Ivan Markov
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Akuma no mi
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Se obligó a observar el fuego que ardía en la ciudad. A contemplar cada detalle. El olor a carne quemada. Los gritos de los moribundos. El regusto a ceniza en su lengua. El calor azotando su piel. Proodence, hasta hacía poco un reino orgulloso que se había alzado como una de las joyas del Nuevo Mundo, era ahora llamas y cenizas. ¿Era eso por lo que luchaban ahora? Recordó toda la sangre que habían derramado para expulsar a la Marina de aquel reino e incluirlo en el creciente imperio de Katharina, hacía ya once años. Se obligó a recordar cada vida que había arrebatado durante aquella campaña. A recordar los rostros de amigos y subordinados que había perdido. Las promesas que Katharina había hecho a los ciudadanos tras tomar el reino. Les prometió paz y seguridad, traer la tecnología de Lëxius a sus manos. Les prometió un futuro brillante en que los niños podrían crecer felices y sin miedo.
¿En qué momento se había torcido todo tanto? Rememoró las últimas décadas, intentando buscar sentido a aquel sinsentido. Primero llegó la crisis de Kepler, y el mundo se volvió loco. Les arrebataron su oportunidad de conseguir el trono. Terra Kepler se convirtió en la Yonkou más poderosa con mucha diferencia, con influencia en todos los mares, y conquistó en un tiempo récord un gran imperio en el Nuevo Mundo. El Gobierno cayó en una crisis cada vez más profunda, con países comenzando a desertar. Ese fue el momento que aprovecharon para hacer su movimiento. Tras no lograr descoronar a Iulius por la fuerza, recurrieron a métodos menos directos. Convertido en ghoul, Brutus asesinó al Hemperador, y sin la terrorífica akuma no mi de C. Zar, sus fuerzas cayeron ante el ejército de no muertos, piratas y aliados de la banda. Tomaron los territorios del antiguo Yonkou y comenzaron a consolidarse como una nueva fuerza en el Nuevo Mundo. Poco tiempo después Katharina reclamó Lëxius y usó su tecnología para mejorar los territorios que ahora gobernaban.
Durante veinte años se habían expandido y consolidado sus fuerzas, logrando superar en poder a Zane y Émile. Kepler seguía siendo la fuerza indiscutible del Nuevo Mundo, pero ellos estaban en plena ascensión. Bien voluntariamente por la promesa de protección y las innovaciones tecnológicas que Katharina traía, bien por la fuerza de las armas, más y más islas se unieron a ellos. La crisis del Gobierno les impidió reaccionar, y poco a poco vieron como sus bases en el Nuevo Mundo iban cayendo ante ellos. Ya eran más que un conjunto de islas bajo el dominio de una banda pirata. Se habían convertido en un auténtico imperio con un fuerte ejército de humanos y no muertos.
Entonces, diez años atrás, la guerra civil entre los cismáticos de la Marina y el Gobierno finalizó. Katharina había estado haciendo planes para aprovechar la guerra y atacar directamente al Gobierno en Marie Geoise, pero ahora se encontraban con que la guerra se había terminado antes que sus preparativos. Ahora tanto la Marina independiente como la nueva fuerza militar del Gobierno centraban sus ojos en las amenazas que llevaban dos décadas cocinándose en el Nuevo Mundo, y la guerra comenzó de verdad. Al principio lograron capear el temporal e incluso avanzar, tomando el G-5 y convirtiéndolo en la base desde la que lanzar sus ofensivas hacia el resto de bases marines y gubernamentales. Al principio.
En los últimos años, Katharina había comenzado a volverse impaciente, brutal y más sanguinaria que nunca. A medida la guerra se recrudeció y comenzaron a sufrir derrotas, las respuestas de la Reina Bruja se volvieron cada vez más violentas. Seis años atrás se había personado sobre una flota de lo que comenzaba a llamarse la Legión y la había hecho arder aún en puerto, destruyendo también la pequeña población costera en la que los legionarios se habían refugiado. Tres años atrás, en respuesta al hundimiento de uno de sus buques, había ordenado enviar un barco civil lleno de explosivos a una base marine y hacerlo saltar por los aires. Las promesas de prosperidad y paz fueron sustituidas por duros impuestos y levas que los no muertos se aseguraron de hacer cumplir y leyes obligando a entregar a cada ciudadano que falleciese para convertirse, ya muerto, en uno de los inmortales soldados del General Carmesí, el apodo que Ivan había acabado recibiendo. Las medidas acabaron logrando dar la vuelta a la balanza, y el reforzado ejército comenzó a retomar posiciones perdidas en los últimos años de la guerra.
El imperio de la Reina Bruja acabó convirtiéndose en el foco de atención del mundo. Ahora, tras treinta y un años, eran ya una potencia que rivalizaba en territorios con Kepler, y con el ejército más grande del mundo conocido. Un ejército que se reforzaba con cada enemigo que caía, convirtiéndose en peones involuntarios del General Carmesí. Con fuerza arrolladora, forzaron su paso hasta la Red Line. Pero con el equilibrio de poderes mundial, las potencias buscaron restaurarlo. Nadie, ni siquiera los más acérrimos enemigos del Gobierno, quería ver a la Reina Bruja atravesando la Red Line y comenzando a extender su dominio por el resto del mundo. Así fue como comenzó la segunda batalla de Marie Geoise, la mayor humillación que ambos habían sufrido. No solo la Legión, el Ouka Shichibukai y el Cipher Pol acudieron a la batalla. La Marina, ejércitos de naciones independientes e incluso los otros Yonkous hicieron acto de presencia. El ejército que habían amasado era grande, pero confrontado ante la unión del mundo ante ellos, había sido aplastado. Muchas habían sido las bajas del bando contrario, pero para ellos aquello había supuesto un durísimo golpe. A duras penas habían logrado escapar de la batalla con vida, sumergiéndose bajo las olas en el Leviatán mientras la mayor parte de la flota ardía en el horizonte. La bandera de Haunted Tide sumergiéndose entre las olas fue lo último que vio por el periscopio antes de retirarse a su camarote, furioso y humillado.
Las represalias no se hicieron esperar. Muchos de los miembros de la coalición consideraron su parte cumplida y se marcharon tras la batalla a reponer sus fuerzas, pues habían sido duras las bajas de sus enemigos. Eso no impidió a aquellos dispuestos a continuar la campaña, el Gobierno y Kepler, a darles caza. El ejército de la Legión había llegado a Proodence el día anterior, y las fuerzas que habían podido reunir para la defensa habían podido contenerles apenas un día. Entonces, cuando la Legión entró en la capital y comenzó a hacer retroceder a las fuerzas de Ivan hacia el palacio, Katharina perdió cualquier rastro de autocontrol. Eso había sucedido apenas unos minutos. Le dio a Ivan treinta segundos de margen para evacuar. Cuando sobrevolaba los alrededores de la ciudad, una explosión tan deslumbrante como un sol sacudió la isla. Y entonces pudo contemplar, horrorizado, lo que había hecho Katharina. Matando en el proceso tanto a todos los enemigos, como a todos sus hombres y a los ciudadanos, había destruido Proodence.
Descendió de los aires hacia una de las únicas voces que quedaban en la ciudad, la más poderosa con diferencia. Una voz que ahora se había vuelto violenta, inestable e incontenible. La Reina Bruja se alzaba sobre las ruinas contemplando los resultados de su ataque. Quitándose el casco de la Coraza del Amo de la Noche, se aproximó a su reina, su capitana, su mejor amiga, en silencio. La miró con rostro imperturbable y, tras unos segundos sin decir nada, simplemente liberó todo lo que sentía en dos palabras. Dos palabras cargadas de significado.
- ¿Por qué?
¿En qué momento se había torcido todo tanto? Rememoró las últimas décadas, intentando buscar sentido a aquel sinsentido. Primero llegó la crisis de Kepler, y el mundo se volvió loco. Les arrebataron su oportunidad de conseguir el trono. Terra Kepler se convirtió en la Yonkou más poderosa con mucha diferencia, con influencia en todos los mares, y conquistó en un tiempo récord un gran imperio en el Nuevo Mundo. El Gobierno cayó en una crisis cada vez más profunda, con países comenzando a desertar. Ese fue el momento que aprovecharon para hacer su movimiento. Tras no lograr descoronar a Iulius por la fuerza, recurrieron a métodos menos directos. Convertido en ghoul, Brutus asesinó al Hemperador, y sin la terrorífica akuma no mi de C. Zar, sus fuerzas cayeron ante el ejército de no muertos, piratas y aliados de la banda. Tomaron los territorios del antiguo Yonkou y comenzaron a consolidarse como una nueva fuerza en el Nuevo Mundo. Poco tiempo después Katharina reclamó Lëxius y usó su tecnología para mejorar los territorios que ahora gobernaban.
Durante veinte años se habían expandido y consolidado sus fuerzas, logrando superar en poder a Zane y Émile. Kepler seguía siendo la fuerza indiscutible del Nuevo Mundo, pero ellos estaban en plena ascensión. Bien voluntariamente por la promesa de protección y las innovaciones tecnológicas que Katharina traía, bien por la fuerza de las armas, más y más islas se unieron a ellos. La crisis del Gobierno les impidió reaccionar, y poco a poco vieron como sus bases en el Nuevo Mundo iban cayendo ante ellos. Ya eran más que un conjunto de islas bajo el dominio de una banda pirata. Se habían convertido en un auténtico imperio con un fuerte ejército de humanos y no muertos.
Entonces, diez años atrás, la guerra civil entre los cismáticos de la Marina y el Gobierno finalizó. Katharina había estado haciendo planes para aprovechar la guerra y atacar directamente al Gobierno en Marie Geoise, pero ahora se encontraban con que la guerra se había terminado antes que sus preparativos. Ahora tanto la Marina independiente como la nueva fuerza militar del Gobierno centraban sus ojos en las amenazas que llevaban dos décadas cocinándose en el Nuevo Mundo, y la guerra comenzó de verdad. Al principio lograron capear el temporal e incluso avanzar, tomando el G-5 y convirtiéndolo en la base desde la que lanzar sus ofensivas hacia el resto de bases marines y gubernamentales. Al principio.
En los últimos años, Katharina había comenzado a volverse impaciente, brutal y más sanguinaria que nunca. A medida la guerra se recrudeció y comenzaron a sufrir derrotas, las respuestas de la Reina Bruja se volvieron cada vez más violentas. Seis años atrás se había personado sobre una flota de lo que comenzaba a llamarse la Legión y la había hecho arder aún en puerto, destruyendo también la pequeña población costera en la que los legionarios se habían refugiado. Tres años atrás, en respuesta al hundimiento de uno de sus buques, había ordenado enviar un barco civil lleno de explosivos a una base marine y hacerlo saltar por los aires. Las promesas de prosperidad y paz fueron sustituidas por duros impuestos y levas que los no muertos se aseguraron de hacer cumplir y leyes obligando a entregar a cada ciudadano que falleciese para convertirse, ya muerto, en uno de los inmortales soldados del General Carmesí, el apodo que Ivan había acabado recibiendo. Las medidas acabaron logrando dar la vuelta a la balanza, y el reforzado ejército comenzó a retomar posiciones perdidas en los últimos años de la guerra.
El imperio de la Reina Bruja acabó convirtiéndose en el foco de atención del mundo. Ahora, tras treinta y un años, eran ya una potencia que rivalizaba en territorios con Kepler, y con el ejército más grande del mundo conocido. Un ejército que se reforzaba con cada enemigo que caía, convirtiéndose en peones involuntarios del General Carmesí. Con fuerza arrolladora, forzaron su paso hasta la Red Line. Pero con el equilibrio de poderes mundial, las potencias buscaron restaurarlo. Nadie, ni siquiera los más acérrimos enemigos del Gobierno, quería ver a la Reina Bruja atravesando la Red Line y comenzando a extender su dominio por el resto del mundo. Así fue como comenzó la segunda batalla de Marie Geoise, la mayor humillación que ambos habían sufrido. No solo la Legión, el Ouka Shichibukai y el Cipher Pol acudieron a la batalla. La Marina, ejércitos de naciones independientes e incluso los otros Yonkous hicieron acto de presencia. El ejército que habían amasado era grande, pero confrontado ante la unión del mundo ante ellos, había sido aplastado. Muchas habían sido las bajas del bando contrario, pero para ellos aquello había supuesto un durísimo golpe. A duras penas habían logrado escapar de la batalla con vida, sumergiéndose bajo las olas en el Leviatán mientras la mayor parte de la flota ardía en el horizonte. La bandera de Haunted Tide sumergiéndose entre las olas fue lo último que vio por el periscopio antes de retirarse a su camarote, furioso y humillado.
Las represalias no se hicieron esperar. Muchos de los miembros de la coalición consideraron su parte cumplida y se marcharon tras la batalla a reponer sus fuerzas, pues habían sido duras las bajas de sus enemigos. Eso no impidió a aquellos dispuestos a continuar la campaña, el Gobierno y Kepler, a darles caza. El ejército de la Legión había llegado a Proodence el día anterior, y las fuerzas que habían podido reunir para la defensa habían podido contenerles apenas un día. Entonces, cuando la Legión entró en la capital y comenzó a hacer retroceder a las fuerzas de Ivan hacia el palacio, Katharina perdió cualquier rastro de autocontrol. Eso había sucedido apenas unos minutos. Le dio a Ivan treinta segundos de margen para evacuar. Cuando sobrevolaba los alrededores de la ciudad, una explosión tan deslumbrante como un sol sacudió la isla. Y entonces pudo contemplar, horrorizado, lo que había hecho Katharina. Matando en el proceso tanto a todos los enemigos, como a todos sus hombres y a los ciudadanos, había destruido Proodence.
Descendió de los aires hacia una de las únicas voces que quedaban en la ciudad, la más poderosa con diferencia. Una voz que ahora se había vuelto violenta, inestable e incontenible. La Reina Bruja se alzaba sobre las ruinas contemplando los resultados de su ataque. Quitándose el casco de la Coraza del Amo de la Noche, se aproximó a su reina, su capitana, su mejor amiga, en silencio. La miró con rostro imperturbable y, tras unos segundos sin decir nada, simplemente liberó todo lo que sentía en dos palabras. Dos palabras cargadas de significado.
- ¿Por qué?
Katharina von Steinhell
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Una parte de ella estaba harta de luchar y ver morir a sus amigos; la otra, esa oscura sombra que se volvía más grande conforme pasaba el tiempo, cada vez demandaba más sangre y destrucción. ¿Por qué iba a detenerse ahora después de haber hecho tantos sacrificios? A pesar de haber perdido a Marcus durante la batalla de Portland hacía más de treinta años, le echaba de menos y su ausencia todavía dolía. Además, la mayoría de los miembros originales de la tripulación ya no estaban; la nostalgia quemaba como una estrella ardiente.
Durante la conquista de Lëxius descubrió que su padre estaba vivo, que era el líder de la Orden Carmesí y a su vez el principal responsable de la muerte de Freya. Todo lo había hecho para que su hija sufriera y se convirtiera así en una fuerza imparable. También descubrió que la enfermedad que terminó con la vida de su madre fue producto de la corrupción arcana, esa búsqueda incansable de conseguir el poder absoluto. Sin embargo, también conoció a William von Östhen durante la conquista de Lëxius. Era un antiguo comandante de las Fuerzas Armadas quien arrinconó a Katharina en incontables ocasiones gracias a su liderazgo militar, el mismo hombre del cual se enamoró y años más tarde se convirtió en el padre de Christa, su única hija.
La bruja se aferró a la esperanza de construir un mejor futuro para la humanidad, un futuro en donde los niños podrían crecer felices y libres, un futuro en donde ella cargaría con todo el dolor de su gente. El nacimiento de su hija disipó los sentimientos oscuros y poco a poco la luz comenzó a reinar en la vida de Katharina. Por fin, después de tantos años, sentía que estaba haciendo las cosas bien. Trabajó realmente duro junto a Ivan para forjar un mundo más justo; incluso abandonó la idea de destruir al Gobierno Mundial, limitándose a construir el Imperio Pirata más grande de la historia.
No obstante, el poder de la bruja pronto se volvería algo incontrolable para las fuerzas del mundo y, sabiendo que poseía el conocimiento para descifrar la historia prohibida, el Gobierno Mundial decidió declarar la guerra. Pensaron que bastarían los tres almirantes y un montón de efectivos para detener el avance del Imperio de Katharina, pero lo único que consiguieron fue enfurecer a una bestia que estaba dormida. El atrevimiento del Gobierno Mundial provocó la muerte de William, una de las principales razones por las que Katharina había abandonado la violencia, pero ahora ya no estaba.
Cegada por la ira y el dolor, la bruja volvió a empuñar sus armas y navegar por las turbulentas aguas del Nuevo Mundo, declarando la guerra a cualquier reino que estuviera afiliado al Gobierno Mundial. De un momento a otro habían vuelto sus intenciones de arrasar a esa organización oscura y corrupta, las mismas intenciones que avivaron la corrupción arcana. Su gente pensaba que lo hacía en pos de un mundo mejor, de un mundo más justo, cuando en realidad sacrificaba vidas únicamente por alimentar su propio deseo de venganza.
Pero la guerra solo servía para acumular muertos, para alimentar esa inacabable rueda de la venganza. Por cada reino que arrasaba tenía tres motivos para continuar hacia delante sin importarle las consecuencias hasta que el mundo entero decidió que era hora de ponerle fin a su locura. Ignorando los consejos de Ivan, la Reina Bruja se enfrentó a piratas, agentes y revolucionarios por igual, consiguiendo más derrotas que victorias hasta que la bandera de Haunted Tide ardió en el mar.
El enemigo pensó que era una buena idea acorralar a Katharina en el centro del Reino de Proodence, pero La Legión junto a los comandantes de Kepler no fueron suficientes para detener a la Reina Bruja. Enfurecida por haber recibido una aplastante derrota, Katharina perdió el control una vez más y, usando el Despertar de su Fruta del Diablo, convirtió tanto las casas como el suelo en gigantescas lenguas de fuego que lo devoraron todo, culminando en una explosión ígnea que carbonizó a enemigos y a aliados por igual.
Se hallaba en el centro del cráter causado por ella misma, contemplando los cadáveres carbonizados hasta que apareció Ivan. La bruja le miró con expresión dura, sintiéndose ofendida. A pesar de ser el comandante de sus fuerzas, ¿cómo osaba cuestionar la voluntad de su Emperatriz? Cualquier otro subordinado habría perdido la cabeza por dudar de Katharina, pero estaba dispuesta a darle una oportunidad a su mejor amigo.
—Porque es el enemigo —se limitó a responder, siendo consciente de lo que había hecho—. Nada ni nadie me detendrá hasta que el Gobierno Mundial desaparezca y el mundo sea mío.
Durante la conquista de Lëxius descubrió que su padre estaba vivo, que era el líder de la Orden Carmesí y a su vez el principal responsable de la muerte de Freya. Todo lo había hecho para que su hija sufriera y se convirtiera así en una fuerza imparable. También descubrió que la enfermedad que terminó con la vida de su madre fue producto de la corrupción arcana, esa búsqueda incansable de conseguir el poder absoluto. Sin embargo, también conoció a William von Östhen durante la conquista de Lëxius. Era un antiguo comandante de las Fuerzas Armadas quien arrinconó a Katharina en incontables ocasiones gracias a su liderazgo militar, el mismo hombre del cual se enamoró y años más tarde se convirtió en el padre de Christa, su única hija.
La bruja se aferró a la esperanza de construir un mejor futuro para la humanidad, un futuro en donde los niños podrían crecer felices y libres, un futuro en donde ella cargaría con todo el dolor de su gente. El nacimiento de su hija disipó los sentimientos oscuros y poco a poco la luz comenzó a reinar en la vida de Katharina. Por fin, después de tantos años, sentía que estaba haciendo las cosas bien. Trabajó realmente duro junto a Ivan para forjar un mundo más justo; incluso abandonó la idea de destruir al Gobierno Mundial, limitándose a construir el Imperio Pirata más grande de la historia.
No obstante, el poder de la bruja pronto se volvería algo incontrolable para las fuerzas del mundo y, sabiendo que poseía el conocimiento para descifrar la historia prohibida, el Gobierno Mundial decidió declarar la guerra. Pensaron que bastarían los tres almirantes y un montón de efectivos para detener el avance del Imperio de Katharina, pero lo único que consiguieron fue enfurecer a una bestia que estaba dormida. El atrevimiento del Gobierno Mundial provocó la muerte de William, una de las principales razones por las que Katharina había abandonado la violencia, pero ahora ya no estaba.
Cegada por la ira y el dolor, la bruja volvió a empuñar sus armas y navegar por las turbulentas aguas del Nuevo Mundo, declarando la guerra a cualquier reino que estuviera afiliado al Gobierno Mundial. De un momento a otro habían vuelto sus intenciones de arrasar a esa organización oscura y corrupta, las mismas intenciones que avivaron la corrupción arcana. Su gente pensaba que lo hacía en pos de un mundo mejor, de un mundo más justo, cuando en realidad sacrificaba vidas únicamente por alimentar su propio deseo de venganza.
Pero la guerra solo servía para acumular muertos, para alimentar esa inacabable rueda de la venganza. Por cada reino que arrasaba tenía tres motivos para continuar hacia delante sin importarle las consecuencias hasta que el mundo entero decidió que era hora de ponerle fin a su locura. Ignorando los consejos de Ivan, la Reina Bruja se enfrentó a piratas, agentes y revolucionarios por igual, consiguiendo más derrotas que victorias hasta que la bandera de Haunted Tide ardió en el mar.
El enemigo pensó que era una buena idea acorralar a Katharina en el centro del Reino de Proodence, pero La Legión junto a los comandantes de Kepler no fueron suficientes para detener a la Reina Bruja. Enfurecida por haber recibido una aplastante derrota, Katharina perdió el control una vez más y, usando el Despertar de su Fruta del Diablo, convirtió tanto las casas como el suelo en gigantescas lenguas de fuego que lo devoraron todo, culminando en una explosión ígnea que carbonizó a enemigos y a aliados por igual.
Se hallaba en el centro del cráter causado por ella misma, contemplando los cadáveres carbonizados hasta que apareció Ivan. La bruja le miró con expresión dura, sintiéndose ofendida. A pesar de ser el comandante de sus fuerzas, ¿cómo osaba cuestionar la voluntad de su Emperatriz? Cualquier otro subordinado habría perdido la cabeza por dudar de Katharina, pero estaba dispuesta a darle una oportunidad a su mejor amigo.
—Porque es el enemigo —se limitó a responder, siendo consciente de lo que había hecho—. Nada ni nadie me detendrá hasta que el Gobierno Mundial desaparezca y el mundo sea mío.
Ivan Markov
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La mera fuerza y demencia de la mirada de Katharina estuvieron a punto de hacerle retroceder. ¿En qué momento había degenerado tanto? ¿Desde cuándo le miraba como si fuese un enemigo más? No contestó al momento. Era simplemente demasiado doloroso sostenerle la mirada a aquellos ojos. Aquellos ojos que en el pasado, si a ratos habían expresado enfado o frustración, normalmente le habían mirado con amistad. Ahora estaban... vacíos. ¿Cómo podía hablar así? Decir que no se detendría hasta conquistar el mundo. Parecía que no era consciente de que habían sido derrotados. Su flota estaba hundida a los pies de la Red Line, su ejército, aniquilado, y sus territorios pronto serían asaltados por Kepler y la Legión. Quiso hacerla entrar en razón. Quiso decirle que era el momento de dejarlo todo y huir, esperar a un momento mejor. Pero no lo hizo. Simplemente miró a esos ojos fríos y duros, agachó la cabeza y se arrodilló ante ella.
- Será como su Majestad desee.
Su amiga había muerto. Fuese quien fuese la persona que hablaba, esa no era Katharina. No era la persona a la que había elegido como su reina y capitana. ¿En qué momento se había torcido todo tanto, volvió a preguntarse? Había sido hacía años, con la muerte de William. Ahora veía su error. Donde creía haber visto una venganza justa que podía saciarse, solo había un creciente pozo de locura. Y él, en lugar de proteger a su amiga y ayudarla a guardar luto, la había empujado a una carrera de autodestrucción en la que pretendía llevarse consigo el mundo entero. Sí, era cierto que al ver cómo la guerra se les iba de las manos le había aconsejado prudencia, le había sugerido retirarse y aguardar a un momento más propicio. Pero no había puesto todo su empeño. Podría haber hecho mucho, mucho más. Podría haber retirado a todo el ejército de no muertos de la guerra y obligar a Katharina a volver a Lëxius por la fuerza, y hacerla recapacitar. Sin embargo, había estado ciego. No había visto hasta qué punto la condición de Katharina estaba degenerando. Y ahora era una amenaza para el mundo entero.
O por lo menos, hasta que Dexter escuchase lo que allí había pasado y se presentase en persona, como había prometido tras la crisis de la Aguja.
- Creo que será mejor que nos retiremos a algún punto seguro. Debemos descansar, necesitaremos estar al tope de nuestras fuerzas por si una segunda flota vuelve. Contra gente de segunda un truco como ese funcionará. Si aparece un alto cargo de la Legión, las cosas se pondrán más feas - señaló una colina lejana en la que había un pequeño fortín que guardaba la costa - Podemos hacerlo allí. No creo que quede un alma, de todos modos. Ordené reunir a todos los defensores en la ciudad.
Y ahora eran cenizas y huesos quemados. Necesitaba reflexionar sobre todo lo que había visto, y tomar una decisión. En su fuero interno, parte de él sabía lo que tenía que hacer, pero, ¿tendría la fortaleza mental para hacerlo? ¿Y la fuerza para acometer semejante hazaña? Nunca dudaba de su propio poder, pero conocía la fuerza de Katharina. Y, junto con Dexter, era la única persona que le causaba escalofríos.
El ruido del viento se volvía extraño en aquellos estrechos pasillos. Era como el lamento de cientos de voces, los gritos de almas en pena. Era un sonido apropiado para la masacre que se había llevado a cabo allí. Un lamento por todas las vidas que se habían perdido inútilmente en un acto arbitrario y cruel. Ivan recorrió los pasillos con la frente bien alta y una sonrisa en el rostro. No había alegría, sin embargo, que calentase su interior. No había regocijo. Solo aceptación y determinación. Había sido una vida larga. No tan larga como la de muchos otros hombres, pero desde luego, con lo idiota que había sido y la de veces que se había expuesto a peligros mortales, había excedido su esperanza de vida por muchas décadas. Se preguntó qué habría ocurrido si hubiese muerto en Gray Rock, si Aki no hubiese recogido su cuerpo y retirado el kairoseki de su pecho. ¿Habría sido diferente? Tal vez Katharina no hubiese terminado de aquella manera.
Salió a las almenas a reunirse con su reina. Ella estaba ya allí, observando el mar. ¿Vigilaba el horizonte, oteaba en busca de naves enemigas? ¿O simplemente estaba disfrutando del paisaje? En aquellos días, ya no podía leerla. Podría haber usado su haki de observación para intentar leer su estado de ánimo, pero no quiso hacerlo. Se aproximó a ella y se puso a su lado a observar el mar. Era un día nuboso, con las aguas picadas por el viento. La tormenta aún no había comenzado, pero parecía cuestión de tiempo. "Es un día apropiado para morir."
- ¿Sabes? Algunas veces pensé en retirarme. Hace mucho, mucho tiempo. La primera vez, cuando supe que Brianna estaba en peligro por estar con nosotros. Después, cuando me enteré de que Iliana estaba embarazada de mi hija. Más tarde me enteré de que Brianna había dado a luz a gemelos, mis hijos... pero ahí no me lo planteé. Ella no me quería a su lado - se encogió de hombros - Supongo que fue una oportunidad que perdí cuando escogí navegar a tu lado en lugar de irme con ella. He sido un padre terrible, nunca he estado ahí para mis hijos - se rio cierto sarcasmo - Volví a pensar en retirarme años después, tras el quinto cumpleaños de Oana. Pero teníamos una promesa. ¿Quién sería yo si rompiese mi palabra? En ese momento me di cuenta de que era demasiado tarde para retirarse. Supe que cumpliría nuestra meta o moriría en mi puesto. No he vuelto a planteármelo nunca. Es demasiado tarde para detenerse, sí.
Mientras hablaba, miraba las olas alzarse y romperse en la costa, con la espuma burbujeando furiosamente para morir poco después. Hacia el final se giró hacia ella, con un gesto tierno y de aprecio. Apoyó su mano izquierda en su hombro derecho, sonriéndole.
- Aún recuerdo las palabras que me dijiste aquella noche en Dark Dome. La misma en que me vomitaste en la boca - volvió a reírse al recordarlo - Me dijiste que, tras la muerte de Freya, querías darle a otros lo que no pudiste darle a ella. Un mundo mejor. Y yo me comprometí a ayudarte. Por eso...
En un movimiento tan fluido y diestro que casi pareció un movimiento natural y no que la hubiese apuñalado violentamente en el pecho, Ivan hizo aparecer a Valak en su mano y le atacó. El objetivo era el corazón, pero sabía que erraría. Incluso desprevenida, Katharina era demasiado hábil. No pasaba nada. Lo importante era el veneno.
- Por eso debes ser detenida - dijo con tristeza - Has perdido el rumbo y te has convertido en la misma clase de monstruos que nosotros matamos. Debes morir, Katharina. Adiós.
- Será como su Majestad desee.
Su amiga había muerto. Fuese quien fuese la persona que hablaba, esa no era Katharina. No era la persona a la que había elegido como su reina y capitana. ¿En qué momento se había torcido todo tanto, volvió a preguntarse? Había sido hacía años, con la muerte de William. Ahora veía su error. Donde creía haber visto una venganza justa que podía saciarse, solo había un creciente pozo de locura. Y él, en lugar de proteger a su amiga y ayudarla a guardar luto, la había empujado a una carrera de autodestrucción en la que pretendía llevarse consigo el mundo entero. Sí, era cierto que al ver cómo la guerra se les iba de las manos le había aconsejado prudencia, le había sugerido retirarse y aguardar a un momento más propicio. Pero no había puesto todo su empeño. Podría haber hecho mucho, mucho más. Podría haber retirado a todo el ejército de no muertos de la guerra y obligar a Katharina a volver a Lëxius por la fuerza, y hacerla recapacitar. Sin embargo, había estado ciego. No había visto hasta qué punto la condición de Katharina estaba degenerando. Y ahora era una amenaza para el mundo entero.
O por lo menos, hasta que Dexter escuchase lo que allí había pasado y se presentase en persona, como había prometido tras la crisis de la Aguja.
- Creo que será mejor que nos retiremos a algún punto seguro. Debemos descansar, necesitaremos estar al tope de nuestras fuerzas por si una segunda flota vuelve. Contra gente de segunda un truco como ese funcionará. Si aparece un alto cargo de la Legión, las cosas se pondrán más feas - señaló una colina lejana en la que había un pequeño fortín que guardaba la costa - Podemos hacerlo allí. No creo que quede un alma, de todos modos. Ordené reunir a todos los defensores en la ciudad.
Y ahora eran cenizas y huesos quemados. Necesitaba reflexionar sobre todo lo que había visto, y tomar una decisión. En su fuero interno, parte de él sabía lo que tenía que hacer, pero, ¿tendría la fortaleza mental para hacerlo? ¿Y la fuerza para acometer semejante hazaña? Nunca dudaba de su propio poder, pero conocía la fuerza de Katharina. Y, junto con Dexter, era la única persona que le causaba escalofríos.
Día siguiente, fortín en la colina.
El ruido del viento se volvía extraño en aquellos estrechos pasillos. Era como el lamento de cientos de voces, los gritos de almas en pena. Era un sonido apropiado para la masacre que se había llevado a cabo allí. Un lamento por todas las vidas que se habían perdido inútilmente en un acto arbitrario y cruel. Ivan recorrió los pasillos con la frente bien alta y una sonrisa en el rostro. No había alegría, sin embargo, que calentase su interior. No había regocijo. Solo aceptación y determinación. Había sido una vida larga. No tan larga como la de muchos otros hombres, pero desde luego, con lo idiota que había sido y la de veces que se había expuesto a peligros mortales, había excedido su esperanza de vida por muchas décadas. Se preguntó qué habría ocurrido si hubiese muerto en Gray Rock, si Aki no hubiese recogido su cuerpo y retirado el kairoseki de su pecho. ¿Habría sido diferente? Tal vez Katharina no hubiese terminado de aquella manera.
Salió a las almenas a reunirse con su reina. Ella estaba ya allí, observando el mar. ¿Vigilaba el horizonte, oteaba en busca de naves enemigas? ¿O simplemente estaba disfrutando del paisaje? En aquellos días, ya no podía leerla. Podría haber usado su haki de observación para intentar leer su estado de ánimo, pero no quiso hacerlo. Se aproximó a ella y se puso a su lado a observar el mar. Era un día nuboso, con las aguas picadas por el viento. La tormenta aún no había comenzado, pero parecía cuestión de tiempo. "Es un día apropiado para morir."
- ¿Sabes? Algunas veces pensé en retirarme. Hace mucho, mucho tiempo. La primera vez, cuando supe que Brianna estaba en peligro por estar con nosotros. Después, cuando me enteré de que Iliana estaba embarazada de mi hija. Más tarde me enteré de que Brianna había dado a luz a gemelos, mis hijos... pero ahí no me lo planteé. Ella no me quería a su lado - se encogió de hombros - Supongo que fue una oportunidad que perdí cuando escogí navegar a tu lado en lugar de irme con ella. He sido un padre terrible, nunca he estado ahí para mis hijos - se rio cierto sarcasmo - Volví a pensar en retirarme años después, tras el quinto cumpleaños de Oana. Pero teníamos una promesa. ¿Quién sería yo si rompiese mi palabra? En ese momento me di cuenta de que era demasiado tarde para retirarse. Supe que cumpliría nuestra meta o moriría en mi puesto. No he vuelto a planteármelo nunca. Es demasiado tarde para detenerse, sí.
Mientras hablaba, miraba las olas alzarse y romperse en la costa, con la espuma burbujeando furiosamente para morir poco después. Hacia el final se giró hacia ella, con un gesto tierno y de aprecio. Apoyó su mano izquierda en su hombro derecho, sonriéndole.
- Aún recuerdo las palabras que me dijiste aquella noche en Dark Dome. La misma en que me vomitaste en la boca - volvió a reírse al recordarlo - Me dijiste que, tras la muerte de Freya, querías darle a otros lo que no pudiste darle a ella. Un mundo mejor. Y yo me comprometí a ayudarte. Por eso...
En un movimiento tan fluido y diestro que casi pareció un movimiento natural y no que la hubiese apuñalado violentamente en el pecho, Ivan hizo aparecer a Valak en su mano y le atacó. El objetivo era el corazón, pero sabía que erraría. Incluso desprevenida, Katharina era demasiado hábil. No pasaba nada. Lo importante era el veneno.
- Por eso debes ser detenida - dijo con tristeza - Has perdido el rumbo y te has convertido en la misma clase de monstruos que nosotros matamos. Debes morir, Katharina. Adiós.
Katharina von Steinhell
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Saberes
Akuma no mi
Varios
Lo único que sentía era furia.
Había sufrido una derrota humillante y tuvo que retirarse como una cobarde. Los soldados caídos no importaban tanto como la recién destrozada reputación. Maldita sea, ¿por qué retrocedían cuando aún podían continuar peleando? Todavía conservaba fuerzas para hacerle frente al enemigo, ella sola si hacía falta. ¿Por qué Ivan era incapaz de verlo y, en cambio, proponer una estrategia rastrera? Estaba en la obligación de reagruparse y contraatacar para demostrar una vez más que su ejército era imbatible.
—¿Cuándo te volviste así de débil? —le recriminó con el ceño fruncido, mirándole con severidad.
Era cierto que los hombres estaban cansados y tenían la moral por el suelo, pero Ivan podía convertirlos en ghouls para que continuasen luchando. Así se ahorrarían el cansancio y la desmotivación del ejército, sin embargo, los enemigos poseían maniobras especiales en contra de la hueste no-muerta. Por otro lado, su general le estaba aconsejando buscar refugio en el fortín para luego reagruparse. Podía ser que Ivan no estuviera en las condiciones para convertir al resto de los hombres, así que, le gustase o no, necesitaba tiempo para tomar una decisión.
—Está bien, seguiré tu consejo, pero si nos vuelven a derrotar de esta forma, tú serás el responsable. Tenemos mucho que proteger y aún más que perder: no podemos fallar.
Antaño habría esperado la respuesta de Ivan, en cambio, se dio la media vuelta con la capa hondeando a su espalda y desapareció entre un montón de flores de fuego.
La noche por fin había llegado y, junto a ella, un silencio pleno. Observaba el cielo nublado desde lo más alto del fortín, acordándose de los banquetes que celebraban luego de las batallas difíciles. Solía pasearse por el campamento, ensalzando la valentía de sus hombres y agradeciendo el que entregasen sus vidas por la causa. Pero se había vuelto tan fría que sus compañeros se convirtieron en piezas de ajedrez. Ya no había banquetes ni honores, solo duros entrenamientos y discusiones sobre los próximos movimientos militares.
¿Lo peor de todo? Era consciente del momento en que todo se había vuelto gris, cuando todo comenzó a ser blanco o negro
Se dio la media vuelta y taladró la oscuridad con los ojos cuando escuchó pasos en las escaleras, pero enseguida se relajó cuando vio quien era. Iba ataviado con una túnica negra y oculto bajo una capucha. Al retirársela, dejó al descubierto una cara pálida y unos ojos celestes sin brillo. Era el rostro de una mujer delgada y de largos cabellos plateados que se deslizaba con soltura entre las sombras.
—Ha debido ser duro, ¿verdad? Sabe que el enemigo es más débil que usted y aun así pierde —dijo la mujer, acercándose lentamente—, pero no todo está perdido. Debe derramar aún más sangre y utilizarla para conjurar a Arcadia. Mátelos, su Majestad, mátelos a todos.
Se trataba más de una leyenda entre tecnomagos que de un hechizo en sí, pues ningún hombre había conseguido conjurar a Arcadia. Ser tocado por la Magia Divina significaba poder alterar la realidad a voluntad, pero el conjuro requería mucha, mucha energía. Gracias a esa mujer, la bruja descubrió una forma rápida de conseguirla: rituales de sangre. Las sanguinarias batallas entre ambos bandos eran el combustible que la Reina Bruja necesitaba para dar la última estocada de la guerra. Sin embargo, a pesar de los innumerables muertos, sentía que estaba lejos de conseguir el poder definitivo y comenzaba a temer que solo hubiera una forma.
—Y si no es suficiente, tendrá que…
—No, no lo haré. Si la muerte de mis hombres no es suficiente, entonces usaré mi propia vida —gruñó la hechicera, volteándose hacia la oscuridad—. Si no puedo regresar con Christa, al menos me aseguraré de que viva en un mejor mundo.
—Si es lo que su Majestad desea… —dijo la mujer con una sonrisa maliciosa, desapareciendo entre las sombras.
Tenía la vista clavada en el mar, contemplándolo como si fuera un pasaje al pasado cuando las cosas eran infinitamente más sencillas. Ah, qué divertido fueron los veinte años cuando viajaba con los chicos. Una parte de ella extrañaba a Inosuke y a Alexandra, pero la que más le hacía falta era la estúpida mujer del parche. Decidieron seguir sus propios caminos; tal vez, si todavía estuvieran ahí, las cosas serían distintas. Sin embargo, a pesar de todos los años solo uno permaneció a su lado sin importar lo que pasara. Quizás era demasiado dura con él, pero es que en quién más iba a confiar sino en Ivan.
Quizás fui demasiado dura con él, se dijo a sí misma con el rostro endurecido por las batallas.
Y como si lo hubiese atraído con los pensamientos, el vampiro llegó a su lado con el semblante de todas las mañanas para guardar silencio y ver el mar juntos. Solían hacerlo en el Horror Circus cuando estaban a punto de tomar una decisión importante y, muchas veces, dolorosa.
Hasta que uno de los dos era el primero en hablar.
Ivan le hizo reflexionar sobre lo que habían perdido por elegir la vida de un pirata, y no uno que solo saqueaba un par de pueblos de mierda. Fue divertido ver el mundo por primera vez cuando todo era fascinante, pero en algún minuto las cosas cambiaron y las aventuras se convirtieron en preocupaciones. Tal vez ese cambio comenzó en Wano al declararle la guerra al Hemperador. Incluso ahora, tras casi cuarenta años, seguían peleándose con el mundo.
Antaño habría acariciado su brazo, le habría mirado y sonreído como una quinceañera nerviosa, pero la guerra y la muerte le habían endurecido. Apreciaba como no imaginaba su lealtad, no tenía idea de lo mucho que significaba para ella. Sin embargo, en vez de recordar el pasado como unos viejos cualesquiera debían pensar en el futuro y en la última batalla. Tenía la certeza de que, como en muchísimas ocasiones anteriores, lo resolverían estando juntos.
—Hemos sacrificado mucho para hacer realidad nuestros sueños, pero jamás pensé que acabaríamos así —dijo sin despegar la mirada del mar—. Los echas de menos, ¿cierto? Yo también extraño a Christa y a veces pienso en cómo hubiera sido la vida si William estuviera con nosotros. Sin este sello podría resucitarle, pero es que ni su cuerpo pude recuperar. Reemplacé la violencia por el diálogo y mis espadas por promesas de prosperidad, pero fui una estúpida por pensar que el Gobierno Mundial mantendría la distancia —gruñó con odio en la voz—. Estoy creando un mundo seguro para que tus hijos puedan vivir en paz, para que Christa viva una vida mucho mejor que la mía.
Sintió la mano sobre su hombro y sonrió al recordar la noche en que se encontró a un vampiro borracho entre las calles de Dark Dome. De alguna manera, sabía que sería la última sonrisa. A pesar de haberlo presagiado, quiso esperar hasta comprobar que no se trataba de un error. La daga en su pecho no dolía tanto como el corazón, y su sonrisa solo desapareció cuando Ivan se despidió. Pudo haber pedido alguna explicación más, mostrar la tristeza y decepción que sentía, pero todo sentimiento de debilidad se convirtió en una furia inextinguible.
—Si esta es tu decisión, todos nuestros recuerdos y sueños arderán contigo en el infierno —rugió mientras su cuerpo despedía chispas de fuego.
Si no hubiera invertido la posición de su corazón, el daño habría sido mucho peor. Además, conocía los métodos y recursos de Ivan: tenía tiempo limitado. No sabía qué tipo de veneno usaría contra un oponente más fuerte que él, pero tenía la seguridad de que sería lo suficientemente potente como para asumir las consecuencias. Por suerte, el anillo que le había regalado Zane hacía décadas le iba a conceder algo de tiempo.
La bruja retiró la daga de su pecho y expulsó una devastadora onda de voluntad, destrozando las almenas y causando estragos en el fortín. De su espalda nacieron nueve largas colas de zorro a su vez que Fushigiri aparecía en su mano derecha. Entonces, comenzó a convertir el entorno en gigantescas lenguas de fuego que serpenteaban hacia el cielo, formando una esfera candente. Almenas, rocas y madera servían de combustible para dar lugar a uno de los conjuros más destructores que conocía: Agni. Era cuestión de tiempo para que toda la isla fuera un auténtico infierno.
Había sufrido una derrota humillante y tuvo que retirarse como una cobarde. Los soldados caídos no importaban tanto como la recién destrozada reputación. Maldita sea, ¿por qué retrocedían cuando aún podían continuar peleando? Todavía conservaba fuerzas para hacerle frente al enemigo, ella sola si hacía falta. ¿Por qué Ivan era incapaz de verlo y, en cambio, proponer una estrategia rastrera? Estaba en la obligación de reagruparse y contraatacar para demostrar una vez más que su ejército era imbatible.
—¿Cuándo te volviste así de débil? —le recriminó con el ceño fruncido, mirándole con severidad.
Era cierto que los hombres estaban cansados y tenían la moral por el suelo, pero Ivan podía convertirlos en ghouls para que continuasen luchando. Así se ahorrarían el cansancio y la desmotivación del ejército, sin embargo, los enemigos poseían maniobras especiales en contra de la hueste no-muerta. Por otro lado, su general le estaba aconsejando buscar refugio en el fortín para luego reagruparse. Podía ser que Ivan no estuviera en las condiciones para convertir al resto de los hombres, así que, le gustase o no, necesitaba tiempo para tomar una decisión.
—Está bien, seguiré tu consejo, pero si nos vuelven a derrotar de esta forma, tú serás el responsable. Tenemos mucho que proteger y aún más que perder: no podemos fallar.
Antaño habría esperado la respuesta de Ivan, en cambio, se dio la media vuelta con la capa hondeando a su espalda y desapareció entre un montón de flores de fuego.
La noche por fin había llegado y, junto a ella, un silencio pleno. Observaba el cielo nublado desde lo más alto del fortín, acordándose de los banquetes que celebraban luego de las batallas difíciles. Solía pasearse por el campamento, ensalzando la valentía de sus hombres y agradeciendo el que entregasen sus vidas por la causa. Pero se había vuelto tan fría que sus compañeros se convirtieron en piezas de ajedrez. Ya no había banquetes ni honores, solo duros entrenamientos y discusiones sobre los próximos movimientos militares.
¿Lo peor de todo? Era consciente del momento en que todo se había vuelto gris, cuando todo comenzó a ser blanco o negro
Se dio la media vuelta y taladró la oscuridad con los ojos cuando escuchó pasos en las escaleras, pero enseguida se relajó cuando vio quien era. Iba ataviado con una túnica negra y oculto bajo una capucha. Al retirársela, dejó al descubierto una cara pálida y unos ojos celestes sin brillo. Era el rostro de una mujer delgada y de largos cabellos plateados que se deslizaba con soltura entre las sombras.
—Ha debido ser duro, ¿verdad? Sabe que el enemigo es más débil que usted y aun así pierde —dijo la mujer, acercándose lentamente—, pero no todo está perdido. Debe derramar aún más sangre y utilizarla para conjurar a Arcadia. Mátelos, su Majestad, mátelos a todos.
Se trataba más de una leyenda entre tecnomagos que de un hechizo en sí, pues ningún hombre había conseguido conjurar a Arcadia. Ser tocado por la Magia Divina significaba poder alterar la realidad a voluntad, pero el conjuro requería mucha, mucha energía. Gracias a esa mujer, la bruja descubrió una forma rápida de conseguirla: rituales de sangre. Las sanguinarias batallas entre ambos bandos eran el combustible que la Reina Bruja necesitaba para dar la última estocada de la guerra. Sin embargo, a pesar de los innumerables muertos, sentía que estaba lejos de conseguir el poder definitivo y comenzaba a temer que solo hubiera una forma.
—Y si no es suficiente, tendrá que…
—No, no lo haré. Si la muerte de mis hombres no es suficiente, entonces usaré mi propia vida —gruñó la hechicera, volteándose hacia la oscuridad—. Si no puedo regresar con Christa, al menos me aseguraré de que viva en un mejor mundo.
—Si es lo que su Majestad desea… —dijo la mujer con una sonrisa maliciosa, desapareciendo entre las sombras.
Al día siguiente.]
Tenía la vista clavada en el mar, contemplándolo como si fuera un pasaje al pasado cuando las cosas eran infinitamente más sencillas. Ah, qué divertido fueron los veinte años cuando viajaba con los chicos. Una parte de ella extrañaba a Inosuke y a Alexandra, pero la que más le hacía falta era la estúpida mujer del parche. Decidieron seguir sus propios caminos; tal vez, si todavía estuvieran ahí, las cosas serían distintas. Sin embargo, a pesar de todos los años solo uno permaneció a su lado sin importar lo que pasara. Quizás era demasiado dura con él, pero es que en quién más iba a confiar sino en Ivan.
Quizás fui demasiado dura con él, se dijo a sí misma con el rostro endurecido por las batallas.
Y como si lo hubiese atraído con los pensamientos, el vampiro llegó a su lado con el semblante de todas las mañanas para guardar silencio y ver el mar juntos. Solían hacerlo en el Horror Circus cuando estaban a punto de tomar una decisión importante y, muchas veces, dolorosa.
Hasta que uno de los dos era el primero en hablar.
Ivan le hizo reflexionar sobre lo que habían perdido por elegir la vida de un pirata, y no uno que solo saqueaba un par de pueblos de mierda. Fue divertido ver el mundo por primera vez cuando todo era fascinante, pero en algún minuto las cosas cambiaron y las aventuras se convirtieron en preocupaciones. Tal vez ese cambio comenzó en Wano al declararle la guerra al Hemperador. Incluso ahora, tras casi cuarenta años, seguían peleándose con el mundo.
Antaño habría acariciado su brazo, le habría mirado y sonreído como una quinceañera nerviosa, pero la guerra y la muerte le habían endurecido. Apreciaba como no imaginaba su lealtad, no tenía idea de lo mucho que significaba para ella. Sin embargo, en vez de recordar el pasado como unos viejos cualesquiera debían pensar en el futuro y en la última batalla. Tenía la certeza de que, como en muchísimas ocasiones anteriores, lo resolverían estando juntos.
—Hemos sacrificado mucho para hacer realidad nuestros sueños, pero jamás pensé que acabaríamos así —dijo sin despegar la mirada del mar—. Los echas de menos, ¿cierto? Yo también extraño a Christa y a veces pienso en cómo hubiera sido la vida si William estuviera con nosotros. Sin este sello podría resucitarle, pero es que ni su cuerpo pude recuperar. Reemplacé la violencia por el diálogo y mis espadas por promesas de prosperidad, pero fui una estúpida por pensar que el Gobierno Mundial mantendría la distancia —gruñó con odio en la voz—. Estoy creando un mundo seguro para que tus hijos puedan vivir en paz, para que Christa viva una vida mucho mejor que la mía.
Sintió la mano sobre su hombro y sonrió al recordar la noche en que se encontró a un vampiro borracho entre las calles de Dark Dome. De alguna manera, sabía que sería la última sonrisa. A pesar de haberlo presagiado, quiso esperar hasta comprobar que no se trataba de un error. La daga en su pecho no dolía tanto como el corazón, y su sonrisa solo desapareció cuando Ivan se despidió. Pudo haber pedido alguna explicación más, mostrar la tristeza y decepción que sentía, pero todo sentimiento de debilidad se convirtió en una furia inextinguible.
—Si esta es tu decisión, todos nuestros recuerdos y sueños arderán contigo en el infierno —rugió mientras su cuerpo despedía chispas de fuego.
Si no hubiera invertido la posición de su corazón, el daño habría sido mucho peor. Además, conocía los métodos y recursos de Ivan: tenía tiempo limitado. No sabía qué tipo de veneno usaría contra un oponente más fuerte que él, pero tenía la seguridad de que sería lo suficientemente potente como para asumir las consecuencias. Por suerte, el anillo que le había regalado Zane hacía décadas le iba a conceder algo de tiempo.
La bruja retiró la daga de su pecho y expulsó una devastadora onda de voluntad, destrozando las almenas y causando estragos en el fortín. De su espalda nacieron nueve largas colas de zorro a su vez que Fushigiri aparecía en su mano derecha. Entonces, comenzó a convertir el entorno en gigantescas lenguas de fuego que serpenteaban hacia el cielo, formando una esfera candente. Almenas, rocas y madera servían de combustible para dar lugar a uno de los conjuros más destructores que conocía: Agni. Era cuestión de tiempo para que toda la isla fuera un auténtico infierno.
Ivan Markov
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Akuma no mi
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La voluntad de Katharina le sacudió, destrozando parte de la muralla en que se alzaban y empujándolo al vacío. Había dolido ser golpeado por su haoshoku, notar su rabia contra él. Pero nada había dolido más que sus palabras. Una tercera vez más, se pregunto, ¿en qué momento se había torcido todo tanto? ¿Quién tenía la culpa? ¿Acababa de cometer un error? Tal vez aún había habido posibilidades de arreglarlo. "No... ya era tarde para eso." Katharina había perdido totalmente la cordura. Ahora era una amenaza para todo el mundo. Y eso suponía que Dexter se personaría para matarla, algo a lo que ni ella podría sobrevivir. Había roto la única regla de la guerra que Dexter había impuesto al mundo. Y nadie, salvo él, mataría a su capitana. Nadie tenía más derecho que él de pararle los pies. "Desterraré todo mi amor y cariño por ti. Por el bien de nuestra amistad, mataré mis dudas y mis remordimientos." En el momento en que una lengua de fuego comenzaba a alzarse hacia él, detuvo su caída y comenzó a alejarse volando, poniendo distancia entre él y Katharina y elevándose sobre la isla. Entonces desenvainó al fin a Vanator, con sus ojos brillando ferozmente.
- Esta será la última danza, Katharina. La última vez que cruzamos espadas intentaste matarme, mientras que yo sólo quería derrotarte.
El azul de sus iris se volvió dorado, su piel, pálida como la muerte, y dos afilados colmillos crecieron en su mandíbula. Alzó hacia los cielos su espada, envuelta en llamas frías de color azul. Aquella técnica había tenido mucho significado en algún momento, pues ambos la habían aprendido juntos. La diferencia era que mientras Katharina había seguido profundizando en el poder de su akuma no mi, él había seguido entrenando para trascender los límites de su habilidad. Una línea de llamas se elevó desde su espada un centenar de metros, y desde ahí comenzó a expandirse horizontalmente, formando una nube de fuego azul sobre la isla. Y entonces, empezaron a asomar objetos desde el fuego congelante: espadas. Todas idénticas a Vanator, todas hechas de una única pieza de hielo. Y todas ellas con su filo envuelto en llamas azules. Había trascendido la técnica que había aprendido junto a Katharina en Tlaseseyan y la habilidad de su viejo de la llama de Bóreas. Usando su akuma no mi como puente, había logrado desarrollar el siguiente paso. El frío de la no muerte impregnaba cada arma.
- Tal vez en aquel entonces debería haber entendido lo que significaba - sonrió sin alegría - En realidad estás hueca por dentro desde que murió Freya, y nadie ha logrado ocupar ese vacío totalmente.
Bajó la espada y apuntó con ella al horizonte. Con un rugido como de un millar de truenos, de la nube comenzó a caer la letal lluvia de hielo y fuego. Por un momento, la combinación de luces fue lo bastante hermosa como para casi hacer olvidar la muerte que auguraba. El rojo de las llamas de Katharina y el azul de las de Ivan aproximándose rápidamente entre sí. El vampiro sabía que tenía que detenerla antes de que terminase su conjuro, o estaría en serio aprietos. En una isla en llamas Katharina tendría la ventaja, y eso si es que no lo carbonizaba en el primer golpe. Pero tenía una idea de cómo ganar eso. Había visualizado cientos de estrategias a lo largo de la noche. Cientos de escenarios y posibilidades, empleando su conocimiento sobre Kath y sus propias habilidades, y sus décadas de experiencia como guerrero. Ella era más fuerte que él, por mucho que le doliera admitirlo. Pero hasta la Reina Bruja podía caer.
- Schlachtfeld: Boreas Schmiede.
Allá donde las espadas caían, se hundían profundamente y estallaban en llamas azules que comenzaban a expandirse rápidamente, cubriendo todo de una capa de hielo. El fuego azul se enfrentó al rojo, conteniendo su expansión e incluso haciendo peligrar las lenguas más pequeñas. El choque entre dos masas de aire a temperaturas tan radicalmente distintas levantó una violenta tormenta de viento, tan fuerte que arrastró consigo piedras. Y eso no era todo: un buen número de espadas se dirigieron directamente hacia Katharina. Y de la nube, el hielo no dejaba de caer. Ivan metió la mano en el Manto de las Sombras y extrajo el casco de su armadura.
- Esta vez, Katharina - se puso el casco, y su voz sonó más profunda - yo también iré a matar
- Esta será la última danza, Katharina. La última vez que cruzamos espadas intentaste matarme, mientras que yo sólo quería derrotarte.
El azul de sus iris se volvió dorado, su piel, pálida como la muerte, y dos afilados colmillos crecieron en su mandíbula. Alzó hacia los cielos su espada, envuelta en llamas frías de color azul. Aquella técnica había tenido mucho significado en algún momento, pues ambos la habían aprendido juntos. La diferencia era que mientras Katharina había seguido profundizando en el poder de su akuma no mi, él había seguido entrenando para trascender los límites de su habilidad. Una línea de llamas se elevó desde su espada un centenar de metros, y desde ahí comenzó a expandirse horizontalmente, formando una nube de fuego azul sobre la isla. Y entonces, empezaron a asomar objetos desde el fuego congelante: espadas. Todas idénticas a Vanator, todas hechas de una única pieza de hielo. Y todas ellas con su filo envuelto en llamas azules. Había trascendido la técnica que había aprendido junto a Katharina en Tlaseseyan y la habilidad de su viejo de la llama de Bóreas. Usando su akuma no mi como puente, había logrado desarrollar el siguiente paso. El frío de la no muerte impregnaba cada arma.
- Tal vez en aquel entonces debería haber entendido lo que significaba - sonrió sin alegría - En realidad estás hueca por dentro desde que murió Freya, y nadie ha logrado ocupar ese vacío totalmente.
Bajó la espada y apuntó con ella al horizonte. Con un rugido como de un millar de truenos, de la nube comenzó a caer la letal lluvia de hielo y fuego. Por un momento, la combinación de luces fue lo bastante hermosa como para casi hacer olvidar la muerte que auguraba. El rojo de las llamas de Katharina y el azul de las de Ivan aproximándose rápidamente entre sí. El vampiro sabía que tenía que detenerla antes de que terminase su conjuro, o estaría en serio aprietos. En una isla en llamas Katharina tendría la ventaja, y eso si es que no lo carbonizaba en el primer golpe. Pero tenía una idea de cómo ganar eso. Había visualizado cientos de estrategias a lo largo de la noche. Cientos de escenarios y posibilidades, empleando su conocimiento sobre Kath y sus propias habilidades, y sus décadas de experiencia como guerrero. Ella era más fuerte que él, por mucho que le doliera admitirlo. Pero hasta la Reina Bruja podía caer.
- Schlachtfeld: Boreas Schmiede.
Allá donde las espadas caían, se hundían profundamente y estallaban en llamas azules que comenzaban a expandirse rápidamente, cubriendo todo de una capa de hielo. El fuego azul se enfrentó al rojo, conteniendo su expansión e incluso haciendo peligrar las lenguas más pequeñas. El choque entre dos masas de aire a temperaturas tan radicalmente distintas levantó una violenta tormenta de viento, tan fuerte que arrastró consigo piedras. Y eso no era todo: un buen número de espadas se dirigieron directamente hacia Katharina. Y de la nube, el hielo no dejaba de caer. Ivan metió la mano en el Manto de las Sombras y extrajo el casco de su armadura.
- Esta vez, Katharina - se puso el casco, y su voz sonó más profunda - yo también iré a matar
Katharina von Steinhell
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Agni se volvía más grande conforme pasaba el tiempo y el entorno se convertía en combustible para la cada vez más grande esfera de fuego. Se trataba de un hechizo increíblemente destructivo que transformaba cualquier pueblo, reino o isla en un verdadero infierno. Aumentaba la temperatura del ambiente, derretía casi cualquier material y provocaba nubes tóxicas debido a la combustión, o era lo que normalmente ocurría cuando, en realidad, Agni guardaba un poder mucho, mucho más catastrófico.
La hechicera frunció el ceño cuando escuchó el nombre de su hermana. A cambio de servirle por el resto de la eternidad, tal vez habría perdonado al vampiro por su traición, ¿pero referirse a Freya en medio de la batalla? Sabía que usaría métodos rastreros y deshonrosos para hacerse con la victoria, pero había límites que debía respetar: lo que había hecho era imperdonable.
—¿Hueca por dentro? ¿Lo dices después de haber estado más de treinta años a mi lado? Antes de enviarte al infierno te recordaré todo lo que he pasado, maldito bastardo —rugió, dedicándole una mirada feroz a la vez que el suelo temblaba bajo sus pies.
Reconoció la técnica que estaba preparando el vampiro y sonrió con amargura, no porque fuera difícil de detener, sino porque solían usarla como la carta definitiva. Observó la preciosa nube de fuego azul que cubría el cielo de Proodence. Era una lástima que Ivan usara el poder que había ganado en contra de la reina a la que había jurado servir.
La bruja suspiró con decepción al ver la estrategia que había decidido usar el vampiro. El mundo tenía la creencia equivocada de que Katharina solo era buena causando estragos y atacando como un perro de combate, sin embargo, en las últimas dos o tres décadas nadie había conseguido hacerle el daño suficiente para que su vida corriese peligro. Podía presagiar cualquier evento en el que estuviese involucrada, era capaz de moverse más rápido que el sonido y, por si fuera poco, conocía magia que le permitía manipular el espacio para conseguir una defensa perfecta e inquebrantable.
—¡¿Esta es tu brillante estrategia?! ¡¿Envenenarme y hacer caer mil espadas del cielo para vencerme, Ivan?! —gruñó con el ceño fruncido instantes antes de que la técnica de su oponente descendiese como una guillotina sobre Katharina—. ¡Tendrás que esforzarte mucho más para hacerme caer!
Sus ojos emitieron un destello violeta y el cielo volvió a rugir. Un portal apareció sobre sí misma como una especie de barrera, formándose un vórtice de tonos azules y púrpuras; el de salida hizo aparición a unos veinte metros sobre la cabeza del vampiro. Todas las espadas que descendieron fueron tragadas por el portal y enviadas de vuelta hacia su lanzador. La bruja desvió hábilmente las hojas que volaron hacia ella desde distintos flancos, haciendo una serie de giros y desvíos perfectos. Si bien ninguna cortó su piel, los estallidos de llamas azules en conjunto con la tormenta eran molestos para los ojos y los oídos.
—¿Y se supone que estás yendo a matar? —le provocó mientras dos espaldas doradas emergían de su espalda.
El fortín acabó por colapsar cuando la hechicera dio un potente salto y atravesó el portal, saliendo disparada por el de salida con la intención de cortar en dos a Ivan. En el último segundo, antes del impacto, la bruja se transformó en una mujer de cabellos negros, esbelta y de ojos rojos: Iliana Markov. Sin embargo, no se trataba más que de un clon ilusorio, puesto que el cuerpo verdadero se había abalanzado desde abajo, oculto entre la nube de polvo y escombros, para coger de frente a Ivan y, de igual manera, cortarle verticalmente en dos mientras las lenguas de fuego se alzaban al cielo como si siguiendo a su reina.
La hechicera frunció el ceño cuando escuchó el nombre de su hermana. A cambio de servirle por el resto de la eternidad, tal vez habría perdonado al vampiro por su traición, ¿pero referirse a Freya en medio de la batalla? Sabía que usaría métodos rastreros y deshonrosos para hacerse con la victoria, pero había límites que debía respetar: lo que había hecho era imperdonable.
—¿Hueca por dentro? ¿Lo dices después de haber estado más de treinta años a mi lado? Antes de enviarte al infierno te recordaré todo lo que he pasado, maldito bastardo —rugió, dedicándole una mirada feroz a la vez que el suelo temblaba bajo sus pies.
Reconoció la técnica que estaba preparando el vampiro y sonrió con amargura, no porque fuera difícil de detener, sino porque solían usarla como la carta definitiva. Observó la preciosa nube de fuego azul que cubría el cielo de Proodence. Era una lástima que Ivan usara el poder que había ganado en contra de la reina a la que había jurado servir.
La bruja suspiró con decepción al ver la estrategia que había decidido usar el vampiro. El mundo tenía la creencia equivocada de que Katharina solo era buena causando estragos y atacando como un perro de combate, sin embargo, en las últimas dos o tres décadas nadie había conseguido hacerle el daño suficiente para que su vida corriese peligro. Podía presagiar cualquier evento en el que estuviese involucrada, era capaz de moverse más rápido que el sonido y, por si fuera poco, conocía magia que le permitía manipular el espacio para conseguir una defensa perfecta e inquebrantable.
—¡¿Esta es tu brillante estrategia?! ¡¿Envenenarme y hacer caer mil espadas del cielo para vencerme, Ivan?! —gruñó con el ceño fruncido instantes antes de que la técnica de su oponente descendiese como una guillotina sobre Katharina—. ¡Tendrás que esforzarte mucho más para hacerme caer!
Sus ojos emitieron un destello violeta y el cielo volvió a rugir. Un portal apareció sobre sí misma como una especie de barrera, formándose un vórtice de tonos azules y púrpuras; el de salida hizo aparición a unos veinte metros sobre la cabeza del vampiro. Todas las espadas que descendieron fueron tragadas por el portal y enviadas de vuelta hacia su lanzador. La bruja desvió hábilmente las hojas que volaron hacia ella desde distintos flancos, haciendo una serie de giros y desvíos perfectos. Si bien ninguna cortó su piel, los estallidos de llamas azules en conjunto con la tormenta eran molestos para los ojos y los oídos.
—¿Y se supone que estás yendo a matar? —le provocó mientras dos espaldas doradas emergían de su espalda.
El fortín acabó por colapsar cuando la hechicera dio un potente salto y atravesó el portal, saliendo disparada por el de salida con la intención de cortar en dos a Ivan. En el último segundo, antes del impacto, la bruja se transformó en una mujer de cabellos negros, esbelta y de ojos rojos: Iliana Markov. Sin embargo, no se trataba más que de un clon ilusorio, puesto que el cuerpo verdadero se había abalanzado desde abajo, oculto entre la nube de polvo y escombros, para coger de frente a Ivan y, de igual manera, cortarle verticalmente en dos mientras las lenguas de fuego se alzaban al cielo como si siguiendo a su reina.
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Ivan no respondió. Su rostro estaba totalmente impertérrito, sereno. Las bravuconadas de su amiga no lograron alcanzarle. En lugar de responder con otras, le dirigió una mirada apagada y con una única emoción: lástima. Lástima por aquello en lo que Katharina se había convertido. "Nos conocemos. Sé lo que vas a hacer. Sé que lo sabes. Así que intentarás engañarme. Probablemente tu ataque tendrá al menos tres capas de engaño." Supo que el portal se había abierto sobre él sin mirarlo, percibiendo con su agudo oído el cambio en la acústica. Ahora la voz de Katharina le llegaba tanto del frente como desde arriba. En un movimiento fluido, levitó hacia un lado trazando una floritura con Vanator con la que desvió las primeras espadas sin hacerlas estallar. Entonces, tras apartarse de la lluvia de espadas, alargó la mano y agarró una de ellas por el mango. El fuego azul lamió el guantelete de su armadura, pero para su cuerpo de vampiro el descenso de temperatura no supuso más que una molestia menor.
- No he hecho más que empezar - dijo con calma - Había muy pocas cosas que me atasen a mi humanidad. Una era la banda. Inosuke, Kaya, Xandra, Selene. Todos han desaparecido.
En el momento en que Katharina saltó, supo que habría un engaño. Usar su propio ataque contra él había sido la primera distracción. Aún habría al menos dos o tres capas de engaño más. Dejó de prestar atención a su visión y usó su mantra, su olfato y su oído. Katharina era una hábil ilusionista. Su vista solo le engañaría. Percibió dos voces, dos Katharinas. Una venía a través del portal. La otra, desde el lugar donde la fortaleza se desmoronaba, acercándose rápidamente. No podía descartar que ninguno de los dos ataques fuese el verdadero; Katharina le conocía. Así que se mentalizó y pensó dos defensas contra ambos, prestando atención al olfato. Su amiga no tenía uno tan agudo como el de Ivan, así que replicar las sutilezas más pequeñas del mundo de los olores se le escapaban. "Es falsa" supo en cuanto cruzó el portal. Sin embargo, esa figura cambió de aspecto y de olor. La boca de Ivan se abrió en un gesto de sorpresa. Su muerto corazón emitió un único latido. Era Iliana, tal y como la recordaba de su juventud. El dolor le desgarró por dentro, lacerante. "No es ella." Pero saberlo no lo hacía menos doloroso. Una lágrima de sangre rodó desde su ojo derecho mientras la ilusión pasaba a través de él, y el vampiro se giraba para encarar a la verdadera Katharina. Las espadas, cubiertas de haki, chocaron en un impacto tan violento que dos pequeños torbellinos se formaron tras ellos.
- La segunda cosa era la amistad. Pero Zero ha desaparecido. Syxel también. Hace años que no veo a Aki. Y tú hace tiempo que has dejado de actuar como una amiga.
Intercambiaron golpes a una velocidad tan extrema que nadie que no estuviese a su nivel los hubiese podido ver siquiera. El estilo de Katharina era letal y veloz, con golpes encadenados en una complicada danza, mientras que el de Ivan era elegante, manejando las dos espadas bastardas como si fuesen dos ligeros estoques, explotando su rango al máximo y haciendo los movimientos justos para desviar y contraatacar. Agilidad contra destreza, se enfrentaron en una lucha imposible. Ambos conocían al otro a la perfección, demasiado bien como para que uno de los dos tomase la ventaja. Sí, la magia de Katharina era más poderosa que las habilidades de un vampiro, pero Ivan había mejorado como espadachín en esas últimas décadas. ¿Quién de los dos era mejor con la espada? Se conocían demasiado bien como para poder decirlo. Para cada golpe, el otro conocía una contramaniobra. Las dos lenguas de fuego se acercaron para equilibrar la balanza en favor de su dueña, pero dos chorros de espadas de hielo cayeron desde la nube contra ellas. El fuego azul y el rojo comenzaron a consumirse el uno al otro. Sin perder de vista la batalla, Ivan dirigió una única mirada con el rabillo del ojo a la enorme bola de fuego que seguía creciendo. "Tengo que pararla antes de que haga volar por los aires toda la isla." Concentrándose por un instante, hizo que toda la carga de hielo que le quedaba a su nube se descargase en una última lluvia letal contra la bola gigante.
- Siempre he sabido que era distinto. Nunca me han importado mucho los demás o sus derechos naturales. Desde pequeño he robado y hecho daño sin pedir perdón. ¿Por qué debería hacerlo? ¿Por qué preocuparme por otros? Yo ya tenía bastante con preocuparme por mí mismo, que el resto lo hiciese por sí mismos. Eso cambió cuando empezasteis a llegar a mi vida. Entonces decidí que a lo mejor la vida humana era algo que merecía la pena ser preservado. A lo mejor había gente que merecía mi respeto, mi cariño, mi amor - se detuvo por un instante - A lo mejor había estado equivocado hasta entonces.
Mientras hablaba, no dejó de bloquear cada golpe de Katharina y devolverle los suyos, sin lograr encajar ninguno. No importaba. Cruzó sus ojos con los de ella, mirando con serenidad y lástima la furibunda rabia que ardía en la mirada de su amiga. Entonces los iris de Ivan se tiñeron de carmesí por un instante. Y ocurrió. Una mano fuerte agarró la muñeca de Katharina para detenerla, y una lanza bloqueó las espadas de Ivan. El sereno y hermoso rostro del guerrero de Lëxius les contempló a ambos, antes de gritarles desaforado.
- ¡¿Qué hacéis?! ¡Deteneos! - dijo William - ¡Sois amigos!
William se giró hacia Katharina, mirándole con tristeza. Tosía y respiraba con dificultad por el humo.
- ¿Qué te ha pasado, mi amor? ¿Qué ha ocurrido para que estés así? ¿Dónde está Christa?
Ivan suspiró y se detuvo. Mientras Katharina se veía sumida en la ilusión hipnótica que había creado, apuntó a un punto entre las juntas de su armadura y alzó a Vanator para asestarle una estocada en el costado.
- La tercera cosa que me ataba mi humanidad era el amor. El amor que sentí por Iliana cuando la conocí en Hallstat. El amor que sentí por Brianna viajando con ella - se calló, y dijo, con intenso dolor - El amor que nunca te confesé, por el bien de nuestra amistad y nuestro juramento. Pero Brianna huyó. Iliana me rechazó. Y he tenido que matar mi amor por ti.
Lanzó el golpe con todas sus fuerzas, usando su haki de armadura y del rey en el golpe, con absoluta y plena intención de matar.
- Y ahora que nada me ata, solo queda el monstruo - dijo, con su voz y su rostro volviendo a la serenidad - Solo me queda muerte para entregar al mundo.
- No he hecho más que empezar - dijo con calma - Había muy pocas cosas que me atasen a mi humanidad. Una era la banda. Inosuke, Kaya, Xandra, Selene. Todos han desaparecido.
En el momento en que Katharina saltó, supo que habría un engaño. Usar su propio ataque contra él había sido la primera distracción. Aún habría al menos dos o tres capas de engaño más. Dejó de prestar atención a su visión y usó su mantra, su olfato y su oído. Katharina era una hábil ilusionista. Su vista solo le engañaría. Percibió dos voces, dos Katharinas. Una venía a través del portal. La otra, desde el lugar donde la fortaleza se desmoronaba, acercándose rápidamente. No podía descartar que ninguno de los dos ataques fuese el verdadero; Katharina le conocía. Así que se mentalizó y pensó dos defensas contra ambos, prestando atención al olfato. Su amiga no tenía uno tan agudo como el de Ivan, así que replicar las sutilezas más pequeñas del mundo de los olores se le escapaban. "Es falsa" supo en cuanto cruzó el portal. Sin embargo, esa figura cambió de aspecto y de olor. La boca de Ivan se abrió en un gesto de sorpresa. Su muerto corazón emitió un único latido. Era Iliana, tal y como la recordaba de su juventud. El dolor le desgarró por dentro, lacerante. "No es ella." Pero saberlo no lo hacía menos doloroso. Una lágrima de sangre rodó desde su ojo derecho mientras la ilusión pasaba a través de él, y el vampiro se giraba para encarar a la verdadera Katharina. Las espadas, cubiertas de haki, chocaron en un impacto tan violento que dos pequeños torbellinos se formaron tras ellos.
- La segunda cosa era la amistad. Pero Zero ha desaparecido. Syxel también. Hace años que no veo a Aki. Y tú hace tiempo que has dejado de actuar como una amiga.
Intercambiaron golpes a una velocidad tan extrema que nadie que no estuviese a su nivel los hubiese podido ver siquiera. El estilo de Katharina era letal y veloz, con golpes encadenados en una complicada danza, mientras que el de Ivan era elegante, manejando las dos espadas bastardas como si fuesen dos ligeros estoques, explotando su rango al máximo y haciendo los movimientos justos para desviar y contraatacar. Agilidad contra destreza, se enfrentaron en una lucha imposible. Ambos conocían al otro a la perfección, demasiado bien como para que uno de los dos tomase la ventaja. Sí, la magia de Katharina era más poderosa que las habilidades de un vampiro, pero Ivan había mejorado como espadachín en esas últimas décadas. ¿Quién de los dos era mejor con la espada? Se conocían demasiado bien como para poder decirlo. Para cada golpe, el otro conocía una contramaniobra. Las dos lenguas de fuego se acercaron para equilibrar la balanza en favor de su dueña, pero dos chorros de espadas de hielo cayeron desde la nube contra ellas. El fuego azul y el rojo comenzaron a consumirse el uno al otro. Sin perder de vista la batalla, Ivan dirigió una única mirada con el rabillo del ojo a la enorme bola de fuego que seguía creciendo. "Tengo que pararla antes de que haga volar por los aires toda la isla." Concentrándose por un instante, hizo que toda la carga de hielo que le quedaba a su nube se descargase en una última lluvia letal contra la bola gigante.
- Siempre he sabido que era distinto. Nunca me han importado mucho los demás o sus derechos naturales. Desde pequeño he robado y hecho daño sin pedir perdón. ¿Por qué debería hacerlo? ¿Por qué preocuparme por otros? Yo ya tenía bastante con preocuparme por mí mismo, que el resto lo hiciese por sí mismos. Eso cambió cuando empezasteis a llegar a mi vida. Entonces decidí que a lo mejor la vida humana era algo que merecía la pena ser preservado. A lo mejor había gente que merecía mi respeto, mi cariño, mi amor - se detuvo por un instante - A lo mejor había estado equivocado hasta entonces.
Mientras hablaba, no dejó de bloquear cada golpe de Katharina y devolverle los suyos, sin lograr encajar ninguno. No importaba. Cruzó sus ojos con los de ella, mirando con serenidad y lástima la furibunda rabia que ardía en la mirada de su amiga. Entonces los iris de Ivan se tiñeron de carmesí por un instante. Y ocurrió. Una mano fuerte agarró la muñeca de Katharina para detenerla, y una lanza bloqueó las espadas de Ivan. El sereno y hermoso rostro del guerrero de Lëxius les contempló a ambos, antes de gritarles desaforado.
- ¡¿Qué hacéis?! ¡Deteneos! - dijo William - ¡Sois amigos!
William se giró hacia Katharina, mirándole con tristeza. Tosía y respiraba con dificultad por el humo.
- ¿Qué te ha pasado, mi amor? ¿Qué ha ocurrido para que estés así? ¿Dónde está Christa?
Ivan suspiró y se detuvo. Mientras Katharina se veía sumida en la ilusión hipnótica que había creado, apuntó a un punto entre las juntas de su armadura y alzó a Vanator para asestarle una estocada en el costado.
- La tercera cosa que me ataba mi humanidad era el amor. El amor que sentí por Iliana cuando la conocí en Hallstat. El amor que sentí por Brianna viajando con ella - se calló, y dijo, con intenso dolor - El amor que nunca te confesé, por el bien de nuestra amistad y nuestro juramento. Pero Brianna huyó. Iliana me rechazó. Y he tenido que matar mi amor por ti.
Lanzó el golpe con todas sus fuerzas, usando su haki de armadura y del rey en el golpe, con absoluta y plena intención de matar.
- Y ahora que nada me ata, solo queda el monstruo - dijo, con su voz y su rostro volviendo a la serenidad - Solo me queda muerte para entregar al mundo.
Katharina von Steinhell
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
El vampiro respondió al ataque de la bruja, haciendo chocar las espadas y con ello provocando un violento vórtice de viento y fuego. Mientras Ivan hablaba sobre las cadenas que alguna vez le ataron a la humanidad, las espadas se encontraban en un mar de caos y destrucción. La tierra era azotada por la fuerza de dos titanes del Nuevo Mundo y el cielo contestaba con estruendosos rugidos ante la voluntad de los piratas.
Fue entonces que Katharina sintió una mano en su muñeca y su mirada se desvió por un instante para encontrarse con William. Su cabello rubio ondeaba con el viento mientras el fallecido guerrero le miraba con su único ojo, preguntando por qué peleaban si eran amigos. El rostro de la bruja se desfiguró en una furia inexplicable al escuchar el nombre de Christa y respondió con una poderosa ráfaga de pura voluntad que desintegró la ilusión, mas no la ira.
Sin embargo, lo que en realidad tomó desprevenida a Katharina fue la inoportuna confesión de su mejor amigo. Sus manos temblaron por un momento y su corazón dio un salto: ya no existía esa defensa perfecta de la cual estaba orgullosa. La confesión de Ivan le impidió reaccionar a tiempo para evitar la estocada mortal. Consiguió hacerse a un lado a duras penas, pero el sangrado había comenzado.
—¿Por qué has decidido decírmelo ahora que me traicionas, Ivan? —le preguntó—. En la vida hay una sola cosa que jamás podría perdonar: la traición. Debí habérmelo esperado, después de todo, los de tu estirpe son expertos en traicionar a quienes aman. Pude haber destruido el mundo con tan solo chasquear los dedos, pero no estaba dispuesta a sacrificarte; jamás dudé de mis sentimientos.
Las llamas anaranjadas comenzaron a volverse azules; la roca a sus pies comenzaba a fundirse. Agni se volvía cada vez más grande y daba la impresión de que algo latía dentro de la cada vez más grande esfera de fuego. Por otra parte, los ojos de la hechicera se volvieron violetas y su sola presencia haría desfallecer a cualquier guerrero más débil que Ivan.
—Luego de nuestra batalla en ese torneo encontré la manera de sellar mis poderes para no volver a cometer ninguna estupidez. Renuncié a la verdadera magia por ti, por los chicos. Si fuera capaz de romper este sello, habríamos conquistado el mundo, pero es imposible incluso para mí —comenzó a decirle, deseando que el vampiro escuchara sus palabras—. Sin embargo, existe una magia tan antigua como las armas ancestrales que permite modificar la realidad y su universo a voluntad. Pensé que las almas de cientos de miles de hombres bastarían para activar el conjuro, pero no fue suficiente.
La isla entera pareció haber sido azotada por un terremoto, pero en realidad fue un poderoso latido proveniente de Agni. A causa del hechizo, la temperatura ambiental era tan alta que incluso respirar se volvía una tarea infernalmente dolorosa. Había pocos hombres en el mundo que podían soportar algo así, y uno de ellos era Zane.
—Siempre he sido una mujer egoísta: tuve que elegir entre Ivan Markov y la humanidad para despertar a Arcadia. No quise sacrificarte —continuó—. Para mí, tu vida valía la de un millón de hombres, pero tu traición lo ha cambiado todo. Haz todo lo posible por detenerme, Ivan, porque si no lo haces el mundo no volverá a ver la luz del día y mis enemigos no encontrarán descanso ni siquiera en la muerte.
Los ojos de la hechicera se volvieron absolutamente negros y entonces buscó la mirada del vampiro. El fuego, los truenos e incluso la luz desaparecieron por un instante que bien pudo sentirse como una eternidad. Se trataba de una ilusión de máxima oscuridad que hacía sentir a la víctima estar en la aterradora nada, suspendida y aprisionada en el vacío. Era tal el nivel de la ilusión que trascendía los cinco sentidos y jugaba con la misma percepción del tiempo. Un fino hilo de luz rasgó la cortina de oscuridad, dando la impresión de que caía justo sobre la cabeza de Ivan. En realidad, se trataba de la espada de la hechicera intentando cortar en dos mitades idénticas al vampiro, desde la cabeza hasta el recto.
—Yami no Manto: Sora —susurró la Reina Bruja—. Hasta nunca, Ivan.
Fue entonces que Katharina sintió una mano en su muñeca y su mirada se desvió por un instante para encontrarse con William. Su cabello rubio ondeaba con el viento mientras el fallecido guerrero le miraba con su único ojo, preguntando por qué peleaban si eran amigos. El rostro de la bruja se desfiguró en una furia inexplicable al escuchar el nombre de Christa y respondió con una poderosa ráfaga de pura voluntad que desintegró la ilusión, mas no la ira.
Sin embargo, lo que en realidad tomó desprevenida a Katharina fue la inoportuna confesión de su mejor amigo. Sus manos temblaron por un momento y su corazón dio un salto: ya no existía esa defensa perfecta de la cual estaba orgullosa. La confesión de Ivan le impidió reaccionar a tiempo para evitar la estocada mortal. Consiguió hacerse a un lado a duras penas, pero el sangrado había comenzado.
—¿Por qué has decidido decírmelo ahora que me traicionas, Ivan? —le preguntó—. En la vida hay una sola cosa que jamás podría perdonar: la traición. Debí habérmelo esperado, después de todo, los de tu estirpe son expertos en traicionar a quienes aman. Pude haber destruido el mundo con tan solo chasquear los dedos, pero no estaba dispuesta a sacrificarte; jamás dudé de mis sentimientos.
Las llamas anaranjadas comenzaron a volverse azules; la roca a sus pies comenzaba a fundirse. Agni se volvía cada vez más grande y daba la impresión de que algo latía dentro de la cada vez más grande esfera de fuego. Por otra parte, los ojos de la hechicera se volvieron violetas y su sola presencia haría desfallecer a cualquier guerrero más débil que Ivan.
—Luego de nuestra batalla en ese torneo encontré la manera de sellar mis poderes para no volver a cometer ninguna estupidez. Renuncié a la verdadera magia por ti, por los chicos. Si fuera capaz de romper este sello, habríamos conquistado el mundo, pero es imposible incluso para mí —comenzó a decirle, deseando que el vampiro escuchara sus palabras—. Sin embargo, existe una magia tan antigua como las armas ancestrales que permite modificar la realidad y su universo a voluntad. Pensé que las almas de cientos de miles de hombres bastarían para activar el conjuro, pero no fue suficiente.
La isla entera pareció haber sido azotada por un terremoto, pero en realidad fue un poderoso latido proveniente de Agni. A causa del hechizo, la temperatura ambiental era tan alta que incluso respirar se volvía una tarea infernalmente dolorosa. Había pocos hombres en el mundo que podían soportar algo así, y uno de ellos era Zane.
—Siempre he sido una mujer egoísta: tuve que elegir entre Ivan Markov y la humanidad para despertar a Arcadia. No quise sacrificarte —continuó—. Para mí, tu vida valía la de un millón de hombres, pero tu traición lo ha cambiado todo. Haz todo lo posible por detenerme, Ivan, porque si no lo haces el mundo no volverá a ver la luz del día y mis enemigos no encontrarán descanso ni siquiera en la muerte.
Los ojos de la hechicera se volvieron absolutamente negros y entonces buscó la mirada del vampiro. El fuego, los truenos e incluso la luz desaparecieron por un instante que bien pudo sentirse como una eternidad. Se trataba de una ilusión de máxima oscuridad que hacía sentir a la víctima estar en la aterradora nada, suspendida y aprisionada en el vacío. Era tal el nivel de la ilusión que trascendía los cinco sentidos y jugaba con la misma percepción del tiempo. Un fino hilo de luz rasgó la cortina de oscuridad, dando la impresión de que caía justo sobre la cabeza de Ivan. En realidad, se trataba de la espada de la hechicera intentando cortar en dos mitades idénticas al vampiro, desde la cabeza hasta el recto.
—Yami no Manto: Sora —susurró la Reina Bruja—. Hasta nunca, Ivan.
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