Un encuentro peculiar [Julianna - Ellanora]

Subió a la cubierta con pasos vacilantes, un poco mareada. Se había despertado desubicada y en el tiempo que había tardado en recordar que estaba a bordo de un barco el movimiento del mismo le había dejado indispuesta. Respiró el aire con olor a salitre aliviada y supo que pronto estaría bien. Parpadeó para acostumbrarse a la luz y vio tierra a lo lejos. Sonrió encantada y tras un par de minutos partió a la búsqueda del capitán. Le encontró junto al timón, fumando un cigarrillo y tarareando una canción que no conocía.

- Gracias por hacerme un hueco en su bodega, señor.

- De nada, pequeña.- Le dijo el hombre, sonriente.- Era lo menos que podía hacer para pagarte tu ayuda. Pete habría muerto si no le hubieras cuidado la herida. Tienes buen pulso y manos ágiles.

- Mientras siga las instrucciones estará bien. Murynos... nunca había estado aquí. ¿Cómo es?

- Está plagada de avaros comerciantes, pero es un lugar bello. Ten, toma un par de monedas y cómprate un abrigo decente al llegar, me estás dando frío. Y las nubes indican nieve, pequeña.

Jul aceptó el dinero tímidamente, pero sin vacilar. Atracaron pronto y mientras pisaba tierra por primera vez en semanas oyó la voz del capitán recordándole que zarpaban en tres días. Ella no estaba segura de si iría con ellos, pero apreciaba su preocupación. De momento, un nuevo lugar le aguardaba. ¿Qué se llevaría esta vez? Sonriendo, buscó entre la multitud del puerto a alguien a quien preguntar por el mercado. Una joven captó su mirada curiosa y se dirigió hacia ella. Le posó la mano en el brazo con tranquilidad y habló sin esperar a que se diera la vuelta:

- Disculpa, ¿podrías indicarme el camino? Soy nueva en la ciudad.

—Pierce.

—¿Sí, lady Ellanora?

—Me aburro.

La joven tenía los brazos tras la cabeza mientras caminaban, seguida por su fiel mayordomo que caminaba con una mano a la espalda y la otra sujetando un libro abierto, que llevaba en la portada como título "Guía de Murynos para el turista perdido". La chica llevaba puesta su ropa de "abrigo", aunque a simple vista no tuviesen tal aspecto. Llevaba unos pantalones negros ajustados, de textura vaquera, con un grueso cinturón de hebilla de acero brillante, con una cadena que colgaba de su frontal y rodeaba su cadera derecha hasta unirse de nuevo a la parte trasera del cinturón. Llevaba una camiseta del color de la sangre y, sobre esta, una chaqueta de cuero negra cuya parte baja alcanzaba tan solo a la mitad del estómago, con una mata de pelo blanco en el collar de la prenda, abultando tras su cabeza, y en los puños de las mangas. No necesitaba más abrigo.

—Tenemos algo que hacer aquí antes de marcharnos, lady Ellanora, ya lo sabéis.

—Ya ya... -La joven se detuvo, y el mayordomo hizo lo mismo sin dejar de mirar la guía-. ¿Dónde está Adam?

—¿Ahora preguntáis por él? Llegamos a esta isla hace dos días.

—Ya imaginaba que no lo dejarías salir del barco si llamaba tanto la atención.

—Sabéis perfectamente que ese no es el motivo. Adam es un ser joven, tendrá apenas unas semanas de edad. No puede ser expuesto tan pronto al mundo, al menos hasta que aprenda lo suficiente.

La joven resopló, apartándose un mechón de la cara.

—La mejor forma de aprender es viviendo, Pierce.

—Lo sé, esa es la lección dos. Hoy mismo le he dicho que puede salir al pueblo a vernos. Por eso estamos aquí, le estamos esperando.

Antes de que la joven pudiese responder, sintió un leve tirón en el brazo. Se giró y vio a una chica. Bastante bajita, incluso para la vampiresa, que al ir siempre acompañada de un mayordomo de dos metros y un subordinado de cuatro parecía siempre una enana. La pequeña no parecía tener más de once o doce años. Sus ojos eran grisáceos y su pelo era tan claro que casi se confundía con la nieve. La pequeña le preguntó a Ellanora si podría indicarle el camino. La vampiresa podía sentir cierto nerviosismo en la mirada tranquila del mayordomo, un nerviosismo que solo ella podía notar debido a lo acostumbrada que estaba a su presencia. Y era normal, pues si alguien viviese tanto tiempo junto a la princesa de la noche sabía que a esta no le gustaba mucho que la tocasen extraños, soliendo tener una reacción algo... violenta. Sin embargo, algo que Pierce no había tenido ocasión de ver todavía debido a la rara vez que se cruzaban con algo así, Ellanora tenía un punto blando en su frío corazón hacia los niños.

—Ah... claro -dijo arrancando la guía de las manos del mayordomo, que no protestó-. ¿Dónde quieres ir?

Mientras hablaba los fuertes pasos del gigante llegaron hasta ellos. El mayordomo miró a Adam y lo saludó, indicándole que se quedara callado por el momento.

- Busco el mercado. Me han dicho que el de esta isla es basto y está lleno de todo tipo de curiosidades.

Se tomó un instante para mirar a su interlocutora. Vestía de negro excepto por la camisa, de un rojo clavado al de la sangre. Si alguien le apuñalara nadie lo sabría de no ser por el cuchillo en su pecho. Y ahora que se fijaba, no estaba sola. Tras ella había un hombre que la miraba con deferencia y si bien no era agobiante, a Jul le resultó obvio que estaba pendiente de cada movimiento de la joven. Pero también parecían conocerse.

En ese momento, alguien más se unió al extraño grupo y se quedó mirando a la joven y el hombre a su espalda. Era un tipo grande, de constitución recia y ojos diminutos. Miraba a su alrededor como con despiste y su piel era tan blanca que por un momento Jul se preocupó. ¿Estaría enfermo? Quizá la fiebre era la causa de su confusión. O quizá se lo estaba imaginando. No todas las personas del mundo estaban enfermas. Al volver a fijar la vista en la joven de negro cayó en que su piel era del mismo tono de blanco. No pensó que se pudiera ser más pálida que ella misma, pero por lo visto no era algo tan raro. Quizá fuera una consecuencia del clima de la isla, verdaderamente frío.

Con un escalofrío, recordó que necesitaba un abrigo nuevo. Se apresuró a presentarse ante la desconocida.

- Mi nombre es Jul. Si me ayudáis estaré encantada de hacer lo mismo por vos, si está en mi mano.

El rostro de Ellanora se torció en una sonrisa y su boca cerrada emitió un leve chillido ahogado durante un instante.

—¡Mira eso, Pierce! ¡Me habla de vos! ¡Es adorable!

—Creo que deberíais responderle a su pregunta, lady Ellanora.

—¿Eh? Ah, sí. -Empezó a pasar las hojas de la guía a una alta velocidad hasta detenerse en una de ellas-. Ah, aquí. El mercado está...

—Por allí, señorita Jul -dijo Pierce con una sonrisa cálida mientras señalaba la dirección.

—Vamos con ella, Pierce. Quiero ver que hay en el mercado.

El mayordomo pareció asentir y se dirigió de nuevo al gigante, mientras le hablaba en voz baja. El fino oído de Ellanora detectaba como le estaba hablando de las casas, de que estaban hechas y varios datos curiosos respecto a ellas. La joven sonrió, mostrando sus inusualmente notorios colmillos, aunque sin intentar ser amenazante.

—Seguramente ya lo habrás escuchado, pero mi nombre es Ellanora. Bueno, en realidad es Ellanora Tanya Judith Silvana Lucía Volkihar, pero tú puedes llamarme Ellie. Este -dijo señalando a Pierce con la mano, a lo cual respondió con una cortés inclinación de cabeza- es Pierce Nichody, mi mayordomo, cuidador y tutor. Y el grande es Adam Prometheus Frankenfurther, es mi... bueno, mi protegido. No sabe mucho, le estamos enseñando.

El mayordomo se ajustó durante un instante el monóculo sobre su joven rostro, apartándose los largos cabellos. El peculiar monóculo tenía dos lentes, una de ellas móvil, y Ellanora sabía que aquel peculiar aparato tenía cierta utilidad que ella desconocía, aunque nunca le había preocupado tanto como para preguntarle al mayordomo. Hechas las presentaciones, la joven empezó a caminar hacia el mercado, invitando a su nueva conocida con una sonrisa. A sus espaldas, la voz del mayordomo sonaba serena y clara.

—Eso es nieve, Adam. Es agua congelada en varias partículas. Como ves, tus pies dejan huellas en ella.

''Lady Ellanora''. Jul ladeó un poco la cabeza mientras atendía a la conversación entre sus interlocutores. No sabía que estaba en presencia de una noble. No lo aparentaba, aunque también era la primera que veía. Entonces, ¿el hombre alto sería su sirviente? Él le indicó el camino con una sonrisa bastante cálida. Qué amable. La joven decidió acompañarla, por lo visto de todo el puerto había ido a dar con otra turista. Casual, pero no indeseable; ahora tenía compañía al menos por un rato. Comenzaron a caminar y mientras atravesaban el puerto Ellanora decidió presentarse. Tenía un nombre larguísimo, quizá un recuerdo de su familia. Efectivamente, el hombre amable era su mayordomo y el tercer hombre... ¿un protegido? ¿Esa era la palabra? Quizá Aki le había acogido con ese propósito, pero ella no le había mantenido nunca a su lado, solo cerca. No creía que se hubiera molestado por su marcha. En realidad, al ver la delicadeza con la que Pierce explicaba prácticamente todo lo que les rodeaba se acordó de su mentor. Él había hecho algo parecido con ella.

Se giró hacia Ellie para responderle, pero las palabras que tenía en la mente se cayeron al darse cuenta de otra cosa. ¿Y esos colmillos? No eran normales. ¿Sería de mala educación preguntar? Quizá era una enfermedad o una deformación, aunque a ella no parecían molestarle. Y le daban una sonrisa muy bonita, algo traviesa. Tenía una presencia un tanto inquieta y muy afable, era agradable. Decidió arriesgarse.

- Mi nombre entero es Julianna Marie Shelley, pero por favor, llámame Jul.- Al fin y al cabo, no le gustaba su segundo nombre. Si lo evitaba, todo iría mejor, porque esa no era ella.- Tienes... tienes los colmillos bastante largos. ¿Es inconveniente si pregunto por qué? Nunca había visto un par así.

Mientras hablaba, no podía evitar mirarle a la boca de reojo. ¿Comería mucha carne? Igual se le habían desarrollado en exceso por ello, o quizá fuera alguna clase de droga o... había demasiadas posibilidades. Volvió a tiritar y el frío la sacó de sus cavilaciones. Se acarició los brazos distraidamente y miró a su alrededor. A lo lejos se veía una miríada de tenderetes de diferentes tamaños y colores. ¡Estaban llegando! Sonrió encantada, pensando en la clase de abrigo que le gustaría encontrar. ¿Y Ellie? No sabía mucho de ella, pero seguramente en el mercado hubiera algo también para la joven.

La chica sonrió ligeramente al escuchar la pregunta de la pequeña sobre sus colmillos. Pierce seguía contándole cosas a Adam tras ellas, aunque Ellanora lo conocía y sabía que aunque estuviese hablando mantenía la oreja atenta a la conversación de ambas. Era un hombre con habilidades admirables, capaz de mantener a la joven vigilada y sus secretos guardados.

—Bueno -dijo la chica-, ¿crees en los vampiros? -La conversación que el mayordomo tenía con el silencioso gigante se detuvo de golpe-. Son seres nocturnos que se alimentan de sangre y tienen los colmillos afilados. Nunca he visto uno, es decir... son seres de leyenda. Y que yo sepa, yo no soy nocturna. Es decir, estamos bajo el sol ahora, ¿no? Aunque lo mismo algún tatarabuelo mío lo era... y por eso tengo estos dientes. La verdad es que ni yo lo se. -El mayordomo se alivió en silencio y siguió explicando los alrededores al gigante.

Llegaron por fin al mercado. La chica notó como la pequeña tiritaba de frío. Se acercó con ella a un pequeño puesto con techo del cual colgaban varios abrigos confeccionados, según decían, de forma artesanal. Eran gruesos y la mayoría tenían capuchas, con pelo en los bordes. Se acarició la barbilla un instante mirando los abrigos y cual podría valerle a la pequeña. Se sacó entonces del bolsillo una gorda bolsa de monedas, parte de la fortuna familiar que le habían dado para su viaje, y lo abrió.

—¿Puede darme el que más abrigue, por favor? Que le quepa a mi joven acompañante.

La vendedora, que si era verdad lo de que los abrigos eran artesanales debería ser sastre, asintió y empezó a rebuscar entre los abrigos que tenía. No tardó en sacar uno de la talla de la joven. Era grueso y de color azul oscuro, de mangas anchas y capucha enorme, decorada con pelo gris en los bordes. Era una parca de varios botones que llegaría casi hasta las rodillas. La joven miró a su acompañante.

—¿Te gusta ese? No voy a pagarlo hasta que sepa que lo quieres, claro.

Vampiros... no había oído nunca hablar de ellos y un escalofrío de emoción le recorrió el cuerpo de arriba abajo, mientras sus ojos se agrandaban y su boquita formaba una pequeña y sorprendida ''o''. ¡Qué curiosas criaturas! Por lo que decía Ellanora la luz del sol no les sentaba bien. En su cabeza se formó la imagen de un hombre alto y delgado, sumamente pálido y sonrisa cansada. Al fin y al cabo, la sangre no alimentaba mucho. En teoría. Tener, tenía nutrientes.

- Vaya, quizá algún día deberías probar a...- Se calló ella sola. Iba a decirle que debería probar a beber sangre, pero al fin y al cabo cualquiera podía beber sangre y eso no significaba que fuera a alimentarle. Y pedirle que ayunara para comprobar su efecto parecía un poco ineficaz, además de molesto. Compuso una sonrisa tímida antes de continuar.- Lo siento, era una idea extravagante. Si de verdad pudierais alimentaros de sangre os sería cómodo llevar una reserva encima en todo momento. Con tal de que racionarais vuestras comidas, al menos. Aunque dudo que sea sabrosa, eso no sería un problema.- Se dio cuenta de que había estado parloteando más para sí que para su interlocutora y calló nuevamente. La curiosidad le perdía la lengua. También había vuelto a tratarla de usted, pero eso no podía evitarlo. Otra cosa semejaba inadecuado, maleducado. Y ella era ante todo muy educada.

Entre una cosa y otra habían llegado al mercado y, afortunadamente, uno de los primeros puestos estaba lleno de hermosos abrigos confeccionados a mano. La mayoría tenían capuchas y parecían mullidos y cálidos por dentro. La vendedora eligió uno de los más bonitos a raíz de la petición de Ellanora. Jul lo cogió en brazos, acariciándolo. Le llegaría por las rodillas y parecía extremadamente abrigoso. Un buen abrigo. Con una sonrisa, se lo devolvió a la vendedora.

- Es precioso, ¿por casualidad lo tenéis en blanco?

Lo tenían. Se lo dieron y lo dobló sobre su brazo para poder sacar la bolsita de monedas que le había dado el capitán. Alzó el brazo y con suavidad detuvo la muñeca de Ellanora, que se disponía a pagar.

- Por favor, no os molestéis. Un amigo me prestó dinero para este abrigo y sería injusto no emplearlo. Os agradezco la amabilidad.

Una vez pagado el abrigo, se apresuró a ponérselo. Al instante sintió como comenzaba a entrar en calor y suspiró, mucho más relajada. Volvió a colgarse su bolsito de cuentas y ya pertrechada se giró hacia Ellanora.

- Me habéis ayudado y me gustaría devolver el favor. ¿Habéis venido a la isla a hacer algo en concreto? Si no es molestia os acompañaré y echaré una mano.

La chica aceptó sin problema que la pequeña pagase con el dinero que le habían dado y volvió a guardar la bolsa. Al otro lado del mercado se había movido Pierce con el "pequeño" Adam a mirar un puesto de comida, tal vez queriendo descubrir cual sería el sabor favorito del joven gigante. Miró a su alrededor, tal vez esperando ver a la persona con la que había quedado reunirse en aquel lugar, cuando Jul le habló de nuevo, preguntándole cuales eran los asuntos que la posicionaban en aquella isla, así como una proposición de ayuda.

—Ah, gracias por la ayuda, Jul. He quedado aquí con un hombre que puede darme cierta información que es posible que aclare varias dudas que tengo respecto a mi padre y mi árbol familiar en general.

—Lady Ellanora -la llamó el mayordomo cuando llegó a su lado, para después señalar a un lado con la cabeza.

La joven miró en esa dirección y vio al que solo podía ser la persona que esperaban. Nunca lo había visto antes, pero su vestimenta lo delataba como tal, por lo que le había contado Pierce. Era un hombre alto, aunque no tanto como el mayordomo, que caminaba hacia ellos con paso decidido. Vestía con una larga sotana negra atada, con un blanco alzacuellos. En un largo colgante que llegaba hasta su estómago desde su cuello, llevaba una cruz dorada y grande, que tenía aspecto de ser muy pesada. En su cintura descansaban dos espadas de extraña forma. Hizo una mueca. No se esperaba que un sacerdote pudiese combatir. Tenía el pelo corto y rubio, con corta barba y un rostro entrado en años. Una gruesa y fea cicatriz iba desde su ojo izquierdo hasta la mejilla y llevaba unas gafas pequeñas y redondas. Colocó sus manos enguantadas a su espalda cuando llegó hasta ellos.

—Disculpen la tardanza -dijo inclinando la cabeza a modo de saludo-. Tuve unos pequeños asuntos que atender, pero creo que ya podremos hablar. -Miró al mayordomo-. Hola, Pierce.

—Padre Alejandro -respondió el mayordomo a su saludo.

Fue a responder a Ellanora, pero el mayordomo se le adelantó. Contempló al recién llegado igual que el resto, llena de curiosidad. Resultaba abrumadoramente obvio que no era un sacerdote normal, incluso para ella. Jul nunca había tenido mucho contacto con la iglesia. En Samirn no había religión, fuera de la adoración a su reina. Y una vez ella fue destronada... sobre todo había habido confusión. La gente de a pie no tenía muy claro qué hacer, pero también tenían preocupaciones mayores. Recordaba haber visto varios hombres con el mismo collar blanco, pero en muy contadas ocasiones. Daban pan a los niños de la calle, ella misma se había llevado un bollo alguna vez. Siempre de forma rápida y discreta, como si alguien fuera a acudir para castigarles por su amabilidad. Nunca había visto que les persiguieran, pero de aquella era demasiado pequeña como para entender del todo lo que pasaba a su alrededor. Lo que si sabía era que ninguno llevaba armas ni gastaba cicatrices como las de ese hombre.

Se encontró a sí misma estudiando con ojo clínico la herida, preguntándose qué podría haberla causado. ¿Un arma blanca? ¿Algo punzante, tal vez? Era algo irregular en los bordes, pero no lo suficiente como para ser fruto de un ataque animal. Se mente revoloteó de nuevo hacia lo que había mencionado Ellanora. ¿Vampiros? Descartó la idea enseguida. El único arma que se le ocurría que podían tener esos seres, de existir, eran los colmillos... a mayores de su cuerpo humano, vaya. Y un colmillo no causaba ese tipo de cicatriz. Esbozó una pequeña sonrisa, riéndose un poco ante el camino que habían tomado sus pensamientos. Aguardó un momento a que terminaran las presentaciones y se dirigió hacia Ellanora, comentándole con amabilidad:

- Me gustaría acompañarles, si no es molestia.- Al fin y al cabo, el extraño sacerdote despertaba su curiosidad.- Ha sido muy amable conmigo y me encantaría continuar disfrutando de su compañía. Si no es posible, estaré todavía un par de días alojada en la ciudad. ¿Quizá podríamos quedar en otro momento y pasear por el lugar?

La niña pequeña quería ir con ellos. La joven se mantuvo pensativa unos segundos. Ciertamente, la pequeña podría resultar un cierto lastre a la situación, sin embargo... Una sonrisa siniestra se dibujó en el rostro de la vampiresa que duró un instante y enseguida pasó a tener el aspecto de una sonrisa más natural y, sobre todo, falsa. La pequeña podría ser un rehén fantástico en el caso de que aquel hombre se pusiese en su contra. A fin de cuentas, no había mayor enemigo de los vampiros que la iglesia.

—Si al padre Alejandro no le importa...

—No, por supuesto que no —Sin duda la sonrisa del hombre parecía más sincera que la de la joven.

Empezaron a caminar, siguiendo los pasos del sacerdote que se estaba poniendo al día con Pierce. De mientras, la joven caminaba a un paso más calmado, buscando seguir el mismo ritmo que la pequeña en el caso de que los hubiese seguido. La naturaleza de la joven le extrañaba. Era pálida y parecía estar sola allí, sin padres ni cuidadores. En un mundo tan peligroso. La curiosidad de la vampiresa hacía mella en ella, como siempre, y empezó a buscar respuestas.

—¿Y de dónde eres, Jul? ¿Dónde están tus padres?

Notó como Pierce había escuchado su pregunta y lanzó una mirada fugaz hacia la joven, enseguida volviendo a su conversación con el sacerdote. Tras la pequeña caminata, y conversación en el caso de que la pequeña le respondiese, llegaron a donde el padre quería llegar. Una iglesia. Maldijo por lo bajo, intentando no mirar el enorme crucifijo de la entrada que la repelía. Nada le impedía entrar, pero sin duda le costaría esconder su incomodidad al estar cerca de símbolos sagrados.

Ellie meditó un par de segundos, para al final pedirle permiso al sacerdote. Era lo lógico, pues si era una reunión que tenían planeada de antemano lo mejor era asegurarse de que no molestaba a nadie involucrado. Por suerte, al hombre de fe no le preocupaba su presencia en absoluto y pareció encantado de que Jul les acompañase.

Se pusieron en camino de forma pausada. Pasaba un poco del mediodía y el sol comenzaba a calentar. Seguía haciendo algo de frío, pero el paseo por la ciudad se había vuelto más luminoso y desde luego mucho más agradable. Ellie caminaba al lado de la pequeña, mientras que el extraño sacerdote hablaba de forma amable con su acompañante y el mayordomo. Parecía que se conocían de antaño y lo cierto es que Jul se preguntaba en qué circunstancias se habrían conocido. No era la única con preguntas y Ellie comentó las suyas de forma bastante directa. La pequeña esbozó una pequeña sonrisa, no exactamente triste pero desde luego no alegre. Contestó con calma, pese a que no era su tema favorito.

- Soy de una isla llamada Samirn. Mis padres continúan allí, cada uno por su cuenta. Mi madre imagino que será feliz y mi padre... la verdad es que no me interesa mucho lo que le suceda. Pero está bien, no les necesito.

No les necesitaba. No lo decía por bravuconear o para convencerse a sí misma como aquellos niños que se escapaban de casa de sus padres convencidos de que el mundo fuera no podía ser peor que dentro de esas cuatro paredes. En el caso de Jul era, simplemente, la verdad. No necesitaba a sus padres. Había sobrevivido siempre sin su madre y a pesar de su padre. Estar lejos de ellos en realidad le daba tranquilidad y, para que negarlo, mejor salud. O salud, a secas.

Llegaron a su destino antes de lo esperado. El paseo se había hecho corto y ahora ante la pequeña comitiva se alzaba una iglesia, no excesivamente grande o vistosa, sino algo marcial. En realidad, adecuada a un sacerdote como el que les acompañaba, al menos en opinión de Jul. En la entrada había un crucifijo custodiando el dintel de la puerta, pero por lo demás era un lugar algo sobrio. Podía atisbar varias hileras de bancos a través de la puerta, pero poco más. Escuchó a Ellie maldecir en voz baja a su lado y se giró hacia ella, frunciendo el ceño. Sin entender qué le ocurría le preguntó, también en voz baja:

-¿Te encuentras bien?

Quizá no le gustaban los espacios pequeños, o le molestaba que estuviera pobremente iluminado. Tal vez no era una mujer de fe. Tampoco Jul, en realidad, pero los edificios religiosos solían influirle una clase diferente de respeto.

La pequeña pareció notar su malestar ante aquella edificación. El sacerdote se mantenía en silencio, aunque con una sonrisa en la cara. Una sonrisa extraña, sin duda. La chica se frotó la nuca y suspiró.

—Estoy bien —le dijo a Jul—. Es solo que de donde vengo no hay muchas iglesias así. No estoy acostumbrada a estas edificaciones.

—Debería haberla, señorita Volkihar —contestó el padre Alejandro sin dejar de sonreír—. Sunny Island es un reino precioso, pero lo sería mucho más si la palabra del señor corriese libre y escuchada por sus calles.

—Sí, lo hablaré con mi madre cuando esté por allí.

No sabía muy bien porque aquel hombre la había llevado hasta allí. No necesitaba hacerlo. Justamente a las puertas de una iglesia, que no eran lugar para discutir asunto ninguno. Creía que aquel hombre tan solo iba a contarle cosas de su difunto padre, pero empezaba a ver algo extraño en su mirada. Casi como si estuviese contento de la reacción de Nora al enorme crucifijo.

—No hace falta que entremos, no se preocupen. Tan solo quería saber donde os posicionabáis en el camino de la fe. ¿Y tú, niña? —El sacerdote se agachó acercándose a Jul, con su ya icónica sonrisa—. ¿Crees en Dios? Los niños son los seres más puros que se puedan encontrar. Sois lo más parecido a un ángel que camina por tierra. Pero solo vuestras decisiones determinarán si seguís siendo ángeles o si os convertiréis en demonios. Dime, pequeña... ¿eres un ángel?