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―¡Qué asco, joder! ―exclamé, agitando sin descanso la mano pare desprenderme de las migas de pan que habían quedado pegadas a ella―. Creía que el primer requisito para tener barba era estar dispuesto a cuidarla, pedazo de guarro.
Hablaba como si pudiera escucharme, pero sabía que la vida del pirata había llegado a su fin. Tal vez pudiese enterarme de la identidad de aquel sujeto, aunque la reprimenda por olvidar aquel detalle de la misión estaba más que garantizada. De cualquier modo, si capitaneaba uno de los barcos de Oswalt resultaba evidente que ostentaría un cargo dentro de su jerarquía y, como tal, probablemente poseería una recompensa por su cabeza acorde al puesto. Me había dado más problemas de los esperados, de eso no cabía duda.
Entonces, como alguien quisiese avisarme de que aquello no había acabado, un rugido desde la distancia me obligó a mirar en la dirección de la que provenía. La silueta del vicealmirante se movía por los cielos, apartándose del barco que había abordado y encaminándose al que sin duda habría sido el objetivo de Kenzo. Una cortante línea de fuego se dirigía hacia mí y, desde un ángulo distinto, la anómala onda afilada que el de la barba me había lanzado previamente imitaba a la habilidad de mi superior.
―Ya podría haberme avisado o algo ―me quejé, deshaciéndome en un sinfín de haces de luz para volver a la embarcación que me había acogido tras separarme de mis compañeros. El boomerang y el rankyaku del lagartijo aterrizaron con violencia sobre la cubierta, haciéndola colapsar y llenando el ambiente de astillas y fuego.
Oteé el horizonte, consciente de que el maldito barbudo había estado demasiado cerca de llegar a su destino. Algunos ojos temerosos observaban el espectáculo desde la población pesquera, que no debía estar a mucho más de un kilómetro. Los primeros desperfectos ocasionados por la batalla naval flotaban a no menos de dos kilómetros de donde nos encontrábamos en ese momento. Era un alivio que no hubiesen llegado a poner un pie en tierra.
―Buen trabajo, chicos ―dije mientras los marines continuaban yendo velozmente de un lugar a otro. Estaban algo más calmados, pero la adrenalina de la batalla seguía guiando sus precipitados actos―. Rodead el naufragio y capturad a cualquiera que haya sobrevivido. Supongo que alguno se habrá asustado y se habrá atrevido a lanzarse al mar. Les interrogaremos para descubrir por qué este lugar y no otro. ―«Aunque de eso se encargará otro, seguro», me dije, supervisando brevemente las acciones de los míos antes de que el dolor volviera a hacer acto de presencia con gran vehemencia.
Me dirigí hacia las profundidades del navío, buscando a cualquier médico que pudiese encargarse de mis heridas. Una vez ese asunto fuese solucionado podría volver junto a Zuko y Kenzo y, con algo de suerte, tumbarme en mi cómoda hamaca para entregarme a un descanso bien merecido.
Hablaba como si pudiera escucharme, pero sabía que la vida del pirata había llegado a su fin. Tal vez pudiese enterarme de la identidad de aquel sujeto, aunque la reprimenda por olvidar aquel detalle de la misión estaba más que garantizada. De cualquier modo, si capitaneaba uno de los barcos de Oswalt resultaba evidente que ostentaría un cargo dentro de su jerarquía y, como tal, probablemente poseería una recompensa por su cabeza acorde al puesto. Me había dado más problemas de los esperados, de eso no cabía duda.
Entonces, como alguien quisiese avisarme de que aquello no había acabado, un rugido desde la distancia me obligó a mirar en la dirección de la que provenía. La silueta del vicealmirante se movía por los cielos, apartándose del barco que había abordado y encaminándose al que sin duda habría sido el objetivo de Kenzo. Una cortante línea de fuego se dirigía hacia mí y, desde un ángulo distinto, la anómala onda afilada que el de la barba me había lanzado previamente imitaba a la habilidad de mi superior.
―Ya podría haberme avisado o algo ―me quejé, deshaciéndome en un sinfín de haces de luz para volver a la embarcación que me había acogido tras separarme de mis compañeros. El boomerang y el rankyaku del lagartijo aterrizaron con violencia sobre la cubierta, haciéndola colapsar y llenando el ambiente de astillas y fuego.
Oteé el horizonte, consciente de que el maldito barbudo había estado demasiado cerca de llegar a su destino. Algunos ojos temerosos observaban el espectáculo desde la población pesquera, que no debía estar a mucho más de un kilómetro. Los primeros desperfectos ocasionados por la batalla naval flotaban a no menos de dos kilómetros de donde nos encontrábamos en ese momento. Era un alivio que no hubiesen llegado a poner un pie en tierra.
―Buen trabajo, chicos ―dije mientras los marines continuaban yendo velozmente de un lugar a otro. Estaban algo más calmados, pero la adrenalina de la batalla seguía guiando sus precipitados actos―. Rodead el naufragio y capturad a cualquiera que haya sobrevivido. Supongo que alguno se habrá asustado y se habrá atrevido a lanzarse al mar. Les interrogaremos para descubrir por qué este lugar y no otro. ―«Aunque de eso se encargará otro, seguro», me dije, supervisando brevemente las acciones de los míos antes de que el dolor volviera a hacer acto de presencia con gran vehemencia.
Me dirigí hacia las profundidades del navío, buscando a cualquier médico que pudiese encargarse de mis heridas. Una vez ese asunto fuese solucionado podría volver junto a Zuko y Kenzo y, con algo de suerte, tumbarme en mi cómoda hamaca para entregarme a un descanso bien merecido.
Hayden Ashworth
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Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
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Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
En cuanto vio que Kenzo se las arreglaba sin problema desactivó el Dragón Interior, volviendo su pelo al tono rojizo normal de su forma híbrida. Se mantuvo en posición, dedicando miradas a todo el mundo, que seguían sorprendidos por la repentina llegada de un dragón humanoide, lo cual le iba bien para que Kenzo pudiese sacarse aquello de la pierna. El dragón reafirmó los pies al suelo con fuerza, astillando un poco la madera de la cubierta, buscando intimidarles.
—Rendíos ahora que estáis a tiempo y nadie más se hará daño.
—¡¡Y un cuerno!! —dijo uno a la par que corría hacia Zuko, levantando su arma en ristre. No tardaron en seguirle los demás.
El dragón paró el espadazo del primer tipo con el dorso de su mano. Eran muchos, sí, pero eran más débiles que ello. De un manotazo apartó el arma y rapidamente le dio un puñetazo en el estómago, lanzándolo a los piratas que venían detrás de él para desestabilizarlos. Esquivó un golpe con una porra moviéndose un poco hacia atrás, respondiendo con un rápido golpe a la sien que dejó inconsciente a su atacante. No tardaron en venirle dos a la vez, uno a cada lado, atacando con sus sendas armas, que el dragón detuvo agarrándolas con las manos ennegrecidas en haki.
Giró sobre si mismo, tirando de ellos, y lanzándolos lejos contra otra agrupación de piratas que allí había. Entonces se acercó a Kenzo mientras este luchaba, agarró con fuerza el cuello de su uniforme por detrás y empezó a volar tirando de él. Se levantó varios metros en el aire y, con la mano libre, lanzó una enorme onda de choque cubierta de fuego hacia el barco. La embergadura de la onda de choque cubrió con facilidad toda la cubierta del barco, haciendo estallar parte de él en astillas con su enorme fuerza. Lo poco que quedaba después del golpe se había prendido en llamas.
El dragón no tardó en ir volando hacia el barco donde estaba Iulio y en dejar a Kenzo en su cubierta, aterrizando a su lado y volviendo a su forma humana. Por el cansancio de la batalla contra Oswalt estaba jadeando y no se había dado cuenta de que incluso le sangraba la cabeza, después del último ataque a la desesperada del pirata. En ocasiones normales no se sentaría a descansar, pero ahora ya tenía seguro de que la misión se había cumplido. Se sentó en el suelo, apoyando el brazo en la rodilla, y respiró con profundidad.
—Buen trabajo—dijo a todo el que lo pudo oír.
—Rendíos ahora que estáis a tiempo y nadie más se hará daño.
—¡¡Y un cuerno!! —dijo uno a la par que corría hacia Zuko, levantando su arma en ristre. No tardaron en seguirle los demás.
El dragón paró el espadazo del primer tipo con el dorso de su mano. Eran muchos, sí, pero eran más débiles que ello. De un manotazo apartó el arma y rapidamente le dio un puñetazo en el estómago, lanzándolo a los piratas que venían detrás de él para desestabilizarlos. Esquivó un golpe con una porra moviéndose un poco hacia atrás, respondiendo con un rápido golpe a la sien que dejó inconsciente a su atacante. No tardaron en venirle dos a la vez, uno a cada lado, atacando con sus sendas armas, que el dragón detuvo agarrándolas con las manos ennegrecidas en haki.
Giró sobre si mismo, tirando de ellos, y lanzándolos lejos contra otra agrupación de piratas que allí había. Entonces se acercó a Kenzo mientras este luchaba, agarró con fuerza el cuello de su uniforme por detrás y empezó a volar tirando de él. Se levantó varios metros en el aire y, con la mano libre, lanzó una enorme onda de choque cubierta de fuego hacia el barco. La embergadura de la onda de choque cubrió con facilidad toda la cubierta del barco, haciendo estallar parte de él en astillas con su enorme fuerza. Lo poco que quedaba después del golpe se había prendido en llamas.
El dragón no tardó en ir volando hacia el barco donde estaba Iulio y en dejar a Kenzo en su cubierta, aterrizando a su lado y volviendo a su forma humana. Por el cansancio de la batalla contra Oswalt estaba jadeando y no se había dado cuenta de que incluso le sangraba la cabeza, después del último ataque a la desesperada del pirata. En ocasiones normales no se sentaría a descansar, pero ahora ya tenía seguro de que la misión se había cumplido. Se sentó en el suelo, apoyando el brazo en la rodilla, y respiró con profundidad.
—Buen trabajo—dijo a todo el que lo pudo oír.
Kenzo Nakajima
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Akuma no mi
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El brazos largos continuó combatiendo, moviendo a gran velocidad sus espadas que, incesantemente, segaban brazos, piernas, torsos y cabezas. Zuko luchaba a su lado, mostrando la devastadora fuerza de sus puños y causando estragos entre los piratas que, sin embargo, habían renunciado a rendirse pese a que ya eran muy pocos los que seguían en pie.
De repente sintió cómo algo tiraba de él hacia arriba. Al mirar vio a su superior quien, tras alzar el vuelo, había agarrado su túnica con una de sus zarpas con intención de llevárselo con él. No se resistió, sabiendo que la batalla estaba ganada y que, con toda probabilidad, el Vicealmirante tuviese la intención de destruir el barco con sus llamas. Y lo que sucedió después probó que no se había equivocado lo más mínimo. Había que reconocer que el poder destructivo de Zuko era impresionante. El marine se alegraba de que, a diferencia de toda la escoria de los mares que utilizaba habilidades como aquellas para infringir la ley y hacer lo que les venía en gana, hubiera alguien que las usaba para proteger a quienes no podían defenderse solos.
Cuando aterrizaron, el Comandante bromeó y, palmeando la espalda de su superior, le dijo:
- Podrías haber sido un poco más delicado al agarrarme, pedazo de cabrón. Casi me dejas sin túnica.
Tras esto, el agotado espadachín se dejó caer sobre cubierta con la satisfacción del deber cumplido. Pidió a uno de sus hombres que le trajese su guitarra y, tumbado sobre cubierta, comenzó a entonar una melodía relajada y suave.
De repente sintió cómo algo tiraba de él hacia arriba. Al mirar vio a su superior quien, tras alzar el vuelo, había agarrado su túnica con una de sus zarpas con intención de llevárselo con él. No se resistió, sabiendo que la batalla estaba ganada y que, con toda probabilidad, el Vicealmirante tuviese la intención de destruir el barco con sus llamas. Y lo que sucedió después probó que no se había equivocado lo más mínimo. Había que reconocer que el poder destructivo de Zuko era impresionante. El marine se alegraba de que, a diferencia de toda la escoria de los mares que utilizaba habilidades como aquellas para infringir la ley y hacer lo que les venía en gana, hubiera alguien que las usaba para proteger a quienes no podían defenderse solos.
Cuando aterrizaron, el Comandante bromeó y, palmeando la espalda de su superior, le dijo:
- Podrías haber sido un poco más delicado al agarrarme, pedazo de cabrón. Casi me dejas sin túnica.
Tras esto, el agotado espadachín se dejó caer sobre cubierta con la satisfacción del deber cumplido. Pidió a uno de sus hombres que le trajese su guitarra y, tumbado sobre cubierta, comenzó a entonar una melodía relajada y suave.
- Factor Shonen:
- Kenzo posee una habilidad extraordinaria para meter palabras malsonantes en una conversación una detrás de otra e inexplicablemente esto no hace que nadie piense que es un maleducado ni que le está faltando al respeto salvo que él así lo desee.
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