Katharina von Steinhell
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Katharina estaba demasiado hambrienta como para seguir trabajando en sus escritos, por lo que no tuvo más remedio que levantarse y dirigirse a la cocina. Giró la perilla de la puerta con suavidad y, tras atravesar el umbral de la puerta, se encontró en el pasillo. Si bien aún no conocía todas las instalaciones del barco, sabía de memoria el camino a la cocina. No importaba dónde se encontrase, sabía perfectamente cómo llegar a la nevera. Mientras caminaba, en su cabeza apareció la imagen de una jugosa y humeante hamburguesa de carne. El estómago de la bruja rugió como un dragón aprisionado y enseguida la boca se le llenó de saliva. Cuando llegó a la cocina, la cual era un espacio lo suficientemente grande como para que cupiera Marc, se llevó una gran decepción: las hamburguesas habían desaparecido. Estaba segura de haber comprado un montón de esas de fácil preparación —un poco de aceite en la sartén y listo—, pero no quedaba ninguna.
—Esto no es bueno… —susurró para sí misma.
Una vez había ido a un restaurante y vio a un hombre preparar hamburguesas, es decir, las hacía él mismo. Solo necesitaba un poco de harina, huevo y carne molida. Nada más; bastante sencillo, ¿verdad? Katharina buscó en la despensa cualquier ingrediente que le ayudase con su misión y enseguida comenzó a imitar los movimientos que vio en el cocinero. Usó sus habilidades de espadachina para picar la carne y luego, con huevo y harina, hizo una esfera. No parecía demasiado apetitosa, pero aún no estaba lista. «Probaré solo con una», pensó y enseguida la metió al horno. La bruja esperó y esperó, y cuando creyó que la hamburguesa estaba lista la sacó. Lamentablemente no tenía el mismo aspecto que había imaginado, de hecho, no era jugosa ni humeaba.
—La apariencia no lo es todo —intentó convencerse a sí misma. Cogió un cuchillo, cortó la masa de carne y, con ayuda de palillos, se echó el trozo a la boca. Su rostro se volvió verde y pareció retorcerse sobre sí; enseguida, Katharina vomitó lo que había cocinado—. ¡Qué asco! ¡Puaj!
Podía comer cualquier cosa para saciar su apetito, pero ¿qué haría con su antojo de hamburguesas? Frustrada, golpeó la mesa de madera y los utensilios quedaron suspendidos en el aire por un segundo para luego caer con violencia. Podía pedirle ayuda a cualquiera de sus compañeros, pero no lo haría. No era de las personas que pedían ayuda a los demás; solucionaría su problema por sí sola. Podía salir del barco y buscar una tienda en Samirn y comprar hamburguesas, sin embargo, sus habilidades en la cocina eran tan malas que no le sorprendería terminar incendiando la cocina. Suspiró derrotada y se resignó a comer cualquier cosa, pero, de pronto, la puerta se abrió.
—Esto no es bueno… —susurró para sí misma.
Una vez había ido a un restaurante y vio a un hombre preparar hamburguesas, es decir, las hacía él mismo. Solo necesitaba un poco de harina, huevo y carne molida. Nada más; bastante sencillo, ¿verdad? Katharina buscó en la despensa cualquier ingrediente que le ayudase con su misión y enseguida comenzó a imitar los movimientos que vio en el cocinero. Usó sus habilidades de espadachina para picar la carne y luego, con huevo y harina, hizo una esfera. No parecía demasiado apetitosa, pero aún no estaba lista. «Probaré solo con una», pensó y enseguida la metió al horno. La bruja esperó y esperó, y cuando creyó que la hamburguesa estaba lista la sacó. Lamentablemente no tenía el mismo aspecto que había imaginado, de hecho, no era jugosa ni humeaba.
—La apariencia no lo es todo —intentó convencerse a sí misma. Cogió un cuchillo, cortó la masa de carne y, con ayuda de palillos, se echó el trozo a la boca. Su rostro se volvió verde y pareció retorcerse sobre sí; enseguida, Katharina vomitó lo que había cocinado—. ¡Qué asco! ¡Puaj!
Podía comer cualquier cosa para saciar su apetito, pero ¿qué haría con su antojo de hamburguesas? Frustrada, golpeó la mesa de madera y los utensilios quedaron suspendidos en el aire por un segundo para luego caer con violencia. Podía pedirle ayuda a cualquiera de sus compañeros, pero no lo haría. No era de las personas que pedían ayuda a los demás; solucionaría su problema por sí sola. Podía salir del barco y buscar una tienda en Samirn y comprar hamburguesas, sin embargo, sus habilidades en la cocina eran tan malas que no le sorprendería terminar incendiando la cocina. Suspiró derrotada y se resignó a comer cualquier cosa, pero, de pronto, la puerta se abrió.
Nailah
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Nailah se encontraba en su camarote, leyendo una carta de Yanara, su madrastra. La vil mujer no paraba de enviarle misivas pidiéndole ayuda para que regresase a Arabasta, puesto que su padre se encontraba muy enfermo. A veces, la pirata se arrepentía de no hacer caso y temía por la vida de su padre, pero por otro lado, este la había abandonado como si fuera un perro a miles de kilómetros de casa. ¿Por qué querrían retomar el contacto con ella? Pensó frotándose la barbilla, algo tramaban. No era la primera vez que le pedían abandonar el mundo criminal para darle una nueva oportunidad en la familia Evezyan.
Nailah guardó las cartas en el cajón de la mesilla de su camarote. No le gustaba que husmeasen en los documentos que allí guardaba, pues eran muy personales y a la pirata no le gustaba hablar de su vida personal. Abandonó el camarote, con las manos en los bolsillos y avanzó por el largo pasillo hasta la cubierta; sin embargo, un raro olor la hizo detenerse. Provenía de la cocina. ¿Estaría Marc cocinando? Eso era raro, la comida del gigantón siempre olía muy bien a pesar de que llevara tanto queso.
La pirata abrió la puerta de golpe y se encontró a Katharina sentada, con una rara comida en las manos. ¿Eso era una hamburguesa? Nailah se cruzó de brazos y sonrió, apoyándose en el marco de la puerta.
-No sabía que la brujilla pudiese cocinar -comentó con sorna -. ¿Eso es un intento de hamburguesa? Creo que hay venenos menos dañinos que ese amasijo de carne.
La pirata se acercó hasta la mesa y miró hacia los muebles, luego en la nevera. ¿Cómo había preparado una hamburguesa si no tenían los ingredientes necesarios? Luego se sentó junto a ella, cruzándose de piernas.
-¿Sigues con ganas de hamburguesa? Porque nos han dejado solas en el barco y sin comida. Alguien se ha encargado de vaciar la nevera - rio -. Deberíamos ir a algún local de Samirn a comprar los ingredientes. ¿Me acompañas? Así te los memorizas para la próxima vez.
Los Arashi habían ido a visitar a cierta persona, mientras que Katharina y Nailah se habían quedado solas en el barco. La muchacha no sabía orientarse bien por Samirn, así que si la acompañaba la pirata quizás terminaran antes con las compras y regresaran pronto al barco. Las manos de la morena eran hábiles en la cocina y sus platos solían gustar a todos, era algo de lo que le encantaba presumir. La espadachina se levantó de la mesa y le tendió la mano a la brujilla, para ver si aceptaba.
Nailah guardó las cartas en el cajón de la mesilla de su camarote. No le gustaba que husmeasen en los documentos que allí guardaba, pues eran muy personales y a la pirata no le gustaba hablar de su vida personal. Abandonó el camarote, con las manos en los bolsillos y avanzó por el largo pasillo hasta la cubierta; sin embargo, un raro olor la hizo detenerse. Provenía de la cocina. ¿Estaría Marc cocinando? Eso era raro, la comida del gigantón siempre olía muy bien a pesar de que llevara tanto queso.
La pirata abrió la puerta de golpe y se encontró a Katharina sentada, con una rara comida en las manos. ¿Eso era una hamburguesa? Nailah se cruzó de brazos y sonrió, apoyándose en el marco de la puerta.
-No sabía que la brujilla pudiese cocinar -comentó con sorna -. ¿Eso es un intento de hamburguesa? Creo que hay venenos menos dañinos que ese amasijo de carne.
La pirata se acercó hasta la mesa y miró hacia los muebles, luego en la nevera. ¿Cómo había preparado una hamburguesa si no tenían los ingredientes necesarios? Luego se sentó junto a ella, cruzándose de piernas.
-¿Sigues con ganas de hamburguesa? Porque nos han dejado solas en el barco y sin comida. Alguien se ha encargado de vaciar la nevera - rio -. Deberíamos ir a algún local de Samirn a comprar los ingredientes. ¿Me acompañas? Así te los memorizas para la próxima vez.
Los Arashi habían ido a visitar a cierta persona, mientras que Katharina y Nailah se habían quedado solas en el barco. La muchacha no sabía orientarse bien por Samirn, así que si la acompañaba la pirata quizás terminaran antes con las compras y regresaran pronto al barco. Las manos de la morena eran hábiles en la cocina y sus platos solían gustar a todos, era algo de lo que le encantaba presumir. La espadachina se levantó de la mesa y le tendió la mano a la brujilla, para ver si aceptaba.
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Sintió una profunda vergüenza cuando, tras la puerta, apareció la morena de nombre Nailah. Jamás había hablado con ella y que se diera cuenta de que Katharina era pésima en la cocina no hacía que le dieran muchas ganas de conversarle. No se acordaba de cuándo había llegado a la tripulación, tal vez antes o después de la bruja, pero se había adaptado mucho más rápidp y tenía una buena relación con todos. En cambio, Katharina apenas hablaba con Therax y Zane, tenía una horrible relación con el gyojin y pasaba de todos los demás, incluso de Spanner, quien era una especie de mano derecha. No le interesaban las fiestas ni hacer amigos, al menos eso se repetía cada vez que algún tripulante de la banda intentaba convencerle de beber una o dos cervezas. Una vez había bebido, cuando aún era marine. Había pasado un buen tiempo desde entonces, tanto que ya el ex shichibukai, Uchiha Madara, no era más que un recuerdo.
Las palabras de la morena despertaron un comportamiento infantil en Katharina, quien se cruzó de brazos y volteó la mirada para otro lado.
—Nunca aprendí a cocinar. En casa hacían todo por mí, ¿por qué iba a querer cocinar cuando podía estudiar o estar jugando? —respondió recordando los viejos tiempos en los que vivió en la mansión de la familia—. Supongo que no todo lo puedes lograr con magia —comentó finalmente y luego dejó escapar un suspiro.
Katharina pertenecía a la clase alta de la sociedad, su vida siempre había girado en torno a lujos y comodidades. No tenía idea de cómo hacer la cama y la cocina se le daba fatal. Básicamente, cualquier tarea doméstica era un verdadero desafío para la bruja. Las sirvientas de la mansión se encargaban de ellas, por lo que Katharina nunca tuvo preocupación en aprender. Prefería leer en la biblioteca de la casa o jugar con su hermana pequeña.
—Hoy no dormiré sin antes haber comido hamburguesa —dijo finalmente como si fuese lo más importante del mundo en ese momento—. Si tuviera que apostar por un culpable, escogería a Zane. Siempre va de allá para acá vaciando la despensa —mencionó con un tomo malicioso, aunque no lo decía muy en serio. Luego, cogió la mano que su compsñera le estaba ofreciendo y añadió:— Venga, vamos a Samirn, pero antes debo recoger unas cosas. Nos vemos en la cubierta en veinte minutos, ¿vale?
No iría a la isla sin sus armas, claro que no. No tenía idea de qué peligros rondaran por Samirn, pero tenía que estar preparada para cualquier cosa. Además, no confiaba en que la morena fuese demasiado fuerte. Si bien era un miembro de una reputada tripulación de piratas, no significaba que estuviese a la altura de los más fuertes, como Zane o Therax. Jamás le había visto luchar y tampoco conocía sus habilidades, aunque al parecer ella sí que estaba al corriente de las de la bruja. En el barco todos le llamaban así: brujilla. Como sea, Katharina fue a su cuarto, cogió la Hoja de Argoria y enseguida la transformó en un collar con una esmeralda roja y retoques platinados. Cambió sus vestimentas a un vestido corto de flores azules y blancas, lo suficientemente delgado para no sofocarse por el calor de la isla. Calzaba unas sandalias de madera y en su cabeza se dejaba ver una flor grande y blanca que servía como mero adorno.
—¿Vamos? —preguntaría una vez se encontrase con Nailah.
Las palabras de la morena despertaron un comportamiento infantil en Katharina, quien se cruzó de brazos y volteó la mirada para otro lado.
—Nunca aprendí a cocinar. En casa hacían todo por mí, ¿por qué iba a querer cocinar cuando podía estudiar o estar jugando? —respondió recordando los viejos tiempos en los que vivió en la mansión de la familia—. Supongo que no todo lo puedes lograr con magia —comentó finalmente y luego dejó escapar un suspiro.
Katharina pertenecía a la clase alta de la sociedad, su vida siempre había girado en torno a lujos y comodidades. No tenía idea de cómo hacer la cama y la cocina se le daba fatal. Básicamente, cualquier tarea doméstica era un verdadero desafío para la bruja. Las sirvientas de la mansión se encargaban de ellas, por lo que Katharina nunca tuvo preocupación en aprender. Prefería leer en la biblioteca de la casa o jugar con su hermana pequeña.
—Hoy no dormiré sin antes haber comido hamburguesa —dijo finalmente como si fuese lo más importante del mundo en ese momento—. Si tuviera que apostar por un culpable, escogería a Zane. Siempre va de allá para acá vaciando la despensa —mencionó con un tomo malicioso, aunque no lo decía muy en serio. Luego, cogió la mano que su compsñera le estaba ofreciendo y añadió:— Venga, vamos a Samirn, pero antes debo recoger unas cosas. Nos vemos en la cubierta en veinte minutos, ¿vale?
No iría a la isla sin sus armas, claro que no. No tenía idea de qué peligros rondaran por Samirn, pero tenía que estar preparada para cualquier cosa. Además, no confiaba en que la morena fuese demasiado fuerte. Si bien era un miembro de una reputada tripulación de piratas, no significaba que estuviese a la altura de los más fuertes, como Zane o Therax. Jamás le había visto luchar y tampoco conocía sus habilidades, aunque al parecer ella sí que estaba al corriente de las de la bruja. En el barco todos le llamaban así: brujilla. Como sea, Katharina fue a su cuarto, cogió la Hoja de Argoria y enseguida la transformó en un collar con una esmeralda roja y retoques platinados. Cambió sus vestimentas a un vestido corto de flores azules y blancas, lo suficientemente delgado para no sofocarse por el calor de la isla. Calzaba unas sandalias de madera y en su cabeza se dejaba ver una flor grande y blanca que servía como mero adorno.
—¿Vamos? —preguntaría una vez se encontrase con Nailah.
Nailah
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Pese a no haber hablado nunca con Katharina, la primera impresión que recibió de ella fue un pecado capital conocido como vanidad. Para Nailah no resultó de buen gusto ver como alguien restregaba sus orígenes con tanto orgullo, la bruja lo había tenido todo mientras que Nailah, al contrario, nunca tuvo nada. Tuvo que crecer en una familia que no la aceptaban, buscarse su propia comida y ganarse la vida por si misma para luego ser abandonada en una isla. Hace un tiempo atrás, la pirata habría sentido envidia por la bruja, por haberse criado entre tantos lujos y haber podido gozar de una educación excepcional, pero ahora solo sentía lástima, pues las tornas habían cambiado, Nailah empezaba a tenerlo todo mientras que la peliblanca lo había perdido todo.
La hamburguesa parecía ser muy importante para su compañera y verla de manera tan efusiva para ir en su búsqueda le hizo sonreír. Al parecer debían encontrarse dentro de veinte minutos en la cubierta, así que Nailah abandonó la cocina después de su compañera. Regresó de nuevo a su camarote para prepararse un poco para la salida hacia Samirn. Decidió ponerse unos pantalones de color marrón, con las mismas botas altas y, luego, una camisa larga blanca. Por encima de la camisa se colocó un corsé azul para realzar su figura que iría a juego con la pañoleta. Esta última le serviría para llevar todo su cabellera recogida en una coleta. Finalmente se colocó los guantes que siempre solía llevar y se acercó hasta el espejo para dar una vuelta sobre sí misma. Colocó su set de dagas gemelas y la reina roja en el cinturón, para después abandonar la habitación.
Una vez arriba se encontró ya con su compañera preparada. Se asomó hasta la barandilla de la cubierta para ver como estaba el puerto y le pidió a Esme que le ayudara a bajar la pasarela. La muchacha y algún miembro más de la tripulación se quedarían cuidando del barco. Nailah atravesó primera la pasarela y esperó a que Kat la alcanzara. La morena no tenía ninguna idea sobre la orientación y se orientaría solamente por los nombres de los carteles.
-Mmm... - Murmuró mirando a todos lados hasta que se fijó en el cartel de una tienda -. ¿Probamos a comprar allí? - señaló -. ¡Oh! ¡Quizás podríamos ir a aquella otra!
Ambas le parecían una buena idea, pues tenían bastante gente y eso seguramente significara que era de buena calidad. Solo tenía que esperar la reacción de la brujilla.
La hamburguesa parecía ser muy importante para su compañera y verla de manera tan efusiva para ir en su búsqueda le hizo sonreír. Al parecer debían encontrarse dentro de veinte minutos en la cubierta, así que Nailah abandonó la cocina después de su compañera. Regresó de nuevo a su camarote para prepararse un poco para la salida hacia Samirn. Decidió ponerse unos pantalones de color marrón, con las mismas botas altas y, luego, una camisa larga blanca. Por encima de la camisa se colocó un corsé azul para realzar su figura que iría a juego con la pañoleta. Esta última le serviría para llevar todo su cabellera recogida en una coleta. Finalmente se colocó los guantes que siempre solía llevar y se acercó hasta el espejo para dar una vuelta sobre sí misma. Colocó su set de dagas gemelas y la reina roja en el cinturón, para después abandonar la habitación.
Una vez arriba se encontró ya con su compañera preparada. Se asomó hasta la barandilla de la cubierta para ver como estaba el puerto y le pidió a Esme que le ayudara a bajar la pasarela. La muchacha y algún miembro más de la tripulación se quedarían cuidando del barco. Nailah atravesó primera la pasarela y esperó a que Kat la alcanzara. La morena no tenía ninguna idea sobre la orientación y se orientaría solamente por los nombres de los carteles.
-Mmm... - Murmuró mirando a todos lados hasta que se fijó en el cartel de una tienda -. ¿Probamos a comprar allí? - señaló -. ¡Oh! ¡Quizás podríamos ir a aquella otra!
Ambas le parecían una buena idea, pues tenían bastante gente y eso seguramente significara que era de buena calidad. Solo tenía que esperar la reacción de la brujilla.
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No tuvo que esperar más de cinco minutos para que su compañera llegara. Mientras tanto, pensó en los otros piratas que conformaban la tripulación. No había tenido demasiadas aventuras con ellos, así que era de esperarse que supiera poco de sus vidas, aunque le gustaría saber mucho más. ¿Qué les había hecho decidir seguir al pelirrojo? En el caso de Katharina, al principio no se trataba de nada más que una apuesta para su seguridad; una especie de ayuda mutua. No obstante, con el tiempo y las batallas que vivieron juntos las cosas cambiaron. Ahora le costaba mirar a sus compañeros como simples marionetas de fácil reemplazo, aún no llegaba al punto de preocuparse por ellos, muchos menos de sentir cariño, pero ya dejaron de ser peones en el tablero de ajedrez llamado vida. Tampoco sabía nada de Nailah, la sensual morena que pasaba mucho tiempo con Luka; tal vez esa era la razón por la que nunca antes había hablado con ella. No le gustaba el estilo de vida caótico e irresponsable del gyojin y, aparentemente, la chica de piel morena seguía muy de cerca sus pasos.
Cuando vio aparecer a su compañera, se incorporó y caminó lentamente hacia la pasarela. Sus pies despegaron y, manipulando el viento a su alrededor, se dejó caer suavemente en el puerto de Samirn. Las mujeres llevaban largas y finas faldas de diferentes colores, dejando el estómago a la vista y el pecho lo cubrían con sostenes hechos de flores. Por su parte, la mayoría de los hombres vestían camisas floreadas y pantalones cortos. Era normal que los habitantes de la isla vistiesen de esa forma, puesto que el calor era un verdadero infierno, de hecho, de no ser por la brisa marina y los altos árboles que protegían del sol, resultaría imposible caminar por Ur’ Tuban. Muchas de las casas eran de madera y los techos de paja, rodeadas de diferentes arbustos y flores de colores exóticos. Katharina no sabía mucho de la isla paradisiaca, pero los apuntes generales indicaban que los habitantes de Samirn no eran precisamente ricos.
La bruja no era ninguna experta en alimentos, de hecho, podía apostar a que Nailah sabía mucho más de ellos. No obstante, ¿qué tan buena idea era comprar en un lugar “popular”? Seguramente los productos tenían un buen precio, pero hablando de calidad… Katharina estaba decidida a comer hamburguesas, pero no se conformaría con cualquiera. Dudaba de que hubiera un local exclusivo y con productos de primera, aunque no perdía nada con preguntar.
—Antes de pasar de tienda en tienda, ¿por qué no buscamos una taberna y hacemos unas cuantas preguntas? —propuso la pelirrosa mirando serenamente a su compañera, esperando que aceptara la propuesta—.Tengo una idea, Nailah, escucha. ¿La verdad? No me fío de la calidad de los alimentos que puedan ofrecer estos… locales; presiento que me dejarán un mal sabor en la boca. Como sea, ¿por qué no hacemos nosotras mismas las hamburguesas? Digo, compramos una vaca y ya está. Puede ser que en la taberna del pueblo alguien sepa dónde comprar una.
Decirlo sonaba mucho más fácil que hacerlo… Katharina había matado a muchas personas en su vida, pero jamás a un animal inocente, al menos no directamente. Compraría una vaca con el único objetivo de convertirla en una sabrosa y jugosa hamburguesa. Si lo veía desde ese punto de vista, no le importaba matar a una o dos vacas con tal de probar las mejores hamburguesas del mundo, y confiaba en que Nailah cumpliría las expectativas. Lo único que faltaba era la aprobación de la morena.
Cuando vio aparecer a su compañera, se incorporó y caminó lentamente hacia la pasarela. Sus pies despegaron y, manipulando el viento a su alrededor, se dejó caer suavemente en el puerto de Samirn. Las mujeres llevaban largas y finas faldas de diferentes colores, dejando el estómago a la vista y el pecho lo cubrían con sostenes hechos de flores. Por su parte, la mayoría de los hombres vestían camisas floreadas y pantalones cortos. Era normal que los habitantes de la isla vistiesen de esa forma, puesto que el calor era un verdadero infierno, de hecho, de no ser por la brisa marina y los altos árboles que protegían del sol, resultaría imposible caminar por Ur’ Tuban. Muchas de las casas eran de madera y los techos de paja, rodeadas de diferentes arbustos y flores de colores exóticos. Katharina no sabía mucho de la isla paradisiaca, pero los apuntes generales indicaban que los habitantes de Samirn no eran precisamente ricos.
La bruja no era ninguna experta en alimentos, de hecho, podía apostar a que Nailah sabía mucho más de ellos. No obstante, ¿qué tan buena idea era comprar en un lugar “popular”? Seguramente los productos tenían un buen precio, pero hablando de calidad… Katharina estaba decidida a comer hamburguesas, pero no se conformaría con cualquiera. Dudaba de que hubiera un local exclusivo y con productos de primera, aunque no perdía nada con preguntar.
—Antes de pasar de tienda en tienda, ¿por qué no buscamos una taberna y hacemos unas cuantas preguntas? —propuso la pelirrosa mirando serenamente a su compañera, esperando que aceptara la propuesta—.Tengo una idea, Nailah, escucha. ¿La verdad? No me fío de la calidad de los alimentos que puedan ofrecer estos… locales; presiento que me dejarán un mal sabor en la boca. Como sea, ¿por qué no hacemos nosotras mismas las hamburguesas? Digo, compramos una vaca y ya está. Puede ser que en la taberna del pueblo alguien sepa dónde comprar una.
Decirlo sonaba mucho más fácil que hacerlo… Katharina había matado a muchas personas en su vida, pero jamás a un animal inocente, al menos no directamente. Compraría una vaca con el único objetivo de convertirla en una sabrosa y jugosa hamburguesa. Si lo veía desde ese punto de vista, no le importaba matar a una o dos vacas con tal de probar las mejores hamburguesas del mundo, y confiaba en que Nailah cumpliría las expectativas. Lo único que faltaba era la aprobación de la morena.
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