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Lobos de mar [Pasado][Jenio, Zuzu] Empty Lobos de mar [Pasado][Jenio, Zuzu] {Dom 3 Feb 2019 - 20:39}

Tocaron a la puerta. Pol no se molestó en responder, ya sabía lo que venía a continuación. Garuz o Lili entrarían con un plato de comida e intentarían mantener una conversación con su viejo amigo, aunque ya supieran que no recibirían más respuesta que una serie de malhumorados gruñidos y escuetos monosílabos. Seguía sumamente enfadado con ellos, aunque mucho menos que hace dos días cuando fue encarcelado. En aquél momento, a la mañana siguiente de la noche en que Lili le había encerrado y que tan trágica se le antojaba, no había dudado en apelar a los intentos de hacerle entrar en razón con insultos, gritos e incluso algún proyectil improvisado. Pero poco a poco las palabras de sus amigos y el tiempo fueron surtiendo su efecto, y cual música calmaron a la fiera hasta el punto de que al amanecer del segundo día había llegado a la conclusión de que no podía culpar a sus amigos por querer ayudar a la población de aquella isla, aún a pesar de tener que posponer el rescate de  Purim.

Pero había algo con lo que no podía estar en paz y es que lo hicieran a expensas de aliarse con un pirata. Un pirata, nada más y nada menos uno de esos desgraciados por los que habían llegado a la situación en la que estaban, pues se habían llevado a su padrastro por confundirle con uno. Y es que en todo ése tiempo no había dejado de  pensar en él, su padre, su Jefe, a quien hace unos días se habían llevado los de la marina acusándolo de piratería y de quien no habían sabido nada más. Le resultaba impensable que fuese culpable de los crímenes de los que le acusaban, llevaba más de 20 años en Diamuird ejerciendo de ingeniero naval y criándole, así que todo aquello no podía ser más que una equivocación o... un complot. La idea de una conspiración creció dentro de él en esos días y cada vez cobraba más fuerza hasta el punto de apenas poder pensar en otra alternativa. Purim siempre había ayudado como nadie a repeler los ataques de los corsarios que intentaban robar los recambios del puerto, y es muy probable que alguno de ellos hubiera decidido cobrarse su venganza.

Dándole vueltas a esos pensamientos en la cabeza y a su gorra entre sus manos se encontraba cuando llamaron a la puerta, y como había predicho, Lili entró con un plato de comida que dejó a los pies de la cama cuando empezó a hablar:

—Hoy llegaremos a Mur. Edward quiere que te diga que ya no está enfadado y que te perdona, además de que le encantaría que nos ayudases en ésta empresa - se había apoyado de nuevo en la pared, en la misma posición que lo hizo la primera noche.

Aquella noticia le sorprendió. Había olvidado cuánto le habían dicho que se tardaba a su destino, y no se esperaba llegar tan pronto. La sorpresa se dejó translucir en su rostro, que levantó durante un instante de su gorra para mirar a la mujer de pelo verde. Al verla no pudo evitar rememorar lo poco que recordaba de aquella noche y tampoco se esforzó en  esconder una mueca de desagrado. La chica la advirtió, y su rostro se entristeció ligeramente.

-Pol, te necesitamos. Somos pocos y el objetivo es justo, tienes que ser capaz de ver a través de tus prejuicios, Ed es un buen tipo...

-"Ed" es un pirata. No te puedes fiar de un pirata, nunca sabes cuando te van a clavar un puñal por la espalda – dijo acentuando las comillas con las manos.

-Por dios, Jenio, las cosas en realidad no son igual que en tus series, no todo son blancos y negros, hay toda una amalgama de grises...

—No me jodas ahora con las series, sabes que trabajo en el puerto y que he defendido la isla de infinidad de piratas. Sé cómo son. Sé de lo que son capaces.

En éste momento Lili pareció morderse la lengua. Abrió la boca para responder, encendida, pero se contuvo, se calmó, y respondió:

—Como quieras — se irguió y se fue otra vez hacia la salida— Pero que luego no te pese en la consciencia.
Pol miró cómo su figura desaparecía detrás de la puerta con recelo, pero ésta vez se quedó con un sabor agridulce en la boca. Sabía que de alguna manera ella tenía razón, pero había algo dentro de sí que le obligaba a seguir en sus trece. Además, cada vez que pensaba en Edward, el capitán del navío en que viajaban, le invadía aquella ira que aquellos días tan fielmente le acompañaba y las ganas de volver a aterrizar el puño en aquella cara de bonachón… Un pinchazo en la palma de la mano le sacó de sus ensoñaciones y un hilillo de sangre cayó sobre las sábanas del catre que ocupaba la mitad del camarote. Observó sorprendido cómo la había apretado tan fuerte que se había herido con su propia uña y preocupado pensó mientras que se desmoronaba en el camastro que igual tenía que empezar a controlarse un poco.

* * *

Pasaron alrededor de dos horas cuando se percibió un cambio en el ambiente. El interminable trajín que se traían en las cubiertas fue suficiente para que el chico se enterase de que definitivamente se acercaba la hora de su llegada a la isla. De entre los variados ruidos que le llegaban pudo distinguir una voz grave, poderosa y autoritaria que daba órdenes por aquí y por allá y ante el renovado sentimiento de furia que aquella voz le traía decidió levantarse de la cama para por lo menos distraerse mirando por el ojo de buey.  Por esto descubrió que el camarote en el que se encontraba debía de estar en algún lugar cercano a la proa, pues distinguió la silueta de un islote que se recortaba en la distancia al que se acercaban a gran velocidad. Aún seguía dándole vueltas al encuentro de aquella mañana con Lili y gracias a que la neblina de emociones se iba disipando y le permitía ver con más claridad había llegado a la conclusión de que ayudara o no, no permitiría que un vulgar pirata se interpusiera en su amistad, y pretendía aprovechar a hablarlo con ella a la hora de la comida si se encargaba ella de abastecerle, así que las noticias de llegar al fin a su destino no le fueron de mucho agrado.
La nave avanzaba tan decidida y veloz que pareciera que los dioses tuvieran prisa porque la embarcación arribase y a medida que la distancia se recortaba  el ajetreo aumentaba proporcionalmente. Desde su camarote Pol iba distinguiendo mejor cómo era su destino. Parecía un islote tropical, normal en aquella parte de los mares, poblado por lo que parecía un denso bosque en uno de sus lados. No parecía haber nada especialmente resaltable excepto por aquella mota negra que coronaba el pico del monte que constituía la isla. Aquello le llamó la atención especialmente, pues por un momento le pareció que el oscuro punto se movía. Entrecerró los ojos para verlo mejor y entonces no tuvo duda. Aquello se estaba moviendo. Y parecía, de hecho, que se hacía más grande. No, definitivamente se estaba haciendo más grande,  ahora podía intuir su forma, una esfera de color negro. “¿Pero qué…?”  le dio tiempo a pensar antes de darse cuenta de qué sucedía. Se apartó de la ventana de un brusco gesto y se tiró al suelo al lado de la camastro cuando el cañonazo entró violentamente reventando la pared del ojo de buey y haciendo lo propio con la opuesta.

— ¡Joder! —exclamó al darse cuenta de lo cerca que había estado en convertirse en papilla

Se quitó el polvo, astillas y cachos de cristal de encima y se levantó para asegurarse de que no había sido herido. La habitación había sido destrozada y el gran boquete que daba al exterior ahora le permitía oír mejor qué demonios pasaba ahí fuera.

— ¡Virad a estribor, seguimos a toda vela! — se oía al capitán, el Lobo Blanco, rugir entre el caos.

“Éste loco nos quiere matar” pensó Pol a su vez.

De pronto un estruendo lejano se hizo notar por encima incluso de la poderosa voz de Edward, y ésta vez Pol no esperó a ver las esferas volar en su dirección. Diligentemente  saltó los escombros de lo que quedaba del muro que daba al interior de la nave, dispuesto a convencer a puñetazo limpio a ese temerario pirata que debían batirse en retirada. Nada más salir le sorprendió ver a su querido martillo en el suelo, cerca de donde antes estaba la puerta, milagrosamente intacto. “Lili…” supo al instante. Lo agarró y se lo colgó a la espalda. Igual eran más que puñetazos los que probaba el idiota blanco. Entonces el impacto ocurrió y una bala de cañón atravesó la pared que se encontraba delante del joven escapista. El pasillo (o lo que quedaba de él) se llenó de polvo de nuevo  y Jenio aguantó la respiración mientras cruzaba medio a ciegas y corriendo aquel lugar. Tanto los cañones como los tiradores que les atacaban debían de ser excelentes, no era normal que les diesen desde tan lejos, y aquello aumentaba mucho las probabilidades en contra de que saliera de aquella. Profiriendo un grito de guerra con todas sus fuerzas llegó a las escaleras, y como una exhalación las subió de dos zancadas con nada más que aquel solitario motín rondándole la mente.


* * *

Garuz no sabía bien qué hacer en medio de aquella locura que tan súbitamente había caído sobre ellos. Pensaba que la tripulación del Lobo Blanco estaría preparada para llegar a la isla, pero por los gritos de sorpresa y la cara del capitán supo que aquello les había cogido de tanta sorpresa como a él. En cuanto fueron golpeados por los primeros balazos el chico corrió a ponerse a cubierto y agarrarse a la baranda para evitar perder el equilibrio mientras la banda trataba de obedecer a las órdenes que les llegaban.

Instintivamente pensó en su amigo preso. La posibilidad de que se fueran a pique parecía un futuro muy probable, aunque no temible del todo, pues se encontraban ya muy cerca de la isla, pero la cosa cambiaba cuando uno está encerrado entre cuatro paredes con el agua hasta el cuello. Preocupado buscó con la mirada a Lili, a quien había visto hace unos instantes mezclada entre los veteranos cumpliendo órdenes, aunque encontró una imagen más tranquilizadora que la de su poderosa amiga. Un martillo en guardia y una gorra azul salieron disparados de las profundidades del barco seguidos de una nube de polvo.

— ¡Pol!

Pero el sentimiento de alivio fue tan inmediato como fugaz. Parecía no haber escuchado a su llamada, y si lo hizo prefirió ignorarla por completo. Sus ojos, con un azul más intenso que nunca,  se posaron en el portentoso hombre a duras penas trataba de llevar a sus subordinados a tierra firme.

— ¡EDWAAAARD!

El grito de rabia sonó a la vez que el tronar de los cañones anunciando un nuevo ataque, pero aún así  logró oírle. El capitán pirata se aferraba al timón de la nave apretando los dientes intentando evitar que los envites de las bolas de acero no desviasen su rumbo suicida. El muchacho no esperó un segundo y corrió en su dirección ante las atónitas miradas de la tripulación, sorprendidos tanto por que hubiese escapado como por que pudiera moverse de esa manera en la bamboleante embarcación.


* * *


Pol corrió con todas sus fuerzas para llegar ante el capitán lo antes posible. No sabía qué haría, pero desde luego dar la vuelta a la nave y pirarse de allí lo antes posible estaba dentro de sus planes. En un abrir y cerrar de ojos llegó a los pies de las escaleras que llevaban a la cubierta superior, donde el timón y aquel desgraciado estaban. Haciendo gala de su ventaja en  el terreno y a pesar de los continuos bandazos del barco se apoyó en la baranda lateral para pegar un potente salto que le posicionaba justo por encima del Lobo. Alzó el martillo… Edward se cubrió con las manos, sorprendido por la velocidad y violencia del muchacho… y ¡BOOM!

De repente sintió una fuerza inmensa que le empujaba sin resistencia alguna, pues estaba en el aire, y todo empezó a dar vueltas. Vio cómo se alejaba sin parar de girar del barco, que repentinamente había estallado en llamas. Y luego vio azul. Azul por todos lados. De pronto sintió cómo un pánico de mayor intensidad que la ira que sentía hace unos segundos se apoderaba de él. Su mente volaba a más velocidad de su cuerpo intentando encontrar alguna manera de evitar caer al mar, el origen de todos sus miedos, el único lugar que le parecía peor que el mismísimo infierno. Pero no había nada a qué agarrarse, sólo su martillo al que se aferró con todas sus fuerzas. Nada podía salvarle de aquella, ni siquiera sus amigos. Lo último que pudo hacer antes de sumergirse violentamente fue cerrar los ojos y aceptar su destino, desenado que sus amigos tuvieran más suerte que él…

* * *

Despertó pegando una violenta bocanada de aire. Miró a su alrededor confundido y poco a poco los recuerdos le fueron llegando al tiempo que sus ojos se acostumbraban a la oscuridad ausente de luna que ya reinaba. Impresionante. Había conseguido sobrevivir. ¿Pero qué demonios había pasado? Miró a su alrededor buscando respuestas, quizás Lili o Garuz habían saltado para rescatarle y le habían puesto a salvo. Notó que milagrosamente la gorra no se le había caído y que su martillo yacía a su lado, descansando como hasta hace poco él estaba, pero ni rastro de otras personas. Ningún salvador.

Se levantó poco a poco, pues el cuerpo aún le dolía por aquella terrible embestida que había sufrido. El lado derecho de su ropa se había chamuscado, pero afortunadamente él no tenía más heridas que alguna quemadura leve que igual podía haber ido a más si no hubiera acabado en el agua. Pero desafortunadamente aquello que le había salvado de un peligro acababa de meterle en otro, pensó mientras un escalofrío recorría de pies a cabeza todo su empapado ser. Las respuestas las encontraría más tarde, ahora lo principal era buscar una hoguera para escapar del agarrotador frío.

Usando el martillo como apoyo empezó a caminar, pensando en adentrarse en la isla para buscar algo de madera seca o un refugio en su defecto para poder pasar la noche de manera segura. No en vano estaba en territorio enemigo. ¿Qué habría pasado con sus amigos? No había rastro del barco por ningún lado y dudaba mucho que después de tanto insistir en entrar a la isla el temerario capitán hubiera puesto los pies en polvorosa. Y también estaba la explosión que le sacó volando. Seguramente un balazo hubiera acertado en un barril de pólvora, y aquello no debía haber dejado en muy buenas condiciones el ya maltrecho barco… La preocupación iba en aumento, sabía que Lili podía sobrevivir a aquello y mucho más, pero de Garuz no lo tenía tan claro…

Metido en sus preocupaciones   salió de la playa y caminó un pequeño trecho hasta llegar a la linde del bosque que había visto por el ojo de buey de aquel ya inexistente camarote. Aquello no sabía si era buena idea. En el mar bien, en un barco perfecto, pero en tierra cambiaba la cosa con respecto a su orientación. Era cosa casi asegurada que si entraba se perdería, en Diamuird no era cosa excepcional que se internase en un bosque de pequeño y la aventura acabase con una partida de búsqueda organizada por Purim para encontrar al pequeño que seguramente estuviese dando vueltas al mismo árbol desde hace horas, pero desde luego aquellos árboles ofrecían mayor resistencia contra el viento que tan gélido se le antojaba al empapado foráneo.

Repentinamente el lejano murmullo de unas voces llegó hasta sus oídos. Una hilera de antorchas apareció a lo lejos por la playa, que pronto se rompería y las lejanas lucecitas se esparcirían por todo su campo de visión, cubriendo parte de la isla. Partidas de búsqueda, perfecto. Tomó una decisión y se internó en el bosque, ya se las arreglaría para salir cuando estuviera seco y el cuerpo no le doliese tanto. Caminó durante un tiempo más para alejarse de la linde de aquella selva en miniatura y se sentó en la rama de un árbol caído para descansar un poco y pensar en sus posibilidades. Pero el descanso pronto se vio interrumpido por las voces de nuevo, más cerca que la otra vez, pues el espesor de la arboleda había mitigado su lejano sonar. Pol se levantó de un salto del cual se arrepintió instantáneamente por el dolor que vino con él, y se alejó un poco renqueante ahora que se había enfriado. Las voces parecían cada vez más cercanas y la orientación del chaval hizo de las suyas, haciendo que no supiera  ya si huía o se dirigía a la turba con antorchas que empezaban a iluminar el bosque peligrosamente cerca del fugitivo. Llegó un momento en el que pensó que estaba rodeado y desenfundó el martillo, listo para atacar a quien fuera si era necesario. Pero justo en el momento en que el fulgor de un velón se hizo lo suficientemente nítido como para verle, Pol reparó en un huequecito cubierto por bastante maleza suficiente para ocultar su “pequeño” cuerpo. Se metió ágilmente entre las hojas del arbusto de turno y sonrió cuando vio que el escondite se trataba de una pequeña cueva, más que suficiente para pasar la noche bajo techo. Pero el peligro no había pasado todavía, así que con el martillo aún en ristre y conteniendo el aliento  cubrió la entrada de su súbito escondite cuando una bota marrón pisó a unos centímetros del lugar, pero que siguió caminando sin reparar en la cuevecilla afortunadamente.

Por los pelos. Sólo cuando pasó un rato y la selva dejó de estar bañada por aquella luz artificial pudo Pol soltar un suspiro y relajarse parcialmente. Pero, como ya venía siendo costumbre, aquel momento de relajo duró sólo el tiempo en que otro peligro apareció. Notó cómo desde atrás la afilada hoja de una katana se le posaba en el cuello y una mano furtiva le tapaba la boca. No estaba sólo en aquella cueva. Y parecía que el que la habitaba no se andaba con chiquitas.
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