Lance Kashan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Aquel mismo día o, mejor dicho, aquella misma noche, había amanecido en Water Seven. Era el primer día que despertaba allí, y resultaba ciertamente grato por el olor propio del agua que llenaba la ciudad. Por la ventana entraba humedad y aire fresco, que no hacía más que despertar sensaciones encontradas en mí: no me terminaba de gustar el mar por las connotaciones que traía hacia mi persona, pero el aroma que tenía me encantaba. La tranquilidad no me convencía, pero, bien entrada la mañana, desaparecía para dejar paso a los distintos Bulls que recorrían todos y cada uno de los canales de la ciudad. Y no es que hubiera hecho turismo para enterarme. No había podido, ya que el Umi Ressha en el que monté había llegado por la noche y tuve tiempo a buscar un hotel. Simplemente me había documentado. Sabía qué era lo que había ido a buscar..., aunque no dónde encontrarlo. Pero de eso ya me preocuparía más tarde.
Sin pereza, me levanté de aquella cama y miré por el cristal. Mi vista se invadió de azul, ya que toda la luz del día era reflejada con mucha fuerza por el agua que rodeaba a la isla y brillaba con mucha intensidad. No me paré mucho a observar el paisaje, ya que después de todo no soy un artista ni alguien que aprecie este tipo de cosas. La habitación, de un tamaño bastante decente para lo que había esperado en un primer momento, estaba llena de todas las pertenencias que había tirado el día anterior con las prisas y la desgana. Me quité el pijama que llevaba y, tras pensarlo escasos segundos, cogí la ropa que había estrenado ayer y me la volví a poner. Estaba recién comprada. Bueno, robada, pero es lo mismo. Ya me encargaría hoy de encontrar una muda nueva para el siguiente día, y quemar esta. Resultaba triste que un traje gris y una camisa negra, valorados en decenas de miles de berries, desaparecieran entre las cenizas así como así, pero no me apetecía cargar una maleta para guardarlos. Realizando esto mismo me deshice de la ropa que había utilizado para dormir, la cual había conseguido del armario de uno de mis ''vecinos''.
Ya había pagado por adelantado aquella noche de sueño y solo me quedaba marcharme por donde había entrado, sin siquiera mediar alguna palabra con el amable señor que ocupaba la recepción. El descanso me había venido de lujo y me sentía con las energías recargadas, cosa que se notó por la velocidad que llevaba mientras andaba, casi más propia de una carrera que de un paseo. Las calles estaban llenas de turistas. Parejas enamoradas que se cogían de la mano y alquilaban un Bull para pasear por los canales todo el día mientras se dicen cosas bonitas y desafiaban al sol a que les provocase una insolación. Ese tipo de personas. En cambio, aquellas personas solitarias como yo optaban por darse un paseo por todo el mercado. No por nada, Water Seven era conocida como la isla con los mejores carpinteros en todo el Paraíso, y eso se reflejaba en las gigantescas y magníficas tiendas que vendían todo lo que pudieses buscar. El tema de los barcos no me interesaba, pero, junto a ellos, siempre tendría que trabajar un herrero. Si querían hacer un barco de calidad, claro está. Remaches, uniones... Una parte del barco era metálica y eso era el oficio de los forjadores.
Y creó que me desvié demasiado del camino inicial para encontrar los comercios que buscaba. No ocupaban el centro de la zona, eso estaba claro. Había tenido que recorrer un par de calles, o tres, para poder hablar con alguien que tuviera productos de calidad con los que valiera la pena trabajar. Ni corto ni perezoso cogí una de las cajas de herramientas y la dejé en su sitio nada más levantarla. Pesaba muy poco, no iban a generar buenos resultados en mis manos. Y así, repetí y repetí hasta acabar con toda la variedad de cajas y sets que estaban a mi disposición. Un poco triste e indignado, miré a los ojos al dependiente y este se estremeció ante mi imagen. Generaba una mezcla de sensaciones muy extraña, puesto que parecía un niño rico y tenebroso, pero eso no era lo importante. Su mente no paraba de decir ''¡Que compre algo y se vaya ya, por favor!'' y le cumplí el deseo. Con decisión, me acerqué a unas cajas llenas de herramientas individuales, para comprar repuestos en caso de que alguna de tu set se perdiera. Una a una, fui escogiendo las que me parecían de mejor calidad y que se adaptaban a mí, y las dejé en el mostrador. Cogí una de los maletines de herramientas que había visto antes, lo abrí y lo vacié por completo donde estaban los repuestos. Una a una, fui metiendo los utensilios que había seleccionado en el maletín y se lo señalé al encargado mientras le miraba fijamente por debajo del flequillo.
-¡P-Pero señor...! ¡E...Esto no lo pued-- - La voz aguda y llena de miedo del hombre invadió todo el lugar, que no era pequeño. Sin dudarlo, volví a señalar con más fuerza el maletín y una mueca de desagrado se formó en mi cara. - ¡Y-Y-Ya voy! - No estaba siendo intimidado de ninguna manera. Simplemente estaba aterrado. - ¡T-Tome, serán cient--! - Apunté nuevamente a lo que quería comprar. - ¡P-Por ser usted, serán cinc--! - Puse la mano sobre mis herramientas. - ¡Cójalas y, por favor, marchese de una vez! - La mueca en mi cara se tornó en una sonrisa al momento, mientras agarraba la asa y me marchaba por la puerta.
Sin pereza, me levanté de aquella cama y miré por el cristal. Mi vista se invadió de azul, ya que toda la luz del día era reflejada con mucha fuerza por el agua que rodeaba a la isla y brillaba con mucha intensidad. No me paré mucho a observar el paisaje, ya que después de todo no soy un artista ni alguien que aprecie este tipo de cosas. La habitación, de un tamaño bastante decente para lo que había esperado en un primer momento, estaba llena de todas las pertenencias que había tirado el día anterior con las prisas y la desgana. Me quité el pijama que llevaba y, tras pensarlo escasos segundos, cogí la ropa que había estrenado ayer y me la volví a poner. Estaba recién comprada. Bueno, robada, pero es lo mismo. Ya me encargaría hoy de encontrar una muda nueva para el siguiente día, y quemar esta. Resultaba triste que un traje gris y una camisa negra, valorados en decenas de miles de berries, desaparecieran entre las cenizas así como así, pero no me apetecía cargar una maleta para guardarlos. Realizando esto mismo me deshice de la ropa que había utilizado para dormir, la cual había conseguido del armario de uno de mis ''vecinos''.
Ya había pagado por adelantado aquella noche de sueño y solo me quedaba marcharme por donde había entrado, sin siquiera mediar alguna palabra con el amable señor que ocupaba la recepción. El descanso me había venido de lujo y me sentía con las energías recargadas, cosa que se notó por la velocidad que llevaba mientras andaba, casi más propia de una carrera que de un paseo. Las calles estaban llenas de turistas. Parejas enamoradas que se cogían de la mano y alquilaban un Bull para pasear por los canales todo el día mientras se dicen cosas bonitas y desafiaban al sol a que les provocase una insolación. Ese tipo de personas. En cambio, aquellas personas solitarias como yo optaban por darse un paseo por todo el mercado. No por nada, Water Seven era conocida como la isla con los mejores carpinteros en todo el Paraíso, y eso se reflejaba en las gigantescas y magníficas tiendas que vendían todo lo que pudieses buscar. El tema de los barcos no me interesaba, pero, junto a ellos, siempre tendría que trabajar un herrero. Si querían hacer un barco de calidad, claro está. Remaches, uniones... Una parte del barco era metálica y eso era el oficio de los forjadores.
Y creó que me desvié demasiado del camino inicial para encontrar los comercios que buscaba. No ocupaban el centro de la zona, eso estaba claro. Había tenido que recorrer un par de calles, o tres, para poder hablar con alguien que tuviera productos de calidad con los que valiera la pena trabajar. Ni corto ni perezoso cogí una de las cajas de herramientas y la dejé en su sitio nada más levantarla. Pesaba muy poco, no iban a generar buenos resultados en mis manos. Y así, repetí y repetí hasta acabar con toda la variedad de cajas y sets que estaban a mi disposición. Un poco triste e indignado, miré a los ojos al dependiente y este se estremeció ante mi imagen. Generaba una mezcla de sensaciones muy extraña, puesto que parecía un niño rico y tenebroso, pero eso no era lo importante. Su mente no paraba de decir ''¡Que compre algo y se vaya ya, por favor!'' y le cumplí el deseo. Con decisión, me acerqué a unas cajas llenas de herramientas individuales, para comprar repuestos en caso de que alguna de tu set se perdiera. Una a una, fui escogiendo las que me parecían de mejor calidad y que se adaptaban a mí, y las dejé en el mostrador. Cogí una de los maletines de herramientas que había visto antes, lo abrí y lo vacié por completo donde estaban los repuestos. Una a una, fui metiendo los utensilios que había seleccionado en el maletín y se lo señalé al encargado mientras le miraba fijamente por debajo del flequillo.
-¡P-Pero señor...! ¡E...Esto no lo pued-- - La voz aguda y llena de miedo del hombre invadió todo el lugar, que no era pequeño. Sin dudarlo, volví a señalar con más fuerza el maletín y una mueca de desagrado se formó en mi cara. - ¡Y-Y-Ya voy! - No estaba siendo intimidado de ninguna manera. Simplemente estaba aterrado. - ¡T-Tome, serán cient--! - Apunté nuevamente a lo que quería comprar. - ¡P-Por ser usted, serán cinc--! - Puse la mano sobre mis herramientas. - ¡Cójalas y, por favor, marchese de una vez! - La mueca en mi cara se tornó en una sonrisa al momento, mientras agarraba la asa y me marchaba por la puerta.
- Resumen:
- Llego a W7, voy al mercado y compro un kit de herramientas de herrero. Voy vestido con traje gris y camisa negra.
El sonido del metal siendo golpeado suavemente resonaba por toda la sala, acompañado del silencio de los presentes. El ambiente recargado, lleno de un denso humo, producido por un grueso puro que aparentaba ser de un lujo que muchos no podrían permitirse, dificultaba bastante la vista y molestaba al olfato. Un olor tan fuerte que llegó incluso a molestar a Yuu. Este, sentado en un sillón de cuero negro y con sus piernas extendidas encima de la mesa, acababa de escuchar la proposición de un cliente que acababa de solicitar sus servicios.
—¿Y cuánto me pagarías por este trabajito? —dijo el mercenario, con un tono bastante serio.
—¿Cuánto quieres? Pagaré lo que sea con tal de que el contrato se cumpla —afirmó firmemente ante el ladrón.
—Eso no se pregunta, hombre... —respiró profundamente— Está bien... quiero cincuenta millones en metálico y que me hagas un favor... un tanto importante para mí.
—¿De qué se trata?
—Lo sabrás cuando me encargue del trabajo sucio, amigo. En fin, ¿aceptas o qué? Dudo que encuentres a nadie como yo a estas alturas. Además, según me has dicho, el tiempo apremia. —intentó convencer al sujeto.
—¡Pero bueno! Si parece que le esté vendiendo el alma al mismísimo Diablo. ¿Y si luego no puedo o no quiero concederte aquello que me pidas? —dijo el pequeño y obeso hombre, mientras le daba una calada a su puro.
—Tampoco vas muy desencaminado con eso del Diablo. En fin, si no puedo cobrar el favor, no me vale la pena ir a Water Seven, y menos sabiendo la mierda que hay allí ahora mismo.
—¿Tanto te cuesta decirme qué puto favor quieres, muchacho?
—No, tu estás agotando mi paciencia. Eres tú quien quiere mis servicios, y ya te he dicho mis honorarios. O lo tomas, o lo dejas. —se cruzó de brazos.
—Mira, chaval... estás cabreando a la persona equivocada. No estás en posición de...
—Eres tú quien está cabreando a la persona equivocada. De todas formas... ¿qué más da? Quiero cincuenta millones y una cuarta parte de tu negocio.
—Ni lo sueñes.
—Mira, viejo... no suelo tratar así a mis clientes, pero... —bajó las piernas al suelo y posicionó las palmas de sus manos sobre la mesa— Quieres que mate a un tío en una ciudad en la que las probabilidades de que me maten son tan altas que ni me las quiero imaginar. Y me estás diciendo que rechazas mi oferta, cuando ni siquiera encontrarás a nadie más que se arriesgue a pisar esa ciudad por este precio.
—¿Cómo que no? Tengo decenas de mercenarios esperando para que les ofrezca este contrato.
—No sé de qué mercenario habrás captado la atención sin siquiera tener un pago fijo. Y encima me dices que pagarás lo que sea. Me estás hinchando los cojones demasiado.
—Muchacho... me temo que voy a declinar tu oferta y me voy a ir. Lo sient —a una trepidante velocidad, un cuchillo salió disparado hacia el rostro del sujeto, más un hilo detuvo la creación del mercenario instantes antes de impactar contra el rostro del hombre.
—Tú no te vas a ninguna parte. Cien millones y cerramos el trato.
—Veo que te has resignado a aceptar el contrato no importe el cómo... ¿te has visto sin el pago y te has asustado, chico?
—Sí... la verdad es que no estamos pasando por una buena situación y... necesito el maldito dinero—mintió e hizo desaparecer el arma de delante del rostro del sujeto.
—Está bien, ese trato me parece más... razonable, digamos —extrajo de su maletín una carpeta de color negro con una calavera roja dibujada y, acto seguido, hizo que se deslizase por la mesa hasta llegar a Yuu.
El ladrón la cogió con recelo, y la abrió segundos después. Fotos del objetivo, lugares que frecuentaba e incluso contactos que podrían llevar al mercenario hasta la posición actual del sujeto en cuestión.
—¿Cuánto tiempo lleváis queriendo matar a este cabrón?
—Años. Y siempre se nos escapa o acaba con los sicarios que envío.
—Este tío... —dijo Yuu, mirando la pequeña ficha técnica que había en el interior de la carpeta— El cabrón tiene un historial jodidamente impecable.
Es normal que acabe con tus hombres o escape. Pero... le habíais dejado de seguir la pista desde hace tiempo. ¿Cómo le habéis encontrado?
—Hizo acto de presencia en una de nuestras sedes para acabar de una vez por todas con nosotros. Mató a la mitad de mis hombres y estuvo a punto de ser capturado, pero... escapó. Seguimos su pista gracias a la gente que conozco personalmente y que me ofrece información.
—Y eso os llevó a esta ciudad de mierda.
—Sí. Como comprenderás, ese hombre se escapa de nuestras posibilidades. Cuando oímos que había alguien como tú pensamos que... quizás podrías hacer algo contra él.
—¿Yo? Si yo pensaba que ni mi madre me... bueno, de hecho no me conoce, no. Vale, pues... yo me encargo. Eso sí, déjale a uno de mis chicos unos cinco millones, por si acaso.
—No llevo el dinero encima.
—Haz que te lo traigan a Water Seven. ¿Tienes una sede ahí?
—¿Por qué te crees que ha ido a la ciudad? Planea intentarlo con nuestra sede allí.
—Y por lo visto es tan bueno que, de hecho, a la organización que me has comentado le sería casi imposible capturarlo. ¿Me equivoco?
—No, de hecho... Seguramente actúe por la noche. O hoy o mañana, pero... No tienes mucho tiempo.
—Vale... yo me encargo entonces. Vayamos al hangar, nos vamos a Water Seven.
—¿Y cuánto me pagarías por este trabajito? —dijo el mercenario, con un tono bastante serio.
—¿Cuánto quieres? Pagaré lo que sea con tal de que el contrato se cumpla —afirmó firmemente ante el ladrón.
—Eso no se pregunta, hombre... —respiró profundamente— Está bien... quiero cincuenta millones en metálico y que me hagas un favor... un tanto importante para mí.
—¿De qué se trata?
—Lo sabrás cuando me encargue del trabajo sucio, amigo. En fin, ¿aceptas o qué? Dudo que encuentres a nadie como yo a estas alturas. Además, según me has dicho, el tiempo apremia. —intentó convencer al sujeto.
—¡Pero bueno! Si parece que le esté vendiendo el alma al mismísimo Diablo. ¿Y si luego no puedo o no quiero concederte aquello que me pidas? —dijo el pequeño y obeso hombre, mientras le daba una calada a su puro.
—Tampoco vas muy desencaminado con eso del Diablo. En fin, si no puedo cobrar el favor, no me vale la pena ir a Water Seven, y menos sabiendo la mierda que hay allí ahora mismo.
—¿Tanto te cuesta decirme qué puto favor quieres, muchacho?
—No, tu estás agotando mi paciencia. Eres tú quien quiere mis servicios, y ya te he dicho mis honorarios. O lo tomas, o lo dejas. —se cruzó de brazos.
—Mira, chaval... estás cabreando a la persona equivocada. No estás en posición de...
—Eres tú quien está cabreando a la persona equivocada. De todas formas... ¿qué más da? Quiero cincuenta millones y una cuarta parte de tu negocio.
—Ni lo sueñes.
—Mira, viejo... no suelo tratar así a mis clientes, pero... —bajó las piernas al suelo y posicionó las palmas de sus manos sobre la mesa— Quieres que mate a un tío en una ciudad en la que las probabilidades de que me maten son tan altas que ni me las quiero imaginar. Y me estás diciendo que rechazas mi oferta, cuando ni siquiera encontrarás a nadie más que se arriesgue a pisar esa ciudad por este precio.
—¿Cómo que no? Tengo decenas de mercenarios esperando para que les ofrezca este contrato.
—No sé de qué mercenario habrás captado la atención sin siquiera tener un pago fijo. Y encima me dices que pagarás lo que sea. Me estás hinchando los cojones demasiado.
—Muchacho... me temo que voy a declinar tu oferta y me voy a ir. Lo sient —a una trepidante velocidad, un cuchillo salió disparado hacia el rostro del sujeto, más un hilo detuvo la creación del mercenario instantes antes de impactar contra el rostro del hombre.
—Tú no te vas a ninguna parte. Cien millones y cerramos el trato.
—Veo que te has resignado a aceptar el contrato no importe el cómo... ¿te has visto sin el pago y te has asustado, chico?
—Sí... la verdad es que no estamos pasando por una buena situación y... necesito el maldito dinero—mintió e hizo desaparecer el arma de delante del rostro del sujeto.
—Está bien, ese trato me parece más... razonable, digamos —extrajo de su maletín una carpeta de color negro con una calavera roja dibujada y, acto seguido, hizo que se deslizase por la mesa hasta llegar a Yuu.
El ladrón la cogió con recelo, y la abrió segundos después. Fotos del objetivo, lugares que frecuentaba e incluso contactos que podrían llevar al mercenario hasta la posición actual del sujeto en cuestión.
—¿Cuánto tiempo lleváis queriendo matar a este cabrón?
—Años. Y siempre se nos escapa o acaba con los sicarios que envío.
—Este tío... —dijo Yuu, mirando la pequeña ficha técnica que había en el interior de la carpeta— El cabrón tiene un historial jodidamente impecable.
Es normal que acabe con tus hombres o escape. Pero... le habíais dejado de seguir la pista desde hace tiempo. ¿Cómo le habéis encontrado?
—Hizo acto de presencia en una de nuestras sedes para acabar de una vez por todas con nosotros. Mató a la mitad de mis hombres y estuvo a punto de ser capturado, pero... escapó. Seguimos su pista gracias a la gente que conozco personalmente y que me ofrece información.
—Y eso os llevó a esta ciudad de mierda.
—Sí. Como comprenderás, ese hombre se escapa de nuestras posibilidades. Cuando oímos que había alguien como tú pensamos que... quizás podrías hacer algo contra él.
—¿Yo? Si yo pensaba que ni mi madre me... bueno, de hecho no me conoce, no. Vale, pues... yo me encargo. Eso sí, déjale a uno de mis chicos unos cinco millones, por si acaso.
—No llevo el dinero encima.
—Haz que te lo traigan a Water Seven. ¿Tienes una sede ahí?
—¿Por qué te crees que ha ido a la ciudad? Planea intentarlo con nuestra sede allí.
—Y por lo visto es tan bueno que, de hecho, a la organización que me has comentado le sería casi imposible capturarlo. ¿Me equivoco?
—No, de hecho... Seguramente actúe por la noche. O hoy o mañana, pero... No tienes mucho tiempo.
—Vale... yo me encargo entonces. Vayamos al hangar, nos vamos a Water Seven.
Lance Kashan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Al momento de salir de la tienda, perdí por completo la noción de la dirección. Sé que no soy alguien que haya sido dotado de una memoria sobrenatural y prodigiosa, pero me llegué a dar vergüenza hasta a mí. No habían pasado ni diez minutos y estaba perdido en la ciudad. Encima, en una de las calles secundarias, llenas de baches y curvas, donde no podías guiarte ni pedir ayuda ya que no pasaba nadie. Y dudo que aquel dependiente me quisiera ver de nuevo. Soltando un suspiro impropio de mí mientras miraba la pared de enfrente, de ladrillo sin pintar, y pensé en dejarme llevar. No era la primera vez que lo hacía en un lugar que desconocía por completo, ni iba a ser la última, de eso estaba seguro, así que simplemente comencé a caminar por una de las tantas calles que veía sin pensar demasiado. Las posibilidades de que terminase metiéndome en un barrio peligroso o en algún lugar turístico estaban ahí, en la apuesta que acababa de hacer, pero digamos que no suelo tener mucha suerte en los juegos de azar.
Tras lo que podían haber sido quince minutos o dos horas, pues tengo una percepción del tiempo bastante atrofiada y dependo completamente de los relojes, llegué a algún lugar. Y defino lugar como un sitio que podía tener algún interés, en contraste a las callejuelas pobladas por casas que había atravesado hasta este momento. Unas escaleras bastante grandes, de un tamaño que pocas o ninguna vez había visto, me proporcionaban un camino recto y hacia abajo. Lo curioso no era eso, sino el destino al que te llevaban. Me había parecido ver algo así desde el Umi Ressha, pero creía que era un juego de luces y distancias que tonteaba con mi percepción. Y no. La orilla de Water 7 se expandía mucha distancia en lo que venía siendo un conjunto de desechos y basura producida por el oficio principal de la isla: la carpintería. Era natural que flotasen restos de barcos mal construidos alrededor de la isla, o que materiales desaprovechados se pudiesen ver alrededor, pero este lugar ocupaba cotas mucho más altas. Quizás podrían equivaler a un tercio de toda la isla, o algo más, así viéndolo de primeras. Y lo más impactante de todo es que había gente que se paseaba por allí, entre las maderas y los metales, como si de un campo de juegos se tratase.
Mientras bajaba las escaleras, cosa que me llevó un buen rato a causa de mis piernas cortas y de su tamaño, miraba a los habitantes que hacían vida en aquella segunda isla hecha de chatarra. Con una mano podía contar a los adultos que hablaban mientras paseaban por allí, momento que me parecía de todo menos romántico, y, con la otra, no me daban dedos suficientes para llevar la cuenta de los niños que jugaban por allí. Quizás con los de los pies me bastase, aunque tampoco estoy del todo seguro. Se pasaban la pelota entre ellos, se perseguían, jugaban al escondite... La isla de los canales y la carpintería se mostraba preciosa y agradable de primeras, pero como el resto del mundo, también existía un grupo de pobres que vivían alejados del resto. En Sabaody eran los groves sin ley y aquí, la Isla de Chatarra. Había escuchado de ella, no mentiré, pero siempre la habían pintado de pequeña y no muy destacable, como quitándole hierro al asunto.
Una vez alcancé el último de todos los peldaños, pisé con miedo la madera. Era férrea y mantenía mi peso por completo sin problemas, como si toda la basura hubiera generado un terreno estable. Aunque por un lado fuera una visión atroz, físicamente hablando era una maravilla. No tenía prisa en llegar a ningún lado en concreto, ya que me tenía pensado quedarme a dormir en aquella isla varios días, o quizás hasta una semana si se daba el caso. Además, el Umi Ressha condicionaba mi calendario con sus idas y vueltas lentas pero planificadas con semanas de antelación. Ignorando a la gente que caminaba alrededor mía, simplemente pensé en dar una vuelta y ver si esta masa que conformaba el cementerio de barcos tenía algún final o llevaba a algo. Obviando el hecho de que había algunas casas de gente muy empobrecida por allí, todo estaba desierto. Tampoco era el lugar más agradable para vivir y que no hubiese nada para el turismo o la población era algo lógico.
Sin hacer pausas, llegué a atravesar una gran parte del lugar y cansarme. Era alguien poco constante sobre las ideas que tomaba y, a menos que me obligasen a seguirlas hasta el final o mi pago dependiese de ello, solía dejarlas a medio camino. Además, el peso del maletín con herramientas era un total lastre para mi fuerza, que no era mucha. Como si de un niño se tratase, terminé por enfadarme con el Lance del pasado y abortar el plan. ''¿Quién coño me mandaba a mí a caminar todo el día, al sol y con una carga? Si es que a veces parezco más gilipollas de lo que soy.'' pensé. Con el nerviosismo propio de un perro, miré hacia todos lados, buscando algún lugar que me pudiera ayudar a pelear contra el sol y me llevase nuevamente a la ciudad, para no hacer todo el camino de vuelta. Una bombilla se encendió sobre mi cabeza - cosa de la que sería capaz - y un ''¡Bingo!'' resonó por todo el lugar. No muy lejos, una abertura en la pared de la isla ''principal'' se asomaba a mi vista. Estaba cubierta de rejas, pero eso no iba a ser ni mucho menos un impedimento a la hora de pasar, así que, casi a la carrera, me dirigí allí y pasé al otro lado. Sombra por fin. Fui consciente entonces de que eran unas alcantarillas, pero el olor no terminaba de acompañar a esa idea así que simplemente seguí por el camino para atravesarlas.
Tras lo que podían haber sido quince minutos o dos horas, pues tengo una percepción del tiempo bastante atrofiada y dependo completamente de los relojes, llegué a algún lugar. Y defino lugar como un sitio que podía tener algún interés, en contraste a las callejuelas pobladas por casas que había atravesado hasta este momento. Unas escaleras bastante grandes, de un tamaño que pocas o ninguna vez había visto, me proporcionaban un camino recto y hacia abajo. Lo curioso no era eso, sino el destino al que te llevaban. Me había parecido ver algo así desde el Umi Ressha, pero creía que era un juego de luces y distancias que tonteaba con mi percepción. Y no. La orilla de Water 7 se expandía mucha distancia en lo que venía siendo un conjunto de desechos y basura producida por el oficio principal de la isla: la carpintería. Era natural que flotasen restos de barcos mal construidos alrededor de la isla, o que materiales desaprovechados se pudiesen ver alrededor, pero este lugar ocupaba cotas mucho más altas. Quizás podrían equivaler a un tercio de toda la isla, o algo más, así viéndolo de primeras. Y lo más impactante de todo es que había gente que se paseaba por allí, entre las maderas y los metales, como si de un campo de juegos se tratase.
Mientras bajaba las escaleras, cosa que me llevó un buen rato a causa de mis piernas cortas y de su tamaño, miraba a los habitantes que hacían vida en aquella segunda isla hecha de chatarra. Con una mano podía contar a los adultos que hablaban mientras paseaban por allí, momento que me parecía de todo menos romántico, y, con la otra, no me daban dedos suficientes para llevar la cuenta de los niños que jugaban por allí. Quizás con los de los pies me bastase, aunque tampoco estoy del todo seguro. Se pasaban la pelota entre ellos, se perseguían, jugaban al escondite... La isla de los canales y la carpintería se mostraba preciosa y agradable de primeras, pero como el resto del mundo, también existía un grupo de pobres que vivían alejados del resto. En Sabaody eran los groves sin ley y aquí, la Isla de Chatarra. Había escuchado de ella, no mentiré, pero siempre la habían pintado de pequeña y no muy destacable, como quitándole hierro al asunto.
Una vez alcancé el último de todos los peldaños, pisé con miedo la madera. Era férrea y mantenía mi peso por completo sin problemas, como si toda la basura hubiera generado un terreno estable. Aunque por un lado fuera una visión atroz, físicamente hablando era una maravilla. No tenía prisa en llegar a ningún lado en concreto, ya que me tenía pensado quedarme a dormir en aquella isla varios días, o quizás hasta una semana si se daba el caso. Además, el Umi Ressha condicionaba mi calendario con sus idas y vueltas lentas pero planificadas con semanas de antelación. Ignorando a la gente que caminaba alrededor mía, simplemente pensé en dar una vuelta y ver si esta masa que conformaba el cementerio de barcos tenía algún final o llevaba a algo. Obviando el hecho de que había algunas casas de gente muy empobrecida por allí, todo estaba desierto. Tampoco era el lugar más agradable para vivir y que no hubiese nada para el turismo o la población era algo lógico.
Sin hacer pausas, llegué a atravesar una gran parte del lugar y cansarme. Era alguien poco constante sobre las ideas que tomaba y, a menos que me obligasen a seguirlas hasta el final o mi pago dependiese de ello, solía dejarlas a medio camino. Además, el peso del maletín con herramientas era un total lastre para mi fuerza, que no era mucha. Como si de un niño se tratase, terminé por enfadarme con el Lance del pasado y abortar el plan. ''¿Quién coño me mandaba a mí a caminar todo el día, al sol y con una carga? Si es que a veces parezco más gilipollas de lo que soy.'' pensé. Con el nerviosismo propio de un perro, miré hacia todos lados, buscando algún lugar que me pudiera ayudar a pelear contra el sol y me llevase nuevamente a la ciudad, para no hacer todo el camino de vuelta. Una bombilla se encendió sobre mi cabeza - cosa de la que sería capaz - y un ''¡Bingo!'' resonó por todo el lugar. No muy lejos, una abertura en la pared de la isla ''principal'' se asomaba a mi vista. Estaba cubierta de rejas, pero eso no iba a ser ni mucho menos un impedimento a la hora de pasar, así que, casi a la carrera, me dirigí allí y pasé al otro lado. Sombra por fin. Fui consciente entonces de que eran unas alcantarillas, pero el olor no terminaba de acompañar a esa idea así que simplemente seguí por el camino para atravesarlas.
Los pasos resonaban sin parar en los pasillos del Ragnarok. A paso rápido, Yuu llegaría al hangar junto a su contratista y dos de sus secuaces en menos de cinco minutos. Si bien la tripulación de la barcaza era escasa, cumplían su trabajo sin parangón bajo las órdenes del parchado. Nada más descender en el moderno elevador que les llevaría hacia el lugar donde descansaban los barcos y naves del mercenario. Una vez cruzaron el umbral, sintieron una ráfaga de aire frío impactar contra sus rostros. Los tripulantes se hallaban poniendo a Loki, la reciente adquisición del pelinegro y una de las mejores formas de navegar rápidamente por los cielos, a punto y en ruta para despegar. Sujetada por dos firmes agarres tanto a babor como a estribor, la nave se mantenía suspendida en el aire. La pequeña pasarela para llegar a él estaba siendo concurrida por la gente de allí, lo cual no les permitía acceder al Loki. Impaciente por naturaleza, Yuu entró en acción.
—¡La madre que os parió! Os dije que lo tuvierais listo para hace cinco minutos. ¿Cuánto os falta? —exclamó el parchado, mosqueado.
—Ya está casi listo, jefe. Solo estamos revisando si todo está correcto —respondió un joven, el cual no superaría la veintena.
—Eso espero. No os saqué de aquella isla de mierda para que me hagáis mal el puto trabajo, joder —se quedó observando fijamente al muchacho, el cual yacía atemorizado y cabizbajo frente a él—¡Venga, mueve el culo!
—¡V-Voy! —dijo, con la voz temblorosa.
—Vaya jefe... —murmuró un de los secuaces del mafioso contratista.
Yuu, al tener el oído muy desarrollado, volteó su cabeza y le dedicó una amenazadora mirada al sujeto. Mientras le mataba con la mirada, el guardaespaldas empezó a sentirse incómodo y desvió los ojos hacia otro lado.
—Señor, el Loki ya está listo para partir —exclamó un tripulante desde la cubierta del barco.
—Perfecto... las damas primero —bromeó mientras les ofrecía sitio para acceder a la pasarela. Una vez pasaron el mafioso y un de sus secuaces, detuvo al otro cogiéndole del brazo, sin que su jefe se diese cuenta. Lentamente se acercó a su oído—. Vuelve a comentar algo del estilo y yo mismo me haré cargo de que no puedas hablar el resto de tu puta vida. Espero que aprecies tus cuerdas vocales, muchacho —le susurró, soltándole y apartándose para que pasase.
El hombre, tras haber recibido un intenso escalofrío que recorrió todo su cuerpo, siguió a sus compañeros a paso ligero. Sin mucha prisa, Yuu le siguió los pasos hasta llegar a cubierta. Una vez allí, alzó el brazo para dar la señal de que levaran la pasarela y se preparasen para desenganchar el navío de
sus anclajes. Para el viaje se habían quedado cuatro tripulantes de apoyo, los cuales se pusieron a preparar las velas inmediatamente. Los tres sujetos invitados bajaron las escaleras hacia los camarotes, acompañados por uno de los secuaces del mercenario. Por parte del parchado, se colocó delante del timón para configurar la ruta que iban a tomar. Aquella ciudad probablemente fuese uno de los últimos destinos que tomaría el Ragnarok antes de partir hacia Nuevo Mundo dentro de unas semanas. Paraíso no estaba totalmente en la base de datos de Freya pero, aún así, sí que había sobrevolado Water Seven una vez, lo suficiente como para que marcase como destino en la hoja de ruta.
Una vez acabó con los preparativos de la ruta, colocaría ambas manos en el timón y exclamaría la orden de despegue. Instantes después, los sonidos metálicos de ambos anclajes retrayéndose y soltando el barco al vacío resonaron en los alrededores. En la caída, como estaba previsto, los tripulantes se encargaron de bajar las velas y Yuu procedió a poner a máxima potencia las turbinas con la palanca de al lado del panel de control.
Con los rayos de sol azotando la visión del mercenario, la llegada a la isla resultó bastante agobiante para este. El anuncio por parte de la tripulación despertó bruscamente al parchado, el cual se hallaba durmiendo en una hamaca cerca del timón, pues confiaba en el sistema de navegación automático del navío. Malhumorado como de costumbre, hizo desaparecer la hamaca para ponerse a los mandos de la barcaza de nuevo. El aterrizaje era inminente, por lo que debía de maniobrar correctamente para que todo resultase como estaba planeado.
Controlando la velocidad de las turbinas y la altura de la nave, bajó el barco hasta estar a nivel del mar. No fue forzoso, más una turbina resultó levemente dañada al impactar contra la roca. Una vez el barco paró en seco justo en la Isla de la Basura, el navío cesó su funcionamiento. Los secuaces del mafioso ayudaron a bajar al hombre, mientras que Yuu se quedaba mirando lo que hacían.
—¡Eh, vosotros! ¿A dónde váis? Ni siquiera sé dónde está vuestra sede, tío.
—Tenemos que ocuparnos de cosas importantes antes del inminente ataque. Te dejo a uno de mis hombres para que te guíe luego —dijo de espaldas al parchado, haciéndole una seña a su guardaespaldas para que se quedase con el mercenario.
—Vale... pues a otra cosa —se dirigió a los cuatro hombres a su cargo—. Deberíais mirar el trasto este. Ya habéis oído el ruido que ha hecho... y no queremos estrellarnos en el mar cuando volvamos. ¿Entendido? Si necesitáis algo, ya sabéis —bajó de un salto a tierra. Acto seguido, empe
zó a caminar hacia un lugar que conocía bien, justo antes de empezar a planear todo.
—¡La madre que os parió! Os dije que lo tuvierais listo para hace cinco minutos. ¿Cuánto os falta? —exclamó el parchado, mosqueado.
—Ya está casi listo, jefe. Solo estamos revisando si todo está correcto —respondió un joven, el cual no superaría la veintena.
—Eso espero. No os saqué de aquella isla de mierda para que me hagáis mal el puto trabajo, joder —se quedó observando fijamente al muchacho, el cual yacía atemorizado y cabizbajo frente a él—¡Venga, mueve el culo!
—¡V-Voy! —dijo, con la voz temblorosa.
—Vaya jefe... —murmuró un de los secuaces del mafioso contratista.
Yuu, al tener el oído muy desarrollado, volteó su cabeza y le dedicó una amenazadora mirada al sujeto. Mientras le mataba con la mirada, el guardaespaldas empezó a sentirse incómodo y desvió los ojos hacia otro lado.
—Señor, el Loki ya está listo para partir —exclamó un tripulante desde la cubierta del barco.
—Perfecto... las damas primero —bromeó mientras les ofrecía sitio para acceder a la pasarela. Una vez pasaron el mafioso y un de sus secuaces, detuvo al otro cogiéndole del brazo, sin que su jefe se diese cuenta. Lentamente se acercó a su oído—. Vuelve a comentar algo del estilo y yo mismo me haré cargo de que no puedas hablar el resto de tu puta vida. Espero que aprecies tus cuerdas vocales, muchacho —le susurró, soltándole y apartándose para que pasase.
El hombre, tras haber recibido un intenso escalofrío que recorrió todo su cuerpo, siguió a sus compañeros a paso ligero. Sin mucha prisa, Yuu le siguió los pasos hasta llegar a cubierta. Una vez allí, alzó el brazo para dar la señal de que levaran la pasarela y se preparasen para desenganchar el navío de
sus anclajes. Para el viaje se habían quedado cuatro tripulantes de apoyo, los cuales se pusieron a preparar las velas inmediatamente. Los tres sujetos invitados bajaron las escaleras hacia los camarotes, acompañados por uno de los secuaces del mercenario. Por parte del parchado, se colocó delante del timón para configurar la ruta que iban a tomar. Aquella ciudad probablemente fuese uno de los últimos destinos que tomaría el Ragnarok antes de partir hacia Nuevo Mundo dentro de unas semanas. Paraíso no estaba totalmente en la base de datos de Freya pero, aún así, sí que había sobrevolado Water Seven una vez, lo suficiente como para que marcase como destino en la hoja de ruta.
Una vez acabó con los preparativos de la ruta, colocaría ambas manos en el timón y exclamaría la orden de despegue. Instantes después, los sonidos metálicos de ambos anclajes retrayéndose y soltando el barco al vacío resonaron en los alrededores. En la caída, como estaba previsto, los tripulantes se encargaron de bajar las velas y Yuu procedió a poner a máxima potencia las turbinas con la palanca de al lado del panel de control.
━━━━━━━━━※━━━━━━━━━
Con los rayos de sol azotando la visión del mercenario, la llegada a la isla resultó bastante agobiante para este. El anuncio por parte de la tripulación despertó bruscamente al parchado, el cual se hallaba durmiendo en una hamaca cerca del timón, pues confiaba en el sistema de navegación automático del navío. Malhumorado como de costumbre, hizo desaparecer la hamaca para ponerse a los mandos de la barcaza de nuevo. El aterrizaje era inminente, por lo que debía de maniobrar correctamente para que todo resultase como estaba planeado.
Controlando la velocidad de las turbinas y la altura de la nave, bajó el barco hasta estar a nivel del mar. No fue forzoso, más una turbina resultó levemente dañada al impactar contra la roca. Una vez el barco paró en seco justo en la Isla de la Basura, el navío cesó su funcionamiento. Los secuaces del mafioso ayudaron a bajar al hombre, mientras que Yuu se quedaba mirando lo que hacían.
—¡Eh, vosotros! ¿A dónde váis? Ni siquiera sé dónde está vuestra sede, tío.
—Tenemos que ocuparnos de cosas importantes antes del inminente ataque. Te dejo a uno de mis hombres para que te guíe luego —dijo de espaldas al parchado, haciéndole una seña a su guardaespaldas para que se quedase con el mercenario.
—Vale... pues a otra cosa —se dirigió a los cuatro hombres a su cargo—. Deberíais mirar el trasto este. Ya habéis oído el ruido que ha hecho... y no queremos estrellarnos en el mar cuando volvamos. ¿Entendido? Si necesitáis algo, ya sabéis —bajó de un salto a tierra. Acto seguido, empe
zó a caminar hacia un lugar que conocía bien, justo antes de empezar a planear todo.
Lance Kashan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Con escasos pasos de mi parte, ya estaba tachando la idea que acababa de tener de nefasta. La inteligencia y capacidad de trazar planes brillaba por su ausencia en mi caso, pero, a pesar de tener dieciséis años, tenía una cosa llamada ''sentido común''. Y pasear por alcantarillas que, aunque luminosas y limpias, podían estar plagadas de enfermedades o peligros, no era parte de esto. Miré hacia atrás, buscando la entrada que había cruzado hace muy poco, pero mi cuerpo se había estado moviendo por pura inercia y ya la había perdido de pista. Encogiéndome de hombros y bastante más tranquilo de lo que cualquier otro estaría en esa situación, seguí caminando. Un giro por aquí, otro por acá, y en menos de media hora ya estaba completamente perdido. No sabía si había dado vueltas en círculos, estaba cruzando las alcantarillas de un lado a otro o si simplemente sería capaz de salir de allí en lo que quedaba de día. Y la primera y tercera eran las que más eco hacían en mi cabeza a medida que avanzaba.
Había un detalle que no mejoraba la situación. Aunque tampoco la empeoraba a mi parecer, para qué mentir. Y es que tenía compañía en aquel lugar, y se podía ver reflejado en el nulo silencio que me seguía. A cada cinco zancadas, escuchaba chillidos de ratas y ratones por todos lados y, si te fijabas, podías ser capaz de ver peces en el agua y seres que no eran tan agradables. Tampoco se trataban de cocodrilos o animales que realmente pudieran poner en peligro cualquier vida humana, pero sí que te podían hacer mucho daño y quizás te pegaban alguna enfermedad. A pesar de todo esto, me sentía más relajado de esta manera. La fauna de la alcantarilla no me iba a hacer daño y, en caso de que quisieran, tampoco podrían. Y me servían para distraerme, ya que el camino que estaba tomando parecía no tener fin.
Y claro, algo debía de romper este ambiente que tenía. Los sonidos propios de aquella cloaca habían sido eclipsados por otro que ya no me gustaba tanto. Un par de risas, que no provenían de la superficie sino del lugar en el que estaba yo, estaban avanzando y acercándose a mi posición. No me podía esconder de ninguna de las maneras, ya que todo el material conductor que me rodeaba estaba debajo del agua. Y siendo incapaz de nadar, lo mismo no era la mejor idea ocultarme dentro de ella. El laberinto hacía bastante eco, hecho que me hacía imposible discernir la trayectoria de las dos personas y, por ende, correr hacia un lugar u otro con la seguridad de no encontrármelos de frente. Apostando por una opción que tampoco me prometía nada, decidí correr hacia uno de los lados, cualquiera de ellos, con la esperanza de acertar.
Pero no, las posibilidades no me acompañaban ese día. Dos personas estaban mirándome fijamente, con unos cascos y chalecos de colores chillones. Con una mueca de desagrado bastante marcada, me examinaron de arriba abajo y comenzaron a hablar, con un tono bastante distinto del jovial que había oído hace un rato:
- Niño, ¿cómo te has metido aquí? - Se quedó mirando fijamente a mi mano, donde llevaba el maletín de herramientas. - ¡Eh, eh! ¿¡Eres tú el hijo de puta que no para de destrozar las puertas de las alcantarillas!? - No sabía de lo que hablaba, pero tampoco me interesaba demasiado. Solo sabía que me estaba echando la culpa de algo que no había hecho. Traté de negar con la mano, pero no estaban dispuestos a escuchar. - ¡Te voy a pillar por ese cuello que tienes y te vamos a llevar con la marine, a ver si te diviertes tanto allí, ¿vale?! - Comenzó a correr hacia mí, con un paso un poco torpe ya que la disposición de los caminos no era la más cómoda para hacer este tipo de actividades.
Lo único que pude pensar era en correr. Al menos, esta vez sabía a donde no debía de ir, así que la elección era bastante más fácil. Con los pasos más rápidos que mi cuerpo era capaz de dar y girando todas las veces que podía, pude despistar a mis perseguidores, que supongo ahora que serían meros trabajadores del gobierno. Ya estaba perdido desde el primer momento, así que esto tampoco había empeorado demasiado las cosas. Simplemente, seguí con lo que había estado haciendo ya bastante rato: andar.
Y, como si se tratase de alguna especie de bucle, volvió a pasar. Pasos. Bastante más pesados y decididos que los míos, he de decir. Con la idea en la cabeza de que los dos hombres de antes podían haberse dividido para encontrarme y hacerme una movimiento de pinza para acorralarme, decidí que no podía correr. Además, una deslumbrante luz me presentaba la salida frente a mí, y quise tomar esa opción que me brindaba el azar. Cuando traté de salir por la puerta de una vez por todas, la luz fue cubierta por una sombra: la persona en cuestión estaba por entrar y no quería encontrármelo de nuevo. Mirando hacia todos lados con cierto nerviosismo, encontré una pared rota y, sin darme cuenta realmente de todo lo que sucedía a mi alrededor, entré con velocidad hasta el fondo del lugar.
Para mi sorpresa, parecía que ahora estaba en un lugar completamente distinto a las alcantarillas. Era una habitación con sus muebles y su orden, aunque tampoco lo definiría como una suite o un sitio propio de un rico. Dejando de lado todo el peligro, miedo y estrés que había sufrido hace unos segundos, me comencé a fijar en todo lo que había a mi alrededor, poniendo especial atención a un par de planos que había tirados por el suelo. Los recogí del suelo y los comencé a examinar con velocidad.
Había un detalle que no mejoraba la situación. Aunque tampoco la empeoraba a mi parecer, para qué mentir. Y es que tenía compañía en aquel lugar, y se podía ver reflejado en el nulo silencio que me seguía. A cada cinco zancadas, escuchaba chillidos de ratas y ratones por todos lados y, si te fijabas, podías ser capaz de ver peces en el agua y seres que no eran tan agradables. Tampoco se trataban de cocodrilos o animales que realmente pudieran poner en peligro cualquier vida humana, pero sí que te podían hacer mucho daño y quizás te pegaban alguna enfermedad. A pesar de todo esto, me sentía más relajado de esta manera. La fauna de la alcantarilla no me iba a hacer daño y, en caso de que quisieran, tampoco podrían. Y me servían para distraerme, ya que el camino que estaba tomando parecía no tener fin.
Y claro, algo debía de romper este ambiente que tenía. Los sonidos propios de aquella cloaca habían sido eclipsados por otro que ya no me gustaba tanto. Un par de risas, que no provenían de la superficie sino del lugar en el que estaba yo, estaban avanzando y acercándose a mi posición. No me podía esconder de ninguna de las maneras, ya que todo el material conductor que me rodeaba estaba debajo del agua. Y siendo incapaz de nadar, lo mismo no era la mejor idea ocultarme dentro de ella. El laberinto hacía bastante eco, hecho que me hacía imposible discernir la trayectoria de las dos personas y, por ende, correr hacia un lugar u otro con la seguridad de no encontrármelos de frente. Apostando por una opción que tampoco me prometía nada, decidí correr hacia uno de los lados, cualquiera de ellos, con la esperanza de acertar.
Pero no, las posibilidades no me acompañaban ese día. Dos personas estaban mirándome fijamente, con unos cascos y chalecos de colores chillones. Con una mueca de desagrado bastante marcada, me examinaron de arriba abajo y comenzaron a hablar, con un tono bastante distinto del jovial que había oído hace un rato:
- Niño, ¿cómo te has metido aquí? - Se quedó mirando fijamente a mi mano, donde llevaba el maletín de herramientas. - ¡Eh, eh! ¿¡Eres tú el hijo de puta que no para de destrozar las puertas de las alcantarillas!? - No sabía de lo que hablaba, pero tampoco me interesaba demasiado. Solo sabía que me estaba echando la culpa de algo que no había hecho. Traté de negar con la mano, pero no estaban dispuestos a escuchar. - ¡Te voy a pillar por ese cuello que tienes y te vamos a llevar con la marine, a ver si te diviertes tanto allí, ¿vale?! - Comenzó a correr hacia mí, con un paso un poco torpe ya que la disposición de los caminos no era la más cómoda para hacer este tipo de actividades.
Lo único que pude pensar era en correr. Al menos, esta vez sabía a donde no debía de ir, así que la elección era bastante más fácil. Con los pasos más rápidos que mi cuerpo era capaz de dar y girando todas las veces que podía, pude despistar a mis perseguidores, que supongo ahora que serían meros trabajadores del gobierno. Ya estaba perdido desde el primer momento, así que esto tampoco había empeorado demasiado las cosas. Simplemente, seguí con lo que había estado haciendo ya bastante rato: andar.
Y, como si se tratase de alguna especie de bucle, volvió a pasar. Pasos. Bastante más pesados y decididos que los míos, he de decir. Con la idea en la cabeza de que los dos hombres de antes podían haberse dividido para encontrarme y hacerme una movimiento de pinza para acorralarme, decidí que no podía correr. Además, una deslumbrante luz me presentaba la salida frente a mí, y quise tomar esa opción que me brindaba el azar. Cuando traté de salir por la puerta de una vez por todas, la luz fue cubierta por una sombra: la persona en cuestión estaba por entrar y no quería encontrármelo de nuevo. Mirando hacia todos lados con cierto nerviosismo, encontré una pared rota y, sin darme cuenta realmente de todo lo que sucedía a mi alrededor, entré con velocidad hasta el fondo del lugar.
Para mi sorpresa, parecía que ahora estaba en un lugar completamente distinto a las alcantarillas. Era una habitación con sus muebles y su orden, aunque tampoco lo definiría como una suite o un sitio propio de un rico. Dejando de lado todo el peligro, miedo y estrés que había sufrido hace unos segundos, me comencé a fijar en todo lo que había a mi alrededor, poniendo especial atención a un par de planos que había tirados por el suelo. Los recogí del suelo y los comencé a examinar con velocidad.
Aquel día soleado iba acompañado de una fresca y suave brisa marina que ondeaba el pelo del parchado lentamente. Antes de enfrentarse al reto que se le presentaba, quería pasearse por diversos sitios para ver cómo habían cambiado las cosas y cómo manejaban el cotarro los que ahora protegían la isla. Por suerte, su primer destino se hallaba a escasos metros de allí. La entrada a las alcantarillas seguía allí, mohosa como de costumbre y sin poder siquiera cerrarse. Tanto el guardaespaldas del mafioso como el mercenario caminaron hacia allí sin demasiada prisa, mas no mediaron palabra entre ellos. Justo antes de llegar, la visión del ladrón captó una silueta en la entrada. Sin pensárselo, se acercó sin avisar a su acompañante. Conforme más se acercaba, la sombra se iba haciendo un poco más visible. No obstante... Yuu seguía sin discernir rasgos humanos en aquello. ¿Serían imaginaciones suyas? Lo único que se le ocurrió fue acercarse a la figura que, por alguna razón, permanecía inmóvil. Con su dedo índice, realizó suaves golpes en la espalda de aquello. Tras esto, fuese lo que fuese, cayó al suelo cual árbol talado. Literalmente. Aquello era madera. Aquello era un señuelo.
—Me estás tomando el pelo. No. Tus jodidos muertos. ¡Ah! —gritó, al mismo tiempo que pisaba furioso la tabla de madera — ¡Normal que no supiese lo que cojones eras! ¡Pero si eras un puto trozo de madera!
—¿The Maker? —se pronunció una voz muy grave detrás de Yuu.
—¿Eh? ¿Quién coño e...? —recibió un potente golpe en el rostro, lo cual le hizo golpearse contra la pared a una gran velocidad.
—Estás detenido por... —fue interrumpido.
—Pero serás... —se reincorporó tras el golpe, apoyando su mano en el suelo— Pero serás cabronazo.
Rápidamente, echó un vistazo de arriba al corpulento sujeto que se hallaba justo frente a él. Era de mediana edad, y tenía la musculatura característica de un culturista experimentado. Era completamente calvo y su tez era oscura, con varias quemaduras en su rostro. Para este tipo de sujetos, lo mejor era escapar... o llevarlo a tu terreno. Justo a unos metros de él, el asesino creó una daga con un filo más largo de lo normal. Conectándola con uno de sus dedos, hizo que el arma saliese disparada hacia el riñón del rival.
—Tekkai.
—Oh, venga ya —hizo desaparecer el cuchillo y creó una bomba de humo en su mano para hacer que explotase inmediatamente en el suelo.
Con la humareda que se formó en poco tiempo, Yuu consiguió aplazar el encontronazo con aquel sujeto. Con rapidez, rodeó al hombre para acceder a donde quería ir en un principio. Justo en la entrada, en el lado izquierdo, se hallaba un pequeño agujero de no más de dos metros. Allí, si se seguía, había diversos tablones de madera en deplorable estado que sostenían una puerta mohosa y sin pomo, muy demacrada por los años.
Con su hombro, golpeó la puerta para entrar rápidamente, echándola abajo. No era el mejor modo de ponerse nostálgico, pero si era el más rápido. No obstante, para sorpresa del mercenario, aquella habitación tenía un invitado indeseado. Un joven individuo se hallaba en medio de la poco y mal iluminada sala, junto con unos desgastados planos que el parchado llegó a reconocer a duras penas.
—¿Otro más? ¿Y ahora un crío? Hoy no es mi día, tío —su oído captó unos fuertes pasos justo en su espalda—. Y ahí está el otro—empezó a correr hacia el otro lado de la sala, sin rodear al muchacho. Con un salto, intentó impulsarse en la cabeza del joven para girarse en el aire, dispuesto a encararse hacia ambos.
—Me estás tomando el pelo. No. Tus jodidos muertos. ¡Ah! —gritó, al mismo tiempo que pisaba furioso la tabla de madera — ¡Normal que no supiese lo que cojones eras! ¡Pero si eras un puto trozo de madera!
—¿The Maker? —se pronunció una voz muy grave detrás de Yuu.
—¿Eh? ¿Quién coño e...? —recibió un potente golpe en el rostro, lo cual le hizo golpearse contra la pared a una gran velocidad.
—Estás detenido por... —fue interrumpido.
—Pero serás... —se reincorporó tras el golpe, apoyando su mano en el suelo— Pero serás cabronazo.
Rápidamente, echó un vistazo de arriba al corpulento sujeto que se hallaba justo frente a él. Era de mediana edad, y tenía la musculatura característica de un culturista experimentado. Era completamente calvo y su tez era oscura, con varias quemaduras en su rostro. Para este tipo de sujetos, lo mejor era escapar... o llevarlo a tu terreno. Justo a unos metros de él, el asesino creó una daga con un filo más largo de lo normal. Conectándola con uno de sus dedos, hizo que el arma saliese disparada hacia el riñón del rival.
—Tekkai.
—Oh, venga ya —hizo desaparecer el cuchillo y creó una bomba de humo en su mano para hacer que explotase inmediatamente en el suelo.
Con la humareda que se formó en poco tiempo, Yuu consiguió aplazar el encontronazo con aquel sujeto. Con rapidez, rodeó al hombre para acceder a donde quería ir en un principio. Justo en la entrada, en el lado izquierdo, se hallaba un pequeño agujero de no más de dos metros. Allí, si se seguía, había diversos tablones de madera en deplorable estado que sostenían una puerta mohosa y sin pomo, muy demacrada por los años.
Con su hombro, golpeó la puerta para entrar rápidamente, echándola abajo. No era el mejor modo de ponerse nostálgico, pero si era el más rápido. No obstante, para sorpresa del mercenario, aquella habitación tenía un invitado indeseado. Un joven individuo se hallaba en medio de la poco y mal iluminada sala, junto con unos desgastados planos que el parchado llegó a reconocer a duras penas.
—¿Otro más? ¿Y ahora un crío? Hoy no es mi día, tío —su oído captó unos fuertes pasos justo en su espalda—. Y ahí está el otro—empezó a correr hacia el otro lado de la sala, sin rodear al muchacho. Con un salto, intentó impulsarse en la cabeza del joven para girarse en el aire, dispuesto a encararse hacia ambos.
Lance Kashan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Con la compañía de un par de planos, en cuestión de minutos había logrado tranquilizarme por completo y sentirme como en casa. Bueno, no es que nunca haya tenido una casa como tal o haya vivido en un hogar para mí solo o mi familia, pero supuse que la sensación sería muy parecida. Tampoco es que fueran los mejores croquis que había visto en mi vida, ni siquiera estaban cerca de serlo, puesto que se asemejaban más a un esbozo que a un mapa real. Eso, o es que estaba un poco oxidado a estas alturas, no lo sé demasiado bien, pero quería confiar en mis capacidades. Con cierta dificultad discerní lo que quería representar aquel grupo de papeles, que tampoco tenían mucha relación entre sí, y empecé a asimilar lo que simbolizaban. Eran dibujos arquitectónicos. Y no de simples casas, sino de auténticas mansiones, y con bastante detalle. Era normal que me hubiese costado tiempo distinguir todo, ya que había tantas cosas que estaba completamente saturado. Tenía hasta anotaciones de zonas poco seguras y posibles pasadizos. O era un ladrón, o un arquitecto que se tomaba muy en serio su trabajo.
Mientras iba pasando una por una las hojas, la calma se esfumó. Con voces y pasos, un estruendo se generó al otro lado de la puerta, cosa que no me gustaba lo más mínimo. Más gente en las alcantarillas equivalía a más posibilidades de encontrarme, y eso, a problemas. Justo en el instante que me traté de levantar del suelo en el que había estado sentado para descansar, la puerta retumbó y por poco salió volando. Una persona de aspecto bastante extraño entró a toda velocidad en la sala y, al momento de verme, trató de apoyarse en mi cabeza con la mano, causando que me hiciese intangible y él perdiese todo punto de apoyo posible. Mirando casi de reojo, pude hacerme una ligera idea de cómo era: alto, de pelo negro, atlético y, por las palabras que dijo, estaba enfadado. Un parche resaltaba sobre todo lo demás, cosa en la que tampoco pude pararme a examinar, puesto que otra persona entró por la puerta ya abierta de par en par. Grande, moreno, calvo, con cicatrices... Lo que venía siendo un tipo duro de toda la vida, vaya. Un gorila que a duras penas podía moverse por el camino que hace un rato había cruzado yo.
Con el cansancio como combustible más que el miedo o cualquier otra emoción, me levanté de una pirueta del suelo y traté de pensar. Mientras que el chico no era demasiado intimidante por su aspecto, el señor sí que podía presentar varios problemas en el lugar donde estábamos. Si se podía posicionar en el centro de la sala, los muebles y el tamaño de la habitación entorpecerían las esquivas y podía acabar muy mal. Así pues, ya tenía objetivo. Quedaba trazar un plan para acercarme sin recibir un puñetazo y quedar K.O al momento. Encorvando y bajando la espalda hasta estar a mitad de camino de una posición propia de un cuadrúpedo, decidí que mi mejor opción debía ser la zona más cercana al suelo, ya que su altura no le dejaría reaccionar con la suficiente velocidad. Di muy pocas zancadas y traté de pasar por debajo de sus piernas, pero fue demasiado evidente y las cerró con más rapidez de la que cualquiera podría haber imaginado. Sin poder tomar la retaguardia, opté por atajar la batalla e ir de frente. Mi mano derecha cogió con fuerza la muñeca izquierda, y esta otra mano se posicionó en la cadera ajena, que era por donde llegaba sin dificultad.
- Tekkai. - No sabía que significaban estas palabras, así que simplemente seguí con lo que estaba haciendo. Solté una descarga con toda la fuerza posible e instantánea, tratando de hacer la mayor cantidad de daño en el menor tiempo posible. A juzgar por su tamaño, si no se le dormían las piernas, al menos perdería mucha movilidad y ganaría un punto débil en el tren inferior.
- ¿...Tekkai? - Dando un salto hacia atrás, tomé distancia del enemigo con el que ya había rendido cuentas y di un paso lateral, colocándome en un lugar en el que podía ver a ambos y mi único punto ciego era la pared.
Mientras iba pasando una por una las hojas, la calma se esfumó. Con voces y pasos, un estruendo se generó al otro lado de la puerta, cosa que no me gustaba lo más mínimo. Más gente en las alcantarillas equivalía a más posibilidades de encontrarme, y eso, a problemas. Justo en el instante que me traté de levantar del suelo en el que había estado sentado para descansar, la puerta retumbó y por poco salió volando. Una persona de aspecto bastante extraño entró a toda velocidad en la sala y, al momento de verme, trató de apoyarse en mi cabeza con la mano, causando que me hiciese intangible y él perdiese todo punto de apoyo posible. Mirando casi de reojo, pude hacerme una ligera idea de cómo era: alto, de pelo negro, atlético y, por las palabras que dijo, estaba enfadado. Un parche resaltaba sobre todo lo demás, cosa en la que tampoco pude pararme a examinar, puesto que otra persona entró por la puerta ya abierta de par en par. Grande, moreno, calvo, con cicatrices... Lo que venía siendo un tipo duro de toda la vida, vaya. Un gorila que a duras penas podía moverse por el camino que hace un rato había cruzado yo.
Con el cansancio como combustible más que el miedo o cualquier otra emoción, me levanté de una pirueta del suelo y traté de pensar. Mientras que el chico no era demasiado intimidante por su aspecto, el señor sí que podía presentar varios problemas en el lugar donde estábamos. Si se podía posicionar en el centro de la sala, los muebles y el tamaño de la habitación entorpecerían las esquivas y podía acabar muy mal. Así pues, ya tenía objetivo. Quedaba trazar un plan para acercarme sin recibir un puñetazo y quedar K.O al momento. Encorvando y bajando la espalda hasta estar a mitad de camino de una posición propia de un cuadrúpedo, decidí que mi mejor opción debía ser la zona más cercana al suelo, ya que su altura no le dejaría reaccionar con la suficiente velocidad. Di muy pocas zancadas y traté de pasar por debajo de sus piernas, pero fue demasiado evidente y las cerró con más rapidez de la que cualquiera podría haber imaginado. Sin poder tomar la retaguardia, opté por atajar la batalla e ir de frente. Mi mano derecha cogió con fuerza la muñeca izquierda, y esta otra mano se posicionó en la cadera ajena, que era por donde llegaba sin dificultad.
- Tekkai. - No sabía que significaban estas palabras, así que simplemente seguí con lo que estaba haciendo. Solté una descarga con toda la fuerza posible e instantánea, tratando de hacer la mayor cantidad de daño en el menor tiempo posible. A juzgar por su tamaño, si no se le dormían las piernas, al menos perdería mucha movilidad y ganaría un punto débil en el tren inferior.
- ¿...Tekkai? - Dando un salto hacia atrás, tomé distancia del enemigo con el que ya había rendido cuentas y di un paso lateral, colocándome en un lugar en el que podía ver a ambos y mi único punto ciego era la pared.
Sin mirar atrás, sin ni siquiera reconsiderar que aquel chico podría suponer una amenaza… él no dudó ni un mísero segundo de lo que se hallaba realizando. Creía en sí mismo lo suficiente como para saber que, si se posicionaba bien, podría acabar con aquel corpulento sujeto antes de que siquiera pudiese parpadear. Ya lo hizo una vez, y sin contar con la fuerza que poseía en estos momentos. En su cabeza… nada podía salir mal. No obstante… la realidad era distinta.
Yuu posó su pie encima de la cabeza del chico por unos breves instantes. Al haber saltado en carrera, la fuerza de impulso que cogería saltando desde allí sería lo suficientemente alta como para girarse en el aire y atacar al enemigo. La mala noticia es que, nada más poner su extremidad en el cráneo del muchacho notó, tras una ligera descarga que recorrió su pierna, como atravesaba al joven y, al mismo tiempo, de la velocidad que llevaba, como se volvía a estrellar contra la pared. Esta vez, de cara.
Sin poder ver lo que acontecía tras de sí, decidió centrarse primero en recuperarse. Seguramente tendría algún hueso roto, como siempre, pero no es algo que realmente importase en ese momento al mercenario. De cara a la pared, y ya de pie, se limpió un poco la sangre del rostro y el polvo de su traje.
—Tekkai —pronunció la voz del trajeado sujeto. Al parecer, aún estaba en la entrada.
Tras estas palabras, escuchó movimiento. Sin girarse aún, pudo apreciar que quizá fuese el chico peleando con aquel hombre.
—Otra vez esa mierda… —dijo el mercenario. Esta vez, decidió voltearse finalmente para contemplar el panorama. El corpulento individuo permanecía impasivo en su lugar, con los ojos clavados en el parchado, como si el joven no le importase— Hey, chico. Si no he podido yo, no vas a poder tú. Aunque bueno… digamos que yo solo le he atacado con un uno por ciento de mi poder —vaciló de sus habilidades—. Luego me encargaré de patearte el puto trasero por hacerme caer. Vale, ¿puto crío de mierda? Vale —giró la cabeza hacia el grandullón—. Eh, tú. Sí, tú. El que supuestamente quiere matarme. ¿Sabes que antes de intentar matar a la gente se le suele invitar a un café? —bromeó, pues se hallaba en un momento en el que pensaba que aquello ya estaba ganado. Para prevenir todo ataque posible, activó su haki y lo centró totalmente en el hombre, pues el muchacho no le parecía una amenaza—. Tengo cosas que hacer. ¿Quedamos otro día?
Con un ligero vistazo a su diestra y a su siniestra, creó dos grandes estacas de unos dos metros de grosor y unos tres de longitud, hechos de acero. Acto seguido, conectó todos los dedos de sus manos a cada uno de ellos, con el fin de lograr más potencia. Con todas sus fuerzas, movió sus brazos para lanzar ambas hacia la posición del sujeto. Con una de sus manos logró parar uno de los proyectiles, mas le hizo retroceder unos metros. En cuanto al otro proyectil, lo agarró con su otra extremidad sin demasiado problema.
—Pensaba que eras más poderoso… The Maker. Parece que acabar contigo será más fácil aún de lo que ya pensaba.
—Ah… ¿sí? —hizo desaparecer al instante las grandes estacas— Menos mal que elegí la cueva más grande —esbozó una mueca perversa y sus ojos se llenaron de malicia—. Amigo… no sabes lo que acabas de provocar.
Dejó caer sus brazos. Con un veloz movimiento, desenvainó a una de sus queridas espadas que en su cinto permanecía. El mercenario salió disparado de su posición hacia la posición del tipo, cogiendo la empuñadura con mucha fuerza y preparando su ataque. Con un gran salto, dirigió su espada por arriba. Justo cuando el enemigo se disponía a bloquear, el mercenario se impulsó hacia abajo gracias a la fuerza de gravedad. Con la guardia alta, el enemigo no podría cubrirse de un ataque inferior. Con un tajo limpio horizontal logró cortar profundamente a aquel tipo. Con un rápido movimiento de ojo, creó un puño de acero de más o menos el mismo tamaño que su contrincante y lo comunicó con los hilos de su otra mano. Inmediatamente, golpeó con fuerza al oponente. Tras todo esto… una nube de polvo se generó en la sala, impidiendo ver demasiado.
Yuu posó su pie encima de la cabeza del chico por unos breves instantes. Al haber saltado en carrera, la fuerza de impulso que cogería saltando desde allí sería lo suficientemente alta como para girarse en el aire y atacar al enemigo. La mala noticia es que, nada más poner su extremidad en el cráneo del muchacho notó, tras una ligera descarga que recorrió su pierna, como atravesaba al joven y, al mismo tiempo, de la velocidad que llevaba, como se volvía a estrellar contra la pared. Esta vez, de cara.
Sin poder ver lo que acontecía tras de sí, decidió centrarse primero en recuperarse. Seguramente tendría algún hueso roto, como siempre, pero no es algo que realmente importase en ese momento al mercenario. De cara a la pared, y ya de pie, se limpió un poco la sangre del rostro y el polvo de su traje.
—Tekkai —pronunció la voz del trajeado sujeto. Al parecer, aún estaba en la entrada.
Tras estas palabras, escuchó movimiento. Sin girarse aún, pudo apreciar que quizá fuese el chico peleando con aquel hombre.
—Otra vez esa mierda… —dijo el mercenario. Esta vez, decidió voltearse finalmente para contemplar el panorama. El corpulento individuo permanecía impasivo en su lugar, con los ojos clavados en el parchado, como si el joven no le importase— Hey, chico. Si no he podido yo, no vas a poder tú. Aunque bueno… digamos que yo solo le he atacado con un uno por ciento de mi poder —vaciló de sus habilidades—. Luego me encargaré de patearte el puto trasero por hacerme caer. Vale, ¿puto crío de mierda? Vale —giró la cabeza hacia el grandullón—. Eh, tú. Sí, tú. El que supuestamente quiere matarme. ¿Sabes que antes de intentar matar a la gente se le suele invitar a un café? —bromeó, pues se hallaba en un momento en el que pensaba que aquello ya estaba ganado. Para prevenir todo ataque posible, activó su haki y lo centró totalmente en el hombre, pues el muchacho no le parecía una amenaza—. Tengo cosas que hacer. ¿Quedamos otro día?
Con un ligero vistazo a su diestra y a su siniestra, creó dos grandes estacas de unos dos metros de grosor y unos tres de longitud, hechos de acero. Acto seguido, conectó todos los dedos de sus manos a cada uno de ellos, con el fin de lograr más potencia. Con todas sus fuerzas, movió sus brazos para lanzar ambas hacia la posición del sujeto. Con una de sus manos logró parar uno de los proyectiles, mas le hizo retroceder unos metros. En cuanto al otro proyectil, lo agarró con su otra extremidad sin demasiado problema.
—Pensaba que eras más poderoso… The Maker. Parece que acabar contigo será más fácil aún de lo que ya pensaba.
—Ah… ¿sí? —hizo desaparecer al instante las grandes estacas— Menos mal que elegí la cueva más grande —esbozó una mueca perversa y sus ojos se llenaron de malicia—. Amigo… no sabes lo que acabas de provocar.
Dejó caer sus brazos. Con un veloz movimiento, desenvainó a una de sus queridas espadas que en su cinto permanecía. El mercenario salió disparado de su posición hacia la posición del tipo, cogiendo la empuñadura con mucha fuerza y preparando su ataque. Con un gran salto, dirigió su espada por arriba. Justo cuando el enemigo se disponía a bloquear, el mercenario se impulsó hacia abajo gracias a la fuerza de gravedad. Con la guardia alta, el enemigo no podría cubrirse de un ataque inferior. Con un tajo limpio horizontal logró cortar profundamente a aquel tipo. Con un rápido movimiento de ojo, creó un puño de acero de más o menos el mismo tamaño que su contrincante y lo comunicó con los hilos de su otra mano. Inmediatamente, golpeó con fuerza al oponente. Tras todo esto… una nube de polvo se generó en la sala, impidiendo ver demasiado.
Lance Kashan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Era bastante lógico que, teniendo el tamaño y la masa muscular que tenía aquel hombre, no hubiese hecho tanto efecto como realmente esperaba. Me había sobrevalorado y, esto mismo, en un campo de batalla real y peor que este, significaría la muerte. Claro que había causado cierto daño en las piernas de mi enemigo, pero nada cercano a su desmayo o siquiera caída. Simplemente, su parte inferior estaba entumecida y sería difícil esquivar o siquiera moverse. Aunque, con la figura que tenía, dudo que tuviese demasiada velocidad en un principio.
Este hecho lo aprovechó con creces el otro chico. Antes siquiera de que pudiese pensar en atacarle a él, huir, protegerme o cualquier otra idea, había sacado de la nada un par de estacas gigantescas. No había estado demasiado tiempo en la habitación ni había buscado exhaustivamente, pero mi memoria me advertía de que eso no estaba allí desde el inicio. Me habría dado cuenta automáticamente. Medirían cerca de los dos metros y medio o más y, con ese tamaño, ocuparían un espacio considerable del cubículo, si se le podía llamar así. Como si se tratase de un lanzamiento de jabalina, pero con la pequeña diferencia de que era dual, fueron lanzadas y en muy poco tiempo habían alcanzado al rival. Bueno, a las manos del rival. Las había cogido en el aire.
Mientras todo el espectáculo digno de un circo continuaba, tuve que decidir lo que haría a continuación. Y, viendo que la fuerza de ambos estaba equiparada por ahora, supuse que mi mejor salida sería huir. O, al menos, tratar de colocarme en el pasillo para tener que preocuparme de un solo enemigo. Aprovechando mi complexión y poca presencia, corrí por el lateral del gigantón, que había sido lanzado metros atrás por la fiereza de la batalla y a duras penas dejaba espacio para que pasase. Tenía las manos ocupadas con el arma improvisada del otro chaval, y las piernas no podrían rendir con suficiente intensidad para cortarme el paso. Una vez alcancé mi destino, que estaba a una distancia moderada de la espalda del enemigo, recordé lo que había estado haciendo allí. Los planos me interesaban. No había visto todos ni de lejos, y quizás alguno me serviría para un futuro robo.
Con la avaricia como motor de todas mis acciones, me paré en seco y miré el lomo de aquel que se interponía entre mi dinero y yo. El primer ataque no había hecho demasiado efecto, eso estaba claro, pero también era consecuencia de una mala posición. La cadera no tenía ninguna zona débil o un punto que pudiera aprovechar, así que era algo lógico.
Cuando vi que un chorro de sangre salpicaba el suelo a los pies del musculado y un polvo denso se levantaba delante suya, supe que era el momento de actuar. Como recién sacado de una competición de atletismo, di unos pasos atrás para poder tomar carrerilla, y comencé a acortar distancias a una velocidad decente. Sin dudarlo, me abalancé de un salto sobre la espalda de mi objetivo y, escalando como si de un simio se tratase, alcancé los hombros. En menos de tres segundos desde el salto, ya me había agarrado al hombro derecho y había puesto las manos en la cara izquierda del cuello. Al fin y al cabo, si funcionaba mi plan, no quería mancharme la ropa para que luego me mirasen como un loco por la calle y me terminasen arrestando.
- ¡Aaah! - Con un grito fruto del esfuerzo repentino, mucha electricidad paseó por todo mi cuerpo hasta alcanzar las manos y desembocar donde quería: en las venas principales del cuerpo del enemigo. No había que ser un genio para saber que pasaban por allí y, con el rango que cubría mi ataque, no me importaban unos centímetros de desviación. Toda aquella energía que pude generar convergió en el mismo punto. Una hemorragia interna por la rotura de varios vasos sanguíneos comenzó el trabajo que me había marcado y la consiguiente explosión de sangre por la presión generada terminó el trabajo.
Una fuente de color rojo vivo comenzó a manchar toda la parte izquierda de la habitación y yo aproveché para bajarme del hombro que ya estaba comenzando a tambalearse e impedir que cualquier gota me tintase el traje. El polvo seguía en el aire y me causó una tos algo molesta, pero no era lo que más me preocupaba de la situación. El otro chico seguía ahí delante y, aunque no me hubiese atacado hasta el momento, todo apuntaba a que iba a ser su segundo plato.
Este hecho lo aprovechó con creces el otro chico. Antes siquiera de que pudiese pensar en atacarle a él, huir, protegerme o cualquier otra idea, había sacado de la nada un par de estacas gigantescas. No había estado demasiado tiempo en la habitación ni había buscado exhaustivamente, pero mi memoria me advertía de que eso no estaba allí desde el inicio. Me habría dado cuenta automáticamente. Medirían cerca de los dos metros y medio o más y, con ese tamaño, ocuparían un espacio considerable del cubículo, si se le podía llamar así. Como si se tratase de un lanzamiento de jabalina, pero con la pequeña diferencia de que era dual, fueron lanzadas y en muy poco tiempo habían alcanzado al rival. Bueno, a las manos del rival. Las había cogido en el aire.
Mientras todo el espectáculo digno de un circo continuaba, tuve que decidir lo que haría a continuación. Y, viendo que la fuerza de ambos estaba equiparada por ahora, supuse que mi mejor salida sería huir. O, al menos, tratar de colocarme en el pasillo para tener que preocuparme de un solo enemigo. Aprovechando mi complexión y poca presencia, corrí por el lateral del gigantón, que había sido lanzado metros atrás por la fiereza de la batalla y a duras penas dejaba espacio para que pasase. Tenía las manos ocupadas con el arma improvisada del otro chaval, y las piernas no podrían rendir con suficiente intensidad para cortarme el paso. Una vez alcancé mi destino, que estaba a una distancia moderada de la espalda del enemigo, recordé lo que había estado haciendo allí. Los planos me interesaban. No había visto todos ni de lejos, y quizás alguno me serviría para un futuro robo.
Con la avaricia como motor de todas mis acciones, me paré en seco y miré el lomo de aquel que se interponía entre mi dinero y yo. El primer ataque no había hecho demasiado efecto, eso estaba claro, pero también era consecuencia de una mala posición. La cadera no tenía ninguna zona débil o un punto que pudiera aprovechar, así que era algo lógico.
Cuando vi que un chorro de sangre salpicaba el suelo a los pies del musculado y un polvo denso se levantaba delante suya, supe que era el momento de actuar. Como recién sacado de una competición de atletismo, di unos pasos atrás para poder tomar carrerilla, y comencé a acortar distancias a una velocidad decente. Sin dudarlo, me abalancé de un salto sobre la espalda de mi objetivo y, escalando como si de un simio se tratase, alcancé los hombros. En menos de tres segundos desde el salto, ya me había agarrado al hombro derecho y había puesto las manos en la cara izquierda del cuello. Al fin y al cabo, si funcionaba mi plan, no quería mancharme la ropa para que luego me mirasen como un loco por la calle y me terminasen arrestando.
- ¡Aaah! - Con un grito fruto del esfuerzo repentino, mucha electricidad paseó por todo mi cuerpo hasta alcanzar las manos y desembocar donde quería: en las venas principales del cuerpo del enemigo. No había que ser un genio para saber que pasaban por allí y, con el rango que cubría mi ataque, no me importaban unos centímetros de desviación. Toda aquella energía que pude generar convergió en el mismo punto. Una hemorragia interna por la rotura de varios vasos sanguíneos comenzó el trabajo que me había marcado y la consiguiente explosión de sangre por la presión generada terminó el trabajo.
Una fuente de color rojo vivo comenzó a manchar toda la parte izquierda de la habitación y yo aproveché para bajarme del hombro que ya estaba comenzando a tambalearse e impedir que cualquier gota me tintase el traje. El polvo seguía en el aire y me causó una tos algo molesta, pero no era lo que más me preocupaba de la situación. El otro chico seguía ahí delante y, aunque no me hubiese atacado hasta el momento, todo apuntaba a que iba a ser su segundo plato.
No todo era silencio en aquella sala, puesto que los jadeos del joven mercenario eran bastante sonoros al haber realizado un esfuerzo destacable instantes atrás. El puño de gran tamaño había lanzado al sujeto contra uno de los muros a una velocidad crítica, para luego desaparecer tal cual como vino al mundo material. La nube de polvo no permitía ver demasiado, pero no hacía falta hacerlo. Yuu, que muy seguro estaba de su victoria, limpió con el dedo la hoja de su espada y la introdujo en la vaina metálica de su cinto. Pese a todo, permanecía intranquilo. ¿Dónde se había metido el muchacho que hace unos minutos intentaba aplacar al gigante? ¿Habría escapado?
—No veo una mierda, tío—se volteó hacia sus dos lados y creó dos ventiladores de la altura del cubículo. Con un poco de prisa, fue a paso a ligero a encender ambos para que la nube se disipase lo antes posible.
Las aspas empezaron a girar a gran velocidad, con el fin de hacer desaparecer el polvo. Sin mucha dificultad, los dos grandes molinos modernos consiguieron que la humareda dejase de existir allí, dirigiendo todas las partículas hacia la puerta, directa a la alcantarilla. Una vez estuvo todo despejado, observó el panorama. Precisamente... lo que captó su mirada no era del todo bonito. Allí, a unos pasos del destrozado sujeto, yacía en pie el muchacho. Al parecer, y viendo la inmensa cantidad de sangre que pintaba la pared siniestra de rojo oscuro, el joven había acabado el trabajo que había empezado el ladrón.
—No quiero saber lo qué demonios has hecho para... provocar eso. No, no quiero —tosió levemente, y fijó su mirada en el chico—. Oye... sabes que eres el siguiente, ¿no? —miró hacia la entrada y creó un bloque grueso de hormigón del tamaño de la puerta, que no alcanzaría siquiera los dos metros, pero que impedía totalmente cualquier escapatoria—Te podría decir lo típico de que si me das lo que me has robado te dejo vivir... pero vaya, lo que me ibas a robar está ahí tirado en el suelo —crujió sus puños para intimidar al pequeño sujeto, mientras se acercaba lentamente a él, con pasos lentos y suaves—. Vamos a contar, una por una... tus putas ofensas hacia mí. ¡Primera! Has allanado mi jodida casa. Sí... justo el día en el que decido pasarme por... ¡mi jodida casa! —exclamó, propinando un puñetazo contra uno de los muros, sin hacerse excesivo daño—. ¡Segunda! Intentas robarme. Por si no fuera suficiente... ¡por si no fuera suficiente! Un ladrón de pacotilla intenta robarme a mí. ¡A mí! —poco a poco, el mercenario iba perdiendo la paciencia y la ira empezaba a dominarle. Cuando ya estaba a escasos metros del muchacho, apretó su puño con mucha fuerza— Y por último, enano... tengo unas ganas horribles de darte una paliza desde que me has hecho caer hace un rato —sin mediar más palabra, y una vez estuvo delante de él, le propinó un puñetazo directamente en el rostro.
—No veo una mierda, tío—se volteó hacia sus dos lados y creó dos ventiladores de la altura del cubículo. Con un poco de prisa, fue a paso a ligero a encender ambos para que la nube se disipase lo antes posible.
Las aspas empezaron a girar a gran velocidad, con el fin de hacer desaparecer el polvo. Sin mucha dificultad, los dos grandes molinos modernos consiguieron que la humareda dejase de existir allí, dirigiendo todas las partículas hacia la puerta, directa a la alcantarilla. Una vez estuvo todo despejado, observó el panorama. Precisamente... lo que captó su mirada no era del todo bonito. Allí, a unos pasos del destrozado sujeto, yacía en pie el muchacho. Al parecer, y viendo la inmensa cantidad de sangre que pintaba la pared siniestra de rojo oscuro, el joven había acabado el trabajo que había empezado el ladrón.
—No quiero saber lo qué demonios has hecho para... provocar eso. No, no quiero —tosió levemente, y fijó su mirada en el chico—. Oye... sabes que eres el siguiente, ¿no? —miró hacia la entrada y creó un bloque grueso de hormigón del tamaño de la puerta, que no alcanzaría siquiera los dos metros, pero que impedía totalmente cualquier escapatoria—Te podría decir lo típico de que si me das lo que me has robado te dejo vivir... pero vaya, lo que me ibas a robar está ahí tirado en el suelo —crujió sus puños para intimidar al pequeño sujeto, mientras se acercaba lentamente a él, con pasos lentos y suaves—. Vamos a contar, una por una... tus putas ofensas hacia mí. ¡Primera! Has allanado mi jodida casa. Sí... justo el día en el que decido pasarme por... ¡mi jodida casa! —exclamó, propinando un puñetazo contra uno de los muros, sin hacerse excesivo daño—. ¡Segunda! Intentas robarme. Por si no fuera suficiente... ¡por si no fuera suficiente! Un ladrón de pacotilla intenta robarme a mí. ¡A mí! —poco a poco, el mercenario iba perdiendo la paciencia y la ira empezaba a dominarle. Cuando ya estaba a escasos metros del muchacho, apretó su puño con mucha fuerza— Y por último, enano... tengo unas ganas horribles de darte una paliza desde que me has hecho caer hace un rato —sin mediar más palabra, y una vez estuvo delante de él, le propinó un puñetazo directamente en el rostro.
Lance Kashan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
La posición que había tomado tras el primer enfrentamiento contra el grandullón era bastante extraña. No cubría mi espalda con la pared, si no que dejaba una distancia que podría ser un casi un metro perfectamente. Tampoco estaba en el centro, sino que la puerta se encontraba a mi izquierda y detrás mía. No me aportaba ningún beneficio estar ahí, aunque viendo lo que había causado el chico momentos atrás, parecía que importaría poco donde estuviera. Al fin y al cabo, su poder destructivo iba a alcanzarme estuviera donde estuviese en aquella estancia, así que simplemente opté por estar en aquel punto y, de paso, tratar de tranquilizar al supuesto enemigo. No me interesaba una pelea y me iría al instante en el que pudiese, pero si ahora trataba de huir, dejaría mi espalda indefensa y era muy mala idea. Levantando un poco las manos y abriendo las palmas de las manos para dar una sensación de inocencia e incapacidad, traté de hablar para pacificar la situación, pero se me adelantaron.
Detrás mía se generó de la nada un gigantesco bloque que reducía mis posibilidades a pelear o convencerle; la huida ya no sería posible. El señor parche, como le llamaré a partir de ahora para evitar repetirme, comenzó a hablar y hablar. Parecía que le gustaba escucharse, y mucho, ya que su monólogo se iba extendiendo cada vez más. Que si lo había enfadado, si le estaba robando, si era su casa y la estaba allanando... A ver, veía lógico enfadarse de esa manera si entrases sin permiso o a la fuerza a una mansión o un hogar propio, pero definir aquella habitación en las cloacas como ''casa'' era bastante optimista como mínimo. Casi de un soñador, diría yo. Y por lo que me dejaba leer la escena, su ropa indicaba bastantes posibilidades: era rico y esta era algún tipo de guarida ilegal, era pobre y trataba de aparentar o, simplemente, estaba loco. Lo tercero cobraba fuerza mientras se acercaba a mí y seguía gritando como un demente. Además, parecía ser que el mayor enfado provenía de su caída anterior. Una en la que no había tenido culpa alguna ya que él tampoco había pensado demasiado bien las cosas. ¿En qué cabeza cabe utilizar a un desconocido como trampolín en mitad de una pelea? ¿Y fallar el salto, culpando al otro de todo? Mientras más vueltas le daba a la cabeza, más y más me reafirmaba en su demencia.
La habitación tampoco iba a dar demasiado juego en todo esto. Había alguna estantería y una o dos sillas tiradas, sumando a estos muebles una mesa y poca cosa más. No había lugar donde esconderse, objeto que lanzar o utilizar de arma o, simplemente, cualquier cosa para defenderte en un momento dado. Iba a ser una pelea justa. Creo.
Lo lógico sería asustarse de aquel sujeto, ya que estaba ganando proximidad y su puño se tensaba, pero prefería mantenerme en mi papel. Una pelea con todas las de la ley en aquella ciudad, si estaba protegida por la marine tal y como me habían dicho, solo podría desencadenar un arresto o una muerte. Y ni lo uno ni lo otro me generaban especial ilusión. Así, aguanté la compostura hasta que vi como media decena de dedos se acercaban a mis ojos, de una forma veloz y sin rastro de duda. Estaba preparado para asesinarme en aquel lugar. Normalmente, la gente que amenazaba mucho solía hacer poco, pero este tipo se mantenía fiel a su palabra. Intenté esquivar el puñetazo por puro reflejo, sin mucho éxito. Para mi sorpresa, el brazo del chico pasó de largo y me atravesó. Eran buenas noticias. Con un movimiento igual de seguro que el de él, tomé su brazo con mi mano izquierda y coloqué la otra en la clavícula. Si la batalla se iba a alargar y él no podía golpearme, ganaría con toda seguridad, así que solo debía tener cuidado e ir debilitándolo extremidad a extremidad. Todavía cansado por la anterior descarga, utilicé su brazo, venas y arterias como si se tratase de un circuito cerrado y electrocuté de forma continua. No era suficiente para romper ningún vaso sanguíneo, pero sí entumecería la extremidad con toda probabilidad. Si fuera una persona normal, eso es.
Si funcionase mínimamente, apostaría por hacer lo mismo con el otro brazo y así librarme de su tren superior, el cual parecía mi mayor problema en este momento. No le había visto hacer ningún juego de pies, patadas o algo por el estilo, aunque tampoco había visto demasiadas técnicas por su parte.
Detrás mía se generó de la nada un gigantesco bloque que reducía mis posibilidades a pelear o convencerle; la huida ya no sería posible. El señor parche, como le llamaré a partir de ahora para evitar repetirme, comenzó a hablar y hablar. Parecía que le gustaba escucharse, y mucho, ya que su monólogo se iba extendiendo cada vez más. Que si lo había enfadado, si le estaba robando, si era su casa y la estaba allanando... A ver, veía lógico enfadarse de esa manera si entrases sin permiso o a la fuerza a una mansión o un hogar propio, pero definir aquella habitación en las cloacas como ''casa'' era bastante optimista como mínimo. Casi de un soñador, diría yo. Y por lo que me dejaba leer la escena, su ropa indicaba bastantes posibilidades: era rico y esta era algún tipo de guarida ilegal, era pobre y trataba de aparentar o, simplemente, estaba loco. Lo tercero cobraba fuerza mientras se acercaba a mí y seguía gritando como un demente. Además, parecía ser que el mayor enfado provenía de su caída anterior. Una en la que no había tenido culpa alguna ya que él tampoco había pensado demasiado bien las cosas. ¿En qué cabeza cabe utilizar a un desconocido como trampolín en mitad de una pelea? ¿Y fallar el salto, culpando al otro de todo? Mientras más vueltas le daba a la cabeza, más y más me reafirmaba en su demencia.
La habitación tampoco iba a dar demasiado juego en todo esto. Había alguna estantería y una o dos sillas tiradas, sumando a estos muebles una mesa y poca cosa más. No había lugar donde esconderse, objeto que lanzar o utilizar de arma o, simplemente, cualquier cosa para defenderte en un momento dado. Iba a ser una pelea justa. Creo.
Lo lógico sería asustarse de aquel sujeto, ya que estaba ganando proximidad y su puño se tensaba, pero prefería mantenerme en mi papel. Una pelea con todas las de la ley en aquella ciudad, si estaba protegida por la marine tal y como me habían dicho, solo podría desencadenar un arresto o una muerte. Y ni lo uno ni lo otro me generaban especial ilusión. Así, aguanté la compostura hasta que vi como media decena de dedos se acercaban a mis ojos, de una forma veloz y sin rastro de duda. Estaba preparado para asesinarme en aquel lugar. Normalmente, la gente que amenazaba mucho solía hacer poco, pero este tipo se mantenía fiel a su palabra. Intenté esquivar el puñetazo por puro reflejo, sin mucho éxito. Para mi sorpresa, el brazo del chico pasó de largo y me atravesó. Eran buenas noticias. Con un movimiento igual de seguro que el de él, tomé su brazo con mi mano izquierda y coloqué la otra en la clavícula. Si la batalla se iba a alargar y él no podía golpearme, ganaría con toda seguridad, así que solo debía tener cuidado e ir debilitándolo extremidad a extremidad. Todavía cansado por la anterior descarga, utilicé su brazo, venas y arterias como si se tratase de un circuito cerrado y electrocuté de forma continua. No era suficiente para romper ningún vaso sanguíneo, pero sí entumecería la extremidad con toda probabilidad. Si fuera una persona normal, eso es.
Si funcionase mínimamente, apostaría por hacer lo mismo con el otro brazo y así librarme de su tren superior, el cual parecía mi mayor problema en este momento. No le había visto hacer ningún juego de pies, patadas o algo por el estilo, aunque tampoco había visto demasiadas técnicas por su parte.
Imprudente. Tras tanto tiempo, seguía siendo demasiado imprudente. Ya no actuaba sin pensar, pero el tiempo que dedicaba a reflexionar acerca de cómo actuar era mínimo. ¿Qué haría en situaciones mucho más peliagudas? Aquel puñetazo contra aquel chico le acarreó problemas, y no sería la primera ni la última vez que le ocurría. Se dejaba guiar por sus instintos, por su rabia. Ira que a veces le hacía sentir la cólera en sus venas. En este caso, el bombeo de su corazón incrementaba su latencia por cada segundo que transcurría. Su cerebro, una vez su ataque falló y atravesó al oponente de nuevo, procesaba a una rapidez increíble los hechos. Su atención se había centrado completamente en el muchacho y en el deseo de acabar con su vida. ¿Motivos para acabar con alguien tan joven, con tanta vida por delante? Le había jodido el día. Aunque bueno, si se mira desde otra perspectiva, el día se le habría ido al traste de igual manera.
—No quieres hacer lo que vas a hacer... —dijo en voz baja, viendo como extendía su brazo para agarrar con su mano el suyo— Ni lo sueñes —justo antes de que le cogiese, avanzó su otro brazo y miró su otra mano, creando una espada en ella que inmediatamente empuñaría. Con rapidez, realizó un tajo justo cuando sus dedos se hallaban en contacto con el miembro del mercenario. Con intención de zafarse, el corte fue realizado directo a su mano. Realmente, no tuvo claro tras soltarse del agarre si llegó a cortar al muchacho, pero realmente era algo que le traía sin cuidado en esos instantes.
Nada más tener el brazo libre, el ladrón echó su cuerpo hacia atrás y sacó su extremidad del interior del muchacho. Una vez hecho eso, su mano se dirigió a la empuñadura de Kazan Oni, la cual sería desenvainada tiempo después. Con un pie adelantado y con la espada a media altura, se prepararía para seguir atacando.
—La verdad es que empiezas a parecerme un grano en el culo, ¿sabes? Diría que es la primera vez que me enfrento a alguien como tú. No te he podido golpear, pero créeme que acabaré cortándote de una forma u otra.
Rápidamente, atrasó su pierna y cogió impulso hacia adelante, mientras colocaba su espada justo al lado del lado izquierdo de su cintura. Nada más darse impulso, dio un pequeño salto para luego trazar una línea diagonal hacia la derecha con tal de realizarle un tajo en el pecho a su oponente. Cuando se dio cuenta, estaba justo detrás de él. De nuevo, le había atravesado. Apretó los dientes y volvió a realizar un corte horizontal hacia atrás, con toda su rabia contenida en él. Visto que seguía sin lograr nada, caminó unos cuantos metros hacia atrás, hasta casi estar apoyado en la pared.
—Tiene que haber alguna forma —su cabeza empezó a maquinar a toda la velocidad posible, en busca de una solución para aquello. No tenía pensado perder contra aquel muchacho por nada el mundo, y se lo haría ver—. Vale… calma. Calma. Calma —empezó el proceso para hacer que su corazón bajase las pulsaciones para pensar mejor y enfrentar al zagal con cabeza—. Esto sigue sin funcionarme… No, con este chico esta mierda no funcionará—seguía hablando en voz baja.
Yuu agarró con fuerza la empuñadura de su espada con las dos manos, y su actitud empezó a cambiar. Se estaba calmando poco a poco, mas su órgano vital aún latía a una velocidad demasiado alta. Si aquel joven no le atacaba en los próximos cinco segundos, probablemente el mercenario se recuperaría correctamente.
—No quieres hacer lo que vas a hacer... —dijo en voz baja, viendo como extendía su brazo para agarrar con su mano el suyo— Ni lo sueñes —justo antes de que le cogiese, avanzó su otro brazo y miró su otra mano, creando una espada en ella que inmediatamente empuñaría. Con rapidez, realizó un tajo justo cuando sus dedos se hallaban en contacto con el miembro del mercenario. Con intención de zafarse, el corte fue realizado directo a su mano. Realmente, no tuvo claro tras soltarse del agarre si llegó a cortar al muchacho, pero realmente era algo que le traía sin cuidado en esos instantes.
Nada más tener el brazo libre, el ladrón echó su cuerpo hacia atrás y sacó su extremidad del interior del muchacho. Una vez hecho eso, su mano se dirigió a la empuñadura de Kazan Oni, la cual sería desenvainada tiempo después. Con un pie adelantado y con la espada a media altura, se prepararía para seguir atacando.
—La verdad es que empiezas a parecerme un grano en el culo, ¿sabes? Diría que es la primera vez que me enfrento a alguien como tú. No te he podido golpear, pero créeme que acabaré cortándote de una forma u otra.
Rápidamente, atrasó su pierna y cogió impulso hacia adelante, mientras colocaba su espada justo al lado del lado izquierdo de su cintura. Nada más darse impulso, dio un pequeño salto para luego trazar una línea diagonal hacia la derecha con tal de realizarle un tajo en el pecho a su oponente. Cuando se dio cuenta, estaba justo detrás de él. De nuevo, le había atravesado. Apretó los dientes y volvió a realizar un corte horizontal hacia atrás, con toda su rabia contenida en él. Visto que seguía sin lograr nada, caminó unos cuantos metros hacia atrás, hasta casi estar apoyado en la pared.
—Tiene que haber alguna forma —su cabeza empezó a maquinar a toda la velocidad posible, en busca de una solución para aquello. No tenía pensado perder contra aquel muchacho por nada el mundo, y se lo haría ver—. Vale… calma. Calma. Calma —empezó el proceso para hacer que su corazón bajase las pulsaciones para pensar mejor y enfrentar al zagal con cabeza—. Esto sigue sin funcionarme… No, con este chico esta mierda no funcionará—seguía hablando en voz baja.
Yuu agarró con fuerza la empuñadura de su espada con las dos manos, y su actitud empezó a cambiar. Se estaba calmando poco a poco, mas su órgano vital aún latía a una velocidad demasiado alta. Si aquel joven no le atacaba en los próximos cinco segundos, probablemente el mercenario se recuperaría correctamente.
Lance Kashan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Quizás me había sobreestimado o, mejor dicho, había subestimado a mi oponente en la batalla. Había optado por ir de frente, sin ningún plan que me aportase una defensa o protección en caso de fallar, y parecía más bien seguro de que el impacto iba a funcionar pasase lo que pasase. Había calculado que el nivel del chico del parche sería parecido al del ya fallecido gorila del suelo, o algo más alto por la ventaja que él había tenido. Y, para mi poco grata sorpresa, no iba a tener razón ni de cerca.
Con una velocidad pasmosa y una fuerza bastante por encima de lo esperado, una mano apareció de golpe haciendo un tajo en el punto de unión entre ambos: mi brazo. Llevaba una espada que no había visto en mi vida, y aquella habitación no parecía lo suficientemente grande como para esconder algo de aquel tamaño sin que me pudiese dar cuenta en lo absoluto. Pero quizás no era el mejor momento para ponerme a meditar sobre su origen, sino más bien debía pensar en su destino. Un filo resplandeciente, que no dejaba lugar a dudas, acortaba distancias con mis queridos dedos. Era consciente de que el enemigo, al ser yo Logia, era incapaz de hacerme daño de formas convencionales, y este era uno de esos momentos en los que podía descansar tranquilo, si no fuera por el hecho de que era tangible por sujetar al rival. Antes de que pudiera apartar la mano, la espada chocó levemente contra mis dedos índice y corazón, haciendo que la sangre brotara de una herida que, aunque pequeña, era alarmante.
¿Cuánto tiempo llevaba sin ver mi propio interior? No había pasado desde hace semanas y, en caso de que sí me hubieran dañado, mi yo del pasado lo había borrado de mi memoria. No era algo agradable ni que acostumbrase a vivir, así que tampoco le daba más importancia de la que creía merecer. Pero si había sido capaz de dañarme una vez, también sucedería una segunda y una tercera.
Mientras caían gotas y gotas al suelo de una habitación ya manchada con litros de ese mismo líquido, pensaba en cuál podría ser mi salvación. Sus capacidades ya me habían demostrado que, a una batalla de resistencia, perdería. Y a una explosiva. No tenía ni la agilidad, ni el poder, siquiera la inteligencia para sobrepasarle en un duelo. Quizás hablaba en estos momentos mi yo más desesperado y apático, pero me parecía la verdad total. Respirando con nerviosismo, golpeé mi frente con la palma de la mano que tenía intacta mientras olvidaba la situación en la que me encontraba. Respiré algo más lento. No me acercaba ni de lejos a mis pulsaciones habituales, pero sí que era lo suficiente para notar una mejoría en mi capacidad de pensar.
Una vez en este estado, fijé mis ojos en los del oponente. Bueno, en el ojo y en su parche. Escuchaba, aunque de una forma muy tenue, la voz que acostumbraba a oír cada vez que me concentraba en alguna persona. Solía ser bastante más clara, pero quizás el hecho de estar en una batalla y la fortaleza del objetivo no ayudaban en este proceso. Escuché su voz real de fondo, mientras me fijaba en sus acciones con toda la atención que podía tener en aquellos instantes. Levantó la espada y mi cabeza completó la acción: vendría con velocidad hacia mí, con la espada tratando de cortarme el pecho. Con una mueca que oscilaba entre el desagrado y el terror en mi boca, vi que mi predicción no me daría espacio de tiempo suficiente para defenderme, esquivar o, difícilmente, contraatacar. Atrasando uno de los talones y tratando de saltar fuera del rango de acción de la espada, escuché un chispazo y supe que no había sido capaz. Por suerte, tampoco él tenía un poder que me pudiese dañar, o no se estaban dando las condiciones para ello.
Mi cuerpo ya se sentía algo más relajado, y mi mente acompañaba a mis acciones con cierta sincronía. Seguía en el mismo riesgo que antes, incluso peor ya que me estaba cansando, pero la batalla comenzaba a tener sentido. Hasta el momento, todas mis peleas eran golpes sin sentido, sin pensamientos de por medio. Ahora podría leer las intenciones de la gente y, aunque con pocas posibilidades, tratar de esquivarlo o reaccionar de alguna forma que no me dejara tan desprotegido. Y, para mi sorpresa, el chico que hasta hace unos segundos parecía un berserker en pleno apogeo estaba quieto como si se hubiera congelado el tiempo. Murmullaba algo que no era capaz de entender, pero que tampoco me interesaba demasiado. Aprovechando este momento y que llevaba sin utilizar electricidad desde hace ya el suficiente tiempo, comencé la ofensiva. Era muy imprudente, pero tampoco me iba a acobardar por un simple corte.
Comenzando a correr directamente hacia él, coloqué los dedos índice y corazón totalmente extendidos y el resto cerrados, formando una especie de pistolas o algo que se le pareciese. Visualizando una bala recorrer mi torrente sanguíneo y dispararse desde los dedos que había colocado previamente, la electricidad que tenía almacenada en mi cuerpo formó un diminuto rayo que cruzó la sala con gran velocidad. Había practicado en los ratos libres para no fallar, y esta vez me aseguraría de que no fuese diferente. La mano zurda lanzó dos pequeños proyectiles a la izquierda del objetivo, tratando de que no escapase por ahí, mientras que la derecha hacía lo mismo pero hacia el otro lado. Dolía la sangre en contacto al calor que desprendía la corriente que lanzaba, pero había que aguantarse.
Una vez la distancia no superaba los dos metros, adelanté la mano derecha hacia el pecho rival y, sin hacer el contacto que hace unos segundos me había causado un corte, disparé por la palma un rayo bastante más abundante que los anteriores. Perdería fuerza ya que la energía se disiparía en el aire, pero era una forma de asegurarse no sufrir daños innecesarios.
Con una velocidad pasmosa y una fuerza bastante por encima de lo esperado, una mano apareció de golpe haciendo un tajo en el punto de unión entre ambos: mi brazo. Llevaba una espada que no había visto en mi vida, y aquella habitación no parecía lo suficientemente grande como para esconder algo de aquel tamaño sin que me pudiese dar cuenta en lo absoluto. Pero quizás no era el mejor momento para ponerme a meditar sobre su origen, sino más bien debía pensar en su destino. Un filo resplandeciente, que no dejaba lugar a dudas, acortaba distancias con mis queridos dedos. Era consciente de que el enemigo, al ser yo Logia, era incapaz de hacerme daño de formas convencionales, y este era uno de esos momentos en los que podía descansar tranquilo, si no fuera por el hecho de que era tangible por sujetar al rival. Antes de que pudiera apartar la mano, la espada chocó levemente contra mis dedos índice y corazón, haciendo que la sangre brotara de una herida que, aunque pequeña, era alarmante.
¿Cuánto tiempo llevaba sin ver mi propio interior? No había pasado desde hace semanas y, en caso de que sí me hubieran dañado, mi yo del pasado lo había borrado de mi memoria. No era algo agradable ni que acostumbrase a vivir, así que tampoco le daba más importancia de la que creía merecer. Pero si había sido capaz de dañarme una vez, también sucedería una segunda y una tercera.
Mientras caían gotas y gotas al suelo de una habitación ya manchada con litros de ese mismo líquido, pensaba en cuál podría ser mi salvación. Sus capacidades ya me habían demostrado que, a una batalla de resistencia, perdería. Y a una explosiva. No tenía ni la agilidad, ni el poder, siquiera la inteligencia para sobrepasarle en un duelo. Quizás hablaba en estos momentos mi yo más desesperado y apático, pero me parecía la verdad total. Respirando con nerviosismo, golpeé mi frente con la palma de la mano que tenía intacta mientras olvidaba la situación en la que me encontraba. Respiré algo más lento. No me acercaba ni de lejos a mis pulsaciones habituales, pero sí que era lo suficiente para notar una mejoría en mi capacidad de pensar.
Una vez en este estado, fijé mis ojos en los del oponente. Bueno, en el ojo y en su parche. Escuchaba, aunque de una forma muy tenue, la voz que acostumbraba a oír cada vez que me concentraba en alguna persona. Solía ser bastante más clara, pero quizás el hecho de estar en una batalla y la fortaleza del objetivo no ayudaban en este proceso. Escuché su voz real de fondo, mientras me fijaba en sus acciones con toda la atención que podía tener en aquellos instantes. Levantó la espada y mi cabeza completó la acción: vendría con velocidad hacia mí, con la espada tratando de cortarme el pecho. Con una mueca que oscilaba entre el desagrado y el terror en mi boca, vi que mi predicción no me daría espacio de tiempo suficiente para defenderme, esquivar o, difícilmente, contraatacar. Atrasando uno de los talones y tratando de saltar fuera del rango de acción de la espada, escuché un chispazo y supe que no había sido capaz. Por suerte, tampoco él tenía un poder que me pudiese dañar, o no se estaban dando las condiciones para ello.
Mi cuerpo ya se sentía algo más relajado, y mi mente acompañaba a mis acciones con cierta sincronía. Seguía en el mismo riesgo que antes, incluso peor ya que me estaba cansando, pero la batalla comenzaba a tener sentido. Hasta el momento, todas mis peleas eran golpes sin sentido, sin pensamientos de por medio. Ahora podría leer las intenciones de la gente y, aunque con pocas posibilidades, tratar de esquivarlo o reaccionar de alguna forma que no me dejara tan desprotegido. Y, para mi sorpresa, el chico que hasta hace unos segundos parecía un berserker en pleno apogeo estaba quieto como si se hubiera congelado el tiempo. Murmullaba algo que no era capaz de entender, pero que tampoco me interesaba demasiado. Aprovechando este momento y que llevaba sin utilizar electricidad desde hace ya el suficiente tiempo, comencé la ofensiva. Era muy imprudente, pero tampoco me iba a acobardar por un simple corte.
Comenzando a correr directamente hacia él, coloqué los dedos índice y corazón totalmente extendidos y el resto cerrados, formando una especie de pistolas o algo que se le pareciese. Visualizando una bala recorrer mi torrente sanguíneo y dispararse desde los dedos que había colocado previamente, la electricidad que tenía almacenada en mi cuerpo formó un diminuto rayo que cruzó la sala con gran velocidad. Había practicado en los ratos libres para no fallar, y esta vez me aseguraría de que no fuese diferente. La mano zurda lanzó dos pequeños proyectiles a la izquierda del objetivo, tratando de que no escapase por ahí, mientras que la derecha hacía lo mismo pero hacia el otro lado. Dolía la sangre en contacto al calor que desprendía la corriente que lanzaba, pero había que aguantarse.
Una vez la distancia no superaba los dos metros, adelanté la mano derecha hacia el pecho rival y, sin hacer el contacto que hace unos segundos me había causado un corte, disparé por la palma un rayo bastante más abundante que los anteriores. Perdería fuerza ya que la energía se disiparía en el aire, pero era una forma de asegurarse no sufrir daños innecesarios.
Era difícil. Era muy difícil hallar una paz interior en aquella mente tan caótica. Progresivamente, el orden intentó asentarse en ella. Pensamientos provocados por la ira se enfrentaban a otros que intentaban mantener un equilibrio. Fuera, el mundo se había detenido para el muchacho. Si aquella batalla interna por la calma resultaba exitosa, sería un gran paso en su entrenamiento global hacia la perfección.
—¿Qué haces parado? ¿Por qué no te mueves? ¡Reacciona! ¡Reacciona! —dijo una voz encolerizada en su cabeza. No era la primera vez que la escuchaba, y tampoco sería la última. La llamada voz de la conciencia hacía su aparición en contadas ocasiones y, en todas ellas, se podía distinguir diversos sentimientos en ella.
—¿Es así como quieres llegar a ser grande? ¿Quieres perder contra un adolescente? —se pronunció otra voz, con un tono más calmado— Me das pena. Muchísima. ¿Desde cuándo te has rebajado a tan bajo nivel? ¿Desde cuándo eres tan débil? Ni siquiera puedes tocar a ese chico, y aún así continuas atacando sin pensar. ¿Qué cojones te mueve? ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Por qué estás perdiendo el tiempo con este crío?
—No hagas caso a estos imbéciles. Lo que tienes que hacer es hallar una forma de acabar con ese chico. Tiene que haberla. Debe de haberla. Pero primero, necesitas relajarte. Deja que tu respiración vuelva a su ritmo. Haz que tus enemigos tiemblen no ante tu ferocidad, sino ante tu serenidad —dijo, por último, la que se podría llamar “La voz de la razón”. Normalmente era ignorada, mas en este caso… el mercenario sería poco capaz de no llegar a aceptar el consejo de esta última voz.
La mente de Yuu, que hacía unos instantes se hallaba en una encarnizada guerra, se quedó en completo silencio. Ya no se oían voces. El parchado había tomado una decisión. Acabaría con la vida de aquel muchacho costase lo que costase.
Los párpados del mercenario se abrieron de par en par. El muchacho seguía allí. Sin embargo, se hallaba en movimiento. Ahora, el que sacaba adelante la ofensiva era él. Con sus brazos extendidos hacia delante, colocó sus dedos para formar una especie de pistola con ellos. El corazón del pelinegro latía a un ritmo ligeramente más acelerado que si estuviese en reposo, pero era lo suficientemente calmo como para pensar con claridad. Entre Yuu y el zagal apareció de la nada un muro de acero de la altura de la sala, con una longitud de cuatro metros y un grosor de dos. Con tranquilidad, volteó su cuerpo noventa grados hacia la izquierda. Empezó a caminar mientras mantenía su posición con la espada, agarrando su empuñadura con la mayor fuerza que podía.
—Es inútil, chico —dijo en voz alta—. Tus probabilidades de ganar eran cero desde el principio. ¿Quieres saber por qué? —salió por el otro lado del muro. En esos mismos instantes, se hallaban a una distancia moderada, contando la longitud del muro y que la trayectoria del ataque del chico fue dirigido hacia el centro de este. Por lo tanto, había unos dos metros entre ellos— Aunque… creo que mejor voy a callar la puta boca. Me he dado cuenta que entablar conversación contigo es una pérdida de tiempo. Y… ¿qué demonios? Estás a punto de morir.
El muro desapareció, pues solo había sido una defensa temporal. El mercenario continuó caminando hacia el muchacho, sin siquiera preocuparse de volver a fallar. Soltó la empuñadura con una mano y, con la restante, realizó un tajo en el aire hasta posicionar la espada al lado de su cadera. Con un rápido impulso, alcanzó una notable velocidad que le acercó a su oponente. No sería un ataque común lo que realizaría, sino uno que alguien normal no se esperaría. Se impulsó desde el suelo para realizar una voltereta en el aire, con el objetivo de caer justo detrás del oponente. Una vez aterrizó en el suelo, deslizó su pierna izquierda para colocarse justo de frente al costado siniestro de su oponente. Acompañando a esto, su espada, la cual tenía un brillo un tanto peculiar recubriéndola, realizó una perfecta media luna directa a realizar un corte en la espalda del oponente. Nada más realizar el ataque, habiendo impactado o no, se volvería a impulsar desde el suelo. Esta vez, hacia atrás.
—¿Qué haces parado? ¿Por qué no te mueves? ¡Reacciona! ¡Reacciona! —dijo una voz encolerizada en su cabeza. No era la primera vez que la escuchaba, y tampoco sería la última. La llamada voz de la conciencia hacía su aparición en contadas ocasiones y, en todas ellas, se podía distinguir diversos sentimientos en ella.
—¿Es así como quieres llegar a ser grande? ¿Quieres perder contra un adolescente? —se pronunció otra voz, con un tono más calmado— Me das pena. Muchísima. ¿Desde cuándo te has rebajado a tan bajo nivel? ¿Desde cuándo eres tan débil? Ni siquiera puedes tocar a ese chico, y aún así continuas atacando sin pensar. ¿Qué cojones te mueve? ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Por qué estás perdiendo el tiempo con este crío?
—No hagas caso a estos imbéciles. Lo que tienes que hacer es hallar una forma de acabar con ese chico. Tiene que haberla. Debe de haberla. Pero primero, necesitas relajarte. Deja que tu respiración vuelva a su ritmo. Haz que tus enemigos tiemblen no ante tu ferocidad, sino ante tu serenidad —dijo, por último, la que se podría llamar “La voz de la razón”. Normalmente era ignorada, mas en este caso… el mercenario sería poco capaz de no llegar a aceptar el consejo de esta última voz.
La mente de Yuu, que hacía unos instantes se hallaba en una encarnizada guerra, se quedó en completo silencio. Ya no se oían voces. El parchado había tomado una decisión. Acabaría con la vida de aquel muchacho costase lo que costase.
━━━━━━━━━※━━━━━━━━━
Los párpados del mercenario se abrieron de par en par. El muchacho seguía allí. Sin embargo, se hallaba en movimiento. Ahora, el que sacaba adelante la ofensiva era él. Con sus brazos extendidos hacia delante, colocó sus dedos para formar una especie de pistola con ellos. El corazón del pelinegro latía a un ritmo ligeramente más acelerado que si estuviese en reposo, pero era lo suficientemente calmo como para pensar con claridad. Entre Yuu y el zagal apareció de la nada un muro de acero de la altura de la sala, con una longitud de cuatro metros y un grosor de dos. Con tranquilidad, volteó su cuerpo noventa grados hacia la izquierda. Empezó a caminar mientras mantenía su posición con la espada, agarrando su empuñadura con la mayor fuerza que podía.
—Es inútil, chico —dijo en voz alta—. Tus probabilidades de ganar eran cero desde el principio. ¿Quieres saber por qué? —salió por el otro lado del muro. En esos mismos instantes, se hallaban a una distancia moderada, contando la longitud del muro y que la trayectoria del ataque del chico fue dirigido hacia el centro de este. Por lo tanto, había unos dos metros entre ellos— Aunque… creo que mejor voy a callar la puta boca. Me he dado cuenta que entablar conversación contigo es una pérdida de tiempo. Y… ¿qué demonios? Estás a punto de morir.
El muro desapareció, pues solo había sido una defensa temporal. El mercenario continuó caminando hacia el muchacho, sin siquiera preocuparse de volver a fallar. Soltó la empuñadura con una mano y, con la restante, realizó un tajo en el aire hasta posicionar la espada al lado de su cadera. Con un rápido impulso, alcanzó una notable velocidad que le acercó a su oponente. No sería un ataque común lo que realizaría, sino uno que alguien normal no se esperaría. Se impulsó desde el suelo para realizar una voltereta en el aire, con el objetivo de caer justo detrás del oponente. Una vez aterrizó en el suelo, deslizó su pierna izquierda para colocarse justo de frente al costado siniestro de su oponente. Acompañando a esto, su espada, la cual tenía un brillo un tanto peculiar recubriéndola, realizó una perfecta media luna directa a realizar un corte en la espalda del oponente. Nada más realizar el ataque, habiendo impactado o no, se volvería a impulsar desde el suelo. Esta vez, hacia atrás.
Lance Kashan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Debería haber suponido que nada iba a ser tan fácil como quería imaginármelo. Haciendo una vez más un despliegue de poderes mágicos que, incluso yo como poseedor de una fruta del diablo, no podía entender realmente, paró el ataque con gran facilidad. Una gigantesca plataforma metálica frenó por completo mi paso al instante, dejándome tan poco margen de reacción respecto a su aparición que terminé chocándome contra ella y generando un ruido bastante característico. Con el hombro un poco dolido por el golpe que acababa de propinarme yo mismo contra un objeto inmóvil, traté de reaccionar lo más rápido posible para alejarme de esa zona que olía a peligro. Había perdido de vista a mi objetivo, y lo único que me sugería ese pensamiento era miedo e inseguridad. Si no sabía dónde estaba, tampoco podría protegerme de un ataque ni preparar defensa alguna.
Dando un paso largo hacia atrás mientras miraba a ambos lados de la habitación, mi cuerpo comenzó a perder la compostura de la que había fardado momentos atrás a la hora de atacar, y mi estructurada mente cayó en el más puro caos. Parecía, aunque por escasas décimas de segundo, un conejo rodeado de zorros o un niño con ladrones en casa. Los pensamientos tropezaban entre ellos hasta que fui capaz de ver la silueta del señor del parche saliendo desde detrás de la barrera que nos separaba. Un escalofrío me recorrió a la vez que mi pequeña cabeza sentía una sensación de relajación propia de la mejor de las drogas. Al menos, sería capaz de ver a aquel tipo si me trataba de atacar, y me defendería en proporción. O lo intentaría. Pero lo importante es que el factor sorpresa que tenía lo había desaprovechado y trataría, por cualquier medio, de volver a hacer uso de aquella voz en mi cabeza que tanto trataba de ayudarme en este tipo de batallas.
La pared que tantos problemas había dado desapareció como si nunca hubiese estado ahí, pero eso había dejado de preocuparme hace rato. Lo que captaba mi atención eran los pasos rápidos, casi carrera, que había comenzado a dar el enemigo. Mis ojos le seguían como podían, tratando de recibir y asimilar la información que me proporcionaban en base a sus movimientos.Cuando quise darme cuenta, dentro de mi cabeza había saltado una alarma roja que me quería avisar de un peligro inminente y muy real, pero mi cuerpo era incapaz de seguir las órdenes a gusto. Se sentía pesado y oxidado para este tipo de cosas, y era desagradable saber lo que iba a pasarme y no poder hacer nada más que mirar y recibirlo. Mi cuello siguió el salto que dio el chico, pero las piernas y el cuerpo en general seguían mirando a la misma posición. La espalda comenzó a picarme fruto de aquella visión que había advertido mi propia mente, pero no tardó en pasar de un simple picor a un dolor de los más reales. Y luego, sangre cayendo. Se me escapó un grito de dolor bastante femenino por culpa de la voz que tenía, el cual me dio las fuerzas y la voluntad para dar varios pasos al frente y tomar distancias.
Por suerte, él se había alejado también de mí tras el ataque. Aún así, el anterior pánico volvió a mi cabeza, descartando todas las posibilidades de pelea o contraataque que se pasaran en su momento, por muy lógicas y plausibles que fuesen. Si la espada del chico había sido capaz de atravesarme dos veces, la tercera no tardaría en llegar tarde o temprano si la pelea se alargaba más de lo necesario. Conteniendo el dolor y apretando los dientes para no sufrir demasiado como para pensar con la más mínima claridad, decidí la única opción que me podría aportar un mañana y que, visto lo visto hasta el momento, también una lección de vida. Busqué algo que había tenido en mente desde hace ya minutos, pero que hasta ahora no me había planteado realmente: tuberías. Estábamos en una alcantarilla, así que debía ser un tipo de construcción lo suficientemente abundante como para proporcionarme un escape momentáneo. Y sí, tenía razón. Y para mejorar la alegría del momento, estaba bastante cerca. Mientras observaba fijamente a mi rival para no dejar mi seguridad de lado, me acerqué con velocidad al caño y coloqué mi mano, rodeándolo por completo. Cerré los ojos y suspiré.
Cuando abrí los ojos vi mucha luz, hecho que me hizo querer volver a cerrarlos. Pero no tenía tiempo ni ganas para ese tipo de caprichos que conllevaban perder el tiempo. Estaba sangrando por la espalda, y la mano amenazaría con infectarse si no se trataba pronto. Miré hacia todas las direcciones que me planteaba aquella calle bastante concurrida y, sin plantearme ni por un segundo el preguntar a alguien por un hospital cercano, corrí de forma aleatoria con la esperanza latente de llegar al destino que quería.
Dando un paso largo hacia atrás mientras miraba a ambos lados de la habitación, mi cuerpo comenzó a perder la compostura de la que había fardado momentos atrás a la hora de atacar, y mi estructurada mente cayó en el más puro caos. Parecía, aunque por escasas décimas de segundo, un conejo rodeado de zorros o un niño con ladrones en casa. Los pensamientos tropezaban entre ellos hasta que fui capaz de ver la silueta del señor del parche saliendo desde detrás de la barrera que nos separaba. Un escalofrío me recorrió a la vez que mi pequeña cabeza sentía una sensación de relajación propia de la mejor de las drogas. Al menos, sería capaz de ver a aquel tipo si me trataba de atacar, y me defendería en proporción. O lo intentaría. Pero lo importante es que el factor sorpresa que tenía lo había desaprovechado y trataría, por cualquier medio, de volver a hacer uso de aquella voz en mi cabeza que tanto trataba de ayudarme en este tipo de batallas.
La pared que tantos problemas había dado desapareció como si nunca hubiese estado ahí, pero eso había dejado de preocuparme hace rato. Lo que captaba mi atención eran los pasos rápidos, casi carrera, que había comenzado a dar el enemigo. Mis ojos le seguían como podían, tratando de recibir y asimilar la información que me proporcionaban en base a sus movimientos.Cuando quise darme cuenta, dentro de mi cabeza había saltado una alarma roja que me quería avisar de un peligro inminente y muy real, pero mi cuerpo era incapaz de seguir las órdenes a gusto. Se sentía pesado y oxidado para este tipo de cosas, y era desagradable saber lo que iba a pasarme y no poder hacer nada más que mirar y recibirlo. Mi cuello siguió el salto que dio el chico, pero las piernas y el cuerpo en general seguían mirando a la misma posición. La espalda comenzó a picarme fruto de aquella visión que había advertido mi propia mente, pero no tardó en pasar de un simple picor a un dolor de los más reales. Y luego, sangre cayendo. Se me escapó un grito de dolor bastante femenino por culpa de la voz que tenía, el cual me dio las fuerzas y la voluntad para dar varios pasos al frente y tomar distancias.
Por suerte, él se había alejado también de mí tras el ataque. Aún así, el anterior pánico volvió a mi cabeza, descartando todas las posibilidades de pelea o contraataque que se pasaran en su momento, por muy lógicas y plausibles que fuesen. Si la espada del chico había sido capaz de atravesarme dos veces, la tercera no tardaría en llegar tarde o temprano si la pelea se alargaba más de lo necesario. Conteniendo el dolor y apretando los dientes para no sufrir demasiado como para pensar con la más mínima claridad, decidí la única opción que me podría aportar un mañana y que, visto lo visto hasta el momento, también una lección de vida. Busqué algo que había tenido en mente desde hace ya minutos, pero que hasta ahora no me había planteado realmente: tuberías. Estábamos en una alcantarilla, así que debía ser un tipo de construcción lo suficientemente abundante como para proporcionarme un escape momentáneo. Y sí, tenía razón. Y para mejorar la alegría del momento, estaba bastante cerca. Mientras observaba fijamente a mi rival para no dejar mi seguridad de lado, me acerqué con velocidad al caño y coloqué mi mano, rodeándolo por completo. Cerré los ojos y suspiré.
Cuando abrí los ojos vi mucha luz, hecho que me hizo querer volver a cerrarlos. Pero no tenía tiempo ni ganas para ese tipo de caprichos que conllevaban perder el tiempo. Estaba sangrando por la espalda, y la mano amenazaría con infectarse si no se trataba pronto. Miré hacia todas las direcciones que me planteaba aquella calle bastante concurrida y, sin plantearme ni por un segundo el preguntar a alguien por un hospital cercano, corrí de forma aleatoria con la esperanza latente de llegar al destino que quería.
Lo notaba. Yuu sabía que aquello surtiría efecto. Confiaba plenamente en ello. Su tajo acabó siendo lo más exitoso que podría llegar a ser, llegando a profanar el cuerpo del muchacho gracias al poder que había concentrado en su arma. Tras este acontecimiento, se podía dar por seguro que la victoria sería para el ladrón. No para el zagal, sino para el de verdad. Sin embargo... la realidad volvería a hacer que las cosas no fuesen como las esperaba él.
El joven, que endolorido se hallaba por el reciente corte, parecía desesperado y, aprovechando que Yuu había retrocedido para volver a cargar... emprendió un acto cobarde, mas muy inteligente por su parte. Al parecer, sus poderes le permitían canalizarse a sí mismo por las tuberías. ¿Cómo? Era algo que el mercenario desconocía, pero que no le hizo demasiada gracia cuando vio a aquel sujeto desaparecer sin dejar rastro... a parte de un pequeño charco de sangre. La expresión del pelinegro cambió en segundos.
—No puede ser. No me está pasando esto. No... le había cortado. Le había cortado y he dejado que se escapase. ¡Joder! —le propinó un puñetazo a la rocosa pared. No se hizo demasiado daño, mas bastante sangr empezó a emerger de sus nudillos—¿Cómo coño lo ha hecho? Esto... ha tocado esto, ¿no? —observó y palpó la tubería, la cual había sido la única ruta de escape del joven. Aún había resquicios de estática por lo que, al hacer contacto con su mano, un pequeño calambrazo le obligó a apartarse— Pero será cabrón... —pateó fuertemente la tubería, doblándola un poco. Luego... decidió cortarla por la mitad. Esto provocó la inmediata salida de agua a presión, justo en la cara del asesino—¡Mi...! — exclamó, casi sin poder mediar palabra por los continuos ataques del agua en su rostro—¡Mierda, joder! —se echó a un lado finalmente, para evitar aquello— Apunte para el futuro... no cortar más putas tuberías. Mala idea.
Con la mente fría empezó a pensar en un nuevo plan. Para empezar, desbloqueó la salida. Tras ello, se quedó mirando fijamente al sujeto que yacía muerto en un rincón de la habitación. Sea como sea, el zagal le había dado un golpe de gracia poco usual y, por lo visto, bastante letal. Al parecer, sentirse acorralado ayudaba a las presas a volverse mucho más agresivas de lo normal.
—Tu "Tekkai" no te funciona ahora, ¿eh? —vaciló al fallecido— De todas formas... este tipo ha venido a por mí. Eso quiere decir que... parece que me buscan. Si saben que estoy aquí voy a tener que andarme con cuidado —siguió reflexionando en voz alta para sí—. Vale. De momento me toca investigar al objetivo. Aunque antes... sí, debería a empezar a limpiar.
El joven, que endolorido se hallaba por el reciente corte, parecía desesperado y, aprovechando que Yuu había retrocedido para volver a cargar... emprendió un acto cobarde, mas muy inteligente por su parte. Al parecer, sus poderes le permitían canalizarse a sí mismo por las tuberías. ¿Cómo? Era algo que el mercenario desconocía, pero que no le hizo demasiada gracia cuando vio a aquel sujeto desaparecer sin dejar rastro... a parte de un pequeño charco de sangre. La expresión del pelinegro cambió en segundos.
—No puede ser. No me está pasando esto. No... le había cortado. Le había cortado y he dejado que se escapase. ¡Joder! —le propinó un puñetazo a la rocosa pared. No se hizo demasiado daño, mas bastante sangr empezó a emerger de sus nudillos—¿Cómo coño lo ha hecho? Esto... ha tocado esto, ¿no? —observó y palpó la tubería, la cual había sido la única ruta de escape del joven. Aún había resquicios de estática por lo que, al hacer contacto con su mano, un pequeño calambrazo le obligó a apartarse— Pero será cabrón... —pateó fuertemente la tubería, doblándola un poco. Luego... decidió cortarla por la mitad. Esto provocó la inmediata salida de agua a presión, justo en la cara del asesino—¡Mi...! — exclamó, casi sin poder mediar palabra por los continuos ataques del agua en su rostro—¡Mierda, joder! —se echó a un lado finalmente, para evitar aquello— Apunte para el futuro... no cortar más putas tuberías. Mala idea.
Con la mente fría empezó a pensar en un nuevo plan. Para empezar, desbloqueó la salida. Tras ello, se quedó mirando fijamente al sujeto que yacía muerto en un rincón de la habitación. Sea como sea, el zagal le había dado un golpe de gracia poco usual y, por lo visto, bastante letal. Al parecer, sentirse acorralado ayudaba a las presas a volverse mucho más agresivas de lo normal.
—Tu "Tekkai" no te funciona ahora, ¿eh? —vaciló al fallecido— De todas formas... este tipo ha venido a por mí. Eso quiere decir que... parece que me buscan. Si saben que estoy aquí voy a tener que andarme con cuidado —siguió reflexionando en voz alta para sí—. Vale. De momento me toca investigar al objetivo. Aunque antes... sí, debería a empezar a limpiar.
Lance Kashan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Cuando realmente volví a mis cabales y pude ser consciente de todo aquello que había avanzado respecto al punto de partida donde aparecí, estaba en una zona que no me sonaba. Claro que no debía de recordarla, ya que mi estancia en Water Seven hasta este punto había sido un poco..., movidita y poco convencional, pero tampoco debía omitir el detalle de que me había paseado por varias de sus calles principal. Y esta que estaba cruzando ahora no se asemejaba en nada a las anteriores. Hasta este preciso instante, todo aquello cuanto había visto bajo mis pies había sido chatarra o cemento, pero la tierra no había formado parte del grupo, y supongo que el hecho de que este material formase todo el suelo daba pistas de la situación en la que estaban las calles. Solo hizo falta un vistazo a mi alrededor para confirmar toda esta teoría, ya que niños y ancianos con ropa muy poco costosa caminaban con tranquilidad, sin dar importancia al chico con melena que había aparecido a la carrera y sangrando. Visto lo visto, me había equivocado por completo y había acabado en una zona pobre. No marginal o criminal, simplemente de una clase baja que no podía mantener el nivel de vida de sus vecinos del centro.
Quitándome un par de lágrimas, fruto del nerviosismo y el esfuerzo, apoyé mis manos sobre ambas rodillas y encorvé la espalda, parándome en seco en mitad del camino para recuperar el aliento. El mismo hecho de estirar la espalda para doblarla hizo que la herida se abriese un poco más, haciendo que una mueca de dolor ocupase mi cara y un grito, el silencio de la vía. Como si no existiera o simplemente fuese algo habitual en el lugar, los habitantes pasaban a mi lado sin siquiera inmutarse ni cambiar el gesto. Entiendo que no me dirigiesen la palabra para desentenderse y evitar algún tipo de problema, pero quizás lo que estaba sucediendo estaba varios niveles por encima.
Reincorporándome como podía, comencé a andar con una velocidad moderada, suponiendo que el destino sería el centro de Water Seven, donde debería estar la zona turística en la que había dormido. Secando la sangre, ya algo seca, de los dedos con un pañuelo doblado que había encontrado en el traje robado, miré a ambos lados con cierta curiosidad. Fijarme en todo esto atenuaba el dolor y me daba una pista de la estructura de la isla, por lo que todo eran ventajas. La herida no había sido tan profunda como para generar un sangrado que no parase tras estos momentos de pánico, pero el miedo a que se infectase seguía presente. Además, la zona no parecía ser la más higiénica de todo el Paraíso, así que las posibilidades se elevaban lo suficiente como para volver ese terror real. En cierto punto de todo este trayecto, me pareció escuchar una voz melosa y relajada que llamaba a alguien, y acto seguido noté una mano fría como un témpano en mi hombro.
— ¡Laitu, cariño! — Aquella mano fría se estaba deslizando ahora por la espalda, acariciando la herida. — ¿¡Qué te han hecho!? — Cuando me fijé en la persona que hablaba, una mujer anciana pero que me superaba en altura y con pinta de ser bastante fuerte me estaba observando la huella de la pelea reciente. — ¿¡No habías ido a por pan a Manolito!? — No sabía quién era Laitu ni Manolito, pero hice un esfuerzo por aparentar que sí. No lo hacía por piedad o simpatía hacia una señora mayor, sino más por miedo de que me diese una bofetada con aquella mano que me cruzaba la espalda. — ¡Ven aquí, anda...! ¡Se van a enterar esos desgraciados! Han sido los de la esquina, ¿verdad? — Cogiéndome del brazo con una presión formidable, me arrastró hacia un portón y me sentó en una silla de madera que tendría más años que yo. — ¡Espera aquí! — Estaba cansado y mis sentidos, entumecidos, por lo que no me cuestioné lo raro de la situación ni el peligro que se podía ocultar detrás. Cuando volvió la mujer con unas tijeras y alcohol en la mano derecha y unas vendas, gasas y tiritas en la otra me alegré de no haber huido. Con un tratamiento propio de un médico profesional con cierto parkinson, no tardó en dejar mis heridas desinfectadas y protegidas, aunque con varios agarres dolorosos en el proceso. — ¿Qué te he dicho de dirigirle la palabra a la escoria negra que hay por allí? — La mujer resultaba ser bastante racista con este tipo de comentarios, pero no era quién para juzgarla. — ¿Y de dónde coño has sacado ese traje? ¿Te crees un ejecutivo importante así...? — Las palabras alternaban entre el asco y la ternura, lo que resultaba en una mezcla de emociones cuanto menos curiosa. Con cuidado y tranquilidad, me levanté del asiento y, en se momento, recibí un golpe en la nuca que casi me tumba. — ¡Tira a comprar el pan de una vez, anda, que a este ritmo no vamos a comer! — Acelerando el paso más de lo que debería para no echar a perder el tratamiento que acababa de recibir, comencé a caminar en dirección al centro de la ciudad. — ¡Es por el otro lado, jod---! — La voz se perdía poco a poco con el ritmo de mis pasos.
Quitándome un par de lágrimas, fruto del nerviosismo y el esfuerzo, apoyé mis manos sobre ambas rodillas y encorvé la espalda, parándome en seco en mitad del camino para recuperar el aliento. El mismo hecho de estirar la espalda para doblarla hizo que la herida se abriese un poco más, haciendo que una mueca de dolor ocupase mi cara y un grito, el silencio de la vía. Como si no existiera o simplemente fuese algo habitual en el lugar, los habitantes pasaban a mi lado sin siquiera inmutarse ni cambiar el gesto. Entiendo que no me dirigiesen la palabra para desentenderse y evitar algún tipo de problema, pero quizás lo que estaba sucediendo estaba varios niveles por encima.
Reincorporándome como podía, comencé a andar con una velocidad moderada, suponiendo que el destino sería el centro de Water Seven, donde debería estar la zona turística en la que había dormido. Secando la sangre, ya algo seca, de los dedos con un pañuelo doblado que había encontrado en el traje robado, miré a ambos lados con cierta curiosidad. Fijarme en todo esto atenuaba el dolor y me daba una pista de la estructura de la isla, por lo que todo eran ventajas. La herida no había sido tan profunda como para generar un sangrado que no parase tras estos momentos de pánico, pero el miedo a que se infectase seguía presente. Además, la zona no parecía ser la más higiénica de todo el Paraíso, así que las posibilidades se elevaban lo suficiente como para volver ese terror real. En cierto punto de todo este trayecto, me pareció escuchar una voz melosa y relajada que llamaba a alguien, y acto seguido noté una mano fría como un témpano en mi hombro.
— ¡Laitu, cariño! — Aquella mano fría se estaba deslizando ahora por la espalda, acariciando la herida. — ¿¡Qué te han hecho!? — Cuando me fijé en la persona que hablaba, una mujer anciana pero que me superaba en altura y con pinta de ser bastante fuerte me estaba observando la huella de la pelea reciente. — ¿¡No habías ido a por pan a Manolito!? — No sabía quién era Laitu ni Manolito, pero hice un esfuerzo por aparentar que sí. No lo hacía por piedad o simpatía hacia una señora mayor, sino más por miedo de que me diese una bofetada con aquella mano que me cruzaba la espalda. — ¡Ven aquí, anda...! ¡Se van a enterar esos desgraciados! Han sido los de la esquina, ¿verdad? — Cogiéndome del brazo con una presión formidable, me arrastró hacia un portón y me sentó en una silla de madera que tendría más años que yo. — ¡Espera aquí! — Estaba cansado y mis sentidos, entumecidos, por lo que no me cuestioné lo raro de la situación ni el peligro que se podía ocultar detrás. Cuando volvió la mujer con unas tijeras y alcohol en la mano derecha y unas vendas, gasas y tiritas en la otra me alegré de no haber huido. Con un tratamiento propio de un médico profesional con cierto parkinson, no tardó en dejar mis heridas desinfectadas y protegidas, aunque con varios agarres dolorosos en el proceso. — ¿Qué te he dicho de dirigirle la palabra a la escoria negra que hay por allí? — La mujer resultaba ser bastante racista con este tipo de comentarios, pero no era quién para juzgarla. — ¿Y de dónde coño has sacado ese traje? ¿Te crees un ejecutivo importante así...? — Las palabras alternaban entre el asco y la ternura, lo que resultaba en una mezcla de emociones cuanto menos curiosa. Con cuidado y tranquilidad, me levanté del asiento y, en se momento, recibí un golpe en la nuca que casi me tumba. — ¡Tira a comprar el pan de una vez, anda, que a este ritmo no vamos a comer! — Acelerando el paso más de lo que debería para no echar a perder el tratamiento que acababa de recibir, comencé a caminar en dirección al centro de la ciudad. — ¡Es por el otro lado, jod---! — La voz se perdía poco a poco con el ritmo de mis pasos.
Si bien era de las primeras veces que utilizaba las herramientas de limpieza para dejar impoluta la pocilga que tenía como cueva, no se le dio del todo mal. Era lo mínimo que podía hacer para no dejar cabos sueltos y poder seguir con tranquilidad con su misión. Él mismo se encargó de echar al mar el cuerpo del hombre fallecido, intentando que su sangre no hiciera un camino carmesí tras de sí.
— Joder… como me encuentre con otro tipejo como estos… — se quejó Yuu, debido a la complicación que supuso transportar su cuerpo al océano. Hicieron falta bastantes cuerdas y una plataforma para mover a aquel individuo— En fin… ahora sí. Manos a la obra.
Sin demorarse un segundo, empezó a caminar hacia la ciudad. El camino no era muy largo, pues solo tenía que dar unos cuantos saltos entre tejados para llegar a algún callejón vacío donde poder pensar con claridad sin que nadie le molestase. Y bueno… los tejados no eran ningún secreto para él, y menos en Water Seven. Por tanto, en cuestión de minutos alcanzó la ciudad y descendió a una de las callejuelas, donde no se veía rastro de presencia alguna salvo la de un par de gatos que se pusieron a maúllar al ver a Yuu.
— ¿Y a vosotros qué os pasa? —les vaciló— ¿Queréis pelea? —soltó una carcajada, para luego centrarse en lo que le atañía de verdad— Veamos… creo que guardé esto en… —se puso a rebuscar dentro de su traje— Ah, aquí está —extrajo la carpeta que le dio su cliente, la cual contenía los datos necesarios para que la misión pudiera tener más éxito del que podría tener si no la tuviera—. Vaya careto de mierda. Veamos… podría preguntar a los posaderos de esta, esta… y esta posada. Creo que me acuerdo de dónde estaban. Espera, ¿esto no tiene mapa de la ciudad? —empezó a buscar entre las páginas a ver si tenía algún mapa, pero no encontró absolutamente nada—. Bueno, pues me tendré que orientar como de costumbre, qué se le va a hacer. A ver qué más hay… hotel Ristobal, acuario Bananafish y… espera, espera. ¿Gremio de qué? ¿Desde cuándo se ha montado otro gremio de ladrones en la ciudad? Serán hijos de puta, seguro que alguien quedó vivo de aquello. Creo que me pasaré cuando acabe este trabajo. En fin… creo que empezaré por la posada Tristán, que está aquí al lado— y, dicho esto, el mercenario salió del callejón a paso ligero y examinó el terreno, en busca de el local que debía encontrar.
En poco tiempo, divisó un par de antorchas y un cartel de grandes dimensiones que ponía en letras gruesas “Tristán”. Sin pensárselo dos veces, abrió sus puertas y entró al lugar. Allí poca gente había, pese a que fuese una de las mejores posadas de la ciudad. Unos cuatro hombres de mediana edad con la cerveza en la mano, algunos estudiantes centrados únicamente en el libro que tenían delante, y un par de damiselas conversando en la lejanía. Pero esos no eran su objetivo, así que puso marcha hasta la barra, donde encontraría al posadero del lugar… y quizás las respuestas que buscaba.
— ¡Buenas! —se apoyó en la barra— ¡Qué día más precioso hace! —sonrió al sujeto, el cual se hallaba centrado en limpiar una jarra de cerveza. Sin embargo, la exclamación del parchado llamó su atención, pues volteó la cabeza rápidamente hacia él.
— Hace tiempo que no te pasas por aquí. Aunque las veces que has venido nunca ha sido para nada bueno… así que, ¿qué quieres ahora? —contestó secamente el individuo.
— Joder, Armando… ¿por qué tengo que querer algo? Quizás solo quiero una cerveza.
— ¿Armando? Joder, me llamo Tristán. La posada se llama así por algo. En fin… siempre quieres una cerveza, pero luego bien que intentas sacarme otras cosas.
— ¿Aparte de tus casillas? Bueno, bueno… pero la cerveza me la vas a servir, ¿verdad?
— Qué remedio —dejó la jarra que estaba limpiando en una de las estanterías y cogió otra un poco más grande, la cual colocó debajo de un gran barril adornado con detalles de oro. Una vez rellenada, la puso delante del joven pelinegro—. Espero que esta vez me pagues.
— Eh, nunca me he largado sin pagar de ningún sitio —bromeó, pues todos los que le conocieran sabían que eso no era cierto—. Bueno, esta te la pago. Aunque igual tengo que pagarte un poco más si… si me dices algo que quiero saber —tiró la cabeza hacia delante y le indicó con su índice que acercase la oreja.
— Lo sabía… —suspiró. Acto seguido, hizo lo debido y acercó su oreja.
— Busco a un tipo, y según me dicen… ha pasado por esta posada —sacó una foto de su bolsillo, la cual había sacado con anterioridad de la carpeta, y se la enseñó.
— Veamos… —apartó la cabeza y puso su atención en la fotografía—. Me suena bastante. De hecho… creo que incluso se hospedó aquí un par de noches.
— ¿Y sabes dónde se marchó? ¿Cuándo fue eso? —preguntó el muchacho, ya con un tono bastante serio.
— Cuándo fue no me acuerdo, diría que hace poco. ¿Dónde? Pues… puede que se hubiese enterado del hotel que hay a unas cuantas calles de aquí.
— ¿El Ristobal?
— Sí… no hay muchos más, y ese se lleva casi toda mi clientela. Las posadas están perdiendo bastante estos últimos años.
— Vaya. Y bueno, ¿no te acuerdas de nada más?
— No, que yo sepa.
— Vale, pues supongo que es suficiente —sacó una pequeña bolsa de monedas y la colocó en frente del posadero—. Todo tuyo, un placer —acto seguido, se acabó la cerveza de un trago y emprendió camino al siguiente destino.
— Joder… como me encuentre con otro tipejo como estos… — se quejó Yuu, debido a la complicación que supuso transportar su cuerpo al océano. Hicieron falta bastantes cuerdas y una plataforma para mover a aquel individuo— En fin… ahora sí. Manos a la obra.
Sin demorarse un segundo, empezó a caminar hacia la ciudad. El camino no era muy largo, pues solo tenía que dar unos cuantos saltos entre tejados para llegar a algún callejón vacío donde poder pensar con claridad sin que nadie le molestase. Y bueno… los tejados no eran ningún secreto para él, y menos en Water Seven. Por tanto, en cuestión de minutos alcanzó la ciudad y descendió a una de las callejuelas, donde no se veía rastro de presencia alguna salvo la de un par de gatos que se pusieron a maúllar al ver a Yuu.
— ¿Y a vosotros qué os pasa? —les vaciló— ¿Queréis pelea? —soltó una carcajada, para luego centrarse en lo que le atañía de verdad— Veamos… creo que guardé esto en… —se puso a rebuscar dentro de su traje— Ah, aquí está —extrajo la carpeta que le dio su cliente, la cual contenía los datos necesarios para que la misión pudiera tener más éxito del que podría tener si no la tuviera—. Vaya careto de mierda. Veamos… podría preguntar a los posaderos de esta, esta… y esta posada. Creo que me acuerdo de dónde estaban. Espera, ¿esto no tiene mapa de la ciudad? —empezó a buscar entre las páginas a ver si tenía algún mapa, pero no encontró absolutamente nada—. Bueno, pues me tendré que orientar como de costumbre, qué se le va a hacer. A ver qué más hay… hotel Ristobal, acuario Bananafish y… espera, espera. ¿Gremio de qué? ¿Desde cuándo se ha montado otro gremio de ladrones en la ciudad? Serán hijos de puta, seguro que alguien quedó vivo de aquello. Creo que me pasaré cuando acabe este trabajo. En fin… creo que empezaré por la posada Tristán, que está aquí al lado— y, dicho esto, el mercenario salió del callejón a paso ligero y examinó el terreno, en busca de el local que debía encontrar.
En poco tiempo, divisó un par de antorchas y un cartel de grandes dimensiones que ponía en letras gruesas “Tristán”. Sin pensárselo dos veces, abrió sus puertas y entró al lugar. Allí poca gente había, pese a que fuese una de las mejores posadas de la ciudad. Unos cuatro hombres de mediana edad con la cerveza en la mano, algunos estudiantes centrados únicamente en el libro que tenían delante, y un par de damiselas conversando en la lejanía. Pero esos no eran su objetivo, así que puso marcha hasta la barra, donde encontraría al posadero del lugar… y quizás las respuestas que buscaba.
— ¡Buenas! —se apoyó en la barra— ¡Qué día más precioso hace! —sonrió al sujeto, el cual se hallaba centrado en limpiar una jarra de cerveza. Sin embargo, la exclamación del parchado llamó su atención, pues volteó la cabeza rápidamente hacia él.
— Hace tiempo que no te pasas por aquí. Aunque las veces que has venido nunca ha sido para nada bueno… así que, ¿qué quieres ahora? —contestó secamente el individuo.
— Joder, Armando… ¿por qué tengo que querer algo? Quizás solo quiero una cerveza.
— ¿Armando? Joder, me llamo Tristán. La posada se llama así por algo. En fin… siempre quieres una cerveza, pero luego bien que intentas sacarme otras cosas.
— ¿Aparte de tus casillas? Bueno, bueno… pero la cerveza me la vas a servir, ¿verdad?
— Qué remedio —dejó la jarra que estaba limpiando en una de las estanterías y cogió otra un poco más grande, la cual colocó debajo de un gran barril adornado con detalles de oro. Una vez rellenada, la puso delante del joven pelinegro—. Espero que esta vez me pagues.
— Eh, nunca me he largado sin pagar de ningún sitio —bromeó, pues todos los que le conocieran sabían que eso no era cierto—. Bueno, esta te la pago. Aunque igual tengo que pagarte un poco más si… si me dices algo que quiero saber —tiró la cabeza hacia delante y le indicó con su índice que acercase la oreja.
— Lo sabía… —suspiró. Acto seguido, hizo lo debido y acercó su oreja.
— Busco a un tipo, y según me dicen… ha pasado por esta posada —sacó una foto de su bolsillo, la cual había sacado con anterioridad de la carpeta, y se la enseñó.
— Veamos… —apartó la cabeza y puso su atención en la fotografía—. Me suena bastante. De hecho… creo que incluso se hospedó aquí un par de noches.
— ¿Y sabes dónde se marchó? ¿Cuándo fue eso? —preguntó el muchacho, ya con un tono bastante serio.
— Cuándo fue no me acuerdo, diría que hace poco. ¿Dónde? Pues… puede que se hubiese enterado del hotel que hay a unas cuantas calles de aquí.
— ¿El Ristobal?
— Sí… no hay muchos más, y ese se lleva casi toda mi clientela. Las posadas están perdiendo bastante estos últimos años.
— Vaya. Y bueno, ¿no te acuerdas de nada más?
— No, que yo sepa.
— Vale, pues supongo que es suficiente —sacó una pequeña bolsa de monedas y la colocó en frente del posadero—. Todo tuyo, un placer —acto seguido, se acabó la cerveza de un trago y emprendió camino al siguiente destino.
Lance Kashan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
No sabía lo que acababa de pasar, ni creo que tampoco quisiera saberlo, pero sí que tenía por seguro que estaba comenzando a tener una idea de cómo guiarme en aquella ciudad. En un primer vistazo, podía parecer uniforme y sin demasiados puntos de referencia, pero solo hacía falta tener un poco de imaginación y algo de intelecto para comenzar a discenir que, mientras más subieras, más prestigio tendrían sus habitantes. Ya que la ciudad era azotada por el Aqua Laguna cada tanto tiempo, era lo más lógico que la gente adinerada se ocupase de vivir en las zonas más aisladas y menos vulnerables a una inundación. Si las casas superiores se inundaban... Bueno, la isla entera se hundiría en el mar, y dudo que eso pase pronto.
Paso a paso y escalera a escalera, mis piernas se iban cansando pero el ánimo se elevaba por segundos. Es decir, era una persona que hasta hacía muy poco había estando peleando, y que las consecuencias de esto mismo se reflejaban con mucha claridad en mi cuerpo. Y tenía que dar gracias de estar vivo, creo yo, aunque en este proceso había ayudado mucho la..., señora, sí, señora, que había conocido y de la cual me había despedido en las zonas inferiores de Water Seven. Podría decir muchas cosas sobre ella, como que la demencia senil estaba en su punto álgido o que sus sentidos quizás no eran los más afinados de todos, pero sus conocimientos sobre primeros auxilios habían sido de mucha utilidad.
Traté de mantener mi calma y no gritar de alegría cuando vi a toda la gente aremolinándose en torno a varias calles, comprando souvenires varios y paseando por las tiendas. Había llegado al lugar donde había estado esta mañana, y mi orientación no me había fallado. Y si había logrado llegar hasta aquí, solo era cuestión de tiempo alcanzar la zona de residencia, cercana a la comercial, para pagar una habitación de hotel y tumbarme a descansar. Me lo merecía tras toda la aventura de esta mañana, ¿no? Y quizás, viendo mi suerte, sería lo mejor plantarme por hoy. Con el mismo ritmo veloz, recorrí la calzada hasta plantarme delante de un edificio que, aunque pequeño y rústico, bastante llamativo: un cartel que, aunque constaba de varias bombillas, todas estaban fundidas menos la A de la palabra ''Ristán''. Además, la tilde de esa a cubría la mitad de una de las ventanas del segundo piso, lo que parecía un muy buen concepto de arquitectura y decoración. Si ya daba esa impresión desde fuera, dentro debía ser aún peor, y eso mismo era lo que quería: seguramente fuera muy barato.
Atravesé las puertas con toda la decisión que pude reunir y fijé mi vista en el cartel de precios, recogiendo las monedas necesarias de mi bolsillo como para dejarlas en la barra.
- ¿Qué hace un niño durmiendo solo en un lugar como est---? - Me miró por completo, viendo con toda claridad el traje manchado y mi mano herida. - Bah, déjalo, no estoy como para poner pegas a los clientes que vienen. - Acto seguido, se agachó y tomó una llave bastante cutre y común de debajo del mostrador, soltándola frente a mí sin suavidad alguna. - Habitación 5, tómala. Recuerda que has pagado por un día y solo viene incluido la habitación en el precio, tienes que bajar y pagar para comer, y también tienes qu--- - Mi mirada, en parte amenazante y en parte impaciente, que se clavaba sobre sus ojos, le hizo parar en seco. - Hasta luego. - Puso su mano sobre la madera y arrastró las monedas hacia la otra, llevándolas a la caja y olvidándome para centrarse en otros quehaceres.
Caminando escalón a escalón, disfrutando de cada uno porque sabían que eran los últimos, llegué a la sala número cinco. Por poco tumbo la puerta de las mismas ansias, pero terminé por utilizar la llave y, tras haberla cerrado a conciencia, me tiré en la cama mientras soltaba la caja de herramientas que había estado cargando en el suelo, generando un estruendo. Al fin. Cerré los ojos y me dejé llevar.
Cuando volví a abrirlos, la luz no iluminaba las paredes lo suficiente como para guiarme. No tenía muy claro dónde estaba en ese momento, así que comencé a respirar bastante fuerte y rápido, nervioso y confundido a partes iguales. Saltando de la cama y resintiéndome de las heridas, corrí hacia un interruptor y logré bañar de luz la habitación. Con unos minutos de tranquilidad, volví a ser la persona calmada de la cual solía tener apariencia, y me miré. Parecía más un vagabundo que un señor. Con una mueca de cierto desagrado, miré a la caja de herramientas. Era todo lo que tenía junto a mi túnica, nada más, así que me tocaría ir de expedición nuevamente a por más recursos. Y estaba en un hotel, de noche. El mejor escenario posible para un ladrón. Tomé un par de herramientas de la caja y me decidí a entrar en acción.
Con pies de puntillas y el mayor de mis cuidados, atravesé la puerta. Si me asomaba por el balcón que dejaba ver el primer piso, solamente era capaz de ver varios borrachos tirados en las mesas y el suelo, asolados por un coma etílico que ya había surtido efecto hace rato. El dependiente, en cambio, había desaparecido, dejando a todos estos en soledad y a su suerte. Algo denunciable, pero no era quién para hablar de moral y leyes. Con destreza, velocidad y un destornillador, que aunque no fuera el útil más común en estos casos, logré abrir la puerta contigua tras cierto esfuerzo, y me metí dentro, cerrándola a mi paso. La presa estaba dormida, y de una forma bastante profunda, todo hay que decirlo. Con la confianza que eso me transmitía, me acerqué a la maleta, dando la espalda a la ventana que había tras de mí, mientras la abría y hurgaba. Quería ropa, y elegante.
Paso a paso y escalera a escalera, mis piernas se iban cansando pero el ánimo se elevaba por segundos. Es decir, era una persona que hasta hacía muy poco había estando peleando, y que las consecuencias de esto mismo se reflejaban con mucha claridad en mi cuerpo. Y tenía que dar gracias de estar vivo, creo yo, aunque en este proceso había ayudado mucho la..., señora, sí, señora, que había conocido y de la cual me había despedido en las zonas inferiores de Water Seven. Podría decir muchas cosas sobre ella, como que la demencia senil estaba en su punto álgido o que sus sentidos quizás no eran los más afinados de todos, pero sus conocimientos sobre primeros auxilios habían sido de mucha utilidad.
Traté de mantener mi calma y no gritar de alegría cuando vi a toda la gente aremolinándose en torno a varias calles, comprando souvenires varios y paseando por las tiendas. Había llegado al lugar donde había estado esta mañana, y mi orientación no me había fallado. Y si había logrado llegar hasta aquí, solo era cuestión de tiempo alcanzar la zona de residencia, cercana a la comercial, para pagar una habitación de hotel y tumbarme a descansar. Me lo merecía tras toda la aventura de esta mañana, ¿no? Y quizás, viendo mi suerte, sería lo mejor plantarme por hoy. Con el mismo ritmo veloz, recorrí la calzada hasta plantarme delante de un edificio que, aunque pequeño y rústico, bastante llamativo: un cartel que, aunque constaba de varias bombillas, todas estaban fundidas menos la A de la palabra ''Ristán''. Además, la tilde de esa a cubría la mitad de una de las ventanas del segundo piso, lo que parecía un muy buen concepto de arquitectura y decoración. Si ya daba esa impresión desde fuera, dentro debía ser aún peor, y eso mismo era lo que quería: seguramente fuera muy barato.
Atravesé las puertas con toda la decisión que pude reunir y fijé mi vista en el cartel de precios, recogiendo las monedas necesarias de mi bolsillo como para dejarlas en la barra.
- ¿Qué hace un niño durmiendo solo en un lugar como est---? - Me miró por completo, viendo con toda claridad el traje manchado y mi mano herida. - Bah, déjalo, no estoy como para poner pegas a los clientes que vienen. - Acto seguido, se agachó y tomó una llave bastante cutre y común de debajo del mostrador, soltándola frente a mí sin suavidad alguna. - Habitación 5, tómala. Recuerda que has pagado por un día y solo viene incluido la habitación en el precio, tienes que bajar y pagar para comer, y también tienes qu--- - Mi mirada, en parte amenazante y en parte impaciente, que se clavaba sobre sus ojos, le hizo parar en seco. - Hasta luego. - Puso su mano sobre la madera y arrastró las monedas hacia la otra, llevándolas a la caja y olvidándome para centrarse en otros quehaceres.
Caminando escalón a escalón, disfrutando de cada uno porque sabían que eran los últimos, llegué a la sala número cinco. Por poco tumbo la puerta de las mismas ansias, pero terminé por utilizar la llave y, tras haberla cerrado a conciencia, me tiré en la cama mientras soltaba la caja de herramientas que había estado cargando en el suelo, generando un estruendo. Al fin. Cerré los ojos y me dejé llevar.
Cuando volví a abrirlos, la luz no iluminaba las paredes lo suficiente como para guiarme. No tenía muy claro dónde estaba en ese momento, así que comencé a respirar bastante fuerte y rápido, nervioso y confundido a partes iguales. Saltando de la cama y resintiéndome de las heridas, corrí hacia un interruptor y logré bañar de luz la habitación. Con unos minutos de tranquilidad, volví a ser la persona calmada de la cual solía tener apariencia, y me miré. Parecía más un vagabundo que un señor. Con una mueca de cierto desagrado, miré a la caja de herramientas. Era todo lo que tenía junto a mi túnica, nada más, así que me tocaría ir de expedición nuevamente a por más recursos. Y estaba en un hotel, de noche. El mejor escenario posible para un ladrón. Tomé un par de herramientas de la caja y me decidí a entrar en acción.
Con pies de puntillas y el mayor de mis cuidados, atravesé la puerta. Si me asomaba por el balcón que dejaba ver el primer piso, solamente era capaz de ver varios borrachos tirados en las mesas y el suelo, asolados por un coma etílico que ya había surtido efecto hace rato. El dependiente, en cambio, había desaparecido, dejando a todos estos en soledad y a su suerte. Algo denunciable, pero no era quién para hablar de moral y leyes. Con destreza, velocidad y un destornillador, que aunque no fuera el útil más común en estos casos, logré abrir la puerta contigua tras cierto esfuerzo, y me metí dentro, cerrándola a mi paso. La presa estaba dormida, y de una forma bastante profunda, todo hay que decirlo. Con la confianza que eso me transmitía, me acerqué a la maleta, dando la espalda a la ventana que había tras de mí, mientras la abría y hurgaba. Quería ropa, y elegante.
El joven Yuu abrió las puertas de la posada y salió a la calle. Los rayos de sol impactaron contra su único glóbulo ocular visible, con lo que tuvo que cubrirse con su antebrazo para que no le molestase. Se volteó para empezar a caminar hacia un extremo de la calle, la cual no estaba precisamente demasiado transitada. El posadero no había sido muy claro con la ubicación del susodicho hotel, mas le dio la suficiente información como para que, caminando y explorando un poco, pudiese encontrarlo fácilmente. Empezó a caminar con tranquilidad, observando los edificios por los que pasaba, Al parecer aquellas callejuelas solo tenían tiendas de baratijas y de pesca, las cuales no eran de mucha utilidad al mercenario.
Sin embargo, acabó encontrando el hotel en una calle bastante amplia, justo a tres calles de la posada de la que venía. El hotel Ristobal tenía una entrada bastante peculiar. Este tenía un cartel encima del portón de madera de roble que, por lo visto, la elegancia y lujosidad que quería transmitir con unas letras caligráficas en relieve, seguramente talladas en madera, se hallaba bastante mal conservada y en un aspecto terrible. Aún así, las luces que habían alrededor del cartel mantenían viva la imagen del hotel. Lo que llegó a sorprender al joven fue el hecho de que, justo en frente de ese lugar, hubiese otro hotel con características similares al otro. Por un momento dudó del posadero, por si se había confundido de hotel, mas si lo hubiese hecho no costaría mucho preguntar en los dos sitios. En cualquier caso, Yuu no esperó más tiempo y cruzó el umbral del Ristobal.
Aquel interior aún conservaba la elegancia y el aroma a riqueza que el cartel exterior pretendía mostrar. Asientos tapizados, lámparas de araña bañadas en oro… y una recepcionista tras un mostrador justo al final de una larga alfombra roja que iba en línea recta desde la entrada. Yuu recorrió con la mirada todo el lugar pues, aún sin esperar encontrar nada, era digno de ser observado por lo bello que era todo aquello. Cuando llegó enfrente del mostrador, observó fijamente a la mujer que yacía tras el elegante mostrador.
—Buenos días, señor. ¿Desea hospedarse aquí? —dijo, con una voz muy melódica y aguda.
—Oh, me hospedaría en cualquier lugar en el que tú estuvieras —soltó el parchado, olvidándose por un segundo de lo que había ido a hacer allí—. Pero digamos que hoy no. He venido… bueno —se acercó lentamente y se apoyó sobre el mueble—. Necesito tu ayuda en una cosita. ¿Has visto a este hombre pasar por aquí? Ya sabes… si se ha hospedado o está ahora mismo aquí… —sacó la foto que le enseñó al posadero y se la enseñó a la recepcionista.
—Lo siento, señor. No podemos dar información de ningún cliente —dijo, aún ruborizada por el intento de cortejo de Yuu.
—¿Cliente? Entonces sí que se ha hospedado aquí.
—No le puedo facilitar dicha información. Lo siento muchísimo, pero son normas de nuestra empresa —seguía tajante.
—Verás… solo quiero que me digas…
—No insista, por favor… ya le he dicho que…
—Vale, lo entiendo —metió su mano en su bolsillo y sacó una pequeña bolsa. Acto seguido, la dejó encima del mostrador—. ¿Cuánto más tengo que poner para que me lo digas?
—Señor, guarde eso. No me haga avisar a…
—Mira, pequeña…si me lo dices nadie lo va a saber, ¿me entiendes? Solo necesito saber la habitación, no hace falta que me digas si está o deja de estar, si va con alguien o si ha cagado líquido esta mañana. Me da igual. Solo quiero saber su habitación. Ni tú vas a salir perjudicada ni yo me voy a ir de aquí sin hablar con él —la miró, muy serio.
—Es usted demasiado insistente —cogió la bolsa y la dejó en un cajón—. No quiero problemas, así que ya tiene lo que quería. Habitación cuarenta y dos, piso dos.
—Así me gusta… buena chica —dejó otra bolsa de monedas y se la colocó en la mano a la joven—. Y esto para que… bueno, yo no he estado aquí, ¿vale?
Sin demora alguna, subió las escaleras a paso ligero hasta el segundo piso. Los pasillos seguían teniendo ese aroma a lujo que el salón principal desprendía. La luz tenue de este daba un aura muy misteriosa, pero también facilitaba su trabajo en cierta manera. Con cuidado de no pisar muy fuerte, empezó a caminar y a observar los números de las puertas. La del objetivo se hallaba casi al final del largo corredor. Acercó lentamente la oreja a la puerta para ver si conseguía escuchar si había alguien o no. Como no percibió sonido alguno, decidió ponerse manos a la obra y abrir la puerta. Creó dos ganzúas y empezó a forzar la cerradura de aquella habitación. Sin demasiada dificultad, logró abrir la puerta. Giró con cuidado el pomo de la puerta y entró dentro, cerrando inmediatamente.
—Nadie… —echó un vistazo a la habitación— Las cortinas están abiertas y… espera —se acercó a la ventana, fijándose en la ventana del hotel de enfrente—. No puede ser. El puto crío está ahí mismo. Pero será cabr…
—Conque tú eres Blade —murmuró una voz justo detrás de él.
—Sabía que había oído algo… ¿sabías que alguien venía a por ti, verdad? —dijo, confiado.
Sin embargo, acabó encontrando el hotel en una calle bastante amplia, justo a tres calles de la posada de la que venía. El hotel Ristobal tenía una entrada bastante peculiar. Este tenía un cartel encima del portón de madera de roble que, por lo visto, la elegancia y lujosidad que quería transmitir con unas letras caligráficas en relieve, seguramente talladas en madera, se hallaba bastante mal conservada y en un aspecto terrible. Aún así, las luces que habían alrededor del cartel mantenían viva la imagen del hotel. Lo que llegó a sorprender al joven fue el hecho de que, justo en frente de ese lugar, hubiese otro hotel con características similares al otro. Por un momento dudó del posadero, por si se había confundido de hotel, mas si lo hubiese hecho no costaría mucho preguntar en los dos sitios. En cualquier caso, Yuu no esperó más tiempo y cruzó el umbral del Ristobal.
Aquel interior aún conservaba la elegancia y el aroma a riqueza que el cartel exterior pretendía mostrar. Asientos tapizados, lámparas de araña bañadas en oro… y una recepcionista tras un mostrador justo al final de una larga alfombra roja que iba en línea recta desde la entrada. Yuu recorrió con la mirada todo el lugar pues, aún sin esperar encontrar nada, era digno de ser observado por lo bello que era todo aquello. Cuando llegó enfrente del mostrador, observó fijamente a la mujer que yacía tras el elegante mostrador.
—Buenos días, señor. ¿Desea hospedarse aquí? —dijo, con una voz muy melódica y aguda.
—Oh, me hospedaría en cualquier lugar en el que tú estuvieras —soltó el parchado, olvidándose por un segundo de lo que había ido a hacer allí—. Pero digamos que hoy no. He venido… bueno —se acercó lentamente y se apoyó sobre el mueble—. Necesito tu ayuda en una cosita. ¿Has visto a este hombre pasar por aquí? Ya sabes… si se ha hospedado o está ahora mismo aquí… —sacó la foto que le enseñó al posadero y se la enseñó a la recepcionista.
—Lo siento, señor. No podemos dar información de ningún cliente —dijo, aún ruborizada por el intento de cortejo de Yuu.
—¿Cliente? Entonces sí que se ha hospedado aquí.
—No le puedo facilitar dicha información. Lo siento muchísimo, pero son normas de nuestra empresa —seguía tajante.
—Verás… solo quiero que me digas…
—No insista, por favor… ya le he dicho que…
—Vale, lo entiendo —metió su mano en su bolsillo y sacó una pequeña bolsa. Acto seguido, la dejó encima del mostrador—. ¿Cuánto más tengo que poner para que me lo digas?
—Señor, guarde eso. No me haga avisar a…
—Mira, pequeña…si me lo dices nadie lo va a saber, ¿me entiendes? Solo necesito saber la habitación, no hace falta que me digas si está o deja de estar, si va con alguien o si ha cagado líquido esta mañana. Me da igual. Solo quiero saber su habitación. Ni tú vas a salir perjudicada ni yo me voy a ir de aquí sin hablar con él —la miró, muy serio.
—Es usted demasiado insistente —cogió la bolsa y la dejó en un cajón—. No quiero problemas, así que ya tiene lo que quería. Habitación cuarenta y dos, piso dos.
—Así me gusta… buena chica —dejó otra bolsa de monedas y se la colocó en la mano a la joven—. Y esto para que… bueno, yo no he estado aquí, ¿vale?
Sin demora alguna, subió las escaleras a paso ligero hasta el segundo piso. Los pasillos seguían teniendo ese aroma a lujo que el salón principal desprendía. La luz tenue de este daba un aura muy misteriosa, pero también facilitaba su trabajo en cierta manera. Con cuidado de no pisar muy fuerte, empezó a caminar y a observar los números de las puertas. La del objetivo se hallaba casi al final del largo corredor. Acercó lentamente la oreja a la puerta para ver si conseguía escuchar si había alguien o no. Como no percibió sonido alguno, decidió ponerse manos a la obra y abrir la puerta. Creó dos ganzúas y empezó a forzar la cerradura de aquella habitación. Sin demasiada dificultad, logró abrir la puerta. Giró con cuidado el pomo de la puerta y entró dentro, cerrando inmediatamente.
—Nadie… —echó un vistazo a la habitación— Las cortinas están abiertas y… espera —se acercó a la ventana, fijándose en la ventana del hotel de enfrente—. No puede ser. El puto crío está ahí mismo. Pero será cabr…
—Conque tú eres Blade —murmuró una voz justo detrás de él.
—Sabía que había oído algo… ¿sabías que alguien venía a por ti, verdad? —dijo, confiado.
Lance Kashan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Nada… Nada… Iba tomando, una por una, cada prenda de ropa y posesión que había dentro de aquella la maleta, la alzaba para tener una vista clara de esta y la apartaba en caso de que no me interesase. Allí había vaqueros, camisetas, sudaderas, alguna que otra chaqueta, pero nada que realmente llamase mi atención. Quizás mi listón estaba muy alto para lo que había estado pasando durante el día, pero, al ver la cara del señor que ahora ocupaba la cama, pensé que sus vestimentas serían un poco más…, de mi agrado, supongo. Aunque debía admitir que un lugar como este, un hotel baratucho, no era para nada un sitio para encontrar ricachones, así que yo era el que estaba pecando de ingenuo más que cualquier otra cosa. Terminé de examinar uno de los bolsillos, y, con un veloz movimiento de muñeca, abrí el secundario y más pequeño, más por curiosidad y ganas de no dejar nada por investigar que por esperanza de encontrar algo. Nada más escuchar como la cremallera se deslizaba, otro ruido amenazó con sonar: una pistola oscura se estaba deslizando por la tela del equipaje e iba a caerse cuando, con unos reflejos que me impresionaron hasta a mí, la tomé como quien coge una botella. Era pesada y muy densa… Nunca había tenido una en mi poder, no por no haber tenido posibilidades, sino porque no había contemplado la necesidad de poseerla ya que con los poderes de la fruta me creía capaz de afrontar cualquier reto, pero quizás era el momento de cambiar esa mentalidad. Con un suspiro de alivio, me erguí. Había obrado un milagro para mí mismo, ya que, de no ser por mis rápidos movimientos, aquella arma hubiera golpeado contra el suelo y a lo mejor hubiera sido suficiente como para despertar a la bella durmiente, y nadie quería eso.
Había terminado consiguiendo una recompensa ciertamente inesperada y para nada barata, pero el plan inicial estaba lejos de cumplirse. Tomando mis herramientas nuevamente y dejando la pistola dentro de la caja que había comprado ese mismo día, cerré la puerta de la habitación y me centré en el resto de puertas que no había saqueado aún. Una por una, las fui abriendo y entrando, solo para ver que aquella persona que ocupaba la cama, si la había, no era nadie que hiciese gala de ningún tipo de riquezas. Parecía un hotel para vagabundos más que cualquier otra cosa y, si pensábamos acerca de cuánto me había costado la noche aquí, la teoría comenzaba a ganar fuerza. Entonces, visto lo visto, este hotel no era el apropiado para llevar a cabo un robo, porque no había nada para robar en primera instancia. Quizás tenía una mejor suerte si probaba con las habitaciones de la primera planta, pero abrir y atravesar puertas ajenas rodeado de gente borracha cuyas acciones estaban condenadas por la aleatoriedad no entraba en mi lista de planes del día. Demasiado riesgo para un traje o un par de zapatos, creo yo.
Cuando había decidido irme a dormir nuevamente y aprovechar el resto de la noche descansando, todo para tener más energías mañana, una bombilla en mi cabeza se encendió. Una bombilla que daba una luz tenue y casi oscura, y una bombilla que quizás hubiera sido mejor que hubiera estado fundida desde el primer instante, ya que mis ideas nunca solían traer buenos desenlaces. Aun así, algo desesperado y, para qué mentir, adormilado, me acerqué a mi habitación y dejé todas mis posesiones, exceptuando ropa, dentro de la caja de herramientas. La tomé del asa y me asomé a la ventana de mi habitación, abriéndola lo más posible y tratando de buscar gente que paseara en la calle que estaba debajo. No estaba vacía, pero poco le faltaba, y ese poco era lo que me iba a hacer esperar un poco de tiempo. Tenía planeado generar una línea de tensión desde mi cuerpo, más exactamente mi brazo, hasta la ventana de enfrente. Si daba la coincidencia de estar ocupada, cosa que parecía poco probable por el precio que debían tener aquellas habitaciones, ya me encargaría de reaccionar con velocidad y callar las voces que pudieran delatarme. Y bueno, si daba la casualidad de que tuviera suerte por una vez en todo el día y la sala estaba vacía, podría comenzar a trabajar en unas cotas de riqueza bastante más altas que en este hotel de mala muerte.
En cuanto fui incapaz de ver a nadie que pudiera servir de testigo, generé una red eléctrica que, aunque un poco ruidosa, tampoco era lo suficientemente destacable como para llamar atenciones indeseadas. Con un poco de puntería, aquella línea de energía logró conectarse a la bisagra de la ventana de enfrente y, con prisa para no perder el contacto, transformé mi cuerpo y aquel objeto que estaba tocando en electricidad para poder recorrerla y transportarme a mi destino. Por suerte, terminé deslizándome adentro del hotel, más exactamente a una habitación de un tamaño demencial en comparación a la que provenía. Además, la decoración no servía para agradar a la vista, sino más bien para hacer alarde de un nivel económico elevado, aunque quizás eso era lo buscaban los clientes del lugar: dormir entre riquezas que le recordasen que eran ricos. Era hasta posible que fuera lo suficientemente espaciosa para que pudiéramos vivir nosotros tres allí sin sentirnos demasiado apretad--- ¿Nosotros tres…? Apretando los dientes, me di cuenta de que había otras dos personas en la habitación, además de pie, que se estaban mirando fijamente y los cuales no se notaban demasiado cómodos con la situación. No por mí, sino entre ellos. Y encima uno de ellos, el más cercano a mí, era el chaval de pelo azul con el que había tenido un encontronazo horas atrás. ¿¡Me tenía que tocar toda la puta mala suerte del mundo hoy, o es que simplemente debería haberme quedado durmiendo y ya!?
Había terminado consiguiendo una recompensa ciertamente inesperada y para nada barata, pero el plan inicial estaba lejos de cumplirse. Tomando mis herramientas nuevamente y dejando la pistola dentro de la caja que había comprado ese mismo día, cerré la puerta de la habitación y me centré en el resto de puertas que no había saqueado aún. Una por una, las fui abriendo y entrando, solo para ver que aquella persona que ocupaba la cama, si la había, no era nadie que hiciese gala de ningún tipo de riquezas. Parecía un hotel para vagabundos más que cualquier otra cosa y, si pensábamos acerca de cuánto me había costado la noche aquí, la teoría comenzaba a ganar fuerza. Entonces, visto lo visto, este hotel no era el apropiado para llevar a cabo un robo, porque no había nada para robar en primera instancia. Quizás tenía una mejor suerte si probaba con las habitaciones de la primera planta, pero abrir y atravesar puertas ajenas rodeado de gente borracha cuyas acciones estaban condenadas por la aleatoriedad no entraba en mi lista de planes del día. Demasiado riesgo para un traje o un par de zapatos, creo yo.
Cuando había decidido irme a dormir nuevamente y aprovechar el resto de la noche descansando, todo para tener más energías mañana, una bombilla en mi cabeza se encendió. Una bombilla que daba una luz tenue y casi oscura, y una bombilla que quizás hubiera sido mejor que hubiera estado fundida desde el primer instante, ya que mis ideas nunca solían traer buenos desenlaces. Aun así, algo desesperado y, para qué mentir, adormilado, me acerqué a mi habitación y dejé todas mis posesiones, exceptuando ropa, dentro de la caja de herramientas. La tomé del asa y me asomé a la ventana de mi habitación, abriéndola lo más posible y tratando de buscar gente que paseara en la calle que estaba debajo. No estaba vacía, pero poco le faltaba, y ese poco era lo que me iba a hacer esperar un poco de tiempo. Tenía planeado generar una línea de tensión desde mi cuerpo, más exactamente mi brazo, hasta la ventana de enfrente. Si daba la coincidencia de estar ocupada, cosa que parecía poco probable por el precio que debían tener aquellas habitaciones, ya me encargaría de reaccionar con velocidad y callar las voces que pudieran delatarme. Y bueno, si daba la casualidad de que tuviera suerte por una vez en todo el día y la sala estaba vacía, podría comenzar a trabajar en unas cotas de riqueza bastante más altas que en este hotel de mala muerte.
En cuanto fui incapaz de ver a nadie que pudiera servir de testigo, generé una red eléctrica que, aunque un poco ruidosa, tampoco era lo suficientemente destacable como para llamar atenciones indeseadas. Con un poco de puntería, aquella línea de energía logró conectarse a la bisagra de la ventana de enfrente y, con prisa para no perder el contacto, transformé mi cuerpo y aquel objeto que estaba tocando en electricidad para poder recorrerla y transportarme a mi destino. Por suerte, terminé deslizándome adentro del hotel, más exactamente a una habitación de un tamaño demencial en comparación a la que provenía. Además, la decoración no servía para agradar a la vista, sino más bien para hacer alarde de un nivel económico elevado, aunque quizás eso era lo buscaban los clientes del lugar: dormir entre riquezas que le recordasen que eran ricos. Era hasta posible que fuera lo suficientemente espaciosa para que pudiéramos vivir nosotros tres allí sin sentirnos demasiado apretad--- ¿Nosotros tres…? Apretando los dientes, me di cuenta de que había otras dos personas en la habitación, además de pie, que se estaban mirando fijamente y los cuales no se notaban demasiado cómodos con la situación. No por mí, sino entre ellos. Y encima uno de ellos, el más cercano a mí, era el chaval de pelo azul con el que había tenido un encontronazo horas atrás. ¿¡Me tenía que tocar toda la puta mala suerte del mundo hoy, o es que simplemente debería haberme quedado durmiendo y ya!?
- Spoilah:
- Tómate las explicaciones que gustes, y que sepas que Lance entra a la sala un rato después de que tú hayas comenzado la interacción con el otro hombre.
El pelinegro dibujó una sonrisa satisfactoria en su rostro. Su objetivo había caído en las redes del criminal y, pese a ello, parecía totalmente tranquilo. Podría haber seguido escondido en las sombras y no haber delatado su presencia… aún así no lo hizo. ¿Tan seguro estaba de sus posibilidades?
—Qué bien que aparezcas tan pronto… la verdad es que me acabas de ahorrar un trabajo inmenso, ¿sabes?
—Oh, espera… creo que te confundes de persona. No soy quién buscas.
Yuu se mostró algo desconcertado ante lo que estaba oyendo. Entrecerró los ojos y alzó una ceja, para luego voltearse y comprobar qué era lo que estaba ocurriendo. Lo que vio, o más bien a quien vio, no coincidía en absoluto con lo que había leído en el informe ni con las fotos que había visto de su objetivo: en efecto, este sujeto que se postraba delante de él no era al que estaba buscando. No obstante, conocía al mercenario.
—La puerta está cerrada. Tú ya estabas aquí antes de que yo entrase, ¿verdad? —lo miró de arriba a abajo. Era un joven de unos veinte años, vestido con un traje negro ajustado, con botones y corbata de color rojo apagado. Llevaba una fedora con una cinta roja a su alrededor, como si fuera un mafioso tradicional— Bonito sombrero, por cierto.
—Sí, estaba. Aunque… parece que tus sentidos no están del todo perfeccionados. Estaba esperándote dentro del armario y bueno, no era mi intención esconderme pero quería darte una pequeña sorpresa. Y gracias por lo del sombrero.
—Bueno, pues me la has dado. No sé quién coño eres, chaval… y deberías de cantarlo cuando antes porque hoy no es precisamente el mejor día para tocarme los cojones.
—Faltaría más. Verás, soy solo un simple mensajero. Mi contacto, o para tu mejor comprensión, tu objetivo, sabe que alguien va tras él. Y bueno, como siempre suele hacer, quiere deshacerse de sus perseguidores.
—Entonces, ¿la presa ha enviado un cazador para pillar al depredador? Joder, esperaba más de un tipo así.
—No exactamente. Al menos no tendré que cazarte si colaboras con lo que te voy a decir.
—Soy todo oídos. Solo espero que lo que me cuentes me sea factible y no tengas que matarme, porque eso sería un problema. Sobre todo para ti.
—Baja los humos, Blade. Verás… mi contacto te propone un trato. Tú dejas de seguirle la pista… y él, a cambio, te ofrecerá cualquier cosa que le pidas. Es un hombre con contactos, digamos que podría darte lo que exactamente necesitas.
—¿Y quién coño me asegura que me va a dar lo que quiero? ¿Y si ni siquiera puede darme ni la mitad de lo que mi cliente me va a dar si me lo cargo?
—Yo te lo aseguro, Blade. Somos los dos hombres de negocios, deberías fiarte de lo que te digo. La única garantía que puedo poner es hablar con mi contacto.
—Por ser un jodido hombre de negocios es por lo que no me fío de ti, y ni siquiera sé quién coño eres aún. Pero si me dejas hablar con el tipo que voy a matar, adelante, quiero hablar con él. ¿Dónde coño está?
—Aquí —procedió a sacar un dispositivo caracol de esos tan bonitos que utilizaba la gente para comunicarse.
Tras esto, Yuu escuchó un ruido a escasos pasos de su posición. Al voltearse hacia el origen, arqueó una ceja al ver que una persona acababa de aparecer de la nada junto a ellos. Miró al sujeto con el cual se hallaba hablando y luego volvió a mirar al invitado.
—¿Es este? —lo señaló con el dedo.
—Pues… no. Y de hecho… no sé cómo ha entrado este crío. La puerta estaba cerrada.
—Oye, esto… tío, aclaramos lo de tu contacto en un segundo, ¿vale? —empezó a mirar detenidamente al chico que acaba de entrar. Con una mano en la empuñadura de su espada, hincó la rodilla para verlo más de cerca. Con su siniestra lo intentó agarrar del cabello para alzar su rostro y verlo mejor— Parece que no has tenido mucha suerte, ¿eh, chaval? ¿Has vuelto para acabar lo empezaste o cómo va la cosa?
—¿Lo conoces? —preguntó el otro hombre.
—Cállate, joder. Déjame hablar con el crío, tengo asuntos pendientes con él.
—Qué bien que aparezcas tan pronto… la verdad es que me acabas de ahorrar un trabajo inmenso, ¿sabes?
—Oh, espera… creo que te confundes de persona. No soy quién buscas.
Yuu se mostró algo desconcertado ante lo que estaba oyendo. Entrecerró los ojos y alzó una ceja, para luego voltearse y comprobar qué era lo que estaba ocurriendo. Lo que vio, o más bien a quien vio, no coincidía en absoluto con lo que había leído en el informe ni con las fotos que había visto de su objetivo: en efecto, este sujeto que se postraba delante de él no era al que estaba buscando. No obstante, conocía al mercenario.
—La puerta está cerrada. Tú ya estabas aquí antes de que yo entrase, ¿verdad? —lo miró de arriba a abajo. Era un joven de unos veinte años, vestido con un traje negro ajustado, con botones y corbata de color rojo apagado. Llevaba una fedora con una cinta roja a su alrededor, como si fuera un mafioso tradicional— Bonito sombrero, por cierto.
—Sí, estaba. Aunque… parece que tus sentidos no están del todo perfeccionados. Estaba esperándote dentro del armario y bueno, no era mi intención esconderme pero quería darte una pequeña sorpresa. Y gracias por lo del sombrero.
—Bueno, pues me la has dado. No sé quién coño eres, chaval… y deberías de cantarlo cuando antes porque hoy no es precisamente el mejor día para tocarme los cojones.
—Faltaría más. Verás, soy solo un simple mensajero. Mi contacto, o para tu mejor comprensión, tu objetivo, sabe que alguien va tras él. Y bueno, como siempre suele hacer, quiere deshacerse de sus perseguidores.
—Entonces, ¿la presa ha enviado un cazador para pillar al depredador? Joder, esperaba más de un tipo así.
—No exactamente. Al menos no tendré que cazarte si colaboras con lo que te voy a decir.
—Soy todo oídos. Solo espero que lo que me cuentes me sea factible y no tengas que matarme, porque eso sería un problema. Sobre todo para ti.
—Baja los humos, Blade. Verás… mi contacto te propone un trato. Tú dejas de seguirle la pista… y él, a cambio, te ofrecerá cualquier cosa que le pidas. Es un hombre con contactos, digamos que podría darte lo que exactamente necesitas.
—¿Y quién coño me asegura que me va a dar lo que quiero? ¿Y si ni siquiera puede darme ni la mitad de lo que mi cliente me va a dar si me lo cargo?
—Yo te lo aseguro, Blade. Somos los dos hombres de negocios, deberías fiarte de lo que te digo. La única garantía que puedo poner es hablar con mi contacto.
—Por ser un jodido hombre de negocios es por lo que no me fío de ti, y ni siquiera sé quién coño eres aún. Pero si me dejas hablar con el tipo que voy a matar, adelante, quiero hablar con él. ¿Dónde coño está?
—Aquí —procedió a sacar un dispositivo caracol de esos tan bonitos que utilizaba la gente para comunicarse.
Tras esto, Yuu escuchó un ruido a escasos pasos de su posición. Al voltearse hacia el origen, arqueó una ceja al ver que una persona acababa de aparecer de la nada junto a ellos. Miró al sujeto con el cual se hallaba hablando y luego volvió a mirar al invitado.
—¿Es este? —lo señaló con el dedo.
—Pues… no. Y de hecho… no sé cómo ha entrado este crío. La puerta estaba cerrada.
—Oye, esto… tío, aclaramos lo de tu contacto en un segundo, ¿vale? —empezó a mirar detenidamente al chico que acaba de entrar. Con una mano en la empuñadura de su espada, hincó la rodilla para verlo más de cerca. Con su siniestra lo intentó agarrar del cabello para alzar su rostro y verlo mejor— Parece que no has tenido mucha suerte, ¿eh, chaval? ¿Has vuelto para acabar lo empezaste o cómo va la cosa?
—¿Lo conoces? —preguntó el otro hombre.
—Cállate, joder. Déjame hablar con el crío, tengo asuntos pendientes con él.
Lance Kashan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Quizás era el miedo el que me congelaba. O no. A lo mejor simplemente era que estaba lo suficientemente cansado como para sufrir un ataque de imprudencia y no sentir un terror real a pesar de la situación que me rodeaba: alguien que había atentado con asesinarme hacía poco estaba acercándose con toda la tranquilidad del mundo. Pero mi mente no me daba la orden de correr o comenzar a gritar a la vez que lanzaba ataques por doquier buscando una escapatoria, sino que los pensamientos fluían con tranquilidad, y mi cuerpo no hacía más que acatar las órdenes.
Eran dos personas en la habitación, ambos trajeados de la misma forma que yo pero con cuerpos más esbeltos, y, sin necesidad de tratar de leer su aura o probarles era más que capaz de conocer su nivel de fuerza. No había duda en que, con casi toda seguridad, cualquiera de los dos mafiosos cutres no tendrían problema alguno en convertirme en comida para pájaros, y la idea no me terminaba de convencer. Por temas de velocidad tampoco creo que fuera mucho mejor, ya que no me consideraba un virtuoso de la carrera; era rápido pero hasta ahí. Con los poderes que había demostrado el peliazul en la anterior pelea no encontraría difícil pararme por mitad de la calle con una de sus paredes. Y, aunque lograse huir, el estruendo llamaría la atención de la Marine o de cualquier otra fuerza armada pertinente, y solo estaría pasando de huir de un parcheado a escapar de un grupo de uniformados que además me podían convertir en una persona buscada. Además, la caja de herramientas, la cual no me convencía dejar allí tirada, iba a servir de peso muerto y me retrasaría en la huida. Porque esconderse o camuflarse no era una opción, debía admitir que con mi aspecto actual no era alguien muy normal que digamos.
Decidido por completo a permanecer allí, lo más a la defensiva posible pero sin llegar a parecer agresivo para no despertar sospechas en los contrarios, me dejé hacer. No era para nada algo agradable el ser toqueteado o que gente, además desconocida, posasen sus manos sobre mi cuerpo, pero tocaba hacer un sacrificio en pos de, bueno, digamos que mi vida. La mano zurda del hombre se posó en mi cabello un momento, para luego apretar el puño y agarrar con fuerza de este y tirar hacia atrás. Impidiendo que mi cuerpo se transformase en electricidad por su propia decisión para no cabrear aún más al señor, mi mentón se vio forzado a alzarse y, mi flequillo, por la propia inercia, se hizo a un lado y dejó ver mis ojos, hecho que rara vez sucedía. De un color dorado, incluso brillantes como los de un animal nocturno, mis dos pupilas se estaban centrando en las ajenas, en una mirada que contenía un aire desafiante y malhumorado por igual, algo que era totalmente incapaz de disimular aún si mi mente no paraba de pedirme lo contrario.
Sin gesticular de ninguna de las formas, ni de forma feliz ni de forma triste, seguí mirando fijamente a aquella persona, mientras no dejaba de lado al otro acompañante de la habitación. Claro que me preocupaba por lo que pudiera tratar de hacerme el peliazul, pero sería propio de un inepto y un necio el ignorar a otra de las personas que, aunque no parecía amigo suyo, sí estaba demostrando cierta cordialidad o un mínimo de cooperación. No se llevaban bien, pero sí parecían estar llevando a cabo algo en común o negociando, aun cuando el tipo que ahora mismo me estaba sujetando parecía alguien con quien iba a ser imposible razonar en la mayoría de ocasiones. No tenía un temple muy frío que digamos, o al menos era eso lo que me había demostrado.
Bajando la mano portadora de la caja de herramientas a una velocidad normal, con el objetivo de dejarla en el suelo de una vez pero sin hacer un estruendo lo suficientemente ruidoso como para despertar a los vecinos de habitación, comencé a levantar la mano que tenía libre. Su meta no era interactuar con la otra persona, sino más bien quedarse en el aire con la palma abierta, tal y como lo haría un ladrón que acababan de capturar y, si tenía tiempo para ello, haría lo mismo con la otra, tratando de dejar entrever que no era una amenaza ni que enfrentarme a ellos estaba entre mis planes. Si en cualquier caso decidía que sí lo era y actuaba en consecuencia, golpeándome con la espada que sujetaba su mano derecha, aprovecharía cualquier momento de duda o su propia falta de autocontrol para convertirme en electricidad y esquivarla a la vez que huiría al otro lado de la habitación, ya que la calle era demasiado ancha y abierta como para huir sin llamar la atención.
Eran dos personas en la habitación, ambos trajeados de la misma forma que yo pero con cuerpos más esbeltos, y, sin necesidad de tratar de leer su aura o probarles era más que capaz de conocer su nivel de fuerza. No había duda en que, con casi toda seguridad, cualquiera de los dos mafiosos cutres no tendrían problema alguno en convertirme en comida para pájaros, y la idea no me terminaba de convencer. Por temas de velocidad tampoco creo que fuera mucho mejor, ya que no me consideraba un virtuoso de la carrera; era rápido pero hasta ahí. Con los poderes que había demostrado el peliazul en la anterior pelea no encontraría difícil pararme por mitad de la calle con una de sus paredes. Y, aunque lograse huir, el estruendo llamaría la atención de la Marine o de cualquier otra fuerza armada pertinente, y solo estaría pasando de huir de un parcheado a escapar de un grupo de uniformados que además me podían convertir en una persona buscada. Además, la caja de herramientas, la cual no me convencía dejar allí tirada, iba a servir de peso muerto y me retrasaría en la huida. Porque esconderse o camuflarse no era una opción, debía admitir que con mi aspecto actual no era alguien muy normal que digamos.
Decidido por completo a permanecer allí, lo más a la defensiva posible pero sin llegar a parecer agresivo para no despertar sospechas en los contrarios, me dejé hacer. No era para nada algo agradable el ser toqueteado o que gente, además desconocida, posasen sus manos sobre mi cuerpo, pero tocaba hacer un sacrificio en pos de, bueno, digamos que mi vida. La mano zurda del hombre se posó en mi cabello un momento, para luego apretar el puño y agarrar con fuerza de este y tirar hacia atrás. Impidiendo que mi cuerpo se transformase en electricidad por su propia decisión para no cabrear aún más al señor, mi mentón se vio forzado a alzarse y, mi flequillo, por la propia inercia, se hizo a un lado y dejó ver mis ojos, hecho que rara vez sucedía. De un color dorado, incluso brillantes como los de un animal nocturno, mis dos pupilas se estaban centrando en las ajenas, en una mirada que contenía un aire desafiante y malhumorado por igual, algo que era totalmente incapaz de disimular aún si mi mente no paraba de pedirme lo contrario.
Sin gesticular de ninguna de las formas, ni de forma feliz ni de forma triste, seguí mirando fijamente a aquella persona, mientras no dejaba de lado al otro acompañante de la habitación. Claro que me preocupaba por lo que pudiera tratar de hacerme el peliazul, pero sería propio de un inepto y un necio el ignorar a otra de las personas que, aunque no parecía amigo suyo, sí estaba demostrando cierta cordialidad o un mínimo de cooperación. No se llevaban bien, pero sí parecían estar llevando a cabo algo en común o negociando, aun cuando el tipo que ahora mismo me estaba sujetando parecía alguien con quien iba a ser imposible razonar en la mayoría de ocasiones. No tenía un temple muy frío que digamos, o al menos era eso lo que me había demostrado.
Bajando la mano portadora de la caja de herramientas a una velocidad normal, con el objetivo de dejarla en el suelo de una vez pero sin hacer un estruendo lo suficientemente ruidoso como para despertar a los vecinos de habitación, comencé a levantar la mano que tenía libre. Su meta no era interactuar con la otra persona, sino más bien quedarse en el aire con la palma abierta, tal y como lo haría un ladrón que acababan de capturar y, si tenía tiempo para ello, haría lo mismo con la otra, tratando de dejar entrever que no era una amenaza ni que enfrentarme a ellos estaba entre mis planes. Si en cualquier caso decidía que sí lo era y actuaba en consecuencia, golpeándome con la espada que sujetaba su mano derecha, aprovecharía cualquier momento de duda o su propia falta de autocontrol para convertirme en electricidad y esquivarla a la vez que huiría al otro lado de la habitación, ya que la calle era demasiado ancha y abierta como para huir sin llamar la atención.
Contenido patrocinado
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.