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Luka Rooney
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Cuando le tiendes la mano, el humano hace una pequeña reverencia, dándote a entender que no te la dará. Los dos componentes del grupo de élite te miran y observan cada gesto, escuchan, desde su cómoda posición, todo lo que tienes que decir, y no dudan en mirarse de vez en cuando, dándose gestos de aprobación.
- No soy cocinero, y no malgastaré mi tiempo haciéndote algo de comer -comenta el líder, con un rostro amenazante-. Tenemos barritas y zumos, es lo único que puedo ofrecerte.
Finalmente, cuando terminas de hablar los dos humanos se miran y sonríen, sobre todo ante tu última frase. Pwero chasquea los dedos y Styuq te agarra con fuerza.
- Así que crees que eres indispensable, eh. Sólo necesitábamos un dato, y ya nos lo has dado. Sabemos qué hay en ese barco, sabemos cómo lucha cada gyojin que ha participado en la pelea, y lo tenemos todo bien grabado y estudiado. No me interesa aquello que nos puedas decir, así que… Muchas gracias por venir.
Styuq te lleva hasta la sala de control, y allí un compañero abre una trampilla subterránea, donde te lanza. Cierra la trampilla con llave, y no ves más que oscuridad.
Si palpas las paredes, podrás deducir que la habitación es bastante pequeña, de unos nueve metros cuadrados. Hay un pequeño mueble con un par de cajones, y por lo demás, no parece haber nada. Oyes muy a lo lejos voces que no consigues distinguir, y de vez en cuando notas las pisadas de la gente pasando por encima.
Qué putada, ya es la segunda vez que tu forma de ser te conduce hasta unas mazmorras, aunque estas no dejan de ser improvisadas. ¿Qué puedes hacer ahora? Y lo más importante, ¿qué hará esta gente contigo?
- No soy cocinero, y no malgastaré mi tiempo haciéndote algo de comer -comenta el líder, con un rostro amenazante-. Tenemos barritas y zumos, es lo único que puedo ofrecerte.
Finalmente, cuando terminas de hablar los dos humanos se miran y sonríen, sobre todo ante tu última frase. Pwero chasquea los dedos y Styuq te agarra con fuerza.
- Así que crees que eres indispensable, eh. Sólo necesitábamos un dato, y ya nos lo has dado. Sabemos qué hay en ese barco, sabemos cómo lucha cada gyojin que ha participado en la pelea, y lo tenemos todo bien grabado y estudiado. No me interesa aquello que nos puedas decir, así que… Muchas gracias por venir.
Styuq te lleva hasta la sala de control, y allí un compañero abre una trampilla subterránea, donde te lanza. Cierra la trampilla con llave, y no ves más que oscuridad.
Si palpas las paredes, podrás deducir que la habitación es bastante pequeña, de unos nueve metros cuadrados. Hay un pequeño mueble con un par de cajones, y por lo demás, no parece haber nada. Oyes muy a lo lejos voces que no consigues distinguir, y de vez en cuando notas las pisadas de la gente pasando por encima.
Qué putada, ya es la segunda vez que tu forma de ser te conduce hasta unas mazmorras, aunque estas no dejan de ser improvisadas. ¿Qué puedes hacer ahora? Y lo más importante, ¿qué hará esta gente contigo?
Kaito Takumi
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El líder de aquella panda de estúpidos y mermados soldados hipertecnológicos era aún más idiota de lo que creía. No solo se había hecho el ofendido al pedirle a su compañero de comer, sino que había rechazado mi plan, a mí y por ende toda la crucial información que ocultaba y sin la cual no iban a ser capaces de vencer a los hijos de mar del falso Pwero. Y así, sin poner resistencia contra las fuerzas de sus soldados, fui lanzado a otro calabozo improvisado bajo la sala de las mil pantallas. A duras penas pude frenar la caída extendiendo mis miembros, y mi dolorido costado me hizo encogerme sobre mí mismo.
—Oshú—gruñí poco antes de que cerraran la trampilla con llave y la oscuridad volviese a abrazarme.
Las decisiones hechas en caliente iban en contra de la venganza y la estrategia, que siempre han de servirse bien frías. Al menos debido a la alta temperatura de su cerebro cocido habían cometido el error de no despojarme de ninguna de mis pertenencias, lo que siempre venía bien para la desastrosa serie de desdichas que tendría que seguir enfrentando. Qué asco de día llevaba.
Suspiré intentando recobrar las fuerzas para intentar salir de aquel desastre. La oscuridad y los lugares cerrados me hacían sentir una inmensa calma, aunque aquel lugar estaba bien lejos de ser una cómoda vasija en la que enroscarme para echar la siesta. Estaba cansado de que todo saliese mal… Muy cansado… Tanto como para hacerme meditar sobre que todo había sido ocasionado por mi forma de ser. Por mi esencia truncada por la experiencia y la fría realidad de un mundo al que no le importaba nada en absoluto. Me permití sentir por un instante que me ahogaba en mí mismo.
—Sigue nadando —me dije apoyando los codos en el duro suelo metálico—. El mar no espera ni descansa. —La dolorosa contusión me hizo emitir un gemido corto y ahogado que le arrancó toda dicción a las palabras.
Ya no había emoción ni peligro que sostuviese el dolor con endorfinas. La sensación que me recorría me hostigaba empujándome a rendirme. Había sufrido aquello incontables veces en mis horribles comienzos en el pantano, en la huida del abismo y los largos y solitarios viajes por la mar, pero hacía ya tanto tiempo de eso que mi cuerpo apenas se acordaba. Me había ablandado. Me costó más de lo debido terminar de levantarme para inspeccionar la sala concienzudamente con mis tentáculos.
Las vibraciones a través del metal revelaban las posiciones y la tranquilidad de mis enemigos, los cuales parecían prepararse para una batalla que probablemente volverían a perder. Sin ser la habitación demasiado espaciosa no tardé apenas en encontrar el único artículo interesante a mi disposición, una especie de cajonera. Antes de intentar abrirla con mis ventosas pensé qué podría ser aquella extraña sala a la que me habían empujado y que se localizaba debajo de la de control.
¿Qué demonios podría haber tras una trampilla que daba a una sala repleta de ordenadores y otros artilugios radiológicos? ¿Un taller? ¿Una sala de repuestos? ¿Un resquicio en el que se escondían los que estaban de guardia para leer revistas de mayores? No tardaría en averiguarlo.
Independientemente de lo que me encontrara, a menos que lo que fuera me permitiese salir de allí, estaba bien jodido. Además, todo posible enfrentamiento entre los Pwero no me dejaba en demasiado buen lugar, y los resultados más lógicos debido a la información de la que disponían y sobre todo a las prisas que tenían por luchar podían contarse con los dedos de una mano. Estaba bastante seguro que a pesar de ser tan sumamente imbécil el líder de los humanos iría a por ellos en breve y prioritizaría al monstruoso Knep, seguido de Pwero y posteriormente al resto de soldados de “élite” que quedaban. Con ello se libraría del muchacho rebientacabezas y del anciano lo antes posible, cayendo inevitablemente ante el pulpo y el tiburón que aprovecharían sus particulares poderes para adueñarse del control de la situación. Entonces ambos bandos estarían por los suelos y solo la suerte podría definir el final de aquella guerra que había durado tantos estúpidos años.
O quizás me equivocaba, ya que aquel cuento que había pensado era simplemente el que me dejaba en mejor lugar. Quizás el anciano ninja cogía la sartén por el mango, les mataba a todos y luego iba a por mí para sentenciar mi destino por traidor. O quizás ganaban los humanos y volvían sin ningún tipo de problemas al barco para darme muerte. O incluso podían venir heridos creyendo haber matado a todos y portando en verdad al usuario de la zoan hormiga transformado y dentro de uno de sus trajes dispuesto a matarnos a todos en el subarino. O… o explotaba el sol.
Esperaba encontrar algo que pudiera usar en aquella cajonera, ya que no veía mucha viabilidad en usar mi bichero como una palanca para abrir la trampilla y escabullirme. Aunque a lo mejor tenía que intentarlo en vez de dejarme arrastrar un poco por la imperiosa corriente del pesimismo. Como mucho tenía quince minutos una vez se fuesen los mercenarios, lo que tampoco sabía cuando era.
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Cuando palpas el mueble puedes notar que la madera está bastante rasgada. Incluso algo húmeda, quizá por ello la madera se está agrietando. ¿Acaso hay alguna fuga de agua?
El primer cajón lo abres sin problemas, y en su interior hay algo un poco raro. Lo tocas y es cilíndrico, y está algo pegajoso. Si palpas más verás que tiene una parte rugoso, y una pequeña parte más dura. No te costará mucho llegar a la conclusión de que es un dedo. Un dedo que parece haber sido cortado hace no mucho.
El segundo cajón está más fuerte, tendrás que tirar fuerte, y puede que si te pasas lo rompas. De cualquier manera, solo encontrarás papeles, algunos amontonados en carpetas y otros sueltos.
Y entonces, abren la trampilla y te tiran comida. Es un filete poco hecho, y, al menos por el olor, no parece ser nada que hayas comido anteriormente. Junto a la comida hay una linterna pequeña, que viene pringada de grasa. Tras ello, cierran la trampilla y puedes oír al tipo que te ha tirado todo.
- ¡Ya tiene comida y la linterna! ¿Seguro que es buena idea?
Si decides apuntar con la linterna al dedo, observarás lo que creías, que no lleva demasiado tiempo ahí. Respecto a los papeles, puedes ver que en la carpeta están algunos de los integrantes con los que compartiste navío unas horas atrás. Faltan otros, como el viejo Pwero. Junto a ellos, hay alguna información que ya conoces, como sus habilidades o qué tipo de ser marino son.
Finalmente, los papeles sueltos son tanto facturas, como cartas. Las cartas van dirigidas a gente que no conoces, y casi todas hablan sobre negocios, algunas incluso no tienen ningún sentido al leerlas. Quizá son palabras en clave. Por otra parte, las facturas indican compras extrañas. Algunas son partes de barcos a un precio bastante barato, otras, de armas, incluso las hay de “servicios” que no se especifican.
¿Sabrás sacar algo positivo de toda esta información?
El primer cajón lo abres sin problemas, y en su interior hay algo un poco raro. Lo tocas y es cilíndrico, y está algo pegajoso. Si palpas más verás que tiene una parte rugoso, y una pequeña parte más dura. No te costará mucho llegar a la conclusión de que es un dedo. Un dedo que parece haber sido cortado hace no mucho.
El segundo cajón está más fuerte, tendrás que tirar fuerte, y puede que si te pasas lo rompas. De cualquier manera, solo encontrarás papeles, algunos amontonados en carpetas y otros sueltos.
Y entonces, abren la trampilla y te tiran comida. Es un filete poco hecho, y, al menos por el olor, no parece ser nada que hayas comido anteriormente. Junto a la comida hay una linterna pequeña, que viene pringada de grasa. Tras ello, cierran la trampilla y puedes oír al tipo que te ha tirado todo.
- ¡Ya tiene comida y la linterna! ¿Seguro que es buena idea?
Si decides apuntar con la linterna al dedo, observarás lo que creías, que no lleva demasiado tiempo ahí. Respecto a los papeles, puedes ver que en la carpeta están algunos de los integrantes con los que compartiste navío unas horas atrás. Faltan otros, como el viejo Pwero. Junto a ellos, hay alguna información que ya conoces, como sus habilidades o qué tipo de ser marino son.
Finalmente, los papeles sueltos son tanto facturas, como cartas. Las cartas van dirigidas a gente que no conoces, y casi todas hablan sobre negocios, algunas incluso no tienen ningún sentido al leerlas. Quizá son palabras en clave. Por otra parte, las facturas indican compras extrañas. Algunas son partes de barcos a un precio bastante barato, otras, de armas, incluso las hay de “servicios” que no se especifican.
¿Sabrás sacar algo positivo de toda esta información?
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El inconfundible sabor de madera podrida rozó mis tentáculos al inspeccionar lo alto de la cajonera. Aunque era tenue, el tacto me reveló que algún líquido había hinchado sus vetas lenta e inexorablemente a lo largo del tiempo, permitiendo un caldo de cultivo perfecto para el deterioro del material. ¿Había agua allí? Aunque era probable, aún más lo era que el mueble lo hubieran traído de algún lugar más húmedo.
Abrí el primer cajón sin ningún tipo de problemas para encontrar un único artículo en su interior. Por un segundo dudé de lo que mis sentidos me contaban, pero la experiencia de trabajar con la carne humana me aseguró de que lo que había encontrado era una falange seccionada con precisión y brutalidad recientes. ¿Qué demonios hacía un dedo allí? Uno que aún no había comenzado a pudrirse y cuyos coágulos aún estaban frescos tras la primera capa reseca. ¿A quién se lo habían cortado? ¿Por qué? Todas aquellas preguntas se añadieron a las que ya pululaban mi cráneo abarrotado de incógnitas y dolor.
—Veamos qué más puedes contarme, pequeño. —Lo envolví entre mis tentáculos pasándolo de uno a otro para inspeccionar cada centímetro de piel haciéndome una imagen mental de toda la información que podía darme. Tener quimiorreceptores en las patas te obliga a silenciar y acostumbrarte a no saborear por defecto, aunque realmente a aquel particular sentido no se le podía llamar “gusto” del todo.
Lo que buscaba estaría escondido tras el reciente olor a muerte, sangre y sudor colmado de miedo; buscaba trazas de perfume, de tabaco y de experiencia. Una mano podía decir mucho de su dueño, y un dedo era una parte constituyente de una mano. ¿Cuán fuerte era? ¿Fumaba? ¿Era un dedo masculino o femenino? Todo aquello debía ayudarme a desentrañar el misterio que había relevado al dolor de la voz cantante.
Desgraciadamente cuando tiré del segundo cajón buscando más pistas, este no cedió un milímetro. Aquello no hubiese sido un problema si no tuviese el costado hecho prácticamente carne picada, pero forzarlo no era una opción. Claro que tampoco tenía porqué recurrir a la fuerza bruta. Y de hecho quizás no tendría ni que usar el bichero como una palanca. Primero intentaría quitar el cajón del dedo totalmente del mueble para acceder al contenido del segundo por este hueco, y si aquello no funcionaba seguro que lo haría el útil principio de Arquímedes.
Pero antes de hacerlo el sonido del cerrojo del techo me hizo mirar hacia arriba y sostener el arma con más fiereza. ¿Qué querían? ¿Ahora iban a sacarme de aquí cuando tenía un misterio que resolver? ¡Hijos de puta! ¡Si me iba de allí más les valía contestar unas cuantas preguntas! Desgraciadamente aquel no era el motivo, y ocupado además en aquellos pensamientos y en el esfuerzo que me costaría saltar hasta el techo, no vi venir el extraño y húmedo proyectil que me cayó en la cara como una bayeta empapada. Tras este el golpe con el segundo y mucho más duro objeto terminó de desconcentrarme como para perder la oportunidad de salir.
—Au.—Me había dado justo con una de las esquinas de lo que habían lanzado en la sien.
Las palabras a través del metal me hicieron ladear el cuello lo suficiente como para que el filete comenzase a escurrirse desde mis ojos hasta mi boca, la cual no tardó en rumiar como un manatí para coger el alimento que tanto agradecía. Si querían que hiciese algo allí como para darme una linterna, y como para decirlo tan despreocupadamente en voz alta, probablemente el alimento no estuviese envenenado. El sabor, aunque decente, era nuevo. Genial, ahora debía añadir una incógnita culinaria a la puta lista.
Recogiendo la linternita del suelo la encendí rezando para que el ajetreado viaje no le hubiese arrancado su propósito; por suerte seguía funcionando. Una pizca de buena fortuna entre tanta desgracia era de agradecer.
Una vez accediese al contenido del segundo cajón, distribuiría los documentos encontrados en distintos montones según la procedencia. Lo cierto es que me decepcioné enormemente al ver que entre los registros de los hijos del mar, unos veinte, no venía nada en absoluto sobre los miembros más interesantes de la tropa, y a ojo de buen cubero la información contenida en ellos me era bastante inútil. Era una auténtica pena, allí podría haber estado recogida la extraña ascendencia de Pwero o el nombre de la familia real a la que pertenecían… Pero no, ahí había mayormente nombres y particularidades del banco de morralla que les acompañaba.
—Puta vida.
Pasando a los registros que parecían propios de los negocios mercenarios, los cuales recogían las compras, los servicios prestados y los comunicados entre sus contratantes y ellos, me detuve un momento a clasificarlos por lo único a lo que podía encontrarle sentido: las fechas. La cuarta dimensión les daría a aquellos enrevesados datos un eje sobre el que trazar la lógica inherente y oculta tras los códigos escritos y los irrisorios precios de artículos que debían costar mucho más.
No debía ser muy difícil encontrar la relación entre los números y las palabras sinsentido, especialmente al disponer de tal cantidad de papeles. Lo malo sería si en algún momento habían decidido cambiar el patrón del enigma, lo que de seguro alargaría la atropellada investigación más de los escasos minutos que tenía.
Mientras mi cerebro estaba ocupado en desentrañar aquella sarta de conversaciones ocultas, mis patas estarían buscando el punto más lógico por la que la humedad, que quizás había causado el estado del mueble, se habría colado. Era clave disponer de agua, y con un poco de suerte podría clavar la punta del bichero en la gotera para terminar de abrirla y que la presión marina hiciese el resto. Cuando llegara el momento de hacerlo, claro.
Pasados cinco minutos, y sabiendo tener en cuenta que pasarían mucho más rápido con el entretenido puzle, llamaría a la trampilla con tres rítmicos golpecitos de mi arma. Independientemente de que hubiera desmantelado el enigma que protegía la información atrapada entre hoja y tinta, necesitaría tener unas palabras con el que me había brindado la luz que me habría permitido hacerlo.
No había muchas razones que excusaran dotar a un posible enemigo de aquella información. Una de ellas era que sospechaban que el encargado de las trasmisiones, probablemente dueño del dedo seccionado, había estado comunicándose con quien no debería… Ese y/o cualquier otro miembro de la tripulación. La semilla de la discordia habría sido sembrada y fertilizada con la sangre de los mercenarios heridos que rebosaban la enfermería y habían empujado a los médicos a tratar a Samuel en el pasillo. Aquella mala hierba tenía unos frutos tan mortales como para confiar la vida a un hijo del mar que de seguro no había estado expuestos a sus largos y torcidos zarcillos. ¡Vivan los traidores!
Abrí el primer cajón sin ningún tipo de problemas para encontrar un único artículo en su interior. Por un segundo dudé de lo que mis sentidos me contaban, pero la experiencia de trabajar con la carne humana me aseguró de que lo que había encontrado era una falange seccionada con precisión y brutalidad recientes. ¿Qué demonios hacía un dedo allí? Uno que aún no había comenzado a pudrirse y cuyos coágulos aún estaban frescos tras la primera capa reseca. ¿A quién se lo habían cortado? ¿Por qué? Todas aquellas preguntas se añadieron a las que ya pululaban mi cráneo abarrotado de incógnitas y dolor.
—Veamos qué más puedes contarme, pequeño. —Lo envolví entre mis tentáculos pasándolo de uno a otro para inspeccionar cada centímetro de piel haciéndome una imagen mental de toda la información que podía darme. Tener quimiorreceptores en las patas te obliga a silenciar y acostumbrarte a no saborear por defecto, aunque realmente a aquel particular sentido no se le podía llamar “gusto” del todo.
Lo que buscaba estaría escondido tras el reciente olor a muerte, sangre y sudor colmado de miedo; buscaba trazas de perfume, de tabaco y de experiencia. Una mano podía decir mucho de su dueño, y un dedo era una parte constituyente de una mano. ¿Cuán fuerte era? ¿Fumaba? ¿Era un dedo masculino o femenino? Todo aquello debía ayudarme a desentrañar el misterio que había relevado al dolor de la voz cantante.
Desgraciadamente cuando tiré del segundo cajón buscando más pistas, este no cedió un milímetro. Aquello no hubiese sido un problema si no tuviese el costado hecho prácticamente carne picada, pero forzarlo no era una opción. Claro que tampoco tenía porqué recurrir a la fuerza bruta. Y de hecho quizás no tendría ni que usar el bichero como una palanca. Primero intentaría quitar el cajón del dedo totalmente del mueble para acceder al contenido del segundo por este hueco, y si aquello no funcionaba seguro que lo haría el útil principio de Arquímedes.
Pero antes de hacerlo el sonido del cerrojo del techo me hizo mirar hacia arriba y sostener el arma con más fiereza. ¿Qué querían? ¿Ahora iban a sacarme de aquí cuando tenía un misterio que resolver? ¡Hijos de puta! ¡Si me iba de allí más les valía contestar unas cuantas preguntas! Desgraciadamente aquel no era el motivo, y ocupado además en aquellos pensamientos y en el esfuerzo que me costaría saltar hasta el techo, no vi venir el extraño y húmedo proyectil que me cayó en la cara como una bayeta empapada. Tras este el golpe con el segundo y mucho más duro objeto terminó de desconcentrarme como para perder la oportunidad de salir.
—Au.—Me había dado justo con una de las esquinas de lo que habían lanzado en la sien.
Las palabras a través del metal me hicieron ladear el cuello lo suficiente como para que el filete comenzase a escurrirse desde mis ojos hasta mi boca, la cual no tardó en rumiar como un manatí para coger el alimento que tanto agradecía. Si querían que hiciese algo allí como para darme una linterna, y como para decirlo tan despreocupadamente en voz alta, probablemente el alimento no estuviese envenenado. El sabor, aunque decente, era nuevo. Genial, ahora debía añadir una incógnita culinaria a la puta lista.
Recogiendo la linternita del suelo la encendí rezando para que el ajetreado viaje no le hubiese arrancado su propósito; por suerte seguía funcionando. Una pizca de buena fortuna entre tanta desgracia era de agradecer.
Una vez accediese al contenido del segundo cajón, distribuiría los documentos encontrados en distintos montones según la procedencia. Lo cierto es que me decepcioné enormemente al ver que entre los registros de los hijos del mar, unos veinte, no venía nada en absoluto sobre los miembros más interesantes de la tropa, y a ojo de buen cubero la información contenida en ellos me era bastante inútil. Era una auténtica pena, allí podría haber estado recogida la extraña ascendencia de Pwero o el nombre de la familia real a la que pertenecían… Pero no, ahí había mayormente nombres y particularidades del banco de morralla que les acompañaba.
—Puta vida.
Pasando a los registros que parecían propios de los negocios mercenarios, los cuales recogían las compras, los servicios prestados y los comunicados entre sus contratantes y ellos, me detuve un momento a clasificarlos por lo único a lo que podía encontrarle sentido: las fechas. La cuarta dimensión les daría a aquellos enrevesados datos un eje sobre el que trazar la lógica inherente y oculta tras los códigos escritos y los irrisorios precios de artículos que debían costar mucho más.
No debía ser muy difícil encontrar la relación entre los números y las palabras sinsentido, especialmente al disponer de tal cantidad de papeles. Lo malo sería si en algún momento habían decidido cambiar el patrón del enigma, lo que de seguro alargaría la atropellada investigación más de los escasos minutos que tenía.
Mientras mi cerebro estaba ocupado en desentrañar aquella sarta de conversaciones ocultas, mis patas estarían buscando el punto más lógico por la que la humedad, que quizás había causado el estado del mueble, se habría colado. Era clave disponer de agua, y con un poco de suerte podría clavar la punta del bichero en la gotera para terminar de abrirla y que la presión marina hiciese el resto. Cuando llegara el momento de hacerlo, claro.
Pasados cinco minutos, y sabiendo tener en cuenta que pasarían mucho más rápido con el entretenido puzle, llamaría a la trampilla con tres rítmicos golpecitos de mi arma. Independientemente de que hubiera desmantelado el enigma que protegía la información atrapada entre hoja y tinta, necesitaría tener unas palabras con el que me había brindado la luz que me habría permitido hacerlo.
No había muchas razones que excusaran dotar a un posible enemigo de aquella información. Una de ellas era que sospechaban que el encargado de las trasmisiones, probablemente dueño del dedo seccionado, había estado comunicándose con quien no debería… Ese y/o cualquier otro miembro de la tripulación. La semilla de la discordia habría sido sembrada y fertilizada con la sangre de los mercenarios heridos que rebosaban la enfermería y habían empujado a los médicos a tratar a Samuel en el pasillo. Aquella mala hierba tenía unos frutos tan mortales como para confiar la vida a un hijo del mar que de seguro no había estado expuestos a sus largos y torcidos zarcillos. ¡Vivan los traidores!
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Por más que intentas obtener un patrón, no llegas a ninguna conclusión. Te parece que la palabra carne se refiere a un cadáver, que feria es reunión, que algodón de azúcar es dinero y que atracción es encargo. Pero aún tienes muchas palabras relaccionadas con una feria a las que no logras darle mucho sentido.
Cuando tocas la madera notas que el rastro de humedad está básicamente donde ésta está más agrietada. Y entre tanto, al llamar nadie viene a por tí. Resignado, decides bajar, pero entonces un tipo abre la trampilla y te mira. No te suena, y a él no le suenas tú. Tienes dos segundos para intentar lo que quiera que desees, pero tras esos dos segundos, el tipo cerrará la trampilla. O no, es cuestión tuya.
Cuando tocas la madera notas que el rastro de humedad está básicamente donde ésta está más agrietada. Y entre tanto, al llamar nadie viene a por tí. Resignado, decides bajar, pero entonces un tipo abre la trampilla y te mira. No te suena, y a él no le suenas tú. Tienes dos segundos para intentar lo que quiera que desees, pero tras esos dos segundos, el tipo cerrará la trampilla. O no, es cuestión tuya.
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Nada, ni un solo patrón lógico oculto en aquellos mensajes más que la asignación de una temática feriante como código. Desgraciadamente, como verdadero hijo del mar jamás pisé una feria que no estuviera escrita sobre las páginas de los libros de mi hermano.
—Empezamos bien—bufé tras comprobar que no había rastro alguno de humedad más allá de la madera del mueble a medio pudrir.
Deduciendo que habían traído aquella cómoda de otro sitio donde sí debía haber una gotera, cesé en mi empeño de buscar el preciado líquido elemento. Lo cierto era que no tenía nada más que hacer allí más que devanarme los sesos antes de que, probablemente, alguien decidiese sacarme de allí.
Entonces el chirrido de la trampilla me hizo mirar arriba, esperanzado. No había visto a aquel tipo en mi estancia allí, pero lo cierto es que poco importaba. Saltando estirando mis muchas patas casi su totalidad, me lancé para intentar salir de aquel sórdido agujero antes de darle tiempo a cerrar. Aunque, lo primero que iba, mucho antes de mi cabeza, era el propio bichero, el cual sostuve todo lo fuertemente que podía para dirigirlo hacia la zona más próxima a la “bisagra” de mi única salida con la intención de impedir que cerrase.
—¡No cierres! —susurraría con un grito. O gritaría con un susurro… Era uno de esos tonos para los que no tenía una palabra concreta. De hecho creo que nadie la tiene—. Ya lo he resuelto y, además, tus jefes van a pifiarla. A pifiarla de matarnos a todos.
Intentaría salir de allí utilizando aquella excusa como salvoconducto, pero, aunque intentaría agarrarme al hueco, no saldría de él tan velozmente para ganarme de inmediato la enemistad del “vigilante”. Primero intentaría ver si su curiosidad me permitía estar allí simplemente asomado el tiempo suficiente para que mis extremidades con ventosas pudieran encontrar apoyo para el siguiente movimiento.
—Voy a necesitar un poco de ayuda y contexto… pero creo que ya tengo todo resuelto. ¿Te importa ayudarme? Yo soy pacífico… Pacifiquísimo. Ya habréis visto por los videos que soy un tipejo que huye en vez de combatir—moví la mano delante de la cara, quitándole importancia a mi verdadera y ruin naturaleza—. Y la verdad es que prefiero seguir huyendo, lo que no será posible si los que han ido al barco, si es que ya se han ido, traen a ese hijoputa sin nombre hasta aquí. Y lo peor es que no se van a dar cuenta…—farfullé como un neurótico cobardica.
Tras aquello, mostrando una máscara de temor que no era del todo falsa, procuraría salir lenta y pacíficamente del hoyo para sentarme en el suelo recogiendo mis muchos miembros para conversar. Si se me permitía, claro. Desde allí, o bien asomado desde el hueco ya agarrado al techo, sería el momento de meditar el siguiente paso.
—Soy Kimihiro, cocinero errante— añadiría con una sonrisa nerviosa acompañada de unos ojos inquietos y muy abiertos.
—Empezamos bien—bufé tras comprobar que no había rastro alguno de humedad más allá de la madera del mueble a medio pudrir.
Deduciendo que habían traído aquella cómoda de otro sitio donde sí debía haber una gotera, cesé en mi empeño de buscar el preciado líquido elemento. Lo cierto era que no tenía nada más que hacer allí más que devanarme los sesos antes de que, probablemente, alguien decidiese sacarme de allí.
Entonces el chirrido de la trampilla me hizo mirar arriba, esperanzado. No había visto a aquel tipo en mi estancia allí, pero lo cierto es que poco importaba. Saltando estirando mis muchas patas casi su totalidad, me lancé para intentar salir de aquel sórdido agujero antes de darle tiempo a cerrar. Aunque, lo primero que iba, mucho antes de mi cabeza, era el propio bichero, el cual sostuve todo lo fuertemente que podía para dirigirlo hacia la zona más próxima a la “bisagra” de mi única salida con la intención de impedir que cerrase.
—¡No cierres! —susurraría con un grito. O gritaría con un susurro… Era uno de esos tonos para los que no tenía una palabra concreta. De hecho creo que nadie la tiene—. Ya lo he resuelto y, además, tus jefes van a pifiarla. A pifiarla de matarnos a todos.
Intentaría salir de allí utilizando aquella excusa como salvoconducto, pero, aunque intentaría agarrarme al hueco, no saldría de él tan velozmente para ganarme de inmediato la enemistad del “vigilante”. Primero intentaría ver si su curiosidad me permitía estar allí simplemente asomado el tiempo suficiente para que mis extremidades con ventosas pudieran encontrar apoyo para el siguiente movimiento.
—Voy a necesitar un poco de ayuda y contexto… pero creo que ya tengo todo resuelto. ¿Te importa ayudarme? Yo soy pacífico… Pacifiquísimo. Ya habréis visto por los videos que soy un tipejo que huye en vez de combatir—moví la mano delante de la cara, quitándole importancia a mi verdadera y ruin naturaleza—. Y la verdad es que prefiero seguir huyendo, lo que no será posible si los que han ido al barco, si es que ya se han ido, traen a ese hijoputa sin nombre hasta aquí. Y lo peor es que no se van a dar cuenta…—farfullé como un neurótico cobardica.
Tras aquello, mostrando una máscara de temor que no era del todo falsa, procuraría salir lenta y pacíficamente del hoyo para sentarme en el suelo recogiendo mis muchos miembros para conversar. Si se me permitía, claro. Desde allí, o bien asomado desde el hueco ya agarrado al techo, sería el momento de meditar el siguiente paso.
—Soy Kimihiro, cocinero errante— añadiría con una sonrisa nerviosa acompañada de unos ojos inquietos y muy abiertos.
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El tipo hace caso a tus peticiones y no cierra, incluso te escucha cuando hablas sobre las dramáticas causas de la incursión de su gente. Frunce el ceño y te mira, escucha tu presentación y le ves dubitativo, quizá no sepa muy bien cómo presentarse. ¿Te tiende la mano? ¿Un abrazo? El caso es que no hace nada de eso.
- Yo soy Xiontys, y estaba ayudando a los médicos, tú debes ser ese que vino con nuestro compañero. Muchas gracias, ahora ya está a salvo. Respecto a lo que dices… No creo que sea posible avisar a nadie ya. Salieron hace un rato, y deben estar en plena misión. Aunque…
- Sol diecisiete llamando a astro veinte, ¿me recibes? -comenta a su walkie
- Astro veinte no está, aquí astro veintitrés en puesto de control.
- Hola astro veintitrés, tengo aquí un problemilla para el grupo de asalto. ¿Llego a tiempo?
- Negativo sol diecisiete. El grupo de asalto llegó al barco hace treinta segundos y están de vuelta.
- ¿Vencieron?
- Negativo. En el barco no había nadie.
- ¿Han mirado bien?
- Sí, sol diecisiete. Llevaban toda la tecnología necesaria y no había ni rastro. Solo cadáveres y sangre. Alfa uno ha dicho que vayas a la sala prisión y preguntes al gyojin que está ahí, parece que nos ha engañado. Dicen que no es peligroso, pero ten cuidado de todos modos, ya sabes que si escapa será tu culpa.
- Recibido, corto conexión astro veintitrés.
El tipo entonces te mira y tuerce el rostro, pero no se le ve ninguna actitud ofensiva ni notas que vaya a emplear la violencia.
- Bueno, seguro que todo esto tiene una explicación lógica, ¿no? Soy todo oídos.
- Yo soy Xiontys, y estaba ayudando a los médicos, tú debes ser ese que vino con nuestro compañero. Muchas gracias, ahora ya está a salvo. Respecto a lo que dices… No creo que sea posible avisar a nadie ya. Salieron hace un rato, y deben estar en plena misión. Aunque…
- Sol diecisiete llamando a astro veinte, ¿me recibes? -comenta a su walkie
- Astro veinte no está, aquí astro veintitrés en puesto de control.
- Hola astro veintitrés, tengo aquí un problemilla para el grupo de asalto. ¿Llego a tiempo?
- Negativo sol diecisiete. El grupo de asalto llegó al barco hace treinta segundos y están de vuelta.
- ¿Vencieron?
- Negativo. En el barco no había nadie.
- ¿Han mirado bien?
- Sí, sol diecisiete. Llevaban toda la tecnología necesaria y no había ni rastro. Solo cadáveres y sangre. Alfa uno ha dicho que vayas a la sala prisión y preguntes al gyojin que está ahí, parece que nos ha engañado. Dicen que no es peligroso, pero ten cuidado de todos modos, ya sabes que si escapa será tu culpa.
- Recibido, corto conexión astro veintitrés.
El tipo entonces te mira y tuerce el rostro, pero no se le ve ninguna actitud ofensiva ni notas que vaya a emplear la violencia.
- Bueno, seguro que todo esto tiene una explicación lógica, ¿no? Soy todo oídos.
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Casi no podía creerlo; ¡aquel idiota me había dejado salir! Y entonces, tras ese pensamiento, y mientras veía que estaba sumido en una completa e inofensiva tranquilidad, llegaron las dudas. ¿Me había permitido hacerlo porque era mucho más fuerte que yo, o porque era tonto? Más y más preguntas se unían a la lista de las que me acosaban.
Mientras intentaba decidir qué hacer, escuché y diseccioné la conversación que estaba manteniendo a través del telecomunicador. Los tres rangos allí expuestos tenían tres niveles distintos de abstracción: El primero, referente a la élite que había ido al ataque, eran letras más propias de términos matemáticos; el segundo, correspondiente a los supervisores técnicos, era un término caja que podía definir mil formas; y por último el del Xiontys era simplemente una palabra que definía un término concreto. Aquello me hizo pensar que era un novato.
¿Pero qué clase de novato van a tener esta panda de gentuza que no se habían parado a resuministrar su cocina ni su enfermería en su eterna persecución del enemigo? ¿Qué hacía aquí este? ¿Y cómo había ingresado? Quizás me estaba equivocando…
Entonces una ola agridulce vino con aquella maravillosa frase. No había encontrado muchas personas en mi vida que quisiesen oír lo que tenía que decir… No sin ninguna intención oculta, claro. Mi perenne preocupación se vio amarilleada por un deje de tristeza y nihilismo.
—Podría hablar, pero hacerlo sin saber qué me espera es… Es una puta mierda —exhale, cansado y dolorido—. Y sinceramente no creo que me creáis cuando os conté que solo era un civil capturado que luchaba por su vida contra… Bueno, contra vosotros —le miré a los ojos buscando previamente la respuesta a la siguiente pregunta—. ¿Tú que harías?
Pero no esperé a una respuesta antes de dar un largo suspiro. Debía confiar en ellos, porque si no lo hacía y uno de esos tipos moría acabarían culpándome a mí. Lo que me pondría en una peor situación.
—La tecnología solo es útil si se usa… bien. No puedes cocinar una sopa en un colador —dije como una entradilla improvisada a mi corto discurso—. Esos tipos siguen ahí, pero burlan vuestros cacharros usando, probablemente, las artes gyojin. Pero lo primero es lo primero, hay un tipo con una zoan de hormiga, el tiburón, que seguramente les vaya matando de uno en uno aprovechando las transformaciones y destransformaciones una vez vayan, o mientras van, a la sala de… ¿pilotaje? El barco sigue moviéndose, ¿no? —preguntaría casi de manera irónica—. Y no creo que hayan podido escapar ya que no seréis tan puto subnormales de dejar de analizar con sónares o algo la zona de alrededor del navío. La particularidad densidad alrededor de este hace imposible que, incluso usando el kárate gyojin, no se noten disrupciones de los muchos heridos que fuesen saliendo. Digo yo —añadí encogiéndome de hombros y avanzando con paso renqueante hasta la puerta—. Lo más probable es que estén en el agua circundante al barco, o incluso en los baños, usando el agua como “muro” para vuestras radiaciones métricas. No tengo ni puta idea de qué estáis midiendo, así que…
Tras dar un par de pasos le miraría con total tranquilidad. Lo cierto es que no había manera efectiva de salir de allí, y lo único que me quedaba era colaborar con mi nuevo bando. Era mucho peor estar muerto que ser un prisionero de guerra.
—Comunícalo como quieras, pero me da que el tema de la hormiguita tiburón tiene mucha más prioridad. Podrían usar el agua que arrastran de sus trajes para intentar ahogarla, o intentar tirarle al mar de alguna forma. Ese tío maldito ya no es un hijo del mar.—Mi desprecio era más que evidente.
Intentaría ir paseando por allí en busca de más pistas, y la cocina, sin mostrar ninguna intención belicosa a mi nuevo “compañero”. Era de los pocos que se había mostrado relativamente bondadoso conmigo, algo que seguramente se debiera a su amistad con el fardo moribundo que había traído de regalo.
Mientras intentaba decidir qué hacer, escuché y diseccioné la conversación que estaba manteniendo a través del telecomunicador. Los tres rangos allí expuestos tenían tres niveles distintos de abstracción: El primero, referente a la élite que había ido al ataque, eran letras más propias de términos matemáticos; el segundo, correspondiente a los supervisores técnicos, era un término caja que podía definir mil formas; y por último el del Xiontys era simplemente una palabra que definía un término concreto. Aquello me hizo pensar que era un novato.
¿Pero qué clase de novato van a tener esta panda de gentuza que no se habían parado a resuministrar su cocina ni su enfermería en su eterna persecución del enemigo? ¿Qué hacía aquí este? ¿Y cómo había ingresado? Quizás me estaba equivocando…
Entonces una ola agridulce vino con aquella maravillosa frase. No había encontrado muchas personas en mi vida que quisiesen oír lo que tenía que decir… No sin ninguna intención oculta, claro. Mi perenne preocupación se vio amarilleada por un deje de tristeza y nihilismo.
—Podría hablar, pero hacerlo sin saber qué me espera es… Es una puta mierda —exhale, cansado y dolorido—. Y sinceramente no creo que me creáis cuando os conté que solo era un civil capturado que luchaba por su vida contra… Bueno, contra vosotros —le miré a los ojos buscando previamente la respuesta a la siguiente pregunta—. ¿Tú que harías?
Pero no esperé a una respuesta antes de dar un largo suspiro. Debía confiar en ellos, porque si no lo hacía y uno de esos tipos moría acabarían culpándome a mí. Lo que me pondría en una peor situación.
—La tecnología solo es útil si se usa… bien. No puedes cocinar una sopa en un colador —dije como una entradilla improvisada a mi corto discurso—. Esos tipos siguen ahí, pero burlan vuestros cacharros usando, probablemente, las artes gyojin. Pero lo primero es lo primero, hay un tipo con una zoan de hormiga, el tiburón, que seguramente les vaya matando de uno en uno aprovechando las transformaciones y destransformaciones una vez vayan, o mientras van, a la sala de… ¿pilotaje? El barco sigue moviéndose, ¿no? —preguntaría casi de manera irónica—. Y no creo que hayan podido escapar ya que no seréis tan puto subnormales de dejar de analizar con sónares o algo la zona de alrededor del navío. La particularidad densidad alrededor de este hace imposible que, incluso usando el kárate gyojin, no se noten disrupciones de los muchos heridos que fuesen saliendo. Digo yo —añadí encogiéndome de hombros y avanzando con paso renqueante hasta la puerta—. Lo más probable es que estén en el agua circundante al barco, o incluso en los baños, usando el agua como “muro” para vuestras radiaciones métricas. No tengo ni puta idea de qué estáis midiendo, así que…
Tras dar un par de pasos le miraría con total tranquilidad. Lo cierto es que no había manera efectiva de salir de allí, y lo único que me quedaba era colaborar con mi nuevo bando. Era mucho peor estar muerto que ser un prisionero de guerra.
—Comunícalo como quieras, pero me da que el tema de la hormiguita tiburón tiene mucha más prioridad. Podrían usar el agua que arrastran de sus trajes para intentar ahogarla, o intentar tirarle al mar de alguna forma. Ese tío maldito ya no es un hijo del mar.—Mi desprecio era más que evidente.
Intentaría ir paseando por allí en busca de más pistas, y la cocina, sin mostrar ninguna intención belicosa a mi nuevo “compañero”. Era de los pocos que se había mostrado relativamente bondadoso conmigo, algo que seguramente se debiera a su amistad con el fardo moribundo que había traído de regalo.
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Notas como el tipo te escucha, incluso parece entender gran parte de lo que dices. Sus gestos, sumados a los breves pero intensos sonidos que emana te hacen ver que realmente te está prestando atención. Y te comprende. Probablemente no esperabas algo así.
- Espera -comenta antes de que te vayas a la cocina-. No te puedo dejar campar a tus anchas, si vas a comer algo iré contigo.
El tipo parece pensativo, como si quisiera preguntarte algo pero no se atreviese. Una vez llegáis a la cocina, el hombre saca latas de un estante y te las ofrece. Las etiquetas están rasgadas, así que probablemente tengas que abrirlas para saber de qué se tratan. Tras ello parece animarse a preguntarte.
- Tengo que dar parte de lo que me has dicho… Aunque no confío en que sea una buena información. Disponemos de tecnología pionera en el rastreo de seres vivos. Sensores de movimiento, de calor corporal… No sé, nunca he entendido cómo funciona el Gyojin Kárate. A decir verdad, jamás he visto a nadie usarlo, pero… No creo que pueda burlar toda nuestra tecnología. Es demasiado raro.
En ese momento, dos hombres armados entran en la cocina, y Xiontys se dirige hacia ellos. Cuchichea y los tipos te miran. Tras ello se marcha y, desde la puerta, te dirige unas palabras.
- Ellos te vigilarán, llamaré y estaré aqui en un par de minutos. Evita hablar, ellos no son tan cercanos como yo -finaliza, recibiendo una mirada acusadora de la pareja armada.
Pasan los minutos, y el tipo no vuelve. No tienes reloj ni manera de saber cuánto tiempo ha pasado, pero puedes confirmar con casi total seguridad que al menos son diez. Y entonces, el submarino se detiene bruscamente. La luz se va durante un milisegundo en más de tres ocasiones, y oyes desde tu posición la trampilla superior abrirse. Uno de los tipos sale a la puerta, y entonces oyes todo con más fuerza. Hay gente entrando y voceando. Oyes pasos, movimiento por todos lados, cosas cayéndose y… Un pitido muy intenso. Tras ello, dejas de oír.
Por la puerta entra el Pwero humano, y su rostro rebosa ira. Te habla, pero no puedes escucharle. ¿Acaso solo has oído tú el pitido? En cualquier caso, la situación es extraña. Pwero te agarra de los tentáculos y te sacude, como si quisiera que reaccionaras. Entonces, parece darse cuenta de que no oyes, y trae una pizarra en la que escribe una sola palabra.
Vienen.
- Espera -comenta antes de que te vayas a la cocina-. No te puedo dejar campar a tus anchas, si vas a comer algo iré contigo.
El tipo parece pensativo, como si quisiera preguntarte algo pero no se atreviese. Una vez llegáis a la cocina, el hombre saca latas de un estante y te las ofrece. Las etiquetas están rasgadas, así que probablemente tengas que abrirlas para saber de qué se tratan. Tras ello parece animarse a preguntarte.
- Tengo que dar parte de lo que me has dicho… Aunque no confío en que sea una buena información. Disponemos de tecnología pionera en el rastreo de seres vivos. Sensores de movimiento, de calor corporal… No sé, nunca he entendido cómo funciona el Gyojin Kárate. A decir verdad, jamás he visto a nadie usarlo, pero… No creo que pueda burlar toda nuestra tecnología. Es demasiado raro.
En ese momento, dos hombres armados entran en la cocina, y Xiontys se dirige hacia ellos. Cuchichea y los tipos te miran. Tras ello se marcha y, desde la puerta, te dirige unas palabras.
- Ellos te vigilarán, llamaré y estaré aqui en un par de minutos. Evita hablar, ellos no son tan cercanos como yo -finaliza, recibiendo una mirada acusadora de la pareja armada.
Pasan los minutos, y el tipo no vuelve. No tienes reloj ni manera de saber cuánto tiempo ha pasado, pero puedes confirmar con casi total seguridad que al menos son diez. Y entonces, el submarino se detiene bruscamente. La luz se va durante un milisegundo en más de tres ocasiones, y oyes desde tu posición la trampilla superior abrirse. Uno de los tipos sale a la puerta, y entonces oyes todo con más fuerza. Hay gente entrando y voceando. Oyes pasos, movimiento por todos lados, cosas cayéndose y… Un pitido muy intenso. Tras ello, dejas de oír.
Por la puerta entra el Pwero humano, y su rostro rebosa ira. Te habla, pero no puedes escucharle. ¿Acaso solo has oído tú el pitido? En cualquier caso, la situación es extraña. Pwero te agarra de los tentáculos y te sacude, como si quisiera que reaccionaras. Entonces, parece darse cuenta de que no oyes, y trae una pizarra en la que escribe una sola palabra.
Vienen.
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Cada momento que pasaba con aquel amable y comprensivo muchacho me empujaba un paso más a la paranoia. Me extrañaba que no pusiese ninguna pega ante mis acciones, totalmente impropias para un prisionero de guerra, acompañándome y escuchándome sin ningún tipo de intención de detener mis actos sin sentido. ¿Era él el infiltrado que estaban buscando? Y de ser así, ¿qué sentido tenía? Porque al ser novato en la organización no debía formar parte de la trama que había durado tanto como para rajar un mueble… ¿Verdad? O quizás… Hmm…
Aceptando el ofrecimiento de las latas misteriosas, una deliciosa comida aún más deliciosa por estar normalmente de oferta en la mayoría de los mercados, me senté en una de las mesas más próximas a la zona de limpieza. No hice ningún acercamiento al fregadero y al preciado y potencialmente peligroso líquido que contenía, pues no quería provocar a aquel que aún podía ser mi aliado.
Lo cierto era que no terminaba de exculparle de ser el topo del grupo militar, pero la amabilidad con la que me trataba y el curioso interés que tenía por escucharme indicaban lo contrario. Y eso sin llevarme por la calidez de su cordialidad, claro. Mi deducción era la siguiente: él estaba allí para desenmascarar al verdadero infiltrado. Aquel tipo, una nueva adquisición en el bando humano, había sido contratado por el jefe para localizar, y probablemente eliminar, a la rata. Esto justificaría su nombre en la jerarquía, la confianza de Pwero para dejarle a mi cargo y su orden de pasarme una linterna para ver si podía aprovecharse de la “inteligencia” de la que había “presumido”. Al final no iba a ser tan tonto el jefe de esos pielseca.
Abrí la lata por su práctico abrefácil y arrugué el rostro con una mezcla de asco y sorpresa al ver lo que me había tocado. Volqué aquel engendro para sacarlo sobre mi mano. La superficie de un pan mojado y arrugado me miró con la misma expresión de decepción, como si no quisiese ser devorado por mi persona. No sé a quién se le había ocurrido la horrible idea de meter una hamburguesa con queso en una lata, pero merecía la muerte.
—En fin. —Era comida, aunque dudé de ello después del primer bocado.
Escuché a mi supervisor hablar mientras no terminaba de lanzar la pregunta escondida en su rostro. Era curioso, casi tanto como yo, y esa conexión me hizo bajar la guardia durante un breve instante.
—Si salimos de aquí con vida, te lo enseño—dije con una sonrisa. No compartía los recelos que tenían los hijos del mar en mantener su arte en tal secretismo. Entendía sus razones, pero no las excusaba —. De todas formas tienen un maestro con ellos, así que no subestimaría su…—Algo pasó por mi cabeza, algo malo.
Entrecerré los ojos mascullando aquella terrible idea. Si el topo había trastocado los aparatos o mentía con su resultado, estos hijos de la tierra estaban doblemente jodidos.
Cuando los dos guardias pasaron a vernos y Xiontis me dejó con ellos tan solo hice un pequeño gesto. Le miré a los ojos, miré al comunicador que había usado antes y luego volví a mirarle. Quería que supiese que había visto a través del farol, aunque lo cierto es que a pesar de ello seguía desconociendo del todo su plan. Tenía que arriesgarme a equivocarme y que él fuese el traidor a pesar de su aprecio por Samuel, y decidí hacerlo justificándome en que no usaba aquel trasto por temor a que el verdadero topo le descubriese.
—Hasta luego —dije con la boca llena de aquella bazofia recocida.
Permanecí en silencio mirando a los muchachos una y otra vez, midiéndoles. Aparte de cabreados y molestos por la presencia de un bicho marino, mostraban una férrea disciplina militar que impregnaba cada trozo de su uniforme y gesto, lo que realmente me incomodaba. Eran tipos duros que habían sido endurecidos por la crueldad de ver a su propia unidad acabar muertos o destrozados en la enfermería.
A pesar del sabio consejo de mi único amigo allí, decidí abrir la boca movido por el aburrimiento.
—¿Tenéis alguna comida favorita? Porque iba a decir que vuestro amigo tardaba mucho, pero vais a pasar de eso.
Ignoraron mi intervención más allá de una mirada de desprecio y odio. Mi presencia allí era non grata, así como todo lo que tuviera que decir. Útil o no.
Entonces pasado más de un rato, todo se fue a la puta. Casi me caigo al suelo tras el brusco frenazo del submarino, y tras unos rápidos parpadeos y la obvia apertura de la trampilla superior llegó el griterío con tono de malas noticias. La nave se convirtió en un ensordecedor caos hasta que aquel agudo chillido me atravesó y obligó a ponerme las manos sobre los oídos. Tras ello no volví a escuchar nada.
No era la primera vez que mis tímpanos me fallaban, y lo cierto es que esperaba que no fuese la última. El pensamiento de prescindir de aquel vital sentido y todos sus placeres me hizo hundirme en una descorazonadora emoción. Solo salí de aquel pozo cuando el cacique humano me sacudió.
—¡¿Qué?! —No podía entender qué me estaba gritando. Porque estaba claro por su gesto que me gritaba.
La pizarra de los menús del día entró en juego y sobre ella escribió un descorazonador mensaje.
—Oh… mierda. —Con tantas cosas en la cabeza se me había olvidado.
Y es que con la tontería de los misterios y las preguntas, había pasado por alto que no había solo dos bandos en aquella maldita y estúpida guerrilla. Por lo pronto había tres, aunque estos podían aún expandirse a cuatro y cinco respectivamente. La gente de Bjorr había terminado con el ataque y, encontrando el submarino persiguiendo su amado barco, había entrado a la acción.
Lo cierto es que estar sordo por un hipotético sónar era mejor que la alternativa de que el hijo de puta del tiburón se hubiera colado por mis oídos transformado. Y de bastante lejos, la verdad.
Con la boca torcida en señal de preocupación y obvia culpa, miré al enfadado líder. El revuelo y el griterío estaban bien merecidos, así como el culparme por ello.
—Se me pasó comentar que los que fueron a atacar la isla no volvieron —reconocí a regañadientes—. Y ya que estamos los tipos estos del barco se suponían que mantenían el contacto con no se qué revolución… Y ya sí que sí que no se me olvida nada. Creo.
Así lo creía. No le iba a mentar cosas del posible topo, ya que le creía conocedor de estos hechos y de su más que probable trato con Xiontis. Aunque creer no valía de nada.
—Xiontis está encargándose de la rata. Creo. Si no lo es. No me lo parece.
Levanté ambas manos y me preparé para el golpe que de seguro iba a darme por idiota y bocazas. No pude evitar encogerme por el dolor que ya sentía y el cual no quería ver reforzado; especialmente sabiendo que el soldado de élite con el que me había enfrentado en el navío mucho antes debía ser más débil que su jefe.
—Creo que puedo ganar algo de tiempo si hablo con los que venían de la ciudad. Si son ellos—dije asomándome por encima de la inútil cobertura que podían ofrecerme mis brazos—. Aunque tendríais que apagar las cosas como si estuvierais muertos y, si acaso, intentar pedir refuerzos a la ciudad… Como dije antes de que te fueras.
Me arrepentí de haber dicho aquello último. Había sonado a reproche. Uno que mi padre acostumbraba a castigar con uno de sus brutos puñetazos.
Quizás tras el castigo, si no decidía matarme allí mismo, podría salir a ganar tiempo y, con aún más suerte, convencer a los Piratas de la Tormenta de que el verdadero enemigo seguía en su barco.
Aceptando el ofrecimiento de las latas misteriosas, una deliciosa comida aún más deliciosa por estar normalmente de oferta en la mayoría de los mercados, me senté en una de las mesas más próximas a la zona de limpieza. No hice ningún acercamiento al fregadero y al preciado y potencialmente peligroso líquido que contenía, pues no quería provocar a aquel que aún podía ser mi aliado.
Lo cierto era que no terminaba de exculparle de ser el topo del grupo militar, pero la amabilidad con la que me trataba y el curioso interés que tenía por escucharme indicaban lo contrario. Y eso sin llevarme por la calidez de su cordialidad, claro. Mi deducción era la siguiente: él estaba allí para desenmascarar al verdadero infiltrado. Aquel tipo, una nueva adquisición en el bando humano, había sido contratado por el jefe para localizar, y probablemente eliminar, a la rata. Esto justificaría su nombre en la jerarquía, la confianza de Pwero para dejarle a mi cargo y su orden de pasarme una linterna para ver si podía aprovecharse de la “inteligencia” de la que había “presumido”. Al final no iba a ser tan tonto el jefe de esos pielseca.
Abrí la lata por su práctico abrefácil y arrugué el rostro con una mezcla de asco y sorpresa al ver lo que me había tocado. Volqué aquel engendro para sacarlo sobre mi mano. La superficie de un pan mojado y arrugado me miró con la misma expresión de decepción, como si no quisiese ser devorado por mi persona. No sé a quién se le había ocurrido la horrible idea de meter una hamburguesa con queso en una lata, pero merecía la muerte.
—En fin. —Era comida, aunque dudé de ello después del primer bocado.
Escuché a mi supervisor hablar mientras no terminaba de lanzar la pregunta escondida en su rostro. Era curioso, casi tanto como yo, y esa conexión me hizo bajar la guardia durante un breve instante.
—Si salimos de aquí con vida, te lo enseño—dije con una sonrisa. No compartía los recelos que tenían los hijos del mar en mantener su arte en tal secretismo. Entendía sus razones, pero no las excusaba —. De todas formas tienen un maestro con ellos, así que no subestimaría su…—Algo pasó por mi cabeza, algo malo.
Entrecerré los ojos mascullando aquella terrible idea. Si el topo había trastocado los aparatos o mentía con su resultado, estos hijos de la tierra estaban doblemente jodidos.
Cuando los dos guardias pasaron a vernos y Xiontis me dejó con ellos tan solo hice un pequeño gesto. Le miré a los ojos, miré al comunicador que había usado antes y luego volví a mirarle. Quería que supiese que había visto a través del farol, aunque lo cierto es que a pesar de ello seguía desconociendo del todo su plan. Tenía que arriesgarme a equivocarme y que él fuese el traidor a pesar de su aprecio por Samuel, y decidí hacerlo justificándome en que no usaba aquel trasto por temor a que el verdadero topo le descubriese.
—Hasta luego —dije con la boca llena de aquella bazofia recocida.
Permanecí en silencio mirando a los muchachos una y otra vez, midiéndoles. Aparte de cabreados y molestos por la presencia de un bicho marino, mostraban una férrea disciplina militar que impregnaba cada trozo de su uniforme y gesto, lo que realmente me incomodaba. Eran tipos duros que habían sido endurecidos por la crueldad de ver a su propia unidad acabar muertos o destrozados en la enfermería.
A pesar del sabio consejo de mi único amigo allí, decidí abrir la boca movido por el aburrimiento.
—¿Tenéis alguna comida favorita? Porque iba a decir que vuestro amigo tardaba mucho, pero vais a pasar de eso.
Ignoraron mi intervención más allá de una mirada de desprecio y odio. Mi presencia allí era non grata, así como todo lo que tuviera que decir. Útil o no.
Entonces pasado más de un rato, todo se fue a la puta. Casi me caigo al suelo tras el brusco frenazo del submarino, y tras unos rápidos parpadeos y la obvia apertura de la trampilla superior llegó el griterío con tono de malas noticias. La nave se convirtió en un ensordecedor caos hasta que aquel agudo chillido me atravesó y obligó a ponerme las manos sobre los oídos. Tras ello no volví a escuchar nada.
No era la primera vez que mis tímpanos me fallaban, y lo cierto es que esperaba que no fuese la última. El pensamiento de prescindir de aquel vital sentido y todos sus placeres me hizo hundirme en una descorazonadora emoción. Solo salí de aquel pozo cuando el cacique humano me sacudió.
—¡¿Qué?! —No podía entender qué me estaba gritando. Porque estaba claro por su gesto que me gritaba.
La pizarra de los menús del día entró en juego y sobre ella escribió un descorazonador mensaje.
—Oh… mierda. —Con tantas cosas en la cabeza se me había olvidado.
Y es que con la tontería de los misterios y las preguntas, había pasado por alto que no había solo dos bandos en aquella maldita y estúpida guerrilla. Por lo pronto había tres, aunque estos podían aún expandirse a cuatro y cinco respectivamente. La gente de Bjorr había terminado con el ataque y, encontrando el submarino persiguiendo su amado barco, había entrado a la acción.
Lo cierto es que estar sordo por un hipotético sónar era mejor que la alternativa de que el hijo de puta del tiburón se hubiera colado por mis oídos transformado. Y de bastante lejos, la verdad.
Con la boca torcida en señal de preocupación y obvia culpa, miré al enfadado líder. El revuelo y el griterío estaban bien merecidos, así como el culparme por ello.
—Se me pasó comentar que los que fueron a atacar la isla no volvieron —reconocí a regañadientes—. Y ya que estamos los tipos estos del barco se suponían que mantenían el contacto con no se qué revolución… Y ya sí que sí que no se me olvida nada. Creo.
Así lo creía. No le iba a mentar cosas del posible topo, ya que le creía conocedor de estos hechos y de su más que probable trato con Xiontis. Aunque creer no valía de nada.
—Xiontis está encargándose de la rata. Creo. Si no lo es. No me lo parece.
Levanté ambas manos y me preparé para el golpe que de seguro iba a darme por idiota y bocazas. No pude evitar encogerme por el dolor que ya sentía y el cual no quería ver reforzado; especialmente sabiendo que el soldado de élite con el que me había enfrentado en el navío mucho antes debía ser más débil que su jefe.
—Creo que puedo ganar algo de tiempo si hablo con los que venían de la ciudad. Si son ellos—dije asomándome por encima de la inútil cobertura que podían ofrecerme mis brazos—. Aunque tendríais que apagar las cosas como si estuvierais muertos y, si acaso, intentar pedir refuerzos a la ciudad… Como dije antes de que te fueras.
Me arrepentí de haber dicho aquello último. Había sonado a reproche. Uno que mi padre acostumbraba a castigar con uno de sus brutos puñetazos.
Quizás tras el castigo, si no decidía matarme allí mismo, podría salir a ganar tiempo y, con aún más suerte, convencer a los Piratas de la Tormenta de que el verdadero enemigo seguía en su barco.
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Por raro que te parezca, el tipo no te golpea. Masculla, fanfarronea y dice cosas, pero aún no oyes, así que poco te importa. De un golpe parte la mesa, y se lleva las manos a la cabeza, intentando pensar algo. Pero parece que ya es un poco tarde.
Dos zumbidos recorren el barco, aunque tú te enteras porque dos arpones atraviesan a los dos guardias que te custodiaban. El de la pizarra queda clavado a cincuenta centímetros de tí. El otro sale despedido por la habitación, rompiendo la pared y le pierdes la pista.
Xiontys llega hasta tu posición y corta dos hilos diminutos que habías pasado por alto y estaban unidos a los arpones. Y con ”tu aliado” viene el resto de la tripulación, todos con un traje y casco como los que habías visto unas horas atrás. Hay unos quince, contando rápido.
Y entonces, de un par de golpes, Bjorr revienta el hueco entre ambos arpones en el casco del barco, y rápidamente veinte gyojins entran en lo que queda de habitación. Te llama la atención que ninguno -a simple vista-, pertenece al grupo que quedó en el barco. Todos tienen evidentes síntomas de haber peleado, y Bjorr luce con alguna que otra cicatríz más, incluso tiene sangre pegada por el cuerpo. Se acerca mientras los humanos desenvainan sus armas y se preparan para lo peor.
- Vaya vaya, el profeta está con ellos. ¿Será un rehén o es su verdadero grupo? -comenta a la par que te señala
- El pulpo no puede oirte -dice Xiontys, dando un paso al frente-. Y francamente, importa poco. Creo que ambos bandos tenemos sed de sangre. ¿Empezamos?
- Falta el viejo -comenta Pwero humano, que saca una katana reluciente de su vaina-. Cortar al gran Bjorr no me sabrá tan bien como si lo hiciese con el viejo.
Bjorr sonríe y suelta una gran carcajada. Mira al suelo, a sus hombres y después a sus rivales, y entonces decide hablar.
- Mirad el suelo, se está llenando de agua. ¿Cuánto tenéis? ¿Dos minutos? Después, por mucho traje que tengáis, sufriréis la ira del mar, y todos mis hermanos contribuirán a ello.
El enorme gyojin agarra su tridente con fuerza y da un par de golpes al suelo. Todos sus compañeros adoptan una posición ofensiva, mientras que los humanos parecen prepararse para realizar el impacto. Entonces, Xiontys te dice algo, aunque tú solo oyes tres palabras.
Decide, bando, vivir.
Sea lo que sea lo que haya dicho, parece que te va a quedar claro.
Dos zumbidos recorren el barco, aunque tú te enteras porque dos arpones atraviesan a los dos guardias que te custodiaban. El de la pizarra queda clavado a cincuenta centímetros de tí. El otro sale despedido por la habitación, rompiendo la pared y le pierdes la pista.
Xiontys llega hasta tu posición y corta dos hilos diminutos que habías pasado por alto y estaban unidos a los arpones. Y con ”tu aliado” viene el resto de la tripulación, todos con un traje y casco como los que habías visto unas horas atrás. Hay unos quince, contando rápido.
Y entonces, de un par de golpes, Bjorr revienta el hueco entre ambos arpones en el casco del barco, y rápidamente veinte gyojins entran en lo que queda de habitación. Te llama la atención que ninguno -a simple vista-, pertenece al grupo que quedó en el barco. Todos tienen evidentes síntomas de haber peleado, y Bjorr luce con alguna que otra cicatríz más, incluso tiene sangre pegada por el cuerpo. Se acerca mientras los humanos desenvainan sus armas y se preparan para lo peor.
- Vaya vaya, el profeta está con ellos. ¿Será un rehén o es su verdadero grupo? -comenta a la par que te señala
- El pulpo no puede oirte -dice Xiontys, dando un paso al frente-. Y francamente, importa poco. Creo que ambos bandos tenemos sed de sangre. ¿Empezamos?
- Falta el viejo -comenta Pwero humano, que saca una katana reluciente de su vaina-. Cortar al gran Bjorr no me sabrá tan bien como si lo hiciese con el viejo.
Bjorr sonríe y suelta una gran carcajada. Mira al suelo, a sus hombres y después a sus rivales, y entonces decide hablar.
- Mirad el suelo, se está llenando de agua. ¿Cuánto tenéis? ¿Dos minutos? Después, por mucho traje que tengáis, sufriréis la ira del mar, y todos mis hermanos contribuirán a ello.
El enorme gyojin agarra su tridente con fuerza y da un par de golpes al suelo. Todos sus compañeros adoptan una posición ofensiva, mientras que los humanos parecen prepararse para realizar el impacto. Entonces, Xiontys te dice algo, aunque tú solo oyes tres palabras.
Decide, bando, vivir.
Sea lo que sea lo que haya dicho, parece que te va a quedar claro.
- Nota:
Recuperas progresivamente el oído, pero en este post no oyes mucho, solo lo que te pongo.
Kaito Takumi
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No hubo castigo para mi estupidez. Rompió la mesa, eso sí, pero no me puso un dedo encima. No pude quitarme aquella desagradable sensación de saber que era merecedor de, al menos, un puñetazo. Aquella ironía psicológica fruto de mi abusiva niñez me hizo gracia, la verdad. Estábamos jodidos, todos, y había sido por mi puta culpa.
Nada de aquello hubiera pasado si el muy idiota de Pwero hubiera seguido mi plan, o si yo no hubiera abierto tan torpemente la boca al principio de aquel miserable día.
Antes de que me diera cuenta los arpones atravesaron el casco y la vibración de su estela reverberó por el aire helándome hasta los huesos. Aquello de carecer de oído era una putada, y sentir el sonido en la carne en lugar de los oídos era cuanto menos inquietante. Podría haber muerto con facilidad, y por simple fruto del azar o de las corrientes entre lanzador y objetivo estaba vivo.
¿Y para qué?
¿Qué podía hacer yo en esa situación? No era un guerrero, no era un líder, ni un tipo tan listo como me creía. Era estúpido, estaba herido y era un maldito cobarde. Una sabandija que se retorcía en su propia miseria en lugar de ver qué hay a su alrededor, me dije intentando salir de aquel inmisericorde pozo que había construido yo solo.
Me puse lentamente en pie y observé cómo Xiontis cortaba los hilos que traían los arpones; no tardé mucho en deducir que estos servían para recuperar aquellas desproporcionadas armas, que fácilmente podían perderse en cualquier abismo marítimo. Luego noté a través del suelo cómo la inmensa fuerza de Bjorr arrancaba la pared contraria a la que estábamos como si fuese la tapa de una simple lata de sardinas. Ahí estaba, con sus hombres, todos heridos por la trifulca a la que estúpidamente se habían lanzado y de la que, aparentemente, no traían botín alguno. Ya sabía que venían, y que, por supuesto, no tenían ni puta idea de la traición de Pwero y de que su barco se distanciaba cada vez más.
Los gruesos dedos del titán me señalaron, y lo cierto es que temblé algo mientras intentaba mirar a cada uno de los interlocutores intentando sacar algo más que las expresiones de sus rostros. Cuando mi sentido me fue parcialmente devuelto para escuchar las tres inconexas palabras de mi “único amigo” ya había tenido que tomar una decisión.
—Mi plan…—le dije como despedida mirándole a los ojos.
Viendo lo que había visto y viviendo todos los infortunios de aquel puñetero día, quizás debí haberme escabullido por el hueco que había dejado el tipejo lanzado por el arpón, pero ahí estaba, yendo con las manos levantadas hacia delante. Hacia Bjorr.
Confiaba, o más bien dicho, deseaba con cada ápice de mi alma vapuleada, que me permitiese hablar. Iría a paso firme y decidido, uno con una voluntad tan grande como el temor que me empujaba a cambiar la trayectoria y huir de allí.
—P-P-P-Pwero—tartamudearía, por el gentío, mirando al cetáceo a los ojos—. Se va. El otro.
Y si ahí, aún a distancia como para no susurrarle y hablar en condiciones, no había muerto o me había visto obligado a huir hacia un lado de la habitación para buscar la salida, continuaría hasta él para explicarme mejor. No contaba demasiado con que Xiontis hubiese entendido a través de mis escuetas palabras, pero confiaba que, si todo salía bien, el no tan estúpido líder de los humanos supiera después cual era la siguiente y última parte. La que debería haber sido la primera si me hubiera escuchado en vez de lanzarse a perseguir barcos estúpidamente.
Si conseguía acercarme al capitán pirata lo suficiente, y sin intención bélica alguna más que la de huir o esquivar cualquier bestialidad que estuviese dispuesto a hacerme, me alzaría todo lo alto que mis patas heridas me permitiesen para hablar con él.
—La historia es larga, pero los gyojin del barco te han traicionado y huyen. Luego podemos volver a matar a estos humanos si no los reclama el mar. Que sufran mientras esperan su muerte. Lo importante es parar a Pwero y al tiburón maldito antes de que se vayan y la profecía vuelva a cambiar. Cuando la luna flote sobre las aguas, estas habrán tomado una decisión. —profetizaría con tono preocupado y urgente. No había apenas tiempo.
Si se llegaba a preguntárseme qué hacía con los humanos, con palabras o con una mirada feroz, la respuesta estaba clara y ensayada en el pánico de saber que una mala iba a acabar matándome.
—Sabía que volverías, y si no estaba aquí no podía decirte esto. No iba a traicionarte y a seguir a un tipo que escogió estar maldito… Si tienes dudas puedes preguntarles el falso nombre que le he dado. O puedes ver que los guardias que me tenían preso estaban justo en...—Miraría hacia atrás rapidamente— A tiro.
Con un poco de suerte aquella murga tocaría su fibra sensible y fanático-religiosa fruto de un orgullo construido para esconder que su ascendencia era una puta vergüenza para todo verdadero hijo del mar.
Por supuesto no podía pretender que todo aquello tuviese éxito, ya ni desde el principio, y a la mínima de cambio correría con el ímpetu que da el terror y el peligro para poner mi vida a salvo. Todo aquel plan de reserva era un riesgo…. Pero uno necesario para poder conseguir las respuestas que de otra manera se irían con la marea.
¿Valía la pena aquello para contestar un porrón de pamplinas? Casi casi. Lo cierto es que empezaba a dudar si mi obsesión por saber estaba un poquitito fuera de lugar… Una pizquita de nada.
Nada de aquello hubiera pasado si el muy idiota de Pwero hubiera seguido mi plan, o si yo no hubiera abierto tan torpemente la boca al principio de aquel miserable día.
Antes de que me diera cuenta los arpones atravesaron el casco y la vibración de su estela reverberó por el aire helándome hasta los huesos. Aquello de carecer de oído era una putada, y sentir el sonido en la carne en lugar de los oídos era cuanto menos inquietante. Podría haber muerto con facilidad, y por simple fruto del azar o de las corrientes entre lanzador y objetivo estaba vivo.
¿Y para qué?
¿Qué podía hacer yo en esa situación? No era un guerrero, no era un líder, ni un tipo tan listo como me creía. Era estúpido, estaba herido y era un maldito cobarde. Una sabandija que se retorcía en su propia miseria en lugar de ver qué hay a su alrededor, me dije intentando salir de aquel inmisericorde pozo que había construido yo solo.
Me puse lentamente en pie y observé cómo Xiontis cortaba los hilos que traían los arpones; no tardé mucho en deducir que estos servían para recuperar aquellas desproporcionadas armas, que fácilmente podían perderse en cualquier abismo marítimo. Luego noté a través del suelo cómo la inmensa fuerza de Bjorr arrancaba la pared contraria a la que estábamos como si fuese la tapa de una simple lata de sardinas. Ahí estaba, con sus hombres, todos heridos por la trifulca a la que estúpidamente se habían lanzado y de la que, aparentemente, no traían botín alguno. Ya sabía que venían, y que, por supuesto, no tenían ni puta idea de la traición de Pwero y de que su barco se distanciaba cada vez más.
Los gruesos dedos del titán me señalaron, y lo cierto es que temblé algo mientras intentaba mirar a cada uno de los interlocutores intentando sacar algo más que las expresiones de sus rostros. Cuando mi sentido me fue parcialmente devuelto para escuchar las tres inconexas palabras de mi “único amigo” ya había tenido que tomar una decisión.
—Mi plan…—le dije como despedida mirándole a los ojos.
Viendo lo que había visto y viviendo todos los infortunios de aquel puñetero día, quizás debí haberme escabullido por el hueco que había dejado el tipejo lanzado por el arpón, pero ahí estaba, yendo con las manos levantadas hacia delante. Hacia Bjorr.
Confiaba, o más bien dicho, deseaba con cada ápice de mi alma vapuleada, que me permitiese hablar. Iría a paso firme y decidido, uno con una voluntad tan grande como el temor que me empujaba a cambiar la trayectoria y huir de allí.
—P-P-P-Pwero—tartamudearía, por el gentío, mirando al cetáceo a los ojos—. Se va. El otro.
Y si ahí, aún a distancia como para no susurrarle y hablar en condiciones, no había muerto o me había visto obligado a huir hacia un lado de la habitación para buscar la salida, continuaría hasta él para explicarme mejor. No contaba demasiado con que Xiontis hubiese entendido a través de mis escuetas palabras, pero confiaba que, si todo salía bien, el no tan estúpido líder de los humanos supiera después cual era la siguiente y última parte. La que debería haber sido la primera si me hubiera escuchado en vez de lanzarse a perseguir barcos estúpidamente.
Si conseguía acercarme al capitán pirata lo suficiente, y sin intención bélica alguna más que la de huir o esquivar cualquier bestialidad que estuviese dispuesto a hacerme, me alzaría todo lo alto que mis patas heridas me permitiesen para hablar con él.
—La historia es larga, pero los gyojin del barco te han traicionado y huyen. Luego podemos volver a matar a estos humanos si no los reclama el mar. Que sufran mientras esperan su muerte. Lo importante es parar a Pwero y al tiburón maldito antes de que se vayan y la profecía vuelva a cambiar. Cuando la luna flote sobre las aguas, estas habrán tomado una decisión. —profetizaría con tono preocupado y urgente. No había apenas tiempo.
Si se llegaba a preguntárseme qué hacía con los humanos, con palabras o con una mirada feroz, la respuesta estaba clara y ensayada en el pánico de saber que una mala iba a acabar matándome.
—Sabía que volverías, y si no estaba aquí no podía decirte esto. No iba a traicionarte y a seguir a un tipo que escogió estar maldito… Si tienes dudas puedes preguntarles el falso nombre que le he dado. O puedes ver que los guardias que me tenían preso estaban justo en...—Miraría hacia atrás rapidamente— A tiro.
Con un poco de suerte aquella murga tocaría su fibra sensible y fanático-religiosa fruto de un orgullo construido para esconder que su ascendencia era una puta vergüenza para todo verdadero hijo del mar.
Por supuesto no podía pretender que todo aquello tuviese éxito, ya ni desde el principio, y a la mínima de cambio correría con el ímpetu que da el terror y el peligro para poner mi vida a salvo. Todo aquel plan de reserva era un riesgo…. Pero uno necesario para poder conseguir las respuestas que de otra manera se irían con la marea.
¿Valía la pena aquello para contestar un porrón de pamplinas? Casi casi. Lo cierto es que empezaba a dudar si mi obsesión por saber estaba un poquitito fuera de lugar… Una pizquita de nada.
Luka Rooney
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Bjorr hace señas con sus manos cuando te acercas a él y sus subordinados dejan de fijar sus armas en tí para apuntar y señalar a los humanos. Parece no entender la primera parte de tu interlocución a juzgar por sus ojos. O quizá el tartamudeo le ha despistado. Sin embargo, deja que te acerques más, y te escucha.
Xiontys decide no atacar aún, puede que sea porque confía en tí, o quizá porque está trazando un plan. En cualquier caso, no parece muy inteligente esperar mucho más, o pelearán en un ambiente cada vez más desfavorable para ellos. Oyes un pequeño y raro sonido en tu oído, acompañado por la voz del enorme líder. Parece que tu oído está recuperándose más rápido de lo normal. Ahora oyes a un tono bajo, pero al estar tan cerca del habitante del mar, escuchas todo perfectamente.
- En el barco no queda nadie -comenta, mirando a uno de sus camaradas-. Paramos a dejar los tesoros y nos encontramos con estos humanos hurgando. Sabemos que tienen tecnología, y les engañamos como a niños. ¿Cómo se llama ese tiburón del que hablas? ¿Quién es Pwero? Y, sobre todo, ¿qué haces aquí?
Tus respuestas no parecen convencer al líder gyojin. Sin embargo, no muestra actitud ofensiva contra tí. Quizá pueda considerarse una victoria. Justo antes de que le respondas -o quizá te has quedado a medias- una bala atraviesa el pecho de Bjorr, pasando cerca de tu costado derecho. Xiontys porta el arma causante, y dispara cuatro veces más, aunque el efecto sorpresa parece desaparecer.
Los gyojins corren hacia los humanos, que responden retrocediendo y disparando. Y empieza la batalla.
Bjorr te agarra y te saca del barco. Ves cómo sangra y por primera vez le notas débil.
- Dime quienes han osado a traicionarme. Quiero nombres y descripciones. Si lo haces, te recompensaré. Te doy mi palabra.
Xiontys decide no atacar aún, puede que sea porque confía en tí, o quizá porque está trazando un plan. En cualquier caso, no parece muy inteligente esperar mucho más, o pelearán en un ambiente cada vez más desfavorable para ellos. Oyes un pequeño y raro sonido en tu oído, acompañado por la voz del enorme líder. Parece que tu oído está recuperándose más rápido de lo normal. Ahora oyes a un tono bajo, pero al estar tan cerca del habitante del mar, escuchas todo perfectamente.
- En el barco no queda nadie -comenta, mirando a uno de sus camaradas-. Paramos a dejar los tesoros y nos encontramos con estos humanos hurgando. Sabemos que tienen tecnología, y les engañamos como a niños. ¿Cómo se llama ese tiburón del que hablas? ¿Quién es Pwero? Y, sobre todo, ¿qué haces aquí?
Tus respuestas no parecen convencer al líder gyojin. Sin embargo, no muestra actitud ofensiva contra tí. Quizá pueda considerarse una victoria. Justo antes de que le respondas -o quizá te has quedado a medias- una bala atraviesa el pecho de Bjorr, pasando cerca de tu costado derecho. Xiontys porta el arma causante, y dispara cuatro veces más, aunque el efecto sorpresa parece desaparecer.
Los gyojins corren hacia los humanos, que responden retrocediendo y disparando. Y empieza la batalla.
Bjorr te agarra y te saca del barco. Ves cómo sangra y por primera vez le notas débil.
- Dime quienes han osado a traicionarme. Quiero nombres y descripciones. Si lo haces, te recompensaré. Te doy mi palabra.
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Y justo después de las contestaciones a la breve explicación y al profético comentario, y antes de que pudiera continuar resolviendo las dudas, “PUM”. Bueno, realmente fue algo como un “Fuzzip”. Aquel tiro que me hizo encogerme sobre mí mismo buscando la natural cobertura de carne del coloso y su ejército le siguieron otros cuatro rápidamente. Todos dieron en el blanco, bañando mi espalda cobardemente encorvada de sangre de cetáceo.
Tras el derramamiento de la primera sangre, Los Hijos de la Tormenta se lanzaron al combate buscando venganza mientras los humanos descargaban sobre ellos una salva tras otra. Por suerte para mí, o quizás no tanta, la mano del titán se había cerrado sobre mi cintura. Arrastrado por el titán que se batía en retirada, volvimos a la relativa seguridad de aquella torrentosa sección del Oeste. Aquel peligroso reducto marítimo aún olía a sangre y escombros, y aunque no tenía la seguridad de que los “traidores” se hubiesen marchado, lo cierto era que estaba bastante mejor que en la línea de fuego.
Entonces, ya flotando lejos del monstruo mecánico, Bjor exigió sus respuestas. Lo hizo como si estuviera ahogándose, como si cada palabra fuese un cúmulo de balsa que tuviese que vomitar por puro esfuerzo. Y aun así, sus ojos hundidos por el verdadero cansancio aún resplandecían de furia, y no de miedo.
Vi mi oportunidad para clavarle el destornillador en una de sus enormes cuencas muy clara, pero pronto aquella idea dio paso a otras mucho mejores que conllevaban, simplemente, que cambiase la desagradable postura en la que me encontraba antes de buscar su cerebro a través de su espiráculo. Me contuve. No estaba en una situación apropiada para combatir contra el capitán pirata, al menos no una exenta de riesgos, porque incluso estando él en aquel terrible estado estaba seguro de que aún podía destrozarme de un único golpe.
—Los prisioneros —revelé—, todos ellos. Todos menos yo… La oscuridad me dijo que vendrías, pero los humanos iban a atacarnos. Y aunque conseguí matar su mejor guerrero, el meduso, el viejo se puso en mi contra y me echaron prometiendo que me matarían. Esos traidores ya no son ni hijos del mar, ninguno de ellos.—les maldije, y lo hice de verdad y no solo por contribuir a mi actuación—. Deja que el mar se lleve a esos humanos y vayámonos ya. Las fuerzas de la isla no tardarán en venir, y el anciano y los suyos ya nos llevarán ventaja.
Eso si es que no nos esperan escondidos en algún lado del barco. Lo que sería una jodienda curiosa.
Lo cierto es que quería darles caza cuanto antes, porque como se fueran de la lengua iba a tener bastantes más problemas de los que ya tenía, y aún más cierto es que secretamente quería que los humanos viviesen. Bueno, quería que un humano muy concreto viviese. Confiaba que las grabaciones de sus cascos, y por ende la posible recompensa a mi cabeza, se perdieran con el submarino irremediablemente, o bien que Xiontis o su capitán viesen que realmente YO no era la amenaza.
Dicho aquello, o más bien mientras lo decía, intentaría zafarme de la presa de aquella vergüenza de gyojin, y comenzaría a nadar lenta y torpemente hacia donde estaba el barco lleno de tesoros en el que debíamos marcharnos. Así de mal es como lo podía hacer al tener un tentáculo replegado que sostenía el destornillador y que envolvía y separaba del líquido elemento el papel con la vibre card del tal Luka. Le necesitaría para encontrar a aquellos malditos desgraciados.
Ya habría tiempo, y precisamente tiempo, de matar a Bjorr una vez nos fuésemos de allí. Sin comida en la reserva, sin medicamentos, los cuales probablemente se hubieran llevado los "traidores", y con una dieta apropiada... aquel gigantón no me duraría mucho. Aunque aún no me había decidido a acabar con su vida. Aún podía resultar tremendamente útil.
Tras el derramamiento de la primera sangre, Los Hijos de la Tormenta se lanzaron al combate buscando venganza mientras los humanos descargaban sobre ellos una salva tras otra. Por suerte para mí, o quizás no tanta, la mano del titán se había cerrado sobre mi cintura. Arrastrado por el titán que se batía en retirada, volvimos a la relativa seguridad de aquella torrentosa sección del Oeste. Aquel peligroso reducto marítimo aún olía a sangre y escombros, y aunque no tenía la seguridad de que los “traidores” se hubiesen marchado, lo cierto era que estaba bastante mejor que en la línea de fuego.
Entonces, ya flotando lejos del monstruo mecánico, Bjor exigió sus respuestas. Lo hizo como si estuviera ahogándose, como si cada palabra fuese un cúmulo de balsa que tuviese que vomitar por puro esfuerzo. Y aun así, sus ojos hundidos por el verdadero cansancio aún resplandecían de furia, y no de miedo.
Vi mi oportunidad para clavarle el destornillador en una de sus enormes cuencas muy clara, pero pronto aquella idea dio paso a otras mucho mejores que conllevaban, simplemente, que cambiase la desagradable postura en la que me encontraba antes de buscar su cerebro a través de su espiráculo. Me contuve. No estaba en una situación apropiada para combatir contra el capitán pirata, al menos no una exenta de riesgos, porque incluso estando él en aquel terrible estado estaba seguro de que aún podía destrozarme de un único golpe.
—Los prisioneros —revelé—, todos ellos. Todos menos yo… La oscuridad me dijo que vendrías, pero los humanos iban a atacarnos. Y aunque conseguí matar su mejor guerrero, el meduso, el viejo se puso en mi contra y me echaron prometiendo que me matarían. Esos traidores ya no son ni hijos del mar, ninguno de ellos.—les maldije, y lo hice de verdad y no solo por contribuir a mi actuación—. Deja que el mar se lleve a esos humanos y vayámonos ya. Las fuerzas de la isla no tardarán en venir, y el anciano y los suyos ya nos llevarán ventaja.
Eso si es que no nos esperan escondidos en algún lado del barco. Lo que sería una jodienda curiosa.
Lo cierto es que quería darles caza cuanto antes, porque como se fueran de la lengua iba a tener bastantes más problemas de los que ya tenía, y aún más cierto es que secretamente quería que los humanos viviesen. Bueno, quería que un humano muy concreto viviese. Confiaba que las grabaciones de sus cascos, y por ende la posible recompensa a mi cabeza, se perdieran con el submarino irremediablemente, o bien que Xiontis o su capitán viesen que realmente YO no era la amenaza.
Dicho aquello, o más bien mientras lo decía, intentaría zafarme de la presa de aquella vergüenza de gyojin, y comenzaría a nadar lenta y torpemente hacia donde estaba el barco lleno de tesoros en el que debíamos marcharnos. Así de mal es como lo podía hacer al tener un tentáculo replegado que sostenía el destornillador y que envolvía y separaba del líquido elemento el papel con la vibre card del tal Luka. Le necesitaría para encontrar a aquellos malditos desgraciados.
Ya habría tiempo, y precisamente tiempo, de matar a Bjorr una vez nos fuésemos de allí. Sin comida en la reserva, sin medicamentos, los cuales probablemente se hubieran llevado los "traidores", y con una dieta apropiada... aquel gigantón no me duraría mucho. Aunque aún no me había decidido a acabar con su vida. Aún podía resultar tremendamente útil.
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- El mar es nuestro aliado -comienza un maltrecho Bjorr-, pero no ha de librar nuestras guerras. Mis… Nuestros -rectifica, clavando su mirada en la tuya- hermanos vendrán pronto.
El gigante gyojin te agarra, evitando así que puedas marcharte, y vuelve a clavar su mirada en la tuya. Mientras tanto oyes infinidad de golpes y la madera quebrándose. La batalla que se está librando en el barco está cerca de terminar, y parece tener un ganador claro. ¿Cuándo fue la última vez que escuchaste un arma de fuego?
- Ese viejo… Ha vuelto, ¿verdad? No sé qué nombre habrá utilizado ahora… ¿Ronnie? ¿Beinpi? Maldito malnacido…
Cuando Bjorr ve tu cara de asombro, simula una parecida, y entiende que no sabes por dónde va, así que se decide a hablar.
- Has demostrado ser de fiar. Ahora creo en tu profecía -comenta, tendiéndote la mano. Una mano que cuadriplica tu tentáculo más grande-, y te debo una respuesta. Aunque me tendrás que contar muchas más cosas… Pero eso será después. Vamos al barco.
Como si de algún poder sobrenatural se tratase, Bjorr se da la vuelta y a su espalda -tu frente- aparecen todos sus hermanos. Aparentemente no hay bajas, aunque quizá no hubieses contado cuántos eran. Entre todos forman un pequeño círculo a tu alrededor, y juntos vais al barco, donde, como dijeron previamente, no queda ni un alma. Todo está bastante limpio, aunque el olor persiste en el lugar. No hay cuerpos, ni rastros de sangre -a simple vista-, y seguramente nadie creyese que antes había habido una pelea en aquél lugar, de no ser por las paredes rotas y la madera quebrada de la sala principal y la gran sala donde aconteció todo.
- Chicos, preparad todo. Cocineros, mirad qué hay en la despensa y preparad una buena comida. Carpinteros, evaluad daños. Ladrones, clasificad el botín. Y el comandante, que me de un resumen de la pelea.
- Seré rápido, señor -comenta un gyojin pez globo-. Hemos perdido a Songr, y ellos han muerto todos. Menos uno, el que parecía el líder. Ha debido huir de algún modo. Dos exploradores han salido en su busca, no tardarán más de dos noches en volver.
- Buen trabajo, manda a tres de tus hombres a preparar la despedida de Songr. Ya estaba viejo, no debía haber venido, pero los dioses así lo han querido…
Bjorr se aleja un poco de los demás, que parecen tener ya una tarea asignada, y se sienta, invitándote a ir con él. El suelo está frío, sin embargo, no parece importarle.
- Esta banda funciona bien. Yo soy la autoridad, y tengo tres personas que me suplen si no estoy. Somos duros con los enemigos, pero más duros con los traidores, los ladrones o los asesinos que se revelan contra nosotros. Habrás conocido a muchos de los nuestros, y te habrán contado historias. Algunas serán ciertas, otras no. Entre la gente que hemos encerrado había ratillas amigas de lo ajeno, liantes con afilada lengua, asesinos e idiotas con malas ideas. Algunos fueron importantes, otros simples peones. Y ahora están a saber donde… Con ese viejo. Ese maldito viejo. Nadie sabe cómo se llama, y cada vez aparece con un nombre distinto. Pero hemos llegado a una conclusión; Es un agente del gobierno. Habrá convenicido a todos esos idiotas para ir a algún lado… Y les tenderán una trampa. Mis exploradores han salido a ver el área e intentar encontrarlos. No seré yo quien quiera salvarlos pero… No dejaré que ese idiota se salga con la suya. Y… tú te vienes conmigo. Debes guiarme para cumplir las profecías. Debes ser aquél que guía al líder. De ahora en adelante, serás mi consejero.
El gigante gyojin te agarra, evitando así que puedas marcharte, y vuelve a clavar su mirada en la tuya. Mientras tanto oyes infinidad de golpes y la madera quebrándose. La batalla que se está librando en el barco está cerca de terminar, y parece tener un ganador claro. ¿Cuándo fue la última vez que escuchaste un arma de fuego?
- Ese viejo… Ha vuelto, ¿verdad? No sé qué nombre habrá utilizado ahora… ¿Ronnie? ¿Beinpi? Maldito malnacido…
Cuando Bjorr ve tu cara de asombro, simula una parecida, y entiende que no sabes por dónde va, así que se decide a hablar.
- Has demostrado ser de fiar. Ahora creo en tu profecía -comenta, tendiéndote la mano. Una mano que cuadriplica tu tentáculo más grande-, y te debo una respuesta. Aunque me tendrás que contar muchas más cosas… Pero eso será después. Vamos al barco.
Como si de algún poder sobrenatural se tratase, Bjorr se da la vuelta y a su espalda -tu frente- aparecen todos sus hermanos. Aparentemente no hay bajas, aunque quizá no hubieses contado cuántos eran. Entre todos forman un pequeño círculo a tu alrededor, y juntos vais al barco, donde, como dijeron previamente, no queda ni un alma. Todo está bastante limpio, aunque el olor persiste en el lugar. No hay cuerpos, ni rastros de sangre -a simple vista-, y seguramente nadie creyese que antes había habido una pelea en aquél lugar, de no ser por las paredes rotas y la madera quebrada de la sala principal y la gran sala donde aconteció todo.
- Chicos, preparad todo. Cocineros, mirad qué hay en la despensa y preparad una buena comida. Carpinteros, evaluad daños. Ladrones, clasificad el botín. Y el comandante, que me de un resumen de la pelea.
- Seré rápido, señor -comenta un gyojin pez globo-. Hemos perdido a Songr, y ellos han muerto todos. Menos uno, el que parecía el líder. Ha debido huir de algún modo. Dos exploradores han salido en su busca, no tardarán más de dos noches en volver.
- Buen trabajo, manda a tres de tus hombres a preparar la despedida de Songr. Ya estaba viejo, no debía haber venido, pero los dioses así lo han querido…
Bjorr se aleja un poco de los demás, que parecen tener ya una tarea asignada, y se sienta, invitándote a ir con él. El suelo está frío, sin embargo, no parece importarle.
- Esta banda funciona bien. Yo soy la autoridad, y tengo tres personas que me suplen si no estoy. Somos duros con los enemigos, pero más duros con los traidores, los ladrones o los asesinos que se revelan contra nosotros. Habrás conocido a muchos de los nuestros, y te habrán contado historias. Algunas serán ciertas, otras no. Entre la gente que hemos encerrado había ratillas amigas de lo ajeno, liantes con afilada lengua, asesinos e idiotas con malas ideas. Algunos fueron importantes, otros simples peones. Y ahora están a saber donde… Con ese viejo. Ese maldito viejo. Nadie sabe cómo se llama, y cada vez aparece con un nombre distinto. Pero hemos llegado a una conclusión; Es un agente del gobierno. Habrá convenicido a todos esos idiotas para ir a algún lado… Y les tenderán una trampa. Mis exploradores han salido a ver el área e intentar encontrarlos. No seré yo quien quiera salvarlos pero… No dejaré que ese idiota se salga con la suya. Y… tú te vienes conmigo. Debes guiarme para cumplir las profecías. Debes ser aquél que guía al líder. De ahora en adelante, serás mi consejero.
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Aunque Bjorr se negó a aceptar mi consejo de retirarnos, sus siguientes palabras me tranquilizaron. No mucho, porque seguía agarrándome y sabía bien que un animal moribundo era bastante más peligroso, pero bueno... Peor hubiera sido que no me quisiese de aliado. Correspondí su gesto todo lo buenamente que pude, aunque más bien solo le agarré un par de dedos mientras cerraba su garra con suavidad sobre todo mi puño.
— ¿Cómo que “vuelto”? —pregunté confuso. Mi curiosidad me arrastró a su lado—. Al barco entonces.
Quería mis respuestas.
Las corrientes parecían tornarse en nuestro favor, o al menos al mío, y tras la aparente aniquilación de la banda de mercenario volvimos al barco con el resto de los indemnes Hijos de la Tormenta. A pesar de las armas de fuego del enemigo caído, no parecían tener demasiados daños, ni siquiera de su incursión previa. Parecían fuertes, tanto o más que su gigantesco líder.
— ¿Pero dónde cojones están los cuerpos? Que aquí había un porrón de gente muerta… —mascullé mosqueado por perder tanta materia prima.
Me puse a buscar, pero por los rastros de arrastre parecía bastante obvio que se los habían llevado a todos, incluyendo a los propios humanos. Ya no podría aprovechar ni su tecnología ni su carne.
El cetáceo comenzó a ordenar tareas a sus subordinados, con bastante inteligencia he de admitir, y el que me había pegado un puñetazo al principio de aquel día comenzó a informarle de la situación respecto a la pelea anterior. El único que había parecido salir con vida del bando humano era el líder, y no Xiontis… Aunque aún había una pequeña posibilidad de que le hubieran confundido con el verdadero líder dada su rapidez con el gatillo.
—Los ingenieros deberían asegurarse que no hay cámaras ni mierdas que espían…— sugerí mirando a otro lado, ocupado en pensar la cantidad de cosas que había perdido aquel día.
La bolsa o la vida es una fácil elección cuando no tienes seguridad, pero cuando la consigues te preguntas si hubieras podido agarrar también la jugosa saca.
Entonces y para mi sorpresa, la cual no pude esconder en absoluto, el titán comenzó a revelarme una información tan preciada como molesta. No solía pasárseme por la cabeza que la gente me mintiera de primeras, ni tanto, ni con tal soltura y costumbre, pero desde luego aquella era una verdad que me hacía hervir la sangre. Me imaginé las torturas y vivisecciones que un gobierno acostumbrado a la esclavitud de mi raza les haría a aquellos desgraciados antes de venderlos como la panda de mierda mentirosa que eran. Y regocijándome en aquel futuro más que posible, tardé en escuchar el resto de las palabras.
— Oh… Claro. Me quedaré aquí y guiaré a los Hijos de la Tormenta… Aunque…
No, aquel fanático no me iba a dejar irme sin una razón de peso, y ninguna era tan gorda como convertirle en el verdadero rey del mar. Estaba jodido. No podría irme de allí. Probablemente nunca. Estaba enjaulado… como cuando me trajeron al barco.
Esperando que continuase mi frase, Bjorr alzó una ceja.
— Necesitaré una habitación. Y algunas cosas. Pero antes deberemos comprobar que uno de los gyojin, un tiburón, que dijo que había comido una fruta de hormiga, no esté por aquí escondido en alguna maldita grieta —comenté poco halagüeño—. Si me disculpas, iré a descansar… Demasiadas profecías he tenido en el día de hoy y me dejan el cuerpo hecho mierda, por no hablar de las putas palizas que… —me marché quejándome hacia el único lugar al que sabía llegar, los calabozos.
Tras llegar desconecté al pobre molusco de su prisión telemática y acariciándolo tras arrancar la sal de mi cuerpo me refugié en la oscuridad. Tenía muchas cosas en las que pensar, y al día siguiente aún más preguntas que hacerle a mi nuevo jefe. Al menos disponía de tiempo para pensar cómo las diría, porque había diferencias entre exigir parte del botín y pedirlo por gracia divina.
Pero la cuestión más importante que retumbaba en mi cabeza conjunto a las incógnitas sin contestar era: “¿Cómo demonios voy a salir de aquí?”
No tardó en ocurrírseme que la respuesta residía en mi papel como santo profeta.
— ¿Cómo que “vuelto”? —pregunté confuso. Mi curiosidad me arrastró a su lado—. Al barco entonces.
Quería mis respuestas.
Las corrientes parecían tornarse en nuestro favor, o al menos al mío, y tras la aparente aniquilación de la banda de mercenario volvimos al barco con el resto de los indemnes Hijos de la Tormenta. A pesar de las armas de fuego del enemigo caído, no parecían tener demasiados daños, ni siquiera de su incursión previa. Parecían fuertes, tanto o más que su gigantesco líder.
— ¿Pero dónde cojones están los cuerpos? Que aquí había un porrón de gente muerta… —mascullé mosqueado por perder tanta materia prima.
Me puse a buscar, pero por los rastros de arrastre parecía bastante obvio que se los habían llevado a todos, incluyendo a los propios humanos. Ya no podría aprovechar ni su tecnología ni su carne.
El cetáceo comenzó a ordenar tareas a sus subordinados, con bastante inteligencia he de admitir, y el que me había pegado un puñetazo al principio de aquel día comenzó a informarle de la situación respecto a la pelea anterior. El único que había parecido salir con vida del bando humano era el líder, y no Xiontis… Aunque aún había una pequeña posibilidad de que le hubieran confundido con el verdadero líder dada su rapidez con el gatillo.
—Los ingenieros deberían asegurarse que no hay cámaras ni mierdas que espían…— sugerí mirando a otro lado, ocupado en pensar la cantidad de cosas que había perdido aquel día.
La bolsa o la vida es una fácil elección cuando no tienes seguridad, pero cuando la consigues te preguntas si hubieras podido agarrar también la jugosa saca.
Entonces y para mi sorpresa, la cual no pude esconder en absoluto, el titán comenzó a revelarme una información tan preciada como molesta. No solía pasárseme por la cabeza que la gente me mintiera de primeras, ni tanto, ni con tal soltura y costumbre, pero desde luego aquella era una verdad que me hacía hervir la sangre. Me imaginé las torturas y vivisecciones que un gobierno acostumbrado a la esclavitud de mi raza les haría a aquellos desgraciados antes de venderlos como la panda de mierda mentirosa que eran. Y regocijándome en aquel futuro más que posible, tardé en escuchar el resto de las palabras.
— Oh… Claro. Me quedaré aquí y guiaré a los Hijos de la Tormenta… Aunque…
No, aquel fanático no me iba a dejar irme sin una razón de peso, y ninguna era tan gorda como convertirle en el verdadero rey del mar. Estaba jodido. No podría irme de allí. Probablemente nunca. Estaba enjaulado… como cuando me trajeron al barco.
Esperando que continuase mi frase, Bjorr alzó una ceja.
— Necesitaré una habitación. Y algunas cosas. Pero antes deberemos comprobar que uno de los gyojin, un tiburón, que dijo que había comido una fruta de hormiga, no esté por aquí escondido en alguna maldita grieta —comenté poco halagüeño—. Si me disculpas, iré a descansar… Demasiadas profecías he tenido en el día de hoy y me dejan el cuerpo hecho mierda, por no hablar de las putas palizas que… —me marché quejándome hacia el único lugar al que sabía llegar, los calabozos.
Tras llegar desconecté al pobre molusco de su prisión telemática y acariciándolo tras arrancar la sal de mi cuerpo me refugié en la oscuridad. Tenía muchas cosas en las que pensar, y al día siguiente aún más preguntas que hacerle a mi nuevo jefe. Al menos disponía de tiempo para pensar cómo las diría, porque había diferencias entre exigir parte del botín y pedirlo por gracia divina.
Pero la cuestión más importante que retumbaba en mi cabeza conjunto a las incógnitas sin contestar era: “¿Cómo demonios voy a salir de aquí?”
No tardó en ocurrírseme que la respuesta residía en mi papel como santo profeta.
- Nota Fnal:
- Ale, tiro a peticiones. Qué giro más inesperado de los acontecimientos con el viejales. Mis dieces. Haré un diario para resolverlo todo lo que ha quedado (en el que justificaré y ordenaré mi ida de allí como si pasara algo en la fuerza de las corrientes, que luego quedará justificado con el tema del evento a lo "Lo profetizó" cuando realmente fue pura suerte asquerosa)
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