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John Wayne
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Sacudió la cerilla cuando hubo terminado de encender el puro. La tiró al suelo y miró a su alrededor. El árido desierto se extendía ante sus ojos como un mar tranquilo y arenoso. Sin una sola nube en el cielo, el sol golpeaba con fuerza. Un siseo a su espalda le alertó, haciendo que se girase rápidamente sacando el revolver su funda. Por suerte, no era más que una serpiente que había trepado hasta posarse en el asiento de Secretaria, su moto-yegua. Enfundó de nuevo el arma y cogió a la serpiente, la cual intentó clavar sus venenosos colmillos en su brazo de metal, sin éxito. La dejó en el suelo y se subió en el vehículo, casi acariciándolo como si de un caballo real se tratase. Arrancó y siguió su camino hacia su destino.
Aquel era un pueblo pequeño, aunque aquello no evitaba que sus habitantes mirasen a cualquier extraño como si hubiese asesinado a toda su familia. Uno de ellos escupió en el suelo al verle. Bajó de la moto, atándola al poste de caballos, lo cual atrajo varias miradas. Clavó la vista en lo que debía ser la oficina del sheriff, a varios pasos de donde se encontraba. Las órdenes eran claras, no tenía más que entrar allí y esperar a que una cazadora llevase una de sus presas. Normalmente no harían esa fanfarria, y ciertamente el criminal que debía entregar no era de especial interés, sin embargo le habían ordenado mirar si los papeles y licencias de la cazadora estaban en orden. Ciertamente, tenía sentido. Él también era novato y, de momento, le irían mandando cosas substanciales como el papeleo.
Entonces su vista se desvió a otro edificio del pueblo: el Saloon. Todavía no era la hora dictada para el encuentro, por lo que podía permitirse alguna distracción. Se dirigió a este y abrió las puertas, cuyas bisagras chirriaron como si no las hubiesen engrasado en diez años. Decenas de miradas se centraron en él, que cubría su brazo metálico con su poncho. Los clientes del establecimiento no tardaron en volver a lo suyo y John caminó hasta la barra, donde pidió un whisky que le fue servido en un vaso pequeño. Pagó por él y lo cogió, acercándose a la mesa donde habían cuatro personas jugando al poker. Acababan de terminar una ronda.
—¿Sitio para uno más? —preguntó con su rasposa voz tras dar un trago a su bebida.
Los jugadores asintieron después de mirarse unos a otros. John se sentó, dejando en la mesa el vaso, y sacando de su bolsillo una bolsa con dinero que posicionó en el lugar preparada para apostar. Cogió con su mano libre las dos cartas repartidas cuando el hombre de su derecha le tocó el hombro.
—Las dos manos visibles, forastero —dijo señalándole el poncho.
John se limitó a encogerse de hombros y sacar el brazo robótico de debajo de la prenda.
Aquel era un pueblo pequeño, aunque aquello no evitaba que sus habitantes mirasen a cualquier extraño como si hubiese asesinado a toda su familia. Uno de ellos escupió en el suelo al verle. Bajó de la moto, atándola al poste de caballos, lo cual atrajo varias miradas. Clavó la vista en lo que debía ser la oficina del sheriff, a varios pasos de donde se encontraba. Las órdenes eran claras, no tenía más que entrar allí y esperar a que una cazadora llevase una de sus presas. Normalmente no harían esa fanfarria, y ciertamente el criminal que debía entregar no era de especial interés, sin embargo le habían ordenado mirar si los papeles y licencias de la cazadora estaban en orden. Ciertamente, tenía sentido. Él también era novato y, de momento, le irían mandando cosas substanciales como el papeleo.
Entonces su vista se desvió a otro edificio del pueblo: el Saloon. Todavía no era la hora dictada para el encuentro, por lo que podía permitirse alguna distracción. Se dirigió a este y abrió las puertas, cuyas bisagras chirriaron como si no las hubiesen engrasado en diez años. Decenas de miradas se centraron en él, que cubría su brazo metálico con su poncho. Los clientes del establecimiento no tardaron en volver a lo suyo y John caminó hasta la barra, donde pidió un whisky que le fue servido en un vaso pequeño. Pagó por él y lo cogió, acercándose a la mesa donde habían cuatro personas jugando al poker. Acababan de terminar una ronda.
—¿Sitio para uno más? —preguntó con su rasposa voz tras dar un trago a su bebida.
Los jugadores asintieron después de mirarse unos a otros. John se sentó, dejando en la mesa el vaso, y sacando de su bolsillo una bolsa con dinero que posicionó en el lugar preparada para apostar. Cogió con su mano libre las dos cartas repartidas cuando el hombre de su derecha le tocó el hombro.
—Las dos manos visibles, forastero —dijo señalándole el poncho.
John se limitó a encogerse de hombros y sacar el brazo robótico de debajo de la prenda.
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Le habían mandado cazar a un piratucho de tres al cuarto, no era más que un pelele que pretendía ser mucho más de lo que realmente era. Un don nadie con aires de grandeza, que buscaba hacerse un hueco en el West Blue y que por desgracia para él, se había topado con ella. La cosa no había sido demasiado complicada, le habían pedido que lo entregase con vida y eso iba a hacer, pero nadie le dijo que no pudiera hacerle un poco de pupa. Ash caminaba con paso firme desde el puerto de la isla hasta el Saloon donde le estaría esperando el sujeto al que debía entregar su recadito especial.
Mientras andaba con sus botas bien puestas y el sombrero tapando su rostro del sol, los habitantes de la isla que la conocían realmente bien la miraban de reojo. En su mirada se podían vislumbrar dos tipos de sentimientos, miedo y asco. No le importaba demasiado, para Ash aquella gente no eran más que sacos de mierda que se creían con derecho de juzgara a la gente en vez de juzgarse a si mismos y su comportamiento. Saco su cajetilla de cigarros del bolsillo de la chaqueta y se llevo uno a la boca. Tras encenderlo dio una calada larga y después dejo salir el humo del cigarro como si nada mientras lo sostenía en la mano derecha.
Su mano izquierda se encontraba ocupada sujetando al tipo que llevaba al hombro como un saco de patatas. Estaba amordazado, atado de pies y manos y listo como un maldito cochinillo para el asado. Estaba algo magullado, y que conste, no era culpa de Ash, el tipo se había resistido. Si un imbécil se te pone chulo, le partes la cara y sigues adelante, así es la vida. Llego a las puertas del Saloon y abrió de un empujón entrando sin mucho miramiento y dejando al paquete apoyado en la barra como si fuera realmente un simple saco. Se sentó en un taburete — ponme un Whisky y no empieces con tu mierda de cada día ¿quieres? ya te pague lo que te debía la ultima vez que pise este puto tugurio — su voz resonó por todo el local.
No es que fuera especialmente delicada para ello y mucho menos estando en aquella isla. Cuando salía fuera se controlaba un poco más, pero allí no, esa gente no merecía ni un mínimo de cuartelillo. Por un segundo el local se quedo completamente en silencio, Ash se rió descaradamente y dejo salir de nuevo el humo de su cigarro — meted esas narices en vuestros putos asuntos y dejad de joder — no se había fijado en el nuevo integrante del local, pero no tardaría mucho en hacerlo. Después de todo los murmullos sobre él y su brazo robotico recorrían rápido aquel antro de mala muerte.
Por un momento el sujeto se despertó e intento moverse. Ash movió la pierna y le aseso un golpe en la cabeza, lo suficientemente duro como para que dejara de moverse. — Cucarachas, no dejan de moverse — se quito el sombrero por un momento y lo dejo sobre la barra. Recordaba la ultima vez que había estado en aquel lugar, había sacado a dos tipos y les había dejado sin dientes. Aunque en aquella ocasión no había ido a buscar pelea o diversión, simplemente haría su entrega y se largaría con viento fresco a cualquier otro lugar donde le apeteciera o donde le dieran trabajo.
Mientras andaba con sus botas bien puestas y el sombrero tapando su rostro del sol, los habitantes de la isla que la conocían realmente bien la miraban de reojo. En su mirada se podían vislumbrar dos tipos de sentimientos, miedo y asco. No le importaba demasiado, para Ash aquella gente no eran más que sacos de mierda que se creían con derecho de juzgara a la gente en vez de juzgarse a si mismos y su comportamiento. Saco su cajetilla de cigarros del bolsillo de la chaqueta y se llevo uno a la boca. Tras encenderlo dio una calada larga y después dejo salir el humo del cigarro como si nada mientras lo sostenía en la mano derecha.
Su mano izquierda se encontraba ocupada sujetando al tipo que llevaba al hombro como un saco de patatas. Estaba amordazado, atado de pies y manos y listo como un maldito cochinillo para el asado. Estaba algo magullado, y que conste, no era culpa de Ash, el tipo se había resistido. Si un imbécil se te pone chulo, le partes la cara y sigues adelante, así es la vida. Llego a las puertas del Saloon y abrió de un empujón entrando sin mucho miramiento y dejando al paquete apoyado en la barra como si fuera realmente un simple saco. Se sentó en un taburete — ponme un Whisky y no empieces con tu mierda de cada día ¿quieres? ya te pague lo que te debía la ultima vez que pise este puto tugurio — su voz resonó por todo el local.
No es que fuera especialmente delicada para ello y mucho menos estando en aquella isla. Cuando salía fuera se controlaba un poco más, pero allí no, esa gente no merecía ni un mínimo de cuartelillo. Por un segundo el local se quedo completamente en silencio, Ash se rió descaradamente y dejo salir de nuevo el humo de su cigarro — meted esas narices en vuestros putos asuntos y dejad de joder — no se había fijado en el nuevo integrante del local, pero no tardaría mucho en hacerlo. Después de todo los murmullos sobre él y su brazo robotico recorrían rápido aquel antro de mala muerte.
Por un momento el sujeto se despertó e intento moverse. Ash movió la pierna y le aseso un golpe en la cabeza, lo suficientemente duro como para que dejara de moverse. — Cucarachas, no dejan de moverse — se quito el sombrero por un momento y lo dejo sobre la barra. Recordaba la ultima vez que había estado en aquel lugar, había sacado a dos tipos y les había dejado sin dientes. Aunque en aquella ocasión no había ido a buscar pelea o diversión, simplemente haría su entrega y se largaría con viento fresco a cualquier otro lugar donde le apeteciera o donde le dieran trabajo.
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Empujó ligeramente la solapa de su sombrero hacia arriba con el dedo, para poder observar bien las dos cartas que tenía en la mano. Un as de corazones y un rey de tréboles. Sin duda una buena mano, aunque todo dependía de las cartas que se colocaban en la mesa. Iba dando tragos a su bebida conforme la partida avanzaba, yendo bastante a su favor. Contaba con una doble pareja de ases y reyes que, si bien no era una jugada perfecta, era difícil de superar. Sin embargo, siendo precavido, apostó pequeño. Aquella ronda la perdió, tristemente, contra un full de tres reinas y dos ases. El hombre que venció arrastró las monedas hacia su lado con una sonrisa bastante desagradable.
—¿Habéis oído la nueva de Billy? —dijo uno de ellos mientras se repartía para la nueva ronda.
—No. ¿Qué ha hecho esta vez?
John afinó el oído, fingiendo que no le interesaba aunque prestando atención. No sabía quién era ese tal Billy, pero ciertamente sonaba peligroso. Tal vez tenía que ver con el asunto por el que estaba allí, tal vez no. Fuera como fuere, un criminal era un criminal.
—De momento nada, pero se rumorea que lo hará pronto. Por lo visto vino un forastero, uno de esos piratas, ya sabes... Forajidos de más allá del mar. Estaba huyendo de la justicia y prometió pagar a Billy por protección.
—¿Y qué ha pasado?
—Los rumores es que lo han capturado ya. Y a Billy no le gusta perder dinero. Dicen que se presentará donde tengan cautivo al forastero, ya sea para salvarlo y cobrar o... arrancar el dinero de su cadáver.
Los jugadores miraron a John, que era el desconocido. No hizo falta que abriesen la boca para preguntarle. Con su mano robótica cogió el vaso y dio el último trago.
—¿Acaso me veis encadenado? —contestó.
Aquello pareció ser suficiente para convencerles. Fue entonces cuando lo oyó. Un golpe. Giró levemente el cuello para mirar de donde había venido y lo vio. "Mierda" susurró para si mismo, con voz rasposa, al ver de donde provenía el sonido. Una mujer de porte vaquera estaba en la barra e iba cargada con un hombre atado. Si los hombres con los que estaba jugando tenían razón, ese tal Billy no tardaría en aparecer. Y, muy probablemente, aquella mujer era su contacto. John se levantó, dejando las cartas bocarriba en la mesa, mostrando un simple dos de picas y un cuatro de diamantes.
—Me retiro. Eran malas cartas de todas formas.
Y empezó a caminar de nuevo hacia la barra. Se sentó al lado de la mujer pidiendo otra bebida al tabernero. Este se la sirvió en silencio. No parecía un hombre amigable, al menos no con los forasteros. Se marchó y John dio el primer trago a su bebida, para después mirar el vaso sin volver a posarlo en la barra.
—De dónde vengo dicen que a las mujeres pistoleras las arma el diablo. Dime... —dio otro trago y dejó el vaso, para después mirar a la mujer—. ¿Es eso verdad o me he hecho ilusiones?
—¿Habéis oído la nueva de Billy? —dijo uno de ellos mientras se repartía para la nueva ronda.
—No. ¿Qué ha hecho esta vez?
John afinó el oído, fingiendo que no le interesaba aunque prestando atención. No sabía quién era ese tal Billy, pero ciertamente sonaba peligroso. Tal vez tenía que ver con el asunto por el que estaba allí, tal vez no. Fuera como fuere, un criminal era un criminal.
—De momento nada, pero se rumorea que lo hará pronto. Por lo visto vino un forastero, uno de esos piratas, ya sabes... Forajidos de más allá del mar. Estaba huyendo de la justicia y prometió pagar a Billy por protección.
—¿Y qué ha pasado?
—Los rumores es que lo han capturado ya. Y a Billy no le gusta perder dinero. Dicen que se presentará donde tengan cautivo al forastero, ya sea para salvarlo y cobrar o... arrancar el dinero de su cadáver.
Los jugadores miraron a John, que era el desconocido. No hizo falta que abriesen la boca para preguntarle. Con su mano robótica cogió el vaso y dio el último trago.
—¿Acaso me veis encadenado? —contestó.
Aquello pareció ser suficiente para convencerles. Fue entonces cuando lo oyó. Un golpe. Giró levemente el cuello para mirar de donde había venido y lo vio. "Mierda" susurró para si mismo, con voz rasposa, al ver de donde provenía el sonido. Una mujer de porte vaquera estaba en la barra e iba cargada con un hombre atado. Si los hombres con los que estaba jugando tenían razón, ese tal Billy no tardaría en aparecer. Y, muy probablemente, aquella mujer era su contacto. John se levantó, dejando las cartas bocarriba en la mesa, mostrando un simple dos de picas y un cuatro de diamantes.
—Me retiro. Eran malas cartas de todas formas.
Y empezó a caminar de nuevo hacia la barra. Se sentó al lado de la mujer pidiendo otra bebida al tabernero. Este se la sirvió en silencio. No parecía un hombre amigable, al menos no con los forasteros. Se marchó y John dio el primer trago a su bebida, para después mirar el vaso sin volver a posarlo en la barra.
—De dónde vengo dicen que a las mujeres pistoleras las arma el diablo. Dime... —dio otro trago y dejó el vaso, para después mirar a la mujer—. ¿Es eso verdad o me he hecho ilusiones?
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Los murmullos sobre esa chica no cesaban en ningún momento. La conocían demasiado bien, no es que se ocultase realmente. Desde niña había sido un problema, desde que cumplió los seis años y su madre la tiro a la calle como un animalito al que ya no quería cuidar más. Se había convertido en un problema para las autoridades y después se convirtió en un problema para el pueblo. Pero teniendo en cuenta que a la vaquera le importaba un bledo todo lo que pudiera decir esa gentuza no les prestaba atención. Suspiro de manera larga y cansina mientras le daba un buen trago a su copa, casi terminandola de aquel mismo trago.
Suspiro con gusto mientras se recostaba un poco sobre la barra del bar. Cuando llego aquel tipo justo a su lado le miro de reojo pero le ignoro por el momento. Cuando el tabernero se acerco de nuevo para ponerle la copa al barbudo de al lado, Ash le hizo una seña para que le pusiera otra. Su cigarro se había consumido por completo así que se llevo la mano al pantalón para sacar uno nuevo. Sin embargo ya había gastado todo el paquete así que no le quedaba nada. Arrugo el paquete en sus manos y lo lanzo a uno de los cubos de basura que había repartidos por el lugar.
Giro la cara con una ceja arqueada para mirar a aquel tipo que le había dirigido la palabra. Dejo salir una carcajada ante sus palabras y luego se giro para quedar mirándole cruzando una pierna sobre la otra de forma descarada. — ¿Alguna vez te funciona esa frase con alguna? — alargo la mano para quitarle el puro de la boca y llevarlo a la suya. Dio un par de profundas caladas al puro dejando salir el humo despacio por un lado de su boca. Si quería juguetear un rato no tenía problema, el tipo parecía guapo al menos. Sus ojos rojizos le miraron de arriba abajo mientras sonreía de medio lado y se detenía en los lugares que le interesaban.
Nunca le había dado vergüenza el mirar a un hombre y no iba a empezar ahora a tenerla. Se saco el puro de la boca con una de las manos y le tiro un poco de humo en la cara — la verdadera pregunta es, ¿quien eres y para que te has acercado a mi? — le miro con una sonrisa ladina. Estaba acostumbrada a que la mayoría de la gente se acercase a ella por que quería sacar algún tipo de provecho. Aunque aquel tipo no le sonaba de nada, no era de la isla y le daba cierta curiosidad el motivo por el que pudiera haber decidido acudir a aquella isla. ¿Tal vez era el CP al que tenía que entregarle al criminal que había traído consigo? Por el momento esperaría la respuesta, vería de que pierna cojeaba su nuevo amigo.
Una vez que viera de que pierna cojeaba, vería si era divertido o no jugar con él. Al menos se estaba alegrando la vista, el tipo además de guapo, tenía un buen físico. Se notaba que había trabajado en el, aunque al ver el brazo de metal sonrió de medio lado. — Parece que no has tenido muy buena suerte, ¿tienes más metal en el cuerpo? — podía perder cierta diversión si al final el sujeto era simplemente un cyborg. Ash había escuchado los rumores sobre el tal Billy con anterioridad y sabía que si se quedaba en el Saloon terminaría apareciendo, si lo pillaba sería un dos por uno. Ese desgraciado era un maleante de primera y tenía una buena recompensa sobre su cabeza. Si entraba en la boca del lobo por su propia voluntad, la vaquera no iba a impedírselo, todo lo contrario, le ayudaría a que se metiera en la celda más cercana por su propio pie.
Suspiro con gusto mientras se recostaba un poco sobre la barra del bar. Cuando llego aquel tipo justo a su lado le miro de reojo pero le ignoro por el momento. Cuando el tabernero se acerco de nuevo para ponerle la copa al barbudo de al lado, Ash le hizo una seña para que le pusiera otra. Su cigarro se había consumido por completo así que se llevo la mano al pantalón para sacar uno nuevo. Sin embargo ya había gastado todo el paquete así que no le quedaba nada. Arrugo el paquete en sus manos y lo lanzo a uno de los cubos de basura que había repartidos por el lugar.
Giro la cara con una ceja arqueada para mirar a aquel tipo que le había dirigido la palabra. Dejo salir una carcajada ante sus palabras y luego se giro para quedar mirándole cruzando una pierna sobre la otra de forma descarada. — ¿Alguna vez te funciona esa frase con alguna? — alargo la mano para quitarle el puro de la boca y llevarlo a la suya. Dio un par de profundas caladas al puro dejando salir el humo despacio por un lado de su boca. Si quería juguetear un rato no tenía problema, el tipo parecía guapo al menos. Sus ojos rojizos le miraron de arriba abajo mientras sonreía de medio lado y se detenía en los lugares que le interesaban.
Nunca le había dado vergüenza el mirar a un hombre y no iba a empezar ahora a tenerla. Se saco el puro de la boca con una de las manos y le tiro un poco de humo en la cara — la verdadera pregunta es, ¿quien eres y para que te has acercado a mi? — le miro con una sonrisa ladina. Estaba acostumbrada a que la mayoría de la gente se acercase a ella por que quería sacar algún tipo de provecho. Aunque aquel tipo no le sonaba de nada, no era de la isla y le daba cierta curiosidad el motivo por el que pudiera haber decidido acudir a aquella isla. ¿Tal vez era el CP al que tenía que entregarle al criminal que había traído consigo? Por el momento esperaría la respuesta, vería de que pierna cojeaba su nuevo amigo.
Una vez que viera de que pierna cojeaba, vería si era divertido o no jugar con él. Al menos se estaba alegrando la vista, el tipo además de guapo, tenía un buen físico. Se notaba que había trabajado en el, aunque al ver el brazo de metal sonrió de medio lado. — Parece que no has tenido muy buena suerte, ¿tienes más metal en el cuerpo? — podía perder cierta diversión si al final el sujeto era simplemente un cyborg. Ash había escuchado los rumores sobre el tal Billy con anterioridad y sabía que si se quedaba en el Saloon terminaría apareciendo, si lo pillaba sería un dos por uno. Ese desgraciado era un maleante de primera y tenía una buena recompensa sobre su cabeza. Si entraba en la boca del lobo por su propia voluntad, la vaquera no iba a impedírselo, todo lo contrario, le ayudaría a que se metiera en la celda más cercana por su propio pie.
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El cyborg sonrió ante la respuesta de la mujer. Era ciertamente la que esperaba que le diera. Lo que no se esperaba, sin embargo, era que estirara el brazo y le quitase el puro de la boca sin miedo alguno y se lo llevase a la suya propia. John no le quitó el ojo de encima. Sin duda era una mujer preciosa y sus labios, que ahora besaban el puro, eran rojos y brillantes. Su mirada afilada entró en la suya y parecía ya saberlo todo sobre él. Sino fuese suficiente con la respuesta que le había dado, el acto de quitarle el puro de aquella manera atrajo todavía más a John. El agente recordó las palabras de su padre, el hombre que lo convirtió en quien es, que le dio aquel brazo de metal. El como le encomendaba a olvidar todo aquello que le hacía humano, el como le decía que dejará atrás todo deseo carnal y dedicase su vida entera y su pensamiento a completar la misión y nada más.
«Que le den —pensó—. No voy a empezar a hacerle caso ahora.»
—No, nunca me ha funcionado. Y el día que lo haga sabré que esa mujer no me interesa.
Le tiró una bocanada de humo a la cara, por la que John no pareció inmutarse. Se quitó el sombrero mientras la mujer hacía su próxima pregunta, demandando su identidad. El cyborg dejó el sombrero sobre la barra y dio otro trago, mientras respiraba aquel humo salido de los pulmones de aquella mujer que, aunque no se notase, empezaba a volverle loco. Volvió a acallar en su cabeza las palabras de su padre pidiéndole control y silencio emocional.
—Eso son dos preguntas. La respuesta a la primera es John W. Fitzgerald. La respuesta a la segunda es que tienes algo que se supone debes entregarme a mí. Aunque no te voy a engañar, es posible que mis motivos estén cambiando.
La mujer señaló su brazo y le preguntó por el mismo. El agente había notado como lo registraba con la mirada, como si no hubiese nadie mirando. Escuchó a alguien murmurar detrás de él, casi como si la gente le estuviese juzgando por hablar con ella. ¿Lo llamaban loco? ¿valiente? Tal vez no era el primero que se acercaba a ella y tal vez se llevaría, como gente antes que él, una buena hostia en la cara tanto metafórica como literal. Miró el poco whisky que quedaba en su vaso y empezó a preguntarse si había sido buena idea el mostrar el mínimo interés en aquella mujer.
«Ha sido un error» —dijo la voz de su padre en su cabeza.
«Puede... Pero ha sido mi error.»
—Sufrí un accidente en un incendio cuando era pequeño. Mi... — «Soy tu padre, no tu superior. Tu padre. Tu padre. Solo yo te cuido. Tu padre. Yo te salvé» —... Un ingeniero me salvó. El brazo, los pulmones... Pero en general estoy entero. ¿Quieres comprobarlo?
«Que le den —pensó—. No voy a empezar a hacerle caso ahora.»
—No, nunca me ha funcionado. Y el día que lo haga sabré que esa mujer no me interesa.
Le tiró una bocanada de humo a la cara, por la que John no pareció inmutarse. Se quitó el sombrero mientras la mujer hacía su próxima pregunta, demandando su identidad. El cyborg dejó el sombrero sobre la barra y dio otro trago, mientras respiraba aquel humo salido de los pulmones de aquella mujer que, aunque no se notase, empezaba a volverle loco. Volvió a acallar en su cabeza las palabras de su padre pidiéndole control y silencio emocional.
—Eso son dos preguntas. La respuesta a la primera es John W. Fitzgerald. La respuesta a la segunda es que tienes algo que se supone debes entregarme a mí. Aunque no te voy a engañar, es posible que mis motivos estén cambiando.
La mujer señaló su brazo y le preguntó por el mismo. El agente había notado como lo registraba con la mirada, como si no hubiese nadie mirando. Escuchó a alguien murmurar detrás de él, casi como si la gente le estuviese juzgando por hablar con ella. ¿Lo llamaban loco? ¿valiente? Tal vez no era el primero que se acercaba a ella y tal vez se llevaría, como gente antes que él, una buena hostia en la cara tanto metafórica como literal. Miró el poco whisky que quedaba en su vaso y empezó a preguntarse si había sido buena idea el mostrar el mínimo interés en aquella mujer.
«Ha sido un error» —dijo la voz de su padre en su cabeza.
«Puede... Pero ha sido mi error.»
—Sufrí un accidente en un incendio cuando era pequeño. Mi... — «Soy tu padre, no tu superior. Tu padre. Tu padre. Solo yo te cuido. Tu padre. Yo te salvé» —... Un ingeniero me salvó. El brazo, los pulmones... Pero en general estoy entero. ¿Quieres comprobarlo?
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Parecía que el chico podía ser mas divertido de lo que le pareció en un primer momento. Una sonrisa ladina adornaba sus labios mientras escuchaba sus palabras y sus ojos se deleitaban con el cuerpo del vaquero. La verdad es que tenía una buena pieza delante y no se quejaba. Pero no dejaba de vigilar su alrededor, no se fiaba de que Billy no apareciera en cualquier momento para armar un poco de escándalo. Su pieza descansaba cazada y tranquilita en el suelo apoyada en la barra del local. Se llevo el vaso a los labios para deleitarse un poco más con el whisky que había en su interior. Realmente disfrutaba el ardor del alcohol pasando por su cuello unido al aroma y el sabor del tabaco.
Ante su ultima pregunta sonrió aún más. Se acerco y dejo que su mano derecha se posara sobre la entrepierna del vaquero. — Oh si, parece que estas realmente entero — tras aquello se relamió los labios. Realmente estaba siendo divertida aquella conversación. Subió con la mano que le tocaba por su vientre hacía su pecho. La mano siguió subiendo jugueteando un poco con las caricias hasta su cuello. En ese momento sujeto la camisa del vaquero por el cuello y tiro suavemente hacia ella, dejando que sus rojos labios se acercaran peligrosamente a los masculinos.
Sus ojos se mantenían fijos en los ojos de John mientras sus labios comenzaban a rozarse. — No me importaría descubrir, lo entero que puedes llegar a estar — su voz sonó melosa y juguetona. Los individuos que se encontraban en el saloon se giraron mirando a esos dos, sobretodo sorprendidos por ver a la albina jugueteando de esa manera con alguien. Ninguno de los chiquillos del pueblo había tenido una oportunidad y parecía que el forastero iba a tener suerte aquel día. Después simplemente se alejo y volvió a meterse el puro en la boca. Sin perder la sonrisa le dio nuevamente una calada y tras dejar salir el humo le devolvió el cigarro para que fumara él si quisiera.
Tomó el vaso de whisky y bebió un trago más mientras le miraba de reojo. Realmente estaba disfrutando de aquel momento y de ese juego que se traían, esperaba que Billy realmente no apareciera, tenía ganas de jugar. Estaba de buen humor por que iba a cobrar y por que aquel CP estaba para darle una buena cabalgada. Así que por el momento el tabernero podía estar tranquilo, no parecía que le fueran a destrozar el local, aunque aún así estaba preparando las cosas por si aparecían los rebeldes. Después de todo, él también escuchaba los rumores que corrían por el local.
Ante su ultima pregunta sonrió aún más. Se acerco y dejo que su mano derecha se posara sobre la entrepierna del vaquero. — Oh si, parece que estas realmente entero — tras aquello se relamió los labios. Realmente estaba siendo divertida aquella conversación. Subió con la mano que le tocaba por su vientre hacía su pecho. La mano siguió subiendo jugueteando un poco con las caricias hasta su cuello. En ese momento sujeto la camisa del vaquero por el cuello y tiro suavemente hacia ella, dejando que sus rojos labios se acercaran peligrosamente a los masculinos.
Sus ojos se mantenían fijos en los ojos de John mientras sus labios comenzaban a rozarse. — No me importaría descubrir, lo entero que puedes llegar a estar — su voz sonó melosa y juguetona. Los individuos que se encontraban en el saloon se giraron mirando a esos dos, sobretodo sorprendidos por ver a la albina jugueteando de esa manera con alguien. Ninguno de los chiquillos del pueblo había tenido una oportunidad y parecía que el forastero iba a tener suerte aquel día. Después simplemente se alejo y volvió a meterse el puro en la boca. Sin perder la sonrisa le dio nuevamente una calada y tras dejar salir el humo le devolvió el cigarro para que fumara él si quisiera.
Tomó el vaso de whisky y bebió un trago más mientras le miraba de reojo. Realmente estaba disfrutando de aquel momento y de ese juego que se traían, esperaba que Billy realmente no apareciera, tenía ganas de jugar. Estaba de buen humor por que iba a cobrar y por que aquel CP estaba para darle una buena cabalgada. Así que por el momento el tabernero podía estar tranquilo, no parecía que le fueran a destrozar el local, aunque aún así estaba preparando las cosas por si aparecían los rebeldes. Después de todo, él también escuchaba los rumores que corrían por el local.
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Esa mujer le iba a provocar la muerte. Su corazón, que normalmente era pausado y de latidos indetectables, bombeaba más fuerte que nunca. Su pecho empezó a doler, aunque su rostro se mantuvo impasible, debido al hecho de que nunca había latido con tanta fuerza, o al menos no tenía recuerdos claros de haberlo vivido. Deseaba con todas sus fuerzas en aquel instante que las mejoras que lo hacían insensible al dolor también se aplicaran a su interior. Sus labios temblaban ligeramente, deseando moverse hacia delante y beber de los de la pistolera. Sus ojos se clavaron en los suyos, penetrantes, como si pudiesen leer cada uno de sus pensamientos. Como si la pistolera supiese que la mente del agente gritaba "tómame". Y no le importaba que lo supiera.
Abrió la boca en cuanto la mujer volvió a acercarle el puro y lo cogió, casi como obedeciendo una orden que no le habían dado. Ignoró por completo a aquellos que clavaban su mirada en ellos. No le importaban lo más mínimo en aquel momento. Agarró el sombrero de nuevo y lo observó un instante, pensando en las ramificaciones que podía tener aquello que quería que ocurriese. ¿Recordaba haberlo hecho alguna vez siquiera? Tenía el deseo, sin duda, en su cabeza rondaban los actos, movimientos que conllevaban lo que buscaba, pero era incapaz de recordar si... ¿Tan lejos había llegado la maldad de Padre? Recordaba su infancia, recordaba su pasado, pero no recordaba el haber... ¿Acaso le habían robado la pasión?
No. Sus recuerdos de la pasión. Le habían convencido de que era incapaz de sentir hasta tal punto que se lo había creído. Pero en aquel instante estaba sintiendo. «Que poco poético», pensó «. No ha sido el amor lo que me ha hecho darme cuenta. Ni la felicidad o fraternidad. Ha sido la lujuria.»
Apagó el puro en la misma barra. El tabernero pareció protestar, pero lo ignoró. Se inclinó hacia la chica, le puso su sombrero y, sin apartar la mano de su cabeza, se acercó y la besó. En el caso de que le dejara, alargaría el beso, disfrutando cada segundo y colocando la otra mano en su cintura, buscando acercarla más a él. En cuanto se separase y dejase el sombrero arrugado sobre su cabeza.
—Si se saca la cerilla de su caja hay que encenderla —le diría.
Y sonó un disparo en el exterior.
Abrió la boca en cuanto la mujer volvió a acercarle el puro y lo cogió, casi como obedeciendo una orden que no le habían dado. Ignoró por completo a aquellos que clavaban su mirada en ellos. No le importaban lo más mínimo en aquel momento. Agarró el sombrero de nuevo y lo observó un instante, pensando en las ramificaciones que podía tener aquello que quería que ocurriese. ¿Recordaba haberlo hecho alguna vez siquiera? Tenía el deseo, sin duda, en su cabeza rondaban los actos, movimientos que conllevaban lo que buscaba, pero era incapaz de recordar si... ¿Tan lejos había llegado la maldad de Padre? Recordaba su infancia, recordaba su pasado, pero no recordaba el haber... ¿Acaso le habían robado la pasión?
No. Sus recuerdos de la pasión. Le habían convencido de que era incapaz de sentir hasta tal punto que se lo había creído. Pero en aquel instante estaba sintiendo. «Que poco poético», pensó «. No ha sido el amor lo que me ha hecho darme cuenta. Ni la felicidad o fraternidad. Ha sido la lujuria.»
Apagó el puro en la misma barra. El tabernero pareció protestar, pero lo ignoró. Se inclinó hacia la chica, le puso su sombrero y, sin apartar la mano de su cabeza, se acercó y la besó. En el caso de que le dejara, alargaría el beso, disfrutando cada segundo y colocando la otra mano en su cintura, buscando acercarla más a él. En cuanto se separase y dejase el sombrero arrugado sobre su cabeza.
—Si se saca la cerilla de su caja hay que encenderla —le diría.
Y sonó un disparo en el exterior.
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Sabía que lo estaba disfrutando. Puede que su rostro no mostrase expresión alguna, pero el brillo en sus ojos y el bulto en su pantalón delataba la lujuria que embargaba el cuerpo del vaquero en aquel momento. Ahora era momento de ver si era capaz de dar un paso al frente. Los completamente sumisos no iban con ella, puede que para un ratito, sobretodo si no encontraba algo mejor con lo que pasa el rato. Miraba de reojo al chico esperando ver que iba a hacer en aquel momento. En el momento en que le coloco el sombrero arqueo nuevamente la ceja sin saber del todo bien que estaba planeando en aquel momento.
Pero se dejo llevar, permitió que sus labios se uniesen y ni corta ni perezosa quiso más. La mano en su cintura la obligo a colocarse justo en el borde del taburete. Coloco una mano rodeado el cuello del vaquero dejándola sobre su nuca mientras que la otra sujetaba el cuello de su camisa y tiraba de él para continuar aquel beso. No tenía suficiente con aquel simple roce así que metió su lengua en la boca de aquel hombre para lentamente enredar una con la otra. Entremezclaban la humedad de sus bocas, pensaba dar un paso más justo en el momento en que se escucho un disparo fuera.
Se separo levemente de su nuevo acompañante y chasqueo la lengua disgustada. — Hijo de perra — fue un murmullo suave pero muy significativo. Estaba de mal humor, la habían interrumpido cuando se lo estaba pasando bien y eso nunca era buena idea. Ash se levanto de donde estaba y saco su revolver de la cintura. Suspiro de forma larga y después Cargo la pistola — si no lo matamos, puedo cobrar el doble por ese perro desgraciado — miro de reojo a John y sonrió de medio lado justo antes de ponerse a cubierto. Su estilo no era del todo directo, Ash solía disparar con cierta distancia ya que su forma de lucha era más de francotirador que otra cosa, por eso se coloco en un lugar especifico.
Mientras estaba a cubierto y además tenía una visión perfecta de la zona exterior por una de las ventanas coloco su mira telescópica y entonces disparo un par de veces. Dejando a dos de los hombres tirados en el suelo sangrando, no morirían, pero al menos estaban abatidos y se estarían quietecitos sin armar demasiado alboroto. Sonrió con cierta malicia en los labios mientras se relamía, le gustaba ver la sangre de sus enemigos. Tampoco es que fuera una loca sanguinaria, pero cuando estaba siendo amenazada de muerte obviamente prefería que fuera la sangre de los otros los que manchara el suelo.
Pero se dejo llevar, permitió que sus labios se uniesen y ni corta ni perezosa quiso más. La mano en su cintura la obligo a colocarse justo en el borde del taburete. Coloco una mano rodeado el cuello del vaquero dejándola sobre su nuca mientras que la otra sujetaba el cuello de su camisa y tiraba de él para continuar aquel beso. No tenía suficiente con aquel simple roce así que metió su lengua en la boca de aquel hombre para lentamente enredar una con la otra. Entremezclaban la humedad de sus bocas, pensaba dar un paso más justo en el momento en que se escucho un disparo fuera.
Se separo levemente de su nuevo acompañante y chasqueo la lengua disgustada. — Hijo de perra — fue un murmullo suave pero muy significativo. Estaba de mal humor, la habían interrumpido cuando se lo estaba pasando bien y eso nunca era buena idea. Ash se levanto de donde estaba y saco su revolver de la cintura. Suspiro de forma larga y después Cargo la pistola — si no lo matamos, puedo cobrar el doble por ese perro desgraciado — miro de reojo a John y sonrió de medio lado justo antes de ponerse a cubierto. Su estilo no era del todo directo, Ash solía disparar con cierta distancia ya que su forma de lucha era más de francotirador que otra cosa, por eso se coloco en un lugar especifico.
Mientras estaba a cubierto y además tenía una visión perfecta de la zona exterior por una de las ventanas coloco su mira telescópica y entonces disparo un par de veces. Dejando a dos de los hombres tirados en el suelo sangrando, no morirían, pero al menos estaban abatidos y se estarían quietecitos sin armar demasiado alboroto. Sonrió con cierta malicia en los labios mientras se relamía, le gustaba ver la sangre de sus enemigos. Tampoco es que fuera una loca sanguinaria, pero cuando estaba siendo amenazada de muerte obviamente prefería que fuera la sangre de los otros los que manchara el suelo.
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El disparo lo volvió a la realidad, por desgracia. No apartó la mirada de los ojos de la pistolera cuando esta maldecía y parecía estar casi tan disgustada como él. Fue entonces cuando se dio cuenta de que tras el disparo del exterior, la clientela se había marchado corriendo. Tan solo quedaba el tabernero que, temblando de miedo tras la barra, parecía no saber que hacer. Mientras la mujer se colocaba en posición con su propia arma, todavía llevando su sombrero, John desenfundó su pistola para comprobar que se encontraba cargada, aunque no pudo evitar desvíar su mirada unos instantes al perfecto culo de la mujer mientras se alejaba.
—Por favor, no la liéis aquí, no... —empezó a lloriquear el tabernero.
—Sujeta esto o márchate por la puerta de atrás, tú decides —contestó mientras lanzaba el cuerpo inconsciente del criminal capturado tras la barra. El tabernero eligió la segunda opción.
Terminó de cerrar el tambor de la pistola cuando escuchó los disparos de la cazadora.
«Cada vez me pone más.»
Justo entraron blandiendo sus pistolas unos tres hombres, buscando enseguida a un objetivo que apuntar después de que la pistolera hubiese dado el primer ataque. Su mente empezó a procesar la situación y marcar los objetivos, casi como si viese la situación a cámara lenta, marcó los disparos en los brazos y piernas de aquellos criminales, buscando neutralizarlos sin matarlos como la cazadora pedía. Cuando los objetivos hubiesen sido marcados, su brazo se movió a una velocidad increíble, vaciando el cargador. Dejaron caer sus pistolas tras los disparos, gritando de dolor. John volvió a guardar la pistola ahora vacía en su cartuchera mientras caminaba hacia delante.
Uno de ellos, herido, intento dar un derechazo al agente, que lo esquivó moviéndose hacia atrás. Rápidamente dejó su puño metálico golpear el estómago de aquel atacante mientras esperaba que la cazadora evitase que entrase nadie más desde fuera. Otro de ellos intentó atacarle por un costado utilizando la pata de una silla que había arrancado. John se dejó golpear y la pata de madera se partió en su hombro de metal. No perdió un solo segundo y lo cogió del cuello de la camisa para después golpear varias veces su estómago, casi con saña. Nunca había peleado de aquella forma, pero tenía la extraña necesidad de lucirse. Terminó con un cabezazo directo a su frente, haciendo que cayese inconsciente.
Un disparo golpeó su cabeza. Se quedó quieto mientras su contrincante parecía sorprenderse de que había sobrevivido a una bala en la nuca. Se giró, observando a aquel hombre que había conseguido volver a coger una de las pistolas y ahora miraba con miedo al hombre capaz de sobrevivir a un disparo así. El vaquero movió el cuello y sonó un crujido metálico. Estiró el brazo y cogió al pistolero de la camisa. Con furia, utilizando el puño metálico, golpeó varias veces su cara. El sonido, sin duda, era desagradable. El hombre quedó inconsciente, colgando del agarre de John. Jadeaba. ¿Por qué jadeaba? No se podía cansar. No. La culpa era de ella. Y no podía estar más contento de que la culpa fuese de ella.
Sentía algo cálido en la cara. ¿Sangre? Seguramente la de aquel hombre. Todo estaba vacío, silencioso. Soltó al hombre y buscó con la mirada a la pistolera de sus deseos. No podía evitarlo, no podía controlarse... No quería controlarse. Empezó a caminar hacia ella, quitándose el poncho.
—Por favor, no la liéis aquí, no... —empezó a lloriquear el tabernero.
—Sujeta esto o márchate por la puerta de atrás, tú decides —contestó mientras lanzaba el cuerpo inconsciente del criminal capturado tras la barra. El tabernero eligió la segunda opción.
Terminó de cerrar el tambor de la pistola cuando escuchó los disparos de la cazadora.
«Cada vez me pone más.»
Justo entraron blandiendo sus pistolas unos tres hombres, buscando enseguida a un objetivo que apuntar después de que la pistolera hubiese dado el primer ataque. Su mente empezó a procesar la situación y marcar los objetivos, casi como si viese la situación a cámara lenta, marcó los disparos en los brazos y piernas de aquellos criminales, buscando neutralizarlos sin matarlos como la cazadora pedía. Cuando los objetivos hubiesen sido marcados, su brazo se movió a una velocidad increíble, vaciando el cargador. Dejaron caer sus pistolas tras los disparos, gritando de dolor. John volvió a guardar la pistola ahora vacía en su cartuchera mientras caminaba hacia delante.
Uno de ellos, herido, intento dar un derechazo al agente, que lo esquivó moviéndose hacia atrás. Rápidamente dejó su puño metálico golpear el estómago de aquel atacante mientras esperaba que la cazadora evitase que entrase nadie más desde fuera. Otro de ellos intentó atacarle por un costado utilizando la pata de una silla que había arrancado. John se dejó golpear y la pata de madera se partió en su hombro de metal. No perdió un solo segundo y lo cogió del cuello de la camisa para después golpear varias veces su estómago, casi con saña. Nunca había peleado de aquella forma, pero tenía la extraña necesidad de lucirse. Terminó con un cabezazo directo a su frente, haciendo que cayese inconsciente.
Un disparo golpeó su cabeza. Se quedó quieto mientras su contrincante parecía sorprenderse de que había sobrevivido a una bala en la nuca. Se giró, observando a aquel hombre que había conseguido volver a coger una de las pistolas y ahora miraba con miedo al hombre capaz de sobrevivir a un disparo así. El vaquero movió el cuello y sonó un crujido metálico. Estiró el brazo y cogió al pistolero de la camisa. Con furia, utilizando el puño metálico, golpeó varias veces su cara. El sonido, sin duda, era desagradable. El hombre quedó inconsciente, colgando del agarre de John. Jadeaba. ¿Por qué jadeaba? No se podía cansar. No. La culpa era de ella. Y no podía estar más contento de que la culpa fuese de ella.
Sentía algo cálido en la cara. ¿Sangre? Seguramente la de aquel hombre. Todo estaba vacío, silencioso. Soltó al hombre y buscó con la mirada a la pistolera de sus deseos. No podía evitarlo, no podía controlarse... No quería controlarse. Empezó a caminar hacia ella, quitándose el poncho.
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Disparos, gritos, sangre, el sonido metálico del brazo de aquel tipo golpeando en la cara a un insensato que había ido con intención de meterles una bala en los sesos. Sintió un escalofrió de puro gusto al escuchar aquel sonido, el de los huesos rompiéndose. Ella había terminado con los suyos y se quedo sentada en la barra con las piernas cruzadas viendo al vaquero actuar con los suyos. Ver esos músculos moviéndose, la forma en que partía sus pobres huesecitos la estaban calentando a limites insospechados. La sonrisa en sus labios era sádica ahora, realmente estaba disfrutando y no tenía queja alguna con lo que veía.
Por un momento se olvido de la presa que había cazado antes, ya recogería los desperdicios después. Por el momento sus ojos rojos estaban ocupados admirando el trabajo del vaquero y deleitándose con él. Cuando todo terminó se le quedo mirando y al ver como se acercaba bajo lentamente la cremallera de su chaqueta, no le haría falta para lo que pensaba hacerle. Cuando se acerco lo suficiente a ella paso las piernas alrededor de su cintura y lo pego a su cuerpo totalmente. — Veo que esos músculos no son solo de adorno, ahora, comprobemos como sabes usar el resto del cuerpo — susurro aquello en su oreja justo para bajar y lamer su mejilla con toda la lengua.
Después llevo su boca contra la del hombre allí presente para devorarla. Por que no, nuestra chica no se andaba con chiquitas, mientras su boca devoraba con ansias la del vaquero y su lengua se entrelazaba de forma lasciva con la contraría, sus manos se adentraban en el interior de su camisa. Descubriría cuanta parte de carne y metal existía en aquel hombretón. Por el momento lo que había visto, tocado y saboreado le gustaba. Pero aún tenía mucho cuerpo que descubrir, era un hombre grande y esperaba que fuera igual de grande en tooodas partes. Pensar en eso provoco una risa en la albina, una risa que se vio rápidamente sofocada por un nuevo y ardiente beso.
No iba a dejarlo escapar, no tenía intención de dejarlo respirar si quiera. Tal vez lo suficiente para oírlo gemir y suplicar por más. Por que si había algo que disfrutaba la mujer era enloquecerlos hasta que no pudieran hacer otra cosa mas que gimotear por más. Definitivamente aquel día estaba siendo de provecho y calculando tendrían al menos un buen rato por delante antes de que volvieran el tabernero y sus estúpidos clientes. Ganaría un buen dinero por los idiotas que habían abatido y tendría un polvo divertido con un agente del CP, ¿que más podía pedir aquel día? Ah si, tal vez que... ¡EL PUTO TELÉFONO NO SONARA JUSTO AHORA!
Por un momento se olvido de la presa que había cazado antes, ya recogería los desperdicios después. Por el momento sus ojos rojos estaban ocupados admirando el trabajo del vaquero y deleitándose con él. Cuando todo terminó se le quedo mirando y al ver como se acercaba bajo lentamente la cremallera de su chaqueta, no le haría falta para lo que pensaba hacerle. Cuando se acerco lo suficiente a ella paso las piernas alrededor de su cintura y lo pego a su cuerpo totalmente. — Veo que esos músculos no son solo de adorno, ahora, comprobemos como sabes usar el resto del cuerpo — susurro aquello en su oreja justo para bajar y lamer su mejilla con toda la lengua.
Después llevo su boca contra la del hombre allí presente para devorarla. Por que no, nuestra chica no se andaba con chiquitas, mientras su boca devoraba con ansias la del vaquero y su lengua se entrelazaba de forma lasciva con la contraría, sus manos se adentraban en el interior de su camisa. Descubriría cuanta parte de carne y metal existía en aquel hombretón. Por el momento lo que había visto, tocado y saboreado le gustaba. Pero aún tenía mucho cuerpo que descubrir, era un hombre grande y esperaba que fuera igual de grande en tooodas partes. Pensar en eso provoco una risa en la albina, una risa que se vio rápidamente sofocada por un nuevo y ardiente beso.
No iba a dejarlo escapar, no tenía intención de dejarlo respirar si quiera. Tal vez lo suficiente para oírlo gemir y suplicar por más. Por que si había algo que disfrutaba la mujer era enloquecerlos hasta que no pudieran hacer otra cosa mas que gimotear por más. Definitivamente aquel día estaba siendo de provecho y calculando tendrían al menos un buen rato por delante antes de que volvieran el tabernero y sus estúpidos clientes. Ganaría un buen dinero por los idiotas que habían abatido y tendría un polvo divertido con un agente del CP, ¿que más podía pedir aquel día? Ah si, tal vez que... ¡EL PUTO TELÉFONO NO SONARA JUSTO AHORA!
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Se dejó atrapar por las piernas de la mujer que en aquel momento estaba revolucionando su vida. Lo primero que hizo al llegar fue colocar la mano metálica sobre su mejilla, maldiciendo a cualquier dios que pudiese existir por ser incapaz de sentir lo que aquellos dedos tocaban. Su boca se unió al cuello de la mujer, besándolo con pasión, e incluso mordiéndolo en cuanto la albina pronunció aquellas palabras. La propia mujer lo apartó de su cuello y empezó a besarle, a jugar con su lengua como no recordaba que nadie lo hubiese hecho nunca. El agente empezó a desnudar a la mujer, pegándose más a ella con cortas embestidas, esperando que notase como de excitado se encontraba en aquel momento.
Sus manos recorrieron su cuerpo, mucho más aquella mano que aún tenía sensibilidad, pues quería notar cada milímetro y no perderse absolutamente nada. Pegó la mano metálica en su espalda desnuda, empujándola hacia si mismo, lamentando el frío del metal, esperando que con ello la mujer no se diese cuenta de que estaba a punto de yacer con un... con una máquina. No. Alejó ese pensamiento, se centró solo en ella. No era una máquina. Podía sentir, temer, amar y desear.
La mano que estaba a su espalda bajó y se aferró a una de sus nalgas, apretando con fuerza a la par que colaba un pulgar bajo el pantalón, con intención de empezar a quitárselo. Por su parte, la mujer también estaba desnudándolo y sintiendo todo su cuerpo, cosa que el vaquero adoraba con todo su ser. Su otra mano, que en ese momento estaba acariciando con intensidad uno de sus voluptuosos pechos, empezó a bajar buscando colarse entre las piernas de la mujer, donde empezaría a desabrocharle el pantalón, buscando querer estimular él mismo aquella zona.
Un zumbido. Seguido de un timbre. John empezó a preguntarse si aquello era el despertador, arrancándolo de un sueño. No, la mujer seguía allí, invadiéndolo y haciéndolo suyo. Fue entonces cuando se paró en seco. Dejó de besarla y la miró a los ojos, aquellos ojos del color de la pasión y el fuego que lo invitaban a abandonarlo todo. Sus frentes se unieron y el agente jadeaba mientras se escuchaba aquel horrendo timbre.
—No debería...
Gruñó. Se alejó un poco de ella, maldiciendo cada segundo que pasaba separado de su cuerpo por tan solo un centímetro. Respiraba con profundidad y, por primera vez en mucho tiempo, podía sentir su corazón latir, lo que significaba que él podía saberlo también. Por eso le llamaba, como siempre hacía, para controlarle, para evitar que tuviese cualquier tipo de sentimiento. Era algo que llevaba haciendo desde el principio de su adiestramiento, convirtiéndolo en una máquina para arrancarle cualquier tipo de emoción. Sin embargo, había algo con lo que no contaba. Alguien con quien no contaba. Ella.
Sacó el pequeño denden de su bolsillo, que seguía sonando sobre su palma metálica. No dudó un solo instante, no quiso que la albina se plantease siquiera que había dudado. Con fuerza, aplastó el aparato con la mano, silenciándolo para siempre. Lo lanzó por encima de su hombro y volvió a posar la mano metálica en su espalda desnuda, para volver a pegarla a él, mientras su boca volvía a fundirse en su cuello, descontrolada.
Sus manos recorrieron su cuerpo, mucho más aquella mano que aún tenía sensibilidad, pues quería notar cada milímetro y no perderse absolutamente nada. Pegó la mano metálica en su espalda desnuda, empujándola hacia si mismo, lamentando el frío del metal, esperando que con ello la mujer no se diese cuenta de que estaba a punto de yacer con un... con una máquina. No. Alejó ese pensamiento, se centró solo en ella. No era una máquina. Podía sentir, temer, amar y desear.
La mano que estaba a su espalda bajó y se aferró a una de sus nalgas, apretando con fuerza a la par que colaba un pulgar bajo el pantalón, con intención de empezar a quitárselo. Por su parte, la mujer también estaba desnudándolo y sintiendo todo su cuerpo, cosa que el vaquero adoraba con todo su ser. Su otra mano, que en ese momento estaba acariciando con intensidad uno de sus voluptuosos pechos, empezó a bajar buscando colarse entre las piernas de la mujer, donde empezaría a desabrocharle el pantalón, buscando querer estimular él mismo aquella zona.
Un zumbido. Seguido de un timbre. John empezó a preguntarse si aquello era el despertador, arrancándolo de un sueño. No, la mujer seguía allí, invadiéndolo y haciéndolo suyo. Fue entonces cuando se paró en seco. Dejó de besarla y la miró a los ojos, aquellos ojos del color de la pasión y el fuego que lo invitaban a abandonarlo todo. Sus frentes se unieron y el agente jadeaba mientras se escuchaba aquel horrendo timbre.
—No debería...
Gruñó. Se alejó un poco de ella, maldiciendo cada segundo que pasaba separado de su cuerpo por tan solo un centímetro. Respiraba con profundidad y, por primera vez en mucho tiempo, podía sentir su corazón latir, lo que significaba que él podía saberlo también. Por eso le llamaba, como siempre hacía, para controlarle, para evitar que tuviese cualquier tipo de sentimiento. Era algo que llevaba haciendo desde el principio de su adiestramiento, convirtiéndolo en una máquina para arrancarle cualquier tipo de emoción. Sin embargo, había algo con lo que no contaba. Alguien con quien no contaba. Ella.
Sacó el pequeño denden de su bolsillo, que seguía sonando sobre su palma metálica. No dudó un solo instante, no quiso que la albina se plantease siquiera que había dudado. Con fuerza, aplastó el aparato con la mano, silenciándolo para siempre. Lo lanzó por encima de su hombro y volvió a posar la mano metálica en su espalda desnuda, para volver a pegarla a él, mientras su boca volvía a fundirse en su cuello, descontrolada.
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Hacía tiempo que no disfrutaba tanto junto a un hombre. Además, podía notar que le había vuelto loco con cada uno de sus movimientos, con todos y cada uno de sus jugueteos previos a aquel momento y nuestra mujer realmente disfrutaba de aquella idea. Podía sentir los labios de aquel hombre recorriendo la piel de su cuello, ligeramente ásperos, dejando parte de la humedad que llevaban consigo. Su cuerpo se removió ligeramente contra el contrario mientras sentía los movimientos que este hacía para acercarse más a ella.
Realmente iba a disfrutar jugando con aquel hombre. Podía sentirlo, sus manos se deshicieron de esa molesta camisa, que ahora sobraba bastante. Sus manos traviesas y juguetonas rozaron todo su cuerpo buscando averiguar el porcentaje existente entre hombre y maquina. No le importaba demasiado cuanto fuera siempre y cuando pudiera satisfacerla. Al sentir el frío del metal en su espalda se arqueo y rozo sus pechos contra el torso masculino. De sus labios escapo un leve ronroneo, una mezcla entre jadeo por el cambio de temperatura y de gusto por ese mismo sentimiento.
Una de sus manos descendió hasta el pantalón del vaquero para agarrar una de sus nalgas con fuerza. Dejo que sus manos desabrocharan el pantalón para bajarlo un poco. Sin embargo tuvo que quitarse las botas para que estos pudieran desaparecer totalmente de su cuerpo. No obstante, aquel dichoso sonidito la saco de sus lujuriosos y lascivos pensamientos. Arqueo una ceja mirándole cuando se alejo un poco de su cuerpo. Estuvo a punto de mandarlo a cazar escorpiones, lo hubiera hecho, pero en aquel momento le vio destrozar aquel molesto aparatito y eso la hizo sonreír con total placer.
— Buen chico, solo por eso voy a darte una recompensa — ladeo su cabeza para que su boca tuviera un mejor acceso a su cuello mientras sus manos se encargaban ahora de desabrochar y bajar los pantalones de su amante. Se acerco a su oído permitiendo que su lengua lamiera el lóbulo de manera lenta con tan solo la punta. — ¿vas a follarme? aunque te aviso, me gusta más cabalgar a que me cabalguen — su voz sonó cargada de deseo y lujuria. No se controlaba, Ash nunca había sido alguien con mucho pudor que digamos y ahora mucho menos. Ella hacía cuanto quería, en el momento que quería y como quería. Además, no iba a dejar de hacerlo por mucho que la gente quisiera o intentara impedirselo.
Realmente iba a disfrutar jugando con aquel hombre. Podía sentirlo, sus manos se deshicieron de esa molesta camisa, que ahora sobraba bastante. Sus manos traviesas y juguetonas rozaron todo su cuerpo buscando averiguar el porcentaje existente entre hombre y maquina. No le importaba demasiado cuanto fuera siempre y cuando pudiera satisfacerla. Al sentir el frío del metal en su espalda se arqueo y rozo sus pechos contra el torso masculino. De sus labios escapo un leve ronroneo, una mezcla entre jadeo por el cambio de temperatura y de gusto por ese mismo sentimiento.
Una de sus manos descendió hasta el pantalón del vaquero para agarrar una de sus nalgas con fuerza. Dejo que sus manos desabrocharan el pantalón para bajarlo un poco. Sin embargo tuvo que quitarse las botas para que estos pudieran desaparecer totalmente de su cuerpo. No obstante, aquel dichoso sonidito la saco de sus lujuriosos y lascivos pensamientos. Arqueo una ceja mirándole cuando se alejo un poco de su cuerpo. Estuvo a punto de mandarlo a cazar escorpiones, lo hubiera hecho, pero en aquel momento le vio destrozar aquel molesto aparatito y eso la hizo sonreír con total placer.
— Buen chico, solo por eso voy a darte una recompensa — ladeo su cabeza para que su boca tuviera un mejor acceso a su cuello mientras sus manos se encargaban ahora de desabrochar y bajar los pantalones de su amante. Se acerco a su oído permitiendo que su lengua lamiera el lóbulo de manera lenta con tan solo la punta. — ¿vas a follarme? aunque te aviso, me gusta más cabalgar a que me cabalguen — su voz sonó cargada de deseo y lujuria. No se controlaba, Ash nunca había sido alguien con mucho pudor que digamos y ahora mucho menos. Ella hacía cuanto quería, en el momento que quería y como quería. Además, no iba a dejar de hacerlo por mucho que la gente quisiera o intentara impedirselo.
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Se dejó quitar los pantalones por aquella diosa de pelo blanco. No tardó nada en quitarse las botas, casi torpemente y a prisas debido a la excitación del momento, permitiéndose quitarse así no solo los pantalones sino también la ropa interior, mostrando al fin lo verdaderamente emocionado que estaba por lo que iba a ocurrir. Volvió a pegar su cuerpo al suyo, escuchando al oído las palabras de la vaquera. Lo que dijo le provocó un escalofrío por todo el cuerpo, casi como si estuviese deseando oírlo desde el principio. Mientras hablaba, colocó la mano metálica en su cintura, terminando de quitarle los pantalones a la mujer buscando mostrar el último tesoro que guardaba. Entonces volvió a acercarse a su cuello, mordiéndolo suavemente y besándolo sin parar, mientras movía las caderas contra ella, pegándose lo máximo posible para que pudiese notar su dureza. Mientras besaba su cuello, su mano metálica empezó a subir por su cuerpo hasta cerrarse en su cuello. La presa no era muy fuerte, pues no quería hacerle daño, pero si lo suficiente como para poder mover su cabeza a un lado ligeramente y acercar los labios a los oídos de ella.
—No te preocupes, lo haré —le susurró con su rasposa voz, dándole un suave mordisco en la oreja—. Nos podemos turnar.
Y entonces, la empujó, con el propósito de pegar su espalda a la superficie de la mesa. Su mano metálica dejó su cuello para posarse en su cintura mientras que su otra mano buscaba separar aún más sus piernas. Desde aquel ángulo podía ver mejor que nunca el cuerpo de la vaquera, extendido en la mesa, listo para ser tomado, como si lo estuviera llamando. Su espalda se arqueaba ligeramente, acentuando sus perfectas curvas. Sus pechos fueron víctimas de la gravedad y descansaban sobre su cuerpo, hermosos y apetecibles. Con la mano buena se aferró a uno de ellos, juguetón y ansioso, mientras que su mano metálica fue directa a sujetar la base de su miembro. Vaciló un instante, masajeando su entrepierna con la suya propia, como si la estuviera preparando para la entrada. Y, finalmente, entró en ella. Lo hizo poco a poco, notando su estrechez y húmeda calidez. No pudo evitar soltar un suave gruñido de placer.
—No te preocupes, lo haré —le susurró con su rasposa voz, dándole un suave mordisco en la oreja—. Nos podemos turnar.
Y entonces, la empujó, con el propósito de pegar su espalda a la superficie de la mesa. Su mano metálica dejó su cuello para posarse en su cintura mientras que su otra mano buscaba separar aún más sus piernas. Desde aquel ángulo podía ver mejor que nunca el cuerpo de la vaquera, extendido en la mesa, listo para ser tomado, como si lo estuviera llamando. Su espalda se arqueaba ligeramente, acentuando sus perfectas curvas. Sus pechos fueron víctimas de la gravedad y descansaban sobre su cuerpo, hermosos y apetecibles. Con la mano buena se aferró a uno de ellos, juguetón y ansioso, mientras que su mano metálica fue directa a sujetar la base de su miembro. Vaciló un instante, masajeando su entrepierna con la suya propia, como si la estuviera preparando para la entrada. Y, finalmente, entró en ella. Lo hizo poco a poco, notando su estrechez y húmeda calidez. No pudo evitar soltar un suave gruñido de placer.
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El frío metal de aquella mano la iba a volver loca. El contraste entre su cuerpo caliente y las heladas caricias que repartía por su cuerpo la hacían jadear buscando más. Era una sensación que para algunas personas podría resultar molesta o desagradable cuando estaban en una situación tan ardiente como aquella. Pero no para Ash, para ella era jodidamente placentero y quería seguir sintiéndolo, quería que esa mano helada recorriera su cuerpo entero. Acompaño los movimientos de su cadera para sentir el roce de sus cuerpos, para notar lo duro y preparado que estaba para ella.
No estaba acostumbrada a dejarse hacer, pero por una vez sería una niña buena. Quería que el vaquero la dominara como había dominado a esos bandidos. Aún le estremecía el cuerpo recordar el sonido de los huesos rotos. Había sido tan maravilloso y excitante, que no le iba a soltar hasta estar completamente satisfecha. Oír su voz ronca la hizo sonreír, se recostó en la barra cuando sintió el empujón de él y se mostró sin pudor alguno ante los ojos de John. Ash no tenía ningún tipo de vergüenza, después de todo, para ella su cuerpo era maravilloso y bueno, para los hombres con los que se había acostado también, así que no tenía por que tener ni un ápice de pudor.
Además, le gustaba el sexo, ¿por que no gozarlo? — Uff, me encanta comprobar que eres grande en todos los sentidos encanto — en el momento en que rozo su miembro duro y caliente contra ella lo comprobó. Su cuerpo se arqueo, permitiendo que sus pechos destacaran más cuando se fue introduciendo en ella. — Ah..si, hasta el fondo — su voz sonaba entrecortada mientras su cuerpo se abría para recibir al vaquero. Una vez lo tuvo completamente dentro rodeo su cintura con las piernas y le miro llevando una mano a su pecho derecho para comenzar a pellizcar uno de sus pezones con sus propios dedos mientras dejaba al vaquero jugar y aprovecharse del otro.
Ash sabía como le gustaba el sexo y no era precisamente despacio ni delicado — vamos, con fuerza grandullón, demuéstrame lo duro que puedes hacerlo, lo fuerte que estas — mientras hablaba sus caderas se movían lentamente buscando mayor roce entre ambos. Quería que le diera fuerte, que la penetrase con fuerza, el dolor era completamente relativo para ella. Aunque suene raro, para Ash el dolor durante el sexo la estimulaba aún más, la volvía loca, así que no iba a quejarse si le daba con dureza, ella pensaba dejarle unos bonitos recuerdos para cuando terminasen.
No estaba acostumbrada a dejarse hacer, pero por una vez sería una niña buena. Quería que el vaquero la dominara como había dominado a esos bandidos. Aún le estremecía el cuerpo recordar el sonido de los huesos rotos. Había sido tan maravilloso y excitante, que no le iba a soltar hasta estar completamente satisfecha. Oír su voz ronca la hizo sonreír, se recostó en la barra cuando sintió el empujón de él y se mostró sin pudor alguno ante los ojos de John. Ash no tenía ningún tipo de vergüenza, después de todo, para ella su cuerpo era maravilloso y bueno, para los hombres con los que se había acostado también, así que no tenía por que tener ni un ápice de pudor.
Además, le gustaba el sexo, ¿por que no gozarlo? — Uff, me encanta comprobar que eres grande en todos los sentidos encanto — en el momento en que rozo su miembro duro y caliente contra ella lo comprobó. Su cuerpo se arqueo, permitiendo que sus pechos destacaran más cuando se fue introduciendo en ella. — Ah..si, hasta el fondo — su voz sonaba entrecortada mientras su cuerpo se abría para recibir al vaquero. Una vez lo tuvo completamente dentro rodeo su cintura con las piernas y le miro llevando una mano a su pecho derecho para comenzar a pellizcar uno de sus pezones con sus propios dedos mientras dejaba al vaquero jugar y aprovecharse del otro.
Ash sabía como le gustaba el sexo y no era precisamente despacio ni delicado — vamos, con fuerza grandullón, demuéstrame lo duro que puedes hacerlo, lo fuerte que estas — mientras hablaba sus caderas se movían lentamente buscando mayor roce entre ambos. Quería que le diera fuerte, que la penetrase con fuerza, el dolor era completamente relativo para ella. Aunque suene raro, para Ash el dolor durante el sexo la estimulaba aún más, la volvía loca, así que no iba a quejarse si le daba con dureza, ella pensaba dejarle unos bonitos recuerdos para cuando terminasen.
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Su corazón latía a tanta velocidad que era hasta doloroso, pues había perdido la costumbre de sentirlo latir. Sin embargo, no le importaba, pues aquel dolor y sentimiento lo que hacía era mantenerle en la realidad, permitirle mantener su atención en la mujer que, en aquel instante, era el centro de su mundo. Ni siquiera sabía como se llamaba, pero ciertamente, en aquel instante le daba igual. Estaba empezando a olvidar incluso su propio nombre, pues en su mente solo estaban las últimas palabras de la albina, repetidas una y otra vez, como una orden que estaba encantado de obedecer. Aceptó la presa de sus hermosas piernas estando dentro de ella, observando como ella misma jugaba con su propio pecho.
Movió las caderas hacia atrás sin terminar de salir de ella. No quería salir. Colocó ambas manos a cada lado de su cintura, recreándose en cada centímetro de su cuerpo que recorría al moverlas. Entonces dio la primera embestida. Como ella había pedido, fue fuerte. Vio como su cuerpo se movió en el sitio y aquellos perfectos pechos rebotaban por el impacto. Lo volvió a hacer. Y una vez más. Siguió haciéndolo, acortando cada vez más los tiempos entre embestida y embestida. El ruido que hacían sus cuerpos al chocar era maravilloso, pero el simple contacto lo era aún más.
El vaquero soltaba gemidos de placer entrecortados, como si intentara contenerlos en su garganta. Sus ojos recorrían a gran velocidad todo el cuerpo de la albina, deteniéndose en sus pechos, en su expresión de placer y en el punto de contacto, excitándose aún más viéndose a si mismo dentro de ella, encajando a la perfección. Necesitaba estar más cerca de su cuerpo. Lo necesitaba. Sin salir de ella, con una mano, cogió su pierna derecha y la estiró, a la par que la movía para ponerla de lado. Se tumbó a su espalda, colocando una mano en su mejilla para mover la cara hacia él y besarla, introduciendo la lengua en su boca.
Volvió a retomar las embestidas en aquella nueva posición, más fuerte que antes, mientras su mano sujetaba el muslo de la albina para mantener alta su pierna. En el momento que viese que ella misma mantenía alzada la pierna, movería la mano hacia su entrepierna, buscando estimularla con los dedos a la par que entraba y salía de ella sin parar. La otra mano dejó su mejilla y volvió a cerrarse a en su cuello, sin dejar de jugar con su lengua con la suya propia.
Movió las caderas hacia atrás sin terminar de salir de ella. No quería salir. Colocó ambas manos a cada lado de su cintura, recreándose en cada centímetro de su cuerpo que recorría al moverlas. Entonces dio la primera embestida. Como ella había pedido, fue fuerte. Vio como su cuerpo se movió en el sitio y aquellos perfectos pechos rebotaban por el impacto. Lo volvió a hacer. Y una vez más. Siguió haciéndolo, acortando cada vez más los tiempos entre embestida y embestida. El ruido que hacían sus cuerpos al chocar era maravilloso, pero el simple contacto lo era aún más.
El vaquero soltaba gemidos de placer entrecortados, como si intentara contenerlos en su garganta. Sus ojos recorrían a gran velocidad todo el cuerpo de la albina, deteniéndose en sus pechos, en su expresión de placer y en el punto de contacto, excitándose aún más viéndose a si mismo dentro de ella, encajando a la perfección. Necesitaba estar más cerca de su cuerpo. Lo necesitaba. Sin salir de ella, con una mano, cogió su pierna derecha y la estiró, a la par que la movía para ponerla de lado. Se tumbó a su espalda, colocando una mano en su mejilla para mover la cara hacia él y besarla, introduciendo la lengua en su boca.
Volvió a retomar las embestidas en aquella nueva posición, más fuerte que antes, mientras su mano sujetaba el muslo de la albina para mantener alta su pierna. En el momento que viese que ella misma mantenía alzada la pierna, movería la mano hacia su entrepierna, buscando estimularla con los dedos a la par que entraba y salía de ella sin parar. La otra mano dejó su mejilla y volvió a cerrarse a en su cuello, sin dejar de jugar con su lengua con la suya propia.
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Fuerte, duro, caliente, podía sentir todo aquello con cada movimiento de caderas del vaquero. Las embestidas se sucedían una detrás de otra, cada vez más rápido, cada vez más intenso. Sus gemidos se sucedían, no tenía pudor así que permitía que sus gemidos se entremezclaran y resonaran por todo el lugar. —Joder...si...así me gusta, sigue — comenzó a mover sus caderas al mismo ritmo buscando más fricción, buscando mayor profundidad. Aquel juego con el vaquero le estaba gustando, no solía dejarse dominar de aquella manera, pero la excitaba de sobremanera el verse dominada por un hombre como él, con ese cuerpo, con esos músculos, esa fiereza en la mirada.
Se dejo hacer, permitió que moviera su cuerpo y se colocara en su espalda. — Veo que te gusta probar cosas nuevas, me gusta — hablaba entre gemidos entrecortados buscando excitarle algo más. Enredo su lengua con lujuria y lascivia con la de su actual amante. Mantuvo la pierna levantada para que él pudiera seguir jugando con su cuerpo a placer, en el momento en que sintió aquellos dedos estimulando algo más su cuerpo sonrió arqueando un poco su cuerpo y atrapando la lengua de John entre sus labios. Tenía una ligera idea y se notaba que no era del todo buena cuando sus ojos brillaron de forma pícara y con cierta malicia.
Comenzó a chupar su lengua mientras la propia lamía la parte que tenía dentro de la boca. Quería jugar con él, enloquecerlo por completo, que no pudiera olvidar aquel polvo por mucho que compartiera cama con otras mujeres o se hiciera la mejor paja de su vida. Aquel hombre vería su rostro cada vez que se le pusiera dura y quería que no pudiera sacársela de la cabeza por mucho que quisiera o lo intentara. El sudor perlaba suavemente sus frentes mientras los gemidos iban en aumento y sus necesidades creían, no quería dejarle a él todo el control así que era hora de cambiar de roles. Era su momento de jugar con aquel vaquero, de demostrarle de que era capaz aquella mujer con la que estaba follando.
Porque si, eso no era más que un polvo pero quería gozar y hacerle suplicar — ah, creo que me toca ah campeón — entonces se removió entre sus brazos para poder cambiar de postura. Se puso sobre el vaquero colocando una de sus manos en su cintura y la otra en uno de sus pechos — tócame — no era una sugerencia, era una orden clara. Sus ojos se fijaron en los contrarios mientras permitía que su lengua se pasara por sus labios y comenzara a mover suavemente su cadera con toda la longitud de su erecto miembro en su interior. Pero el movimiento de sus caderas era lento, muy suave, demasiado suave incluso.
Quería torturarle, le gustaba verlo sufrir, ver como sus expresiones cambiaban y se contraía deseando volver al ritmo frenético de antes. Pero si lo hacían, sabía que no duraría mucho más y quería verlo sufrir. — Dime ah, ¿que quieres John? ¿quieres que te cabalgue más fuerte? — su voz se intensifico en el momento en que pronuncio su nombre. Buscaba provocarlo más, enloquecer todos sus sentidos, que incluso escuchando su nombre su cuerpo reaccionara, que con un simple susurro su piel se erizara, que aún cuando ya no estuviera con ella, por las noches aún pudiera recordar su piel y el tacto de la misma. Aquel día Ash había aceptado acostarse con John por simple capricho, pero él podía ser un capricho, ella no, su orgullo no le permitía dejar ir a aquel hombre sin que la recordase de alguna forma y por eso, lo haría enloquecer.
Se dejo hacer, permitió que moviera su cuerpo y se colocara en su espalda. — Veo que te gusta probar cosas nuevas, me gusta — hablaba entre gemidos entrecortados buscando excitarle algo más. Enredo su lengua con lujuria y lascivia con la de su actual amante. Mantuvo la pierna levantada para que él pudiera seguir jugando con su cuerpo a placer, en el momento en que sintió aquellos dedos estimulando algo más su cuerpo sonrió arqueando un poco su cuerpo y atrapando la lengua de John entre sus labios. Tenía una ligera idea y se notaba que no era del todo buena cuando sus ojos brillaron de forma pícara y con cierta malicia.
Comenzó a chupar su lengua mientras la propia lamía la parte que tenía dentro de la boca. Quería jugar con él, enloquecerlo por completo, que no pudiera olvidar aquel polvo por mucho que compartiera cama con otras mujeres o se hiciera la mejor paja de su vida. Aquel hombre vería su rostro cada vez que se le pusiera dura y quería que no pudiera sacársela de la cabeza por mucho que quisiera o lo intentara. El sudor perlaba suavemente sus frentes mientras los gemidos iban en aumento y sus necesidades creían, no quería dejarle a él todo el control así que era hora de cambiar de roles. Era su momento de jugar con aquel vaquero, de demostrarle de que era capaz aquella mujer con la que estaba follando.
Porque si, eso no era más que un polvo pero quería gozar y hacerle suplicar — ah, creo que me toca ah campeón — entonces se removió entre sus brazos para poder cambiar de postura. Se puso sobre el vaquero colocando una de sus manos en su cintura y la otra en uno de sus pechos — tócame — no era una sugerencia, era una orden clara. Sus ojos se fijaron en los contrarios mientras permitía que su lengua se pasara por sus labios y comenzara a mover suavemente su cadera con toda la longitud de su erecto miembro en su interior. Pero el movimiento de sus caderas era lento, muy suave, demasiado suave incluso.
Quería torturarle, le gustaba verlo sufrir, ver como sus expresiones cambiaban y se contraía deseando volver al ritmo frenético de antes. Pero si lo hacían, sabía que no duraría mucho más y quería verlo sufrir. — Dime ah, ¿que quieres John? ¿quieres que te cabalgue más fuerte? — su voz se intensifico en el momento en que pronuncio su nombre. Buscaba provocarlo más, enloquecer todos sus sentidos, que incluso escuchando su nombre su cuerpo reaccionara, que con un simple susurro su piel se erizara, que aún cuando ya no estuviera con ella, por las noches aún pudiera recordar su piel y el tacto de la misma. Aquel día Ash había aceptado acostarse con John por simple capricho, pero él podía ser un capricho, ella no, su orgullo no le permitía dejar ir a aquel hombre sin que la recordase de alguna forma y por eso, lo haría enloquecer.
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Se recreó en sus gemidos y sus palabras, sintiendo el calor de su aliento chocar contra su boca cuando no la estaba besando. Su mano seguía el contorno de su cuello, como reclamando su posesión, pero al mismo tiempo acariciando su piel. En ese momento John tenía cierta necesidad, y era que la vaquera supiese que él estaba ahí. Que la estaba tocando, que le estaba dando atención. Que en ese instante, en su mundo, tan solo existía ella y nadie más. Las palabras que pronunciaban, su voz y sus gemidos aumentaban todavía más su excitación, casi como si ella lo supiera. Como si lo quisiera. Pero él también lo quería.
Entonces ella hizo algo que, ciertamente, estaba deseando. Giró entre sus brazos y lo empujó, haciendo que su espalda desnuda tocase la mesa. Como una vaquera queriendo domar a un semental salvaje, se sentó encima suya. El agente se mordió el labio cuando ella cogió sus manos y las puso donde quiso, diciéndole que la tocara. Obedeció, encantado. La mano de su cadera se sujetaba fuerte, siguiendo el lento compás que la mujer marcaba. Su otra mano rodeaba su pecho, masajeándolo, recreándose en su redondeada forma mientras su pulgar daba atención al rosado pezón que tanto lo atraía.
Se sintió como si desde el principio hubiese estado jugando con él, aunque al principio él llevase las riendas. Como si la ilusión del control se hubiese roto y le hubiese revelado la auténtica verdad: que ella mandaba. Pero le daba igual. Cada orden que saliese de su boca la obedecería, cada aliento y cada palabra las atesoraría entre sus recuerdos como si se tratase de su bien más preciado. Y ni siquiera sabía como se llamaba, joder. Allí estaba esa mujer, llevando puesto su sombrero, como símbolo de que lo estaba tomando como suyo. En ese instante tan solo tenía clara una cosa: A ese semental le gustaba ser domado.
El vaquero se levantó, buscando quedar sentado y acercarse más al cuerpo de la albina. Sus brazos la rodearon por la espalda y su rostro quedó a la altura de sus pechos. No tardó en encerrar uno de sus pezones entre sus labios, besando y lamiendo su seno como llevaba queriendo hacer desde el principio. Sus manos bajaron por su espalda hasta agarrar sus nalgas, siguiendo su ritmo de subida y bajada. Se recreó en las mismas, notando en su miembro la cambiante humedad y calidez durante el vaivén de la mujer.
—Quiero follarte—le dijo entre jadeos, contestando a su provocación con gusto.
Entonces ella hizo algo que, ciertamente, estaba deseando. Giró entre sus brazos y lo empujó, haciendo que su espalda desnuda tocase la mesa. Como una vaquera queriendo domar a un semental salvaje, se sentó encima suya. El agente se mordió el labio cuando ella cogió sus manos y las puso donde quiso, diciéndole que la tocara. Obedeció, encantado. La mano de su cadera se sujetaba fuerte, siguiendo el lento compás que la mujer marcaba. Su otra mano rodeaba su pecho, masajeándolo, recreándose en su redondeada forma mientras su pulgar daba atención al rosado pezón que tanto lo atraía.
Se sintió como si desde el principio hubiese estado jugando con él, aunque al principio él llevase las riendas. Como si la ilusión del control se hubiese roto y le hubiese revelado la auténtica verdad: que ella mandaba. Pero le daba igual. Cada orden que saliese de su boca la obedecería, cada aliento y cada palabra las atesoraría entre sus recuerdos como si se tratase de su bien más preciado. Y ni siquiera sabía como se llamaba, joder. Allí estaba esa mujer, llevando puesto su sombrero, como símbolo de que lo estaba tomando como suyo. En ese instante tan solo tenía clara una cosa: A ese semental le gustaba ser domado.
El vaquero se levantó, buscando quedar sentado y acercarse más al cuerpo de la albina. Sus brazos la rodearon por la espalda y su rostro quedó a la altura de sus pechos. No tardó en encerrar uno de sus pezones entre sus labios, besando y lamiendo su seno como llevaba queriendo hacer desde el principio. Sus manos bajaron por su espalda hasta agarrar sus nalgas, siguiendo su ritmo de subida y bajada. Se recreó en las mismas, notando en su miembro la cambiante humedad y calidez durante el vaivén de la mujer.
—Quiero follarte—le dijo entre jadeos, contestando a su provocación con gusto.
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Hacía tiempo que no disfrutaba tanto con un polvo. Normalmente los tipos con los que se acostaba no tenían esa fuerza ni esa energía, aguantaban medio asalto y estaban para tirarlos a cualquier cubo de basura cercano. Pero aquel hombre, ese vaquero tenía energía para repartir y eso era algo que la volvía loca. Se notaba que disfrutaba y que tenía aguante y que podría disfrutar con él y dejarse llevar tanto como quisiera. Sus caderas comenzaron a moverse con mayor intensidad, no aumentó mucho la velocidad, lo que aumentó fue la dureza de los mismos.
Dejó que el vaquero se moviera y rodeo su cuello con ambos brazos arqueando su espalda apropósito para que la boca de su amante tuviera un acceso más sencillo a sus pechos. Esto es lo que ella quería, tenerlo completamente perdido en el placer, concentrado en el sexo, completamente sumido en la lujuria y la lascivia que estaban compartiendo en aquel mismo instante. Su boca fue hasta una e sus orejas rozando primeramente sus labios con la piel de la misma para después permitir a sus dientes juguetear con ella con tenues mordiscos y roces.
Algo que adoraba Ash y que conseguía ponerla a mil era el sentimiento de control, saber que ella es quien lleva la batuta en todo momento y que se hará lo que ella desea de una forma o de otra. El vaquero no ponía objeción a sus caprichos, todo lo contrario, obedecía como un buen chico todo cuanto ella hacía o pedía. Lamió entonces el lóbulo de su oreja jugueteando con su húmeda lengua y su piel entre jadeos y tenues gemidos que permitía que él escuchara para ponerlo a tono un poco más. Sabía que al igual que ella sentía un escalofrió por la espina dorsal de puro gusto cuando escuchaba la voz grave del vaquero ronca por el placer a él le ocurría lo mismo cuando ella le ofrecía aquel tipo de juegos.
— Lo estas haciendo vaquero ah me estas follando como a mi me gusta mm — no aguantarían mucho más en aquel estado. Después de todo sus cuerpos comenzaban a sentir el placer real y a llevarles al borde del orgasmo, un par de juegos más los llevarían a la autentica locura y aunque la albina intentaba retrasar ese momento tanto como podía por simple capricho y por simple masoquismo, sabía que tampoco podía estar así eternamente y que quería que aquel hombre gritara su nombre mientras se corría. Volvió a los susurros en su oreja — y espero, que ahora ah te corras para mi — su voz sonó cargada de deseo y entrecortada por los jadeos que salían de sus labios.
Dejó que el vaquero se moviera y rodeo su cuello con ambos brazos arqueando su espalda apropósito para que la boca de su amante tuviera un acceso más sencillo a sus pechos. Esto es lo que ella quería, tenerlo completamente perdido en el placer, concentrado en el sexo, completamente sumido en la lujuria y la lascivia que estaban compartiendo en aquel mismo instante. Su boca fue hasta una e sus orejas rozando primeramente sus labios con la piel de la misma para después permitir a sus dientes juguetear con ella con tenues mordiscos y roces.
Algo que adoraba Ash y que conseguía ponerla a mil era el sentimiento de control, saber que ella es quien lleva la batuta en todo momento y que se hará lo que ella desea de una forma o de otra. El vaquero no ponía objeción a sus caprichos, todo lo contrario, obedecía como un buen chico todo cuanto ella hacía o pedía. Lamió entonces el lóbulo de su oreja jugueteando con su húmeda lengua y su piel entre jadeos y tenues gemidos que permitía que él escuchara para ponerlo a tono un poco más. Sabía que al igual que ella sentía un escalofrió por la espina dorsal de puro gusto cuando escuchaba la voz grave del vaquero ronca por el placer a él le ocurría lo mismo cuando ella le ofrecía aquel tipo de juegos.
— Lo estas haciendo vaquero ah me estas follando como a mi me gusta mm — no aguantarían mucho más en aquel estado. Después de todo sus cuerpos comenzaban a sentir el placer real y a llevarles al borde del orgasmo, un par de juegos más los llevarían a la autentica locura y aunque la albina intentaba retrasar ese momento tanto como podía por simple capricho y por simple masoquismo, sabía que tampoco podía estar así eternamente y que quería que aquel hombre gritara su nombre mientras se corría. Volvió a los susurros en su oreja — y espero, que ahora ah te corras para mi — su voz sonó cargada de deseo y entrecortada por los jadeos que salían de sus labios.
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Sintió como la diosa albina besaba y mordía su oreja, causando un escalofrío que recorría su cuerpo desde ese punto, recubriéndolo todo como una ola de pasión, lujuria y locura. Su boca seguía fundida en su pecho, dejando un rastro húmedo de saliva y su propia cordura. En aquel momento el vaquero era incapaz de reconocer sus alrededores, cosa de la que siempre estaba al tanto. Ya fuese por su avanzado cerebro modificado, sus ojos que podían verlo casi todo o su naturaleza paranoica, solía estar siempre alerta de todo lo que le rodeaba. En aquel momento era distinto, era algo que nunca antes había sentido.
Era como si el mundo estuviese sumido en la más profunda oscuridad. Una negrura espesa y eterna que no acababa nunca, con tan solo un punto iluminado. Un punto en el que estaban ellos, casi convirtiéndose en un solo ser. Sus manos se aferraban a ella en su espalda, como si fuese la última mujer del planeta, como si fuese la última ración de comida que quedaba y no quisiese compartirla. Con nadie. Atesoraba cada segundo en su memoria, cada respiro y cada palabra. Cada tono de su voz, cada gemido y cada aliento. Cada contacto de piel contra piel o de piel contra metal. Escuchó sus palabras, que también atesoró.
—Lo haré —contestó en un momento que dejaba su pecho para respirar y la miraba a los ojos—. Y disfrutarás cada momento.
La besó en la boca, como si quisiera devorar su lengua. Sus manos fueron hasta sus muslos y la sujetaron por debajo. Se levantó de la mesa en la que estaban haciéndolo, sin salir de su interior. Caminando y sin dejar de besarla fue directo hacia la barra hasta que chocó con la misma. La posó en esta, quedando él de pie y ella sentada en la misma. Sus manos recorrieron entonces su espalda, dejando la metálica allí, mientras que la otra subía a perderse entre su pelo. Empezó a embestir él, al potente ritmo de antes, mientras se perdía en su cuello a besos mientras acariciaba su hermoso pelo blanco.
Era como si el mundo estuviese sumido en la más profunda oscuridad. Una negrura espesa y eterna que no acababa nunca, con tan solo un punto iluminado. Un punto en el que estaban ellos, casi convirtiéndose en un solo ser. Sus manos se aferraban a ella en su espalda, como si fuese la última mujer del planeta, como si fuese la última ración de comida que quedaba y no quisiese compartirla. Con nadie. Atesoraba cada segundo en su memoria, cada respiro y cada palabra. Cada tono de su voz, cada gemido y cada aliento. Cada contacto de piel contra piel o de piel contra metal. Escuchó sus palabras, que también atesoró.
—Lo haré —contestó en un momento que dejaba su pecho para respirar y la miraba a los ojos—. Y disfrutarás cada momento.
La besó en la boca, como si quisiera devorar su lengua. Sus manos fueron hasta sus muslos y la sujetaron por debajo. Se levantó de la mesa en la que estaban haciéndolo, sin salir de su interior. Caminando y sin dejar de besarla fue directo hacia la barra hasta que chocó con la misma. La posó en esta, quedando él de pie y ella sentada en la misma. Sus manos recorrieron entonces su espalda, dejando la metálica allí, mientras que la otra subía a perderse entre su pelo. Empezó a embestir él, al potente ritmo de antes, mientras se perdía en su cuello a besos mientras acariciaba su hermoso pelo blanco.
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Sentía la lujuria del vaquero, el placer que él sentía y que la hacía sentir a ella, el ansia de querer continuar hasta que sus cuerpos no dieran más de si. No sería ella la que le negara aquello, pues estaba igual de sedienta y de hambrienta de sexo y no sería tan estúpida de dejar pasar la oportunidad de enloquecer completamente a ese hombre y de disfrutar hasta que su carne se viera completamente saciada. Sus deseos eran ardientes y calientes al igual que la boca y la lengua de John recorriendo su cuerpo y devorando sus pechos. Se movía con placer, deleitándose con su juego y su manera de hacer. De aquel modo podía seguir jugando hasta que saliera el sol al día siguiente.
Rodeo su cuello con los brazos en el momento en que se vio suspendida en el aire, pero aún le tenía dentro y aquella nueva postura mientras el vaquero caminaba hacía que sintiera mucho más su erecto pene dentro de su cuerpo. Gimoteaba de gusto mientras su cabeza se echaba para atrás y se mordía el labio inferior. Sintió el choque de la barra contra su espalda, acomodo las nalgas sobre la misma y se coloco justo en el borde para sentir sus embestidas más fuertes, más profundas. — si.. ahh eso es.. mm John ah... — dejo salir su nombre entre gemidos, sabía que ese toque terminaría de enloquecerlo.
Su cuerpo en ocasiones temblaba, sus piernas rodearon nuevamente la cintura del vaquero para que no se alejara demasiado. No dejaba que saliera del todo, siempre había un pedazo de su miembro dentro de su cuerpo y así es como a ella le gustaba. Prácticamente sus gemidos se volvieron ronroneos llenos de lujuria y pasión, sus cuerpos se fundían en uno solo y las ansias de la albina no cesaban, aún no. Aquella mujer no estaría satisfecha hasta que el vaquero no pudiera soportar más, hasta que terminara por correrse, quería verlo perdido en el placer y el deseo, que su mente estuviera completamente nublada.
Podía verlo en sus ojos, ya no estaba atento a nada más, solo estaban ellos en aquel momento. La presa que reposaba por allí atada y medio oculta entre la barra y el resto del saloon no importaba, ahora mismo solo importaba lo fuerte que el vaquero podía metersela. No había nada que le gustara más a esa mujer que la sangre la acción y el sexo y aquel día había tenido un poco de todo. Llevo su boca nuevamente hasta los labios de John tras tirar de su pelo con fuerza y apartarle de su cuello — no vas a poder ah olvidarte de esta vaquero — y entonces fue ella quien devoro sus labios con ansias, mordiendo sus labios y buscando saciarse.
Rodeo su cuello con los brazos en el momento en que se vio suspendida en el aire, pero aún le tenía dentro y aquella nueva postura mientras el vaquero caminaba hacía que sintiera mucho más su erecto pene dentro de su cuerpo. Gimoteaba de gusto mientras su cabeza se echaba para atrás y se mordía el labio inferior. Sintió el choque de la barra contra su espalda, acomodo las nalgas sobre la misma y se coloco justo en el borde para sentir sus embestidas más fuertes, más profundas. — si.. ahh eso es.. mm John ah... — dejo salir su nombre entre gemidos, sabía que ese toque terminaría de enloquecerlo.
Su cuerpo en ocasiones temblaba, sus piernas rodearon nuevamente la cintura del vaquero para que no se alejara demasiado. No dejaba que saliera del todo, siempre había un pedazo de su miembro dentro de su cuerpo y así es como a ella le gustaba. Prácticamente sus gemidos se volvieron ronroneos llenos de lujuria y pasión, sus cuerpos se fundían en uno solo y las ansias de la albina no cesaban, aún no. Aquella mujer no estaría satisfecha hasta que el vaquero no pudiera soportar más, hasta que terminara por correrse, quería verlo perdido en el placer y el deseo, que su mente estuviera completamente nublada.
Podía verlo en sus ojos, ya no estaba atento a nada más, solo estaban ellos en aquel momento. La presa que reposaba por allí atada y medio oculta entre la barra y el resto del saloon no importaba, ahora mismo solo importaba lo fuerte que el vaquero podía metersela. No había nada que le gustara más a esa mujer que la sangre la acción y el sexo y aquel día había tenido un poco de todo. Llevo su boca nuevamente hasta los labios de John tras tirar de su pelo con fuerza y apartarle de su cuello — no vas a poder ah olvidarte de esta vaquero — y entonces fue ella quien devoro sus labios con ansias, mordiendo sus labios y buscando saciarse.
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Oír su nombre salir de sus labios provocó en él una sensación indescriptible, provocando que le diera un mordisco en su cuello. John quería que ese momento durase para siempre, eterno y sin pausa, aunque sabía que no podría ser. Sin embargo, lo recordaría toda su vida, y a ella también. La mujer que lo volvió loco, que derrumbó años y años de programación y adoctrinamiento. El vaquero se lo preguntaba, como una sola persona podía tener tanto poder sobre él. Como una sola persona era capaz de trastocarle de aquella manera tan solo con su presencia. Su belleza, su voz, su actitud... Su aliento, sus gemidos, su desnudez.
Apretó los dientes en una mueca entre el dolor y el placer cuando lo agarró del pelo y echó su cabeza hacia atrás. La miró a los ojos que lo miraban con lujuria, con deseo y pasión. Durante un instante tuvo miedo. Miedo de que sus fríos ojos no le transmitiesen lo mismo a ella, a pesar de que era lo que sentía. Miedo de que en ese instante viese en él la frialdad de un Agente del Gobierno. Ella lo besó, después de decirle que nunca se iba a olvidar de ese día.
Tenía razón. Sus carnes chocaban con cada embestida, rompiendo el silencio que sus gemidos y jadeos no dejaban sobrevivir. Sus manos se aferraron a su cuerpo, una en su cadera utilizándola de apoyo para empujarla hacia si mismo cuando embestía, dando más potencia a cada una de las embestidas y la otra a sujetar uno de sus pechos, que no dejaban de botar debido a la fuerza de sus movimientos. Se separó de ella, entre jadeos y gemidos entrecortados, con el único propósito de hacerle una pregunta:
—Tu nombre... —volvió a besarla durante un par de segundos, para jugar con su lengua antes de terminar la pregunta—... Quiero gritarlo... ¿Cual es tu nombre?
Apretó los dientes en una mueca entre el dolor y el placer cuando lo agarró del pelo y echó su cabeza hacia atrás. La miró a los ojos que lo miraban con lujuria, con deseo y pasión. Durante un instante tuvo miedo. Miedo de que sus fríos ojos no le transmitiesen lo mismo a ella, a pesar de que era lo que sentía. Miedo de que en ese instante viese en él la frialdad de un Agente del Gobierno. Ella lo besó, después de decirle que nunca se iba a olvidar de ese día.
Tenía razón. Sus carnes chocaban con cada embestida, rompiendo el silencio que sus gemidos y jadeos no dejaban sobrevivir. Sus manos se aferraron a su cuerpo, una en su cadera utilizándola de apoyo para empujarla hacia si mismo cuando embestía, dando más potencia a cada una de las embestidas y la otra a sujetar uno de sus pechos, que no dejaban de botar debido a la fuerza de sus movimientos. Se separó de ella, entre jadeos y gemidos entrecortados, con el único propósito de hacerle una pregunta:
—Tu nombre... —volvió a besarla durante un par de segundos, para jugar con su lengua antes de terminar la pregunta—... Quiero gritarlo... ¿Cual es tu nombre?
Ashlyn Blake
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Sus caderas chocaban ansiosas contra las del vaquero, quería más, no podía evitarlo, estaba ansiosa y sentía que su cuerpo le pedía terminar de una vez por todas. Quería sentir el orgasmo golpear su cuerpo, que el placer la enloqueciera y la hiciera temblar mientras que él no podía aguantar y se corría. Quería seguir sintiendo ese placer que le proporcionaba el hombre que tenía entre las piernas, pero por desgracia lo bueno no dura para siempre y sentía que en poco terminaría aquel juego de pasión y lujuria que se traían entre los dos.
Una de sus manos estaba en su hombro y la otra se aferraba a su espalda por debajo de su brazo mientras se arqueaba y no dejaba de gimotear. Sonriendo se acerco nuevamente a su oído lamiendo y mordiendo para poder susurrarle su nombre — Ash, mi nombre ah grandullón mm es Ash — le hablo entre gemidos mientras se aferraba más a su cuerpo clavando sus uñas contra su carne. Deseando rasgarle la piel en el momento en que los dos llegaran al final de aquel baile, de aquel sensual movimiento de sus cuerpos.
Para poder susurrarle aquello le pego bien a su cuerpo de nuevo, no le había gustado que se alejara y casi gruño de frustración cuando dejo de sentir el calor de su cuerpo contra el de ella. Pero una vez que volvió a sentirle ronroneo de gusto, — vamos ahh correte, correte para mi John — llevo su boca al cuello del vaquero y mientras sentía sus piernas temblar clavo sus uñas en su carne y sus dientes en el cuello del CP. Su idea era dejarle unas marcas que le recordaran lo sucedido durante algunos días. Después de aquello esperaba que aquel hombre no pudiera olvidarla, aunque no sabía hasta que punto la albina se había metido en su mente y bajo su piel.
Su cuerpo no pudo aguantar más, se arqueo, gimió, tembló entre sus brazos mientras se dejaba ir en aquel poderoso orgasmo que había buscado durante todo aquel tiempo y que ahora había logrado sentir. Un gemido más fuerte que los anteriores salio de sus labios mientras seguía mordiendo al vaquero y dejando aquellas marcas que esperaba durasen en su piel. Había pasado un rato divertido y esperaba que en algún momento si volvía a encontrarse con el vaquero, aún recordaran con gusto aquel rato que habían pasado juntos, por que joder, había sido un polvazo.
Una de sus manos estaba en su hombro y la otra se aferraba a su espalda por debajo de su brazo mientras se arqueaba y no dejaba de gimotear. Sonriendo se acerco nuevamente a su oído lamiendo y mordiendo para poder susurrarle su nombre — Ash, mi nombre ah grandullón mm es Ash — le hablo entre gemidos mientras se aferraba más a su cuerpo clavando sus uñas contra su carne. Deseando rasgarle la piel en el momento en que los dos llegaran al final de aquel baile, de aquel sensual movimiento de sus cuerpos.
Para poder susurrarle aquello le pego bien a su cuerpo de nuevo, no le había gustado que se alejara y casi gruño de frustración cuando dejo de sentir el calor de su cuerpo contra el de ella. Pero una vez que volvió a sentirle ronroneo de gusto, — vamos ahh correte, correte para mi John — llevo su boca al cuello del vaquero y mientras sentía sus piernas temblar clavo sus uñas en su carne y sus dientes en el cuello del CP. Su idea era dejarle unas marcas que le recordaran lo sucedido durante algunos días. Después de aquello esperaba que aquel hombre no pudiera olvidarla, aunque no sabía hasta que punto la albina se había metido en su mente y bajo su piel.
Su cuerpo no pudo aguantar más, se arqueo, gimió, tembló entre sus brazos mientras se dejaba ir en aquel poderoso orgasmo que había buscado durante todo aquel tiempo y que ahora había logrado sentir. Un gemido más fuerte que los anteriores salio de sus labios mientras seguía mordiendo al vaquero y dejando aquellas marcas que esperaba durasen en su piel. Había pasado un rato divertido y esperaba que en algún momento si volvía a encontrarse con el vaquero, aún recordaran con gusto aquel rato que habían pasado juntos, por que joder, había sido un polvazo.
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Ash. Un nombre que recordaría toda su vida. Que rebotaría en los rincones más oscuros de sus recuerdos, emergiendo en cualquier momento, lo necesitase o no. Notó como sus uñas se clavaban en su espalda y sus dientes en su cuello, con un dolor muy lejos de ser molesto. Ya no intentaba contener sus gemidos y jadeos, ya no le importaba tanto hacerse el duro. Estaba disfrutando y quería que ella lo supiese más que nadie. El hecho de saber que Ash también disfrutaba le ponía todavía más, aumentando su propio disfrute en lo que podría ser un círculo vicioso. Aferró su mano a su pecho, buscando ese tacto, queriendo estar disfrutando del mismo en el momento del clímax.
Oyó su orden. Como pedía que lo hiciese, que lo hiciese para ella. Sus piernas temblaron, notando como se acercaba el momento, como estaba cada vez más cerca con cada embestida. Con cada lametón que le daba en su cuello, con cada uña clavada en su espalda. Con cada centímetro de su húmedo interior del cual no quería salir. Ya no podía aguantarlo más. Una embestida, más fuerte que la anterior, mientras su boca jadeaba y gemía un nombre.
—A... Ash...
Repitió la embestida, sintiendo como las uñas se clavaban a su espalda con más fuerza.
—¡Ash! —gritó, explotando en su interior.
Se quedó en lo más hondo de ella mientras terminaba, arqueando la espalda por los arañazos que con placer recibía. Sabía que debía haber atravesado la piel sintética que llevaba en la espalda, seguro. Y no le importaba. Su excitación era demasiada y su clímax abundante. Dio una embestida más, cuando todavía no había terminado de explotar. Respiraba con profundidad, a su oído.
—Ash... —y terminó.
Oyó su orden. Como pedía que lo hiciese, que lo hiciese para ella. Sus piernas temblaron, notando como se acercaba el momento, como estaba cada vez más cerca con cada embestida. Con cada lametón que le daba en su cuello, con cada uña clavada en su espalda. Con cada centímetro de su húmedo interior del cual no quería salir. Ya no podía aguantarlo más. Una embestida, más fuerte que la anterior, mientras su boca jadeaba y gemía un nombre.
—A... Ash...
Repitió la embestida, sintiendo como las uñas se clavaban a su espalda con más fuerza.
—¡Ash! —gritó, explotando en su interior.
Se quedó en lo más hondo de ella mientras terminaba, arqueando la espalda por los arañazos que con placer recibía. Sabía que debía haber atravesado la piel sintética que llevaba en la espalda, seguro. Y no le importaba. Su excitación era demasiada y su clímax abundante. Dio una embestida más, cuando todavía no había terminado de explotar. Respiraba con profundidad, a su oído.
—Ash... —y terminó.
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No pudo evitar sonreír al oír su nombre salir de esos labios, con esa voz ronca y totalmente cargada de placer y deseo. Su cuerpo se estremecía con sus caricias y con cada embestida. Realmente estaba disfrutando al sentir sus cuerpos chocar, como se acoplaban el uno al otro, como todo a su alrededor había dejado de existir y lo único en que podían pensar era el uno en el otro. En el placer que estuviera sintiendo en aquel momento su amante. Se arqueo, le sintió caliente y espeso en su interior y gimió su nombre una vez más dejándose ir ella también.
Aferrada a su cuerpo, a su espalda, sus piernas rodeando aún su cintura. Dejo su frente apoyada en su hombro dejando que su aliento chocara contra el cuello del vaquero mientras recuperaba lentamente el aliento — ahh maravilloso campeón — le regalo una lamida en el cuello mientras reía. Estaba satisfecha con aquel polvo y no tenía quejas, había sido fuerte a intenso como a ella le gustaba y había disfrutado realmente hasta el ultimo momento. Aún así ella seguía siendo una chica traviesa y picara así que fue subiendo por su cuello hasta morder su mentón.
Subió hasta su boca para lamer sus labios con la punta de su lengua y después regalarle un ultimo beso — ahora déjame bajar de aquí, aún tienes que pagarme por la presa y tengo otras que cazar — sonrió con un brillo burlón y travieso en sus ojos. Realmente disfrutaba viendo el placer que aún brillaba en los ojos del vaquero, viendo como su mente luchaba contra si misma intentando averiguar que es lo que acababa de ocurrir. Cuando se separase de ella se bajaría de la barra y comenzaría a buscar su ropa para vestirse, la verdad, no podía negar que lo había disfrutado y se lo había pasado de maravilla.
— Espero que nos volvamos a ver vaquero, realmente a sido divertido — le miro de reojo mientras se ajustaba la camisa y los pantalones y se ponía la chaqueta. Fue en busca de la cucarachita que habían dejado en un rinconcito a merced del tiempo y se la lanzó al CP a los pies — aquí tienes la mercancía querido — se relamió y se paso los dedos por el pelo intentando arreglarse un poco. Después de todo, Ash tenía cierto aire coqueto y le gustaba ir siempre arrebatadora.
Aferrada a su cuerpo, a su espalda, sus piernas rodeando aún su cintura. Dejo su frente apoyada en su hombro dejando que su aliento chocara contra el cuello del vaquero mientras recuperaba lentamente el aliento — ahh maravilloso campeón — le regalo una lamida en el cuello mientras reía. Estaba satisfecha con aquel polvo y no tenía quejas, había sido fuerte a intenso como a ella le gustaba y había disfrutado realmente hasta el ultimo momento. Aún así ella seguía siendo una chica traviesa y picara así que fue subiendo por su cuello hasta morder su mentón.
Subió hasta su boca para lamer sus labios con la punta de su lengua y después regalarle un ultimo beso — ahora déjame bajar de aquí, aún tienes que pagarme por la presa y tengo otras que cazar — sonrió con un brillo burlón y travieso en sus ojos. Realmente disfrutaba viendo el placer que aún brillaba en los ojos del vaquero, viendo como su mente luchaba contra si misma intentando averiguar que es lo que acababa de ocurrir. Cuando se separase de ella se bajaría de la barra y comenzaría a buscar su ropa para vestirse, la verdad, no podía negar que lo había disfrutado y se lo había pasado de maravilla.
— Espero que nos volvamos a ver vaquero, realmente a sido divertido — le miro de reojo mientras se ajustaba la camisa y los pantalones y se ponía la chaqueta. Fue en busca de la cucarachita que habían dejado en un rinconcito a merced del tiempo y se la lanzó al CP a los pies — aquí tienes la mercancía querido — se relamió y se paso los dedos por el pelo intentando arreglarse un poco. Después de todo, Ash tenía cierto aire coqueto y le gustaba ir siempre arrebatadora.
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Respiraba con profundida, sintiendo todavía el contacto de su piel y el aliento en su cuello. Correspondió a su beso, poniendo una mano en su nuca para evitar que se separase antes de tiempo, disfrutando de ese último contacto. Se separó de ella cuando lo dijo, dejando que bajara de la barra y empezara a vestirse. Él hizo lo mismo, cogiendo la ropa suya que había quedado en el suelo, notando el peso que había en el bolsillo de sus pantalones. De golpe recordó lo que se suponía que tenía que hacer: pagarle. Terminó de vestirse, cerrando su chaqueta. Cogió su poncho pero no se lo puso.
Sacó el saco de dinero que llevaba en el bolsillo, ya contado y preparado con la suma que costaba el hombre que ella atrapó, el cual lanzó a sus pies, todavía inconsciente. Lo giró con el pie, mostrando su cara dormida. Recordaba su cartel, solía valer unos veinte millones antes de ser capturado por Ash. Lo cogió por la cuerda con la cual estaba atado y se lo cargó al hombro, acercándose a ella mientras con la mano metálica sacaba un puro de su bolsillo, se lo metía en la boca y lo encendía con la llama de su mecánico pulgar. Después le dio el dinero a la mujer y se quedó un instante en silencio, mirando el poncho en su brazo.
—Yo también espero que nos volvamos a ver —y le tiró el poncho—. Para que no me olvides.
Y, con una pícara sonrisa, llevó la mano a su cabeza donde todavía llevaba puesto su sombrero. Se lo quitó y después lo colocó sobre la suya propia, mirándola a los ojos. Entonces se abrió la puerta, interrumpiendo ese momento. Era el camarero, seguido por varios agentes de la ley. John dio una calada y los miró, en silencio.
—¡Se han estado oyendo golpes todo el rato! ¡¿Tanto ha durado la pelea?!
Se llevó la mano al puro y dio otra calada, separándolo de su boca.
—Ya le he pagado por este que lleva al hombro. Estos del suelo... Creo que son de la banda de un tal Billy. Tal vez el mismo Billy esté entre ellos, no lo sé. Identificadlos y... pagad a esta mujer por ellos, haced el favor.
—¿Y tú quién te crees que eres, forastero? —dijo uno de ellos dando un paso al frente y escupiendo en el suelo. Una estrella brillante de sheriff brillaba en su pecho.
—Un Agente del Gobierno, Sherif. ¿Quiere que le hable a algún superior de más allá del mar de como en esta isla las fuerzas de la ley ignoran órdenes directas?
—Ah... No, claro.
Y empezó a dar órdenes para que empezaran a atar e identificar a los hombres derrotados. Miró una vez más a Ash y le guiñó un ojo y empezó a caminar hacia la salida.
Sacó el saco de dinero que llevaba en el bolsillo, ya contado y preparado con la suma que costaba el hombre que ella atrapó, el cual lanzó a sus pies, todavía inconsciente. Lo giró con el pie, mostrando su cara dormida. Recordaba su cartel, solía valer unos veinte millones antes de ser capturado por Ash. Lo cogió por la cuerda con la cual estaba atado y se lo cargó al hombro, acercándose a ella mientras con la mano metálica sacaba un puro de su bolsillo, se lo metía en la boca y lo encendía con la llama de su mecánico pulgar. Después le dio el dinero a la mujer y se quedó un instante en silencio, mirando el poncho en su brazo.
—Yo también espero que nos volvamos a ver —y le tiró el poncho—. Para que no me olvides.
Y, con una pícara sonrisa, llevó la mano a su cabeza donde todavía llevaba puesto su sombrero. Se lo quitó y después lo colocó sobre la suya propia, mirándola a los ojos. Entonces se abrió la puerta, interrumpiendo ese momento. Era el camarero, seguido por varios agentes de la ley. John dio una calada y los miró, en silencio.
—¡Se han estado oyendo golpes todo el rato! ¡¿Tanto ha durado la pelea?!
Se llevó la mano al puro y dio otra calada, separándolo de su boca.
—Ya le he pagado por este que lleva al hombro. Estos del suelo... Creo que son de la banda de un tal Billy. Tal vez el mismo Billy esté entre ellos, no lo sé. Identificadlos y... pagad a esta mujer por ellos, haced el favor.
—¿Y tú quién te crees que eres, forastero? —dijo uno de ellos dando un paso al frente y escupiendo en el suelo. Una estrella brillante de sheriff brillaba en su pecho.
—Un Agente del Gobierno, Sherif. ¿Quiere que le hable a algún superior de más allá del mar de como en esta isla las fuerzas de la ley ignoran órdenes directas?
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