientemente herido, y me vería obligado a cargar su peso pared abajo para salir de allí. Por supuesto, antes de esto, lanzaría el tablón que habían dejado para usarlo más tarde como flotador y cogería alguna vieja herramienta como souvenir, una cuyo uso estuviese aún vigente por el obvio mantenimiento de su filo, dientes o por la pulida superficie de su zona de impacto. No había nada mejor que una herramienta como las de antaño, e independientemente de cual fuera estaba seguro de poder encontrarle algún tipo de uso. Hecho aquello, sería el momento apropiado para marcharnos de allí y no volver si no era con un batallón para respaldarnos.
Estaba seguro que podríamos hacerlo, o al menos que ellos podrían, ya que de la cantidad de cadáveres sería un poco absurdo que ninguno de ellos, especialmente dados los acontecimientos de aquel día, no dispusieran de localizadores extra que respaldaran al que habían usado para encontrar el gimnasio.
Luka Rooney
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Antes de saltar y cuando vas a agarrar el listón de madera, algo te hace apartar la vista de él unos segundos. Un sobre. Un sobre con tu nombre. Está situado en la mesa, y justo encima tiene un destornillador que, aparentemente, tiene buena calidad. Si decides abrirlo, pondrá esto:
Cuando mires a través de la ventana, observarás que hay unos cinco metros hasta el agua. De todos modos no tendrás ningún problema en descender con tu acompañante, que parece estar al borde de morir, y alejarte del barco. Deberás nadar rápido si quieres que no te pillen.
-Hacia allí -comenta el humano, apuntando al suroeste-. Allí está nuestro submarino. Si muero por el camino... Dí que vienes de parte de Samuel, que le has intentado salvar -finaliza tosiendo algo de sangre sobre la madera-. Y date prisa, por favor.
- Contenido:
Vaya, vaya. Un sobre con tu nombre, qué original, ¿no?
Te preguntarás cómo diablos sé dónde estás. Y la respuesta es sencilla, ¿acaso creías que todas las demás puertas estaban bloqueadas al azar? No, no era así. Las he cerrado yo, llevándote hasta el único camino que te salvará.
Sé que ansías respuestas, y, lamentablemente, no puedo dártelas todas, y menos en una carta. Tus actos son arriesgados, y pese a que dices lo que sientes... Lo haces de una manera demasiado directa. Sé que Knep estaba muerto antes de que le atravesaran, y gracias a eso que hiciste, pudimos salvarnos. No es la primera decisión así que veo en un campo de batalla, sé lo duras que son, y sé que llevarás el peso de esa muerte en tu interior hasta el fin de tus días. Nunca sabremos si fue necesario o no, pero lo que sí sabemos es que usamos un recurso que ya teníamos perdido y ganamos mucho más de lo que podíamos pensar. Aunque te hayamos perdido a ti, hemos salvado vidas, y eso es lo más importante.
La gran mayoría de gyojins que estamos aquí no somos piratas. Lo que dijimos fue en nuestra defensa, creyendo que podrías usarnos tal y como nos usó esta banda pirata. Pertenecemos a una noble familia en la Isla Gyojin, no puedo desvelar nada más, pero sí que puedo darte algo que te ayudará. Es una vivre card de alguien muy querido en nuestra isla. Él nos defendió de una guerra hace menos de un año, y es una de las personas más respetadas de la isla. Bastará con que hables con él para que Pwero y nuestra familia al completo olvidemos todo lo que aquí ha pasado. De lo contrario… Tendrás muchos problemas para volver a la isla.
La vibre card es de Luka Rooney, famoso pirata de los Arashi.
Si tienes algún contacto en la isla gyojin, podrás preguntar por Tom, el dueño del dojo. Él sabrá cómo contactar con Luka directamente.
Lamento no poder serte de más ayuda, pero espero que sepas en qué situación nos deja esto a nosotros.
Agradecería que te lleves el papel para no dejar rastro de esta conversación, aunque yo mismo me pasaré por la habitación para dar la voz de alarma en quince minutos.
Suerte, y ojalá volvamos a vernos.
Firmado: Kwerp.
Cuando mires a través de la ventana, observarás que hay unos cinco metros hasta el agua. De todos modos no tendrás ningún problema en descender con tu acompañante, que parece estar al borde de morir, y alejarte del barco. Deberás nadar rápido si quieres que no te pillen.
-Hacia allí -comenta el humano, apuntando al suroeste-. Allí está nuestro submarino. Si muero por el camino... Dí que vienes de parte de Samuel, que le has intentado salvar -finaliza tosiendo algo de sangre sobre la madera-. Y date prisa, por favor.
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La carta con mi nombre escrito era sin duda un artículo inesperado, uno que acortaba bastante el tiempo de decisión sobre qué robar. Cogiendo el papelucho aún clavado en el destornillador sujetando este entre los dientes, bajé con esfuerzo y cuidado el aberrante peso del humano ayudándome de mi bichero. Sentía como si fuese a partirme en dos
—¿Pero a vosotros qué cojones os dan de comer? —gruñí ininteligiblemente.
Las aguas alrededor del navío gyojin eran tan densas como el barro de pantano, y gracias a ello el madero que había lanzado momentos antes no se había alejado mucho. Haciendo un último esfuerzo, subí al herido y mi bichero a la barca improvisada y dediqué unos segundos a recobrar el aliento. El barco de aquellos inmundos piratas comenzó a alejarse, arrastrándonos lentamente en su estela fuera de su radio de acción. Abrí la carta mientras me tomaba un pequeño y bien merecido descanso y comencé a leer.
—Hacia allí —dice utilizando el poco aliento que tiene para algo bueno —Allí está nuestro submarino. Si muero por el camino... Dí que vienes de parte de Samuel, que le has intentado salvar —tose manchando de rojo las aguas—. Y date prisa, por favor.
—¿Pero te quieres callar? No voy a dejar que te mueras —escupí habiendo leído la carta y vuelto a guardar su contenido—. Me cago en la mar…—colocándome la preciada misiva en la boca y sacando medio cuerpo del agua, la cual fuera ya del radio de acción de la nave me permitió moverme sin malgastar energías, comencé a empujar la tabla en la dirección señalada.
No podía hacer más que sacar fuerzas del odio y la hambrienta curiosidad si quería llegar a tiempo para salvarle. Si Samuel moría, era bastante probable que ese fuese también mi destino. Con dolor, sufrimiento, sudor y la sangre que aún impregnaba las aguas nadé en aquella dirección mirando de vez en cuando bajo el mar para intentar encontrar prueba alguna de la presencia del cuerpo militar que nos había asaltado.
No iba a permitir que esos imbéciles se marchasen. Si Pwero le decía a Kwerp que me había llevado a uno de los humanos, sin duda alguna el pulpo confesaría la traición y me pondría en una situación aún más peliaguda. Fuese lo que fuese aquella “vibre card”, parecía que me serviría para localizar a ese tal Luka, y de llegar a conocerlo este conjunto a mi traición… Bueno, a ningún pirata, y mucho menos a los famosos, le agradaría que alguien en mi situación supiese encontrarle.
Lo bueno es que si todo salía bien y los del submarino contestaban a ciertas preguntas, podriamos matar al resto de gyojines sin preocuparme de no obtener mis respuestas. Si pertenecían a una familia importante, me bastaría con ir a aquella isla a preguntar lo que quería saber... y sin que nadie me odiase ni sospechase de mí.
Aún todo podía salir... bien, me dije intentando dejar a un lado todo lo que podía salir mal. ¿Cuánto podía salir mal en un día?
—¿Pero a vosotros qué cojones os dan de comer? —gruñí ininteligiblemente.
Las aguas alrededor del navío gyojin eran tan densas como el barro de pantano, y gracias a ello el madero que había lanzado momentos antes no se había alejado mucho. Haciendo un último esfuerzo, subí al herido y mi bichero a la barca improvisada y dediqué unos segundos a recobrar el aliento. El barco de aquellos inmundos piratas comenzó a alejarse, arrastrándonos lentamente en su estela fuera de su radio de acción. Abrí la carta mientras me tomaba un pequeño y bien merecido descanso y comencé a leer.
—Hacia allí —dice utilizando el poco aliento que tiene para algo bueno —Allí está nuestro submarino. Si muero por el camino... Dí que vienes de parte de Samuel, que le has intentado salvar —tose manchando de rojo las aguas—. Y date prisa, por favor.
—¿Pero te quieres callar? No voy a dejar que te mueras —escupí habiendo leído la carta y vuelto a guardar su contenido—. Me cago en la mar…—colocándome la preciada misiva en la boca y sacando medio cuerpo del agua, la cual fuera ya del radio de acción de la nave me permitió moverme sin malgastar energías, comencé a empujar la tabla en la dirección señalada.
No podía hacer más que sacar fuerzas del odio y la hambrienta curiosidad si quería llegar a tiempo para salvarle. Si Samuel moría, era bastante probable que ese fuese también mi destino. Con dolor, sufrimiento, sudor y la sangre que aún impregnaba las aguas nadé en aquella dirección mirando de vez en cuando bajo el mar para intentar encontrar prueba alguna de la presencia del cuerpo militar que nos había asaltado.
No iba a permitir que esos imbéciles se marchasen. Si Pwero le decía a Kwerp que me había llevado a uno de los humanos, sin duda alguna el pulpo confesaría la traición y me pondría en una situación aún más peliaguda. Fuese lo que fuese aquella “vibre card”, parecía que me serviría para localizar a ese tal Luka, y de llegar a conocerlo este conjunto a mi traición… Bueno, a ningún pirata, y mucho menos a los famosos, le agradaría que alguien en mi situación supiese encontrarle.
Lo bueno es que si todo salía bien y los del submarino contestaban a ciertas preguntas, podriamos matar al resto de gyojines sin preocuparme de no obtener mis respuestas. Si pertenecían a una familia importante, me bastaría con ir a aquella isla a preguntar lo que quería saber... y sin que nadie me odiase ni sospechase de mí.
Aún todo podía salir... bien, me dije intentando dejar a un lado todo lo que podía salir mal. ¿Cuánto podía salir mal en un día?
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Llegas hasta el punto que el humano te dice, y una vez te encuentras ahí, te sientes un poco inútil. ¿Se está quedando contigo? No hay nada cerca, y aunque sumerjas la cabeza, tampoco parece que lo vayas a ver.
Pasan unos segundos, Samuel sigue tosiendo, y probablemente si le preguntas algo sea incapaz de contestarte, ya no porque no quiera, sino porque no podría hablar con semejante tos.
Transcurren unos instantes más, infinitos para tí, y finalmente, notas el agua algo más revuelta, tocando una especie de metal tu parte inferior. Asciendes junto al tablón, y una compuerta se abre. Sin duda es la parte superior de un submarino verde oscuro. No ves nada destacable, ni números, ni señales, ni nada de nada.
Un humano sube y coge a Samuel, sin reparar más de un segundo en ti. Suponiendo que entres -que parece ser tu intención-, tendrás que descender por la trampilla abierta a través de una escalera metálica de diecisiete escalones. Una vez llegues hasta la sala, observarás que es un pasillo rectangular, en el que se pueden apreciar dos puertas a cada lado más largo, y una en los cortos. Todas están cerradas a excepción de una de los lados cortos, que parece ser la sala de control. Los humanos han convertido el pasillo en una improvisada sala de tratamiento para Samuel. Lo tienen tendido sobre el suelo, le han puesto una mascarilla y le han quitado toda la ropa, dejando ver la cantidad de heridas y cortes que tiene.
Son un total de tres enfermeros, y hay dos humanos más. Uno se acerca a ti, te mira con curiosidad y te pregunta. El otro sigue apoyado en la puerta que da a la sala de control.
- ¿Quién diablos eres tú?
Parece que Samuel está inconsciente, por lo que no podrá salir en tu ayuda. Por cierto, los humanos llevan un uniforme bastante parecido al que vestían en el barco, solo que no llevan casco alguno, dejando sus rostros al descubierto.
Pasan unos segundos, Samuel sigue tosiendo, y probablemente si le preguntas algo sea incapaz de contestarte, ya no porque no quiera, sino porque no podría hablar con semejante tos.
Transcurren unos instantes más, infinitos para tí, y finalmente, notas el agua algo más revuelta, tocando una especie de metal tu parte inferior. Asciendes junto al tablón, y una compuerta se abre. Sin duda es la parte superior de un submarino verde oscuro. No ves nada destacable, ni números, ni señales, ni nada de nada.
Un humano sube y coge a Samuel, sin reparar más de un segundo en ti. Suponiendo que entres -que parece ser tu intención-, tendrás que descender por la trampilla abierta a través de una escalera metálica de diecisiete escalones. Una vez llegues hasta la sala, observarás que es un pasillo rectangular, en el que se pueden apreciar dos puertas a cada lado más largo, y una en los cortos. Todas están cerradas a excepción de una de los lados cortos, que parece ser la sala de control. Los humanos han convertido el pasillo en una improvisada sala de tratamiento para Samuel. Lo tienen tendido sobre el suelo, le han puesto una mascarilla y le han quitado toda la ropa, dejando ver la cantidad de heridas y cortes que tiene.
Son un total de tres enfermeros, y hay dos humanos más. Uno se acerca a ti, te mira con curiosidad y te pregunta. El otro sigue apoyado en la puerta que da a la sala de control.
- ¿Quién diablos eres tú?
Parece que Samuel está inconsciente, por lo que no podrá salir en tu ayuda. Por cierto, los humanos llevan un uniforme bastante parecido al que vestían en el barco, solo que no llevan casco alguno, dejando sus rostros al descubierto.
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Por un momento pensé que aquel moribundo se había aferrado a una esperanza que no existía. Allí, en la dirección que me había señalado con la mano con la que ahora se tapaba la boca, no había más que mar. Un mar cruel al que no le importaba el destino de cuantos lo cruzaban.
—Bueno… al menos tendré…— Y justo antes de terminar la frase con “Provisiones frescas”, noté el duro metal ascender contra mis tentáculos.
El submarino, aquella nave de metal color pepino potomac de más de treinta metros de eslora, había aparecido de la nada. Literalmente. No lo había visto al mirar hacia el suelo marino, no lo había notado antes en las corrientes y no lo había escuchado moverse cuando mi cabeza estaba bajo las aguas. Simplemente emergió de vuelta a la realidad de donde quiera que se hubiera escondido, saliendo a flote justo para recoger la herida baliza que me acompañaba.
Un humano salió rápidamente de una escotilla cerrada a presión y fue directo a por el destrozado cebo, cogiéndolo en brazos para volver con aún más prisa al interior de la maravilla mecánica. Le seguí en silencio y algo despreocupadamente, tomando la única precaución de esconder la carta a mi espalda como si fuese un mayordomo con bastón. Miré en todas direcciones según entrábamos para intentar trazar un mapa mental, y anduve arrastrándome con mis tentáculos disfrutando del pulido interior brevemente interrumpido por precisas soldaduras entre paneles.
Acabamos en una enfermería improvisada en uno de los pasillos, probablemente espejos, del lado de babor. No vimos a nadie durante el trayecto, más allí había tres precisos médicos que comenzaron con la importante labor de salvar la vida de Samuel. Disponían de preciso instrumental equiparable al desarrollo tecnológico del que había hecho gala su facción, pero dudé de que pudieran hacer algo allí en medio tras ver la cantidad de heridas que revelaron al cortar el traje. Me quedé observando la escena y hasta trepé algo por la pared para tener una mejor perspectiva de aquella imposible labor de devolver a alguien la salud. Con lo fácil que era quitarla…
—¿Quién diablos eres tú?
Miré en la dirección del muchacho y desvié la mirada sobre su espalda para ver a su compañero apoyado en el umbral de una sala en la que podían entreverse cientos de pantallas, botones y paneles. Ambos portaban una versión más ligera de los trajes de los asaltantes. Me tomé un pequeño momento para pensar y para alegrarme de que no hubiera utilizado un “Qué”.
—Llámame Kimihiro* —dije inclinándome un poco hacia él en aquella postura de cortés sirviente que tan poco me pegaba—. Os diría que soy un traidor a esos hijos del mar, pero realmente solo les ayudaba porque me había capturado y, bueno, necesitaban cuantos soldados tuviesen a su disposición para defenderse de vuestro ataque —añadí para separarme de aquellos energúmenos—. Pero supongo que podéis considerarme un aliado a vuestra causa, aunque aún no tengo muy claro cuál es… Quizás podríais aclararme un poco las cosas como pago de haber traído a Samuel… —dejé caer como el que no quería la cosa—. Porque, a decir verdad, mi ayuda y la información que tengo, la cual os permitiría vencer a esos gyojines antes de que se vayan, no es gratis. Quiero total amnistía, por si las moscas, e información a cambio de empezar con las negociaciones.
Tal y como estaban las cosas, debía tirarme el farol como si fueran ellos los que me necesitaran a mí. El hecho de que usasen el pasillo como enfermería me revelaba que bien la embarcación no estaba equipada con una sala médica, lo cual dada la calidad de su ataque y equipo era bastante extraño, o bien que estaba ya hasta los topes. Algo que a su vez era aún más curioso, porque no había manera de que volviesen del reciente ataque…
—El tiempo corre, y con esta pausa para recoger a Samuel estoy seguro que hemos perdido la ventaja que conseguisteis al dañar el barco. Cuando lo abandoné ya lo habían puesto en marcha…—comenté para que la presión empujase el acuerdo—. Si los perdemos ahora, tendrán tiempo de recuperarse y pedir ayuda. Y si os preocupáis de si realmente soy de fiar, también perdéis innecesariamente el tiempo.
Una vez me dieran una respuesta favorable, y aunque con ello realmente no me aseguraba nada, comenzaría con la serie de informaciones con recargo.
—Lo primero que debemos hacer es seguirles, eso es obvio y gratis. La siguiente revelación, que incluye el número de soldados en pie, su raza y otros jugosos detalles, tendrá como precio los detalles de vuestra misión y el suceso de hace unos años del que se querían vengar, así como los cadáveres de los hijos del mar y sus pertenencias. Podemos discutir el porcentaje, porque supongo que tendréis interés en el barco, y aunque este en sí no lo quiero, sí que quiero que pongamos en común su funcionamiento… Como veis, comerciar con secretos es lo mío…—esbocé una sonrisa todo lo larga y amable que el dolor y el odio residuales, que realmente no eran poco, me permitiesen.
—Bueno… al menos tendré…— Y justo antes de terminar la frase con “Provisiones frescas”, noté el duro metal ascender contra mis tentáculos.
El submarino, aquella nave de metal color pepino potomac de más de treinta metros de eslora, había aparecido de la nada. Literalmente. No lo había visto al mirar hacia el suelo marino, no lo había notado antes en las corrientes y no lo había escuchado moverse cuando mi cabeza estaba bajo las aguas. Simplemente emergió de vuelta a la realidad de donde quiera que se hubiera escondido, saliendo a flote justo para recoger la herida baliza que me acompañaba.
Un humano salió rápidamente de una escotilla cerrada a presión y fue directo a por el destrozado cebo, cogiéndolo en brazos para volver con aún más prisa al interior de la maravilla mecánica. Le seguí en silencio y algo despreocupadamente, tomando la única precaución de esconder la carta a mi espalda como si fuese un mayordomo con bastón. Miré en todas direcciones según entrábamos para intentar trazar un mapa mental, y anduve arrastrándome con mis tentáculos disfrutando del pulido interior brevemente interrumpido por precisas soldaduras entre paneles.
Acabamos en una enfermería improvisada en uno de los pasillos, probablemente espejos, del lado de babor. No vimos a nadie durante el trayecto, más allí había tres precisos médicos que comenzaron con la importante labor de salvar la vida de Samuel. Disponían de preciso instrumental equiparable al desarrollo tecnológico del que había hecho gala su facción, pero dudé de que pudieran hacer algo allí en medio tras ver la cantidad de heridas que revelaron al cortar el traje. Me quedé observando la escena y hasta trepé algo por la pared para tener una mejor perspectiva de aquella imposible labor de devolver a alguien la salud. Con lo fácil que era quitarla…
—¿Quién diablos eres tú?
Miré en la dirección del muchacho y desvié la mirada sobre su espalda para ver a su compañero apoyado en el umbral de una sala en la que podían entreverse cientos de pantallas, botones y paneles. Ambos portaban una versión más ligera de los trajes de los asaltantes. Me tomé un pequeño momento para pensar y para alegrarme de que no hubiera utilizado un “Qué”.
—Llámame Kimihiro* —dije inclinándome un poco hacia él en aquella postura de cortés sirviente que tan poco me pegaba—. Os diría que soy un traidor a esos hijos del mar, pero realmente solo les ayudaba porque me había capturado y, bueno, necesitaban cuantos soldados tuviesen a su disposición para defenderse de vuestro ataque —añadí para separarme de aquellos energúmenos—. Pero supongo que podéis considerarme un aliado a vuestra causa, aunque aún no tengo muy claro cuál es… Quizás podríais aclararme un poco las cosas como pago de haber traído a Samuel… —dejé caer como el que no quería la cosa—. Porque, a decir verdad, mi ayuda y la información que tengo, la cual os permitiría vencer a esos gyojines antes de que se vayan, no es gratis. Quiero total amnistía, por si las moscas, e información a cambio de empezar con las negociaciones.
Tal y como estaban las cosas, debía tirarme el farol como si fueran ellos los que me necesitaran a mí. El hecho de que usasen el pasillo como enfermería me revelaba que bien la embarcación no estaba equipada con una sala médica, lo cual dada la calidad de su ataque y equipo era bastante extraño, o bien que estaba ya hasta los topes. Algo que a su vez era aún más curioso, porque no había manera de que volviesen del reciente ataque…
—El tiempo corre, y con esta pausa para recoger a Samuel estoy seguro que hemos perdido la ventaja que conseguisteis al dañar el barco. Cuando lo abandoné ya lo habían puesto en marcha…—comenté para que la presión empujase el acuerdo—. Si los perdemos ahora, tendrán tiempo de recuperarse y pedir ayuda. Y si os preocupáis de si realmente soy de fiar, también perdéis innecesariamente el tiempo.
Una vez me dieran una respuesta favorable, y aunque con ello realmente no me aseguraba nada, comenzaría con la serie de informaciones con recargo.
—Lo primero que debemos hacer es seguirles, eso es obvio y gratis. La siguiente revelación, que incluye el número de soldados en pie, su raza y otros jugosos detalles, tendrá como precio los detalles de vuestra misión y el suceso de hace unos años del que se querían vengar, así como los cadáveres de los hijos del mar y sus pertenencias. Podemos discutir el porcentaje, porque supongo que tendréis interés en el barco, y aunque este en sí no lo quiero, sí que quiero que pongamos en común su funcionamiento… Como veis, comerciar con secretos es lo mío…—esbocé una sonrisa todo lo larga y amable que el dolor y el odio residuales, que realmente no eran poco, me permitiesen.
- * :
- *Kimihiro significa Mar Benevolente. Lo que es gracioso porque soy un tipo cruel, rastrero y vil.
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El tipo te observa y escucha cada palabra. Le cortas un par de veces cuando parece querer hablar, pero respeta tu turno sin problemas. Una vez acabas, y antes de aceptar tu oferta, llama por una especie de den den mushi pulsera a un compañero, que no tarda más de veinte segundos en llegar. Éste se acerca a tí, te pide perdón y te agarra de un tentáculo, pasando un curioso artilugio alrededor tuya, como si estuviese buscando algo. Durante los movimientos tu carta se cae al suelo. El humano la abre, observa su interior y te la devuelve. No parece haber leído más allá de la primera línea.
- Está bien -comenta el primer humano-. Debemos asegurarnos que no eres un espía, y que no tienes ningún artilugio con el que nos están oyendo en aquél barco. Te seré sincero, ni te creo ni te creeré, pero estoy dispuesto a escuchar aquello que tengas que decirme.
Ante tu propuesta pidiendo explicaciones, no duda en sonreír.
- Ahora creo un poco más que no formes parte de aquella gente, en cuyo caso, deberías saber quienes somos. Está bien. Dejemos a los médicos tratar a Samuel, y ven conmigo. Styuq, ven tú también.
Styuq parece ser el hombre que te ha cogido del tentáculo para comprobar si tenías algún artilugio metálico. Camináis por el pasillo, en dirección a la sala de mandos, pero giráis a la derecha, en lo que parece ser una cafetería.
- Mi nombre es Pwero. ¿Quieres tomar algo? A mí ponme un té, Styuq.
Vaya. ¿Pwero? Creo que esta historia se está tornando un poco confusa. En cualquier caso, el nuevo y humano Pwero se sienta, agarra su té y empieza a darte tus ansiadas respuestas.
- Suelen llamarnos de mil maneras; Mercenarios, sicarios, asesinos a sueldo, escoria… Aunque yo prefiero decir que somos un grupo de élite. ¿Quieres poner fin a una guerra? Contratanos. ¿Eres un ser anárquico y tienes los suficientes fondos como para asesinar a una monarquía en su totalidad? Somos tu grupo. En cualquier caso, somos un poco caros, aunque no fallamos ninguna misión. Ese grupo del que vienes, nos contrató hace tiempo, no sabría decirte con exactitud. Una rebelión en una lejana isla cuyo nombre no puedo compartirte. Empezaban a hacerse un nombre por aquél entonces, y contrataron nuestros servicios para masacrar la isla. Eran… como quinientos hombres, y con cincuenta, nosotros los abatimos. Fue sencillo. Pactamos algo que nos llamó la atención; Los gyojins se quedaban el dudoso mérito de nuestras acciones, y nosotros todo aquello que pudiésemos saquear. Sin embargo… Nos tendieron una emboscada una vez cumplimos nuestra parte del trato. Acabaron con casi una veintena de nuestros hombres y decidimos retirarnos antes de que fuese a peor… Y desde aquél día, hemos estado buscándolos. Esta es la tercera vez que nos encontramos con ellos. La primera les destruimos el barco y huímos, la segunda asesinamos a un grupo de diez gyojins que estaban de expedición en el mar, y esta tercera… No sabría decirte quién ha salido ganando. Nuestra enfermería está repleta de gente, y sinceramente, no contábamos con que Samuel estuviese vivo… En cualquier caso, y por mucha información que tengamos… Necesito saber un dato. ¿Cuántos gyojins hay en el barco? No tenemos demasiados recursos ahora mismo como para enfrentarnos de igual a igual a esa gente.
El humano da un gran sorbo al té y tras ello te mira, inquieto. Quiere respuestas, al igual que tu las has tenido.
- Está bien -comenta el primer humano-. Debemos asegurarnos que no eres un espía, y que no tienes ningún artilugio con el que nos están oyendo en aquél barco. Te seré sincero, ni te creo ni te creeré, pero estoy dispuesto a escuchar aquello que tengas que decirme.
Ante tu propuesta pidiendo explicaciones, no duda en sonreír.
- Ahora creo un poco más que no formes parte de aquella gente, en cuyo caso, deberías saber quienes somos. Está bien. Dejemos a los médicos tratar a Samuel, y ven conmigo. Styuq, ven tú también.
Styuq parece ser el hombre que te ha cogido del tentáculo para comprobar si tenías algún artilugio metálico. Camináis por el pasillo, en dirección a la sala de mandos, pero giráis a la derecha, en lo que parece ser una cafetería.
- Mi nombre es Pwero. ¿Quieres tomar algo? A mí ponme un té, Styuq.
Vaya. ¿Pwero? Creo que esta historia se está tornando un poco confusa. En cualquier caso, el nuevo y humano Pwero se sienta, agarra su té y empieza a darte tus ansiadas respuestas.
- Suelen llamarnos de mil maneras; Mercenarios, sicarios, asesinos a sueldo, escoria… Aunque yo prefiero decir que somos un grupo de élite. ¿Quieres poner fin a una guerra? Contratanos. ¿Eres un ser anárquico y tienes los suficientes fondos como para asesinar a una monarquía en su totalidad? Somos tu grupo. En cualquier caso, somos un poco caros, aunque no fallamos ninguna misión. Ese grupo del que vienes, nos contrató hace tiempo, no sabría decirte con exactitud. Una rebelión en una lejana isla cuyo nombre no puedo compartirte. Empezaban a hacerse un nombre por aquél entonces, y contrataron nuestros servicios para masacrar la isla. Eran… como quinientos hombres, y con cincuenta, nosotros los abatimos. Fue sencillo. Pactamos algo que nos llamó la atención; Los gyojins se quedaban el dudoso mérito de nuestras acciones, y nosotros todo aquello que pudiésemos saquear. Sin embargo… Nos tendieron una emboscada una vez cumplimos nuestra parte del trato. Acabaron con casi una veintena de nuestros hombres y decidimos retirarnos antes de que fuese a peor… Y desde aquél día, hemos estado buscándolos. Esta es la tercera vez que nos encontramos con ellos. La primera les destruimos el barco y huímos, la segunda asesinamos a un grupo de diez gyojins que estaban de expedición en el mar, y esta tercera… No sabría decirte quién ha salido ganando. Nuestra enfermería está repleta de gente, y sinceramente, no contábamos con que Samuel estuviese vivo… En cualquier caso, y por mucha información que tengamos… Necesito saber un dato. ¿Cuántos gyojins hay en el barco? No tenemos demasiados recursos ahora mismo como para enfrentarnos de igual a igual a esa gente.
El humano da un gran sorbo al té y tras ello te mira, inquieto. Quiere respuestas, al igual que tu las has tenido.
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Y tras la descripción de las condiciones del primer trato de la que esperaba fuese una satisfactoria transacción, el humano llamó a uno de sus subordinados para registrarme. Tocando por aquí y por allá para asegurarse de que no portase armas y, probablemente, escaneando mi cuerpo con una varita mecánica, el muy imbécil me clavó la punta del artilugio justo en la boca de mi sifón haciéndome soltar la carta de un escalofrío. Intenté que no se notase mi fijación por el artículo, pero lo cierto es que no le quité el ojo de encima hasta que me la devolvió.
—Gracias —le escupí con sarcasmo decidiéndome a cogerla no con uno de mis brazos, sino con una de mis prácticas piernas para ocultar el nombre escrito en el dorso de más ojos indiscretos.
Tras abrirla de nuevo para comprobar brevemente la presencia del pequeño trozo de vibre-card, la cerré y oculté de nuevo como había hecho antes. Escuché pacientemente las palabras del hombre que había tomado la responsabilidad de hablar por el resto de su bando y me encogí de hombros ante sus bien merecidas reservas para creerme. Todos jugábamos sin saber de qué lado estaba cada uno, lo que lo hacía tan peligroso como… divertido.
Siguiéndoles hasta una práctica, pero algo angosto comedor que separaba la cocina por un mostrador de metal, tomé “asiento” enroscando mis tentáculos cómodamente bajo una de las mesas. Fruncí el ceño y me froté el costado herido mientras el nuevo Pwero me proporcionaba más información que no podía contrastar. Mientras cada gajo de la historia era exprimido, hice un breve repaso a todo lo que sabía y me di cuenta de unos cuantos errores en mis suposiciones, empezando por haber creído que el encuentro había sido hace diez años.
—Dijo diez segundos, no diez años…—farfullé frustrado por que la emoción de la inminente batalla, ya pasada, hubiera alterado mi percepción y juicio. Suspiré antes de contestar a la estúpida pregunta del cacique mercenario—. Éramos treinta, quitándome a mí, al señor muerto del teléfono son veintiocho hijos del mar en el barco… Y que queden para batallar realmente son tres desnutridos, un viejo enano muy peligroso, un tiburón irónico, una quisquilla no tan envenenada como debiera, un pulpo remilgado y venenoso bastante herido y… los pocos desgraciados que se hayan podido levantar tras la batalla. ¿Con esto quiere decir que aceptas el trato? Con el pago de los veintiocho cadáveres, sus pertenencias y poner en común que vamos a llevarnos del barco en sí… Creo que lo más rentable para ambas partes es que afiancemos nuestra asociación, yo ayudándoos a cobraros vuestra venganza a cambio de… beneficios —sonreí disfrutando la forja de aquel nuevo concepto—. Un mercenario para mercenarios… ¿Mola, eh?
Le tendí la mano para sellar aquel extraño y oscuro trato que, realmente, no tenía más garantía para ambas partes que la mutua necesidad. Por las explicaciones que me había dado, cobrarse su vendetta contra aquellos hijos del mar que habían manchado su nombre y lo sagrado del acuerdo le empujaría aceptarlo.
Una vez aceptase, y sin haber discutido unas condiciones que no tenían nada para respaldarlas, le daría el primer consejo sin soltar su mano.
—Jamás pidas algo de beber cuando estés con alguien de mi especie de quien no te fíes. Y mucho menos algo que es prácticamente… agua —Le di un último y firme apretón antes de terminar el gesto del pacto. Me incliné hacia atrás y le di vueltas a mi bichero sobre su eje, pensando la mejor forma de decir las cosas lo más rápido posible—. Por lo pronto tu pregunta y aproximación son estúpidos, Pwero. Claro que la rabia de tener a tus hombres heridos, a estos desgraciados todavía huyendo sin pagar y llevarte no sé cuánto tiempo detrás de ellos sin cogerles y perdiendo aún más dinero casi lo excusa, pero nunca me han gustado las excusas. No podéis, o mejor dicho no podemos, enfrentarles en nuestro estado. Y aunque parece que estás deseoso de hacerlo, es mejor que te tomes una camomila en vez de té verde. Y no, no vamos a perderlos otra vez ahora que les hemos encontrado… eso sería aún más estúpido.
Tras un largo suspiro me levanté con esfuerzo apoyándome en el bichero. Miré hacia aquel que había llamado Styuq y le eché un vistazo de arriba abajo antes de abrir la boca. Me daba en la nariz que él era el verdadero líder oculto, aunque bien podría estar montándome una historia para exagerar la causa del nerviosismo del actual jefe.
—Tengo hambre; ¿te importaría hacerme un cocidito? Algo consistente y que reconforte el alma, como una sopa de pollo con su pechuguita cocida con todos sus avíos. Una fidebuá no estaría mal, o un bocata de albóndigas. Quizás un buen choco… La mar, qué hambre.
Les di la espalda para comenzar con el plan más lógico y obvio que debíamos llevar a cabo dadas las circunstancias. Siquiera se me pasó por la cabeza que no les había contado nada hasta que no estuve en el umbral que daba al pasillo.
—¿Vamos? Ah bueno, a lo mejor no es tan obvio. Pienso demasiado rápido y… bueno, sin muchos recortes. Si os insulto de alguna manera no es, generalmente, que sea con ganas de ofender ni nada de eso… Me sale del alma— sacudí la cabeza dándome cuenta de que el cansancio y las ganas de terminar con todo aquello me hacían desvariar innecesariamente—. Vamos a contactar con la isla que habían atacado parte de los hijos del mar y les diremos que tenemos localizado a los responsables porque ya los habíamos encontrado antes y venían dándonos por culo. Con un poco de suerte pertenecerán a alguna alianza de islas vecinas, o dios no lo quiera al Gobierno Mundial, y podremos darles caza sin mover ni un dedo. Solo tenemos que seguirles y revelar la posición a cambio, claro está, de que podáis cobraros vuestra venganza y de que yo, como miembro muy ofendidito de la raza a la que pertenecen, juzgue este acto como una de esas cosas que promueven el racismo. Además, hay trama de politiqueo que les interesará, así que vamos perfe… Claro que siempre podrían matarnos para silenciarnos, pero ¿quién no? Si jugamos bien nuestras cartas seremos poco más que una sombra y nos quedaremos con todo mientras ellos se cuelgan la medallita de acabar con sanguinarios piratas. O quizás hasta nos publiciten o paguen por nuestro encomiable servicio a la comunidad. Aunque no se nos tiene que olvidar poner informaciones en común para que el ataque vaya como la seda. Ah, y, como comprenderás, me he guardado un importante secreto bélico con el que cuentan esos escamosos hijos de puta; no voy a ir sin bazas a mi favor con las que negociar y ser... indispensable.
—Gracias —le escupí con sarcasmo decidiéndome a cogerla no con uno de mis brazos, sino con una de mis prácticas piernas para ocultar el nombre escrito en el dorso de más ojos indiscretos.
Tras abrirla de nuevo para comprobar brevemente la presencia del pequeño trozo de vibre-card, la cerré y oculté de nuevo como había hecho antes. Escuché pacientemente las palabras del hombre que había tomado la responsabilidad de hablar por el resto de su bando y me encogí de hombros ante sus bien merecidas reservas para creerme. Todos jugábamos sin saber de qué lado estaba cada uno, lo que lo hacía tan peligroso como… divertido.
Siguiéndoles hasta una práctica, pero algo angosto comedor que separaba la cocina por un mostrador de metal, tomé “asiento” enroscando mis tentáculos cómodamente bajo una de las mesas. Fruncí el ceño y me froté el costado herido mientras el nuevo Pwero me proporcionaba más información que no podía contrastar. Mientras cada gajo de la historia era exprimido, hice un breve repaso a todo lo que sabía y me di cuenta de unos cuantos errores en mis suposiciones, empezando por haber creído que el encuentro había sido hace diez años.
—Dijo diez segundos, no diez años…—farfullé frustrado por que la emoción de la inminente batalla, ya pasada, hubiera alterado mi percepción y juicio. Suspiré antes de contestar a la estúpida pregunta del cacique mercenario—. Éramos treinta, quitándome a mí, al señor muerto del teléfono son veintiocho hijos del mar en el barco… Y que queden para batallar realmente son tres desnutridos, un viejo enano muy peligroso, un tiburón irónico, una quisquilla no tan envenenada como debiera, un pulpo remilgado y venenoso bastante herido y… los pocos desgraciados que se hayan podido levantar tras la batalla. ¿Con esto quiere decir que aceptas el trato? Con el pago de los veintiocho cadáveres, sus pertenencias y poner en común que vamos a llevarnos del barco en sí… Creo que lo más rentable para ambas partes es que afiancemos nuestra asociación, yo ayudándoos a cobraros vuestra venganza a cambio de… beneficios —sonreí disfrutando la forja de aquel nuevo concepto—. Un mercenario para mercenarios… ¿Mola, eh?
Le tendí la mano para sellar aquel extraño y oscuro trato que, realmente, no tenía más garantía para ambas partes que la mutua necesidad. Por las explicaciones que me había dado, cobrarse su vendetta contra aquellos hijos del mar que habían manchado su nombre y lo sagrado del acuerdo le empujaría aceptarlo.
Una vez aceptase, y sin haber discutido unas condiciones que no tenían nada para respaldarlas, le daría el primer consejo sin soltar su mano.
—Jamás pidas algo de beber cuando estés con alguien de mi especie de quien no te fíes. Y mucho menos algo que es prácticamente… agua —Le di un último y firme apretón antes de terminar el gesto del pacto. Me incliné hacia atrás y le di vueltas a mi bichero sobre su eje, pensando la mejor forma de decir las cosas lo más rápido posible—. Por lo pronto tu pregunta y aproximación son estúpidos, Pwero. Claro que la rabia de tener a tus hombres heridos, a estos desgraciados todavía huyendo sin pagar y llevarte no sé cuánto tiempo detrás de ellos sin cogerles y perdiendo aún más dinero casi lo excusa, pero nunca me han gustado las excusas. No podéis, o mejor dicho no podemos, enfrentarles en nuestro estado. Y aunque parece que estás deseoso de hacerlo, es mejor que te tomes una camomila en vez de té verde. Y no, no vamos a perderlos otra vez ahora que les hemos encontrado… eso sería aún más estúpido.
Tras un largo suspiro me levanté con esfuerzo apoyándome en el bichero. Miré hacia aquel que había llamado Styuq y le eché un vistazo de arriba abajo antes de abrir la boca. Me daba en la nariz que él era el verdadero líder oculto, aunque bien podría estar montándome una historia para exagerar la causa del nerviosismo del actual jefe.
—Tengo hambre; ¿te importaría hacerme un cocidito? Algo consistente y que reconforte el alma, como una sopa de pollo con su pechuguita cocida con todos sus avíos. Una fidebuá no estaría mal, o un bocata de albóndigas. Quizás un buen choco… La mar, qué hambre.
Les di la espalda para comenzar con el plan más lógico y obvio que debíamos llevar a cabo dadas las circunstancias. Siquiera se me pasó por la cabeza que no les había contado nada hasta que no estuve en el umbral que daba al pasillo.
—¿Vamos? Ah bueno, a lo mejor no es tan obvio. Pienso demasiado rápido y… bueno, sin muchos recortes. Si os insulto de alguna manera no es, generalmente, que sea con ganas de ofender ni nada de eso… Me sale del alma— sacudí la cabeza dándome cuenta de que el cansancio y las ganas de terminar con todo aquello me hacían desvariar innecesariamente—. Vamos a contactar con la isla que habían atacado parte de los hijos del mar y les diremos que tenemos localizado a los responsables porque ya los habíamos encontrado antes y venían dándonos por culo. Con un poco de suerte pertenecerán a alguna alianza de islas vecinas, o dios no lo quiera al Gobierno Mundial, y podremos darles caza sin mover ni un dedo. Solo tenemos que seguirles y revelar la posición a cambio, claro está, de que podáis cobraros vuestra venganza y de que yo, como miembro muy ofendidito de la raza a la que pertenecen, juzgue este acto como una de esas cosas que promueven el racismo. Además, hay trama de politiqueo que les interesará, así que vamos perfe… Claro que siempre podrían matarnos para silenciarnos, pero ¿quién no? Si jugamos bien nuestras cartas seremos poco más que una sombra y nos quedaremos con todo mientras ellos se cuelgan la medallita de acabar con sanguinarios piratas. O quizás hasta nos publiciten o paguen por nuestro encomiable servicio a la comunidad. Aunque no se nos tiene que olvidar poner informaciones en común para que el ataque vaya como la seda. Ah, y, como comprenderás, me he guardado un importante secreto bélico con el que cuentan esos escamosos hijos de puta; no voy a ir sin bazas a mi favor con las que negociar y ser... indispensable.
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