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Contratante: Agente Markov.
Descripción de la misión: el agente Markov, del Cipher Pol, se ha puesto en contacto con vosotros a raíz de unos extraños acontecimientos que han tenido lugar en Nueva Ohara. Desde el Bajo Mundo se sugería el interés de alguien en obtener algo guardado en el observatorio astronómico que hay en esta isla, pero una operación secreta y discreta culminó con la detención de los interesados, que resultaron no ser más que meros recaderos.
Aun así los susurros siguen existiendo y, aunque huidizos, no consiguen escapar de los oídos del Gobierno Mundial. El nombre de Nimbus Hubble comienza a ser algo más que un apagado murmullo, erigiéndose como alguien relacionado con los sucesos. ¿En qué medida? Es desconocido por el momento,
Sea como sea, el interés en el observatorio no ha decaído en absoluto, sino que, por el contrario, parece crecer. Tanto es así que el Cipher Pol sospecha que pueden estar preparando algo más importante aún: secuestrar al recién nombrado Jefe de Investigaciones para a saber qué. Ha sido informado de lo que sucede y sabe que tendrá escolta, pero el resto de trabajadores no, por lo que hay que ser discreto.
Objetivo secundario: Lyrio Centauri, el Jefe de Investigaciones, es un hombre sorprendentemente joven y brillante. Llegar hasta a un puesto tan importante a tan corta edad le ha costado varias puñaladas a lo largo de su vida, por lo que por naturaleza es alguien distante y desconfiado. Más allá de que ponga su vida en vuestras manos, pues no le queda otra, conseguid que confíe en vosotros de un modo más profundo, trascendiendo a una simple labor de seguridad.
Recompensa: técnica mítica
Recompensa por objetivo secundario: conocimiento único
Descripción de la misión: el agente Markov, del Cipher Pol, se ha puesto en contacto con vosotros a raíz de unos extraños acontecimientos que han tenido lugar en Nueva Ohara. Desde el Bajo Mundo se sugería el interés de alguien en obtener algo guardado en el observatorio astronómico que hay en esta isla, pero una operación secreta y discreta culminó con la detención de los interesados, que resultaron no ser más que meros recaderos.
Aun así los susurros siguen existiendo y, aunque huidizos, no consiguen escapar de los oídos del Gobierno Mundial. El nombre de Nimbus Hubble comienza a ser algo más que un apagado murmullo, erigiéndose como alguien relacionado con los sucesos. ¿En qué medida? Es desconocido por el momento,
Sea como sea, el interés en el observatorio no ha decaído en absoluto, sino que, por el contrario, parece crecer. Tanto es así que el Cipher Pol sospecha que pueden estar preparando algo más importante aún: secuestrar al recién nombrado Jefe de Investigaciones para a saber qué. Ha sido informado de lo que sucede y sabe que tendrá escolta, pero el resto de trabajadores no, por lo que hay que ser discreto.
Objetivo secundario: Lyrio Centauri, el Jefe de Investigaciones, es un hombre sorprendentemente joven y brillante. Llegar hasta a un puesto tan importante a tan corta edad le ha costado varias puñaladas a lo largo de su vida, por lo que por naturaleza es alguien distante y desconfiado. Más allá de que ponga su vida en vuestras manos, pues no le queda otra, conseguid que confíe en vosotros de un modo más profundo, trascendiendo a una simple labor de seguridad.
Recompensa: técnica mítica
Recompensa por objetivo secundario: conocimiento único
—¿Dónde demonios lo puse anoche?
Se llevó la mano a la barbilla, masajeándosela al tiempo que adoptaba un gesto pensativo. Por todos sus allegados en la agencia era bien sabido que el orden no constaba como una de sus cualidades destacables, ¿pero cómo podía haber organizado semejante desastre en tan poco tiempo? Había libros, documentos y ropa desperdigados por cada rincón de la habitación, con un Kusanagi semi–desnudo en el punto más céntrico de la misma observando a su alrededor. El caos había empeorado desde que había comenzado su búsqueda, y es que no recordaba en qué momento se había quitado el parche ni dónde lo había dejado.
Suspiró con exasperación mientras se tiraba del pelo con ambas manos.
—¡Agh! Vamos Kus, piensa, piensa... No puedes llegar tarde —se azuzaba a sí mismo, tratando de hacer memoria.
Llevaba cerca de quince minutos de búsqueda, durante los cuales había dejado todo patas arriba —casi literalmente—. No podía ser tan complicado encontrar su parche en una habitación de menos de diez metros cuadrados. ¿Pasaría algo si acudía a su nueva misión sin él? Bueno, aparte de desvelar que no le faltaba ningún ojo, la sorpresa de cualquiera que le hubiera visto durante aquellos días y que revelaría uno de sus ases bajo... ¿el parche? No supondría ningún problema. «Será mejor que me vaya vistiendo», se dijo, sin dejar de darle vueltas.
Había aprovechado aquel día para madrugar en la medida de lo posible y asearse un poco; la misión que les habían encomendado así lo requeriría. Sus planes para visitar Ferelia tendrían que posponerse, y es que el agente Markov, su superior directo, se había puesto en contacto con él tras un par de días de espera en Nueva Ohara: tenía una nueva misión para él que requeriría la ayuda de, al menos, una persona más. Abigail no había abandonado la isla todavía, y es que la agencia les había solicitado a ambos que permanecieran unos pocos días más allí por si surgiera alguna tarea nueva —para no tener que movilizar a otros agentes, principalmente—. Resultaba curioso que siguieran contando con la cazadora para tareas del Cipher Pol, aunque el rotundo éxito que habían logrado en la anterior debía abalar a la rubia. No dudó ni un instante en avisar a la mujer una vez Markov le informó de sus nuevas obligaciones; si iba a necesitar un compañero, ¿qué menos que fuera alguien en quien pudiera confiar? Con algo de suerte no habría más puñaladas.
El trabajo era en esencia sencillo, quizá más que el anterior, y es que debían limitarse a hacer de escoltas para el Jefe de Investigaciones del observatorio, un tal Lyrio Centauri. Proteger a un solo objetivo debía resultar, a priori, bastante más manejable que vigilar la totalidad del complejo.
Terminó de ajustarse el nudo de la corbata y trató de aportar algo de orden a la habitación que la agencia le había facilitado en un pequeño motel de Nueva Ohara, el cual había sido su residencia durante los últimos días. Abigail contaba con su propia habitación, no muy lejos de la suya; ya que le habían pedido quedarse, ¿qué menos que hacerlo con gastos pagados? Pero bueno, iba siendo hora de salir de allí y aún no había encontrando su parche. Quizá la monja tuviera algo en su cuarto que pudiera servirle para hacer un apaño, aunque seguramente tuviera que dar explicaciones.
—En fin, vamos a... —Parpadeó un par de veces, clavando su mirada en el pomo de la puerta. Se dio un pequeño golpecido en la frente con la mano—. ¡Claro! Lo había dejado ahí para no perderlo. ¿Dónde tienes la cabeza, Kus?
Se colocó el parche y salió al exterior, cerrando la puerta tras de sí y dirigiéndose a paso ligero hacia la habitación de su compañera. Una vez delante se limitaría a dar tres suaves golpes y esperaría a que le abriese. Al menos no tendría que intentar sonar convincente en sus motivos para llevar un parche cuando no estaba tuerto. Eso que se llevaba.
—Buenos días, agente Elizabeth —saludaría una vez le atendiera, con una amplia sonrisa y algo de retintín en su tono—. ¿Lista?
Se llevó la mano a la barbilla, masajeándosela al tiempo que adoptaba un gesto pensativo. Por todos sus allegados en la agencia era bien sabido que el orden no constaba como una de sus cualidades destacables, ¿pero cómo podía haber organizado semejante desastre en tan poco tiempo? Había libros, documentos y ropa desperdigados por cada rincón de la habitación, con un Kusanagi semi–desnudo en el punto más céntrico de la misma observando a su alrededor. El caos había empeorado desde que había comenzado su búsqueda, y es que no recordaba en qué momento se había quitado el parche ni dónde lo había dejado.
Suspiró con exasperación mientras se tiraba del pelo con ambas manos.
—¡Agh! Vamos Kus, piensa, piensa... No puedes llegar tarde —se azuzaba a sí mismo, tratando de hacer memoria.
Llevaba cerca de quince minutos de búsqueda, durante los cuales había dejado todo patas arriba —casi literalmente—. No podía ser tan complicado encontrar su parche en una habitación de menos de diez metros cuadrados. ¿Pasaría algo si acudía a su nueva misión sin él? Bueno, aparte de desvelar que no le faltaba ningún ojo, la sorpresa de cualquiera que le hubiera visto durante aquellos días y que revelaría uno de sus ases bajo... ¿el parche? No supondría ningún problema. «Será mejor que me vaya vistiendo», se dijo, sin dejar de darle vueltas.
Había aprovechado aquel día para madrugar en la medida de lo posible y asearse un poco; la misión que les habían encomendado así lo requeriría. Sus planes para visitar Ferelia tendrían que posponerse, y es que el agente Markov, su superior directo, se había puesto en contacto con él tras un par de días de espera en Nueva Ohara: tenía una nueva misión para él que requeriría la ayuda de, al menos, una persona más. Abigail no había abandonado la isla todavía, y es que la agencia les había solicitado a ambos que permanecieran unos pocos días más allí por si surgiera alguna tarea nueva —para no tener que movilizar a otros agentes, principalmente—. Resultaba curioso que siguieran contando con la cazadora para tareas del Cipher Pol, aunque el rotundo éxito que habían logrado en la anterior debía abalar a la rubia. No dudó ni un instante en avisar a la mujer una vez Markov le informó de sus nuevas obligaciones; si iba a necesitar un compañero, ¿qué menos que fuera alguien en quien pudiera confiar? Con algo de suerte no habría más puñaladas.
El trabajo era en esencia sencillo, quizá más que el anterior, y es que debían limitarse a hacer de escoltas para el Jefe de Investigaciones del observatorio, un tal Lyrio Centauri. Proteger a un solo objetivo debía resultar, a priori, bastante más manejable que vigilar la totalidad del complejo.
Terminó de ajustarse el nudo de la corbata y trató de aportar algo de orden a la habitación que la agencia le había facilitado en un pequeño motel de Nueva Ohara, el cual había sido su residencia durante los últimos días. Abigail contaba con su propia habitación, no muy lejos de la suya; ya que le habían pedido quedarse, ¿qué menos que hacerlo con gastos pagados? Pero bueno, iba siendo hora de salir de allí y aún no había encontrando su parche. Quizá la monja tuviera algo en su cuarto que pudiera servirle para hacer un apaño, aunque seguramente tuviera que dar explicaciones.
—En fin, vamos a... —Parpadeó un par de veces, clavando su mirada en el pomo de la puerta. Se dio un pequeño golpecido en la frente con la mano—. ¡Claro! Lo había dejado ahí para no perderlo. ¿Dónde tienes la cabeza, Kus?
Se colocó el parche y salió al exterior, cerrando la puerta tras de sí y dirigiéndose a paso ligero hacia la habitación de su compañera. Una vez delante se limitaría a dar tres suaves golpes y esperaría a que le abriese. Al menos no tendría que intentar sonar convincente en sus motivos para llevar un parche cuando no estaba tuerto. Eso que se llevaba.
—Buenos días, agente Elizabeth —saludaría una vez le atendiera, con una amplia sonrisa y algo de retintín en su tono—. ¿Lista?
Abigail Mjöllnir
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Aún no había salido de Nueva Ohara. El médico le había recomendado que no se moviera demasiado por el tema de su herida y la cazadora había obedecido, tomándose unos días de descanso para dejar que la herica cicatrizara. Por su parte, Abigail aprovechó para hacerle el mantenimiento a sus armas, que ya les iba haciendo falta. Esta vez, y teniendo en cuenta la habilidad de su compañero para cancelar sonidos, la cazadora de incógnito decidió llevar encima su revólver Los seis caminos del zagal. Además del traje, había pedido prestada una cartuchera para eso, así podría llevar su revólver bajo la chaqueta, cuando se la pusiera, para que no diera demasiado el cante.
¿Que dónde se había alojado? En un motel de Nueva Ohara. El Gobierno había tenido el detalle de facilitarle alojamiento y dieta, aparte de la recompensa de Hubble, como pago en especie mientras estuviera cumpliendo encargos allí para ellos.
Ya le habían comunicado un poco de qué se trataba el encargo esta vez, no se trataba de un encargo de vigilancia si no uno de escolta. La trampa estaba en que solo aquel al que debían proteger estaba enterado de lo que ocurría, de forma que aún debía mantener aquella "identidad" de Elizabeth. Suspiró y se acarició uno de los dos mechones que caían por los lados de su cara. Parte de sus días de descanso los había ocupado dejando que una de sus habitantes le hiciera algunos cambios, pues pensó que el pelo tan largo podría llegar a ser un problema en combate.
Escuchó los golpes de la puerta. En aquel momento la beata estaba terminando de cambiarse, únicamente le faltaba la chaqueta.
—Dame un momento —dijo, aún sin abrir la puerta. Respiró hondo, va, era Elizabeth, Elizabeth... nunca terminaría de acostumbrarse.
Se cerró la chaqueta para ocultar su revólver, que estaría escondido a la altura de su pecho más o menos, a la izquierda. Acto seguido se ajustó la corbata. El catalejo que acababa de recibir descansaba en su cintura, bien amarrado. Había aprovechado aquellos días también para probarlo, y tenía que decir que estaba muy contenta con aquel pago, el condenado catalejo, a pesar de ser antiguo, tenía un alcance mucho mayor de lo habitual en artefactos de su mismo tamaño. Sí, claro, costaba un poco acostumbrarse a que la visión no fuera totalmente recta, pero el alcance y que fuera además una brújula -se veía siempre la osa mayor- compensaba aquello con creces.
Echó mano de un pequeño cartoncito de zumo de naranja y abrió la puerta mientras se lo bebía, encontrándose finalmente con el agente. Miró hacia su propia habitación, bueno, estaba todo bastante en orden, podía salir sin sentirse mal.
—Sí, podemos irnos ya —avanzó un poco y cerró la puerta tras ella, asegurándose de seguir teniendo las llaves a mano para su próximo descanso.
Al salir vio... la luz del sol. Podía parecer una tontería, pero después de un único trabajo nocturno ya echaba de menos trabajar durante el día. Soltó un pequeño bostezo y se dirigió de nuevo hacia el agente Yu.
—Este trabajo debería ser un poco menos complejo, ¿no? —preguntó. Vigilar a una sola persona por lo general era más sencillo que controlar todo un edificio. Sin embargo, también significaba que los esfuerzos hostiles estarían más concentrados. Y teniendo en cuenta que ya habían impedido un robo... esta vez esperaba más agresividad.
—¿Hay algún plan? ¿y qué se sabe de Lyrio? —preguntó, en aquella ocasión su protegido sería Lyrio Centauri, el jefe de investigaciones del observatorio. Pensó que vendría bien saber cosas sobre aquel hombre.
—Ah, también quería avisarte de que esta vez voy armada, asumo que no serán amables si van a por el jefe. Necesitaré que canceles el sonido de disparos si la cosa se pone fea —avisó de que, al contrario que la otra vez, ahora sí iba armada con algo que haría bastante ruido. A ser posible quería evitar tener que recurrir a cosas como lo del puñal de la otra vez.
¿Que dónde se había alojado? En un motel de Nueva Ohara. El Gobierno había tenido el detalle de facilitarle alojamiento y dieta, aparte de la recompensa de Hubble, como pago en especie mientras estuviera cumpliendo encargos allí para ellos.
Ya le habían comunicado un poco de qué se trataba el encargo esta vez, no se trataba de un encargo de vigilancia si no uno de escolta. La trampa estaba en que solo aquel al que debían proteger estaba enterado de lo que ocurría, de forma que aún debía mantener aquella "identidad" de Elizabeth. Suspiró y se acarició uno de los dos mechones que caían por los lados de su cara. Parte de sus días de descanso los había ocupado dejando que una de sus habitantes le hiciera algunos cambios, pues pensó que el pelo tan largo podría llegar a ser un problema en combate.
Escuchó los golpes de la puerta. En aquel momento la beata estaba terminando de cambiarse, únicamente le faltaba la chaqueta.
—Dame un momento —dijo, aún sin abrir la puerta. Respiró hondo, va, era Elizabeth, Elizabeth... nunca terminaría de acostumbrarse.
Se cerró la chaqueta para ocultar su revólver, que estaría escondido a la altura de su pecho más o menos, a la izquierda. Acto seguido se ajustó la corbata. El catalejo que acababa de recibir descansaba en su cintura, bien amarrado. Había aprovechado aquellos días también para probarlo, y tenía que decir que estaba muy contenta con aquel pago, el condenado catalejo, a pesar de ser antiguo, tenía un alcance mucho mayor de lo habitual en artefactos de su mismo tamaño. Sí, claro, costaba un poco acostumbrarse a que la visión no fuera totalmente recta, pero el alcance y que fuera además una brújula -se veía siempre la osa mayor- compensaba aquello con creces.
Echó mano de un pequeño cartoncito de zumo de naranja y abrió la puerta mientras se lo bebía, encontrándose finalmente con el agente. Miró hacia su propia habitación, bueno, estaba todo bastante en orden, podía salir sin sentirse mal.
—Sí, podemos irnos ya —avanzó un poco y cerró la puerta tras ella, asegurándose de seguir teniendo las llaves a mano para su próximo descanso.
Al salir vio... la luz del sol. Podía parecer una tontería, pero después de un único trabajo nocturno ya echaba de menos trabajar durante el día. Soltó un pequeño bostezo y se dirigió de nuevo hacia el agente Yu.
—Este trabajo debería ser un poco menos complejo, ¿no? —preguntó. Vigilar a una sola persona por lo general era más sencillo que controlar todo un edificio. Sin embargo, también significaba que los esfuerzos hostiles estarían más concentrados. Y teniendo en cuenta que ya habían impedido un robo... esta vez esperaba más agresividad.
—¿Hay algún plan? ¿y qué se sabe de Lyrio? —preguntó, en aquella ocasión su protegido sería Lyrio Centauri, el jefe de investigaciones del observatorio. Pensó que vendría bien saber cosas sobre aquel hombre.
—Ah, también quería avisarte de que esta vez voy armada, asumo que no serán amables si van a por el jefe. Necesitaré que canceles el sonido de disparos si la cosa se pone fea —avisó de que, al contrario que la otra vez, ahora sí iba armada con algo que haría bastante ruido. A ser posible quería evitar tener que recurrir a cosas como lo del puñal de la otra vez.
No tuvo que esperar demasiado a que saliera, aunque sí que debió contentarse con escuchar la voz de la mujer desde el otro lado de la puerta; probablemente la hubiera pillado terminando de prepararse. Cuando se presentó frente a él no pudo evitar mirarla con cierta curiosidad y sorpresa. No se fijaría en el traje ni en la figura de su compañera en aquella ocasión, sino que centraría toda su atención en su rostro y en aquel nuevo peinado, más recogido y corto que al que ya le tenía acostumbrado. Independientemente de cómo le sentaba el cambio de look, Kusanagi sabía por lo poco que había podido conocer a la monja que el motivo sería más práctico que estético. «Aunque el resultado ha sido satisfactorio en ambos sentidos», se dijo, asintiendo ante su confirmación.
Giró en el sitio poco más de noventa grados, haciendo un gesto con la mano para indicarle que caminase junto a él. Aquella vez se aseguraría de mantenerse a su altura y así evitar distracciones innecesarias. El pasillo se extendía unos pocos metros antes de dar lugar a unas escaleras que descendían directamente hasta la recepción del hostal. No se trataba de un sitio especialmente grande o lujoso, pero era más que suficiente como para ofrecerles a ambos todo cuanto necesitasen durante su estancia en la isla. Los pagos, claro, habían corrido por cuenta del gobierno, y salvo que se tratase de altos funcionarios o jefes de las distintas naciones no solían aflojar mucho la billetera. Después de todo, ¿qué más podían pedir un agente y una cazadora? Bastante era que no obligasen a Abigail a costearse el alojamiento, aunque supuso que querían evitar que se fuera a toda costa. Tras los sucesos de la aguja aún necesitarían de una larga temporada para recuperarse por completo, más si tenía en cuenta que la ejecución de Dexter habría empeorado la ya escasa estabilidad de los mares.
Miró de reojo a su compañera, habiéndose asegurado de posicionarse a su derecha para no tener que girar la cabeza en exceso. Llevar un parche suponía ciertos inconvenientes a veces.
—En principio sí —le respondió, encogiéndose de hombros—. La mayor parte de los problemas que puedan surgir van de la mano con cómo sea nuestro protegido. Si es un hombre tranquilo y prudente que no sale de su despacho será sencillo; si, por el contrario, le gusta incordiar e ir de un lado para otro, tendremos que andar más pendientes.
Esperaba que el tal Lyrio fuera de los del primer grupo y no de los del segundo, por el bien de la misión. No es que tuviera inconveniente alguno en acompañarle allá donde necesitase, pero prefería que su objetivo no fuera alguien propenso a poner su vida en peligro. Además, ya estaba sobre aviso de la escolta y de que alguien iba tras él, no podía ser tan estúpido como para tomar riesgos innecesarios... ¿no? Hizo memoria, repasando rápidamente una lista de todos aquellos a los que había conocido a lo largo de su vida. Quizá se estaba apresurando asumiendo algo así. En fin, que fuera lo que tuviera que ser.
—No es que sepa demasiado de él —siguió al llegar al recibidor, donde la recepcionista les saludó con un gesto de su mano que él devolvió, sonriendo—. Por lo que tengo entendido es todo un cerebrito, lo cual resulta evidente cuando entiendes que alguien de veintimuchos ostenta el puesto de jefe de investigaciones de Nueva Ohara. Debe ser alguien bastante peculiar, como poco. Al parecer, aunque su trayectoria haya sido meteórica, no lo ha tenido nada fácil y se ha visto en bastantes complicaciones; es posible que se muestre algo reacio a dar su brazo a torcer con nosotros más allá de... bueno, aceptarnos como sus guardaespaldas.
Alzó la mirada, buscando el reloj que adornaba una de las paredes del motel, justo a un lado de la recepción. Aún no eran ni las ocho de la mañana, por lo que contaban con tiempo de sobra para desayunar y ponerse en marcha. Según las indicaciones de Markov, no tenían que reunirse con él hasta las nueve; los altos cargos no tenían la necesidad de madrugar.
—No es que tenga en mente nada especial. Por el momento debemos limitarnos a acompañarle en sus quehaceres y asegurarnos de que sus idas y venidas sean tan seguras como la propia Marineford. Lo primero que tendremos que hacer será ir a buscarle a su casa para que no sufra ningún «accidente» de camino al observatorio. Aún nos queda alrededor de una hora para reunirnos con él, más o menos. ¿Has comido algo? —se apresuró a preguntar. Una misión no podía llevarse a cabo correctamente con el estómago vacío—. Vive como a unos diez minutos de aquí, así que podemos tomárnoslo con calma. Y entre tú y yo... —dejó escapar una risita algo nerviosa—. Necesito un café como si me fuera la vida en ello. No sé cómo lo llevarás, pero yo aún tengo los horarios algo tocados.
Si aceptaba la propuesta se aventuraría hasta la cafetería que se encontraba próxima al motel. El sitio como tal no contaba de comedor, por lo que tenían un acuerdo con el establecimiento colindante para servir desayunos al parecer y, por supuesto, el gobierno se encargaría de financiar los suyos. Habían pagado pensión completa, después de todo.
Ante el comentario del arma se limitaría a asentir, dándose por informado y aliviado de que lo que fuera a ocultar bajo la chaqueta sería un revólver enfundado y no un puñal clavado. «¿Debería pincharle con eso? Nah, mejor que no». Hubiera aceptado o no el desayuno, iría igualmente a por el café antes de aventurarse hacia la casa del señor Centauri.
—Te queda bien —comentó espontáneamente y de forma completamente inocente antes de señalarse su propia cabeza para hacer alusión a su peinado—. Tu pelo, digo. ¿Idea de tus chicos?
Giró en el sitio poco más de noventa grados, haciendo un gesto con la mano para indicarle que caminase junto a él. Aquella vez se aseguraría de mantenerse a su altura y así evitar distracciones innecesarias. El pasillo se extendía unos pocos metros antes de dar lugar a unas escaleras que descendían directamente hasta la recepción del hostal. No se trataba de un sitio especialmente grande o lujoso, pero era más que suficiente como para ofrecerles a ambos todo cuanto necesitasen durante su estancia en la isla. Los pagos, claro, habían corrido por cuenta del gobierno, y salvo que se tratase de altos funcionarios o jefes de las distintas naciones no solían aflojar mucho la billetera. Después de todo, ¿qué más podían pedir un agente y una cazadora? Bastante era que no obligasen a Abigail a costearse el alojamiento, aunque supuso que querían evitar que se fuera a toda costa. Tras los sucesos de la aguja aún necesitarían de una larga temporada para recuperarse por completo, más si tenía en cuenta que la ejecución de Dexter habría empeorado la ya escasa estabilidad de los mares.
Miró de reojo a su compañera, habiéndose asegurado de posicionarse a su derecha para no tener que girar la cabeza en exceso. Llevar un parche suponía ciertos inconvenientes a veces.
—En principio sí —le respondió, encogiéndose de hombros—. La mayor parte de los problemas que puedan surgir van de la mano con cómo sea nuestro protegido. Si es un hombre tranquilo y prudente que no sale de su despacho será sencillo; si, por el contrario, le gusta incordiar e ir de un lado para otro, tendremos que andar más pendientes.
Esperaba que el tal Lyrio fuera de los del primer grupo y no de los del segundo, por el bien de la misión. No es que tuviera inconveniente alguno en acompañarle allá donde necesitase, pero prefería que su objetivo no fuera alguien propenso a poner su vida en peligro. Además, ya estaba sobre aviso de la escolta y de que alguien iba tras él, no podía ser tan estúpido como para tomar riesgos innecesarios... ¿no? Hizo memoria, repasando rápidamente una lista de todos aquellos a los que había conocido a lo largo de su vida. Quizá se estaba apresurando asumiendo algo así. En fin, que fuera lo que tuviera que ser.
—No es que sepa demasiado de él —siguió al llegar al recibidor, donde la recepcionista les saludó con un gesto de su mano que él devolvió, sonriendo—. Por lo que tengo entendido es todo un cerebrito, lo cual resulta evidente cuando entiendes que alguien de veintimuchos ostenta el puesto de jefe de investigaciones de Nueva Ohara. Debe ser alguien bastante peculiar, como poco. Al parecer, aunque su trayectoria haya sido meteórica, no lo ha tenido nada fácil y se ha visto en bastantes complicaciones; es posible que se muestre algo reacio a dar su brazo a torcer con nosotros más allá de... bueno, aceptarnos como sus guardaespaldas.
Alzó la mirada, buscando el reloj que adornaba una de las paredes del motel, justo a un lado de la recepción. Aún no eran ni las ocho de la mañana, por lo que contaban con tiempo de sobra para desayunar y ponerse en marcha. Según las indicaciones de Markov, no tenían que reunirse con él hasta las nueve; los altos cargos no tenían la necesidad de madrugar.
—No es que tenga en mente nada especial. Por el momento debemos limitarnos a acompañarle en sus quehaceres y asegurarnos de que sus idas y venidas sean tan seguras como la propia Marineford. Lo primero que tendremos que hacer será ir a buscarle a su casa para que no sufra ningún «accidente» de camino al observatorio. Aún nos queda alrededor de una hora para reunirnos con él, más o menos. ¿Has comido algo? —se apresuró a preguntar. Una misión no podía llevarse a cabo correctamente con el estómago vacío—. Vive como a unos diez minutos de aquí, así que podemos tomárnoslo con calma. Y entre tú y yo... —dejó escapar una risita algo nerviosa—. Necesito un café como si me fuera la vida en ello. No sé cómo lo llevarás, pero yo aún tengo los horarios algo tocados.
Si aceptaba la propuesta se aventuraría hasta la cafetería que se encontraba próxima al motel. El sitio como tal no contaba de comedor, por lo que tenían un acuerdo con el establecimiento colindante para servir desayunos al parecer y, por supuesto, el gobierno se encargaría de financiar los suyos. Habían pagado pensión completa, después de todo.
Ante el comentario del arma se limitaría a asentir, dándose por informado y aliviado de que lo que fuera a ocultar bajo la chaqueta sería un revólver enfundado y no un puñal clavado. «¿Debería pincharle con eso? Nah, mejor que no». Hubiera aceptado o no el desayuno, iría igualmente a por el café antes de aventurarse hacia la casa del señor Centauri.
—Te queda bien —comentó espontáneamente y de forma completamente inocente antes de señalarse su propia cabeza para hacer alusión a su peinado—. Tu pelo, digo. ¿Idea de tus chicos?
Abigail Mjöllnir
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Entonces iba a depender de la personalidad del hombre que tenían que proteger. Lo comprendía, o eso creía, si era de estarse quietecito sería una tarea sencilla, si por el contrario era inquieto y se movía mucho podría llegar a ser una operación casi tan compleja como el anterior encargo de vigilancia. Por lo que comentaba el agente, el jefe de investigaciones del observatorio era un joven que había subido muy muy rápido y... bueno, por lo visto había pasado por algunos incidentes derivados de eso, probablemente por celos o algo así.
—Eso... no nos hace el trabajo más fácil. Si no confía en nosotros no podremos protegerlo como es debido. Habrá que alimentar esa confianza de alguna manera, tampoco es bueno para él que desconfíe de todos, le acabará quemando el carácter y terminarán por no confiar en él —comentó. ¿Cómo podían defender a alguien que no confiaba en ellos? Probablemente tuvieran que centrar sus esfuerzos en lograr esa confianza, no quería que en pleno conflicto saliera corriendo por no confiar en ellos y que eso lo matara. Ahora, ¿cómo lograr esa confianza? El primer paso, supuso Abi, sería no ser tan tan profesional y ser algo más cálida, un poco como lo era con su compañero.
Era importante destacar que, además de por ser algo que les facilitaría el trabajo, la beata estaba preocupada porque generalmente un carácter demasiado distante y desconfiado acababa por pasar factura de una manera o de otra (no necesariamente a nivel laboral), y prefería poder evitarle eso.
—Entiendo, podré hacerlo —esperaba unos primeros momentos tranquilos, suponiendo que fueran igual de listos que la otra vez, estaba segura de que esperarían al momento adecuado, al de mayor vulnerabilidad, y que no cometerían la insensatez de atacar nada más empezar el día.
—Pues no, no he desayunado aún —normalmente no molestaría con el tema de comer porque realmente no era de comer mucho, pero prefería tener el estómago al menos algo lleno.
El reloj del motel indicaba que aún no eran las ocho de la mañana, y Abi llevaría despierta al menos una hora. Tantos años siendo vigía del convento le habían pasado factura a sus ciclos de sueño, lo mismo se despertaba a las ocho, que a las seis, que directamente no dormía. Eso sí, ya estaba acostumbrada, de forma que no le afectaba demasiado a la hora de trabajar.
—Por mí perfecto, porque no sé cuánto espacio nos dejará para beber o comer algo —entendía que en algún momento el propio investigador tendría que hacer algún descanso, pero si había llegado tan alto siendo tan joven... estaba la posibilidad de que fuera un trabajador incansable y que no hiciera descansos.
Por suerte el Gobierno había pensado en todo, quizá para tener a la cazadora contenta. Junto al motel había una cafetería que hacía de comedor del motel, pues era demasiado pequeño para tener una sección así. Mientras Kusanagi pedía un café, Abi pidió algo de leche con cacao, el café... no era demasiado bueno para su cuerpo, ya lo había intentado antes. Acompañaría el cacao con un croissant, para llenarse un poco más el estómago.
—¿Hm? —entendió a qué se refería cuando se señaló la cabeza —Hm, gracias —dijo, un poco cortada —. Idea de Amara —dijo, dándose cuenta a continuación de que no sabría a quién se refería de todos sus habitantes —. La voz que escuchaste que no era la mía, esa llamada la hizo ella. Pensó que podría trabajar mejor si el pelo largo no me estorbaba —dijo, revelando la razón por la cual había accedido al cambio de peinado —. Y también dijo que me quedaría bien —añadió al final, aunque era la parte que menos le interesaba. Abigail no era imbécil ni ciega, sabía que su aspecto era deseable según el estándar actual, pero procuraba mantener la vanidad lejos y no usar lo que otros llamarían "encantos" como arma. No era... no era su estilo. Se mantenía y procuraba oler bien -generalmente a vainilla-, pero poco más.
No tardaron en traerles el pedido. Abi tocó la taza y... bueno, esperaría un poco antes de beberse nada. Decidió darle un tiento al croissant mientras le daba vueltas al tema de la desconfianza del jefe de investigación, ¿cómo se podía ablandar el carácter de alguien? Generalmente ella inspiraba confianza con sus actos, pero salvarle un par de veces sería su trabajo, no algo por lo que "confiar" en ella.
—Esta vez también es un día completo, supongo —dijo de repente —. Imagino que estaré en esta isla hasta que el bajo mundo se rinda con el observatorio, ¿verdad? Parece que he convencido a tus superiores, o a ti... no esperaba otra petición tan pronto —dijo la monja. No se la veía molesta con la idea a pesar de no estar cobrando, por suerte podía mantenerse, pero aún así... bueno, daba igual, estaba haciendo labores de protección, eso era suficiente para Abi, había muchos más cazadores y marines para ir a por criminales.
—Eso... no nos hace el trabajo más fácil. Si no confía en nosotros no podremos protegerlo como es debido. Habrá que alimentar esa confianza de alguna manera, tampoco es bueno para él que desconfíe de todos, le acabará quemando el carácter y terminarán por no confiar en él —comentó. ¿Cómo podían defender a alguien que no confiaba en ellos? Probablemente tuvieran que centrar sus esfuerzos en lograr esa confianza, no quería que en pleno conflicto saliera corriendo por no confiar en ellos y que eso lo matara. Ahora, ¿cómo lograr esa confianza? El primer paso, supuso Abi, sería no ser tan tan profesional y ser algo más cálida, un poco como lo era con su compañero.
Era importante destacar que, además de por ser algo que les facilitaría el trabajo, la beata estaba preocupada porque generalmente un carácter demasiado distante y desconfiado acababa por pasar factura de una manera o de otra (no necesariamente a nivel laboral), y prefería poder evitarle eso.
—Entiendo, podré hacerlo —esperaba unos primeros momentos tranquilos, suponiendo que fueran igual de listos que la otra vez, estaba segura de que esperarían al momento adecuado, al de mayor vulnerabilidad, y que no cometerían la insensatez de atacar nada más empezar el día.
—Pues no, no he desayunado aún —normalmente no molestaría con el tema de comer porque realmente no era de comer mucho, pero prefería tener el estómago al menos algo lleno.
El reloj del motel indicaba que aún no eran las ocho de la mañana, y Abi llevaría despierta al menos una hora. Tantos años siendo vigía del convento le habían pasado factura a sus ciclos de sueño, lo mismo se despertaba a las ocho, que a las seis, que directamente no dormía. Eso sí, ya estaba acostumbrada, de forma que no le afectaba demasiado a la hora de trabajar.
—Por mí perfecto, porque no sé cuánto espacio nos dejará para beber o comer algo —entendía que en algún momento el propio investigador tendría que hacer algún descanso, pero si había llegado tan alto siendo tan joven... estaba la posibilidad de que fuera un trabajador incansable y que no hiciera descansos.
Por suerte el Gobierno había pensado en todo, quizá para tener a la cazadora contenta. Junto al motel había una cafetería que hacía de comedor del motel, pues era demasiado pequeño para tener una sección así. Mientras Kusanagi pedía un café, Abi pidió algo de leche con cacao, el café... no era demasiado bueno para su cuerpo, ya lo había intentado antes. Acompañaría el cacao con un croissant, para llenarse un poco más el estómago.
—¿Hm? —entendió a qué se refería cuando se señaló la cabeza —Hm, gracias —dijo, un poco cortada —. Idea de Amara —dijo, dándose cuenta a continuación de que no sabría a quién se refería de todos sus habitantes —. La voz que escuchaste que no era la mía, esa llamada la hizo ella. Pensó que podría trabajar mejor si el pelo largo no me estorbaba —dijo, revelando la razón por la cual había accedido al cambio de peinado —. Y también dijo que me quedaría bien —añadió al final, aunque era la parte que menos le interesaba. Abigail no era imbécil ni ciega, sabía que su aspecto era deseable según el estándar actual, pero procuraba mantener la vanidad lejos y no usar lo que otros llamarían "encantos" como arma. No era... no era su estilo. Se mantenía y procuraba oler bien -generalmente a vainilla-, pero poco más.
No tardaron en traerles el pedido. Abi tocó la taza y... bueno, esperaría un poco antes de beberse nada. Decidió darle un tiento al croissant mientras le daba vueltas al tema de la desconfianza del jefe de investigación, ¿cómo se podía ablandar el carácter de alguien? Generalmente ella inspiraba confianza con sus actos, pero salvarle un par de veces sería su trabajo, no algo por lo que "confiar" en ella.
—Esta vez también es un día completo, supongo —dijo de repente —. Imagino que estaré en esta isla hasta que el bajo mundo se rinda con el observatorio, ¿verdad? Parece que he convencido a tus superiores, o a ti... no esperaba otra petición tan pronto —dijo la monja. No se la veía molesta con la idea a pesar de no estar cobrando, por suerte podía mantenerse, pero aún así... bueno, daba igual, estaba haciendo labores de protección, eso era suficiente para Abi, había muchos más cazadores y marines para ir a por criminales.
Alzó levemente ambas cejas al escuchar el nombre de Amara, mirándola con algo de expectación. Era evidente que se trataba de alguna de sus habitantes —seguía resultándole rarísimo que una persona pudiera tener «habitantes»—, pero se veía incapaz de identificarles a través de sus nombres. Después de todo, apenas les había visto en más de un par de ocasiones, casi todas breves. Con esta en concreto, sin embargo, sí que parecía haber tenido algo más de trato; habría intercambiado unas pocas palabras al menos.
—¡Ah! Sí, la recuerdo —respondió, terminando por soltar una pequeña carcajada ante la forma que utilizó para explicarse. No sabía si la había puesto en un compromiso por el cumplido o si, quizá, trataba de ser tan humilde como buenamente podía. Resultaba tierno en cierto sentido—. Pues respaldo su opinión.
Los amables empleados de la cafetería no tardaron demasiado en traerles su pedido, tras lo que pudieron tomar asiento en una de las mesas libres y disfrutar de un poco de relax antes de empezar. Veía su taza humear, pero el cansancio acumulado hacía tanta mella en él que prácticamente no se lo pensó antes de dar el primer sorbo. Compararlo con la lava puede resultar en un símil bastante simplón, pero quizá no haya palabra mejor para describir lo que sintió recorriendo su paladar y garganta. A nada estuvo de escupir el café, pero se forzó a sí mismo para no armar un espectáculo en mitad del establecimiento. Además, con Abi delante el resultado podría haber sido desastroso. Se tapó la boca con la mano y clavó la mirada en algún punto fijo, con una expresión de sufrimiento claro.
—Cleo que voy a edpedal u poco má —dijo, sin ser capaz de vocalizar demasiado bien mientras se daba cuenta de que su lengua adquiría una textura rasposa. ¿Qué mejor forma de empezar la mañana?
Se puso a darle vueltas al café con una cucharita, como si nada hubiera pasado, esperando que aquello sirviera para enfriarlo más rápidamente —ignorando la evidencia de que aquello no funcionaría—. Suspiró, construyendo en su mente mil y un esquemas sobre cómo debían abordar aquella nueva misión. Tal y como había señalado su compañera, la clave de la escolta sería ganarse la confianza de Lyrio. ¿Pero cómo podían ganarse a un hombre que desconfiaba de todo y de todos? Él sabía lo que era sospechar de los demás; tras la traición de Hikari y su muerte pasó por una larga época durante la que fue incapaz de depositar su confianza en los demás, ni siquiera en sus compañeros. Le había llevado meses cambiar su parecer al respecto, únicamente después de comprender que su forma de pensar era incorrecta: el mundo solo puede progresar a través de la confianza, ¿podrían hacérselo entender a él también?
—¿Uh? —Absorto en sus pensamientos, tan solo fue capaz de abandonarlos cuando Abigail se dirigió a él. Sus palabras le pillaron con la guardia baja y, a decir verdad, comenzó a sentirse algo mal consigo mismo. Tenía razón: si estaba allí era porque el Cipher Pol así lo quería y, en cierta medida, también por su culpa. Ni siquiera le había preguntado si realmente quería seguir con aquello; se lo había ofrecido, directamente, sin pensar en que, quizá, había aceptado por puro compromiso—. Tienes razón —comenzó, recostándose en el asiento y rascándose la nuca—, no hemos pensado mucho en eso.
Suspiró, terminando por negar con la cabeza y apoyarse sobre la mesa con ambos brazos cruzados, para acercarse un poco más. La miró directamente, con una sonrisa ligeramente forzada.
—Quizá es algo tarde para echarse atrás con este encargo, pero me aseguraré de que no pongan pegas con que te vayas si así lo deseas una vez terminemos. La verdad es que no me he parado a pensar en que, después de todo, estás haciendo esto casi a cambio de nada —hizo una mueca. Le habría gustado poder decir que era una compañera de la agencia pero, a fin de cuentas, no dejaba de ser una cazadora y tendría sus propios asuntos—. Llevaba mucho sin tener un colega de la agencia con el que pudiera operar tan bien, así que creo que en parte ha sido culpa mía. No te preocupes por eso, cuando quieras marcharte tan solo dilo, yo hablaré con los jefes.
Le dedicó una sonrisa, ahora sí, amable y sincera. Sabía que si se iba corría el riesgo de tener que seguir lidiando con aquella situación en compañía de alguien que, quizá, no casase realmente con él. Llevaba nueve años en el Cipher Pol y había aprendido que, por desgracia, había demasiado adoctrinamiento entre sus filas; no era infrecuente que su punto de vista chocase con el del resto de agentes. Fuera como fuese, sería un buen ejercicio de vuelta a la realidad el hacerse a la idea de que, tarde o temprano, tendría que operar con alguien que no se dedicase a la caza de criminales.
—Como sea, he estado pensando —intervino nuevamente, con algo más de vida—. Lo más seguro es que intenten llegar a por él cuando nadie pueda verlo. Ya hemos visto que, sea quien sea el que está detrás de todo esto, no es tonto. Dudo que debamos preocuparnos demasiado hasta la noche, así que podemos emplear el resto del día para intentar acercarnos a él. Si no se fía de nosotros no podremos hacer bien nuestro trabajo —concluyó. Tomó nuevamente la taza, dando un sorbo con cierta precaución, cerciorándose de que podía proceder sin achicharrarse otra vez—. Si él es el jefe de investigaciones, es posible que tuviera un lazo bastante estrecho con Lennart. Si fueron a por él es porque tenía la llave del despacho, y si solo él y Lyrio tenían acceso es que confiaban el uno en el otro. Quizá podamos tirar de ese hilo y hacer que se abra un poco. Debe estar afectado con su muerte y es algo que, por macabro que suene, juega a nuestro favor.
No es que le hiciera demasiada gracia la idea de aprovecharse de semejante desgracia, pero no veía muchas más alternativas. Quizá encontrase una nueva vía con el devenir de la conversación, pero por el momento era lo mejor que tenía.
Disfrutaría de los últimos minutos previos a ponerse en marcha; había que ir a buscar al señor Centauri. Sería él mismo quien guiase, claro está, aunque la casa del investigador no tenía pérdida alguna: se encontraba en el barrio más solvente de Nueva Ohara, en un casoplón que ya querrían muchos poder permitírselo. Por si había dudas con la dirección, todos y cada uno de los humildes hogares contaban con un cartelito que indicaba el nombre de la familia. Probablemente muchos de los residentes contasen con la financiación del Gobierno Mundial para más de un proyecto, así que aparte de adineradas las gentes de esa zona serían las más brillantes del lugar. Dar con la casa del jefe de investigación no llevó mucho, plantándose frente a una imponente finca que constaba con un muro delimitando el recinto.
—Bueno, pues parece que es aquí. —Sus labios se movían, pero su mente no les ordenaba nada; se encontraba demasiado distraído observando la vivienda.
Su mano se dirigió al peculiar timbre que allí había, provocando un sonoro zumbido una vez lo hubo pulsado. Quedaba esperar por la respuesta de su protegido.
—¡Ah! Sí, la recuerdo —respondió, terminando por soltar una pequeña carcajada ante la forma que utilizó para explicarse. No sabía si la había puesto en un compromiso por el cumplido o si, quizá, trataba de ser tan humilde como buenamente podía. Resultaba tierno en cierto sentido—. Pues respaldo su opinión.
Los amables empleados de la cafetería no tardaron demasiado en traerles su pedido, tras lo que pudieron tomar asiento en una de las mesas libres y disfrutar de un poco de relax antes de empezar. Veía su taza humear, pero el cansancio acumulado hacía tanta mella en él que prácticamente no se lo pensó antes de dar el primer sorbo. Compararlo con la lava puede resultar en un símil bastante simplón, pero quizá no haya palabra mejor para describir lo que sintió recorriendo su paladar y garganta. A nada estuvo de escupir el café, pero se forzó a sí mismo para no armar un espectáculo en mitad del establecimiento. Además, con Abi delante el resultado podría haber sido desastroso. Se tapó la boca con la mano y clavó la mirada en algún punto fijo, con una expresión de sufrimiento claro.
—Cleo que voy a edpedal u poco má —dijo, sin ser capaz de vocalizar demasiado bien mientras se daba cuenta de que su lengua adquiría una textura rasposa. ¿Qué mejor forma de empezar la mañana?
Se puso a darle vueltas al café con una cucharita, como si nada hubiera pasado, esperando que aquello sirviera para enfriarlo más rápidamente —ignorando la evidencia de que aquello no funcionaría—. Suspiró, construyendo en su mente mil y un esquemas sobre cómo debían abordar aquella nueva misión. Tal y como había señalado su compañera, la clave de la escolta sería ganarse la confianza de Lyrio. ¿Pero cómo podían ganarse a un hombre que desconfiaba de todo y de todos? Él sabía lo que era sospechar de los demás; tras la traición de Hikari y su muerte pasó por una larga época durante la que fue incapaz de depositar su confianza en los demás, ni siquiera en sus compañeros. Le había llevado meses cambiar su parecer al respecto, únicamente después de comprender que su forma de pensar era incorrecta: el mundo solo puede progresar a través de la confianza, ¿podrían hacérselo entender a él también?
—¿Uh? —Absorto en sus pensamientos, tan solo fue capaz de abandonarlos cuando Abigail se dirigió a él. Sus palabras le pillaron con la guardia baja y, a decir verdad, comenzó a sentirse algo mal consigo mismo. Tenía razón: si estaba allí era porque el Cipher Pol así lo quería y, en cierta medida, también por su culpa. Ni siquiera le había preguntado si realmente quería seguir con aquello; se lo había ofrecido, directamente, sin pensar en que, quizá, había aceptado por puro compromiso—. Tienes razón —comenzó, recostándose en el asiento y rascándose la nuca—, no hemos pensado mucho en eso.
Suspiró, terminando por negar con la cabeza y apoyarse sobre la mesa con ambos brazos cruzados, para acercarse un poco más. La miró directamente, con una sonrisa ligeramente forzada.
—Quizá es algo tarde para echarse atrás con este encargo, pero me aseguraré de que no pongan pegas con que te vayas si así lo deseas una vez terminemos. La verdad es que no me he parado a pensar en que, después de todo, estás haciendo esto casi a cambio de nada —hizo una mueca. Le habría gustado poder decir que era una compañera de la agencia pero, a fin de cuentas, no dejaba de ser una cazadora y tendría sus propios asuntos—. Llevaba mucho sin tener un colega de la agencia con el que pudiera operar tan bien, así que creo que en parte ha sido culpa mía. No te preocupes por eso, cuando quieras marcharte tan solo dilo, yo hablaré con los jefes.
Le dedicó una sonrisa, ahora sí, amable y sincera. Sabía que si se iba corría el riesgo de tener que seguir lidiando con aquella situación en compañía de alguien que, quizá, no casase realmente con él. Llevaba nueve años en el Cipher Pol y había aprendido que, por desgracia, había demasiado adoctrinamiento entre sus filas; no era infrecuente que su punto de vista chocase con el del resto de agentes. Fuera como fuese, sería un buen ejercicio de vuelta a la realidad el hacerse a la idea de que, tarde o temprano, tendría que operar con alguien que no se dedicase a la caza de criminales.
—Como sea, he estado pensando —intervino nuevamente, con algo más de vida—. Lo más seguro es que intenten llegar a por él cuando nadie pueda verlo. Ya hemos visto que, sea quien sea el que está detrás de todo esto, no es tonto. Dudo que debamos preocuparnos demasiado hasta la noche, así que podemos emplear el resto del día para intentar acercarnos a él. Si no se fía de nosotros no podremos hacer bien nuestro trabajo —concluyó. Tomó nuevamente la taza, dando un sorbo con cierta precaución, cerciorándose de que podía proceder sin achicharrarse otra vez—. Si él es el jefe de investigaciones, es posible que tuviera un lazo bastante estrecho con Lennart. Si fueron a por él es porque tenía la llave del despacho, y si solo él y Lyrio tenían acceso es que confiaban el uno en el otro. Quizá podamos tirar de ese hilo y hacer que se abra un poco. Debe estar afectado con su muerte y es algo que, por macabro que suene, juega a nuestro favor.
No es que le hiciera demasiada gracia la idea de aprovecharse de semejante desgracia, pero no veía muchas más alternativas. Quizá encontrase una nueva vía con el devenir de la conversación, pero por el momento era lo mejor que tenía.
Disfrutaría de los últimos minutos previos a ponerse en marcha; había que ir a buscar al señor Centauri. Sería él mismo quien guiase, claro está, aunque la casa del investigador no tenía pérdida alguna: se encontraba en el barrio más solvente de Nueva Ohara, en un casoplón que ya querrían muchos poder permitírselo. Por si había dudas con la dirección, todos y cada uno de los humildes hogares contaban con un cartelito que indicaba el nombre de la familia. Probablemente muchos de los residentes contasen con la financiación del Gobierno Mundial para más de un proyecto, así que aparte de adineradas las gentes de esa zona serían las más brillantes del lugar. Dar con la casa del jefe de investigación no llevó mucho, plantándose frente a una imponente finca que constaba con un muro delimitando el recinto.
—Bueno, pues parece que es aquí. —Sus labios se movían, pero su mente no les ordenaba nada; se encontraba demasiado distraído observando la vivienda.
Su mano se dirigió al peculiar timbre que allí había, provocando un sonoro zumbido una vez lo hubo pulsado. Quedaba esperar por la respuesta de su protegido.
Abigail Mjöllnir
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Akuma no mi
Varios
No sabía cómo reaccionar a los halagos, así que sencillamente asentía sin darle demasiadas vueltas. Esta ineptitud emocional salía a flote cada vez que le decían algo "bonito", y seguramente se debiera a la disciplina con la que fue educada, en la que se alababa más la puntería y el rezo que otra cosa. No obstante, sus habitantes estaban encargándose de, poco a poco, hacer que esto se fuera arreglando, ayudando a mantener la "humanidad" que necesitaba para cumplir sus encargos sin perder su alma por el camino.
Sonrió al verlo quemarse, no por algún tinte sádico ni nada por el estilo, sonrió porque le hizo gracia.
—Deberías soplar un poco antes o te quedarás sin poder saborear nada el resto del día —dijo, sonando un poco como una madre intentando que el retoño no se chamuscara la lengua, el paladar y la garganta. Ella, por su parte, continuó mezclando el cacao mientras dejaba la mitad del croissant en el plato. Bueno, ya estaba bien mezclado, solo faltaba esperar un poco y podría bebérselo.
Cerró los ojos y negó ella misma con la cabeza después de dejar que el agente hablara. Le bastaba con saber que Kus era consciente de que, pagos personales aparte -el catalejo que llevaba en el cinturón-, estaba haciendo aquello de forma gratuita y que, por tanto, lo mínimo era preguntar si estaba disponible. Realmente no estaba en la nómina del gobierno y podría, si quisiera, limitar su relación con éste a simplemente entregar piratas y cobrar, como hacían muchos cazadores.
—No pasa nada —aseguró —. No te preocupes, puedo mantenerme a mí y a mi gente durante bastante tiempo con mi último trabajo —cualquiera diría que acaparaba el dinero y que eso iba contra sus creencias, pero poca gente se paraba a pensar que debía mantener a algo más de una docena de personas además de a sí misma, aquella gran familia tenía que comer, tenía que vestir y debían poder tener acceso a médicos, todo eso costaba un dinero. Además, usaba parte del dinero para cubrir los daños que podía ocasionar, o para ayudar cuando era necesario.
—He aceptado porque el sentimiento es mutuo, Kus —finalmente agarró la taza, sopló un poco y empezó a beber un poco del chocolate aquel —. No hay casi ningún cazador con mi código ético con quien pueda trabajar sin tener que andar detrás constantemente. No encontrarás a mucha gente que entregue a criminales vivos como hago yo porque el pago es el mismo mientras sea reconocible, esté vivo o muerto, y porque mantenerlo vivo puede ser difícil y peligroso —al ser un agente del gobierno no le dijo aún que, por ejemplo, por norma general no cazaba revolucionarios, Abigail consideraba que no debía entregar a quienes trabajaban por un mundo mejor, incluso si era contra el gobierno actual. Esos se los dejaba al propio Gobierno —. Y cuando se trata de dinero... bueno, ya sabes cómo se pone la gente. Es difícil cooperar en este mundo sin esperar una puñalada por un cinco por ciento más de dinero o sin pelearse por ver quién entrega a quién, así que suelo trabajar sola salvo que las circunstancias me fuercen a trabajar con alguien más —de nuevo su ineptitud emocional salía a flote, y es que estaba dando demasiadas vueltas y hablando demasiado para decir lo que quería decir —. En el anterior encargo no tenía opción al no saber quién eras, así que esta es la primera vez que trabajo con alguien voluntariamente. Me quedo porque se trata de proteger una vida y porque puedo confiar en ti. Haré más encargos para vosotros si me lo pides, pero es bueno saber que tienes en cuenta que no estoy a total disposición de vuestra agencia —era cierto que antes había trabajado con marines, y le había gustado trabajar con Elya, pero aquello había sido fruto de las circunstancias y nada más.
Después hablarían de cuándo era más probable que le atacaran, ella coincidía en que lo más evidente era un ataque en la noche, a la luz del día era demasiado arriesgado y ya habían comprobado que tomaban bastantes precauciones, como matar de tal forma que no se derramara sangre, o que buscaran a alguien con la capacidad de transportar gente al interior del recinto sin alertar a nadie. Además, también se tomaban la molestia de esconder los cadáveres... no, no iban a tener nada durante el día.
Empezó a beber de nuevo. Sin embargo, tuvo que detenerse, relamerse para recoger lo que hubiera quedado en sus labios y mirar mal al agente por la idea que había tenido.
—Quiero dejar claro que no apruebo la idea de usar el duelo por un fallecido —y decir fallecido era incorrecto, pues había sido asesinado —. Pero al menos debería darle el pésame —anotó mentalmente no soltar nada religioso mientras estuviera hablando con él, era consciente de que no todo el mundo compartía sus creencias, y según lo que dijera podría empeorar aún más su problema de confianza respecto al resto de la gente.
Continuó bebiendo hasta acabarse la taza, y luego se tomó algo de tiempo para terminar de devorar aquella pieza de bollería. Esperaba y deseara que la conversación hiciera posible una vía de comunicación que no implicara remover los recuerdos sobre un muerto que, dicho sin tacto, aún estaba caliente.
La vivienda del investigador jefe no tenía pérdida, vivía en la que debía ser la vivienda más ostentosa de toda Nueva Ohara. Abigail frunció el ceño ante la visión de aquel barrio en general, no podía evitarlo.
—Nadie necesita tanto terreno para una sola persona ni para cuatro —farfulló, y es que en el espacio que ocupaba una única finca de esas podría dar cobijo a por lo menos una docena de personas. Era posible que ni con todo el dinero que almacenaba en su fortaleza pudiera pagar una casa de esas, así de demencial era aquella zona. Pero no pasaba nada, todo estaba bien, solo tenía que ser Elizabeth y todo iría bien.
Cuando Kus llamó al timbre tuvieron que esperar unos segundos antes de que nadie contestara.
—¿Quién es? —preguntó la voz al otro lado del interfono, estuviera donde estuviera.
—Los agentes Thompson y Kusanagi —aclaró la monja. Ya sabía que tenía escolta, así que supuso que sabría quiénes eran.
—Ah, vosotros. Dadme un par de minutos —colgó tras hablar. No podía decir que le gustara mucho cómo había sonado eso, pero no podía hacer otra cosa sino esperar.
No tardó en aparecer un muchacho que aprentaba más o menos la edad de Kusanagi, solo que en lugar de ser pelirrojo tenía el pelo de color marrón y tenía un peinado más... ¿civil? Tenía el pelo bastante corto, nadie pensaría de buenas a primeras que era alguien importante en su campo. Aún así, se le podría reconocer por la ropa de trabajo que llevaba que, como casi todos los del observatorio, consistía en una bata blanca con, en su caso, una camisa del mismo color y pantalones negros.
—Entonces me vais a seguir hasta al baño, supongo —dijo, aunque su tono relativamente frío hacía que no se terminara de notar que lo decía en broma.
—No creo que sea necesario llegar a ese extremo —el muchacho la miró, sin saber decir si Abi estaba hablando en serio o no. La cazadora parpadeó, sin saber bien qué decir para que no fuera demasiado raro. Al final el investigador jefe suspiró y empezó a andar.
—Vamos. Cuanto antes empecemos antes acabaremos —respondió, sin esperar realmente para ver si lo seguían o no.
Bueno, podría haber ido mejor.
Sonrió al verlo quemarse, no por algún tinte sádico ni nada por el estilo, sonrió porque le hizo gracia.
—Deberías soplar un poco antes o te quedarás sin poder saborear nada el resto del día —dijo, sonando un poco como una madre intentando que el retoño no se chamuscara la lengua, el paladar y la garganta. Ella, por su parte, continuó mezclando el cacao mientras dejaba la mitad del croissant en el plato. Bueno, ya estaba bien mezclado, solo faltaba esperar un poco y podría bebérselo.
Cerró los ojos y negó ella misma con la cabeza después de dejar que el agente hablara. Le bastaba con saber que Kus era consciente de que, pagos personales aparte -el catalejo que llevaba en el cinturón-, estaba haciendo aquello de forma gratuita y que, por tanto, lo mínimo era preguntar si estaba disponible. Realmente no estaba en la nómina del gobierno y podría, si quisiera, limitar su relación con éste a simplemente entregar piratas y cobrar, como hacían muchos cazadores.
—No pasa nada —aseguró —. No te preocupes, puedo mantenerme a mí y a mi gente durante bastante tiempo con mi último trabajo —cualquiera diría que acaparaba el dinero y que eso iba contra sus creencias, pero poca gente se paraba a pensar que debía mantener a algo más de una docena de personas además de a sí misma, aquella gran familia tenía que comer, tenía que vestir y debían poder tener acceso a médicos, todo eso costaba un dinero. Además, usaba parte del dinero para cubrir los daños que podía ocasionar, o para ayudar cuando era necesario.
—He aceptado porque el sentimiento es mutuo, Kus —finalmente agarró la taza, sopló un poco y empezó a beber un poco del chocolate aquel —. No hay casi ningún cazador con mi código ético con quien pueda trabajar sin tener que andar detrás constantemente. No encontrarás a mucha gente que entregue a criminales vivos como hago yo porque el pago es el mismo mientras sea reconocible, esté vivo o muerto, y porque mantenerlo vivo puede ser difícil y peligroso —al ser un agente del gobierno no le dijo aún que, por ejemplo, por norma general no cazaba revolucionarios, Abigail consideraba que no debía entregar a quienes trabajaban por un mundo mejor, incluso si era contra el gobierno actual. Esos se los dejaba al propio Gobierno —. Y cuando se trata de dinero... bueno, ya sabes cómo se pone la gente. Es difícil cooperar en este mundo sin esperar una puñalada por un cinco por ciento más de dinero o sin pelearse por ver quién entrega a quién, así que suelo trabajar sola salvo que las circunstancias me fuercen a trabajar con alguien más —de nuevo su ineptitud emocional salía a flote, y es que estaba dando demasiadas vueltas y hablando demasiado para decir lo que quería decir —. En el anterior encargo no tenía opción al no saber quién eras, así que esta es la primera vez que trabajo con alguien voluntariamente. Me quedo porque se trata de proteger una vida y porque puedo confiar en ti. Haré más encargos para vosotros si me lo pides, pero es bueno saber que tienes en cuenta que no estoy a total disposición de vuestra agencia —era cierto que antes había trabajado con marines, y le había gustado trabajar con Elya, pero aquello había sido fruto de las circunstancias y nada más.
Después hablarían de cuándo era más probable que le atacaran, ella coincidía en que lo más evidente era un ataque en la noche, a la luz del día era demasiado arriesgado y ya habían comprobado que tomaban bastantes precauciones, como matar de tal forma que no se derramara sangre, o que buscaran a alguien con la capacidad de transportar gente al interior del recinto sin alertar a nadie. Además, también se tomaban la molestia de esconder los cadáveres... no, no iban a tener nada durante el día.
Empezó a beber de nuevo. Sin embargo, tuvo que detenerse, relamerse para recoger lo que hubiera quedado en sus labios y mirar mal al agente por la idea que había tenido.
—Quiero dejar claro que no apruebo la idea de usar el duelo por un fallecido —y decir fallecido era incorrecto, pues había sido asesinado —. Pero al menos debería darle el pésame —anotó mentalmente no soltar nada religioso mientras estuviera hablando con él, era consciente de que no todo el mundo compartía sus creencias, y según lo que dijera podría empeorar aún más su problema de confianza respecto al resto de la gente.
Continuó bebiendo hasta acabarse la taza, y luego se tomó algo de tiempo para terminar de devorar aquella pieza de bollería. Esperaba y deseara que la conversación hiciera posible una vía de comunicación que no implicara remover los recuerdos sobre un muerto que, dicho sin tacto, aún estaba caliente.
La vivienda del investigador jefe no tenía pérdida, vivía en la que debía ser la vivienda más ostentosa de toda Nueva Ohara. Abigail frunció el ceño ante la visión de aquel barrio en general, no podía evitarlo.
—Nadie necesita tanto terreno para una sola persona ni para cuatro —farfulló, y es que en el espacio que ocupaba una única finca de esas podría dar cobijo a por lo menos una docena de personas. Era posible que ni con todo el dinero que almacenaba en su fortaleza pudiera pagar una casa de esas, así de demencial era aquella zona. Pero no pasaba nada, todo estaba bien, solo tenía que ser Elizabeth y todo iría bien.
Cuando Kus llamó al timbre tuvieron que esperar unos segundos antes de que nadie contestara.
—¿Quién es? —preguntó la voz al otro lado del interfono, estuviera donde estuviera.
—Los agentes Thompson y Kusanagi —aclaró la monja. Ya sabía que tenía escolta, así que supuso que sabría quiénes eran.
—Ah, vosotros. Dadme un par de minutos —colgó tras hablar. No podía decir que le gustara mucho cómo había sonado eso, pero no podía hacer otra cosa sino esperar.
No tardó en aparecer un muchacho que aprentaba más o menos la edad de Kusanagi, solo que en lugar de ser pelirrojo tenía el pelo de color marrón y tenía un peinado más... ¿civil? Tenía el pelo bastante corto, nadie pensaría de buenas a primeras que era alguien importante en su campo. Aún así, se le podría reconocer por la ropa de trabajo que llevaba que, como casi todos los del observatorio, consistía en una bata blanca con, en su caso, una camisa del mismo color y pantalones negros.
—Entonces me vais a seguir hasta al baño, supongo —dijo, aunque su tono relativamente frío hacía que no se terminara de notar que lo decía en broma.
—No creo que sea necesario llegar a ese extremo —el muchacho la miró, sin saber decir si Abi estaba hablando en serio o no. La cazadora parpadeó, sin saber bien qué decir para que no fuera demasiado raro. Al final el investigador jefe suspiró y empezó a andar.
—Vamos. Cuanto antes empecemos antes acabaremos —respondió, sin esperar realmente para ver si lo seguían o no.
Bueno, podría haber ido mejor.
A sus veintisiete años de vida, era la primera vez que Kus creía tener cosas en común con alguien perteneciente a los gremios de cazarrecompensas. De una forma o de otra se sentía identificado con lo que decía, y es que hasta en el Cipher Pol había ocasiones en las que no podías fiarte de tus compañeros. De hecho, si se paraba a pensarlo, no habían escuchado pocas veces la cantinela de que «la misión es prioritaria a la vida de los agentes». Abandonar a un compañero estaba a la orden del día si era por cumplir pulcramente el trabajo pero, ¿qué garantizaba que aquello no pudiera servir de excusa para que alguien se librara de ti? Lógicamente aquello no era algo común, pero los casos de corrupción en la agencia parecían incrementarse día tras día y el objetivo del pelirrojo alejarse más y más en la distancia. También estaba el problema de que, muy de vez en cuando, se encontraban infiltrados de la revolución entre sus filas. Habían llegado a un punto en el que costaba confiar incluso en tus compañeros de división, lo cual no resultaba en nada positivo, evidentemente. Que Abi hubiera desarrollado aquella confianza con él era bastante alentador; que el sentimiento fuera recíproco parecía bastante obvio. Ojalá pudieran transmitírselo a Lyrio.
Había metido la pata, sin embargo, y hasta se sentía mal por haber propuesto una idea como aquella. Era, probablemente, la primera vez que la rubia le miraba con reproche, y no podía decir que fuera injustificado. La idea era macabra, pero a veces necesitaban utilizar cualquier cosa que tuvieran a su alcance para llevar a cabo la misión; era algo que también había aprendido en la agencia.
—No quiero que me malinterpretes por lo de antes —dijo de repente, sin dejar de mirar hacia la enorme vivienda, mientras esperaban a que el investigador contestase—. Detesto siquiera plantearme que nos aprovechemos de su dolor, pero prefiero faltar a mi ética y salvar una vida que ser fiel y conseguir otro cadáver —sentenció, mirándola de reojo—. Te prometo, en cualquier caso, que será la última de mis opciones.
Justo cuando terminó se escuchó la voz del hombre al que debían escoltar al otro lado del interfono, quien no parecía recibirles con mucho agrado. Inspiró mientras se mentalizaba, soltando el aire muy muy despacio. Tendría que sacar su mejor don de gentes para ganarse al cerebrito; normalmente aquello no suponía ningún problema, pero tenía la corazonada de que ese tío iba a ser un hueso duro de roer.
Cuando apareció frente a ellos tuvo la impresión de que, probablemente, fuera de su quinta. Algo más bajito, con un pelo mucho menos largo y llamativo que el suyo, pero con un aire bastante juvenil en general. Hasta ese momento no sabía qué se iba a encontrar y, de una u otra forma, verle le había dado algunas esperanzas. Él también era un cerebrito, aunque fuera en una medida mucho menos evidente que el señor Centauri, así que quizá podría tirar de ciencia para sacarle conversación. ¿Le sorprendería que un agente tuviera conocimientos de física teórica y aplicada? Habría que verlo.
Miró a Abigail con cierta incredulidad, casi teniendo que contener una carcajada. Lo había dicho de broma, ¿no? Parecía tan decidida que no sabía qué pensar al respecto.
—Detrás de usted —concluyó Kusanagi, mirando con cierta complicidad a su compañera una vez pasó de largo, girándose y siguiéndole de cerca.
En un principio no iban a sugerir ningún tipo de ruta a seguir ni nada por el estilo, sino que se limitarían a dejarle ir y venir. Los motivos eran dos; el primero de ellos que la isla no era tan grande como para buscar caminos más enrevesados o seguros: el trayecto hasta el observatorio era el que era y, si no querían ir campo a través, tan solo tenían una opción. El segundo, por otro lado, era evitar a cualquier precio presionar de ninguna forma a Lyrio. Cuanto más a su aire le dejasen más cómodo estaría y, con algo de suerte, se sentiría más dispuesto a colaborar y dejar que le dieran algo de conversación.
Carraspeó un poco al ver que el hombre no decía nada, dispuesto a sacarle algo de conversación. Podían empezar con algo formal.
—Y dígame, señor Centauri, ¿cuánto tiempo suele emplear en el observatorio? Viendo que comienza tan temprano, ¿he de suponer que termina pronto?
—¿Ya estás pensando en cuánto te queda para acabar tu trabajo? Pues empezamos bien. —La respuesta llegó sin que siquiera se dignara a mirarle, siguiendo de forma imperturbable su camino con paso calmado.
Se hizo un silencio un tanto incómodo, durante el cual Kus buscó la mirada de Abi sin saber muy bien qué responderle. No se lo iba a poner fácil.
—En absoluto, con mucho gusto nos ocuparemos de guardar sus espaldas el tiempo que sea necesario. Es más que un placer tener la oportunidad de trabajar con alguien como usted —tiró un poco de peloteo, empleando el tono más cordial que pudo sacar de su ser—. Tan solo preguntaba para saber qué tipo de planificación va a seguir a lo largo del día; con esa información podremos llevar a cabo mejor nuestras labores.
De nuevo el silencio, tan solo perturbado por sus pasos y por los ruidos que había por la calle. Los tenderos abriendo sus puestos en el mercadillo, la clientela de las cafeterías, algunas familias que ya habían empezado su rutina diaria, entre otras tantas cosas que se ocupaban de demostrar que la isla empezaba a despertar.
Lyrio suspiró, cediendo aparentemente ante las buenas palabras del agente.
—Mis labores varían según el día, así que algunas veces tan solo estoy allí unas pocas horas y en otras ocasiones me quedo hasta bien entrada la noche. Tengo algo de trabajo acumulado, así que seguramente termine tarde... pero aspiro a poder cenar fuera del observatorio. Supongo que no hay problema con eso, ¿no? ¿O el protocolo me prohíbe comer en público? —sus últimas palabras las soltó con tintes de desgana y exasperación. No parecía hacerle mucha gracia tener a dos niñeras constantemente detrás de él.
—En absoluto. La idea es que haga lo mismo que haría en un día cualquiera, como si nosotros no estuviéramos. Trataremos de interferir lo menos posible, así que usted vaya donde quiera. Garantizaremos su seguridad, decida lo que decida.
Y es que aquello no era ninguna mentira. El único que sabía que alguien tenía los ojos puestos sobre el observatorio era Lyrio, así que debía comportarse con normalidad durante el tiempo que estuvieran juntos. Aún le estaba dando vueltas a qué explicación podrían darle al hecho de que tuviera a dos agentes pegados a su culo todo el rato, pero algo se les ocurriría. Quizá justificarlo con algunas gestiones que requirieran de la presencia de la agencia o algo por el estilo.
Fuera como fuese, dejaría que Abigail interviniese si quería o que tratase de sacarle algo de conversación. Por su parte se contentaba con haberle sacado más de cuatro palabras seguidas, aunque no estaría de más que el camino no fuera en completo y absoluto silencio. Suponía que cuando llegasen les tocaría realizar los chequeos oportunos y aguardar a que el señor Centauri fichara. ¿Se encontrarían en la puerta con los mismos agentes a los que habían relevado en la operación anterior? Roppen y Poland, si no recordaba mal los nombres, serían quienes se encargasen de atenderles a la entrada casi con total certeza. Su mayor temor era, sin embargo, tener que quedarse clavados en el suelo frente a la puerta del despacho del jefe de investigación. Si las horas podían pasar lentas de patrulla, ¿cómo lo harían sin moverse del sitio? Podía conversar con su compañera, pero eran demasiadas horas y, tarde o temprano, el cansancio haría mella en alguno de los dos.
«Y si se encierra en su despacho no podremos hablar con él o ganarnos su confianza», se dijo.
Hizo una mueca, centrándose en darle vueltas al asunto. Tras un par de minutos la bombillita se le encendería y miraría de reojo a su compañera. Aprovechando que se encontraban algo por detrás de él, sus labios se movieron sin el sonido de sus palabras llegara a ningún otro sitio que a los oídos de la mujer; así lo querían sus poderes.
—Podríamos intentar convencerle para que nos deje echarle una mano en sus tareas. Hacer de vigilantes no nos va a dar muchas opciones para acercarnos a él. Cualquiera puede ordenar documentos o ir en busca de otra gente si lo necesita.
Había metido la pata, sin embargo, y hasta se sentía mal por haber propuesto una idea como aquella. Era, probablemente, la primera vez que la rubia le miraba con reproche, y no podía decir que fuera injustificado. La idea era macabra, pero a veces necesitaban utilizar cualquier cosa que tuvieran a su alcance para llevar a cabo la misión; era algo que también había aprendido en la agencia.
—No quiero que me malinterpretes por lo de antes —dijo de repente, sin dejar de mirar hacia la enorme vivienda, mientras esperaban a que el investigador contestase—. Detesto siquiera plantearme que nos aprovechemos de su dolor, pero prefiero faltar a mi ética y salvar una vida que ser fiel y conseguir otro cadáver —sentenció, mirándola de reojo—. Te prometo, en cualquier caso, que será la última de mis opciones.
Justo cuando terminó se escuchó la voz del hombre al que debían escoltar al otro lado del interfono, quien no parecía recibirles con mucho agrado. Inspiró mientras se mentalizaba, soltando el aire muy muy despacio. Tendría que sacar su mejor don de gentes para ganarse al cerebrito; normalmente aquello no suponía ningún problema, pero tenía la corazonada de que ese tío iba a ser un hueso duro de roer.
Cuando apareció frente a ellos tuvo la impresión de que, probablemente, fuera de su quinta. Algo más bajito, con un pelo mucho menos largo y llamativo que el suyo, pero con un aire bastante juvenil en general. Hasta ese momento no sabía qué se iba a encontrar y, de una u otra forma, verle le había dado algunas esperanzas. Él también era un cerebrito, aunque fuera en una medida mucho menos evidente que el señor Centauri, así que quizá podría tirar de ciencia para sacarle conversación. ¿Le sorprendería que un agente tuviera conocimientos de física teórica y aplicada? Habría que verlo.
Miró a Abigail con cierta incredulidad, casi teniendo que contener una carcajada. Lo había dicho de broma, ¿no? Parecía tan decidida que no sabía qué pensar al respecto.
—Detrás de usted —concluyó Kusanagi, mirando con cierta complicidad a su compañera una vez pasó de largo, girándose y siguiéndole de cerca.
En un principio no iban a sugerir ningún tipo de ruta a seguir ni nada por el estilo, sino que se limitarían a dejarle ir y venir. Los motivos eran dos; el primero de ellos que la isla no era tan grande como para buscar caminos más enrevesados o seguros: el trayecto hasta el observatorio era el que era y, si no querían ir campo a través, tan solo tenían una opción. El segundo, por otro lado, era evitar a cualquier precio presionar de ninguna forma a Lyrio. Cuanto más a su aire le dejasen más cómodo estaría y, con algo de suerte, se sentiría más dispuesto a colaborar y dejar que le dieran algo de conversación.
Carraspeó un poco al ver que el hombre no decía nada, dispuesto a sacarle algo de conversación. Podían empezar con algo formal.
—Y dígame, señor Centauri, ¿cuánto tiempo suele emplear en el observatorio? Viendo que comienza tan temprano, ¿he de suponer que termina pronto?
—¿Ya estás pensando en cuánto te queda para acabar tu trabajo? Pues empezamos bien. —La respuesta llegó sin que siquiera se dignara a mirarle, siguiendo de forma imperturbable su camino con paso calmado.
Se hizo un silencio un tanto incómodo, durante el cual Kus buscó la mirada de Abi sin saber muy bien qué responderle. No se lo iba a poner fácil.
—En absoluto, con mucho gusto nos ocuparemos de guardar sus espaldas el tiempo que sea necesario. Es más que un placer tener la oportunidad de trabajar con alguien como usted —tiró un poco de peloteo, empleando el tono más cordial que pudo sacar de su ser—. Tan solo preguntaba para saber qué tipo de planificación va a seguir a lo largo del día; con esa información podremos llevar a cabo mejor nuestras labores.
De nuevo el silencio, tan solo perturbado por sus pasos y por los ruidos que había por la calle. Los tenderos abriendo sus puestos en el mercadillo, la clientela de las cafeterías, algunas familias que ya habían empezado su rutina diaria, entre otras tantas cosas que se ocupaban de demostrar que la isla empezaba a despertar.
Lyrio suspiró, cediendo aparentemente ante las buenas palabras del agente.
—Mis labores varían según el día, así que algunas veces tan solo estoy allí unas pocas horas y en otras ocasiones me quedo hasta bien entrada la noche. Tengo algo de trabajo acumulado, así que seguramente termine tarde... pero aspiro a poder cenar fuera del observatorio. Supongo que no hay problema con eso, ¿no? ¿O el protocolo me prohíbe comer en público? —sus últimas palabras las soltó con tintes de desgana y exasperación. No parecía hacerle mucha gracia tener a dos niñeras constantemente detrás de él.
—En absoluto. La idea es que haga lo mismo que haría en un día cualquiera, como si nosotros no estuviéramos. Trataremos de interferir lo menos posible, así que usted vaya donde quiera. Garantizaremos su seguridad, decida lo que decida.
Y es que aquello no era ninguna mentira. El único que sabía que alguien tenía los ojos puestos sobre el observatorio era Lyrio, así que debía comportarse con normalidad durante el tiempo que estuvieran juntos. Aún le estaba dando vueltas a qué explicación podrían darle al hecho de que tuviera a dos agentes pegados a su culo todo el rato, pero algo se les ocurriría. Quizá justificarlo con algunas gestiones que requirieran de la presencia de la agencia o algo por el estilo.
Fuera como fuese, dejaría que Abigail interviniese si quería o que tratase de sacarle algo de conversación. Por su parte se contentaba con haberle sacado más de cuatro palabras seguidas, aunque no estaría de más que el camino no fuera en completo y absoluto silencio. Suponía que cuando llegasen les tocaría realizar los chequeos oportunos y aguardar a que el señor Centauri fichara. ¿Se encontrarían en la puerta con los mismos agentes a los que habían relevado en la operación anterior? Roppen y Poland, si no recordaba mal los nombres, serían quienes se encargasen de atenderles a la entrada casi con total certeza. Su mayor temor era, sin embargo, tener que quedarse clavados en el suelo frente a la puerta del despacho del jefe de investigación. Si las horas podían pasar lentas de patrulla, ¿cómo lo harían sin moverse del sitio? Podía conversar con su compañera, pero eran demasiadas horas y, tarde o temprano, el cansancio haría mella en alguno de los dos.
«Y si se encierra en su despacho no podremos hablar con él o ganarnos su confianza», se dijo.
Hizo una mueca, centrándose en darle vueltas al asunto. Tras un par de minutos la bombillita se le encendería y miraría de reojo a su compañera. Aprovechando que se encontraban algo por detrás de él, sus labios se movieron sin el sonido de sus palabras llegara a ningún otro sitio que a los oídos de la mujer; así lo querían sus poderes.
—Podríamos intentar convencerle para que nos deje echarle una mano en sus tareas. Hacer de vigilantes no nos va a dar muchas opciones para acercarnos a él. Cualquiera puede ordenar documentos o ir en busca de otra gente si lo necesita.
Abigail Mjöllnir
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No sería muy severa con el agente. Entendía que no lo había propuesto con la intención de hacerlo como primer recurso, pero la hereje debía dejar clara su postura. Tampoco lo regañaría como tal, no se lo merecía. Se aguantó el suspiro y echó a andar junto al agente Kusanagi. ¿Cómo podrían conseguir que confiara en ellos? Parecía alguien distante como le habían dicho.
Y... por lo que escuchaba era también un hombre un poco "cortante". «Esta vez no he sido yo» pensó al escuchar el hachazo que le había soltado a Kusanagi. Durante unos segundos se hizo el silencio, un silencio que para los agentes era incómodo, pero que para Centauri parecía ser algo normal, tal vez porque él mismo solía ser el culpable.
Por lo visto tenía trabajo acumulado y que eso lo obligaría a estar alllí hasta la noche. Ahí sería. Probablemente esperarían a que estuvieran cansados -todos- para actuar. Por ello, Abigail pensaba que lo mejor sería reservar las fuerzas hasta ese momento. Quería cenar fuera... no diría nada, haría todo lo que estuviera en su mano para protegerle, pusiera las trabas que pusiera.
Escuchó el susurro de Kus, y asintió con la cabeza. Estaba de acuerdo en que echarle una mano con las tareas rutinarias o "mundanas" sería una buena forma de empezar a entablar confianza. No eran necesarios conocimientos específicos para llevar o traer cosas, aunque... ¿y si empezaban demostrando que servían para algo más que para detener matones? Alguien llega a esa posición con conocimientos y trabajo duro, debería ser capaz de apreciar el trabajo y conocimiento de los agentes, si se lo demostraban. Sin embargo, no podía ser tan forzado como decirle "Oye sabemos hacer esto", tenían que ser más sutiles. Ugh, era su punto más flojo.
En aquel momento ya se encontraban en el corazón de la ciudad del gobierno de Nueva Ohara, donde el silencio de su trayecto se rompía con los ruidos de las buenas gentes que se buscaban la vida o que simplemente desayunaban por ahí. Sonrió al escuchar los sonidos de cafetería, el bullicio del mercado... todo sin actividad criminal. Resultaba agradable, y se preguntaba si eso era debido a la presencia del gobierno. No tenía mucho conocimiento sobre la historia de la isla, pero la presencia gubernamental era bastante mayor de lo habitual si lo comparaba con otras islas en las que había estado.
—Señor Centauri —dijo Abigail mientras abandonaban la parte más ajetreada de la ciudad de nueva Ohara —. Como mi compañero y yo ya estamos familiarizados con el observatorio y sus trabajadores me preguntaba si sería posible ayudarle en las tareas más rutinarias que no requieran conocimientos de astronomía —propuso, poniendo como justificación que, debido a su anterior encargo allí, los dos ya conocían el lugar y a los trabajadores del observatorio, no debería resultarles difícil ayudar en tareas como las que le había susurrado el agente. Ordenar documentos, buscar informes de quien sea, incluso ir a buscar muestras archivadas si era necesario.
Lyrio se mantuvo en silencio unos segundos antes de hablar de nuevo.
—Si he acabado con una muestra que no ha sido útil para la investigación, ¿dónde se almacenaría? —preguntó de repente, seguramente para poner a prueba los conocimientos de Abigail sobre el propio observatorio, puesto que había sido ella quien había preguntado.
—En el almacén, en una caja rotulada como "Descarte" seguida de un código que imagino será el código de informe o de la investigación relacionada —respondió. Debido a su numerito con el puñal había tenido que pasar un buen rato en el almacén escondida de los ojos de todos, allí vio todo aquello. Lo de los descartes se le había quedado grabado por... bueno, por ese incidente, pero le ahorraría esa parte.
De nuevo se hizo un pequeño silencio, seguido de un pequeño gruñido del investigador jefe.
—Me lo pensaré —dijo finalmente. No lo mostraba porque por lo visto los jefes debían ser fríos como cubitos de hielo, pero estaba un poco sorprendido de que hubiera podido responder bien. De momento Centauri continuaba pensando en los agentes Elizabeth y Kusanagi como un par de músculos a los que pagaban para protegerle y nada más, pero al menos ya sabía que no eran totalmente inútiles fuera de eso.
Se llevó la mano al corazón, uf... bueno, eso había salido bien. Miró de reojo al agente, esperando que no fuera necesario que hablara para transmitirle el mensaje de "Por algo se empieza", con el gesto de alivio que tenía ella en la cara debía ser suficiente.
No tardaron mucho más en llegar al observatorio. Los pasillos los tenía ya aprendidos, especialmente se había aprendido de memoria el lugar en el que estaba guardada aquella malvada escoba. Durante aquella pequeña caminata siguiendo a Lyrio pudo ver a los dos agentes que estaban normalmente encargados del observatorio, Poland y Roppen, a los que saludó con un sencillo gesto de su cabeza. Ahora que estaban allí de nuevo podían ponerse a trabajar.
Eso, claro está, sucedería solo si Lyrio accedía a dejarles trabajar con él y no eran obligados a estar ocho horas jugando a las cartas frente al despacho del investigador, claro.
Y... por lo que escuchaba era también un hombre un poco "cortante". «Esta vez no he sido yo» pensó al escuchar el hachazo que le había soltado a Kusanagi. Durante unos segundos se hizo el silencio, un silencio que para los agentes era incómodo, pero que para Centauri parecía ser algo normal, tal vez porque él mismo solía ser el culpable.
Por lo visto tenía trabajo acumulado y que eso lo obligaría a estar alllí hasta la noche. Ahí sería. Probablemente esperarían a que estuvieran cansados -todos- para actuar. Por ello, Abigail pensaba que lo mejor sería reservar las fuerzas hasta ese momento. Quería cenar fuera... no diría nada, haría todo lo que estuviera en su mano para protegerle, pusiera las trabas que pusiera.
Escuchó el susurro de Kus, y asintió con la cabeza. Estaba de acuerdo en que echarle una mano con las tareas rutinarias o "mundanas" sería una buena forma de empezar a entablar confianza. No eran necesarios conocimientos específicos para llevar o traer cosas, aunque... ¿y si empezaban demostrando que servían para algo más que para detener matones? Alguien llega a esa posición con conocimientos y trabajo duro, debería ser capaz de apreciar el trabajo y conocimiento de los agentes, si se lo demostraban. Sin embargo, no podía ser tan forzado como decirle "Oye sabemos hacer esto", tenían que ser más sutiles. Ugh, era su punto más flojo.
En aquel momento ya se encontraban en el corazón de la ciudad del gobierno de Nueva Ohara, donde el silencio de su trayecto se rompía con los ruidos de las buenas gentes que se buscaban la vida o que simplemente desayunaban por ahí. Sonrió al escuchar los sonidos de cafetería, el bullicio del mercado... todo sin actividad criminal. Resultaba agradable, y se preguntaba si eso era debido a la presencia del gobierno. No tenía mucho conocimiento sobre la historia de la isla, pero la presencia gubernamental era bastante mayor de lo habitual si lo comparaba con otras islas en las que había estado.
—Señor Centauri —dijo Abigail mientras abandonaban la parte más ajetreada de la ciudad de nueva Ohara —. Como mi compañero y yo ya estamos familiarizados con el observatorio y sus trabajadores me preguntaba si sería posible ayudarle en las tareas más rutinarias que no requieran conocimientos de astronomía —propuso, poniendo como justificación que, debido a su anterior encargo allí, los dos ya conocían el lugar y a los trabajadores del observatorio, no debería resultarles difícil ayudar en tareas como las que le había susurrado el agente. Ordenar documentos, buscar informes de quien sea, incluso ir a buscar muestras archivadas si era necesario.
Lyrio se mantuvo en silencio unos segundos antes de hablar de nuevo.
—Si he acabado con una muestra que no ha sido útil para la investigación, ¿dónde se almacenaría? —preguntó de repente, seguramente para poner a prueba los conocimientos de Abigail sobre el propio observatorio, puesto que había sido ella quien había preguntado.
—En el almacén, en una caja rotulada como "Descarte" seguida de un código que imagino será el código de informe o de la investigación relacionada —respondió. Debido a su numerito con el puñal había tenido que pasar un buen rato en el almacén escondida de los ojos de todos, allí vio todo aquello. Lo de los descartes se le había quedado grabado por... bueno, por ese incidente, pero le ahorraría esa parte.
De nuevo se hizo un pequeño silencio, seguido de un pequeño gruñido del investigador jefe.
—Me lo pensaré —dijo finalmente. No lo mostraba porque por lo visto los jefes debían ser fríos como cubitos de hielo, pero estaba un poco sorprendido de que hubiera podido responder bien. De momento Centauri continuaba pensando en los agentes Elizabeth y Kusanagi como un par de músculos a los que pagaban para protegerle y nada más, pero al menos ya sabía que no eran totalmente inútiles fuera de eso.
Se llevó la mano al corazón, uf... bueno, eso había salido bien. Miró de reojo al agente, esperando que no fuera necesario que hablara para transmitirle el mensaje de "Por algo se empieza", con el gesto de alivio que tenía ella en la cara debía ser suficiente.
No tardaron mucho más en llegar al observatorio. Los pasillos los tenía ya aprendidos, especialmente se había aprendido de memoria el lugar en el que estaba guardada aquella malvada escoba. Durante aquella pequeña caminata siguiendo a Lyrio pudo ver a los dos agentes que estaban normalmente encargados del observatorio, Poland y Roppen, a los que saludó con un sencillo gesto de su cabeza. Ahora que estaban allí de nuevo podían ponerse a trabajar.
Eso, claro está, sucedería solo si Lyrio accedía a dejarles trabajar con él y no eran obligados a estar ocho horas jugando a las cartas frente al despacho del investigador, claro.
Aguardó en silencio mientras su compañera lanzaba el primer golpe: un ofrecimiento de asistencia en su trabajo para el señor Centauri. Al habérselo sugerido supuso que, quizá, sería más efectivo que ambos agentes se mostrasen proactivos y dispuestos a charlar con él. Si durante su primera misión juntos tenían que operar como un equipo, ahora les tocaba funcionar como un mismo cuerpo y una misma mente; el apoyo entre sus argumentos sería fundamental para darles mayor peso y, quizá, calar más en el investigador.
Abigail había sido muy concreta en su oferta, y es que tareas como llevar y traer documentos; hacer llamar o buscar a otros miembros del equipo de investigación o, simplemente, organizar lo que fuera que les pidiera, podían ser tan útiles como fáciles de desempeñar, algo que el científico no podría obviar. Haber trabajado previamente en aquellas instalaciones tan solo jugaba a su favor, y estaba seguro de que él —al igual que la beata— lo sabía. Si se negaba el motivo sería únicamente su terquedad, y aunque el pelirrojo se sentía capaz de asegurar que aquel individuo era un auténtico cabezota, no sentía que fuera el tipo de gente que se dejaba llevar por ello ante propuestas razonables. Su reacción, sin embargo, sí que le pilló por sorpresa, y es que la pregunta que le lanzó a su compañera consiguió hacerle perder varias tonalidades de piel. ¿Cómo demonios podían saber eso? «Mierda, mierda, mierda».
Su único ojo visible se clavó en la rubia y, al ver la determinación en su rostro, sintió un alivio enorme recorrer su cuerpo. La respuesta llegó rápidamente de manos de la mujer; por la mueca de Lyrio concluyó que había dado en el clavo. Iba a pensárselo, y eso ya era bastante más de lo que tenían minutos antes. Ladeó la cabeza y sonrió a su compañera, asintiendo ante su forma de mirarle. «Bien hecho, Abi».
Pensó en aportar algo más, quizá asegurándole que no se arrepentiría si les dejaba ayudar o algo por el estilo, pero entendió que supondría atosigarle de más. Su pareja acababa de enterrar la semilla de la duda, tan solo quedaba esperar a que esta germinase.
El camino hasta el observatorio fue bastante tranquilo una vez abandonaron el foco urbano, y es que como la anterior vez se encontraron recorriendo un trayecto de tierra que se alejaba de la ciudad. A lo lejos podía verse la cúpula del observatorio y las instalaciones colindantes, casi como si les estuviera esperando para un nuevo día —y una nueva noche— de trabajo. La llegada fue bastante similar a la del primer día, y es que tanto Roppen como Poland, quienes parecían ser los agentes habituales al cargo de la vigilancia, les recibieron animados para realizar los fichajes. El señor Centauri apenas les dedicó unas pocas palabras, aunque su rostro mostró lo que parecía ser un atisbo de sonrisa al referirse a ellos. No sabía cuánto tiempo llevaban esos dos operando allí, pero supuso que lo suficiente como para que el investigador jefe les tuviera algo de aprecio. Hecho esto le siguieron, pudiendo percatarse por el camino del sumo respeto con el que algunos de los trabajadores se dirigían a él; otros, sin embargo, parecían mirarle con cierto recelo y responder a regañadientes. Podía empezar a comprender el porqué de que Lyrio guardase las distancias con la gente: era complicado diferir quiénes eran honestos y quiénes no.
Finalmente terminaron por llegar a una puerta que a ambos les resultaría familiar: la del despacho del jefe de investigación. Allí había sido donde el señor bolsillos había accedido para intentar sustraer lo que fuera que estuvieran buscando, disfrazado de Lennart. Lyrio extrajo las llaves de uno de los bolsillos de su inmaculada bata y abrió la puerta tranquilamente. Kusanagi no pudo evitar echar un vistazo al interior, como si quisiera asegurarse de que todo estuviera en orden, sin rastro de la pelea ni de la sangre derramada durante las curas que le había hecho a la monja. «Está todo bien, idiota. Habrá estado por aquí los últimos días», se dijo, intentando quitarse aquella estúpida preocupación de la cabeza.
¡Bam!
La puerta se cerró a escasos centímetros del rostro del agente, tan cerca que hasta sintió el aire deslizándose sobre su piel. Lyrio se había adentrado en su despacho y les había dejado fuera. Parecía que, después de todo, les iba a tocar limitarse a custodiar su puerta por el momento.
Su mirada buscó la de Abigail, justo antes de soltar un pesado suspiro.
—Pues a esperar —sentenció el agente, apoyándose de espaldas a la pared a un lado de la puerta, cruzándose de brazos. Dibujó una suerte de puchero y puso mala cara. No hacía falta ser tan seco.
Los primeros minutos pasarían sin nada que destacar, con algún que otro científico yendo y viniendo por los pasillos, a veces saludándoles, a veces no. A los curiosos que preguntaban, el agente les respondía que estaban por motivo de un proyecto especial que el gobierno habría asignado al señor Centauri, siendo ellos los encargados de salvaguardar su entrega. Los civiles no solían querer indagar demasiado en los asuntos del Cipher Pol, cosa que seguramente se acentuase en el caso de los investigadores. Después de todo, ellos mejor que nadie sabrían en qué cosas estaba metido el Gobierno Mundial.
Repentinamente, unos veinte minutos después, se pudo escuchar una voz al otro lado de la puerta.
—Eh, vosotros, entrad un momento.
Kusanagi alzó una ceja y miró a su compañera, justo antes de separarse de la pared y abrir la puerta. Al otro lado de la misma se encontraba Lyrio, con un montón de documentos sobre la mesa y sacando algunos más de los archivadores repartidos a lo largo del despacho. Ante la confusa mirada del pelirrojo, señaló el papeleo.
—Queríais ayudarme, ¿no? Pues tomad asiento —les indicó, apuntando con la nariz a dos sillas que se encontraban frente a su escritorio—. Hay algunos documentos bastante desfasados que no me sirven para nada y no hacen más que molestarme, así que vamos a empezar por hacer algo de limpieza. Cada taco de papeles vendrá con un código alfanumérico, el cual representa el año y el mes en dígitos, seguido del código del proyecto con letras. Necesito que separéis los que hagan referencia a proyectos de años pasados y que los separéis en distintos montones —y miró a la mujer—. Luego habrá que buscarles sus cajones de «descarte», así que es importante que estén bien ordenaditos. Creo que está bien para empezar.
Estaba bien, ¡claro que estaba bien! Por algún motivo, el pelirrojo comenzó a denotar un ligero temblor en su mano izquierda que no era capaz de frenar. Por suerte el investigador volvía a estar demasiado centrado en sus documentos para verlo, aunque quizá Abigail pudiera darse cuenta. Parecía una tarea sencilla, y seguramente así lo era... ¡Siempre y cuando no se fuera un auténtico desastre organizativo! ¿Cómo demonios iba a ordenar documentos sobre los que no tenía ni idea si no era capaz de organizar su ropa interior en un armario? Tragó saliva, adentrándose en la sala para tomar uno de los asientos y mirar fijamente la montaña de papeles que tenían delante.
«Venga, Kus, tú puedes con esto... tan solo tienes que concentrarte», se decía, buscando algo a lo que aferrarse. Esperaba que su compañera no tuviera el mismo tipo de problema con el orden o estarían perdidos. Quizá, si se apoyaba en ella, no la cagaría demasiado... ¿No?
—Vamos, vamos, al lío. Si nos quitamos esto lo más pesado estará hecho —les instó Lyrio, suspirando mientras revisaba un par de papeles.
El agente tomó entre sus manos algunos de los documentos, dispuesto a empezar. Un momento, ¿no había cogido dos hojas? Mierda, ya había perdido una de ellas...
Abigail había sido muy concreta en su oferta, y es que tareas como llevar y traer documentos; hacer llamar o buscar a otros miembros del equipo de investigación o, simplemente, organizar lo que fuera que les pidiera, podían ser tan útiles como fáciles de desempeñar, algo que el científico no podría obviar. Haber trabajado previamente en aquellas instalaciones tan solo jugaba a su favor, y estaba seguro de que él —al igual que la beata— lo sabía. Si se negaba el motivo sería únicamente su terquedad, y aunque el pelirrojo se sentía capaz de asegurar que aquel individuo era un auténtico cabezota, no sentía que fuera el tipo de gente que se dejaba llevar por ello ante propuestas razonables. Su reacción, sin embargo, sí que le pilló por sorpresa, y es que la pregunta que le lanzó a su compañera consiguió hacerle perder varias tonalidades de piel. ¿Cómo demonios podían saber eso? «Mierda, mierda, mierda».
Su único ojo visible se clavó en la rubia y, al ver la determinación en su rostro, sintió un alivio enorme recorrer su cuerpo. La respuesta llegó rápidamente de manos de la mujer; por la mueca de Lyrio concluyó que había dado en el clavo. Iba a pensárselo, y eso ya era bastante más de lo que tenían minutos antes. Ladeó la cabeza y sonrió a su compañera, asintiendo ante su forma de mirarle. «Bien hecho, Abi».
Pensó en aportar algo más, quizá asegurándole que no se arrepentiría si les dejaba ayudar o algo por el estilo, pero entendió que supondría atosigarle de más. Su pareja acababa de enterrar la semilla de la duda, tan solo quedaba esperar a que esta germinase.
El camino hasta el observatorio fue bastante tranquilo una vez abandonaron el foco urbano, y es que como la anterior vez se encontraron recorriendo un trayecto de tierra que se alejaba de la ciudad. A lo lejos podía verse la cúpula del observatorio y las instalaciones colindantes, casi como si les estuviera esperando para un nuevo día —y una nueva noche— de trabajo. La llegada fue bastante similar a la del primer día, y es que tanto Roppen como Poland, quienes parecían ser los agentes habituales al cargo de la vigilancia, les recibieron animados para realizar los fichajes. El señor Centauri apenas les dedicó unas pocas palabras, aunque su rostro mostró lo que parecía ser un atisbo de sonrisa al referirse a ellos. No sabía cuánto tiempo llevaban esos dos operando allí, pero supuso que lo suficiente como para que el investigador jefe les tuviera algo de aprecio. Hecho esto le siguieron, pudiendo percatarse por el camino del sumo respeto con el que algunos de los trabajadores se dirigían a él; otros, sin embargo, parecían mirarle con cierto recelo y responder a regañadientes. Podía empezar a comprender el porqué de que Lyrio guardase las distancias con la gente: era complicado diferir quiénes eran honestos y quiénes no.
Finalmente terminaron por llegar a una puerta que a ambos les resultaría familiar: la del despacho del jefe de investigación. Allí había sido donde el señor bolsillos había accedido para intentar sustraer lo que fuera que estuvieran buscando, disfrazado de Lennart. Lyrio extrajo las llaves de uno de los bolsillos de su inmaculada bata y abrió la puerta tranquilamente. Kusanagi no pudo evitar echar un vistazo al interior, como si quisiera asegurarse de que todo estuviera en orden, sin rastro de la pelea ni de la sangre derramada durante las curas que le había hecho a la monja. «Está todo bien, idiota. Habrá estado por aquí los últimos días», se dijo, intentando quitarse aquella estúpida preocupación de la cabeza.
¡Bam!
La puerta se cerró a escasos centímetros del rostro del agente, tan cerca que hasta sintió el aire deslizándose sobre su piel. Lyrio se había adentrado en su despacho y les había dejado fuera. Parecía que, después de todo, les iba a tocar limitarse a custodiar su puerta por el momento.
Su mirada buscó la de Abigail, justo antes de soltar un pesado suspiro.
—Pues a esperar —sentenció el agente, apoyándose de espaldas a la pared a un lado de la puerta, cruzándose de brazos. Dibujó una suerte de puchero y puso mala cara. No hacía falta ser tan seco.
Los primeros minutos pasarían sin nada que destacar, con algún que otro científico yendo y viniendo por los pasillos, a veces saludándoles, a veces no. A los curiosos que preguntaban, el agente les respondía que estaban por motivo de un proyecto especial que el gobierno habría asignado al señor Centauri, siendo ellos los encargados de salvaguardar su entrega. Los civiles no solían querer indagar demasiado en los asuntos del Cipher Pol, cosa que seguramente se acentuase en el caso de los investigadores. Después de todo, ellos mejor que nadie sabrían en qué cosas estaba metido el Gobierno Mundial.
Repentinamente, unos veinte minutos después, se pudo escuchar una voz al otro lado de la puerta.
—Eh, vosotros, entrad un momento.
Kusanagi alzó una ceja y miró a su compañera, justo antes de separarse de la pared y abrir la puerta. Al otro lado de la misma se encontraba Lyrio, con un montón de documentos sobre la mesa y sacando algunos más de los archivadores repartidos a lo largo del despacho. Ante la confusa mirada del pelirrojo, señaló el papeleo.
—Queríais ayudarme, ¿no? Pues tomad asiento —les indicó, apuntando con la nariz a dos sillas que se encontraban frente a su escritorio—. Hay algunos documentos bastante desfasados que no me sirven para nada y no hacen más que molestarme, así que vamos a empezar por hacer algo de limpieza. Cada taco de papeles vendrá con un código alfanumérico, el cual representa el año y el mes en dígitos, seguido del código del proyecto con letras. Necesito que separéis los que hagan referencia a proyectos de años pasados y que los separéis en distintos montones —y miró a la mujer—. Luego habrá que buscarles sus cajones de «descarte», así que es importante que estén bien ordenaditos. Creo que está bien para empezar.
Estaba bien, ¡claro que estaba bien! Por algún motivo, el pelirrojo comenzó a denotar un ligero temblor en su mano izquierda que no era capaz de frenar. Por suerte el investigador volvía a estar demasiado centrado en sus documentos para verlo, aunque quizá Abigail pudiera darse cuenta. Parecía una tarea sencilla, y seguramente así lo era... ¡Siempre y cuando no se fuera un auténtico desastre organizativo! ¿Cómo demonios iba a ordenar documentos sobre los que no tenía ni idea si no era capaz de organizar su ropa interior en un armario? Tragó saliva, adentrándose en la sala para tomar uno de los asientos y mirar fijamente la montaña de papeles que tenían delante.
«Venga, Kus, tú puedes con esto... tan solo tienes que concentrarte», se decía, buscando algo a lo que aferrarse. Esperaba que su compañera no tuviera el mismo tipo de problema con el orden o estarían perdidos. Quizá, si se apoyaba en ella, no la cagaría demasiado... ¿No?
—Vamos, vamos, al lío. Si nos quitamos esto lo más pesado estará hecho —les instó Lyrio, suspirando mientras revisaba un par de papeles.
El agente tomó entre sus manos algunos de los documentos, dispuesto a empezar. Un momento, ¿no había cogido dos hojas? Mierda, ya había perdido una de ellas...
Abigail Mjöllnir
Fama
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Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Lyrio dedicó lo que debía ser una muy muy ligera sonrisa a los agentes de seguridad. Gracias a eso ya sabían que el señor Centauri no era un ser totalmente de hielo, había gente con la que congeniaba y eso era una buena señal, significaba que su cometido era perfectamente viable. Iba a entrar en el despacho, ¿habría dicho algo después del incidente del intento de robo o el Cipher Pol habría inventado algo para salir del paso? El investigador jefe no había dicho nada cuando abrió la puerta, así que Abigail solo pudo suponer que no había visto nada extraño.
Y... cerró la puerta en las narices del propio Kusanagi, que no salió herido de milagro.
—Eso parece —bueno, había dicho que se lo pensaría. Su guardia en la puerta duró veinte minutos en los cuales no pasó nada especialmente raro. Científicos que iban y venían y a los que informaban de un supuesto proyecto que necesitaba la presencia de los agentes para poder transportar los resultados o muestras; por suerte el personal del observatorio no se metían en esas cosas, probablemente por estar bajo la propia dirección del Gobierno, sabían bien que si el Gobierno enviaba agentes (esta vez no estaban infiltrados sustituyendo a los de seguridad) era por algún asunto en el que no debían indagar. Por supuesto, nada de lo que dijeran daba a entender que su trabajo era el de escolta y protección personal de Centauri.
Lyrio les llamó desde el interior, ¿necesitaría algo? Abigail entró tras su compañero. Dentro estaba el investigador y un buen montón de papeles, documentos, archivadores; mucho material de oficina. La tarea que les encomendaba era ayudarle a hacer limpieza de documentación.
—Entendido, señor Centauri —respondió la rubia antes de ocupar una de las dos sillas. Como había dicho, cada montón de papeles tenía su código que, a juzgar por lo que veía, consistía en dos dígitos que representaban el año -no estaba segura, pero era lo más óptimo para ordenarlo-, los otros dos el mes, y los dos siguientes el día seguido del título del proyecto, por ejemplo, en el que Abigail tenía en las manos se podía leer como "Proyecto SAGITARIO, informe del..." ah, mira, uno que databa de hace siete años.
—¿En qué año ponemos el corte? —preguntó antes de descartar nada.
—La política del observatorio es conservar datos durante cinco años. Si no han dado resultados nuevos se pueden descartar pasado ese tiempo —aclaró Lyrio, que volvió a lo suyo.
Empezó a ordenar basándose en aquella cifra, empezando a separarlos por años, así sería más sencillo almacenarlos y prepararlos para su archivo o lo que fueran a hacer ellos después. Pasados un par de minutos echó un vistazo a su compañero, a ver qué tal iba. Se le veía... perdido. No se lo esperaba, siendo un agente del gobierno cualquiera esperaría que controlara de algo como el papeleo. Podía ver un breve atisbo de desesperación en Kusanagi, quizá porque había agarrado dos hojas y una de ellas se había deslizado fuera de sus manos sin que se diera cuenta.
La beata sonrió, se levantó y se agachó para recoger el documento. Se puso detrás del agente al levantarse y le puso el documento sobre la mesa.
—¿Necesitas algo de ayuda? —preguntó, y al mismo tiempo le puso la mano en el hombro, acercándose un poco a él. Todavía tenía los mismos papeles que al principio. Dado que Lyrio no les había dicho nada, la monja pensó que el agente estaba teniendo dificultades para ver cómo debía ordenarlo, o quizá no terminaba de pillar el código.
—Mira, tienes que fijarte en esto —dijo, usando la mano con la que le había puesto el documento delante para señalar una de las esquinas del documento, donde estaba mecanografiado el código identificativo —. No tienen la fecha puesta como tal, pero si te fijas en estos dos primeros dígitos... es de hace seis años, así que hay que ponerlo en ese montón —movió la mano para señalar uno de los pequeños montoncitos que había empezado a formar ella —. Lo mismo con los demás, te aseguras de que sea el año correcto y si pasa de los cinco lo pones con los otros informes de su mismo año —le explicó directamente bajo la atenta mirada del investigador Centauri.
—Puedes hacerlo, Kus —le animó antes de volver a su asiento, al lado del agente. Mantuvo el mismo gesto afable mientras ordenaba, esas tareas rutinarias y repetitivas le gustaban bastante, eran un cambio bastante agradable de sus tiroteos habituales.
Ahora que le había enseñado al agente cómo debía ordenar los papeles, podía poner de su parte y adelantar trabajo por otro lado.
—Señor Centauri, si me disculpa voy al almacén, quiero traer las cajas para no tener que hacer viajes con los papeles de un lado para otro, será más sencillo si las rotulamos aquí —propuso la monja. El investigador asintió con la cabeza le dio el visto bueno, que adelante. Con esto, Abi se levantó de la silla, le dio una pequeña palmada a Kus en el hombro y salió del despacho, dirigiéndose al almacén. Por el camino observó a su alrededor, estaba todo igual... no veía nada extraño. Tampoco se preocupó mucho por el investigador, Kusanagi era bastante más capaz que ella, estaba en buenas manos.
Una vez dentro del almacén empezó a buscar. Tenía que buscar cajas nuevas... debían estar aún sin montar. Se quedaría allí, rebuscando para encontrar algo para almacenar, si usaban tantas cajas debían tener algunas por ahí... ¿o acaso vaciaban las que ya no servían para nada? Era un observatorio del gobierno, estaba casi segura de que no eran tan cutres. Nada vacío, nada vacío...
Fueron unos largos siete minutos de rebuscar entre un montón de cacharrería que no terminaba de comprender, pero logró ver unos cartones doblados que...
¡Ahá!
Se llevó unos seis de esos cartones, suficientes para almacenar documentos de hasta seis años distintos. No recordaba si eran tantos, pero estaba segura de que eran, como mínimo, los necesarios para lo que necesitaban. No tardó mucho más en volver. Abrió la puerta y dejó los cartones a un lado para cuando acabaran.
—¿Cómo vas, Kus? —preguntó antes de sentarse para continuar ordenando los informes, apartando los válidos en una zona distinta de los que había que descartar. Va, estaba segura de que al menos ya debía estar viendo que eran personas de fiar... aunque claro, seguro que muchas personas "de fiar" habían intentado joderlo antes.
Y... cerró la puerta en las narices del propio Kusanagi, que no salió herido de milagro.
—Eso parece —bueno, había dicho que se lo pensaría. Su guardia en la puerta duró veinte minutos en los cuales no pasó nada especialmente raro. Científicos que iban y venían y a los que informaban de un supuesto proyecto que necesitaba la presencia de los agentes para poder transportar los resultados o muestras; por suerte el personal del observatorio no se metían en esas cosas, probablemente por estar bajo la propia dirección del Gobierno, sabían bien que si el Gobierno enviaba agentes (esta vez no estaban infiltrados sustituyendo a los de seguridad) era por algún asunto en el que no debían indagar. Por supuesto, nada de lo que dijeran daba a entender que su trabajo era el de escolta y protección personal de Centauri.
Lyrio les llamó desde el interior, ¿necesitaría algo? Abigail entró tras su compañero. Dentro estaba el investigador y un buen montón de papeles, documentos, archivadores; mucho material de oficina. La tarea que les encomendaba era ayudarle a hacer limpieza de documentación.
—Entendido, señor Centauri —respondió la rubia antes de ocupar una de las dos sillas. Como había dicho, cada montón de papeles tenía su código que, a juzgar por lo que veía, consistía en dos dígitos que representaban el año -no estaba segura, pero era lo más óptimo para ordenarlo-, los otros dos el mes, y los dos siguientes el día seguido del título del proyecto, por ejemplo, en el que Abigail tenía en las manos se podía leer como "Proyecto SAGITARIO, informe del..." ah, mira, uno que databa de hace siete años.
—¿En qué año ponemos el corte? —preguntó antes de descartar nada.
—La política del observatorio es conservar datos durante cinco años. Si no han dado resultados nuevos se pueden descartar pasado ese tiempo —aclaró Lyrio, que volvió a lo suyo.
Empezó a ordenar basándose en aquella cifra, empezando a separarlos por años, así sería más sencillo almacenarlos y prepararlos para su archivo o lo que fueran a hacer ellos después. Pasados un par de minutos echó un vistazo a su compañero, a ver qué tal iba. Se le veía... perdido. No se lo esperaba, siendo un agente del gobierno cualquiera esperaría que controlara de algo como el papeleo. Podía ver un breve atisbo de desesperación en Kusanagi, quizá porque había agarrado dos hojas y una de ellas se había deslizado fuera de sus manos sin que se diera cuenta.
La beata sonrió, se levantó y se agachó para recoger el documento. Se puso detrás del agente al levantarse y le puso el documento sobre la mesa.
—¿Necesitas algo de ayuda? —preguntó, y al mismo tiempo le puso la mano en el hombro, acercándose un poco a él. Todavía tenía los mismos papeles que al principio. Dado que Lyrio no les había dicho nada, la monja pensó que el agente estaba teniendo dificultades para ver cómo debía ordenarlo, o quizá no terminaba de pillar el código.
—Mira, tienes que fijarte en esto —dijo, usando la mano con la que le había puesto el documento delante para señalar una de las esquinas del documento, donde estaba mecanografiado el código identificativo —. No tienen la fecha puesta como tal, pero si te fijas en estos dos primeros dígitos... es de hace seis años, así que hay que ponerlo en ese montón —movió la mano para señalar uno de los pequeños montoncitos que había empezado a formar ella —. Lo mismo con los demás, te aseguras de que sea el año correcto y si pasa de los cinco lo pones con los otros informes de su mismo año —le explicó directamente bajo la atenta mirada del investigador Centauri.
—Puedes hacerlo, Kus —le animó antes de volver a su asiento, al lado del agente. Mantuvo el mismo gesto afable mientras ordenaba, esas tareas rutinarias y repetitivas le gustaban bastante, eran un cambio bastante agradable de sus tiroteos habituales.
Ahora que le había enseñado al agente cómo debía ordenar los papeles, podía poner de su parte y adelantar trabajo por otro lado.
—Señor Centauri, si me disculpa voy al almacén, quiero traer las cajas para no tener que hacer viajes con los papeles de un lado para otro, será más sencillo si las rotulamos aquí —propuso la monja. El investigador asintió con la cabeza le dio el visto bueno, que adelante. Con esto, Abi se levantó de la silla, le dio una pequeña palmada a Kus en el hombro y salió del despacho, dirigiéndose al almacén. Por el camino observó a su alrededor, estaba todo igual... no veía nada extraño. Tampoco se preocupó mucho por el investigador, Kusanagi era bastante más capaz que ella, estaba en buenas manos.
Una vez dentro del almacén empezó a buscar. Tenía que buscar cajas nuevas... debían estar aún sin montar. Se quedaría allí, rebuscando para encontrar algo para almacenar, si usaban tantas cajas debían tener algunas por ahí... ¿o acaso vaciaban las que ya no servían para nada? Era un observatorio del gobierno, estaba casi segura de que no eran tan cutres. Nada vacío, nada vacío...
Fueron unos largos siete minutos de rebuscar entre un montón de cacharrería que no terminaba de comprender, pero logró ver unos cartones doblados que...
¡Ahá!
Se llevó unos seis de esos cartones, suficientes para almacenar documentos de hasta seis años distintos. No recordaba si eran tantos, pero estaba segura de que eran, como mínimo, los necesarios para lo que necesitaban. No tardó mucho más en volver. Abrió la puerta y dejó los cartones a un lado para cuando acabaran.
—¿Cómo vas, Kus? —preguntó antes de sentarse para continuar ordenando los informes, apartando los válidos en una zona distinta de los que había que descartar. Va, estaba segura de que al menos ya debía estar viendo que eran personas de fiar... aunque claro, seguro que muchas personas "de fiar" habían intentado joderlo antes.
Tan absorto estaba en su propia desesperación que apenas estaba prestando atención a la conversación que mantenían Abigail y el investigador. Había escuchado algo de un año de corte, ¿pero qué importaba? Antes de poder preocuparse por algo así tendría que entender cómo organizar aquel caos burocrático. Aunque pareciera mentira viniendo de alguien con un cerebro como el suyo, las tareas que implicaban organización eran su talón de Aquiles, fuera quien fuera ese tío. Podía disponer conocimientos de física teórica, de mecánica, de química incluso si le apuraban, pero era incapaz de sumar dos y dos cuando lo necesitaba para ordenar algo. Que sus habitaciones tendieran a estar patas arriba no era ninguna coincidencia, y es que su propio ser parecía dispuesto a desordenar todo cuanto tocaba con tal de hacerle la vida más difícil, independientemente del esmero que pusiera.
«¿Dónde se ha metido esa hoja? No puede ser que acabemos de empezar y ya haya perdido algo...», se decía, denotando cada vez más un gesto preocupado en su rostro que rallaba la desesperación. A ese ritmo no se ganarían la confianza de Lyrio.
Su cuerpo se tensó por un momento al escuchar la voz de su compañera, reacción que tan solo empeoro al sentir la cercanía de la misma desde su espalda y la mano en su hombro. Sintió cómo el calor subía hasta sus mejillas, aunque no estaba seguro de si era por la proximidad de la mujer o por la vergüenza que le daba ser tan desastre en algo tan sencillo. ¿Que si necesitaba ayuda? Claro que la necesitaba. Asintió, tratando de recuperar la compostura y sosegarse un poco; el tono tierno y amable de la beata ayudaban bastante. Concentró todos sus esfuerzos en atender a su explicación, ignorando en la medida de lo posible la sensación de tener la mirada del señor Centauri clavada en ambos; tan solo esperaba que no se tomase demasiado a mal que la mujer tuviera que echarle un cable. Era trabajo en equipo después de todo, ¿no? Aquello no era algo negativo. Fuera como fuese, el código impreso en cada documento era bastante sencillo de comprender, aunque quizá no demasiado intuitivo; no había tanta complicación para que alguien como él estuviera teniendo tantos problemas, ¿por qué no podía tener algo de mano en aquellos temas? Solo un poco, no pedía tanto.
El pelirrojo asintió ante los ánimos de Abigail, forzando una leve sonrisa.
—Creo que lo tengo —respondió, esforzándose en sonar convencido de ello—. Gracias, Eli.
Se esmeró en dar la mejor versión de sí mismo, aunque fuera una centrada en ordenar papeleo. Si Markov o Issei pudieran verle estarían flipando en colores; probablemente no le hubieran visto ordenando archivos en todos sus años de servicio junto a él. Quizá ese fuera el motivo por el que no había ascendido más rápido... obviando los largos periodos de procrastinación y su baja de casi dos años, claro.
La tarea progresaba y Kus, de una forma o de otra, parecía estar siendo capaz de desenvolverse sin demasiados problemas. Todo consistía en hacer pequeños montoncitos con los documentos cuyos códigos coincidieran, no era tan complicado. «Claro que no lo es, es que lo hace difícil eres tú», se reñía a sí mismo, justo en el momento en el que dejaba uno de los papeles en los montones que había dispuesto la monja. Esta última se resolvió en ir a por algo donde poder ir guardando aquellas pilas de papeles, por lo que procedería a dejarles a solas durante unos minutos. La palmada en su hombro fue casi como una señal de relevo: ella había cumplido su parte, ahora le tocaba a él progresar con el señor Centauri. Sonrió brevemente y, una vez se marchó, volvió a prestar atención a la tarea mientras cavilaba. Necesitaba encontrar algún hilo del que empezar a tirar para sacarle conversación al investigador, ¿pero qué podía interesarle? Estaba seguro de que hablar de física podría resultar interesante, pero alguien que pasaba días y días en un observatorio no podía tener muchas ganas de hablar de eso.
Sin embargo, antes de que el agente abordase cualquier tema, Lyrio rompió el silencio que se había formado.
—Os compenetráis bastante bien —dijo, prácticamente sin apartar la mirada de lo que estaba haciendo. Tal y como había pensado, aquella demostración de trabajo en equipo había dado sus frutos.
Sonrió, mirando al científico y asintiendo.
—No es la primera vez que trabajo junto a la agente Thomson, así que podemos decir que hemos aprendido a amoldarnos el uno al otro —respondió. Tomó un pequeño montón de papeles y los colocó en perpendicular sobre la mesa, asegurándose de cuadrarlos para que todas las esquinas coincidieran. Había sentido algo de añoranza o anhelo en su comentario, así que quizá pudiera tirar de ahí—. La verdad es que se agradece. Por raro que suene, no es habitual trabajar con alguien afín a uno mismo, así que siento que soy bastante afortunado.
No era ninguna mentira y quizá, por eso mismo, sonó mucho más convincente de lo que cabría esperar. El buen hombre resopló, asintiendo ante aquella afirmación.
—¿Qué me vas a contar?
Parecía que comenzaba a soltarse, aunque fuera un poco y, cómo no, soltar bilis era muy a menudo un recurso bastante útil para unir a la gente. Estaba mal que él mismo lo reconociese, pero la maldad en ocasiones unía más que la bondad.
—¿Cuánto tiempo lleva trabajando aquí, señor Centauri? Por curiosidad.
—Más de lo que me doy cuenta, a veces. Los años pasan bastante rápido —afirmó, justo cuando apartaba un documento y lo depositaba en uno de los pequeños montoncitos—. En Nueva Ohara llevo unos tres años, pero trabajando como investigador para el Gobierno Mundial algo más de siete.
Estaba empezando a soltar más de cinco palabras seguidas por su propia cuenta, sin necesidad de que el agente tuviera que cargar con todo el peso de la conversación. Iban por buen camino.
—¿Ha estado en más centros aparte de este? —siguió el pelirrojo, ante lo que Lyrio adoptó una postura pensativa.
—Unos cuantos, sí, aunque ninguno tan relevante como este. Fueron proyectos pequeños y de escasa relevancia en algunos centros gubernamentales bastante insignificantes; ni siquiera creo que te puedan sonar —concluyó, dándole algunos nombres a continuación que de poco o nada conocía—. Vieron lo evidente en mí, sin embargo, y decidieron darme algo más de responsabilidad, así que entré aquí como investigador y a los pocos meses me asignaron como supervisor de algunos proyectos. Como jefe de investigación del observatorio tan solo llevo un año.
Había algo que no podía poner en duda, y es que su carrera había sido meteórica. Convertirse en la máxima autoridad de una institución como aquella no era tarea fácil, y mucho menos hacerlo en un periodo tan breve como aquel. Se trataba de un puesto que costaba toda una vida obtener y él lo había logrado en apenas dos años. No podía sino sentir admiración por alguien como él; aquella mente debía ser realmente brillante, mucho más que la suya propia.
—Es bastante impresionante, si me permite el cumplido. Diría que es la primera vez que oigo de algo así.
—No es tan interesante como suena —replicó, recostándose por un momento en la silla—. A decir verdad, cuando llegué aquí había mucho incompetente. No, esa no es la palabra... —se calló un par de segundos—. Acomodados. Una panda de impresentables que se habían hecho a su puesto y que ni siquiera se esmeraban en progresar. Hay que dejar algo claro: cualquiera que trabaje aquí, incluso en los puestos más bajos, tiene la vida resuelta, así que no necesitan preocuparse por subir puestos. Cuando llegué adelanté por la derecha a más de uno, y cuando tuve algo de influencia... bueno, digamos que no soporto a los vagos, retrasan al resto. Muchos acabaron fuera y los que no... —y se rió, por primera vez en lo que llevaban de día—. Digamos que les obligo a esmerarse más de lo que les gusta.
Kusanagi correspondió con una pequeña carcajada, asintiendo, aunque el semblante del investigador volvió a ponerse serio de una forma bastante cortante. ¿Quizá pensaba que se estaba dejando llevar demasiado?
—Supongo que eso habrá causado que las cosas sean algo tensas de vez en cuando.
—Y sin el «de vez en cuando» —reconoció, terminando por suspirar—. Pero bueno, dejémoslo en que las cosas van mejor.
Y fue justo en ese instante que Abigail apareció por la puerta cargada con algunos cartones. El agente se giró sobre la silla, fijando su mirada directamente en la de la mujer con una sonrisa que denotaba ciertos ánimos —más que con los que lo había dejado, al menos—.
—Vamos bien, no debería llevarnos mucho más —respondió él, antes de volver a centrarse en el papeleo. Se dio cuenta de que con la charla había descuidado un poco su atención y algunos papeles estaban en el montón que no correspondían. Sus manos se apresuraron en solucionar el problema, esperando que ni Lyrio ni Abigail se percatasen de ello.
—Y, por lo que veo, la señorita Thomson ha dado con lo que necesitaba. Empezaba a preocuparme que te perdieras en ese mar de cajas y archivos —comentó el investigador, con un tono algo más amigable de lo habitual. Estaban obteniendo resultados. El buen hombre aguardó a que la mujer volviera a sentarse junto a ellos y, con un gesto algo más sombrío y algo de inquietud, siguió—. Esos rumores... el motivo por el que estáis aquí, vaya. ¿Tan serios son? ¿Corro peligro realmente?
Su carácter se había ablandado en cierta medida y, por ello, parecía haber salido a la luz algo de preocupación. Había tardado bastante en mostrarla teniendo en cuenta la situación en la que se encontraba. Dejaría que fuera su compañera, sin embargo, quien respondiera a sus inquietudes. Si él era bueno en calar a la gente, ella lo era en tranquilizarla.
«¿Dónde se ha metido esa hoja? No puede ser que acabemos de empezar y ya haya perdido algo...», se decía, denotando cada vez más un gesto preocupado en su rostro que rallaba la desesperación. A ese ritmo no se ganarían la confianza de Lyrio.
Su cuerpo se tensó por un momento al escuchar la voz de su compañera, reacción que tan solo empeoro al sentir la cercanía de la misma desde su espalda y la mano en su hombro. Sintió cómo el calor subía hasta sus mejillas, aunque no estaba seguro de si era por la proximidad de la mujer o por la vergüenza que le daba ser tan desastre en algo tan sencillo. ¿Que si necesitaba ayuda? Claro que la necesitaba. Asintió, tratando de recuperar la compostura y sosegarse un poco; el tono tierno y amable de la beata ayudaban bastante. Concentró todos sus esfuerzos en atender a su explicación, ignorando en la medida de lo posible la sensación de tener la mirada del señor Centauri clavada en ambos; tan solo esperaba que no se tomase demasiado a mal que la mujer tuviera que echarle un cable. Era trabajo en equipo después de todo, ¿no? Aquello no era algo negativo. Fuera como fuese, el código impreso en cada documento era bastante sencillo de comprender, aunque quizá no demasiado intuitivo; no había tanta complicación para que alguien como él estuviera teniendo tantos problemas, ¿por qué no podía tener algo de mano en aquellos temas? Solo un poco, no pedía tanto.
El pelirrojo asintió ante los ánimos de Abigail, forzando una leve sonrisa.
—Creo que lo tengo —respondió, esforzándose en sonar convencido de ello—. Gracias, Eli.
Se esmeró en dar la mejor versión de sí mismo, aunque fuera una centrada en ordenar papeleo. Si Markov o Issei pudieran verle estarían flipando en colores; probablemente no le hubieran visto ordenando archivos en todos sus años de servicio junto a él. Quizá ese fuera el motivo por el que no había ascendido más rápido... obviando los largos periodos de procrastinación y su baja de casi dos años, claro.
La tarea progresaba y Kus, de una forma o de otra, parecía estar siendo capaz de desenvolverse sin demasiados problemas. Todo consistía en hacer pequeños montoncitos con los documentos cuyos códigos coincidieran, no era tan complicado. «Claro que no lo es, es que lo hace difícil eres tú», se reñía a sí mismo, justo en el momento en el que dejaba uno de los papeles en los montones que había dispuesto la monja. Esta última se resolvió en ir a por algo donde poder ir guardando aquellas pilas de papeles, por lo que procedería a dejarles a solas durante unos minutos. La palmada en su hombro fue casi como una señal de relevo: ella había cumplido su parte, ahora le tocaba a él progresar con el señor Centauri. Sonrió brevemente y, una vez se marchó, volvió a prestar atención a la tarea mientras cavilaba. Necesitaba encontrar algún hilo del que empezar a tirar para sacarle conversación al investigador, ¿pero qué podía interesarle? Estaba seguro de que hablar de física podría resultar interesante, pero alguien que pasaba días y días en un observatorio no podía tener muchas ganas de hablar de eso.
Sin embargo, antes de que el agente abordase cualquier tema, Lyrio rompió el silencio que se había formado.
—Os compenetráis bastante bien —dijo, prácticamente sin apartar la mirada de lo que estaba haciendo. Tal y como había pensado, aquella demostración de trabajo en equipo había dado sus frutos.
Sonrió, mirando al científico y asintiendo.
—No es la primera vez que trabajo junto a la agente Thomson, así que podemos decir que hemos aprendido a amoldarnos el uno al otro —respondió. Tomó un pequeño montón de papeles y los colocó en perpendicular sobre la mesa, asegurándose de cuadrarlos para que todas las esquinas coincidieran. Había sentido algo de añoranza o anhelo en su comentario, así que quizá pudiera tirar de ahí—. La verdad es que se agradece. Por raro que suene, no es habitual trabajar con alguien afín a uno mismo, así que siento que soy bastante afortunado.
No era ninguna mentira y quizá, por eso mismo, sonó mucho más convincente de lo que cabría esperar. El buen hombre resopló, asintiendo ante aquella afirmación.
—¿Qué me vas a contar?
Parecía que comenzaba a soltarse, aunque fuera un poco y, cómo no, soltar bilis era muy a menudo un recurso bastante útil para unir a la gente. Estaba mal que él mismo lo reconociese, pero la maldad en ocasiones unía más que la bondad.
—¿Cuánto tiempo lleva trabajando aquí, señor Centauri? Por curiosidad.
—Más de lo que me doy cuenta, a veces. Los años pasan bastante rápido —afirmó, justo cuando apartaba un documento y lo depositaba en uno de los pequeños montoncitos—. En Nueva Ohara llevo unos tres años, pero trabajando como investigador para el Gobierno Mundial algo más de siete.
Estaba empezando a soltar más de cinco palabras seguidas por su propia cuenta, sin necesidad de que el agente tuviera que cargar con todo el peso de la conversación. Iban por buen camino.
—¿Ha estado en más centros aparte de este? —siguió el pelirrojo, ante lo que Lyrio adoptó una postura pensativa.
—Unos cuantos, sí, aunque ninguno tan relevante como este. Fueron proyectos pequeños y de escasa relevancia en algunos centros gubernamentales bastante insignificantes; ni siquiera creo que te puedan sonar —concluyó, dándole algunos nombres a continuación que de poco o nada conocía—. Vieron lo evidente en mí, sin embargo, y decidieron darme algo más de responsabilidad, así que entré aquí como investigador y a los pocos meses me asignaron como supervisor de algunos proyectos. Como jefe de investigación del observatorio tan solo llevo un año.
Había algo que no podía poner en duda, y es que su carrera había sido meteórica. Convertirse en la máxima autoridad de una institución como aquella no era tarea fácil, y mucho menos hacerlo en un periodo tan breve como aquel. Se trataba de un puesto que costaba toda una vida obtener y él lo había logrado en apenas dos años. No podía sino sentir admiración por alguien como él; aquella mente debía ser realmente brillante, mucho más que la suya propia.
—Es bastante impresionante, si me permite el cumplido. Diría que es la primera vez que oigo de algo así.
—No es tan interesante como suena —replicó, recostándose por un momento en la silla—. A decir verdad, cuando llegué aquí había mucho incompetente. No, esa no es la palabra... —se calló un par de segundos—. Acomodados. Una panda de impresentables que se habían hecho a su puesto y que ni siquiera se esmeraban en progresar. Hay que dejar algo claro: cualquiera que trabaje aquí, incluso en los puestos más bajos, tiene la vida resuelta, así que no necesitan preocuparse por subir puestos. Cuando llegué adelanté por la derecha a más de uno, y cuando tuve algo de influencia... bueno, digamos que no soporto a los vagos, retrasan al resto. Muchos acabaron fuera y los que no... —y se rió, por primera vez en lo que llevaban de día—. Digamos que les obligo a esmerarse más de lo que les gusta.
Kusanagi correspondió con una pequeña carcajada, asintiendo, aunque el semblante del investigador volvió a ponerse serio de una forma bastante cortante. ¿Quizá pensaba que se estaba dejando llevar demasiado?
—Supongo que eso habrá causado que las cosas sean algo tensas de vez en cuando.
—Y sin el «de vez en cuando» —reconoció, terminando por suspirar—. Pero bueno, dejémoslo en que las cosas van mejor.
Y fue justo en ese instante que Abigail apareció por la puerta cargada con algunos cartones. El agente se giró sobre la silla, fijando su mirada directamente en la de la mujer con una sonrisa que denotaba ciertos ánimos —más que con los que lo había dejado, al menos—.
—Vamos bien, no debería llevarnos mucho más —respondió él, antes de volver a centrarse en el papeleo. Se dio cuenta de que con la charla había descuidado un poco su atención y algunos papeles estaban en el montón que no correspondían. Sus manos se apresuraron en solucionar el problema, esperando que ni Lyrio ni Abigail se percatasen de ello.
—Y, por lo que veo, la señorita Thomson ha dado con lo que necesitaba. Empezaba a preocuparme que te perdieras en ese mar de cajas y archivos —comentó el investigador, con un tono algo más amigable de lo habitual. Estaban obteniendo resultados. El buen hombre aguardó a que la mujer volviera a sentarse junto a ellos y, con un gesto algo más sombrío y algo de inquietud, siguió—. Esos rumores... el motivo por el que estáis aquí, vaya. ¿Tan serios son? ¿Corro peligro realmente?
Su carácter se había ablandado en cierta medida y, por ello, parecía haber salido a la luz algo de preocupación. Había tardado bastante en mostrarla teniendo en cuenta la situación en la que se encontraba. Dejaría que fuera su compañera, sin embargo, quien respondiera a sus inquietudes. Si él era bueno en calar a la gente, ella lo era en tranquilizarla.
Abigail Mjöllnir
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Por su parte, Abi continuaría su trabajo ordenando, sin darse cuenta del pequeño patinazo que había tenido el agente Kusanagi.
—Ha costado un poco pero no es difícil orientarse allí —respondió la rubia. Hey, ¿era imaginación suya o la voz del investigador sonaba menos seca ahora? no sabía de qué habrían estado hablando esos dos durante su ausencia pero, fuera lo que fuera, había funcionado.
Estaba acabando con el papeleo cuando escuchó la pregunta de Lyrio. Que si corría peligro... probablemente no supiera lo que había ocurrido unos días antes, ¿y Lennart?. Se guardó para sí misma las ganas de preguntarle al agente que por qué demonios no se le había comunicado ese detalle y si la agencia había decidido ocultárselo a todos, no era el momento. Eso, por otra parte, significaba que tampoco sabía que ellos dos se habían dejado la piel literalmente para defender los datos del observatorio. Tch... eso habría ayudado a entablar confianza con más facilidad, pero bueno, ni era el momento ni serviría de nada abroncar al agente por ello.
Por suerte o desgracia, Abigail no mentía si no fuera estrictamente necesario, y una mentira piadosa en esa situación no era necesaria. No podía decirle "No, no corre peligro" porque la mera presencia del agente y la cazadora indicaban lo contrario. Tampoco podía decírselo porque eso haría que entrara en pánico con facilidad si alguien le atacaba. No, tenía que ponerlo sobre aviso, tenía que asumir que existía la posibilidad de ser atacado.
—No le voy a mentir, no lo sabemos con seguridad —comenzó —. Podría ser que sí, podría ser que no, nunca hay que ignorar los rumores. Estamos aquí porque es mejor prevenir que lamentar, seguro que está de acuerdo con eso.
Lyrio agachó la cabeza un poco, visiblemente preocupado. En su carrera había sufrido puñaladas metafóricas, pero probablemente nunca habría sido objetivo de ataques físicos tan serios como para que fuera necesario enviar a dos agentes (bueno, un agente).
—Por favor, míreme a los ojos un momento —entonó, usando la voz más tranquilizadora que era capaz de poner. El investigador jefe, movido por esa pequeña chispa de cercanía que había encendido Kusanagi, levantó la mirada para encontrarse con la de Abigail.
Sonrió, afable y cálida. Cuando la beata estaba de buen humor y relajada su presencia resultaba ligeramente tranquilizadora
—Puede que esté en peligro, pero puede tener clara una cosa: no morirá mientras yo respire —dijo. Fue bastante directa, consideraba que era la mayor forma de amabilidad que podía tener con él, siendo clara y dejando las cosas sobre la mesa —. No tiene que ver con que sea mi trabajo, señor Centauri, se lo aseguro. Si está en riesgo lo protegeré así que, por favor, trate de no alterarse demasiado —continuó. Era consciente de que le estaba pidiendo mucho —. Es natural que tenga miedo, pero... hay una cita que me gusta mucho que dice "El valor no es la ausencia de miedo, sino poder actuar a pesar de él" —prosiguió, asegurándole que era completamente natural temer, es más, Abigail consideraba que lo realmente inhumano era no tener miedo a morir o a perder a alguien cercano. Desde que volvió había notado que Lyrio estaba más abierto, pero... habían estado hablando de entablar confianza con él, pero había algo que los dos habían pasado por alto.
—No le voy a pedir que confíe en nosotros, señor Centauri, porque la confianza se gana —dijo mientras terminaba de ordenar. Apenas quedaban un par de decenas de hojas a esas alturas del día —, pero sí le pediré que, por favor, crea en nosotros, no como sus guardaespaldas, sino como las dos personas que desean que siga vivo —pidió. Consideraba que ya confiaba en ellos por ser su trabajo, pero aún no creía en ellos. No tenían que ser amigos, por supuesto, pero tampoco era bueno que tuvieran una relación tan fría, además, ambos podrían servir como un primer ejemplo de lo que era confiar y creer en la gente. Quizá después de eso le vieran con otros ojos.
El investigador jefe se mantuvo atento, mirando a Kusanagi cuando Abi acabó de hablar.
—Creo que ya entiendo lo que decías antes —dijo, volviendo a mirar a la beata después.
—¿Hm? —no entendió eso. No le dio muchas vueltas, debieron estar hablando durante su ausencia. Confiaba en el agente así que no dijo nada más, no pensaba que hubieran dicho nada extraño.
—No es nada —aseguró Lyrio —. Y gracias, agente, me quedo muchísimo más tranquilo —continuó, para luego observar los distintos montones. Estaba bien organizado y no quedaba mucho trabajo, también había visto que al agente del parche le costaba algo más organizar, así que decidió liberarlo de esa carga.
—¿Podrías ir montando las cajas que ha traído tu compañera? No creo que esto nos tome más de unos minutos, las rotularé yo antes de llevárnoslas al almacén —pidió al agente.
No quedaban muchos informes y no les llevaría mucho tiempo. El tiempo había pasado volando, y podía ver en el muchacho que sus palabras, poco a poco, estaban teniendo efecto. Esperaba que al menos con eso no entrara en pánico si ocurría cualquier cosa, con eso tendrían hecho la mitad del trabajo.
—Ha costado un poco pero no es difícil orientarse allí —respondió la rubia. Hey, ¿era imaginación suya o la voz del investigador sonaba menos seca ahora? no sabía de qué habrían estado hablando esos dos durante su ausencia pero, fuera lo que fuera, había funcionado.
Estaba acabando con el papeleo cuando escuchó la pregunta de Lyrio. Que si corría peligro... probablemente no supiera lo que había ocurrido unos días antes, ¿y Lennart?. Se guardó para sí misma las ganas de preguntarle al agente que por qué demonios no se le había comunicado ese detalle y si la agencia había decidido ocultárselo a todos, no era el momento. Eso, por otra parte, significaba que tampoco sabía que ellos dos se habían dejado la piel literalmente para defender los datos del observatorio. Tch... eso habría ayudado a entablar confianza con más facilidad, pero bueno, ni era el momento ni serviría de nada abroncar al agente por ello.
Por suerte o desgracia, Abigail no mentía si no fuera estrictamente necesario, y una mentira piadosa en esa situación no era necesaria. No podía decirle "No, no corre peligro" porque la mera presencia del agente y la cazadora indicaban lo contrario. Tampoco podía decírselo porque eso haría que entrara en pánico con facilidad si alguien le atacaba. No, tenía que ponerlo sobre aviso, tenía que asumir que existía la posibilidad de ser atacado.
—No le voy a mentir, no lo sabemos con seguridad —comenzó —. Podría ser que sí, podría ser que no, nunca hay que ignorar los rumores. Estamos aquí porque es mejor prevenir que lamentar, seguro que está de acuerdo con eso.
Lyrio agachó la cabeza un poco, visiblemente preocupado. En su carrera había sufrido puñaladas metafóricas, pero probablemente nunca habría sido objetivo de ataques físicos tan serios como para que fuera necesario enviar a dos agentes (bueno, un agente).
—Por favor, míreme a los ojos un momento —entonó, usando la voz más tranquilizadora que era capaz de poner. El investigador jefe, movido por esa pequeña chispa de cercanía que había encendido Kusanagi, levantó la mirada para encontrarse con la de Abigail.
Sonrió, afable y cálida. Cuando la beata estaba de buen humor y relajada su presencia resultaba ligeramente tranquilizadora
—Puede que esté en peligro, pero puede tener clara una cosa: no morirá mientras yo respire —dijo. Fue bastante directa, consideraba que era la mayor forma de amabilidad que podía tener con él, siendo clara y dejando las cosas sobre la mesa —. No tiene que ver con que sea mi trabajo, señor Centauri, se lo aseguro. Si está en riesgo lo protegeré así que, por favor, trate de no alterarse demasiado —continuó. Era consciente de que le estaba pidiendo mucho —. Es natural que tenga miedo, pero... hay una cita que me gusta mucho que dice "El valor no es la ausencia de miedo, sino poder actuar a pesar de él" —prosiguió, asegurándole que era completamente natural temer, es más, Abigail consideraba que lo realmente inhumano era no tener miedo a morir o a perder a alguien cercano. Desde que volvió había notado que Lyrio estaba más abierto, pero... habían estado hablando de entablar confianza con él, pero había algo que los dos habían pasado por alto.
—No le voy a pedir que confíe en nosotros, señor Centauri, porque la confianza se gana —dijo mientras terminaba de ordenar. Apenas quedaban un par de decenas de hojas a esas alturas del día —, pero sí le pediré que, por favor, crea en nosotros, no como sus guardaespaldas, sino como las dos personas que desean que siga vivo —pidió. Consideraba que ya confiaba en ellos por ser su trabajo, pero aún no creía en ellos. No tenían que ser amigos, por supuesto, pero tampoco era bueno que tuvieran una relación tan fría, además, ambos podrían servir como un primer ejemplo de lo que era confiar y creer en la gente. Quizá después de eso le vieran con otros ojos.
El investigador jefe se mantuvo atento, mirando a Kusanagi cuando Abi acabó de hablar.
—Creo que ya entiendo lo que decías antes —dijo, volviendo a mirar a la beata después.
—¿Hm? —no entendió eso. No le dio muchas vueltas, debieron estar hablando durante su ausencia. Confiaba en el agente así que no dijo nada más, no pensaba que hubieran dicho nada extraño.
—No es nada —aseguró Lyrio —. Y gracias, agente, me quedo muchísimo más tranquilo —continuó, para luego observar los distintos montones. Estaba bien organizado y no quedaba mucho trabajo, también había visto que al agente del parche le costaba algo más organizar, así que decidió liberarlo de esa carga.
—¿Podrías ir montando las cajas que ha traído tu compañera? No creo que esto nos tome más de unos minutos, las rotularé yo antes de llevárnoslas al almacén —pidió al agente.
No quedaban muchos informes y no les llevaría mucho tiempo. El tiempo había pasado volando, y podía ver en el muchacho que sus palabras, poco a poco, estaban teniendo efecto. Esperaba que al menos con eso no entrara en pánico si ocurría cualquier cosa, con eso tendrían hecho la mitad del trabajo.
Aguardó con calma a que la cazadora volviera a acomodarse junto a él para finiquitar lo que les quedaba de papeleo. Él se aseguró de mantenerse concentrado para no perder el hilo de los documentos que iba ordenando; pasito a pasito, como quien dice. La respuesta de Abigail ante las preocupaciones de Lyrio no tardó en llegar, y su crudeza inicial no pudo sino hacerle alzar la vista. No le sorprendía en absoluto y es que, siendo sinceros, la mujer no se había mostrado frente a él como el tipo de persona que utilizaba mentiras piadosas sino todo lo contrario: la sinceridad era su fuerte, quizá uno de los motivos por los que aquellas tareas podían volverse un poco en su contra. Pese a ello, el pelirrojo confiaba en que sabría emplear las palabras adecuadas para aplacar el temor del investigador.
Habló de una amenaza real, de la confianza, del deber que ambos agentes —aunque solo uno de ellos lo fuera en realidad— tenían para con su seguridad y, de forma completamente inesperada, del coraje. Si discurso no pudo sino inspirarle admiración; la última persona del mundo en la que esperaba encontrarse aquel tipo de valores era en un cazarrecompensas, aunque ya habían pasado varios días desde que había asumido que la rubia no era una cazadora al uso. Ahora más que nunca se sentía afortunado de tenerla a su lado, casi sin poder reprimir una sonrisa que había comenzado a formarse en sus labios. Cerró los ojos un momento, asintiendo y, finalmente, volviendo al papeleo. Le había demostrado, una vez más, que podía depositar su confianza en ella. Si él era afortunado por tenerla de compañera, el señor Centauri lo era aún más por contar con ambos para asegurar su bienestar. ¿Tan mal estaba la idea de ofrecerle entrar en la agencia? «Un poco sí. Está mejor donde está», concluyó, dejando otro de los papeles en uno de los montones sobre la mesa.
Kusanagi alzó la mirada, escuchando al investigador y soltando una pequeña risa por su comentario. Se encogió de hombros ante la confusa mirada de Abi.
—¡Claro! —Quizá se había pasado en la efusividad al aceptar su nueva tarea, pero no podía ocultar que estaba deseando dejar de trastear con documentos. Cuanto más tiempo pasase con ellos, mayores eran las posibilidades de meter la pata— Yo me ocupo de ello.
Se levantó de la silla y se dispuso a montar las cajas. Ni siquiera tenía que rotularlas ni nada por el estilo, tan solo eso: montarlas. Se detuvo durante un segundo, pensativo. «¿Me han dado entretenimiento para librarse de mí o es cosa mía?». Miró de reojo a Lyrio y a la beata con algo de recelo, aunque terminó por encogerse de hombros. Fuera cual fuera el motivo se estaba librando de la burocracia, así que no se iba a quejar.
Como alguien con conocimientos de ingeniería y física aquella tarea no podía suponer ninguna dificultad, así que en un par de minutos ya tenía las seis cajas listas para ser llenadas hasta arriba de papeles y, después, afrontar su destino perdiéndose por toda la eternidad en el almacén del observatorio. ¿Realmente utilizaban para algo toda esa información? Estaba bastante seguro de que la mayor parte de la documentación terminaría en el olvido, pero no sería él quien cuestionase al jefe de investigadores de Nueva Ohara. Fuera como fuese, le fue pasando las cajas al señor Centauri y este las rotuló con los códigos de cada proyecto. Esta vez ni siquiera necesitó ayuda para meter cada cosa en su sitio: tan solo tenía que comparar que la numeración fuera la misma, hasta un torpón administrativo como él podía encargarse de algo así.
—Bien, pues ya está todo —comentó el científico, suspirando y rascándose la mejilla—. Ayudadme a llevarlo hasta los archivos; después podremos tomarnos un pequeño receso.
El agente tomó dos de las cajas, dejando las cuatro restantes para Lyrio y Abigail, aventurándose a encabezar la marcha. Sabía perfectamente la posición del almacén, aunque para cualquiera de los dos habría sido difícil olvidarla con la de horas que habían invertido en aquellas instalaciones. Bueno, en realidad no habían sido tantas, ¡pero una noche daba para mucho!
Cuando abrió la puerta por poco le dio un infarto al pelirrojo, y es que aquel sitio tenía menos orden que su viejo despacho o el cuarto que le habían asignado en el motel. No seguía ningún orden, o al menos no uno que pudiera identificar por sí mismo. ¿Cómo demonios había podido encontrar cartones libres en ese mar de cajas? Hizo una mueca al pensar que allí había sido donde su compañera encontró el cuerpo de Lennart —y un puñal, de paso–. Esperaba que no saliera con otro regalito como aquel en aquella ocasión, aunque miró a la rubia para asegurarse de que todo fuera bien igualmente; no sabía cómo podía afectarle volver a visitar aquel sitio.
—Vale, dejad esto aquí, yo me encargo de ordenarlo. Vosotros dos podéis esperar —les indicó, señalando una zona despejada por obra de algún milagro a unos pocos metros de ellos.
Una vez hubiera quedado todo en su sitio, Lyrio les ofrecería pasar por la cafetería. Habían cerrado el despacho, así que nadie entraría sin su permiso en principio. Tampoco era algo de lo que preocuparse, ya que parecía que el único interés que el maleante jefe tenía sobre el observatorio era capturar al investigador.
—Si queréis comer cualquier cosa pedídselo a Merche y Herminia —comentó mientras se sacaba un café de la máquina, señalando lo que parecía ser una especie de barra en el comedor. Había expuestos distintos platos tras un escaparate, que podían suponer que se trataba del menú habitual.
Como no podía ser de otra forma, aparte de un café Kus se agenció un bocadillo de dudoso contenido, ¿pero qué importaba? Tan solo necesitaba algo con lo que llenar su estómago. Inevitablemente se rió, pensando en sus cosas. «¿Pedirá Abigail una ensalada de tomate?». El imaginarse las caras de ambas cocineras le hacía desternillarse, aunque se aseguró de mantener las formas y no dar demasiado el cante.
Fuera como fuera terminarían sentados en una mesa y, para sorpresa del señor Centauri —que ya se encontraba bastante más relajado—, Kus abordó la conversación hablando sobre algunas fórmulas apuntadas en la pizarra de su despacho. No es que fuera un astrólogo, pero la física iba de la mano con los estudios que hacían en aquel observatorio. Gravitación, cuerpos celestes... había muchas materias cuyas bases no eran ajenas para el agente, aunque quizá toda palabra que saliera de su boca pudiera sonar a chino para la cazadora. Inevitablemente, la conversación científica se prolongó durante unos minutos para terminar desembocando en una pregunta que casi nadie formulaba:
—Sabiendo todo eso, ¿cómo es que no te hiciste científico? —cuestionó el joven investigador, entrelazando los dedos—. No sé cómo de bien pagará el Cipher Pol, pero a veces el dinero no lo es todo... por mal que suene de mi parte. Tienes capacidad e interés, a veces eso es más que suficiente.
—Bueno —se rió con cierto nerviosismo. No se esperaba halagos por parte de una eminencia como él—. La física me gusta, sí. Soy un hombre de ciencia, pero tan solo como hobby. Si le soy sincero, no es algo que quiera convertir en mi profesión. Siento que perdería la gracia... sin ofender.
Lyrio tuvo que resignarse ante aquella respuesta y, sin más, dirigió su atención hacia la mujer:
—¿Y tú, Elizabeth? —era la primera vez que se refería a ella por su nombre ficticio en lugar de por el apellido—. ¿Qué hace que alguien se plantee entrar en las filas de la Agencia?
Habló de una amenaza real, de la confianza, del deber que ambos agentes —aunque solo uno de ellos lo fuera en realidad— tenían para con su seguridad y, de forma completamente inesperada, del coraje. Si discurso no pudo sino inspirarle admiración; la última persona del mundo en la que esperaba encontrarse aquel tipo de valores era en un cazarrecompensas, aunque ya habían pasado varios días desde que había asumido que la rubia no era una cazadora al uso. Ahora más que nunca se sentía afortunado de tenerla a su lado, casi sin poder reprimir una sonrisa que había comenzado a formarse en sus labios. Cerró los ojos un momento, asintiendo y, finalmente, volviendo al papeleo. Le había demostrado, una vez más, que podía depositar su confianza en ella. Si él era afortunado por tenerla de compañera, el señor Centauri lo era aún más por contar con ambos para asegurar su bienestar. ¿Tan mal estaba la idea de ofrecerle entrar en la agencia? «Un poco sí. Está mejor donde está», concluyó, dejando otro de los papeles en uno de los montones sobre la mesa.
Kusanagi alzó la mirada, escuchando al investigador y soltando una pequeña risa por su comentario. Se encogió de hombros ante la confusa mirada de Abi.
—¡Claro! —Quizá se había pasado en la efusividad al aceptar su nueva tarea, pero no podía ocultar que estaba deseando dejar de trastear con documentos. Cuanto más tiempo pasase con ellos, mayores eran las posibilidades de meter la pata— Yo me ocupo de ello.
Se levantó de la silla y se dispuso a montar las cajas. Ni siquiera tenía que rotularlas ni nada por el estilo, tan solo eso: montarlas. Se detuvo durante un segundo, pensativo. «¿Me han dado entretenimiento para librarse de mí o es cosa mía?». Miró de reojo a Lyrio y a la beata con algo de recelo, aunque terminó por encogerse de hombros. Fuera cual fuera el motivo se estaba librando de la burocracia, así que no se iba a quejar.
Como alguien con conocimientos de ingeniería y física aquella tarea no podía suponer ninguna dificultad, así que en un par de minutos ya tenía las seis cajas listas para ser llenadas hasta arriba de papeles y, después, afrontar su destino perdiéndose por toda la eternidad en el almacén del observatorio. ¿Realmente utilizaban para algo toda esa información? Estaba bastante seguro de que la mayor parte de la documentación terminaría en el olvido, pero no sería él quien cuestionase al jefe de investigadores de Nueva Ohara. Fuera como fuese, le fue pasando las cajas al señor Centauri y este las rotuló con los códigos de cada proyecto. Esta vez ni siquiera necesitó ayuda para meter cada cosa en su sitio: tan solo tenía que comparar que la numeración fuera la misma, hasta un torpón administrativo como él podía encargarse de algo así.
—Bien, pues ya está todo —comentó el científico, suspirando y rascándose la mejilla—. Ayudadme a llevarlo hasta los archivos; después podremos tomarnos un pequeño receso.
El agente tomó dos de las cajas, dejando las cuatro restantes para Lyrio y Abigail, aventurándose a encabezar la marcha. Sabía perfectamente la posición del almacén, aunque para cualquiera de los dos habría sido difícil olvidarla con la de horas que habían invertido en aquellas instalaciones. Bueno, en realidad no habían sido tantas, ¡pero una noche daba para mucho!
Cuando abrió la puerta por poco le dio un infarto al pelirrojo, y es que aquel sitio tenía menos orden que su viejo despacho o el cuarto que le habían asignado en el motel. No seguía ningún orden, o al menos no uno que pudiera identificar por sí mismo. ¿Cómo demonios había podido encontrar cartones libres en ese mar de cajas? Hizo una mueca al pensar que allí había sido donde su compañera encontró el cuerpo de Lennart —y un puñal, de paso–. Esperaba que no saliera con otro regalito como aquel en aquella ocasión, aunque miró a la rubia para asegurarse de que todo fuera bien igualmente; no sabía cómo podía afectarle volver a visitar aquel sitio.
—Vale, dejad esto aquí, yo me encargo de ordenarlo. Vosotros dos podéis esperar —les indicó, señalando una zona despejada por obra de algún milagro a unos pocos metros de ellos.
Una vez hubiera quedado todo en su sitio, Lyrio les ofrecería pasar por la cafetería. Habían cerrado el despacho, así que nadie entraría sin su permiso en principio. Tampoco era algo de lo que preocuparse, ya que parecía que el único interés que el maleante jefe tenía sobre el observatorio era capturar al investigador.
—Si queréis comer cualquier cosa pedídselo a Merche y Herminia —comentó mientras se sacaba un café de la máquina, señalando lo que parecía ser una especie de barra en el comedor. Había expuestos distintos platos tras un escaparate, que podían suponer que se trataba del menú habitual.
Como no podía ser de otra forma, aparte de un café Kus se agenció un bocadillo de dudoso contenido, ¿pero qué importaba? Tan solo necesitaba algo con lo que llenar su estómago. Inevitablemente se rió, pensando en sus cosas. «¿Pedirá Abigail una ensalada de tomate?». El imaginarse las caras de ambas cocineras le hacía desternillarse, aunque se aseguró de mantener las formas y no dar demasiado el cante.
Fuera como fuera terminarían sentados en una mesa y, para sorpresa del señor Centauri —que ya se encontraba bastante más relajado—, Kus abordó la conversación hablando sobre algunas fórmulas apuntadas en la pizarra de su despacho. No es que fuera un astrólogo, pero la física iba de la mano con los estudios que hacían en aquel observatorio. Gravitación, cuerpos celestes... había muchas materias cuyas bases no eran ajenas para el agente, aunque quizá toda palabra que saliera de su boca pudiera sonar a chino para la cazadora. Inevitablemente, la conversación científica se prolongó durante unos minutos para terminar desembocando en una pregunta que casi nadie formulaba:
—Sabiendo todo eso, ¿cómo es que no te hiciste científico? —cuestionó el joven investigador, entrelazando los dedos—. No sé cómo de bien pagará el Cipher Pol, pero a veces el dinero no lo es todo... por mal que suene de mi parte. Tienes capacidad e interés, a veces eso es más que suficiente.
—Bueno —se rió con cierto nerviosismo. No se esperaba halagos por parte de una eminencia como él—. La física me gusta, sí. Soy un hombre de ciencia, pero tan solo como hobby. Si le soy sincero, no es algo que quiera convertir en mi profesión. Siento que perdería la gracia... sin ofender.
Lyrio tuvo que resignarse ante aquella respuesta y, sin más, dirigió su atención hacia la mujer:
—¿Y tú, Elizabeth? —era la primera vez que se refería a ella por su nombre ficticio en lugar de por el apellido—. ¿Qué hace que alguien se plantee entrar en las filas de la Agencia?
Abigail Mjöllnir
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Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
No pensaba que estuvieran entreteniendo al muchacho, solo estaban dividiéndose el trabajo para poder acabar cuanto antes. Al final Abi decidió dejar a un lado la complicidad entre el investigador y el agente, ya le preguntaría más tarde de qué habían estado hablando. Una vez acabaron de ordenar —no tardaron más de unos minutos—, el señor Centauri, al que ahora podría dirigirse como Lyrio sin más por la confianza que tenían ahora, cargó con dos de las cajas, Abigail cargó con otras dos, y el agente Kusanagi con otras dos, liderando él la marcha hacia el almacén.
El almacén... tenía recuerdos recientes de aquel lugar. Se trataba del lugar en el cual había encontrado el cuerpo de Lennart. De nuevo empezó a sentir remordimientos de culpabilidad, no por su muerte, que eso no había sido culpa suya, sino por no poder decirle a Lyrio que sentía su pérdida; quizá podría haber intentado convencer a la agencia de que al menos, si no podían contarles la verdad, que no se inventaran absolutamente todo. Necesitaba... necesitaba un cigarrillo.
Hizo caso al investigador y dejó las cajas donde se lo pidieron. Ninguna ataque, ningún apuñalamiento, bueno, de momento todo iba bien podían permitirse un pequeño descansito. Con la broma llevaban ya bastante rato con aquellas tareas de papeleo y el hambre empezaba a acechar. Cuando llegaron a la cafetería, la hereje de incógnito se acercó a la barra para curiosear lo que tenían expuesto por ahí y... bueno, no le apetecía nada salado, así que se fue de cabeza a los postres.
Pidió una de esas bandas de frutas que tan buena pinta tenían, una botella pequeña de agua y se la llevó a la mesa, donde procedió a comer con total tranquilidad. No obstante, eso no significaba que no estuviera atenta a su alrededor, nunca se sabía cuándo podría aparecer alguien de la nada.
Sobre la conversación que mantenían, pues... no entendía nada de nada. A ella la sacaban de la artillería y la navegación y estaba totalmente perdida.
Salió de su "mareo" cuando Lyrio le dedicó su atención. ¿Qué le hizo hacer entrar en la Agencia? Bueno... no era una agente, pero realmente eso daba igual, consideraba que sus motivos eran perfectamente válidos para entrar tanto en la Marina como el Cipher Pol, siendo su propia independencia la única razón por la cual no había entrado. Soltó un pequeño y se llevó la mano al cuello para poder sacar el colgante que mantenía oculto bajo la camisa, una de sus cruces. Aceptaba renunciar a su identidad temporalmente, pero no tenía por qué renunciar a sus creencias.
—No te aburriré con una historia larga. Me crié en un convento —comenzó. La mueca de intriga del investigador no se hizo esperar. Probablemente, al igual que el agente Kusanagi cuando la vio, no se esperaría que fuera una sierva del Señor—. Nos atacaron y nos vimos obligadas a huir, aunque perdí a una de mis hermanas. Nadie nos ayudó, así que decidí irme del monasterio y ser yo la que ayudase a la gente que encontrase en mi camino. Viajé durante unos meses por el North Blue ayudando por donde podía y acabé trabajando para el Gobierno, pensé que sería una buena forma de continuar ayudando —relató, asegurándose de dejar fuera los detalles más escabrosos de sus viajes, aquellos que tampoco había contado a Kusanagi. La versión que le dio a Lyrio fue bastante más resumida también, y es que no quería darle ninguna pista que indicara que no era una verdadera agente del gobierno.
—No... no me lo esperaba —dijo el investigador.
—No te preocupes, nadie se lo espera nunca —dijo, animada, y quitándole importancia. Si no recordaba mal, el agente también se había mostrado curioso cuando desde el Gobierno le enviaron una foto con su aspecto habitual.
—¿Entonces ya no eres monja? Disculpa si soy impertinente, pero no entiendo nada de religión.
—Siendo estrictos no debería llamarme monja, ya no estoy en ninguna orden y se me expulsó por herejía, pero... sigo haciendo lo mismos rituales que hacía antes, solo que añadiendo las tareas del gobierno —no le terminaba de gustar admitir que había sido expulsada, pero tenía que ser sincera aunque estuviera ocultando su condición de cazadora.
—¿Herejía? ¿Eso no es ir contra tus creencias? —reaccionó a los pocos segundos de preguntar —. Perdona, no debería hacer preguntas tan personales.
Abi solo asintió, pero no respondió. Terminó de comerse la banda de frutas y luego se ventiló la botella de agua mientras pensaba qué decir. No había preguntado a malas así que, como había hecho con el agente Kusanagi, sería benevolente con él.
—No te preocupes, sé que no lo preguntas con malas intenciones —respondió, aunque se preguntaba si en algún momento dejaría de llamar la atención tanto por su origen eclesiástico.
El tiempo de descanso en la cafetería se acabó, pero aún tenían tiempo libre que gastar.
—Si os parece bien me gustaría salir fuera, cuando tengo algo de tiempo me gusta asomarme al mar. No se ve tan bien como con el telescopio pero tiene un encanto especial.
La astronomía debía ser una pasión suya si podía hablar así. Le recordaba a ella cuando estaba frente a sus mapas, o cuando empezó a trastear con aquel huevo climático que ocultaba en su guante. Una persona apasionada y honesta, aunque distante; debía protegerle a toda costa.
—Hm... —miró al cielo, habían unas nubes acercándose por el este que no le gustaban demasiado. Además, la dirección del viento no ayudaba—. Va a llover en un par de horas —anunció la cazadora.
—¿Sabes de clima?
—Sí, soy una navegante del gobierno. No conozco los cielos tan bien como tú pero me defiendo con nuestra atmósfera.
A pesar de las nubes que venían por el este, el oleaje estaba tranquilo aún. El viento de momento era bastante agradable, notándose solo algo más fuerte que una brisa.
El almacén... tenía recuerdos recientes de aquel lugar. Se trataba del lugar en el cual había encontrado el cuerpo de Lennart. De nuevo empezó a sentir remordimientos de culpabilidad, no por su muerte, que eso no había sido culpa suya, sino por no poder decirle a Lyrio que sentía su pérdida; quizá podría haber intentado convencer a la agencia de que al menos, si no podían contarles la verdad, que no se inventaran absolutamente todo. Necesitaba... necesitaba un cigarrillo.
Hizo caso al investigador y dejó las cajas donde se lo pidieron. Ninguna ataque, ningún apuñalamiento, bueno, de momento todo iba bien podían permitirse un pequeño descansito. Con la broma llevaban ya bastante rato con aquellas tareas de papeleo y el hambre empezaba a acechar. Cuando llegaron a la cafetería, la hereje de incógnito se acercó a la barra para curiosear lo que tenían expuesto por ahí y... bueno, no le apetecía nada salado, así que se fue de cabeza a los postres.
Pidió una de esas bandas de frutas que tan buena pinta tenían, una botella pequeña de agua y se la llevó a la mesa, donde procedió a comer con total tranquilidad. No obstante, eso no significaba que no estuviera atenta a su alrededor, nunca se sabía cuándo podría aparecer alguien de la nada.
Sobre la conversación que mantenían, pues... no entendía nada de nada. A ella la sacaban de la artillería y la navegación y estaba totalmente perdida.
Salió de su "mareo" cuando Lyrio le dedicó su atención. ¿Qué le hizo hacer entrar en la Agencia? Bueno... no era una agente, pero realmente eso daba igual, consideraba que sus motivos eran perfectamente válidos para entrar tanto en la Marina como el Cipher Pol, siendo su propia independencia la única razón por la cual no había entrado. Soltó un pequeño y se llevó la mano al cuello para poder sacar el colgante que mantenía oculto bajo la camisa, una de sus cruces. Aceptaba renunciar a su identidad temporalmente, pero no tenía por qué renunciar a sus creencias.
—No te aburriré con una historia larga. Me crié en un convento —comenzó. La mueca de intriga del investigador no se hizo esperar. Probablemente, al igual que el agente Kusanagi cuando la vio, no se esperaría que fuera una sierva del Señor—. Nos atacaron y nos vimos obligadas a huir, aunque perdí a una de mis hermanas. Nadie nos ayudó, así que decidí irme del monasterio y ser yo la que ayudase a la gente que encontrase en mi camino. Viajé durante unos meses por el North Blue ayudando por donde podía y acabé trabajando para el Gobierno, pensé que sería una buena forma de continuar ayudando —relató, asegurándose de dejar fuera los detalles más escabrosos de sus viajes, aquellos que tampoco había contado a Kusanagi. La versión que le dio a Lyrio fue bastante más resumida también, y es que no quería darle ninguna pista que indicara que no era una verdadera agente del gobierno.
—No... no me lo esperaba —dijo el investigador.
—No te preocupes, nadie se lo espera nunca —dijo, animada, y quitándole importancia. Si no recordaba mal, el agente también se había mostrado curioso cuando desde el Gobierno le enviaron una foto con su aspecto habitual.
—¿Entonces ya no eres monja? Disculpa si soy impertinente, pero no entiendo nada de religión.
—Siendo estrictos no debería llamarme monja, ya no estoy en ninguna orden y se me expulsó por herejía, pero... sigo haciendo lo mismos rituales que hacía antes, solo que añadiendo las tareas del gobierno —no le terminaba de gustar admitir que había sido expulsada, pero tenía que ser sincera aunque estuviera ocultando su condición de cazadora.
—¿Herejía? ¿Eso no es ir contra tus creencias? —reaccionó a los pocos segundos de preguntar —. Perdona, no debería hacer preguntas tan personales.
Abi solo asintió, pero no respondió. Terminó de comerse la banda de frutas y luego se ventiló la botella de agua mientras pensaba qué decir. No había preguntado a malas así que, como había hecho con el agente Kusanagi, sería benevolente con él.
—No te preocupes, sé que no lo preguntas con malas intenciones —respondió, aunque se preguntaba si en algún momento dejaría de llamar la atención tanto por su origen eclesiástico.
El tiempo de descanso en la cafetería se acabó, pero aún tenían tiempo libre que gastar.
—Si os parece bien me gustaría salir fuera, cuando tengo algo de tiempo me gusta asomarme al mar. No se ve tan bien como con el telescopio pero tiene un encanto especial.
La astronomía debía ser una pasión suya si podía hablar así. Le recordaba a ella cuando estaba frente a sus mapas, o cuando empezó a trastear con aquel huevo climático que ocultaba en su guante. Una persona apasionada y honesta, aunque distante; debía protegerle a toda costa.
—Hm... —miró al cielo, habían unas nubes acercándose por el este que no le gustaban demasiado. Además, la dirección del viento no ayudaba—. Va a llover en un par de horas —anunció la cazadora.
—¿Sabes de clima?
—Sí, soy una navegante del gobierno. No conozco los cielos tan bien como tú pero me defiendo con nuestra atmósfera.
A pesar de las nubes que venían por el este, el oleaje estaba tranquilo aún. El viento de momento era bastante agradable, notándose solo algo más fuerte que una brisa.
Lo último que se imaginaba el pelirrojo es que fuera a tener comida con espectáculo en el observatorio, pero los gestos y expresiones de Lyrio mientras atendía a la historia de la cazadora bien merecían cobrar una entrada. Nada de lo que dijo era nuevo para él, pero pudo ver la reacción que tuvo días atrás reflejada en el rostro del investigador jefe. Ese tipo de respuestas resultaban predecibles para los que ya la conocían, pero no podía evitar pensar que, de una forma u otra, Abigail debía estar hasta el moño de que todo el mundo le diera tanta importancia a su anterior oficio. ¿Era tan importante que hubiera sido monja? Estaba claro que ambos mundos parecían chocar e incluso ser incompatibles, pero bien sabía que el gremio o el bando no hace a la persona: lo había aprendido con los años por la fuerza. Desde su entrada en la agencia había visto gente de lo más variopinta y muchos se asombrarían si hablase de ciertos sujetos. «Menuda cruz», se dijo, pensando en la cantidad de preguntas con las que tendría que lidiar a diario.
Para cuando el científico satisfizo su curiosidad él ya había dado buena cuenta del bocadillo. Tenía lomo, queso y... algo más que no supo identificar, pero estaba bastante más bueno de lo que se esperaba. Lo que vino a continuación no fue sino una petición para salir a tomar un poco el aire. Viendo que apenas sería la hora de comer dudaba que hubiera un gran riesgo, aunque tendrían que mantenerse alerta. Kusanagi asintió, poniéndose en pie.
—No hay problema, le seguimos —confirmó, pensando en que podría aprovechar el pequeño paseo para bajar la comida.
El clima era bastante agradable por lo normal en el West Blue, y más en aquella época. No hacía frío pero tampoco un calor sofocante: se estaba a gusto. Siguiendo al investigador tuvieron que alejarse del observatorio hasta los límites del despeñadero sobre el que estaba situado. Las vistas al mar eran increíbles desde allí, e incluso podía verse cómo las olas se estrellaban contra la roca con tan solo asomarse un poco —cosa que no recomendaría para aquellos con vértigos—. Parecía el día ideal para darse un buen baño si no fuera porque no podía poner un solo pie en el agua. Hizo una mueca: como ya le había dicho a la rubia, era lo único que echaba de menos de no ser usuario.
—¿Hmm...? —alzó una ceja, mirando de reojo a la beata antes de fijarse en el horizonte. Unos nubarrones, aún lejanos, parecían indicar que el día terminaría por estropearse. ¿Cómo había podido calcular el tiempo? Al parecer ni él ni Lyrio eran los únicos cerebritos de aquel trío, y probablemente Abi fuera la única con conocimientos de ese tipo—. Bueno, la lluvia no está mal —comenzó, esbozando una sonrisa—. A mí me ayuda a concentrarme.
El hombre suspiró, encogiéndose de hombros.
—Sí, supongo que sí... aunque espero que no se alargue hasta la noche. Me gustaría poder cenar al aire libre.
Por desgracia para él, no parecía que aquél día fuera a ser el caso.
Tal y como había predicho su compañera, aproximadamente dos horas después pareció que su dios hubiera entrado en cólera: los nubarrones habían alcanzado Nueva Ohara y sus proximidades, descargando sobre la isla su lluvia con una fuerza desmedida que, poco a poco, fue menguando. No parecía que fuera a dejar de caer agua en lo que restaba de día, así que los planes del señor Centauri parecían haberse chafado; la expresión de su rostro confirmaba su desilusión al respecto.
Fuera como fuese las horas pasaron de una forma más o menos amena. La carga de trabajo fue bastante menos intensa que la de las primeras horas y, por suerte, no tenía nada que ver con organizar papeles. De hecho, prácticamente lo único que les pedía el científico era tener algo de conversación mientras trabajaba, mandándoles de vez en cuando con algún recado a las distintas áreas del observatorio, hacer llamar a determinado científico y ese tipo de cosas. Casi parecía contar con dos secretarias, aunque de vez en cuando también se tomaba la molestia de explicarles lo que estaban haciendo —en un idioma que la mujer pudiera comprender, por cierto—. Parecía que trabajaban con varios proyectos, y a veces por la emoción se le escapaban ciertos detalles que, quizá, no debería soltar. ¿Pero qué importaba? Era la máxima autoridad allí, así que no parecía que nadie fuera a recriminarle nada. Sería su pequeño secreto con los dos protectores.
—La verdad es que era algo reacio a tener dos agentes pendientes de mí todo el santo día —dijo repentinamente, algo después del atardecer—, pero agradezco teneros por aquí. Hay bastante trabajo y... bueno —su mirada se ensombreció repentinamente, sin separar la mirada de los documentos que tenía sobre la mesa. Su tono se volvió melancólico—. Desde que mi segundo falleció hace unos días las cosas se complicaron bastante.
Kusanagi miró a Abigail con gesto apenado. Deseaba con todo su ser poder explicarle lo que había sucedido, pero no podía. Era el tipo de cosas que no soportaba del Cipher Pol, su necesidad de convertir en algo secreto hasta lo más cotidiano. Entendía el punto: no querían que en el observatorio la gente se alterase, ¿pero merecían las amistades y la familia de Lennart vivir con una mentira? No sabía nada de él, pero por el estado de ánimo de Lyrio debía ser, como poco, alguien muy importante para él.
—Lo siento mucho —dijo el agente, y aunque era una forma de darle el pésame también se estaba disculpando de verdad. En cierta medida sentía que aquella pérdida era una responsabilidad de la agencia, así como la mentira que le habrían contado—. ¿Estaban muy unidos?
El investigador hizo una mueca, aunque pareció contenerse lo suficiente como para que la melancolía y la tristeza no se apoderasen de él.
—Lennart es... era —se corrigió, mirando de vuelta a sus dos guardaespaldas— un buen amigo. Quizá la única persona que gozaba de mi completa confianza en este sitio. Que se haya ido tan de repente es... —sonrió, pero denotando tanto dolor que el pecho se le encogió al pelirrojo—. Extraño, supongo que esa sería la palabra. —Se pasó las manos por el rostro, como intentando despejarse—. Pero por favor, no hablemos de eso.
Kusanagi asintió ante su petición, no queriendo meter más el dedo en la herida.
Los siguientes minutos fueron algo tensos, aunque al final fue el pelirrojo quien trató de romper el glaciar en el que se habían metido y volver a animar un poco el ambiente. Era bueno en ese tipo de cosas, siempre lo había sido, así que se aseguró de que la calidez no volviera a descender hasta que hubieron terminado la jornada. Debían de ser las nueve de la noche cuando Lyrio dio por concluido el día, estirándose en su cómoda silla y soltando un pesado suspiro.
—Suficiente por hoy —sentenció y, aunque pareció pensárselo un poco, siguió—. Muchas gracias, por todo. Esta noche cenaréis conmigo, y no aceptaré un no por respuesta. Ya que tenéis que seguir protegiéndome, ¿qué menos que invitaros a comer? —Se puso en pie, buscando a continuación en algunos cajones para terminar por extraer un paraguas—. Conozco un sitio en el centro del pueblo que está bastante bien. Perderá un poco el tener que cenar dentro, pero bueno... —y, armado con su arma anti-tormentas, les encaró—. Me temo que no tengo ninguno para vosotros...
Para cuando el científico satisfizo su curiosidad él ya había dado buena cuenta del bocadillo. Tenía lomo, queso y... algo más que no supo identificar, pero estaba bastante más bueno de lo que se esperaba. Lo que vino a continuación no fue sino una petición para salir a tomar un poco el aire. Viendo que apenas sería la hora de comer dudaba que hubiera un gran riesgo, aunque tendrían que mantenerse alerta. Kusanagi asintió, poniéndose en pie.
—No hay problema, le seguimos —confirmó, pensando en que podría aprovechar el pequeño paseo para bajar la comida.
El clima era bastante agradable por lo normal en el West Blue, y más en aquella época. No hacía frío pero tampoco un calor sofocante: se estaba a gusto. Siguiendo al investigador tuvieron que alejarse del observatorio hasta los límites del despeñadero sobre el que estaba situado. Las vistas al mar eran increíbles desde allí, e incluso podía verse cómo las olas se estrellaban contra la roca con tan solo asomarse un poco —cosa que no recomendaría para aquellos con vértigos—. Parecía el día ideal para darse un buen baño si no fuera porque no podía poner un solo pie en el agua. Hizo una mueca: como ya le había dicho a la rubia, era lo único que echaba de menos de no ser usuario.
—¿Hmm...? —alzó una ceja, mirando de reojo a la beata antes de fijarse en el horizonte. Unos nubarrones, aún lejanos, parecían indicar que el día terminaría por estropearse. ¿Cómo había podido calcular el tiempo? Al parecer ni él ni Lyrio eran los únicos cerebritos de aquel trío, y probablemente Abi fuera la única con conocimientos de ese tipo—. Bueno, la lluvia no está mal —comenzó, esbozando una sonrisa—. A mí me ayuda a concentrarme.
El hombre suspiró, encogiéndose de hombros.
—Sí, supongo que sí... aunque espero que no se alargue hasta la noche. Me gustaría poder cenar al aire libre.
Por desgracia para él, no parecía que aquél día fuera a ser el caso.
Tal y como había predicho su compañera, aproximadamente dos horas después pareció que su dios hubiera entrado en cólera: los nubarrones habían alcanzado Nueva Ohara y sus proximidades, descargando sobre la isla su lluvia con una fuerza desmedida que, poco a poco, fue menguando. No parecía que fuera a dejar de caer agua en lo que restaba de día, así que los planes del señor Centauri parecían haberse chafado; la expresión de su rostro confirmaba su desilusión al respecto.
Fuera como fuese las horas pasaron de una forma más o menos amena. La carga de trabajo fue bastante menos intensa que la de las primeras horas y, por suerte, no tenía nada que ver con organizar papeles. De hecho, prácticamente lo único que les pedía el científico era tener algo de conversación mientras trabajaba, mandándoles de vez en cuando con algún recado a las distintas áreas del observatorio, hacer llamar a determinado científico y ese tipo de cosas. Casi parecía contar con dos secretarias, aunque de vez en cuando también se tomaba la molestia de explicarles lo que estaban haciendo —en un idioma que la mujer pudiera comprender, por cierto—. Parecía que trabajaban con varios proyectos, y a veces por la emoción se le escapaban ciertos detalles que, quizá, no debería soltar. ¿Pero qué importaba? Era la máxima autoridad allí, así que no parecía que nadie fuera a recriminarle nada. Sería su pequeño secreto con los dos protectores.
—La verdad es que era algo reacio a tener dos agentes pendientes de mí todo el santo día —dijo repentinamente, algo después del atardecer—, pero agradezco teneros por aquí. Hay bastante trabajo y... bueno —su mirada se ensombreció repentinamente, sin separar la mirada de los documentos que tenía sobre la mesa. Su tono se volvió melancólico—. Desde que mi segundo falleció hace unos días las cosas se complicaron bastante.
Kusanagi miró a Abigail con gesto apenado. Deseaba con todo su ser poder explicarle lo que había sucedido, pero no podía. Era el tipo de cosas que no soportaba del Cipher Pol, su necesidad de convertir en algo secreto hasta lo más cotidiano. Entendía el punto: no querían que en el observatorio la gente se alterase, ¿pero merecían las amistades y la familia de Lennart vivir con una mentira? No sabía nada de él, pero por el estado de ánimo de Lyrio debía ser, como poco, alguien muy importante para él.
—Lo siento mucho —dijo el agente, y aunque era una forma de darle el pésame también se estaba disculpando de verdad. En cierta medida sentía que aquella pérdida era una responsabilidad de la agencia, así como la mentira que le habrían contado—. ¿Estaban muy unidos?
El investigador hizo una mueca, aunque pareció contenerse lo suficiente como para que la melancolía y la tristeza no se apoderasen de él.
—Lennart es... era —se corrigió, mirando de vuelta a sus dos guardaespaldas— un buen amigo. Quizá la única persona que gozaba de mi completa confianza en este sitio. Que se haya ido tan de repente es... —sonrió, pero denotando tanto dolor que el pecho se le encogió al pelirrojo—. Extraño, supongo que esa sería la palabra. —Se pasó las manos por el rostro, como intentando despejarse—. Pero por favor, no hablemos de eso.
Kusanagi asintió ante su petición, no queriendo meter más el dedo en la herida.
Los siguientes minutos fueron algo tensos, aunque al final fue el pelirrojo quien trató de romper el glaciar en el que se habían metido y volver a animar un poco el ambiente. Era bueno en ese tipo de cosas, siempre lo había sido, así que se aseguró de que la calidez no volviera a descender hasta que hubieron terminado la jornada. Debían de ser las nueve de la noche cuando Lyrio dio por concluido el día, estirándose en su cómoda silla y soltando un pesado suspiro.
—Suficiente por hoy —sentenció y, aunque pareció pensárselo un poco, siguió—. Muchas gracias, por todo. Esta noche cenaréis conmigo, y no aceptaré un no por respuesta. Ya que tenéis que seguir protegiéndome, ¿qué menos que invitaros a comer? —Se puso en pie, buscando a continuación en algunos cajones para terminar por extraer un paraguas—. Conozco un sitio en el centro del pueblo que está bastante bien. Perderá un poco el tener que cenar dentro, pero bueno... —y, armado con su arma anti-tormentas, les encaró—. Me temo que no tengo ninguno para vosotros...
Abigail Mjöllnir
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Akuma no mi
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Decían que la lluvia limpiaba el alma, y tenían razón en un extraño sentido. Por algún motivo, la lluvia instaba a pensar en las acciones de uno mismo. En lluvias era cuando Abi fumaba más y... no iba a poder evitar hacerlo ahora. Con esa lluvia, Dios estaba recordándole a Abigail sus pecados, le recordaba la deuda que no podría saldar nunca.
Efectivamente se puso a llover al cabo de un par de horas y bueno, tuvieron que resguardarse en el observatorio antes de continuar trabajando. En lugar de trabajo burocrático, esta vez fue hacer de secretarios. Llevar cosas, avisar a científicos, ese tipo de tareas. Lyrio se tomó incluso la molestia de explicarles un poco lo que hacía de una forma que incluso Abi, que no tenía nada de científica, pudiera más o menos entender.
Agachó un poco la mirada al escucharle hablar de su "segundo", que suponía era Lennart. Miró de reojo al agente, encontrándose con su mirada. El agente debía agradecer que él mismo no estuviera de acuerdo con aquella política del gobierno, de lo contrario tendría serios problemas con la rubia. Ese era parte del lado oscuro del gobierno. ¿Cómo debía sentirse? Había sido ella quien había encontrado el cadáver ahorcado de su mejor amigo y no podía contarle absolutamente nada, estaba obligada a hacer una de las cosas que más odiaba: mentir. Tenía a Centauri delante expresando su dolor y no podía contarle que la gente para la que trabajaba le había mentido.
Luego tendría una charla con el agente.
—Lo siento mucho, Lyrio —alcanzó a decir, callándose para no hurgar más en la herida ni para irse de la lengua.
Por suerte para todos, el agente Kusanagi era mucho mejor que la rubia en entornos sociales, consiguiendo animar de nuevo el ambiente. Las horas continuaron pasando y detuvieron su trabajo sobre las nueve de la noche, más o menos. Estaba claro que se habían ganado al menos la confianza del hombre, que no tuvo reparos en invitarlos a cenar. ¿El problema? No tenía más que un paraguas.
—No pasa nada, yo debería tener las manos libres para poder intervenir —no sabía cómo se defendía Kus exactamente, pero ella como tiradora debía tener las manos libres. Mojarse no le suponía ningún problema, es más, así tendría una excusa para darse un baño y cambiarse la ropa al acabar la jornada.
Fuera como fuera acabarían saliendo del observatorio y, si no había solución para lo del paraguas, la agente Elizabeth, al salir y ver el chaparrón, se quitaría la chaqueta del traje para usarla de cubierta, así se ahorraba lo de ponerse totalmente perdida de agua.
El trayecto hacia el asentamiento principal de Nueva Ohara les llevó por el campo, estaban haciendo el mismo trayecto que a la ida. Ya había anochecido, había nubes y lluvia. Estaba segura de que su compañero estaba pensando lo mismo. Si había un momento idóneo para atacar sería justo ese.
Lo que no esperaba Abigail fue el enfoque tan distinto que tuvieron esta vez los atacantes. No usaron la sutileza como la otra vez. Un par de figuras empezaron a acercarse a ellos desde la distancia. Una caminaba de forma normal, pero la otra figura de repente avanzó a una velocidad pasmosa, suficiente como para ponerse frente al agente Kusanagi y propinarle un puñetazo cargado con una dosis de Armadura que traspasaría sus defensas de Logia si no reaccionaba a tiempo.
La otra figura, por otra parte, atacó de lejos. Desde unos quince metros o así, utilizó sus manos para concentrar el agua de la lluvia y desplegar una andanada de "balas" hacia Elizabeth y Lyrio. La agente reaccionó con rapidez, empujando con fuerza al investigador jefe para apartarle de la trayectoria de los proyectiles de agua. Estos impactarían sobre el costado de la cazadora con tan mala suerte de atinar justo donde días atrás había recibido una puñalada, provocando que soltara un gruñido de dolor. La herida terminaría por abrirse si recibía más... tenía que acabar cuanto antes.
—¡A vuestras posiciones! ¡No hay más testigos, no tenemos que cortarnos pero no los matéis! ¡Uno de vosotros que salga a por Lyrio! —exclamó para desconcierto de, seguramente, todos salvo Kusanagi, que ya conocía como mínimo la base de su poder. Abigail desplegó el territorio de su Shiro Shiro no Mi, una cúpula translúcida de dos metros de radio con ella en el centro. Unos segundos después, uno de sus habitantes salió para tirar de Lyrio y hacerle entrar en el interior de la fortaleza.
—¿Qu-qué es esto? ¿Quienes sois? —preguntó, desconcertado.
—Tranquilo, estás a salvo —dijo Abigail o, mejor dicho, su réplica, que se había manifestado en el interior de aquella dimensión —. Son todos amigos míos, mientras estés aquí dentro no correrás peligro, todos ellos te protegerán —dijo con la misma voz tranquilizadora con la que antes le había asegurado que lo protegería con su vida de ser necesario.
Ya confiaba en ambos, de forma que no le costó mucho trabajo aceptar la situación. Tampoco es que tuviera muchas más opciones.
—¡Preparáos! ¡Uno de vosotros que utilice Assiah y otro que use el lanzallamas, los demás como siempre! —ordenó con voz firme. La respuesta de sus habitantes, dado el nivel de complicidad que ya tenían entre ellos, fue prácticamente inmediato. Tardarían un poco, pero cuando estuvieran totalmente listos no tardarían nada en eliminar la amenaza.
—¿Una Usuaria? —preguntó Lyrio, casi más desconcertado que cuando descubrió que era monja.
—Sí, ella nos facilita esta fortaleza para poder vivir. No te preocupes, te protegeremos —dijo Amara, la habitante de mayor edad y la "cabecilla" de aquel particular grupo.
La idea era que sus habitantes se distribuyeran de la siguiente forma: dos en cada brazo, equipados con un revólver cada uno y con un dial láser cada uno, dos en cada pierna, con diales de hielo. En su espalda habría uno solo equipado con arco básico, flechas, y todas las granadas cegadoras en un rincón. Todos los demás estarían en la capilla, equipados con arcos, pistolas, uno con Assiah, otro con el Purificador, y un tercero apostado en la balista. Pero claro, eso sería cuando terminaran de equiparse con lo que tenían en la armería, hasta entonces tendría que pelear Abi sola.
—¡Kus! Lyrio está a salvo en mi dimensión, no tienes que preocuparte por él —dijo, para así quitarle al agente una preocupación de encima.
Ella, por su parte, tomó su revólver. La parte mala era que solo tenía cuatro balas que hicieran daño de verdad, tendría que medir sus disparos mientras no tuviera el refuerzo de sus habitantes.
Ahora empezaba el combate, y la gran diferencia respecto a la última vez era que esta vez no tenía que preocuparse por el sigilo, los daños o su tapadera; podía ir con todo. Solo esperaba no asustar demasiado al agente.
Efectivamente se puso a llover al cabo de un par de horas y bueno, tuvieron que resguardarse en el observatorio antes de continuar trabajando. En lugar de trabajo burocrático, esta vez fue hacer de secretarios. Llevar cosas, avisar a científicos, ese tipo de tareas. Lyrio se tomó incluso la molestia de explicarles un poco lo que hacía de una forma que incluso Abi, que no tenía nada de científica, pudiera más o menos entender.
Agachó un poco la mirada al escucharle hablar de su "segundo", que suponía era Lennart. Miró de reojo al agente, encontrándose con su mirada. El agente debía agradecer que él mismo no estuviera de acuerdo con aquella política del gobierno, de lo contrario tendría serios problemas con la rubia. Ese era parte del lado oscuro del gobierno. ¿Cómo debía sentirse? Había sido ella quien había encontrado el cadáver ahorcado de su mejor amigo y no podía contarle absolutamente nada, estaba obligada a hacer una de las cosas que más odiaba: mentir. Tenía a Centauri delante expresando su dolor y no podía contarle que la gente para la que trabajaba le había mentido.
Luego tendría una charla con el agente.
—Lo siento mucho, Lyrio —alcanzó a decir, callándose para no hurgar más en la herida ni para irse de la lengua.
Por suerte para todos, el agente Kusanagi era mucho mejor que la rubia en entornos sociales, consiguiendo animar de nuevo el ambiente. Las horas continuaron pasando y detuvieron su trabajo sobre las nueve de la noche, más o menos. Estaba claro que se habían ganado al menos la confianza del hombre, que no tuvo reparos en invitarlos a cenar. ¿El problema? No tenía más que un paraguas.
—No pasa nada, yo debería tener las manos libres para poder intervenir —no sabía cómo se defendía Kus exactamente, pero ella como tiradora debía tener las manos libres. Mojarse no le suponía ningún problema, es más, así tendría una excusa para darse un baño y cambiarse la ropa al acabar la jornada.
Fuera como fuera acabarían saliendo del observatorio y, si no había solución para lo del paraguas, la agente Elizabeth, al salir y ver el chaparrón, se quitaría la chaqueta del traje para usarla de cubierta, así se ahorraba lo de ponerse totalmente perdida de agua.
El trayecto hacia el asentamiento principal de Nueva Ohara les llevó por el campo, estaban haciendo el mismo trayecto que a la ida. Ya había anochecido, había nubes y lluvia. Estaba segura de que su compañero estaba pensando lo mismo. Si había un momento idóneo para atacar sería justo ese.
Lo que no esperaba Abigail fue el enfoque tan distinto que tuvieron esta vez los atacantes. No usaron la sutileza como la otra vez. Un par de figuras empezaron a acercarse a ellos desde la distancia. Una caminaba de forma normal, pero la otra figura de repente avanzó a una velocidad pasmosa, suficiente como para ponerse frente al agente Kusanagi y propinarle un puñetazo cargado con una dosis de Armadura que traspasaría sus defensas de Logia si no reaccionaba a tiempo.
La otra figura, por otra parte, atacó de lejos. Desde unos quince metros o así, utilizó sus manos para concentrar el agua de la lluvia y desplegar una andanada de "balas" hacia Elizabeth y Lyrio. La agente reaccionó con rapidez, empujando con fuerza al investigador jefe para apartarle de la trayectoria de los proyectiles de agua. Estos impactarían sobre el costado de la cazadora con tan mala suerte de atinar justo donde días atrás había recibido una puñalada, provocando que soltara un gruñido de dolor. La herida terminaría por abrirse si recibía más... tenía que acabar cuanto antes.
—¡A vuestras posiciones! ¡No hay más testigos, no tenemos que cortarnos pero no los matéis! ¡Uno de vosotros que salga a por Lyrio! —exclamó para desconcierto de, seguramente, todos salvo Kusanagi, que ya conocía como mínimo la base de su poder. Abigail desplegó el territorio de su Shiro Shiro no Mi, una cúpula translúcida de dos metros de radio con ella en el centro. Unos segundos después, uno de sus habitantes salió para tirar de Lyrio y hacerle entrar en el interior de la fortaleza.
—¿Qu-qué es esto? ¿Quienes sois? —preguntó, desconcertado.
—Tranquilo, estás a salvo —dijo Abigail o, mejor dicho, su réplica, que se había manifestado en el interior de aquella dimensión —. Son todos amigos míos, mientras estés aquí dentro no correrás peligro, todos ellos te protegerán —dijo con la misma voz tranquilizadora con la que antes le había asegurado que lo protegería con su vida de ser necesario.
Ya confiaba en ambos, de forma que no le costó mucho trabajo aceptar la situación. Tampoco es que tuviera muchas más opciones.
—¡Preparáos! ¡Uno de vosotros que utilice Assiah y otro que use el lanzallamas, los demás como siempre! —ordenó con voz firme. La respuesta de sus habitantes, dado el nivel de complicidad que ya tenían entre ellos, fue prácticamente inmediato. Tardarían un poco, pero cuando estuvieran totalmente listos no tardarían nada en eliminar la amenaza.
—¿Una Usuaria? —preguntó Lyrio, casi más desconcertado que cuando descubrió que era monja.
—Sí, ella nos facilita esta fortaleza para poder vivir. No te preocupes, te protegeremos —dijo Amara, la habitante de mayor edad y la "cabecilla" de aquel particular grupo.
La idea era que sus habitantes se distribuyeran de la siguiente forma: dos en cada brazo, equipados con un revólver cada uno y con un dial láser cada uno, dos en cada pierna, con diales de hielo. En su espalda habría uno solo equipado con arco básico, flechas, y todas las granadas cegadoras en un rincón. Todos los demás estarían en la capilla, equipados con arcos, pistolas, uno con Assiah, otro con el Purificador, y un tercero apostado en la balista. Pero claro, eso sería cuando terminaran de equiparse con lo que tenían en la armería, hasta entonces tendría que pelear Abi sola.
—¡Kus! Lyrio está a salvo en mi dimensión, no tienes que preocuparte por él —dijo, para así quitarle al agente una preocupación de encima.
Ella, por su parte, tomó su revólver. La parte mala era que solo tenía cuatro balas que hicieran daño de verdad, tendría que medir sus disparos mientras no tuviera el refuerzo de sus habitantes.
Ahora empezaba el combate, y la gran diferencia respecto a la última vez era que esta vez no tenía que preocuparse por el sigilo, los daños o su tapadera; podía ir con todo. Solo esperaba no asustar demasiado al agente.
No tardaron en salir del observatorio tras realizar los fichajes oportunos y esperar a que Lyrio se despidiera de algunos compañeros de trabajo. No podía evitar fijarse en que sus formas, aunque cordiales, resultaban bastante secas. ¿No les tragaría del todo? ¿Usaba aquel tono con tan de no caldear el ambiente? Tal vez. Fuera les esperaba un enemigo contra el que no tenían nada que hacer: la lluvia. No era tan fuerte como podría, pero estaba claro que iban a terminar calados desde los pies hasta la cabeza por corto que quisieran hacer el trayecto. El joven investigador al menos tuvo la decencia de ofrecerle algo de refugio a Abigail, obviando bastante la presencia del agente que no pudo sino reprimir una carcajada. Comprendía cuáles podían ser las preferencias del muchacho y, puestos a elegir, él habría tomado la misma decisión. Tampoco pasaba nada por mojarse un poquito.
El camino no estaba asfaltado, sino que era un sendero que salía desde la ciudad hacia las afueras, culminando en el despeñadero sobre el que se asentaba el observatorio. Ya lo habían recorrido en otras ocasiones, aunque no con tan poca luz. Ya era de noche y estaban alejados de todo y de todos; si pensaban atacar en algún momento no podía ser otro más que ese. La tensión del momento se volvió palpable, incluso si Kusanagi trataba de sacar conversación para que nadie perdiera los nervios. El ambiente se notaba cargado por algún motivo, y no tardaron en descubrir el por qué: dos figuras aparecieron delante de ellos, siguiendo el camino en sentido inverso; unos pocos pasos más y se cruzarían con ellos aunque, para sorpresa del agente, todo se desenvolvió con una rapidez que no se esperaba. En menos tiempo de lo que dura un parpadeo una de las dos figuras —la más pequeña—se había lanzado contra él, buscando encajar en su rostro un contundente puñetazo. Pensaba evadirlo limitándose a adoptar su forma etérea, quizá demasiado perezoso como para intentar esquivarlo o por el simple hecho de que no se esperaba que fueran a ser tan directos, pero una mala sensación se apoderó de su cuerpo. De forma completamente instintiva sus músculos se tensaron.
«Tek...»
El golpe llegó con una potencia desmedida, tanta que ni siquiera el rokushiki sirvió de mucho para mitigar el impacto. Por un momento su vista se nubló y su cuerpo salió despedido hacia atrás, rodando durante varios metros por el barro antes de lograr estabilizarse y plantar ambos pies en la tierra, usando una mano en el suelo como sujeción extra para dejar de retroceder. El acompañante de su agresor había tomado también la iniciativa, buscando dañar a Lyrio y a su protectora, aunque Abi había sido más rápida que él en su reacción y el investigador estaba a salvo en la fortaleza.
Notó el sabor ferroso de la sangre inundando su boca, lo que le obligó a ladear la cabeza y escupir la sangre que se había comenzado a acumular en ella. Pasándose el dorso de la mano por los labios terminó de erguirse, caminando con cierta calma hacia el frente. Los dos asaltantes se habían permitido el lujo de regodearse en aquella pequeña victoria.
—Mejor. No queremos que el señor Centauri se lleve ningún trauma de esto —respondió, comenzando a aflojarse el nudo de la corbata. Si iban a pelear qué menos que desprenderse de todo cuanto le incomodaba—. ¿Sabéis? Eso no ha sido muy cortés por vuestra parte. Antes de partirme la cara qué menos que invitarme a cenar.
Abrió y cerró la boca un par de veces al notarse la mandíbula algo entumecida; por lo menos nada se había movido de su sitio. Ahora que tenía un momento pudo observarles con más calma: el que le había golpeado era humano o, por lo menos, algo parecido a un humano; aquellos brazos no eran del todo normales. Lo que sí podían confirmar es que el otro era un gyojin. El segundo podría suponer un problema mayor que el primero a causa de la lluvia, pero estaba seguro de algo: el puñetazo que se había llevado iba imbuido en haki. Esos dos no eran ningunos mindundis.
—Eso se lo dejamos a los peces, amigo —respondió el brazos–largos—. El jefe nos ha dejado claro que os mandemos con ellos a los dos. No se puede ir por la vida entorpeciendo los asuntos de otros, al final alguien se termina cabreando...
Bueno, al menos una cosa quedaba clara: esos individuos pertenecían a la misma organización que los anteriores. Tanto la cazadora como él debían haberse convertido en un auténtico dolor de huevos para quien fuera que estuviera al mando; que les hubieran ordenado expresamente que se deshicieran de ambos agentes tan solo podía significar que habían hecho su trabajo demasiado bien.
—Me quedo al bocazas —comentó el pelirrojo en un susurro que tan solo alcanzaría los oídos de Abigail—. No te cortes ni un pelo, yo me ocupo de que el ruido no llegue a la ciudad.
Y, sin más, se deshizo de un tirón de la chaqueta del traje y se lanzó a toda velocidad contra aquel desgraciado. Le había hecho una fea herida en la boca con aquel golpe y ese tipo de daños resultaban muy molestos: ¡lo notaría cada vez que quisiera comer o beber! Y estaba seguro de que se prolongaría durante al menos una semana; tendría que enseñarle una lección a ese malandrín. Tan solo había un problema, y es que con tal de mantener cierta discreción no había llevado consigo sus espadas. No estaba acostumbrado a combatir con sus puños desnudos y, aunque el rokushiki y sus poderes eran de gran ayuda, no dejaba de estar fuera de su zona de confort. Sus pasos fueron rápidos, sin embargo, y es que el soru le había permitido acortar la distancia entre ambos mucho más rápido de lo que aquel tipo se esperaba. Lanzó un gancho a su mandíbula emulando lo que él había hecho, aunque al encontrarse alerta fue capaz de anteponer el antebrazo para intentar bloquearlo. Craso error. Su puñetazo fue acompañado de una onda sonora con tal potencia que no solo le hizo ceder, sino que golpeó desde el rostro hasta la mitad superior de su torso, lanzándolo hacia atrás con una fuerza desmedida.
Sacudió la mano al aire, notándola ligeramente dolorida por culpa del impacto. Prefería atacar con espadas sin ninguna duda.
Mientras su rival se recomponía él se dedicó con toda la calma del mundo a remangarse la camisa, la cual estaba tan calada que empezaba a pegársele de una forma un tanto incómoda al cuerpo. Si la cosa se caldeaba demasiado quizá tendría que quitársela del todo. Se planteó ver cómo le iba a la cazadora pero no lo hizo; confiaba plenamente en ella y sabía que podría lidiar con el pez. Debía cumplir su parte y centrar todos sus esfuerzos en su rival.
—Ahora estamos en paz —le dijo al brazos–largos en cuanto se puso en pie, dedicándole una sonrisa burlona. No era arrogancia real lo que mostraba el agente, pero había aprendido con los años lo valioso que era sacar de quicio a un oponente—. ¿Sigues sin estar interesado en esa cena? Dicen que los calabozos de Impel Down tienen un menú exquisito.
El contrario se rió con cierta ironía, antes de volver a lanzarse a la carga. Pudo ver cómo sus puños se recubrían de una película azabache, delatando el uso de su voluntad. Aquella vez, sin embargo, pudo reaccionar a tiempo y tan solo necesitó echarse a un lado para esquivar el primero de los golpes. Sus reflejos estaban habituados a las altas velocidades, así que aquello no debía suponer ningún problema. Viendo venir el segundo de los puñetazos recubrió sus antebrazos con haki y los cruzó, encajando el ataque que le hizo retroceder medio metro y resentirse ligeramente. Como poco aquel tipejo tenía fuerza. El dedo índice del parcheado se aseguró de dar respuesta, lanzando un shigan que perforó el hombro de su contrincante de forma superficial; se había movido lo suficiente como para evadir la mayor parte del daño.
Era mucho más lento que él, pero debía andarse con ojos si no quería recibir más daños de los que debía. «Si tuviera mis espadas esto estaba hecho» se dijo, maldiciendo.
El camino no estaba asfaltado, sino que era un sendero que salía desde la ciudad hacia las afueras, culminando en el despeñadero sobre el que se asentaba el observatorio. Ya lo habían recorrido en otras ocasiones, aunque no con tan poca luz. Ya era de noche y estaban alejados de todo y de todos; si pensaban atacar en algún momento no podía ser otro más que ese. La tensión del momento se volvió palpable, incluso si Kusanagi trataba de sacar conversación para que nadie perdiera los nervios. El ambiente se notaba cargado por algún motivo, y no tardaron en descubrir el por qué: dos figuras aparecieron delante de ellos, siguiendo el camino en sentido inverso; unos pocos pasos más y se cruzarían con ellos aunque, para sorpresa del agente, todo se desenvolvió con una rapidez que no se esperaba. En menos tiempo de lo que dura un parpadeo una de las dos figuras —la más pequeña—se había lanzado contra él, buscando encajar en su rostro un contundente puñetazo. Pensaba evadirlo limitándose a adoptar su forma etérea, quizá demasiado perezoso como para intentar esquivarlo o por el simple hecho de que no se esperaba que fueran a ser tan directos, pero una mala sensación se apoderó de su cuerpo. De forma completamente instintiva sus músculos se tensaron.
«Tek...»
El golpe llegó con una potencia desmedida, tanta que ni siquiera el rokushiki sirvió de mucho para mitigar el impacto. Por un momento su vista se nubló y su cuerpo salió despedido hacia atrás, rodando durante varios metros por el barro antes de lograr estabilizarse y plantar ambos pies en la tierra, usando una mano en el suelo como sujeción extra para dejar de retroceder. El acompañante de su agresor había tomado también la iniciativa, buscando dañar a Lyrio y a su protectora, aunque Abi había sido más rápida que él en su reacción y el investigador estaba a salvo en la fortaleza.
Notó el sabor ferroso de la sangre inundando su boca, lo que le obligó a ladear la cabeza y escupir la sangre que se había comenzado a acumular en ella. Pasándose el dorso de la mano por los labios terminó de erguirse, caminando con cierta calma hacia el frente. Los dos asaltantes se habían permitido el lujo de regodearse en aquella pequeña victoria.
—Mejor. No queremos que el señor Centauri se lleve ningún trauma de esto —respondió, comenzando a aflojarse el nudo de la corbata. Si iban a pelear qué menos que desprenderse de todo cuanto le incomodaba—. ¿Sabéis? Eso no ha sido muy cortés por vuestra parte. Antes de partirme la cara qué menos que invitarme a cenar.
Abrió y cerró la boca un par de veces al notarse la mandíbula algo entumecida; por lo menos nada se había movido de su sitio. Ahora que tenía un momento pudo observarles con más calma: el que le había golpeado era humano o, por lo menos, algo parecido a un humano; aquellos brazos no eran del todo normales. Lo que sí podían confirmar es que el otro era un gyojin. El segundo podría suponer un problema mayor que el primero a causa de la lluvia, pero estaba seguro de algo: el puñetazo que se había llevado iba imbuido en haki. Esos dos no eran ningunos mindundis.
—Eso se lo dejamos a los peces, amigo —respondió el brazos–largos—. El jefe nos ha dejado claro que os mandemos con ellos a los dos. No se puede ir por la vida entorpeciendo los asuntos de otros, al final alguien se termina cabreando...
Bueno, al menos una cosa quedaba clara: esos individuos pertenecían a la misma organización que los anteriores. Tanto la cazadora como él debían haberse convertido en un auténtico dolor de huevos para quien fuera que estuviera al mando; que les hubieran ordenado expresamente que se deshicieran de ambos agentes tan solo podía significar que habían hecho su trabajo demasiado bien.
—Me quedo al bocazas —comentó el pelirrojo en un susurro que tan solo alcanzaría los oídos de Abigail—. No te cortes ni un pelo, yo me ocupo de que el ruido no llegue a la ciudad.
Y, sin más, se deshizo de un tirón de la chaqueta del traje y se lanzó a toda velocidad contra aquel desgraciado. Le había hecho una fea herida en la boca con aquel golpe y ese tipo de daños resultaban muy molestos: ¡lo notaría cada vez que quisiera comer o beber! Y estaba seguro de que se prolongaría durante al menos una semana; tendría que enseñarle una lección a ese malandrín. Tan solo había un problema, y es que con tal de mantener cierta discreción no había llevado consigo sus espadas. No estaba acostumbrado a combatir con sus puños desnudos y, aunque el rokushiki y sus poderes eran de gran ayuda, no dejaba de estar fuera de su zona de confort. Sus pasos fueron rápidos, sin embargo, y es que el soru le había permitido acortar la distancia entre ambos mucho más rápido de lo que aquel tipo se esperaba. Lanzó un gancho a su mandíbula emulando lo que él había hecho, aunque al encontrarse alerta fue capaz de anteponer el antebrazo para intentar bloquearlo. Craso error. Su puñetazo fue acompañado de una onda sonora con tal potencia que no solo le hizo ceder, sino que golpeó desde el rostro hasta la mitad superior de su torso, lanzándolo hacia atrás con una fuerza desmedida.
Sacudió la mano al aire, notándola ligeramente dolorida por culpa del impacto. Prefería atacar con espadas sin ninguna duda.
Mientras su rival se recomponía él se dedicó con toda la calma del mundo a remangarse la camisa, la cual estaba tan calada que empezaba a pegársele de una forma un tanto incómoda al cuerpo. Si la cosa se caldeaba demasiado quizá tendría que quitársela del todo. Se planteó ver cómo le iba a la cazadora pero no lo hizo; confiaba plenamente en ella y sabía que podría lidiar con el pez. Debía cumplir su parte y centrar todos sus esfuerzos en su rival.
—Ahora estamos en paz —le dijo al brazos–largos en cuanto se puso en pie, dedicándole una sonrisa burlona. No era arrogancia real lo que mostraba el agente, pero había aprendido con los años lo valioso que era sacar de quicio a un oponente—. ¿Sigues sin estar interesado en esa cena? Dicen que los calabozos de Impel Down tienen un menú exquisito.
El contrario se rió con cierta ironía, antes de volver a lanzarse a la carga. Pudo ver cómo sus puños se recubrían de una película azabache, delatando el uso de su voluntad. Aquella vez, sin embargo, pudo reaccionar a tiempo y tan solo necesitó echarse a un lado para esquivar el primero de los golpes. Sus reflejos estaban habituados a las altas velocidades, así que aquello no debía suponer ningún problema. Viendo venir el segundo de los puñetazos recubrió sus antebrazos con haki y los cruzó, encajando el ataque que le hizo retroceder medio metro y resentirse ligeramente. Como poco aquel tipejo tenía fuerza. El dedo índice del parcheado se aseguró de dar respuesta, lanzando un shigan que perforó el hombro de su contrincante de forma superficial; se había movido lo suficiente como para evadir la mayor parte del daño.
Era mucho más lento que él, pero debía andarse con ojos si no quería recibir más daños de los que debía. «Si tuviera mis espadas esto estaba hecho» se dijo, maldiciendo.
Abigail Mjöllnir
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
La figura que golpeó a Kusanagi se reveló como un humano de la tribu de los brazos-largos, unos humanos que se caracterizaban por tener unos brazos absurdamente largos y dos codos en lugar de uno solo. Sonrió al ver que el agente se levantaba, bien, le dejaría el brazos-largos y ella se quedaría con el gyojin.
En el interior de su dimensión, la réplica de Abigail dirigió a Lyrio hasta las habitaciones del piso superior, dejándolo en una de las habitaciones que estaban vacías. Aunque estaba asustado, toda la conversación y las horas que habían pasado juntos lo estaban ayudando ahora a tranquilizarlo, a pensar que creía en ellos y que serían capaces de protegerlo sin problema.
—Puedes descansar sin peligro aquí, te avisaremos cuando hayamos acabado —dijo la réplica de Abi mientras la real aún permanecía quieta, observando al gyojin desde la lejanía. El combate entre los dos tiradores estaba a punto de dar comienzo y la cazadora partía con una ventaja que su oponente desconocía por completo. La parte mala era que nunca había tenido que enfrentarse a un habitante de los océanos, no tenía ni idea de qué podría llegar a hacer.
—¿Que no me corte ni un pelo? —preguntó mientras sacaba su revólver. Se trataba de un revólver más grande de lo normal, de aspecto pesado pero que podía manejar más o menos bien —. Espero que no te asustes, Kusanagi —dijo, acercándose caminando al gyojin mientras desplegaba su territorio. Una cúpula translúcida con ella como centro, de dos metros de radio, aparecería, delimitando el área que estaba bajo su dominio. Al contrario de lo que se podría pensar, su dominio no estaba en el área interior de la cúpula, estaba fuera de la misma. Puede que antes el Agente hubiera visto la base de su poder, pero aún no la había visto emplearlo en batalla. El gyojin al principio prefirió ser precavido y evitó acercarse.
Antes de hacer nada tendría que lidiar con lo que estaba haciendo el gyojin. Estaba... ¿reuniendo agua de los charcos del suelo y la lluvia? Al cabo de un par de segundos, el silencioso habitante del mar lanzó una masa de agua con forma de tiburón a la que la monja reaccionó con un único disparo de su revólver, ¿la bala? una explosiva. Al impactar contra la masa de agua se desató una explosión que dispersó el agua. Tch, ya había gastado una de sus dos balas explosivas... le quedaban tres proyectiles que hicieran daño.
Abrió todas las ventanas necesarias para exponer a todos sus tripulantes, que aguardaban en sus posiciones.
—Qué cojones... —dijo el gyojin finalmente. Éste volvió rápidamente al ataque, aunque para su sorpresa, su oponente decidió acercarse, ¿ya había visto a través de su habilidad? Esos dos no eran una broma como los de la última vez.
—Oh no, no vas a acercarte mucho. ¡Fuego! —exclamó, ordenando a sus habitantes que abrieran fuego. Cada uno haría solo dos disparos, pero desde su cúpula aparecerían todas las balas, la veintena entera. Iban a menos velocidad, sí, pero no por ello eran menos letales.
El gyojin, sorprendido, dio un salto para evitar las balas. No obstante no pudo evitarlas todas, al menos cinco de ellas impactaron en pierna y brazo derecho del hombre-pez, haciendo que empezara a sangrar por varios puntos. Tenía que reconocerle que era obstinado, había logrado entrar en su territorio y estaba haciendo que Abi retrocediera para recuperar la distancia que necesitaba. Llegó a acercarse a una distancia demasiado peligrosa y amenazó con golpearla con un puñetazo, pero la navegante reaccionó moviendo los dedos de su guantelete. De la esfera que había en éste surgió una masa de color grisáceo-negro, una masa de nubes de hierro de las islas del cielo que se interpuso entre ella y el Gyojin.
El ruido del puñetazo del gyojin contra el bloque de nubes de hierro resonaría —si Kus no había cancelado el sonido—, dándole tiempo a Abigail para volver a retroceder más todavía. Eso sí, no se libró del daño. Aunque sí frenó el golpe inicial, la onda expansiva fruto del gyojin karate sí que impactó en su estómago, forzándola a cerrar la fortaleza en cuanto notó algo raro. Tuvo que toser y se le escapó algo de sangre, ¿había atacado su interior directamente? Eso era... peligroso.
—¿Estáis bien? —preguntó a sus habitantes, que asintieron a la réplica que estaba para controlar. Sabía que los ataques externos podían llegar, pero, ¿y los internos? Tendría que evitar todo lo posible el sufrir daños con sus ventanas abiertas.
Temía alcanzar a Kus con alguna bala perdida así que se desplazó corriendo para que el agente saliera de la línea de tiro. El agua de los charcos le estaba dando una idea para frenar al gyojin... tendría que dejar que se acercara de nuevo y arriesgarse. Usaría la misma jugada que usó contra el Purificador tiempo atrás, no sabía si funcionaría pero había que intentarlo.
Cerró de nuevo las ventanas para darle a entender a su oponente que aquello solo podía hacerlo por tiempo limitado, a ver si picaba... no, picaría, ya había visto que el cuerpo a cuerpo era efectivo contra ella.
Había visto cómo el brazos-largos había salido disparado hacia atrás. ¿Hacía eso con sonido, su pura fuerza física o había algo más? Por lo que veía no tenía que preocuparse del agente así que se centraría en el hombre pez... e intentaría no matarlo sin querer.
En el interior de su dimensión, la réplica de Abigail dirigió a Lyrio hasta las habitaciones del piso superior, dejándolo en una de las habitaciones que estaban vacías. Aunque estaba asustado, toda la conversación y las horas que habían pasado juntos lo estaban ayudando ahora a tranquilizarlo, a pensar que creía en ellos y que serían capaces de protegerlo sin problema.
—Puedes descansar sin peligro aquí, te avisaremos cuando hayamos acabado —dijo la réplica de Abi mientras la real aún permanecía quieta, observando al gyojin desde la lejanía. El combate entre los dos tiradores estaba a punto de dar comienzo y la cazadora partía con una ventaja que su oponente desconocía por completo. La parte mala era que nunca había tenido que enfrentarse a un habitante de los océanos, no tenía ni idea de qué podría llegar a hacer.
—¿Que no me corte ni un pelo? —preguntó mientras sacaba su revólver. Se trataba de un revólver más grande de lo normal, de aspecto pesado pero que podía manejar más o menos bien —. Espero que no te asustes, Kusanagi —dijo, acercándose caminando al gyojin mientras desplegaba su territorio. Una cúpula translúcida con ella como centro, de dos metros de radio, aparecería, delimitando el área que estaba bajo su dominio. Al contrario de lo que se podría pensar, su dominio no estaba en el área interior de la cúpula, estaba fuera de la misma. Puede que antes el Agente hubiera visto la base de su poder, pero aún no la había visto emplearlo en batalla. El gyojin al principio prefirió ser precavido y evitó acercarse.
Antes de hacer nada tendría que lidiar con lo que estaba haciendo el gyojin. Estaba... ¿reuniendo agua de los charcos del suelo y la lluvia? Al cabo de un par de segundos, el silencioso habitante del mar lanzó una masa de agua con forma de tiburón a la que la monja reaccionó con un único disparo de su revólver, ¿la bala? una explosiva. Al impactar contra la masa de agua se desató una explosión que dispersó el agua. Tch, ya había gastado una de sus dos balas explosivas... le quedaban tres proyectiles que hicieran daño.
Abrió todas las ventanas necesarias para exponer a todos sus tripulantes, que aguardaban en sus posiciones.
—Qué cojones... —dijo el gyojin finalmente. Éste volvió rápidamente al ataque, aunque para su sorpresa, su oponente decidió acercarse, ¿ya había visto a través de su habilidad? Esos dos no eran una broma como los de la última vez.
—Oh no, no vas a acercarte mucho. ¡Fuego! —exclamó, ordenando a sus habitantes que abrieran fuego. Cada uno haría solo dos disparos, pero desde su cúpula aparecerían todas las balas, la veintena entera. Iban a menos velocidad, sí, pero no por ello eran menos letales.
El gyojin, sorprendido, dio un salto para evitar las balas. No obstante no pudo evitarlas todas, al menos cinco de ellas impactaron en pierna y brazo derecho del hombre-pez, haciendo que empezara a sangrar por varios puntos. Tenía que reconocerle que era obstinado, había logrado entrar en su territorio y estaba haciendo que Abi retrocediera para recuperar la distancia que necesitaba. Llegó a acercarse a una distancia demasiado peligrosa y amenazó con golpearla con un puñetazo, pero la navegante reaccionó moviendo los dedos de su guantelete. De la esfera que había en éste surgió una masa de color grisáceo-negro, una masa de nubes de hierro de las islas del cielo que se interpuso entre ella y el Gyojin.
El ruido del puñetazo del gyojin contra el bloque de nubes de hierro resonaría —si Kus no había cancelado el sonido—, dándole tiempo a Abigail para volver a retroceder más todavía. Eso sí, no se libró del daño. Aunque sí frenó el golpe inicial, la onda expansiva fruto del gyojin karate sí que impactó en su estómago, forzándola a cerrar la fortaleza en cuanto notó algo raro. Tuvo que toser y se le escapó algo de sangre, ¿había atacado su interior directamente? Eso era... peligroso.
—¿Estáis bien? —preguntó a sus habitantes, que asintieron a la réplica que estaba para controlar. Sabía que los ataques externos podían llegar, pero, ¿y los internos? Tendría que evitar todo lo posible el sufrir daños con sus ventanas abiertas.
Temía alcanzar a Kus con alguna bala perdida así que se desplazó corriendo para que el agente saliera de la línea de tiro. El agua de los charcos le estaba dando una idea para frenar al gyojin... tendría que dejar que se acercara de nuevo y arriesgarse. Usaría la misma jugada que usó contra el Purificador tiempo atrás, no sabía si funcionaría pero había que intentarlo.
Cerró de nuevo las ventanas para darle a entender a su oponente que aquello solo podía hacerlo por tiempo limitado, a ver si picaba... no, picaría, ya había visto que el cuerpo a cuerpo era efectivo contra ella.
Había visto cómo el brazos-largos había salido disparado hacia atrás. ¿Hacía eso con sonido, su pura fuerza física o había algo más? Por lo que veía no tenía que preocuparse del agente así que se centraría en el hombre pez... e intentaría no matarlo sin querer.
El combate estaba resultando ser más encarnizado de lo que había esperado en un primer momento, y es que pese a superar notablemente en agilidad y velocidad a su rival el hecho de que iba desarmado resultaba evidente. De no ser por el rokushiki y sus ondas sonoras los ataques apenas estarían haciendo mella en el brazos largos; la situación se estaba prolongando demasiado.
Un paso rápido hacia su derecha le permitió esquivar un nuevo puñetazo, o eso le habría gustado decir. Los guerreros de aquella tribu resultaban terriblemente molestos, y es que podían describir trayectorias imposibles al contar con una articulación extra en sus brazos. Como no podía ser de otro modo, el golpe que creía haber evadido terminó por alcanzarle en el pómulo con no poca fuerza. Que hubieran mandado a alguien con haki a por él era una auténtica molestia. Su labio aún sangraba y, aunque la adrenalina le impedía notarlo en ese momento, sabía que tendría dolores por todo el cuerpo cuando acabasen. Miró de reojo en la dirección de Abigail, quien no parecía tenerlo fácil tampoco... aunque, ¿qué demonios?
—Eh, tú... media mierda... préstame atención cuando te...
—¡Las manos arriba! —sonó repentinamente a un lado del brazos–largos quien, sorprendido, se giró a toda velocidad para encarar a quien fuera que hubiera dado aquella orden.
Dado que se trataba de un grito que Kusanagi había generado con sus poderes no podría ver a nadie, pero la confusión del momento le daría unos valiosos segundos para cumplir su parte. Le dio tiempo a ver cómo una ignición comenzaba en el interior de aquel ataque acuático al que la cazadora había disparado; si dejaba que la explosión sonase llamarían la atención de, como mínimo, la gente del observatorio. En su lugar y, probablemente, para sorpresa de la rubia y el hombre–pez, todo cuanto se escuchó fue el sonido de una gota cayendo sobre el agua en un casi cómico «plop». Sintió la mirada de su rival clavada en él tras esto y no tardó en notar cómo la ira crecía en su interior gracias al mantra.
—Mira, no sé cómo demonios lo has hecho, pero está claro que es cosa tuya —gruñó, volviendo a la carga.
«Bueno, pues se acabó el factor sorpresa» se dijo, contorsionando el cuerpo de formas imposibles para evadir el nuevo ataque con una facilidad pasmosa. El kami-e podía resultar algo desagradable a la vista pero su eficiencia estaba más que probada. De todos modos, ¿de dónde salían tantos disparos? No sonaban, pero pudo ver los proyectiles impactando contra el gyojin después de que algunas... ¿ventanas? se abrieran por el cuerpo de la monja. Esa fruta la convertía en todo un arsenal andante, cosa que se sumaba al carácter explosivo que no había visto en ella hasta el momento. Esa ferocidad... la verdad, no sabía si le causaba miedo o excitación. ¿En qué convento había que inscribirse para ver más de eso?
Una breve premonición le advirtió del peligro inminente y tuvo el tiempo justo para saltar, pasando por encima de su agresor con las piernas separadas y cayendo a su espalda. «Céntrate, Kus», le reprendió una voz en su cabeza; la suya.
Por un momento su cuerpo vibró y hasta dio la sensación de que se volvía semitransparente. Para cuando el señor brazos de espagueti quiso intentar golpearle el pelirrojo ya no estaba ahí, había desaparecido. Situado tras él volvió a desplazarse a una velocidad pasmosa, lanzando un barrido con sus piernas tan rápido que de un momento a otro el pobre hombre se encontró a sí mismo suspendido en el aire y a punto de darse de boca contra el suelo. El puño del agente volvió a recubrirse de una película negra antes de buscar el rostro de su adversario, proyectando el golpe además con una onda sonora que hizo retumbar la superficie cuando este la alcanzó. ¿Se había pasado? Quizá sí, el pobrecillo acababa de escupir sangre por la boca. Bueno, acababa de sujetarle por el tobillo.
—¿Podemos hablarlo? —preguntó el parcheado antes de sufrir una suerte similar a la que le había sometido anteriormente él, siendo zarandeado en el aire.
Desgraciadamente no habría respuesta alguna así que, viéndose venir la venganza del tipejo, supuso que era un buen momento para endurecer su cuerpo. Los músculos de Kusanagi se tensaron y fortalecieron al activarse el tekkai, dejando impresionantes hoyos en el suelo con cada impacto que el brazos–largos generaba al estrellarle contra el mismo repetidas veces. Si bien no estaba logrando hacerle demasiado daño resultaba un tanto molesto y la cabeza comenzaba a darle vueltas. Frunció el ceño en el momento en que una idea se le pasó por la cabeza. Si podía empujar el aire con los pies para propulsarse, ¿qué efectos tendría si empujaba su cara? Un desagradable «crack» fue cuanto necesitó como respuesta: le había roto la nariz y se había soltado de paso, cayendo grácilmente sobre el embarrado suelo.
—Aún estás a tiempo de entregarte, no tiene por qué ser así —le dijo mientras se frotaba el hombro. Se había protegido eficientemente, pero notaba la articulación resentida por los golpes junto con un incipiente dolor de cabeza. Y el labio no dejaba de sangrar, todo genial.
—Te voy... —masculló el contrario, con una de sus manos tapándose la sangrante nariz mientras gimoteaba de dolor—. ¡Te voy a matar, desgraciado!
Buscó por el rabillo del ojo a Abigail, no tardando en localizarla. Parecía que la cosa se estaba poniendo fea, así que sería mejor que acabasen con esos dos cuanto antes. ¿Qué tal si aunaban fuerzas? Hizo alarde de juego de piernas, dando rápidos pasos de un lado a otro para posicionarse donde quería antes de que el brazos–largos volviera a cargar contra él. Era algo arriesgado, pero quizá sirviera para poner fin a aquella fiesta. Cuando estuvo lo suficientemente cerca se encorvó y dio una zancada hacia delante para hacer que se tropezase con todo su cuerpo reforzándolo con su tekkai. Lo siguiente sería más sencillo: sujetarle igual que él había hecho y girar. Fuera de lo que pudiera parecer, las capacidades físicas de Kusanagi rozaban lo absurdo; su cuerpo contaba con una fortaleza extraordinaria y lidiar con el peso de aquel sicario no resultaba complicado. Dio un giro, dos, tres... y lo lanzó contra el gyojin.
—¡Eli!
Un paso rápido hacia su derecha le permitió esquivar un nuevo puñetazo, o eso le habría gustado decir. Los guerreros de aquella tribu resultaban terriblemente molestos, y es que podían describir trayectorias imposibles al contar con una articulación extra en sus brazos. Como no podía ser de otro modo, el golpe que creía haber evadido terminó por alcanzarle en el pómulo con no poca fuerza. Que hubieran mandado a alguien con haki a por él era una auténtica molestia. Su labio aún sangraba y, aunque la adrenalina le impedía notarlo en ese momento, sabía que tendría dolores por todo el cuerpo cuando acabasen. Miró de reojo en la dirección de Abigail, quien no parecía tenerlo fácil tampoco... aunque, ¿qué demonios?
—Eh, tú... media mierda... préstame atención cuando te...
—¡Las manos arriba! —sonó repentinamente a un lado del brazos–largos quien, sorprendido, se giró a toda velocidad para encarar a quien fuera que hubiera dado aquella orden.
Dado que se trataba de un grito que Kusanagi había generado con sus poderes no podría ver a nadie, pero la confusión del momento le daría unos valiosos segundos para cumplir su parte. Le dio tiempo a ver cómo una ignición comenzaba en el interior de aquel ataque acuático al que la cazadora había disparado; si dejaba que la explosión sonase llamarían la atención de, como mínimo, la gente del observatorio. En su lugar y, probablemente, para sorpresa de la rubia y el hombre–pez, todo cuanto se escuchó fue el sonido de una gota cayendo sobre el agua en un casi cómico «plop». Sintió la mirada de su rival clavada en él tras esto y no tardó en notar cómo la ira crecía en su interior gracias al mantra.
—Mira, no sé cómo demonios lo has hecho, pero está claro que es cosa tuya —gruñó, volviendo a la carga.
«Bueno, pues se acabó el factor sorpresa» se dijo, contorsionando el cuerpo de formas imposibles para evadir el nuevo ataque con una facilidad pasmosa. El kami-e podía resultar algo desagradable a la vista pero su eficiencia estaba más que probada. De todos modos, ¿de dónde salían tantos disparos? No sonaban, pero pudo ver los proyectiles impactando contra el gyojin después de que algunas... ¿ventanas? se abrieran por el cuerpo de la monja. Esa fruta la convertía en todo un arsenal andante, cosa que se sumaba al carácter explosivo que no había visto en ella hasta el momento. Esa ferocidad... la verdad, no sabía si le causaba miedo o excitación. ¿En qué convento había que inscribirse para ver más de eso?
Una breve premonición le advirtió del peligro inminente y tuvo el tiempo justo para saltar, pasando por encima de su agresor con las piernas separadas y cayendo a su espalda. «Céntrate, Kus», le reprendió una voz en su cabeza; la suya.
Por un momento su cuerpo vibró y hasta dio la sensación de que se volvía semitransparente. Para cuando el señor brazos de espagueti quiso intentar golpearle el pelirrojo ya no estaba ahí, había desaparecido. Situado tras él volvió a desplazarse a una velocidad pasmosa, lanzando un barrido con sus piernas tan rápido que de un momento a otro el pobre hombre se encontró a sí mismo suspendido en el aire y a punto de darse de boca contra el suelo. El puño del agente volvió a recubrirse de una película negra antes de buscar el rostro de su adversario, proyectando el golpe además con una onda sonora que hizo retumbar la superficie cuando este la alcanzó. ¿Se había pasado? Quizá sí, el pobrecillo acababa de escupir sangre por la boca. Bueno, acababa de sujetarle por el tobillo.
—¿Podemos hablarlo? —preguntó el parcheado antes de sufrir una suerte similar a la que le había sometido anteriormente él, siendo zarandeado en el aire.
Desgraciadamente no habría respuesta alguna así que, viéndose venir la venganza del tipejo, supuso que era un buen momento para endurecer su cuerpo. Los músculos de Kusanagi se tensaron y fortalecieron al activarse el tekkai, dejando impresionantes hoyos en el suelo con cada impacto que el brazos–largos generaba al estrellarle contra el mismo repetidas veces. Si bien no estaba logrando hacerle demasiado daño resultaba un tanto molesto y la cabeza comenzaba a darle vueltas. Frunció el ceño en el momento en que una idea se le pasó por la cabeza. Si podía empujar el aire con los pies para propulsarse, ¿qué efectos tendría si empujaba su cara? Un desagradable «crack» fue cuanto necesitó como respuesta: le había roto la nariz y se había soltado de paso, cayendo grácilmente sobre el embarrado suelo.
—Aún estás a tiempo de entregarte, no tiene por qué ser así —le dijo mientras se frotaba el hombro. Se había protegido eficientemente, pero notaba la articulación resentida por los golpes junto con un incipiente dolor de cabeza. Y el labio no dejaba de sangrar, todo genial.
—Te voy... —masculló el contrario, con una de sus manos tapándose la sangrante nariz mientras gimoteaba de dolor—. ¡Te voy a matar, desgraciado!
Buscó por el rabillo del ojo a Abigail, no tardando en localizarla. Parecía que la cosa se estaba poniendo fea, así que sería mejor que acabasen con esos dos cuanto antes. ¿Qué tal si aunaban fuerzas? Hizo alarde de juego de piernas, dando rápidos pasos de un lado a otro para posicionarse donde quería antes de que el brazos–largos volviera a cargar contra él. Era algo arriesgado, pero quizá sirviera para poner fin a aquella fiesta. Cuando estuvo lo suficientemente cerca se encorvó y dio una zancada hacia delante para hacer que se tropezase con todo su cuerpo reforzándolo con su tekkai. Lo siguiente sería más sencillo: sujetarle igual que él había hecho y girar. Fuera de lo que pudiera parecer, las capacidades físicas de Kusanagi rozaban lo absurdo; su cuerpo contaba con una fortaleza extraordinaria y lidiar con el peso de aquel sicario no resultaba complicado. Dio un giro, dos, tres... y lo lanzó contra el gyojin.
—¡Eli!
Abigail Mjöllnir
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
La cazadora encubierta escupió algo de sangre mientras miraba al gyojin pez-espada con el enfado que la caracterizaba cuando combatía. Por supuesto, escuchó también el "Manos arriba" y se giró para mirar. Por suerte para ella, el gyojin había hecho lo mismo en lugar de aprovechar para atacarla. Abigail continuó moviéndose para evitar ser un blanco demasiado fácil.
—Da igual cuanto te muevas, mientras estés bajo la lluvia serás inferior a mí, humana —decía el gyojin, que ahora con un único brazo, empezó a lanzar balas de agua como antes.
Abi pudo esquivar algunas, pero algunas otras impactaron en el mismo sitio donde tenía la herida del puñal. La cazadora gruñó del dolor y se dejó caer, apoyando una rodilla en el agua. El gyojin aprovechó ese momento, pero estaba cayendo en la trampa de la cazadora, que aguantaba el dolor de las heridas como buenamente podía. Estaba sintiendo la sangre empezar a salir... mierda, su herida. No iba a morir, pero ya serían dos uniformes que dejaba manchados de sangre.
Las puertas de sus pies se abrieron, y el personal que estaba en ellas accionaría los diales de hielo mientras el gyojin avanzaba. El resultado fue que el agua a partir de los dos metros de su territorio empezaría a congelarse rápidamente por la acción de dos diales de hielo. El hielo se extendería por los pies del gyojin, dejándolo inmovilizado temporalmente, al menos durante los primeros segundos de confusión.
Escuchó al agente y, al ver que lanzaba al brazos-largos en dirección al pez-espada, volvió a disparar su revólver. De éste no saldría una bala explosiva, no. El proyectil estallaría antes de llegar a su destino, desplegando una red de proporciones absurdísimas que sería capaz de cubrir a un gigante bajito. La red cubriría a ambos criminales, aunque ya había visto que la red en sí no era demasiado resistente, así que... giró el tambor del revólver y realizó un segundo disparo, esta vez con una de las balas más especiales que tenía.
Había apuntado a los pies del dúo, a unos centímetros sin darles directamente. Un humo rosado empezó a salir de la bala. La lluvia estaba reduciendo bastante el radio de efecto pero no pasaba nada, estaban lo bastante cerca como para sufrir sus efectos. ¿Qué cara pondría Kusanagi? Se movió para acercarse un poco, quería tenerlo cerca cuando empezase el curioso efecto de la bala.
Pasó un segundo y nada. Dos, tres, cuatro; nada.
Pero al quinto... el gas del proyectil especial de Los Seis Caminos empezó a hacer efecto finalmente.
—¡Esto me pasa por trabajar con un puto humano con complejo de calamar! —exclamó de repente el gyojin, insultando al brazos largos.
—¿Cómo te crees que me siento yo? ¿eh? ¿te crees que me hace gracia currar con una sardina de mierda que solo sirve para algo cuando llueve? —respondió el brazos-largos. La magia del proyectil era que provocaba una reacción en el cerebro que hacía que los afectados perdieran los papeles con mucha facilidad y que empezaran a insultarse. Era algo que, realmente, le facilitaba muchísimo el trabajo a Abi.
—¡Qué dices, personaje, mono de mentira, payaso!
—¡Ojalá estuviera trabajando con un pez payaso y no con un pez mierda, al menos me contaría chistes!
—¡Tío, eso es muy racista!
—¡Has empezado tú, hijo de mil pirañas sarnosas!
Empezaron a forcejear entre ellos sin prestar demasiada atención a la red que les envolvía. Abi se mantuvo en silencio, alternando su mirada entre el dúo criminal y su compañero.
—¡Por tu culpa estamos jodiendo el trabajo, porque no sabes pegarte con una puñetera rubia!
—¡A ti te ha ganado un pelirrojo tuerto, no sé qué es más triste!
Continuarían insultándose un buen rato, pero sería mejor asegurar la captura cuanto antes, temía que la lluvia suavizara el efecto de su gas. Ahora que los tenía a tiro, se dio la vuelta y abrió una ventana en su espalda. El vigía de su espalda agarró una de las granadas cegadoras, quitó el seguro, y la lanzó con todas sus fuerzas hacia los que estaban en la red. La granada estalló, pero no les haría ningún daño, solo los dejaría ciegos temporalmente y más enfadados todavía.
Se giró de vuelta, pero no haría nada más, solo volvió a dejarse caer de rodillas mientras se llevaba la mano a la herida. Tosió un poco más de sangre. La onda expansiva del Gyojin Karate era más dolorosa de lo que había imaginado, un golpe directo de eso... incluso con la fortaleza de su cuerpo lo habría pasado muy mal.
—Los gyojin no son una broma... me ha abierto la herida —murmuró. No estaba derrotada, pero sí que estaba un poco tocada, interna y externamente.
Cerró las puertas de sus pies, resguardando por completo a todos los habitantes de su fortaleza, Lyrio incluido. Aprovechó, de paso, para enviar a su réplica a ver cómo iba Lyrio. La monja apareció de repente en la habitación en la que había metido al señor Centauri, encontrándolo sentado en el borde de la cama, jugueteando nervioso con la almohada. Su rostro palideció al ver a la réplica. ¿Motivo? La réplica reflejaba los daños de la Abi real, así que se veía la sangre salir de su boca y la mancha que poco a poco empezaba a hacerse visible en su camisa.
—¿Qu-qué ha pasado? ¿Estáis bien? —preguntó, alarmado, mientras se levantaba para acercarse a la cazadora.
—No te preocupes, todo va bien y casi hemos acabado, puedes relajarte —aseguró la réplica con una sonrisa cálida, que resultaba tranquilizadora a pesar de estar sangrando por un par de sitios —. Nos vemos en unos minutos, ¿vale? —dijo, y acto seguido la réplica se esfumó. Lyrio se quedó bastante más tranquilo, pero no podía evitar tener aquel runrun en la cabeza, ya no tanto por él sino por los dos agentes.
Ahora, tras esa breve conversación para tranquilizarlo, era el momento de acabar el trabajo.
—Da igual cuanto te muevas, mientras estés bajo la lluvia serás inferior a mí, humana —decía el gyojin, que ahora con un único brazo, empezó a lanzar balas de agua como antes.
Abi pudo esquivar algunas, pero algunas otras impactaron en el mismo sitio donde tenía la herida del puñal. La cazadora gruñó del dolor y se dejó caer, apoyando una rodilla en el agua. El gyojin aprovechó ese momento, pero estaba cayendo en la trampa de la cazadora, que aguantaba el dolor de las heridas como buenamente podía. Estaba sintiendo la sangre empezar a salir... mierda, su herida. No iba a morir, pero ya serían dos uniformes que dejaba manchados de sangre.
Las puertas de sus pies se abrieron, y el personal que estaba en ellas accionaría los diales de hielo mientras el gyojin avanzaba. El resultado fue que el agua a partir de los dos metros de su territorio empezaría a congelarse rápidamente por la acción de dos diales de hielo. El hielo se extendería por los pies del gyojin, dejándolo inmovilizado temporalmente, al menos durante los primeros segundos de confusión.
Escuchó al agente y, al ver que lanzaba al brazos-largos en dirección al pez-espada, volvió a disparar su revólver. De éste no saldría una bala explosiva, no. El proyectil estallaría antes de llegar a su destino, desplegando una red de proporciones absurdísimas que sería capaz de cubrir a un gigante bajito. La red cubriría a ambos criminales, aunque ya había visto que la red en sí no era demasiado resistente, así que... giró el tambor del revólver y realizó un segundo disparo, esta vez con una de las balas más especiales que tenía.
Había apuntado a los pies del dúo, a unos centímetros sin darles directamente. Un humo rosado empezó a salir de la bala. La lluvia estaba reduciendo bastante el radio de efecto pero no pasaba nada, estaban lo bastante cerca como para sufrir sus efectos. ¿Qué cara pondría Kusanagi? Se movió para acercarse un poco, quería tenerlo cerca cuando empezase el curioso efecto de la bala.
Pasó un segundo y nada. Dos, tres, cuatro; nada.
Pero al quinto... el gas del proyectil especial de Los Seis Caminos empezó a hacer efecto finalmente.
—¡Esto me pasa por trabajar con un puto humano con complejo de calamar! —exclamó de repente el gyojin, insultando al brazos largos.
—¿Cómo te crees que me siento yo? ¿eh? ¿te crees que me hace gracia currar con una sardina de mierda que solo sirve para algo cuando llueve? —respondió el brazos-largos. La magia del proyectil era que provocaba una reacción en el cerebro que hacía que los afectados perdieran los papeles con mucha facilidad y que empezaran a insultarse. Era algo que, realmente, le facilitaba muchísimo el trabajo a Abi.
—¡Qué dices, personaje, mono de mentira, payaso!
—¡Ojalá estuviera trabajando con un pez payaso y no con un pez mierda, al menos me contaría chistes!
—¡Tío, eso es muy racista!
—¡Has empezado tú, hijo de mil pirañas sarnosas!
Empezaron a forcejear entre ellos sin prestar demasiada atención a la red que les envolvía. Abi se mantuvo en silencio, alternando su mirada entre el dúo criminal y su compañero.
—¡Por tu culpa estamos jodiendo el trabajo, porque no sabes pegarte con una puñetera rubia!
—¡A ti te ha ganado un pelirrojo tuerto, no sé qué es más triste!
Continuarían insultándose un buen rato, pero sería mejor asegurar la captura cuanto antes, temía que la lluvia suavizara el efecto de su gas. Ahora que los tenía a tiro, se dio la vuelta y abrió una ventana en su espalda. El vigía de su espalda agarró una de las granadas cegadoras, quitó el seguro, y la lanzó con todas sus fuerzas hacia los que estaban en la red. La granada estalló, pero no les haría ningún daño, solo los dejaría ciegos temporalmente y más enfadados todavía.
Se giró de vuelta, pero no haría nada más, solo volvió a dejarse caer de rodillas mientras se llevaba la mano a la herida. Tosió un poco más de sangre. La onda expansiva del Gyojin Karate era más dolorosa de lo que había imaginado, un golpe directo de eso... incluso con la fortaleza de su cuerpo lo habría pasado muy mal.
—Los gyojin no son una broma... me ha abierto la herida —murmuró. No estaba derrotada, pero sí que estaba un poco tocada, interna y externamente.
Cerró las puertas de sus pies, resguardando por completo a todos los habitantes de su fortaleza, Lyrio incluido. Aprovechó, de paso, para enviar a su réplica a ver cómo iba Lyrio. La monja apareció de repente en la habitación en la que había metido al señor Centauri, encontrándolo sentado en el borde de la cama, jugueteando nervioso con la almohada. Su rostro palideció al ver a la réplica. ¿Motivo? La réplica reflejaba los daños de la Abi real, así que se veía la sangre salir de su boca y la mancha que poco a poco empezaba a hacerse visible en su camisa.
—¿Qu-qué ha pasado? ¿Estáis bien? —preguntó, alarmado, mientras se levantaba para acercarse a la cazadora.
—No te preocupes, todo va bien y casi hemos acabado, puedes relajarte —aseguró la réplica con una sonrisa cálida, que resultaba tranquilizadora a pesar de estar sangrando por un par de sitios —. Nos vemos en unos minutos, ¿vale? —dijo, y acto seguido la réplica se esfumó. Lyrio se quedó bastante más tranquilo, pero no podía evitar tener aquel runrun en la cabeza, ya no tanto por él sino por los dos agentes.
Ahora, tras esa breve conversación para tranquilizarlo, era el momento de acabar el trabajo.
Observó con una sonrisa cómo la red que había disparado Abigail atrapaba a los dos sicarios justo en el momento en que colisionaron. Apenas se habían apoyado el uno en el otro unos pocos segundos y ya habían resultado más eficientes que en toda aquella camorra. No se quedó ahí, sino que efectuó un segundo disparo que a nada estuvo de costarle un infarto al agente: le habría extrañado, pero por un instante pensó que había intentado rematar a ambos mientras estuvieran inmovilizados. Por suerte no fue así, sino que una especie de gas rosado empezó a emanar del proyectil.
Miró de lado a la cazadora con una ceja alzada, sin comprender qué les había lanzado. ¿Un somnífero? ¿Un gas paralizante? Su ceja se arqueó, pero todo cuanto obtuvo como respuesta fue su silencio. Le tocaba esperar y ver qué tramaba, algo que no se demoró demasiado en descubrir. Sin comerlo ni beberlo la peculiar pareja empezó a despotricar, metiéndose el uno con el otro al emplear lo primero que se les pasaba por la cabeza: reproches, insultos, comparaciones tan cómicas como hirientes... ¿Qué llevaba esa bala? Fue incapaz de contener la sonrisa; debía reconocer que la situación se había vuelto tan absurda como divertida. Pasar del tenso combate a una improvisada trifulca lingüistica era lo que menos se esperaba en esos momentos. «Supongo que esto facilitará las cosas».
Suspiró, bajando la guardia por unos segundos. La verdad es que aquello les permitiría tomarse un pequeño respiro antes de acabar el trabajo, tarea que no podía resultar muy complicada con esos dos distraídos. Sin embargo, su tranquilidad se vio rota al ver cómo la rubia se desplomaba sobre sus rodillas. No se había fijado hasta ese momento: estaba sangrando y parecía que la herida del puñal había vuelto a abrírsele.
—¡¿Estás bien?! —preguntó, acuclillándose a su lado y posando una mano en su hombro mientras repasaba su cuerpo con la mirada, intentando identificar la gravedad de sus heridas. Se la veía bastante mal y que tosiera sangre no auguraba nada bueno. Ya era la segunda vez que la herían estando a su cargo.
No iba a mentir, su impulso inicial era el de tomarla en brazos y salir pitando de allí para buscar a alguien que pudiera atender sus heridas, pero aún debían terminar la misión. Si dejaban a esos dos libres no tardarían en volver a las andadas y, quizá, la próxima vez el asalto resultase mucho más contundente. Después de todo, en aquella ocasión habían ido de frente; ¿qué les impedía pillarles desprevenidos más tarde? Los improperios habían comenzado a menguar poco a poco y, al final, parecían haber comenzado a destrozar la red pese a que no pudieran ver demasiado gracias a la cegadora de Abigail.
Frunció el ceño y se irguió de nuevo, mirando desde arriba a su compañera.
—No te muevas de aquí —dijo, y su tono dejó claro que no se trataba de una sugerencia sino de una orden—. Yo me encargo.
Dio un par de pasos hacia la pareja, justo antes de que su cuerpo pareciera titilar, volviéndose semitransparente a ratos. En un abrir y cerrar de ojos apareció justo en el lado contrario y su puño se sentía ligeramente entumecido: acababa de golpear el rostro del brazos–largos antes de que siquiera pudieran reaccionar. El proceso se repitió unas cuantas veces más, apareciendo el pelirrojo en distintas posiciones cada vez, dibujando con sus idas y venidas un recorrido que se asemejaba al dibujo de una estrella. Los impactos variaban entre desmedidos puñetazos y shigans calculados con una precisión milimétrica sobre sus extremidades. No necesitaba ser un experto en el combate desarmado para saber que a mayor velocidad, mayor potencia en sus golpes. Se movía tan rápido que era difícil seguirle con la mirada y lo cierto es que quizá se estuviera pasando un poco, pero prefería asegurarse de que nadie más resultara herido. Para cuando terminó, apenas unos diez segundos después, ambos sicarios no parecían tener fuerzas para ponerse en pie y presentaban alguna que otra herida moderada; nada que fuera a costarles la vida.
Kusanagi se miro las manos, sintiéndolas algo doloridas. Se había dejado los nudillos y sus dedos se encontraban impregnados en sangre a causa de las perforaciones que había llevado a cabo. Les dedicó una última mirada, no con poco remordimiento. Si hubieran sido razonables no habrían acabado así.
No tardó en aproximarse hasta Abigail, arrodillándose frente a ella y mirándola directamente a los ojos. Sonrió, intentando transmitirle calma.
—No creo que den más problemas. ¿Puedes pedirle a tu gente que los ate? En su estado dudo que supongan ningún peligro para ellos... y tú necesitas que te vea un médico.
Esperaría a que la mujer accediese, si es que estaba de acuerdo, y después se ofrecería como apoyo para ayudarla a caminar si lo necesitaba. La cena de Lyrio tendría que esperar.
Miró de lado a la cazadora con una ceja alzada, sin comprender qué les había lanzado. ¿Un somnífero? ¿Un gas paralizante? Su ceja se arqueó, pero todo cuanto obtuvo como respuesta fue su silencio. Le tocaba esperar y ver qué tramaba, algo que no se demoró demasiado en descubrir. Sin comerlo ni beberlo la peculiar pareja empezó a despotricar, metiéndose el uno con el otro al emplear lo primero que se les pasaba por la cabeza: reproches, insultos, comparaciones tan cómicas como hirientes... ¿Qué llevaba esa bala? Fue incapaz de contener la sonrisa; debía reconocer que la situación se había vuelto tan absurda como divertida. Pasar del tenso combate a una improvisada trifulca lingüistica era lo que menos se esperaba en esos momentos. «Supongo que esto facilitará las cosas».
Suspiró, bajando la guardia por unos segundos. La verdad es que aquello les permitiría tomarse un pequeño respiro antes de acabar el trabajo, tarea que no podía resultar muy complicada con esos dos distraídos. Sin embargo, su tranquilidad se vio rota al ver cómo la rubia se desplomaba sobre sus rodillas. No se había fijado hasta ese momento: estaba sangrando y parecía que la herida del puñal había vuelto a abrírsele.
—¡¿Estás bien?! —preguntó, acuclillándose a su lado y posando una mano en su hombro mientras repasaba su cuerpo con la mirada, intentando identificar la gravedad de sus heridas. Se la veía bastante mal y que tosiera sangre no auguraba nada bueno. Ya era la segunda vez que la herían estando a su cargo.
No iba a mentir, su impulso inicial era el de tomarla en brazos y salir pitando de allí para buscar a alguien que pudiera atender sus heridas, pero aún debían terminar la misión. Si dejaban a esos dos libres no tardarían en volver a las andadas y, quizá, la próxima vez el asalto resultase mucho más contundente. Después de todo, en aquella ocasión habían ido de frente; ¿qué les impedía pillarles desprevenidos más tarde? Los improperios habían comenzado a menguar poco a poco y, al final, parecían haber comenzado a destrozar la red pese a que no pudieran ver demasiado gracias a la cegadora de Abigail.
Frunció el ceño y se irguió de nuevo, mirando desde arriba a su compañera.
—No te muevas de aquí —dijo, y su tono dejó claro que no se trataba de una sugerencia sino de una orden—. Yo me encargo.
Dio un par de pasos hacia la pareja, justo antes de que su cuerpo pareciera titilar, volviéndose semitransparente a ratos. En un abrir y cerrar de ojos apareció justo en el lado contrario y su puño se sentía ligeramente entumecido: acababa de golpear el rostro del brazos–largos antes de que siquiera pudieran reaccionar. El proceso se repitió unas cuantas veces más, apareciendo el pelirrojo en distintas posiciones cada vez, dibujando con sus idas y venidas un recorrido que se asemejaba al dibujo de una estrella. Los impactos variaban entre desmedidos puñetazos y shigans calculados con una precisión milimétrica sobre sus extremidades. No necesitaba ser un experto en el combate desarmado para saber que a mayor velocidad, mayor potencia en sus golpes. Se movía tan rápido que era difícil seguirle con la mirada y lo cierto es que quizá se estuviera pasando un poco, pero prefería asegurarse de que nadie más resultara herido. Para cuando terminó, apenas unos diez segundos después, ambos sicarios no parecían tener fuerzas para ponerse en pie y presentaban alguna que otra herida moderada; nada que fuera a costarles la vida.
Kusanagi se miro las manos, sintiéndolas algo doloridas. Se había dejado los nudillos y sus dedos se encontraban impregnados en sangre a causa de las perforaciones que había llevado a cabo. Les dedicó una última mirada, no con poco remordimiento. Si hubieran sido razonables no habrían acabado así.
No tardó en aproximarse hasta Abigail, arrodillándose frente a ella y mirándola directamente a los ojos. Sonrió, intentando transmitirle calma.
—No creo que den más problemas. ¿Puedes pedirle a tu gente que los ate? En su estado dudo que supongan ningún peligro para ellos... y tú necesitas que te vea un médico.
Esperaría a que la mujer accediese, si es que estaba de acuerdo, y después se ofrecería como apoyo para ayudarla a caminar si lo necesitaba. La cena de Lyrio tendría que esperar.
Abigail Mjöllnir
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Su trabajo ahí había acabado. Podía continuar luchando, sí, pero no sería muy recomendable. Soltó una pequeña carcajada cuando el agente se acercó a ella para comprobar su estado.
—Sí, estoy bien, solo es un poco de sangre, un zumo de naranja y se me pasa —respondió, asintiendo con la cabeza a su orden de quedarse quieta y dejar que él se encargara. El agente desplegó bastante poderío físico y, aunque la gente normal no podría seguir nada del ritmo, la visión cinética de la que gozaba la hereje le permitía hacerse una pequeña idea de lo que estaba haciendo.
Puñetazos y... ¿usaba sus dedos? Se cebó bastante con ellos pero no le culpaba, eran fuertes y si los dejaban a su aire un poco más terminarían por romper la red. Además, la lluvia hacía que el efecto de su gas fuera notablemente inferior, ya estaban dejando de insultarse y apenas habían pasado unos segundos.
—Atadlos bien, y aseguráos de sacar a Lyrio también, no quiero que esté en la misma dimensión que ellos —dijo, comunicando aquella orden de voz al interior de su fortaleza. Desplegó de nuevo el territorio de su Shiro Shiro no mi y sus habitantes salieron de inmediato. Mientras estaban ocupados atando a los dos criminales salió el señor Centauri que, como Kusanagi, se quedó junto a la hereje para ver qué tal estaba.
—Ay dios, ¿estás bien? —preguntó.
—Sí, ha sido solo un pequeño castigo por subestimar al gyojin. No volverá a pasar —dijo, quedándose en el suelo un poco más para recuperar un poco el aliento. Se levantaría solo cuando sus habitantes acabaran de atar a los que ahora yacían prácticamente inconscientes.
—La cena puede esperar, tenemos que llevarte a un médico —dijo Lyrio, que coincidía con Kus en la urgencia de la visita a un doctor de la agencia para que trataran de nuevo la herida. Esta vez no tenía un puñal con el que taparla así que era incluso más urgente que la última vez.
—Primero hay que entregar a estos... —respondió Abigail —. Con mi poder no puedo tomar medidas de seguridad. Si despiertan y deciden escapar no hay nada que se lo impida, y no pienso poner en peligro a mi gente —continuó. Sus muchachos eran humanos normales y corrientes, sin más capacidades que las que tendría el propio Lyrio, no podrían enfrentarse al dúo si despertaban. Este dúo no tardó mucho en entrar en la fortaleza, siendo custodiado por todos sus habitantes al mismo tiempo. No quería fallos.
La sangre era un problema y... tuvo una idea que quizá le daría al agente algo cercano a un paro cardíaco.
—Amara, sal con un dial de hielo —ordenó. La muchacha salió de la fortaleza con su pedido, no era algo nuevo para ella, ya había tenido que aplicar métodos un poco drásticos de curación. Abigail se levantó y se quitó la chaqueta, dejando ver la mancha de sangre que ahora decoraba la camisa blanca del uniforme del Cipher Pol.
—Como lo hacemos normalmente, no quiero ir dejando sangre por el pueblo —pidió, dando a entender que no era la primera vez que recibía tratamientos de ese tipo, si es que se les podía llamar así. Amara apuntó con el dial a la herida sobre la ropa, pues no quería provocarle muchas quemaduras por frío. Accionó el dial y una ráfaga de hielo pequeña se adhirió a la herida. Soltó un gemido de dolor por la punzada directa, pero no era nada que no pudiera soportar. Hecho esto, la muchacha volvió dentro de la dimensión.
—¿Te han dicho alguna vez que eres un poco bruta? —preguntó Lyrio.
—No sé si Kus me lo ha dicho, pero seguro que lo piensa —respondió con una pequeña carcajada—. Lo otro son daños internos... me ha pillado el estómago bien —continuó, todavía sufriendo dolores del golpe, y eso que no le había dado directamente. ¿Ese era el poder de los habitantes de las profundidades?
—Tenéis algún sitio donde poder curarla, ¿verdad? —preguntó el investigador al agente. Seguramente tuvieran que ir al mismo sitio de la otra vez.
Tenía ya ganas de acabar el trabajo, comer y descansar, se lo había ganado.
—¿Me echas una mano, Kus? o un hombro —preguntó mientras volvía a ponerse la chaqueta, aunque no se la abrocharía.
—Sí, estoy bien, solo es un poco de sangre, un zumo de naranja y se me pasa —respondió, asintiendo con la cabeza a su orden de quedarse quieta y dejar que él se encargara. El agente desplegó bastante poderío físico y, aunque la gente normal no podría seguir nada del ritmo, la visión cinética de la que gozaba la hereje le permitía hacerse una pequeña idea de lo que estaba haciendo.
Puñetazos y... ¿usaba sus dedos? Se cebó bastante con ellos pero no le culpaba, eran fuertes y si los dejaban a su aire un poco más terminarían por romper la red. Además, la lluvia hacía que el efecto de su gas fuera notablemente inferior, ya estaban dejando de insultarse y apenas habían pasado unos segundos.
—Atadlos bien, y aseguráos de sacar a Lyrio también, no quiero que esté en la misma dimensión que ellos —dijo, comunicando aquella orden de voz al interior de su fortaleza. Desplegó de nuevo el territorio de su Shiro Shiro no mi y sus habitantes salieron de inmediato. Mientras estaban ocupados atando a los dos criminales salió el señor Centauri que, como Kusanagi, se quedó junto a la hereje para ver qué tal estaba.
—Ay dios, ¿estás bien? —preguntó.
—Sí, ha sido solo un pequeño castigo por subestimar al gyojin. No volverá a pasar —dijo, quedándose en el suelo un poco más para recuperar un poco el aliento. Se levantaría solo cuando sus habitantes acabaran de atar a los que ahora yacían prácticamente inconscientes.
—La cena puede esperar, tenemos que llevarte a un médico —dijo Lyrio, que coincidía con Kus en la urgencia de la visita a un doctor de la agencia para que trataran de nuevo la herida. Esta vez no tenía un puñal con el que taparla así que era incluso más urgente que la última vez.
—Primero hay que entregar a estos... —respondió Abigail —. Con mi poder no puedo tomar medidas de seguridad. Si despiertan y deciden escapar no hay nada que se lo impida, y no pienso poner en peligro a mi gente —continuó. Sus muchachos eran humanos normales y corrientes, sin más capacidades que las que tendría el propio Lyrio, no podrían enfrentarse al dúo si despertaban. Este dúo no tardó mucho en entrar en la fortaleza, siendo custodiado por todos sus habitantes al mismo tiempo. No quería fallos.
La sangre era un problema y... tuvo una idea que quizá le daría al agente algo cercano a un paro cardíaco.
—Amara, sal con un dial de hielo —ordenó. La muchacha salió de la fortaleza con su pedido, no era algo nuevo para ella, ya había tenido que aplicar métodos un poco drásticos de curación. Abigail se levantó y se quitó la chaqueta, dejando ver la mancha de sangre que ahora decoraba la camisa blanca del uniforme del Cipher Pol.
—Como lo hacemos normalmente, no quiero ir dejando sangre por el pueblo —pidió, dando a entender que no era la primera vez que recibía tratamientos de ese tipo, si es que se les podía llamar así. Amara apuntó con el dial a la herida sobre la ropa, pues no quería provocarle muchas quemaduras por frío. Accionó el dial y una ráfaga de hielo pequeña se adhirió a la herida. Soltó un gemido de dolor por la punzada directa, pero no era nada que no pudiera soportar. Hecho esto, la muchacha volvió dentro de la dimensión.
—¿Te han dicho alguna vez que eres un poco bruta? —preguntó Lyrio.
—No sé si Kus me lo ha dicho, pero seguro que lo piensa —respondió con una pequeña carcajada—. Lo otro son daños internos... me ha pillado el estómago bien —continuó, todavía sufriendo dolores del golpe, y eso que no le había dado directamente. ¿Ese era el poder de los habitantes de las profundidades?
—Tenéis algún sitio donde poder curarla, ¿verdad? —preguntó el investigador al agente. Seguramente tuvieran que ir al mismo sitio de la otra vez.
Tenía ya ganas de acabar el trabajo, comer y descansar, se lo había ganado.
—¿Me echas una mano, Kus? o un hombro —preguntó mientras volvía a ponerse la chaqueta, aunque no se la abrocharía.
Suspiró con cierto alivio al ver que, dentro de lo que cabía, parecía que sus heridas no irían mucho más allá. Mejor, porque lo último que necesitaba era que le pasase algo. Sabía que siempre existía la posibilidad, un pequeño riesgo de que alguien saliera herido y que, quizá, no pudiera recuperarse, pero no podía permitir que algo así ocurriera con la primera compañera decente que había tenido en meses. Habría agradecido que, de paso, fuera algo más cuidadosa, pero supuso que ya era pedir demasiad.
Cuando Lyrio salió al exterior junto a los chicos de Abigail su expresión fue de asombro, casi horrorizado por el estado de la beata. Menos mal que no sabía lo del puñal o le habría dado un paro cardíaco.
—No habrá problema con eso —comentó el pelirrojo ante las palabras de la rubia—. Puedo solicitar que manden a alguien a la clínica para llevarse a estos dos. No tardarán demasiado, así que tu gente no tiene nada que temer —aseguró para finalizar.
Ya lo habían hecho la última vez, después de todo, aunque no hizo mención alguna; Lyrio no podía enterarse de que habían asaltado el observatorio días antes o quizá lograse enlazar los hechos. Que la muerte de Lennart coincidiera con la infiltración de aquel primer grupo al que habían capturado sería una coincidencia demasiado llamativa para la mente del investigador, no podían arriesgarse a algo así. Además, se suponía que nadie debía enterarse del asalto, ni siquiera el propio señor Centauri. Supuso que el doctor que atendería a la beata sería el mismo que el de aquel día, lo cual le aliviaba en cierto sentido: no se harían más preguntas de las necesarias ni tendría que exponerse a nadie más. Dudaba que le hiciera mucha gracia mostrar aquella cicatriz en su espalda.
Cuando Amara salió con el dial que había pedido la cazadora, Kusanagi no pudo sino resoplar antes de irse a buscar la chaqueta de su traje, la cual debía estar tirada en algún lado. «En serio, seguro que hay formas mejores de hacer eso» farfullaba para sus adentros, sin pasar por alto el quejido de dolor. Claro que dolía: ¡se estaba congelando la maldita herida!
—No se lo he dicho —comentó el agente en voz alta al regresar, uniéndose en mitad de la conversación, habiendo recuperado su negra chaqueta que ahora era más bien... ¿marrón?—, pero creo que ha podido leerme la mente en más de una ocasión —sentenció, mirando con reproche a la rubia—. Un día de estos ser tan cafre te saldrá más caro de lo que crees.
Se acercó al investigador y le tendió la chaqueta, pretendiendo que se la sujetase.
—Sí, hay un doctor que trabaja para la agencia no muy lejos de aquí. No debería llevarnos más de diez minutos, según lo rápido que vayamos. ¿Puede guardármela? No me apetece ensuciarme más y voy a tener las manos ocupadas.
—Claro, descuida —afirmó el científico, tomando la chaqueta y quedándose mirando a la peculiar pareja.
El parcheado se acercó a su compañera con una mueca en su rostro. Sabía que no había sido culpa de ella y que no se podía salir ileso de todos los combates, pero era incapaz de aprobar aquellos primeros auxilios tan drásticos. ¿No podían llevar un botiquín dentro de ella o algo por el estilo? Estaba seguro de que había mejores formas de tratar esa herida —y sin necesidad de puñales—. Al final terminó por sonreír, resignado, asintiendo ante su pregunta.
—Qué remedio, no podemos dejarte aquí —le dijo con cierta sorna, inclinándose un poco. Tomó el brazo izquierdo de Abigail y se lo pasó por detrás del cuello, sobre los hombros, de modo que le sirviera de apoyo. Tan solo tuvo que inclinarse un poco para que la altura no fuera un impedimento. Pasó la mano libre por su espalda, posándola en el costado contrario al de la herida para afianzar mejor su agarre—. Enfermero, mula de carga... ¿Qué me tocará ser la próxima vez, Eli? —bromeó, soltando una pequeña carcajada que alivió un poco la tensión del momento.
El trayecto hacia el pueblo de Nueva Ohara fue relativamente breve si tenemos en cuenta que cargaban con una agente herida, pero nada de lo que preocuparse. Eso sí: por culpa de la lluvia tuvieron que concentrarse en mantener el equilibrio; el suelo se encontraba completamente embarrado, lleno de charcos y, al ser descendente, Kusanagi no pudo sino pensar en lo poco conveniente que sería caer colina abajo. Lo que les faltaba ya, despeñarse por un barranco y acabar ambos en la enfermería. Lyrio, mientras tanto, se mantuvo cerca de la pareja. Parecía haber en él una mezcla de preocupación por la rubia y miedo porque pudieran asaltarles de nuevo, aunque dudaba que esto último fuera una posibilidad: si el plan era un ataque directo habrían mandado a todos sus efectivos a la vez para cerciorarse de cumplir el trabajo.
—Central, aquí el agente Yu —dijo al aire, activando su chip comunicador—. Tenemos a dos. El señor Centauri está a sano y salvo, pero la agente Thomson ha resultado herida. Vamos para la clínica, pero necesitamos que alguien venga a por los sicarios.
La respuesta tardó unos segundos en llegar, aunque tan solo el pelirrojo podría escucharla.
—Recibido agente Yu. Enviamos la ayuda de inmediato. Vamos a avisar en la clínica de que vais en camino. Buen trabajo.
Para cuando llegaron el doctor se encontraba en la puerta, en compañía con un par de agentes y algunos marines. Las calles se encontraban vacías a causa de la lluvia y las horas que eran, por lo que no parecía existir al necesidad de ser demasiado discretos. Una vez en la puerta esperarían a que los chicos de Abi sacasen a los criminales y, después de eso, ayudaría a llevar a la mujer hasta la consulta. Lyrio se mantendría en la sala de espera junto con un par de marines que aguardarían a que sus guardaespaldas pudieran ocuparse de él.
Por su parte, Kus se quedaría en la sala junto a la monja y el doctor por si necesitasen su ayuda. Eso sí, distrayendo la atención de su ojo con los distintos pósters de la clínica para que no se fijase en lo que no debía. No había necesidad alguna de incomodar a nadie... aunque, después de lo de la última vez, no sabía hasta qué punto era posible.
Cuando Lyrio salió al exterior junto a los chicos de Abigail su expresión fue de asombro, casi horrorizado por el estado de la beata. Menos mal que no sabía lo del puñal o le habría dado un paro cardíaco.
—No habrá problema con eso —comentó el pelirrojo ante las palabras de la rubia—. Puedo solicitar que manden a alguien a la clínica para llevarse a estos dos. No tardarán demasiado, así que tu gente no tiene nada que temer —aseguró para finalizar.
Ya lo habían hecho la última vez, después de todo, aunque no hizo mención alguna; Lyrio no podía enterarse de que habían asaltado el observatorio días antes o quizá lograse enlazar los hechos. Que la muerte de Lennart coincidiera con la infiltración de aquel primer grupo al que habían capturado sería una coincidencia demasiado llamativa para la mente del investigador, no podían arriesgarse a algo así. Además, se suponía que nadie debía enterarse del asalto, ni siquiera el propio señor Centauri. Supuso que el doctor que atendería a la beata sería el mismo que el de aquel día, lo cual le aliviaba en cierto sentido: no se harían más preguntas de las necesarias ni tendría que exponerse a nadie más. Dudaba que le hiciera mucha gracia mostrar aquella cicatriz en su espalda.
Cuando Amara salió con el dial que había pedido la cazadora, Kusanagi no pudo sino resoplar antes de irse a buscar la chaqueta de su traje, la cual debía estar tirada en algún lado. «En serio, seguro que hay formas mejores de hacer eso» farfullaba para sus adentros, sin pasar por alto el quejido de dolor. Claro que dolía: ¡se estaba congelando la maldita herida!
—No se lo he dicho —comentó el agente en voz alta al regresar, uniéndose en mitad de la conversación, habiendo recuperado su negra chaqueta que ahora era más bien... ¿marrón?—, pero creo que ha podido leerme la mente en más de una ocasión —sentenció, mirando con reproche a la rubia—. Un día de estos ser tan cafre te saldrá más caro de lo que crees.
Se acercó al investigador y le tendió la chaqueta, pretendiendo que se la sujetase.
—Sí, hay un doctor que trabaja para la agencia no muy lejos de aquí. No debería llevarnos más de diez minutos, según lo rápido que vayamos. ¿Puede guardármela? No me apetece ensuciarme más y voy a tener las manos ocupadas.
—Claro, descuida —afirmó el científico, tomando la chaqueta y quedándose mirando a la peculiar pareja.
El parcheado se acercó a su compañera con una mueca en su rostro. Sabía que no había sido culpa de ella y que no se podía salir ileso de todos los combates, pero era incapaz de aprobar aquellos primeros auxilios tan drásticos. ¿No podían llevar un botiquín dentro de ella o algo por el estilo? Estaba seguro de que había mejores formas de tratar esa herida —y sin necesidad de puñales—. Al final terminó por sonreír, resignado, asintiendo ante su pregunta.
—Qué remedio, no podemos dejarte aquí —le dijo con cierta sorna, inclinándose un poco. Tomó el brazo izquierdo de Abigail y se lo pasó por detrás del cuello, sobre los hombros, de modo que le sirviera de apoyo. Tan solo tuvo que inclinarse un poco para que la altura no fuera un impedimento. Pasó la mano libre por su espalda, posándola en el costado contrario al de la herida para afianzar mejor su agarre—. Enfermero, mula de carga... ¿Qué me tocará ser la próxima vez, Eli? —bromeó, soltando una pequeña carcajada que alivió un poco la tensión del momento.
El trayecto hacia el pueblo de Nueva Ohara fue relativamente breve si tenemos en cuenta que cargaban con una agente herida, pero nada de lo que preocuparse. Eso sí: por culpa de la lluvia tuvieron que concentrarse en mantener el equilibrio; el suelo se encontraba completamente embarrado, lleno de charcos y, al ser descendente, Kusanagi no pudo sino pensar en lo poco conveniente que sería caer colina abajo. Lo que les faltaba ya, despeñarse por un barranco y acabar ambos en la enfermería. Lyrio, mientras tanto, se mantuvo cerca de la pareja. Parecía haber en él una mezcla de preocupación por la rubia y miedo porque pudieran asaltarles de nuevo, aunque dudaba que esto último fuera una posibilidad: si el plan era un ataque directo habrían mandado a todos sus efectivos a la vez para cerciorarse de cumplir el trabajo.
—Central, aquí el agente Yu —dijo al aire, activando su chip comunicador—. Tenemos a dos. El señor Centauri está a sano y salvo, pero la agente Thomson ha resultado herida. Vamos para la clínica, pero necesitamos que alguien venga a por los sicarios.
La respuesta tardó unos segundos en llegar, aunque tan solo el pelirrojo podría escucharla.
—Recibido agente Yu. Enviamos la ayuda de inmediato. Vamos a avisar en la clínica de que vais en camino. Buen trabajo.
Para cuando llegaron el doctor se encontraba en la puerta, en compañía con un par de agentes y algunos marines. Las calles se encontraban vacías a causa de la lluvia y las horas que eran, por lo que no parecía existir al necesidad de ser demasiado discretos. Una vez en la puerta esperarían a que los chicos de Abi sacasen a los criminales y, después de eso, ayudaría a llevar a la mujer hasta la consulta. Lyrio se mantendría en la sala de espera junto con un par de marines que aguardarían a que sus guardaespaldas pudieran ocuparse de él.
Por su parte, Kus se quedaría en la sala junto a la monja y el doctor por si necesitasen su ayuda. Eso sí, distrayendo la atención de su ojo con los distintos pósters de la clínica para que no se fijase en lo que no debía. No había necesidad alguna de incomodar a nadie... aunque, después de lo de la última vez, no sabía hasta qué punto era posible.
Abigail Mjöllnir
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Era consciente de que no actuaba de la mejor forma posible, pero no le salía ser de otra manera, todos sus recursos sutiles los estaba gastando en mantener la fachada de Eli como buenamente podía. Aceptó la ayuda del agente, y se pensó durante unos segundos qué debía responder ante lo que imaginaba era una broma.
—Bueno, siempre puedes traerme la cena cuando lleguemos —siguió la broma, mezclando una risa con un quejido. Auch.
El camino fue relativamente breve teniendo en cuenta que estaba siendo una carga. La lluvia seguía dando por saco, dejando a la agente perdida de agua y dejando a los tres bajo riesgo de pillar un catarro de primera categoría.
Los habitantes de Abigail sacaron a los dos sicarios atados, entregándoselos a los agentes y marines que se encontraban en la puerta. Los agentes no se mostraron muy asombrados porque ya habían tratado con Abi antes, pero los marines sí que cuchichearon un poco sobre la naturaleza de aquella habilidad.
—Es mejor si te quedas en la sala de espera, Lyrio —aconsejó, aparte del tema privacidad era porque temía que entrara en pánico si veía su espalda.
Entró dentro de la consulta, acompañada del agente Kusanagi.
—¿Qué ha pasado esta vez? —preguntó el doctor. Abigail se retiró la chaqueta, dejándola sobre una silla. Lo que había ocurrido era evidente ahora que el pedazo de hielo estaba ahí a la vista de todos —. Eres muy bruta. Recuérdame a mí o al agente que te demos un kit de primeros auxilios —continuó. ¿Cuántas veces la habían llamado bruta en lo que iba de día? No se quejó, sabía que se merecía aquel adjetivo.
Primero se sentó en la camilla como la última vez. El doctor observó la herida de cerca, era la misma que había tratado pero... el hielo era un impedimento, había que fundirlo primero. Acabó sacando una cataplasma caliente y la colocó sobre la herida congelada para que fuera deshaciendo el hielo. Mientras el hielo se deshacía, la hereje decidió hablar un poco con el agente Kusanagi.
—Kus, después tenemos que hablar de una cosa —dijo de la nada. Tenía que hablar con él del hecho de haberse visto obligada a mentir en la cara de Lyrio, el agente no iba a poder evitar esa conversación y se aseguraría de ello —. Y aparte de eso... ¿te importaría ir a por un recambio de ropa, por favor? Lyrio aún está ahí, no puedo ponerme el hábito —pidió por favor. En el anterior encargo se había puesto el hábito directamente, pero esta vez no podía, aún estaban trabajando y el protegido aún estaba cerca, no podía desechar su identidad como Eli, no aún.
Notando que el hielo ya se había fundido, la cazadora tuvo que volver a desvestirse. Seguía sin hacerle gracia pero era la única forma de curarla. El doctor y la cazadora conversaron un poco mientras cosían de nuevo la herida, esta vez con el doble de puntos para asegurarse de que no se abría con tanta facilidad. Tras esto procedería a vendarla a conciencia, apretando un poco para asegurarse de que la herida quedaba bien cubierta.
—¿Seguro que no quieres que te tratemos lo de la espalda? Estoy seguro de que el gobierno te ofrecería el tratamiento por tu buen trabajo.
—No, esa quemadura debe quedarse ahí. Es un recordatorio de mis limitaciones —sentenció, asegurando que esa marca tan fea debía permanecer allí. Eso le recordaba que no podía salvar a todo el mundo, así como su propia debilidad. Era importante tener ese recuerdo para evitar cegarse con el poder abrumador que le daba su habilidad.
Después pasó a revisar su estómago, también se había quejado del dolor ahí.
—No esperaba que el gyojin pegara tan fuerte después de bloquearlo —murmuró, tosiendo un poco más.
—Es Gyojin Karate, lo que te ha hecho daño es el movimiento del agua de tu propio cuerpo. Es un arte peligroso. No te has muerto ya, así que no tienes daños graves.
Movió la mano hasta la herida, palpándola un poco. Dolía, pero ya no sangraba nada.
—Muchas gracias de nuevo —agradeció, aunque tenía otra petición más —, ¿tienes una toalla? La lluvia me ha puesto perdida —pidió.
El doctor asintió con la cabeza y le llevó una toalla blanca. Así, hasta que volviera el agente, empezaría a secarse. Si se quedaba así de empapada mucho más pillaría un catarro y así sí que le costaría bastante más trabajar.
—Bueno, siempre puedes traerme la cena cuando lleguemos —siguió la broma, mezclando una risa con un quejido. Auch.
El camino fue relativamente breve teniendo en cuenta que estaba siendo una carga. La lluvia seguía dando por saco, dejando a la agente perdida de agua y dejando a los tres bajo riesgo de pillar un catarro de primera categoría.
Los habitantes de Abigail sacaron a los dos sicarios atados, entregándoselos a los agentes y marines que se encontraban en la puerta. Los agentes no se mostraron muy asombrados porque ya habían tratado con Abi antes, pero los marines sí que cuchichearon un poco sobre la naturaleza de aquella habilidad.
—Es mejor si te quedas en la sala de espera, Lyrio —aconsejó, aparte del tema privacidad era porque temía que entrara en pánico si veía su espalda.
Entró dentro de la consulta, acompañada del agente Kusanagi.
—¿Qué ha pasado esta vez? —preguntó el doctor. Abigail se retiró la chaqueta, dejándola sobre una silla. Lo que había ocurrido era evidente ahora que el pedazo de hielo estaba ahí a la vista de todos —. Eres muy bruta. Recuérdame a mí o al agente que te demos un kit de primeros auxilios —continuó. ¿Cuántas veces la habían llamado bruta en lo que iba de día? No se quejó, sabía que se merecía aquel adjetivo.
Primero se sentó en la camilla como la última vez. El doctor observó la herida de cerca, era la misma que había tratado pero... el hielo era un impedimento, había que fundirlo primero. Acabó sacando una cataplasma caliente y la colocó sobre la herida congelada para que fuera deshaciendo el hielo. Mientras el hielo se deshacía, la hereje decidió hablar un poco con el agente Kusanagi.
—Kus, después tenemos que hablar de una cosa —dijo de la nada. Tenía que hablar con él del hecho de haberse visto obligada a mentir en la cara de Lyrio, el agente no iba a poder evitar esa conversación y se aseguraría de ello —. Y aparte de eso... ¿te importaría ir a por un recambio de ropa, por favor? Lyrio aún está ahí, no puedo ponerme el hábito —pidió por favor. En el anterior encargo se había puesto el hábito directamente, pero esta vez no podía, aún estaban trabajando y el protegido aún estaba cerca, no podía desechar su identidad como Eli, no aún.
Notando que el hielo ya se había fundido, la cazadora tuvo que volver a desvestirse. Seguía sin hacerle gracia pero era la única forma de curarla. El doctor y la cazadora conversaron un poco mientras cosían de nuevo la herida, esta vez con el doble de puntos para asegurarse de que no se abría con tanta facilidad. Tras esto procedería a vendarla a conciencia, apretando un poco para asegurarse de que la herida quedaba bien cubierta.
—¿Seguro que no quieres que te tratemos lo de la espalda? Estoy seguro de que el gobierno te ofrecería el tratamiento por tu buen trabajo.
—No, esa quemadura debe quedarse ahí. Es un recordatorio de mis limitaciones —sentenció, asegurando que esa marca tan fea debía permanecer allí. Eso le recordaba que no podía salvar a todo el mundo, así como su propia debilidad. Era importante tener ese recuerdo para evitar cegarse con el poder abrumador que le daba su habilidad.
Después pasó a revisar su estómago, también se había quejado del dolor ahí.
—No esperaba que el gyojin pegara tan fuerte después de bloquearlo —murmuró, tosiendo un poco más.
—Es Gyojin Karate, lo que te ha hecho daño es el movimiento del agua de tu propio cuerpo. Es un arte peligroso. No te has muerto ya, así que no tienes daños graves.
Movió la mano hasta la herida, palpándola un poco. Dolía, pero ya no sangraba nada.
—Muchas gracias de nuevo —agradeció, aunque tenía otra petición más —, ¿tienes una toalla? La lluvia me ha puesto perdida —pidió.
El doctor asintió con la cabeza y le llevó una toalla blanca. Así, hasta que volviera el agente, empezaría a secarse. Si se quedaba así de empapada mucho más pillaría un catarro y así sí que le costaría bastante más trabajar.
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