Eric vs N. Jonás, comienza Eric.
Eric Zor-El
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El shandiano de cabello albino prosiguió su camino siguiendo las indicaciones del mapache que posaba sobre sus hombros. Era agradable tener a aquel animalejo sobre él. Le recordaba a su infancia en la tribu de los baal’sha, su hogar, y eso le traía sentimientos encontrados que mezclaban felicidad y tristeza a partes iguales. Cuando quiso darse cuenta estaba subiendo una larga escalinata hasta llegar al siguiente piso.
Al ver que se encontraba al aire libre, no pudo evitar respirar hondo y observar el cielo, que aún continuaba taponado por un mar de nubes grises. Sin embargo, no era un ambiente pacífico, pues en el cielo había seres místicos combatiendo con seres sacados de las leyendas más antiguas, así como en el resto de aquel lugar.
—L’ikko teria b’kku
Comentó al contemplar aquel escenario. La guerra había comenzado, y era momento de respirar hondo y pensar con la cabeza fría. Frente a él había tres sujetos trajeados, durante un momento pensó que eran agentes del gobierno, pero al ver como se abalanzaban contra ellos de forma tan hostil supo que no era así. El mapache rápidamente arremetió contra uno de los atacantes, mientras él esperaba al suyo. El puño de Eric se recubrió de un aura de color azulada que fue concentrándose rápidamente, lo echó hacia atrás y golpeó al aire con tanta fuerza que creó una onda de choque, sólida como si fuera una prolongación de su propio brazo, con la firme intención de frenar el avance de su contrincante al mismo tiempo que le hacía daño.
—¡Tú! —alzó la voz—. ¿Estás seguro de querer aventurarte en una contienda contra mí? —le preguntó, mirándole fijamente a los ojos.
Eric tenía el entrecejo fruncido, pues siempre había odiado las batallas innecesarias. En su interior sabía que no iba a poder evitar un enfrentamiento contra ese sujeto, pero sus creencias más antiguas le hacían actuar de esa manera.
Al ver que se encontraba al aire libre, no pudo evitar respirar hondo y observar el cielo, que aún continuaba taponado por un mar de nubes grises. Sin embargo, no era un ambiente pacífico, pues en el cielo había seres místicos combatiendo con seres sacados de las leyendas más antiguas, así como en el resto de aquel lugar.
—L’ikko teria b’kku
Comentó al contemplar aquel escenario. La guerra había comenzado, y era momento de respirar hondo y pensar con la cabeza fría. Frente a él había tres sujetos trajeados, durante un momento pensó que eran agentes del gobierno, pero al ver como se abalanzaban contra ellos de forma tan hostil supo que no era así. El mapache rápidamente arremetió contra uno de los atacantes, mientras él esperaba al suyo. El puño de Eric se recubrió de un aura de color azulada que fue concentrándose rápidamente, lo echó hacia atrás y golpeó al aire con tanta fuerza que creó una onda de choque, sólida como si fuera una prolongación de su propio brazo, con la firme intención de frenar el avance de su contrincante al mismo tiempo que le hacía daño.
—¡Tú! —alzó la voz—. ¿Estás seguro de querer aventurarte en una contienda contra mí? —le preguntó, mirándole fijamente a los ojos.
Eric tenía el entrecejo fruncido, pues siempre había odiado las batallas innecesarias. En su interior sabía que no iba a poder evitar un enfrentamiento contra ese sujeto, pero sus creencias más antiguas le hacían actuar de esa manera.
- Datos bélicos:
- TIERS: Nivel 50: Resistencia 6, Fuerza 5, Agilidad 3, Reflejos 3, Velocidad 1
- stats Pasivos:
- Fuerza x5
Resistencia x4
Agilidad x3
Reflejos x3
- Maestrías:
- Nivel 15: Aprende a lanzar sus primeras ondas de choque. Éstas se mueven a una velocidad de veinte metros por segundo, y se disipan a los veinte metros desde su lanzamiento.
Nivel 30: Sus ondas de choque son más poderosas, alcanzando una velocidad de treinta metros por segundo y disipándose a los cincuenta metros.
Nivel 45: Sus puñetazos se propagan con tanta fuerza que la onda es “sólida”. Podría hacer a alguien retroceder utilizando estas ondas.
-¡Es mi trabajo cortarte el paso y eso pienso hacer! ¡Ninguno de vosotros se saldrá con la suya!
Tan pronto ve el aura en tu puño reacciona y corresponde a tu puñetazo con uno igual al aire. Vuestras dos ondas de choque colisionan en el aire, mandándoos a ambos un par de pasos hacia atrás.
Ahora que te fijas, el tipo trajeado lleva una especie de guantes sin dedos en las manos. Y tienen una especie de pinchos en los nudillos. Levanta ambos puños y comienza a saltar de un pie a otro, sin dejar de mirarte intensamente. De repente, va hacia ti e intenta darte una serie de puñetazos. En el hombro con la derecha, con la izquierda en el estómago y de vuelta con la derecha en el cuello.
Tan pronto ve el aura en tu puño reacciona y corresponde a tu puñetazo con uno igual al aire. Vuestras dos ondas de choque colisionan en el aire, mandándoos a ambos un par de pasos hacia atrás.
Ahora que te fijas, el tipo trajeado lleva una especie de guantes sin dedos en las manos. Y tienen una especie de pinchos en los nudillos. Levanta ambos puños y comienza a saltar de un pie a otro, sin dejar de mirarte intensamente. De repente, va hacia ti e intenta darte una serie de puñetazos. En el hombro con la derecha, con la izquierda en el estómago y de vuelta con la derecha en el cuello.
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Ni siquiera se molestó en contestar al trajeado. Las dos ondas cortantes impactaron la una contra la otra, levantando el polvo y su preciado poncho. Las luces y sombras procedente de los titanes que combatían también a su alrededor llamaron la atención del salvaje durante un instante, que no pudo evitar sentir un ligero nerviosismo.
Unas poderosas bestias emergieron de la nada. Eran muy grandes, casi tanto como el individuo que había conocido ese mismo día, el cual se fue con el cretino amorfo, y entonces su enemigo le atacó. Danzaba sobre el aire, al igual que solían hacer los agentes del gobierno, hasta estar cerca. El salvaje trató de usar su antebrazo como defensa, haciendo un barrido lateral con él para desviar el primer ataque. Una vez lo hiciera le agarraría el brazo con mucha fuerza, mientras concentraba el poder de su fruta del diablo en él para intentar quebrárselo, y acercarse al cuerpo de su contrincante para reducir la distancia y evitar que le siguiera atacando. De funcionar le daría comenzaría a darle un cabezazo tras otro en la cara, intentando partirle la nariz.
Unas poderosas bestias emergieron de la nada. Eran muy grandes, casi tanto como el individuo que había conocido ese mismo día, el cual se fue con el cretino amorfo, y entonces su enemigo le atacó. Danzaba sobre el aire, al igual que solían hacer los agentes del gobierno, hasta estar cerca. El salvaje trató de usar su antebrazo como defensa, haciendo un barrido lateral con él para desviar el primer ataque. Una vez lo hiciera le agarraría el brazo con mucha fuerza, mientras concentraba el poder de su fruta del diablo en él para intentar quebrárselo, y acercarse al cuerpo de su contrincante para reducir la distancia y evitar que le siguiera atacando. De funcionar le daría comenzaría a darle un cabezazo tras otro en la cara, intentando partirle la nariz.
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El brazo del hombre empieza a vibrar y pronto sus huesos se quiebran en pedazos, pero al tipo no parece haberlo notado. Ni siquiera se inmuta. Se agacha para esquivar tu primer cabezazo y aprovecha la poca distancia para tratar de darte un rodillazo en la entrepierna. Con el otro brazo, intenta pegarte un puñetazo en el pecho a la vez que te clava los pinchos en la parte baja del cuello.
Sin importar el desenlace, se echa hacia atrás y trata de mover su brazo destrozado. Al no lograrlo, se ayuda del otro para metérse la mano en el bolsillo y evitar que se agite cuando se mueve. Vuelve a ponerse en guardia y te fulmina con la mirada, aguardándote.
Sin importar el desenlace, se echa hacia atrás y trata de mover su brazo destrozado. Al no lograrlo, se ayuda del otro para metérse la mano en el bolsillo y evitar que se agite cuando se mueve. Vuelve a ponerse en guardia y te fulmina con la mirada, aguardándote.
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No estuvo seguro de si aquella vez iba a funcionar su ataque. Desde que había puesto un pie sobre esa isla, concretamente dentro de aquel esperpento metálico que denominaban la aguja, los poderes del salvaje habían mermado considerablemente, siendo incapaz de hacer un agujero en una simple pared de hormigón y metal. No obstante, aquella vez fue diferente. Sus afiladas uñas se clavaron en el antebrazo del trajeado, apretando con fuerza para que no se zafara. Estaba cerca de él, así que sus movimientos se veían reducidos; y eso le daba ventaja. Las vibraciones que generaba se propagaron rápidamente sobre el brazo de su oponente, cuyo nombre desconocía, pero que era un Noro’kba en toda regla. Podía notar como sus huesos se iban quebrando poco a poco, rompiéndose en decena de pequeños trozos que inutilizaban su brazo.
Eric miró a los ojos al trajeado y no mostraba ninguna mueca de dolor. Eso le llamó la atención, pues eran pocos los guerreros que habían conocido en el mar azul que no se dejaban llevar por las emociones. Y entonces vio como movía la pierna. Rápidamente usó la voluntad de los Baal’sha y la parte central de su cuerpo se tornó de un negro con matices grisáceas que lo reforzó. La rodilla de su contrincante se clavó en la zona más sagrada de todo hombre, pero gracias a lo que los hombres del mar azul denominaban como haki apenas sintió nada. Se vio obligado a soltar la extremidad de su contrincante y el puño de su enemigo impactó en su pecho. Los pinchos de sus guantes se hincaron en su musculoso pectoral, justo sobre la marca de hierro candente que le hizo la mujer que le entrego su fruta del diablo. Aquellos pinchos rasgaron su poncho, y eso le enfado mucho.
—O lou calinfao —espetó el shandiano en su idioma natal, mientras sus brazos se recubrían por completo de haki de armadura. La voluntad de la madre loba estaba con él, junto a todos los grandes espíritus sagrados de los Baal’sha, y eso se materializaba en el aspecto de su cuerpo. Sus brazos comenzaron a tornarse de un color negro intenso, al mismo tiempo que sus dedos parecían convertirse en las garras de una bestia salida del inframundo, acabando en afiladas puntas. Su musculatura pareció aumentar, mientras que la determinación de Eric parecía aún más fuerte. Clavó su mirada sobre la del trajeado y le mostró los dientes—. Nadie toca mi poncho, ¿me has oído? ¡Nadie!
Para él lo más sagrado, además de su familia y sus seres queridos, era su poncho. Lo único que le quedaba de su antigua vida antes de ser expulsado de su tribu por hacer lo que creía correcto. Era una prenda vieja y harapienta, que apenas lavaba por la simple razón de que no quería que perdiera el aroma a especias quemadas que usaban en su tribu. Y ver como ese hombre afeminado con traje lo destrozaba un poco le sacó de sus casillas.
—Prepárate para ser juzgado por los grandes espíritus —le dijo.
La distancia que los separaba era ínfima, dos o tres metros como mucho, así que no tardaría mucho en volver a tenerlo cerca. Le había inutilizado un brazo y eso dificultaba sus movimientos, pues combatir con una mano pegada al cuerpo de esa manera no debía ser muy funcional; al menos desde el punto de vista del salvaje. Intentó no desviar su vista de su oponente ni un ápice para estar atento a cualquier movimiento extraño que hiciera, pero fue imposible. La monstruosa presencia de los humanos que habían heredado el poder de los ancestrales demonios que lucharon contra los viejos espíritus animales cuando aún eran terrenales persistía en todo el lugar. Eran intimidantes, pero eso le motivaba a querer superarse a sí mismo para competir con ellos algún día. Un mar de espesas nubes se cernió sobre la aguja, generando poderosos relámpagos azules antinaturales. La luna y las estrellas se ocultaron tras ellas, y la luz de un tornado de fuego y unos simples focos era lo que iluminaba el lugar.
«Esto no me gusta nada», se dijo volviendo a mirar a su contrincante.
Se abalanzó sobre él impulsándose primero con su pierna izquierda. Dio un total de tres zancadas antes de tenerlo a su alcance. En primer lugar, hizo el amago de golpear a su cara, cargando una gran cantidad de energía en su puño, la cual no lanzaría aún. Luego, casi de forma simultanea intentó darle un golpe con sus afiladas garras a la altura del cuello, justo en lo que llamaban la nuez, para después usar la energía de su diestra y soltarla de golpe de forma ascendente. Su idea era que la onda de choque lo levantase del suelo, para justo después encadenar una tras otra mientras estaba sobre su cabeza. Lo consiguiera o no, comenzaría a trasladar el poder de los terremotos sobre sus extremidades inferiores para hacer que los movimientos de su oponente en su próxima ofensiva le resultasen más incómodos.
«Yo estoy acostumbrado a ellos, pero ¿y tú?»
Eric miró a los ojos al trajeado y no mostraba ninguna mueca de dolor. Eso le llamó la atención, pues eran pocos los guerreros que habían conocido en el mar azul que no se dejaban llevar por las emociones. Y entonces vio como movía la pierna. Rápidamente usó la voluntad de los Baal’sha y la parte central de su cuerpo se tornó de un negro con matices grisáceas que lo reforzó. La rodilla de su contrincante se clavó en la zona más sagrada de todo hombre, pero gracias a lo que los hombres del mar azul denominaban como haki apenas sintió nada. Se vio obligado a soltar la extremidad de su contrincante y el puño de su enemigo impactó en su pecho. Los pinchos de sus guantes se hincaron en su musculoso pectoral, justo sobre la marca de hierro candente que le hizo la mujer que le entrego su fruta del diablo. Aquellos pinchos rasgaron su poncho, y eso le enfado mucho.
—O lou calinfao —espetó el shandiano en su idioma natal, mientras sus brazos se recubrían por completo de haki de armadura. La voluntad de la madre loba estaba con él, junto a todos los grandes espíritus sagrados de los Baal’sha, y eso se materializaba en el aspecto de su cuerpo. Sus brazos comenzaron a tornarse de un color negro intenso, al mismo tiempo que sus dedos parecían convertirse en las garras de una bestia salida del inframundo, acabando en afiladas puntas. Su musculatura pareció aumentar, mientras que la determinación de Eric parecía aún más fuerte. Clavó su mirada sobre la del trajeado y le mostró los dientes—. Nadie toca mi poncho, ¿me has oído? ¡Nadie!
Para él lo más sagrado, además de su familia y sus seres queridos, era su poncho. Lo único que le quedaba de su antigua vida antes de ser expulsado de su tribu por hacer lo que creía correcto. Era una prenda vieja y harapienta, que apenas lavaba por la simple razón de que no quería que perdiera el aroma a especias quemadas que usaban en su tribu. Y ver como ese hombre afeminado con traje lo destrozaba un poco le sacó de sus casillas.
—Prepárate para ser juzgado por los grandes espíritus —le dijo.
La distancia que los separaba era ínfima, dos o tres metros como mucho, así que no tardaría mucho en volver a tenerlo cerca. Le había inutilizado un brazo y eso dificultaba sus movimientos, pues combatir con una mano pegada al cuerpo de esa manera no debía ser muy funcional; al menos desde el punto de vista del salvaje. Intentó no desviar su vista de su oponente ni un ápice para estar atento a cualquier movimiento extraño que hiciera, pero fue imposible. La monstruosa presencia de los humanos que habían heredado el poder de los ancestrales demonios que lucharon contra los viejos espíritus animales cuando aún eran terrenales persistía en todo el lugar. Eran intimidantes, pero eso le motivaba a querer superarse a sí mismo para competir con ellos algún día. Un mar de espesas nubes se cernió sobre la aguja, generando poderosos relámpagos azules antinaturales. La luna y las estrellas se ocultaron tras ellas, y la luz de un tornado de fuego y unos simples focos era lo que iluminaba el lugar.
«Esto no me gusta nada», se dijo volviendo a mirar a su contrincante.
Se abalanzó sobre él impulsándose primero con su pierna izquierda. Dio un total de tres zancadas antes de tenerlo a su alcance. En primer lugar, hizo el amago de golpear a su cara, cargando una gran cantidad de energía en su puño, la cual no lanzaría aún. Luego, casi de forma simultanea intentó darle un golpe con sus afiladas garras a la altura del cuello, justo en lo que llamaban la nuez, para después usar la energía de su diestra y soltarla de golpe de forma ascendente. Su idea era que la onda de choque lo levantase del suelo, para justo después encadenar una tras otra mientras estaba sobre su cabeza. Lo consiguiera o no, comenzaría a trasladar el poder de los terremotos sobre sus extremidades inferiores para hacer que los movimientos de su oponente en su próxima ofensiva le resultasen más incómodos.
«Yo estoy acostumbrado a ellos, pero ¿y tú?»
- Datos bélicos:
- TIERS: Nivel 50: Resistencia 6, Fuerza 5, Agilidad 3, Reflejos 3, Velocidad 1
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- Fuerza x5
Resistencia x4
Agilidad x3
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- Maestrías:
- Nivel 15: Aprende a lanzar sus primeras ondas de choque. Éstas se mueven a una velocidad de veinte metros por segundo, y se disipan a los veinte metros desde su lanzamiento.
Nivel 30: Sus ondas de choque son más poderosas, alcanzando una velocidad de treinta metros por segundo y disipándose a los cincuenta metros.
Nivel 45: Sus puñetazos se propagan con tanta fuerza que la onda es “sólida”. Podría hacer a alguien retroceder utilizando estas ondas.
- Akuma:
- Nivel 1: Puede crear pequeños seísmos en cualquier material sólido. Serán de potencia reducida, aunque en zonas cercanas a su epicentro se notará una fuerte vibración.
Nivel 10: La fuerza de sus seísmos son algo más notables, pudiendo también crearlos en materiales líquidos.
Nivel 20: En una zona de un metro de radio del epicentro algunos objetos de agrietarán, y algunos más frágiles (cerámicas, vidrios…) se romperán. Puede alcanzar terremotos de grado tres en la escala Richter en un radio de un máximo de cincuenta metros.
Nivel 30: Su poder destructivo aumenta hasta llegar al grado cinco en la escala Richter en sólidos y grado dos en líquidos en un radio de doscientos metros de distancia.
Nivel 40: Tanto en sólidos como en líquidos el poder destructivo de sus seísmos/vibraciones se igualan alcanzando el grado cinco en la escala Richter, aumentando su radio de acción a los quinientos metros de radio.
- Haki:
- Armadura, Tier 4: Puede concentrar su Haki en hasta dos puntos concretos, o uno más grande (ambas manos, ambos pectorales, el abdomen...), renunciando a la protección total para duplicar su resistencia.
- Ámbito de Modalidad:
- Fuerza del Lobo I: De forma pasiva el haki de Eric se concentra únicamente en sus brazos, tornándose de un negro más intenso de lo normal y acabando en punta en sus dedos, como si fueran garras. No obstante, pese a todo, el gran efecto que tiene es que los golpes que propina con sus manos son un 50% más fuerte que en su estado base normal, llegando a derribar la armadura de todo aquel que no tenga un haki mínimo a nivel competente.
- Si no quieres que te lo toque deberías quitártelo. No puedo frenar por eso.
Empieza a moverse a la vez que tu, encarándote de frente. Pero en lugar de encarar tu golpe baja la cabeza casi hasta la altura de tu estómago, evitando los dos primeros ataques e impulsándose en el aire con la pierna, dando una especie de voltereta y tratando de golpearte con el pie en la cabeza.
Cuando vuelve a estar con los pies en la tierra, no tarda mucho en volver a abalanzarse sobre ti, atento para esquivar tus puñetazos y pretendiendo clavarte las garras de su mano operativa en la garganta. Ves como se vuelven negras y sabes lo que te espera si te rozan.
Empieza a moverse a la vez que tu, encarándote de frente. Pero en lugar de encarar tu golpe baja la cabeza casi hasta la altura de tu estómago, evitando los dos primeros ataques e impulsándose en el aire con la pierna, dando una especie de voltereta y tratando de golpearte con el pie en la cabeza.
Cuando vuelve a estar con los pies en la tierra, no tarda mucho en volver a abalanzarse sobre ti, atento para esquivar tus puñetazos y pretendiendo clavarte las garras de su mano operativa en la garganta. Ves como se vuelven negras y sabes lo que te espera si te rozan.
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La ofensiva que había lanzado apenas tuvo efecto sobre el trajeado, cuya velocidad de reacción y capacidad de adaptación impresionaron al salvaje. Realizaba movimientos fluidos, casi rítmicos, adaptándose a los de Eric como si pudiera preverlos de alguna forma. Tal fue su sobresalto, que las vibraciones que estaba generando por los sus pies tuvieron que cesar, para así echar un paso hacia atrás y bloquear con sus antebrazos una improvisada patada voladora que apuntaba a su cabeza desde arriba. Aquel impacto era poderoso, mucho más que los anteriores. Pudo notar pese a su haki como el pie golpeaba en sus carnes, haciéndole ceder unos pocos centímetros. Al tocar el suelo no tardó mucho en arremeter contra él, quizá unas décimas de segundo, en los que alzó su brazo armado con unas poderosas garras de metal tornadas de negro. Toda su voluntad iba en ese golpe, podía sentirlo gracias a su mantra, y únicamente pudo saltar hacia un lado, haciendo una voltereta en el suelo, para esquivar el ataque. De nuevo su poncho había resultado dañado y eso le enfadaba.
—Ogholri ta’ryem —masculló Eric, frunciendo el entrecejo y apretando los dientes con rabia.
Sudores fríos recorrían la frente de Eric, que desvió de nuevo la mirada hacia el lugar donde estaban batallando los titanes que habían heredado los poderes de los antiguos demonios. Una gigantesca esfera estaba girando sin control alguno, derrochando energía por todas partes de manera descontrolada, y eso no le gustaba. ¿A qué estaban jugando sus líderes? ¿Por qué no destruían ya esa cosa? ¿Qué demonios hacía Zuko sujetando a Krauser en lugar de derrotarle de una hostia? Era las cuestiones que estaban irritando al salvaje. «Si quieres algo bien hecho tienes que hacerlo tú mismo», se dijo clavando los ojos sobre su oponente.
Si algo tenía claro es que si quería evitar que el mundo se fuese al traste debía derrotar a ese individuo e intentar desactivar el engendro metálico en el que se encontraban. Mirase donde mirase había gente combatiendo. Sobre los cielos su comodoro junto a varios delincuentes. Al otro lado marines y agentes del gobierno. ¿Y si el resto de sus superiores estaban igual y no podían hacer nada? Quizás no, pero siempre cabía la posibilidad de que fuese así. Tenía que derrotar al trajeado de un único golpe, ya fuera acabando con su vida o dejándolo inconsciente. A su psique vinieron los recuerdos del viejo chamán que le enseño todo lo que sabía hasta ese momento.
—Lo siento caballero, pero no tengo tiempo de seguir perdiendo el tiempo contigo. El tiempo apremia y el destino del mundo depende de nosotros, la marina del gobierno mundial.
Dicho eso respiró hondo y dejó de emplear la fuerza del lobo sobre su cuerpo, devolviendo su voluntad al lugar de donde había salido: su interior. Fue entonces cuando una energía blanquecina comenzó a envolverle, girando alrededor de todo su cuerpo sin alterar nada de su entorno, ni tan siquiera en su propio cuerpo, hasta que pasado un segundo los tatuajes tribales que surcaban su piel comenzaron a brillar con un intenso azul cielo diurno. Esa misma energía fue generando una sombra a su espalda, un aura que poco a poco iba tomando la forma corpórea de una loba difuso con los ojos zafíreos que rugía con rabia.
Eric cerró los ojos e intento llevar toda esa energía a su puño derecho, tratando de concentrar en él una gran cantidad de poder. Tras eso, comenzó a correr hacia su contrincante, sabía que tendría una única oportunidad. El cánido que había surgido a su espalda le acompañaba, pues era la materialización de su propia voluntad y cuando estuvo a menos de dos metros de su contrincante, frenó en seco y golpeó al aire con todas sus fuerzas.
«Beta Wolf», se dijo en uno de tantos dialectos que había en el mar azul, al mismo tiempo que de su puño salía despedida una poderosa onda de choque cargada de energía con forma de lobo gigante, la cual iría directa hacia su contrincante.
—Ogholri ta’ryem —masculló Eric, frunciendo el entrecejo y apretando los dientes con rabia.
Sudores fríos recorrían la frente de Eric, que desvió de nuevo la mirada hacia el lugar donde estaban batallando los titanes que habían heredado los poderes de los antiguos demonios. Una gigantesca esfera estaba girando sin control alguno, derrochando energía por todas partes de manera descontrolada, y eso no le gustaba. ¿A qué estaban jugando sus líderes? ¿Por qué no destruían ya esa cosa? ¿Qué demonios hacía Zuko sujetando a Krauser en lugar de derrotarle de una hostia? Era las cuestiones que estaban irritando al salvaje. «Si quieres algo bien hecho tienes que hacerlo tú mismo», se dijo clavando los ojos sobre su oponente.
Si algo tenía claro es que si quería evitar que el mundo se fuese al traste debía derrotar a ese individuo e intentar desactivar el engendro metálico en el que se encontraban. Mirase donde mirase había gente combatiendo. Sobre los cielos su comodoro junto a varios delincuentes. Al otro lado marines y agentes del gobierno. ¿Y si el resto de sus superiores estaban igual y no podían hacer nada? Quizás no, pero siempre cabía la posibilidad de que fuese así. Tenía que derrotar al trajeado de un único golpe, ya fuera acabando con su vida o dejándolo inconsciente. A su psique vinieron los recuerdos del viejo chamán que le enseño todo lo que sabía hasta ese momento.
—Lo siento caballero, pero no tengo tiempo de seguir perdiendo el tiempo contigo. El tiempo apremia y el destino del mundo depende de nosotros, la marina del gobierno mundial.
Dicho eso respiró hondo y dejó de emplear la fuerza del lobo sobre su cuerpo, devolviendo su voluntad al lugar de donde había salido: su interior. Fue entonces cuando una energía blanquecina comenzó a envolverle, girando alrededor de todo su cuerpo sin alterar nada de su entorno, ni tan siquiera en su propio cuerpo, hasta que pasado un segundo los tatuajes tribales que surcaban su piel comenzaron a brillar con un intenso azul cielo diurno. Esa misma energía fue generando una sombra a su espalda, un aura que poco a poco iba tomando la forma corpórea de una loba difuso con los ojos zafíreos que rugía con rabia.
Eric cerró los ojos e intento llevar toda esa energía a su puño derecho, tratando de concentrar en él una gran cantidad de poder. Tras eso, comenzó a correr hacia su contrincante, sabía que tendría una única oportunidad. El cánido que había surgido a su espalda le acompañaba, pues era la materialización de su propia voluntad y cuando estuvo a menos de dos metros de su contrincante, frenó en seco y golpeó al aire con todas sus fuerzas.
«Beta Wolf», se dijo en uno de tantos dialectos que había en el mar azul, al mismo tiempo que de su puño salía despedida una poderosa onda de choque cargada de energía con forma de lobo gigante, la cual iría directa hacia su contrincante.
- Resumen:
- Defenderme + atacar intentando sacarme una técnica.
- Técnica:
- (TÉCNICA MÍTICA) Nombre de la técnica: Beta Wolf (Loba Beta)
Naturaleza de la técnica: Espiritual.
Descripción de la técnica: El shandiano concentra energía espiritual en uno de sus brazos, haciendo que los tatuajes que cubren su piel brille con mucha intensidad, mientras la silueta de una loba comienza a generarse en su espalda y acompaña el ataque en todo momento. Dicha onda de choque, además de tener la forma de la loba, tiene las mismas características que una normal a diferencia de que la energía aumenta el tamaño, la distancia que escapaz de cubrir y su velocidad hasta treinta veces.
Tiempo de canalización: Tres segundos
Tiempo de reutilización: Una vez cada tres turnos.
El tipo estaba dispuesto a comerse tu ataque de frente y avanza hacia ti con el brazo en lo alto, listo para chocarte el puño y clavarte las púas en el mismo. Sin embargo, en cuanto frenas en seco se da cuenta de su error y trata de cubrirse. Muy tarde, la onda de choque le da de lleno y le deja en el suelo. No está muerto, pero no se da levantado y puedes ver como se limpia un hilo de sangre de los labios. Te mira con odio antes de sacar un vial de su bolsillo y llevárselo a la boca.
Cuando bebe, todo su cuerpo se estremece. El hombre grita y parece que está sufriendo mucho dolor. Se levanta de un salto y corre hacia ti a una velocidad endemoniada, con los ojos en blanco y su garra moviéndose rapidamente tratando de arañarte y clavarse en cualquier parte de tu cuerpo, buscando hacerte daño a toda costa.
Cuando bebe, todo su cuerpo se estremece. El hombre grita y parece que está sufriendo mucho dolor. Se levanta de un salto y corre hacia ti a una velocidad endemoniada, con los ojos en blanco y su garra moviéndose rapidamente tratando de arañarte y clavarse en cualquier parte de tu cuerpo, buscando hacerte daño a toda costa.
Eric Zor-El
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Esa era la primera vez que el salvaje derrochaba tanta cantidad de energía espiritual en un solo golpe, quizá había sido por miedo o por precaución, pero jamás había intentado sobrepasar sus límites hasta ese entonces y ese esfuerzo había tenido sus frutos. Su oponente estaba sobre el suelo, aparentemente inconsciente. Bajó el brazo mientras se erguía, emitiendo, al mismo tiempo, un fuerte rugido al cielo como símbolo de victoria.
Sin embargo, ante todo pronóstico, el trajeado se levantó del suelo. Usando la destrozada manga de su traje se limpió un rastro de sangre que emergía de alguna parte de su rostro y miró al shandiano. Le había enfadado, eso era más que evidente. No había que ser muy observador para saber que esa mirada rezumaba repulsión hacia él. Entonces, usando su única mano buena sacó un extraño frasco alargado de su bolsillo. Tenía un líquido que parecía agua, ¿en serio tenía sed en una situación como aquella? Era lo primero que pensó Eric, no obstante, segundos después pudo comprobar que no era agua. Todo su cuerpo empezó a hacer movimientos extraños, sus músculos se inflamaban y contraían continuamente. Su gesto enmascaraba una mezcla de dolor y animadversión que jamás había visto y sus ojos se tornaron de blanco. Era como si estuviera ido y de pronto se abalanzó contra el salvaje.
Movía su garra metálica de un lado al otro, de forma irregular y sin seguir ningún tipo de patrón. Parecía desesperado por herirlo y esa era una baza que el salvaje no dejaría escapar.
—«Ni hay mejor aliado en combate que la desesperación de tu enemigo» —se dijo Eric, mientras echaba una pierna hacia atrás esperando a que el trajeado estuviera cerca de él. Tenía puesta su mirada en su brazo, los movimientos que hacía, para en el momento preciso, recubriendo sus brazos de haki de armadura, tratar de agarrárselo con ambas manos y girarlo, dando una media vuelta para colocárselo en su espalda, inmovilizándoselo y golpearle en la parte posterior de sus rodillas para tirarlo al suelo. De conseguirlo, al igual que había hecho antes, concentraría el poder de las vibraciones que era capaz de crear, al máximo de su poder, para quebrarle el brazo restante, así como parte de su cuerpo para dejarlo inutilizado hasta que un médico le viera y lo sanara.
De conseguirlo, lo dejaría allí, sobre el suelo de la aguja, mientras buscaba alguna forma de seguir ascendiendo hasta los aros que se vislumbraban entre el manto de nubes de aquella metálica instalación que llamaban la aguja.
Sin embargo, ante todo pronóstico, el trajeado se levantó del suelo. Usando la destrozada manga de su traje se limpió un rastro de sangre que emergía de alguna parte de su rostro y miró al shandiano. Le había enfadado, eso era más que evidente. No había que ser muy observador para saber que esa mirada rezumaba repulsión hacia él. Entonces, usando su única mano buena sacó un extraño frasco alargado de su bolsillo. Tenía un líquido que parecía agua, ¿en serio tenía sed en una situación como aquella? Era lo primero que pensó Eric, no obstante, segundos después pudo comprobar que no era agua. Todo su cuerpo empezó a hacer movimientos extraños, sus músculos se inflamaban y contraían continuamente. Su gesto enmascaraba una mezcla de dolor y animadversión que jamás había visto y sus ojos se tornaron de blanco. Era como si estuviera ido y de pronto se abalanzó contra el salvaje.
Movía su garra metálica de un lado al otro, de forma irregular y sin seguir ningún tipo de patrón. Parecía desesperado por herirlo y esa era una baza que el salvaje no dejaría escapar.
—«Ni hay mejor aliado en combate que la desesperación de tu enemigo» —se dijo Eric, mientras echaba una pierna hacia atrás esperando a que el trajeado estuviera cerca de él. Tenía puesta su mirada en su brazo, los movimientos que hacía, para en el momento preciso, recubriendo sus brazos de haki de armadura, tratar de agarrárselo con ambas manos y girarlo, dando una media vuelta para colocárselo en su espalda, inmovilizándoselo y golpearle en la parte posterior de sus rodillas para tirarlo al suelo. De conseguirlo, al igual que había hecho antes, concentraría el poder de las vibraciones que era capaz de crear, al máximo de su poder, para quebrarle el brazo restante, así como parte de su cuerpo para dejarlo inutilizado hasta que un médico le viera y lo sanara.
De conseguirlo, lo dejaría allí, sobre el suelo de la aguja, mientras buscaba alguna forma de seguir ascendiendo hasta los aros que se vislumbraban entre el manto de nubes de aquella metálica instalación que llamaban la aguja.
- Cosas usadas:
- Nivel 50: Resistencia 6, Fuerza 5, Agilidad 3, Reflejos 3, Velocidad 1
- STATS PASIVOS:
Fuerza x5
Resistencia x4
Agilidad x3
Reflejos x3
- Gura Gura no mi:
- Nivel 40: Tanto en sólidos como en líquidos el poder destructivo de sus seísmos/vibraciones se igualan alcanzando el grado cinco en la escala Richter, aumentando su radio de acción a los quinientos metros de radio.
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Características
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