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Mist D. Spanner
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
El pirata cerró los ojos y respiró con profundidad, buscando tranquilizarse y concentrarse. Su uso del haki de observación no era para nada malo y era algo que tenía intención de desarrollar. Podía oír las voces de las auras que había cerca de él. Pudo notar una voz calmada, muy seguramente la del loco científico que le había atacado. Junto a él había una... dos... tres... hasta siete voces primitivas, salvajes y sedientas de sangre. Aquellas ratas que no podía cortar de un simple tajo. Abrió los ojos, manteniendo todavía su atención en las voces, y empezó a moverse por el edificio buscando evitarlas y alcanzar la puerta de salida.
La encontró. Su instinto le decía que muy seguramente aquel hombre habría cerrado la puerta o se habría ocupado de que la cerraran. Sin embargo, aquel nunca fue un problema para Mist D. Spanner. Para él las puertas cerradas no existían y todas ellas eran un portal hacia la libertad. Empezó a correr y justo antes de llegar a la misma, activó su poder. Sin embargo, no pasó lo que debía haber pasado. Su cuerpo chocó con el duro material y cayó al suelo de espaldas. El pirata empezaba a sentirse mareado.
—K... ¿Kairoseki? Es algo muy difícil de conseguir, como... —dijo en voz alta, como hacía casi siempre que pretendía pensar para si mismo—...No... no...
Volvió a activar su poder con la intención de atravesar el suelo y pasar por debajo de la puerta. Sin embargo, al hacerlo, sintió un agudo dolor en la parte frontal de su cerebro, soltando un pequeño grito de queja. Se miró las manos. Cada vez que intentaba activar su poder parecía que su cuerpo entero parpadeaba. No, la puerta no era de kairoseki, nada era de kairoseki... algo le impedía entrar en fase. Algo le impedía... pensar. El sonido de unas palmadas a su espalda le hizo girarse. El científico se encontraba allí, con las ratas deformes consigo.
—Un potente veneno inodoro de efecto lento, pero se puede apreciar que funciona —dijo mientras se llevaba las manos a la espalda—. Me sorprendió ver como te escapabas del roedor, durante un momento pensé que la dosis no era lo suficiente potente y que tú, como yo, habías desarrollado cierta resistencia a algunas toxinas debido al tiempo pasado en un laboratorio. Y aunque generalmente no me equivoque, me alegra ver que esta vez si lo hice.
Spanner se colocó en posición sujetando el mango de su espada. Si bien sus movimientos no parecían torpes, si alguien conocía al pirata y el como combatía sabría bien que aquella vez fue más lento de lo habitual.
—¿Qué es...? ¿Qué me has...?
—Oh, ¿el pobre superdotado no puede deducirlo? Claro, es el efecto del propio gas —respondió mientras se llevaba un dedo a la sien—. Afecta a tus habilidades cognitivas y de concentración. Entrar en fase, haki... olvídate de ello. A cada segundo que pase serás más lento, torpe... más estúpido. Has perdido, Mist D. Spanner.
El pirata gruñó. Se dio la vuelta enseguida a la par que con la velocidad de la que disponía empezaba a desenvainar la espada. Era un plan sencillo: Si no podía pensar como él mismo durante esa batalla, pensaría como Zane. Los obstáculos están para ser cortados. La fuerte katana salió de su vaina, cortando la puerta a su paso. Cuando la misma cayó, sintió un pinchazo. Ante sus ojos estaba Satoshi... Muerto. Clavado en una estaca. Spanner paró en seco. Nunca, jamás, ninguna imagen, por grotesca y violenta que fuera, le había dejado congelado. Ninguna había dejado siquiera la más mínima mella en él. Pero aquello... Satoshi... Esa persona que... Por primera vez en muchísimos años, Spanner empezó a llorar.
Un punzante dolor hizo que aquella visión desapareciese. La mano izquierda del científico se aferraba con fuerza a su boca, siendo mojada por las lágrimas que caían por las mejillas del pirata. Su mano derecha, en cambio, sujetaba un cuchillo hundido en la carne del pirata, en la parte baja de su espalda. El científico lo soltó y el pirata cayó al suelo. La espada dejó su mano. Estaba en shock. No podía pensar, no podía analizar, no podía hacer nada. Su mente estaba emponzoñada y no tenía ni idea si el efecto del veneno se pasaría antes de morir por la puñalada. Al menos... había salido del edificio.
Spanner no podía dejar de llorar, con la imagen de Satoshi impregnada en sus retinas.
—Creí que esto sería más difícil. Tenía las ratas preparadas por si te resistías, pero esto... —Le dio una patada en el estómago. Spanner gritó—. Levántate, vamos. ¡¡Levantáte!! —Su pie volvió a golpear el estómago de Spanner unas cuatro veces. Spanner obedeció. Se levantó, temblando, intentando resistir el dolor de la puñalada—. Estás... ¿Estás llorando? Eres mucho más patético de lo que creía. ¿Es que no te han dicho nunca que los hombres no lloran? ¿O es que acaso eres una mujer?
Aquellas palabras golpearon a Spanner como un martillo.
—N... No... Yo...
—Entonces pelea como un hombre —dijo, señalando la espada en el suelo.
El pirata lo miró. Empezó a caminar hacia la espada en el suelo. Todavía tenía el puñal clavado, por lo que la perdida de sangre no le estaba afectando demasiado todavía. Sin embargo, el dolor era insoportable. Y aquel monstruo tenía otro cuchillo en la mano. Al intentar agacharse para coger la espada se cayó de nuevo al suelo. Pudo oír como el científico se reía. En silencio se levantó de nuevo, esta vez con la espada en la mano. Con ella sujeta empezó a caminar hacia el científico. Alzó la espada cuando estaba cerca de él en un movimiento lento y torpe. Se limitó a apartarse a un lado. La inercia del ataque hizo que el pirata cayese de nuevo al suelo.
—Patético. Eres la vergüenza del pirata Zane D. Kenshin.
—No p... pronuncies... ese nombre... —dijo, levantándose—... Tu boca es sucia... tu mente es... tu mente es lenta y atrofiada... por la edad... retorcida de nacimiento... No tienes ningún derecho... a pronunciar... su nombre...
Estalló en carcajadas.
—¿O qué?
Cuando terminó de hablar, una linea roja en vertical apareció desde su frente hasta un lugar inalcanzable en su cuerpo para la vista. Su sonrisa se borró y, entonces, empezó a sangrar. La sangre enseguida se vio cortada por pinchos de hielo que cubrían el corte. Spanner envainó el arma mientras el hombre caía al suelo de espaldas, dejando pequeñas esquirlas de hielo a su alrededor. Se limpió las lágrimas con la manga. Los efectos de la toxina ya habían pasado, purificados por el aire del exterior. Ahora solo debía preocuparse de la puñalada. Miró a su alrededor, todo neblinoso.
—Necesito un... médico...
La encontró. Su instinto le decía que muy seguramente aquel hombre habría cerrado la puerta o se habría ocupado de que la cerraran. Sin embargo, aquel nunca fue un problema para Mist D. Spanner. Para él las puertas cerradas no existían y todas ellas eran un portal hacia la libertad. Empezó a correr y justo antes de llegar a la misma, activó su poder. Sin embargo, no pasó lo que debía haber pasado. Su cuerpo chocó con el duro material y cayó al suelo de espaldas. El pirata empezaba a sentirse mareado.
—K... ¿Kairoseki? Es algo muy difícil de conseguir, como... —dijo en voz alta, como hacía casi siempre que pretendía pensar para si mismo—...No... no...
Volvió a activar su poder con la intención de atravesar el suelo y pasar por debajo de la puerta. Sin embargo, al hacerlo, sintió un agudo dolor en la parte frontal de su cerebro, soltando un pequeño grito de queja. Se miró las manos. Cada vez que intentaba activar su poder parecía que su cuerpo entero parpadeaba. No, la puerta no era de kairoseki, nada era de kairoseki... algo le impedía entrar en fase. Algo le impedía... pensar. El sonido de unas palmadas a su espalda le hizo girarse. El científico se encontraba allí, con las ratas deformes consigo.
—Un potente veneno inodoro de efecto lento, pero se puede apreciar que funciona —dijo mientras se llevaba las manos a la espalda—. Me sorprendió ver como te escapabas del roedor, durante un momento pensé que la dosis no era lo suficiente potente y que tú, como yo, habías desarrollado cierta resistencia a algunas toxinas debido al tiempo pasado en un laboratorio. Y aunque generalmente no me equivoque, me alegra ver que esta vez si lo hice.
Spanner se colocó en posición sujetando el mango de su espada. Si bien sus movimientos no parecían torpes, si alguien conocía al pirata y el como combatía sabría bien que aquella vez fue más lento de lo habitual.
—¿Qué es...? ¿Qué me has...?
—Oh, ¿el pobre superdotado no puede deducirlo? Claro, es el efecto del propio gas —respondió mientras se llevaba un dedo a la sien—. Afecta a tus habilidades cognitivas y de concentración. Entrar en fase, haki... olvídate de ello. A cada segundo que pase serás más lento, torpe... más estúpido. Has perdido, Mist D. Spanner.
El pirata gruñó. Se dio la vuelta enseguida a la par que con la velocidad de la que disponía empezaba a desenvainar la espada. Era un plan sencillo: Si no podía pensar como él mismo durante esa batalla, pensaría como Zane. Los obstáculos están para ser cortados. La fuerte katana salió de su vaina, cortando la puerta a su paso. Cuando la misma cayó, sintió un pinchazo. Ante sus ojos estaba Satoshi... Muerto. Clavado en una estaca. Spanner paró en seco. Nunca, jamás, ninguna imagen, por grotesca y violenta que fuera, le había dejado congelado. Ninguna había dejado siquiera la más mínima mella en él. Pero aquello... Satoshi... Esa persona que... Por primera vez en muchísimos años, Spanner empezó a llorar.
Un punzante dolor hizo que aquella visión desapareciese. La mano izquierda del científico se aferraba con fuerza a su boca, siendo mojada por las lágrimas que caían por las mejillas del pirata. Su mano derecha, en cambio, sujetaba un cuchillo hundido en la carne del pirata, en la parte baja de su espalda. El científico lo soltó y el pirata cayó al suelo. La espada dejó su mano. Estaba en shock. No podía pensar, no podía analizar, no podía hacer nada. Su mente estaba emponzoñada y no tenía ni idea si el efecto del veneno se pasaría antes de morir por la puñalada. Al menos... había salido del edificio.
Spanner no podía dejar de llorar, con la imagen de Satoshi impregnada en sus retinas.
—Creí que esto sería más difícil. Tenía las ratas preparadas por si te resistías, pero esto... —Le dio una patada en el estómago. Spanner gritó—. Levántate, vamos. ¡¡Levantáte!! —Su pie volvió a golpear el estómago de Spanner unas cuatro veces. Spanner obedeció. Se levantó, temblando, intentando resistir el dolor de la puñalada—. Estás... ¿Estás llorando? Eres mucho más patético de lo que creía. ¿Es que no te han dicho nunca que los hombres no lloran? ¿O es que acaso eres una mujer?
Aquellas palabras golpearon a Spanner como un martillo.
—N... No... Yo...
—Entonces pelea como un hombre —dijo, señalando la espada en el suelo.
El pirata lo miró. Empezó a caminar hacia la espada en el suelo. Todavía tenía el puñal clavado, por lo que la perdida de sangre no le estaba afectando demasiado todavía. Sin embargo, el dolor era insoportable. Y aquel monstruo tenía otro cuchillo en la mano. Al intentar agacharse para coger la espada se cayó de nuevo al suelo. Pudo oír como el científico se reía. En silencio se levantó de nuevo, esta vez con la espada en la mano. Con ella sujeta empezó a caminar hacia el científico. Alzó la espada cuando estaba cerca de él en un movimiento lento y torpe. Se limitó a apartarse a un lado. La inercia del ataque hizo que el pirata cayese de nuevo al suelo.
—Patético. Eres la vergüenza del pirata Zane D. Kenshin.
—No p... pronuncies... ese nombre... —dijo, levantándose—... Tu boca es sucia... tu mente es... tu mente es lenta y atrofiada... por la edad... retorcida de nacimiento... No tienes ningún derecho... a pronunciar... su nombre...
Estalló en carcajadas.
—¿O qué?
Cuando terminó de hablar, una linea roja en vertical apareció desde su frente hasta un lugar inalcanzable en su cuerpo para la vista. Su sonrisa se borró y, entonces, empezó a sangrar. La sangre enseguida se vio cortada por pinchos de hielo que cubrían el corte. Spanner envainó el arma mientras el hombre caía al suelo de espaldas, dejando pequeñas esquirlas de hielo a su alrededor. Se limpió las lágrimas con la manga. Los efectos de la toxina ya habían pasado, purificados por el aire del exterior. Ahora solo debía preocuparse de la puñalada. Miró a su alrededor, todo neblinoso.
—Necesito un... médico...
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