[Misión osada-West Blue] Soy inocente... esta vez

Contratante: Bob Roswelt, jefe de la banda criminal White Iron

Descripción: Alguien me la ha jugado, y por partida doble. Slav Schatch es nuestro territorio, pero creo que alguien quiere quitarnos el trono. Durante años hemos estado en buenos términos con la familia Slavent, nosotros mantenemos las calles limpias y ellos presionan a las autoridades para que hagan la vista gorda con… algunos de nuestros locales. La semana pasada un loco llegó con una escopeta a una de nuestras casas de juego y armó una masacre antes de que nuestros guardias pudieran detenerlo a tiros. Resulta que ese loco era uno de nuestros empleados hasta el mes pasado y esa casa últimamente no sacaba el beneficio que queríamos. Alguien ha sumado 1+1 y ha aprovechado esto para echarnos la culpa de esta desgracia. La semana que viene tenemos una audiencia con la familia Slavent y un juicio en el que nos jugamos nuestras cabezas. Por ahora no importa quien nos ha tendido la trampa, con nuestros matones en arresto domiciliario necesitamos a alguien que escolte al abogado que lleva pruebas que demuestran nuestra inocencia. Es de vital importancia que el maletín con las pruebas llegue a tiempo al juicio.

Objetivo secundario o alternativo: Procura que no le pase nada al abogado.

Recompensa: 5.000.000 de berries de cumplirse el objetivo secundario se obtendrá un 20% más de dinero y experiencia.

La banda criminal White Iron, una de la cual estaba empezando a informarme. Me encontraba en rumbo hacia la isla donde hospedaba la organización mientras leía una carpeta con datos clasificados. Mi objetivo era ir a por Bob Roswelt, e iba con una de mis identidades secretas: Kanako Misa. Allí me encargaría de interceptar al abogado al cual tenían que escoltar, para que pudiesen fallar en el juicio. O negociarlo de tal forma para que soltase todos sus trapos sucios delante del juzgado. Aquello era algo que yo ya hacía por mi propia parte, así que una vez llegué a Diamuird, me encargué de buscar la zona por la que estaría el contacto. La lluvia no cesaba y aquello me ponía algo nerviosa, pero por suerte estaba apoyada en una esquina con un paraguas. Si se me manchaba aquel traje que me había costado un ojo de la cara me pegaría un maldito tiro yo sola. Me encendí un cigarro aguantando el paraguas con el hombro y empecé a fumar. Estaba puesta de tal forma que nadie podría decirme nada, ya que simplemente parecía una persona normal esperando a alguna cita o algo.

La gracia de aquello es que una vez se acercaran al contacto, me acercaría yo también y me presentaría como alguien de los que habían acusado a los White Iron. Ahí empezaría a trabajar para convencer al abogado de que no eran buen trigo, y que se podría meter en problemas si decidía trabajar con ellos. El plan era bastante bueno, y una vez llegase alguien, los hilos empezarían a tirarse lentamente. Últimamente la gente acudía a todo tipo de encargos, desde que el se vio aquella mierda sobrevolar el cielo. Los agentes del cipher pool teníamos que aprovechar ese evento para realizar nuestros propios ataques e impartir justicia.

¿Cuán estúpido podía ser uno para publicar en las redes del bajo mundo un trabajo tan sumamente sucio? A ver, que alguien me lo diga. La cuestión era que ahí estaba para proteger a un mindungui que no me importaba una mierda y cuyo único propósito era portar el maletín que sí que era de mi interés. ¿Pero debía meterme con una organización tan "importante" dadas las cosas?, me pregunté. Desde luego aquello no le gustaría para nada a White.

Quizás pueda cumplir ambos propósitos al mismo tiempo...

—¿Quién es usted? —dijo con miedo aquel tirillas que casi pesaba menos que su propio maletín.

—El Señor Black, su escolta.

Probablemente no se había esperado que lo que quiera que iba a protegerle midiera algo más de dos metros y fuera encapotado en un chuvasquero negro. Sí, seguro que eso le perturbaba.

—¿Vamos pues?

—Por supuesto. Vaya delante, yo estaré vigilándole... desde algún punto.

¿Pero qué era esta figura desagradable que se acercaba con paso firme y un cigarro en los labios? ¡Y llevaba paragüas! Estúpidos pieles seca. Lo que decía tenía todo el sentido del mundo, pues los abogados, como ratas sin escrúpulos que eran, eran más que propensos a dobles traiciones. Desde luego mi objetivo, o más bien el portador de mi objetivo, parecía sumamente nervioso. ¿Cuánta gente sabía que iba a estar ahí?

—Usted haga lo que quiera, pero si el maletín no llega a su destino puedo apostar a que lo siguiente que pedirán sus jefes será su cabeza en una bandeja. Hmm... ¿con qué guarnición?

Fruncí el ceño ligeramente mientras inclinaba parte de mi torso hacia delante. ¿Qué hacía una figura así de rara acercándose al contacto? Me adelanté y tendí la mano al abogado, desfilando un poco para dejar que cayese en mis encantos. No sabía qué era aquel cono gigante humano, pero por ahora prefería no tener que luchar con él. Si protegía su identidad, era por algo, y quizás porque tenía la misma idea que yo. Hice una pequeña reverencia y después sonreí vagamente. Si elegía bien mis palabras, y si aquel tipo no era estúpido, quizás entendería mis intenciones. Me haría pasar por alguien de los Slavent y así podría iniciar el plan que había tramado antes. Tosí levemente y después rectifiqué mi postura, mostrándome lo más seria posible.

—Buenos días, señor Privan. Soy Kanako Misa, portavoz de la palabra de los Slavent. Sé que usted pertenece a la familia contraria, pero vengo a hacerle una oferta tentadora —paró brevemente y arqueó una ceja, para después agarrar aire una vez más y continuar hablando—. Supongo que valorará su vida, como todos hacemos.

—Por supuesto, valoro mi vida. —Ni siquiera titubeó.

Sabía que iba a ir por mis lares, y sobretodo si amenazaba con meterle en un gran problema. Esas personas eran simplemente, presos de la codicia. Un abogado de una banda criminal vendería hasta a su madre por tal de salvar su vida.

—Perfecto. Entonces entenderá que, nosotros, los Slavent, ¿tenemos un conflicto de intereses? —Miré mis uñas desinteresada—. Si nos ayuda a nuestro favor en el juicio, le aseguramos que tendrá total bienestar. Si no... Más vale que salga escoltado.

El hombre empezaba a sudar. No parecía estar tranquilo, y mucho menos estando en medio de una calle. La gente empezaba a observar, y no por nosotros, si no por el tío que estaba postrado a nuestro lado. Sin duda, aquello era un inconveniente demasiado grande. Si corría la voz o alguien de la organización de los White Iron se enteraba que estaba intentando sabotear esto, tendría que asesinar a aquel hombre ahí mismo.

¿Pero quién se creía esa hembra? Amenazando así de sutil y cruelmente al pobre abogaducho que seguramente no tenía ningún dominio de las artes del combate. ¡Por favor! ¡Qué desfachatez!

—¿Y si el maletín no llega van a poder protegerle? Joder, incluso si llega va a liarse parda. De todas formas a más expuestos nos quedemos más jodida va a estar la cosa. Si no cree que pueda escoltarlo, y créame que puedo, coja el trato y déjeme el puto maletín antes de meterse en su agujero.

El pobre y sudoroso muchacho movía sus ojos de un lado a otro. Por un lado estaba aquella tetona con lordosis, y por otro estaba yo, la sombra gigante a la que le resbalaba la lluvia como una fina cascada. Pronto debía tomar una decisión, y fuese cual fuese iba a quedarme con aquel maldito maletín.

—Ya hablaré con los Slavent un día de estos para ver qué van a hacer dada la inevitable caída de los blancuchos estos —añadí dirigiéndome a la señorita—. Si algo abandona un nicho, otro debe ocupar su lugar... Y conozco a un blancucho en particular que le gustará la idea.

—Ya hablaré con los Slavent un día de estos para ver qué van a hacer dada la inevitable caída de los blancuchos estos —añadió, mientras se dirigía a mí —. Si algo abandona un nicho, otro debe ocupar su lugar... Y conozco a un blancucho en particular que le gustará la idea.

¿Quería el maletín? No. Ese maletín se quedaba ahí hasta que el juicio se acabase.

—No, lo siento. Necesito que testifique en contra de los White en el juicio. Y como he garantizado su protección, no permitiré que te lleves el maletín.

Apartó al abogado con un sutil gesto e intentó llevarse al cono humano hacia una esquina. Si le seguía tendría una conversación con él, por lo menos para convencerlo de que le dejase seguir con su plan.

—Mira, a Kanako Misa no la jode nadie. Haz lo que te de la gana con el maletín después, pero por ahora necesito llevarlo al juicio. ¿Entendido? —Exclamó con tono amenazante.

Si no cooperaba ahora, tendría que matar al abogado e irse corriendo. Pero no le agradaba la idea de mancharse el traje, y mucho menos en un plan que le iba a hacer fallar otra persona. Volvió aligerada hacia el abogado y empezó a caminar hacia el juzgado, que se encontraba quizás a unas manzanas de allí. Tenía los ojos puestos por todas partes, y sabía que les estaban siguiendo. Era irónico que la gente para la que decía trabajar estuviesen rondando la zona para eliminarle. O por lo menos, no se le ocurría un ejemplo mejor que ellos.

Al menos la situación era... interesante. Sí, pero no tanto como para contrapesar los problemas que suponía no llevar una misión a término. ¿Qué sería de mi buena estampa si no cumplía el propósito que me había llevado hasta allí? Además... no iba a permitir que una sucia pielseca me hablase de aquella forma.

—No me extraña con esa cara; por eso seguro que estás tan enfadada—le respondí como quien escupía al suelo.

Me había movido con ellos en un absoluto y sepulcral silencio. El agua era mi entorno preferido, y allí, tragado por la lluvia, no podía estar más cómodo. Tenía a mi disposición cientos si no miles de gotas que rápidamente podía convertir en balas, y con mi fiel y práctica umigatana agarrada a uno de mis tentáculos, nada iba a evitar que cumpliera mi misión. Aunque, después de todo, seguía siendo un pacifista.

—Las leyes de propiedad claramente señalana que las pruebas son pertenecientes al cliente, y no al abogado, por lo que si huye de aquí con esta poco versada heraldo de los Slavent; bueno, será considerado un robo. Y, claro está, como simple contratado me veré obligado a usar los medios necesarios.

¿Era aquello una amenaza? Pues claro que lo era. Pero lo importante es que era una amenaza perfectamente legal. No estaba lo suficientemente loco como para ganarme una recompensa, pero estando bien versado en leyes podía actuar bajo el oscuro amparo de los vacíos legales. ¿Matar a un delincuente? Aquello lo hacía el gobierno a diario; incluso un propietario de una tienda podía tomarse la justicia por su mano por un simple tomate... ¡Ah, qué maravilloso mundo era este de la malversación legal!

Porque si continuaban huyendo por un paso y medio más, podría hasta considerarlos cómplices de un acto que me permitía hacer algo que muchos llamarían atroz.

¿Qué hacía hablándome de leyes? Según tenía entendido bajo los informes de la misión, la capital de Diamuird era independiente. Aunque no supiese tanto de abogacía como este encapuchado estaba pretendiendo decir, me iba a ver obligada en usar la fuerza. Me separé de él mientras levantaba las manos y lo miraba fijamente. Me acerqué lentamente al abogado y después arrebaté el maletín de su mano, empezando a saltar en el aire. Una vez estuve usando el Geppou, lancé un Rankyaku hacia el abogado que lo decapitó totalmente, ni siquiera dejándole reaccionar. Miré algo asqueada la situación y me dispuse a escapar por el aire, por lo menos lejos del alcance del encapuchado. Lo hacía de espaldas, vigilando en todo momento que no me atacase.

—Vaya, hasta parece que sí estaban reunidos... —Dijo mientras miraba hacia unos edificios.

Evidentemente lo estaban. Habían varios francotiradores esperando a que llegasen a las puertas del juzgado, así que seguramente lo mejor que pudo pasar era aquello. Si le hubiesémos acompañado hasta la zona, tendríamos que haber luchado con ellos, y no quería hacer eso en absoluto. Sonreí y empecé a encaminar mi rumbo hasta el puerto.  Fuese quien fuese ese hombre, se había topado con la mujer equivocada. Menudo gilipollas, el tío queriendo joder mi plan. No es que no se pudiese joder a Kanako Misa... Más bien, no se podía joder a Rayne Von Valliere.

Era ágil sin duda, al menos para tener dos piernas. Y más valía que le hubieran puesto un grillete al abogado para que no soltase el maletín; putos novatos de mierda. En fin que la muchacha comenzó a hacer algo que aún no había tenido oportunidad de ver en un humano: volar. Luego se giró en el aire y lanzó algo que sí era más costumbre de ver en su género, pues las ondas cortantes no eran algo que se escapaba de la imposibilidad. ¿Pero cómo volaba?

Me limité a seguirla entre la lluvia, pues saltar de pared en pared y hacer cabriolas propias de un ninja del mar era algo que me era sumamente fácil. Si se pensaba que podía escapar de mí simplemente por no tocar el suelo, estaba francamente equivocada.

—¿Dónde vas, Kanato Misa? —dije, pues aquel era el único sonido que producía mi cuerpo. Sentí su alma vibrando en mi nariz, dejando tras de sí el regusto metalizado de la férrea convicción —. ¿Y cómo vuelas?

Podía seguirla un largo rato pues aunque podía variar en tres dimensiones su posición, a mí me bastaba un apoyo de vez en cuando para hacer lo mismo con mucha mayor velocidad. Tardé en darme cuenta de que sonreía, movido por la diversión de un misterio nuevo.

—¿Por qué no hablamos un rato? No tengas prisa...

Iba bastante rápido hacia mí, de hecho, al haber tantos edificios le permitía ir saltando y poniéndose a mi nivel siempre. Escapar de él iba a ser imposible, y no podía mantener el geppou indefinidamente. Esa cosa cansaba de cojones si lo hacías todo el rato. Suspiré pesadamente y me paré, pero cuando hablaba de parar, me refería a quedarme en el sitio quieta. Era imposible parar si estaba haciendo la técnica, me podría caer.

—¿Por qué no hablamos un rato? No tengas prisa...

Le lancé el maletín al pecho. Sabía que no podía negociar con otra cosa, es más, el abogado ya estaba muerto. Me coloqué en la terraza más cercana a donde estábamos y me senté, cruzándome de piernas.

—¿Qué quieres hablar, gyojin? —Le dije de mala gana.

No entendía demasiado bien qué hacía uno de su calaña por ahí, pero al haber estado moviéndose tanto pude notarle unos tentáculos. Me retorcí en el sitio de pensarlo; no soportaba los tentáculos. No sabía cómo mi hermana podía haber estado enamorada de Kaiser tanto tiempo. Era increíble lo rara que era esa especie.

—¿Qué buscas ahí? Ábrelo y veámoslo. —Le ordené mientras me cruzaba de brazos.

El objetivo principal del sabotaje estaba ya cumplido; con el objetivo muerto, nadie podría defenderles. Perderían el juicio directamente al no tener defensa. Y si eso eran las pruebas de la inocencia de los White, me interesaba tenerlos de sobras. Pero ese tío era un peligro, y pude notarlo al activar el mantra. Delante de mí vi a mi padre y a mi madre morir juntos. Intenté mantenerme en el sitio serena, pero me costó demasiado. Empezaba a respirar agitadamente y a sudar a gota fría. Le dediqué una última mirada mientras me recomponía. Ese tío no era alguien normal. No con ese dominio del kenboshoku.

Estúpida enana. Mira que llamarme gyojin. Esos malditos pielseca no sabían diferenciar a las dos dualidades del mar, y aunque hubiera tolerado que no viesen el canto de aquella moneda el que no distinguiesen cara y cruz me molestaba. Exhalando mi descontento en una larga respiración de mandíbula desencajada me frené de corregir a tal lerda.

Cogí el maletín arrojado con mis manos y fruncí el ceño bajo la capucha. No solo era desagradable en apariencia, también lo era en formas y proceder, y no pude salvo alegrarme de oler su terror tan gratamente condensado en un sudor frío.

—Quienes buscan algo pueden fracasar, yo solo encuentro —dije dejando colgar el maletín de mi brazo izquierdo. Bueno, de el "único" de ellos—. Señorita Kanako Misa —dije fríamente—, ¿podría decirmes como vuelas a cambio de mi ayuda? Y como ayuda me refiero, claro está, a condenar a esa organización criminal... Porque, ¿lo es, no? Pese a que las pruebas de su supuesta inocencia esten dentro de esta maletita.

—La verdad es que no importa cómo he aprendido a volar. Vivimos en un mundo en el que cualquiera puede hacer cualquier cosa con esfuerzo y empeño. Uso gran fuerza en mis piernas, combinado de mucha agilidad. Siempre y cuando repita el proceso, puedo mantenerme. —Le expliqué con cara de malos amigos.

No sabía si era muy inteligente decirle a un desconocido el plan de un agente del cipher pool. Lógicamente, no lo iba a hacer. Yo valoraba la justicia por encima de todo, y el asesinato de aquel abogado, persona que pretendía defender a unos pecadores, sólo era un obstáculo que dios me había puesto en mi camino. No iba a flaquear, ni siquiera estando delante de alguien tan fuerte.

—Digamos que son unas personas que no merecen ganar el juicio —expliqué con el mínimo detalle posible—. Verás, por culpa de los White mucha gente está sufriendo por su culpa. Así que ahora les toca sufrir a ellos.

Me acerqué a él y, con una pequeña sonrisa forzada, me ofrecí a abrir el maletín. Una vez lo hice me llevé la mano a la cara, y también el gyojin lo haría cuando se fijase. El maletín estaba vacío, totalmente vacío... de pruebas. Tenía dentro un dónut que cayó al suelo. ¿Estaba destinado aquel hombre a fracasar, o es que no necesitaba papeles para demostrar las pruebas? Empecé a reír algo histérica y me separé del que tenía delante, yendo hacia el borde de la fachada y despidiéndome con la mano.

—Nee, adiós, pulpito.

Salté en dirección hacia el puerto; me encontraba ligeramente decepcionada, pero el trabajo estaba hecho. El objetivo es que aquel hombre no llegase al juzgado y lo había cumplido. Sabía que tampoco se le había necesitado en ningún momento, ya que muy seguramente le habrían incrustado una bala en la cabeza, o simplemente no podría haber defendido a nadie en el juicio. La vida daba unos giros muy raros, pero la justicia siempre se mantenía pura y recta. Y ella nunca se iba a desviar de ese camino.

Las palabras de la chica eran tremendamente interesantes y, para mi carnicero intelecto, esclarecedoras. Pronto comprobaría por mi mismo si podía reproducir aquella técnica para tener una forma más de desplazarme además de nadar y andar. Ya era anfibio, pero volar aún era imposible más allá de las peripecias de circo.

—¿Y el fin justifica los medios? —pregunté, meditando más bien para mí mismo—. Supongo que hay que buscar una justificación para hacer las cosas de todas formas.

Pero sabía bien que hay cosas que simplemente se hacían, y punto. La dejé hacer con la tranquilidad de que si llegaba a hacer algo que me importase, y no la simple decapitación de alguien que no me importaba ver muerto, podía segarla como a la mala hierba. Me resultó extraño encontrar el maletín vacío, a salvo de una deliciosa rosquilla, pero no tanto como verla huir como mucha gente hacía poco después de conocer los extraños designios de mi alma. Aquello era una putada para hacer amigos, la verdad.

—Bueno, teóricamente puedo seguir cumpliendo la misión —me dije, echando el dulce de nuevo dentro.

Lo extraño era que, en verdad, el maletín pesaba demasiado para tener tan poco contenido. Si eso era debido a que tenía algún tipo de fondo falso o simplemente por cabezonería de su artesano era algo que no tardaría en descubrir una vez llegase al punto de entrega usando un método poco convencional de desplazamiento.

¿Por que quién iba a ir arrastrándose por las alcantarillas salvo un loco?